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411
No es la ciudad inmunda quien empuja las velas. Tampoco el corazón, primitiva cabaña del deseo, se aventura por islas encendidas en donde el mar oculta sus ruinas, algas de Baudelaire, espumas y silencios. Es la necesidad, la solitaria necesidad de un hombre, quien nos lleva a cubierta, quien nos hace temblar, vivir en cuerpos que resisten la voz de las sirenas, amarrados en proa, con el timón gimiendo entre las manos.
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Ni mueve más ligera, ni más igual divide por derecha el aire, y fiel carrera, o la traciana flecha o la bola tudesca un fuego hecha.
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Como flor que adorna más, estás; la cual se anida con calma al alma, y así te llevo en mi vida prendida. ¡Oh bella mujer querida, eres la más linda flor, que con tu aroma y color estás al alma prendida!
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Miré al sentarme a la mesa, bañado en la luz del día el retrato de María, la cubana japonesa.
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4
Amigo, llévate lo que tú quieras, penetra tu mirada en los rincones y si así lo deseas, yo te doy mi alma entera con sus blancas avenidas y sus canciones.
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HÚMEDA de rocío despierta la campana En los azules cristalinos de la mañana, Y por las viejas sendas van a las sementeras Los tardos labradores, camino de las eras, En tanto que su vuelo alza la cotovía A la luna, espectral en el alba del día.
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Daqueyos quereles no quió yo acordarme porque me yora mi corasonsiyo gotitas e sangre.
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No sabes cómo se llora Con ese llanto que quema, Con la noche y con la aurora, Con ese sol que colora En la frente un anatema.
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Quédate en mí, soy pobre y soy poeta, huyó en mi blanco pegaso la fortuna, y quiero oír tu alegre pandereta cuando florezca la nieve de la luna...
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Cuando tu madre se sintiera desto, Puedes decille que, como a muchacho Loco, atrevido, vano, antojadizo, No te queremos.
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¿Dices que mi figura no emociona? ¿Dices que mi boca es un buzón? Tu indiferencia cruel me decepciona, Eres un ser vacío y sin corazón.
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El venturoso Expósito en tanto En vivas ansias del amor ardiendo, Cada tarde al sepulcro de Zahira Acude en busca de su amado dueño ; Encuentra siempre el fúnebre recinto Solo : sin fruto espera largo tiempo, Y en vano corre las vecinas selvas, Pues lo halla todo á su anhelar desierto. Penetrar osa al cabo la muralla De la insigne ciudad, y al fin envuelto Con su albornoz, se acerca recatado Al alcázar, prisión de su embeleso. Al través de las verjas los jardines Observa y reconoce sin efecto : Los ojos alza á torres y azoteas, Y no ve indicio alguno de consuelo. Pasó tres días en tan triste ausencia En larga noche de dolor envuelto ; Y el cuarto acia la tumba de Zahira, Aún á esperar, el paso dirigiendo ; Se le acercó turbado y misterioso, Con arco y flechas, un esclavo negro, A quien de plata una bruñida argolla Cercaba en torno el atezado cuello, Y con sumisa voz, " E n cuanto brillen Del manto de la noche los luceros, " Solo, en la fuente del Amir espera : "Tendrá allí tu afanar cumplido premio." Dijo, y sin esperar respuesta alguna Tornó la espalda, y en el bosque espeso, Como el que de ser visto se recela, Entró, y los troncos le ocultaron luego. Quedó Mudarra sorprendido, mudo. Sin saber qué pensar de tal encuentro, Aunque no duda que es de su Kerima, Fiel servidor y reverente siervo. " Sí, conozco á este moro : es un esclavo De Giafar, y diestrísimo flechero Pero es la primer vez que en mis amores Sirve de confidente el arduo empleo." " Y Kerima—á tal hora? en aquel sitio Inculto y apartado ?....mas qué temo? Quién sabe los peligros que la cercan ? Quién los rigores de su padre fiero?" Así dice; y ocupa su alma toda El solo delicioso pensamiento De que va á ver á su gentil Kerima, Aunque oculta inquietud le agita el seno. Se emboza en su albornoz, y por el llano Que la Albaida domina, á paso lento Vaga, y espera la anhelada noche. Que nunca tanto retardara el vuelo. Afanoso miraba al sol ardiente Descender al ocaso, apareciendo Disco de sangre entre las nubes rotas. Que iba esmaltando con matiz diverso Y cuando ya pasado el horizonte, Dejaba solo al vaporoso cielo Varios leves celajes de oro y grana Y una lista no mas de vivo fuego ; Cercano mira el joven el instante Que esperaba con tal desasosiego, Y al indicado sitio alarga el paso, Mientras se iba el crepúsculo extinguiendo.
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En tu abanico, niña, Quiero pintarte, Por ver si tu retrato Leda algun aire; Pues no hay pintor . Que dibuje con aire, Gracia y primor,
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Mi saber no es para solo, dadme plazo fasta el martes, pues iremos donde ay las artes que fablan, señor, del Polo. Mas de tal saber ayuno digo, sin acuerdo alguno, que debemos todos ir a vuestro mando complir, señor, que non quede uno.
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Serenidad de piedra ante el abismo, mármol en vilo de sollozo y luna, columna de equilibrio en la ruina, ala entreabierta.
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4
Vengan Santos milagrosos, vengan todos en mi ayuda, que la lengua se me añuda y se me turba la vista; pido a mi Dios que me asista en esta ocasión tan ruda.
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¡Rey don Sancho, rey don Sancho, no digas que no te aviso, que de dentro de Zamora un alevoso ha salido, llámase Vellido Dolfos, hijo de Dolfos Vellido; cuatro traiciones ha hecho y con esta serán cinco! Si gran traidor fué el padre, mayor traidor es el hijo. Gritos dan en el real: ¡ A don Sancho han mal herido! Muerto le ha Vellido Dolfos, gran traición ha cometido. Desque le tuviera muerto, metióse por un postigo; por las calles de Zamora va dando voces y gritos: ¡ Tiempo era, doña Urraca, de cumplir lo prometido!
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El tercero gozo gusta Quien mostró bien parecer quiere bien, que su gusto no disgusta, Pues en cuanto debe hacer hace bien.
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En la boca un raro gusto de hiel, de menta y de albahaca. ¡Compadre! ¿Dónde está, dime? ¿Dónde está tu niña amarga?
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4
K e r i m a en vano el nombre de Mudarra Negó á su labio con prudente esfuerzo., A l contar los festejos de la boda, A l referir los lances del torneo ; Pues las locuaces siervas que la asisten, Y la vieja nodriza, repitiendo Las voces que por Córdoba volaban. Despedazaron su oprimido pecho. Esta le ponderaba el entusiasmo De que era el j ó v e n triunfador objeto ; Aquella lamentaba que su origen Tal beldad malograse y tal denuedo Otra, informada de envidioso labio, O de Giafar atenta á los preceptos, Le retrataba con las negras sombras De lástima, de afrenta y de desprecio. La nodriza, con p l á t i c a s difusas, Viejas historias y mohosos cuentos, Todo lo que es antiguo ponderaba, Y mezclando malicias y consejos, Dijo : A u n no estaba m i semblante arado, " N i convertido en nieve mi cabello, " Pues fué poco después que de los Laras " Las cabezas á Córdoba trajeron " "Cuando recien nacido le encontraron En los jardines de Almanzor expuesto : De algún cautivo v i l é infame esclava Fruto infeliz, y maldición del c i e l o ." " L a princesa Zahira en su palacio, Por caridad ó por capricho necio, Le a c o g i ó . . . . Q u é mujer!.... era muy linda, Y compasiva, y generosa, es cierto " P e r o tan r a r a . . . . E n fin en protegerle Cifró todo su afán, todo su e m p e ñ o ; Y en vez de acostumbrarle desde niño A ser humilde, y á servir cual siervo, C r i ó l e con tal pompa y tal regalo, Como si fuera un claro caballero ; Y hasta el momento de morir estuvo De caricias c o l m á n d o l e y de obsequios." " L o c u r a s de mujer!... Y Zaide, Zaide, Ese i n c r é d u l o altivo, satisfecho De sus vanos saberes, del Mudarra Ha sido el consultor, ayo y maestro." " Con un p r i n c i p i o t a l , con tal doctrina, ¿ Q u é se puede esperar de ese mancebo?— Yo e x t r a ñ o que A l m a n z o r . . . . p e r o q u é digo? ¿ Qué se debe e x t r a ñ a r en estos tiempos?..,. " ¡ U n e x p ó s i t o v i l de los donceles, De la flor y esperanza del imperio, Ser c a p i t á n en tan famoso dia ! E n la mesa del rey tener asiento!" " C o n K e r i m a danzar el miserable I ¡ E n competencia entrar en el torneo Con el noble Zeir, con el que aclama Por su señor el tunecino pueblo Así decía, y una esclava j ó v en La i n t e r r u m p i ó con p r o n t i t u d diciendo : " P e r o ganó la banda y la sortija, " Y con aplauso universal el premio. Repúsole la vieja : Cí S í , fortuna, " Mera casualidad Y ¡ á digno objeto " H a b r á la r i c a prenda dedicado ! . . .. " ¡A alguna esclava de Almanzor su d u e ñ o !!!" No pudo mas K e r i m a ; á todas ellas Mando callar con desabrido aspecto, Y mostrando cansancio de escucharlas, Que al punto despejasen su aposento. Apenas sola, hondísimos gemidos Lanzó el volcan de su abismado seno Cruzó su estancia con inciertos pasos Alzó los brazos y l a faz al cielo. D e r r i b ó s e por fin, de fuerzas falta, Sobre un rico a l m o h a d ó n , en gran silencio Sus labios frios, é i n c l i n ó la frente, Hinchado el c o r a z ó n , los ojos secos. De la anciana nodriza las palabras Un mar de confusiones extendieron Ante su vista, de esperanzas dulces E l cuadro engañador oscureciendo. Un expósito v i l , dijo su padre, Y un e x p ó s i t o v i l es en efecto E l que su c o r a z ó n ha sorprendido, Para abrasarle en vergonzoso fuego. Se afrenta de sí misma, y orgullosa, Animada de su alto nacimiento, Abomina el instante desdichado E n que pudo pararse en tal objeto. L l o r a luego, y llorando, en su alma herida L a ternura recobra el dulce imperio ; Pero al pensar que la preciosa banda De una esclava tal vez adorna el cuello, Arde en furor, y jura en altas voces Odio al H u é r f a n o v i l , no ya desprecio, Indignada de haber á tal persona Humillado sus altos pensamientos. Sí, t o m ó su partido, está resuelta , Y a aborrece á M u d a r r a ; por lo menos Lo imagina : triunfante se figura. M i r a su amor como un delirio necio Mas fatigada de vencer, oprime Su corazón tan angustiado peso. Que anhela respirar el aire puro So l a b ó v e d a inmensa de los cielos. Baja al verjel de su soberbio alcázar^ A buscar en las flores el consuelo, Pensando, s i m p l e c i l l a ! que en las flores Ya á encontrar como siempre su recreo. A h ! no lo encuentra en su j a r d í n cercado, Del que con dos esclavas y en silencio Sale al campo, y se pierde en las florestas, Que de Guadalquivir gozan el riego. Entonces se le acuerda de repente, Que oyó elogiar en el banquete regio Las flores que en l a tumba de Zahira Daban su aroma delicioso al viento. Ve idas desea, y con lijera planta Corre inocente en pos de su deseo. Ignorando q u i é n es de aquellas flores E l piadoso cultor y jardinero. E l sol al occidente descendía, Y á su b r i l l a n t e luz formaba velo ü n celaje sutil de oro y violado, Que templaba su ardor y sus reflejos : Nubes de ardiente grana e n r i q u e c í an E l ancho espacio, vaporoso á trechos, Jazmín y azahares respiraba el aura, Y entre las flores reposaba el viento. E r a una dulce y sosegada tarde De las que en aquel clima y grato suelo Naturaleza ostenta, y con que encanta Las tiernas almas, los sensibles pechos.
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»Del importe logrado de tanto pollo mercaré un cochino; con bellota, salvado, berza, castaña engordará sin tino, tanto, que puede ser que yo consiga ver cómo se le arrastra la barriga.
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¿Qué es de Córdoba en el día, Donde las ciencias hallaban Noble asiento, Do las artes á porfía Por su gloria se afanaban Y ornamento?
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Y cuando llegue el día del último viaje, y esté al partir la nave que nunca ha de tornar, me encontraréis a bordo ligero de equipaje, casi desnudo, como los hijos de la mar.
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Las cartas y mensajeros del rey a Bernardo van, que vaya luego a las cortes para con él negociar. No quiso ir allá Bernardo, que mal recelado se ha. Las cartas echó en el fuego, los suyos mandó juntar; desque los tuvo juntados, comenzóles de hablar: Cuatrocientos sois los míos, los que coméis el mi pan; nunca fuisteis repartidos, agora os repartirán: en el Carpió queden ciento para el castillo guardar, y ciento por los caminos, que a nadie dejéis pasar; doscientos iréis conmigo para con el rey hablar; si mala me la dijere, peor se la entiendo tornar. Con esto luego se parte y comienza a caminar; por sus jornadas contadas llega donde el rey está. De los doscientos que lleva, los ciento mandó quedar para que tengan segura la puerta de la ciudad; con los ciento que le quedan se va al palacio real. Cincuenta deja a la puerta, que a nadie dejen pasar; treinta deja a la escalera por el subir y el bajar; con solamente los veinte a hablar con el rey se va. A la entrada de una sala con él se vino a topar; allí le pidió la mano mas no se la quiso dar. Dios vos mantenga, buen rey, y a los que con vos están. Decí: ¿a qué me habéis llamado o qué me queréis mandar? Las tierras que vos me distes ¿por qué me las queréis quitar? El rey, como está enojado, aún no le quiere mirar; a cabo de una gran pieza la cabeza fuera alzar. Bernardo, mal seas venido, traidor hijo de mal padre; dite yo el Carpió en tenencia, tomástelo en heredad. Mentides, buen rey, mentides, que no decides verdad, que nunca yo fui traidor, ni lo hubo en mi linaje. Acordárseos debiera de aquella del Romeral, cuando gentes extrajeras a vos querían matar; matáronvos el caballo, a pie vos vide yo andar; Bernardo, como traidor, el suyo vos fuera a dar, con una lanza y adarga ante vos fué a pelear. El Carpió entonces me distes sin vos lo yo demandar. Nunca yo tal te mandé, ni lo tuve en voluntad. Prendedlo, mis caballeros, que atrevido se me ha. Todos lo estaban mirando, nadie se le osa llegar. Revolviendo el manto al brazo la espada fuera a sacar. ¡Aquí, aquí mis doscientos, los que coméis el mi pan, que hoy es venido el día que honra habéis de ganar! El rey, como aquesto vido, procuróle de amansar. Malas mañas has, sobrino, no las puedes olvidar. Lo que hombre te dice en burla a veras lo quieres tomar; si lo tienes en tenencia, yo te lo dó en heredad, y si fuere menester, yo te lo iré a segurar. Bernardo, que esto le oyera, esta respuesta le da: El castillo está por mí, nadie me lo puede dar; quien quitármelo quisiere, procurarle he de guardar.
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Quita del arco la mortal saeta, deja mi pecho que con fuerza heriste, cuando la triste, la divina ninfa me dominaba.
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Aladas sombras en la gracia intacta del ocaso poblaron los senderos, y contempló la luna, estupefacta, el paso de los blancos mensajeros.
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4
RAMÓN se llama, auxilio necesario con que Delio se esfuerza y ve rendidas las obstinadas fuerzas del contrario.
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La torre de marfil tentó mi anhelo; quise encerrarme dentro de mí mismo, y tuve hambre de espacio y sed de cielo desde las sombras de mi propio abismo.
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Pues, ¡sus!, encójase y entre que es algo estrecho el camino. No eches agua, Inés, al vino, no se escandalice el vientre. Echa de lo trasañejo, porque con más gusto comas, Dios te guarde, que así tomas, como sabia mi consejo.
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Viendo la santa divina victoria del furibundo convento siniestro: ¡Oh mías que bendito, divino Maestro! dice mi lengua vulgar y notoria, esta hazaña de tanta memoria ya por un alta manera combida ser el espada muy esclarecida y digna de tan serenísima gloria cuanto la hace tu mano temida.
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Mañanita de San Juan por el prado de la aldea a celebrarla se salen pastores y zagalejas. Bailándolas ellos vienen con mil mudanzas y vueltas, y cantando mil tonadas del dulce amor vienen ellas. Unos el suyo encarecen en bien sentidas ternezas, y otros con agudas chanzas bulliciosos las alegran. Los que son más entendidos, cortesanos les presentan la mano para apoyarse con delicada fineza. No hay corazón que esté triste ni voluntad que esté exenta: todo es amores el valle, los zagales, todo fiesta. Cuál saltando se adelanta, cuál burlando atrás se queda, y cuál en medio de todas repica la pandereta. El crótalo y tamborino con la alegre flauta alternan, y el regocijo y las vivas suben hasta las estrellas. Unos de trébol y flores y misteriosa verbena sus cándidas sienes ciñen, matizan sus rubias trenzas; otros por detrás sus ojos con un lienzo arteros vendan, y del juego alegres ríen si con el engaño aciertan; y otros, de menuda juncia tejiendo blandas cadenas, hacen como que las prenden y en sus lazos más se enredan. Aquél deshojando rosas en el seno se las echa, y aquél en el suyo guarda las que a su nariz acercan. Cuáles alzando los ramos en triunfo de amor las llevan, y cuáles porque los pisen de ellos el camino siembran. Así llegan a la fuente que el gran álamo hermosea con su pomposo ramaje, do en alegre paz se asientan. El gusto y júbilo crecen; la risa y el placer vuelan de boca en boca, y más vivos canto y danzas se renuevan. La Aurora, de su albo seno rosas derramando y perlas, cede el cielo al sol que asoma y se para y las contempla; y en medio su trono de oro por las lucientes esferas ostentando de sus llamas la inagotable riqueza, este día más hermoso parece que da a la tierra más rica luz, y a las flores alegría y vida nueva. Con la fiesta y el bullicio las avecillas despiertan, pueblan y animan los aires, y la nueva luz celebran. Todo, en fin, se goza y ríe: fuentes, árboles, praderas, selváticos brutos, hombres, el júbilo en todos reina. Libre en tanto el Amor vaga, nadie sus tiros recela. El campo, el día, la hora, toda la ilusión aumenta. Todo encanta los sentidos: por una llanada inmensa vaga la vista; las aves con sus trinos embelesan; entre el grato cefirillo el labio aromas alienta, el tacto en delicias nada, y el pecho inflamado anhela, gratamente así corriendo por las agitadas venas del placer la suave llama, que a todos arrastra y ciega. La ocasión brinda al deseo, las miradas son más tiernas, los requiebros más ardientes, más picante la agudeza. Nadie desairado llora, ni enojar amando tiembla; el baile mismo autoriza mil cariñosas licencias. Quién rendido se declara, quién tierno la mano premia de su amada, y quién le roba un beso al dar una vuelta, beso de que no se ofende la zagala más severa, pues fueran culpa este día el rigor o la tibieza. Todos arden y suspiran, todo se aplaude y festeja; la timidez es osada, menos cauta la modestia. Y entre tantos regocijos, un pastor a quien las nuevas de su dulce bien faltaban cantó angustiado esta letra: Ya no hay, zagales, amor, que lo acabara el olvido. Nada de Fili he sabido y tiemblo su disfavor; ausente estoy, fui querido: ¡Ved si es justo mi dolor! También yo un tiempo dichoso cual ora os gozáis me vi, y en mi embeleso amoroso alegre canté y reí a par de mi dueño hermoso. Después que dejé su lado perdí la dicha y el gusto; y hoy con más grave cuidado, al ver su silencio injusto, sólo exclamo desolado: Ya no hay, zagales, amor, que lo acabara el olvido. Nada de Fili he sabido y tiemblo su disfavor; ausente estoy, fui querido: ¡Ved si es justo mi dolor!
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Yo sé cuál el objeto de tus suspiros es; yo conozco la causa de tu dulce secreta languidez.
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En sus brazos tomó mi ensueño y lo arrulló como a un bebé... Y te mató, triste y pequeño, falto de luz, falto de fe...
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Ca no es hombre del mundo que entre, ni sea osado, en este centro profundo y de gentes separado, si no el infortunado Céfalo, el que refujo, y al qual Diana trujo en el su monte sagrado.
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Carga después sobre la diestra mano la ya rugosa y abrumada frente, y un pensamiento fúnebre, tirano, fija y domina, al parecer, su mente. Borrarlo intenta en su ansiedad en vano; vuelve a leer, y en tanto, que obediente se somete su vista a su porfía lánzase a otra región su fantasía.
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Antes que tú me moriré escondido; en las entrañas ya el hierro llevo con que abrió tu mano la ancha herida mortal.
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«No tengamos tiempo ya en esta vida mezquina por tal modo, que mi voluntad está conforme con la divina para todo; y consiento en mi morir con voluntad placentera, clara y pura, que querer hombre vivir cuando Dios quiere que muera, es locura.
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En el hospitá, a mano erecha, ayí tenía la mare e mi arma la camita jecha.
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4
En el abrazo, tú hilo, yo aguja: cosemos luz...
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Sus sangrientos designios en Puerto Real concierta: se concibió allí en sombras, y se abortó el hipócrita sistema.
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Por la leche que mamé, me da vergüenza er mirarte, y a ti te dará también.
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Dicen que enfermo estaba el león, con dolor: los animales fueron a ver a su señor. animose con ellos y sintiose mejor, alegráronse todos demostrándole amor.
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4
Y él dijo: "Que te dejar no tengo, si este cayado y este mi rabel preciado, con que tañer y cantar me vías por este prado. Al son de él, pastora mía, te cantaba mis canciones, contando tus perfecciones y lo que de amor sentía en dulces lamentaciones."
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10
Va mi pregunta sencilla, Si estaba pensando en, El verso y su maravilla, Pero, ¿existe la quintilla, De diez sílabas también?
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5
Sus muslos son begonias tibias; en su regazo hay una indecisión de ensueños y de cosas…; cuando adornan el cuerpo con su doliente abrazo parece que en el alma se deshojan las rosas…
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4
No es raro en una almohada ver dos frentes que maduran dos planes diferentes.
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2
Poco mas de mil pasos de la Albaida, Acia poniente, entre árboles espesos, Una rambla de arena se conserva. Madre de claro arroyo en otro tiempo. Ün solitario risco la corona, De pardo musgo entapizado á trechos, En torno hay hondas quiebras y barrancos, Desnudas peñas y frondosos fresnos. Allí la fuente del Amir estaba (Hoy es un sitio temeroso y seco) Y allí llegó Mudarra, cuando el dia Retiraba sus últimos reflejos. La perspectiva hermosa que se ofrece A la curiosa vista en aquel puesto, Girando mudo en derredor los ojos, Parado el joven contemplo un momento. Ve al frente la ciudad majestuosa, Que sobre el fondo del oscuro cielo Aun mas oscuras sus excelsas torres Dibuja, y sus alcázares soberbios. Vio á su diestra de Zahara los jardines, Los pórticos, palacios y liceos; Y hoy un desnudo llano solo viera, Pues hasta las ruinas perecieron. Ve á la siniestra la tranquila Albaida, Que pudiera llamar su hogar paterno, Y á la espalda la sierra que se encumbra De poniente á levante, al fírmamenlo Pronto las sombras tan soberbia escena Delante de su vista confundieron, Y junto al tronco de acopada encina, Sobre la yerba se asentó el mancebo. Aun de la gran ciudad á sus oidos Llega el ronco bullicio de gran pueblo, Y desde Zahara por el viento cunde Son confuso de suaves instrumentos. Una luz relucir miia en la Álbaida, La que alumbra de Zaide el aposento ; Y oyó en el llano pastoriles voces. Fieles ladridos y balar corderos. Era una nocbe de la fin de otoño : La luna se elevaba á paso lento, Pero oculta entre espesos nubarrones. Rotos por partes, y por partes densos. El reposo del orbe se aumentaba Turbando solo el general silencio De las áridas hojas el murmurio, O de nocturnos pájaros el vuelo. Recostado en el tronco de la encina, Agitado de varios pensamientos, Y aun de terror oculto poseído, Pasó el jóven Mudarra largo tiempo ; Cuando el veloz galope de un caballo, Que se paro de pronto, oyó á lo lejos : Después moverse jaras y malezas, Cual si alguien se acercara acia aquel puesto; Y pasos, y....Mas cesa de repente Todo rumor, y el estridor violento Le sucede de un arco sacudido Y de flecha veloz el silbo horrendo, De una flecha, que rauda resbalando Por el turbante de Mudarra, el hierro Clavó en el tronco á que la espalda apoya, Toscas cortezas derribando al suelo. Alzase el jóven sorprendido, helado : Grita : "traición ! " y le responde el eco. El albornoz á la siniestra envuelve, Y con la diestra desnudó el acero; Y oye cerca á una voz áspera, airada : " E s esta tu destreza?.... toma el premio : No errarás otro golpe — te lo j uro.... " Y o solo basto.... Muere , infame negro." Un ay profundo, y el pesado golpe Sonó en seguida de quien cae al suelo, Y un bulto blanco ante Mudarra sale, Y de un desnudo alfanje el centelleo. Asesino ! asesino ! " el joven grita, Y al fantasma se arroja con denuedo, Pues fantasma parece su enemigo, De pié á cabeza en un barnuz envuelto. Trábase horrenda lid : solo retumba De ambas cuchillas el sonoro encuentro : El incógnito pone gran cuidado En encubrirse y en guardar silencio. Fuerte en las armas es, y ágil pelea Con ira tal y con furor tan ciego, Que mas que defenderse, herir procura, Y tiene al joven en terrible aprieto. Mas este que ocupado en su defensa. Ve que reputación pierde y terreno, Pára con la siniestra un tajo, y pone La aguda punta del contrario al pecho ; . Del contrario tenaz, que furibundo Se arroja sin pensar sobre el acero, De negra sangre cálido torrente Del traspasado corazón vertiendo. Súbito el hierro matador retira Asustado Mudarra : hondo silencio Reinó un instante : un hórrido alarido Lanzó el feroz fantasma, y cayó muerto. El j oven retrocede horrorizado; Mas su noble valor recobra luego, Y quiere conocer al enemigo Que en tal peligro y trance tal le ha puesto. Se acerca palpitante, desenvuelve El rostro que el barnuz tiene aun cubierto, Y á un rayo de la luna que resbala Por rotas nubes, reconoce.... oh cielos! Al cruel Giafar, al padre de Kerima, Al primer personaje del imperio. No sabe dónde está, torna á mirarle; De su cabeza erízase el cabello ; Queda cual joven escolar de un mago, Que ignorante en los libros del maestro. Halla un conjuro, y sin pensarlo evoca Sombra infernal ó aterrador espectro. Alzase de repente, y á la Albaida Huye veloz, como cobarde ciervo, Que estando descuidado en el arroyo, Ve aparecer al tigre carnicero.
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por Isabel que cree, por Cristóbal que sueña y Velázquez que pinta y Cortés que domeña;
7
2
Preciosa, llena de miedo, entra en la casa que tiene, más arriba de los pinos, el cónsul de los ingleses. Asustados por los gritos tres carabineros vienen, sus negras capas ceñidas y los gorros en las sienes. El inglés da a la gitana un vaso de tibia leche, y una copa de ginebra que Preciosa no se bebe. Y mientras cuenta, llorando, su aventura a aquella gente, en las tejas de pizarra el viento, furioso, muerde.
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19
y moros de Argel, piratas, entre calas y recodos, donde después salen todos, tienen ocultas fragatas;
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4
Ven, noche amiga; ven, y con tu manto mi amor encubre y la esperanza mía; ven, y mi planta entre tus sombras guía a ver de Clori el peregrino encanto;
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4
Quiero contarte en la tierna mañana con mi rocío
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3
Y tu caballo blanco, que miró el visionario, pase. Y suene el divino clarín extraordinario. Mi corazón será brasa de tu incensario.
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3
En estos tres la gala y el aviso cifró cuanto de gusto en sí contienen, como su ingenio y obras dan aviso.
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3
Tú me tiés á mi como San Lorenzo; achicharrao por un lao y otro y siempre contento.
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4
Rindiendo sus dos luceros hermosos, negros y graves, con dulce imperio las vidas, por feudo las libertades.
0
4
¿Qué es lo que me tiene loca? tu boca. Tu ardiente piel de canela, anhela con prontitud y en porfía, la mía Con tu sagaz picardía quiero que abrases mi piel, sé que, de gotas de miel tu boca anhela la mía.
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10
¡Theos, Sabaoth! me levanto diciendo, y el ínclito nombre de Dios, ¡Elión!, el cual invocado, la triste visión bate sus alas con furia gimiendo. Mi sacro Maestro me dice riendo: Y cómo no miras las bestia que gime, y cómo su cola no menos esgrime por levantarse, lo tal no sufriendo como tu lengua de nombres exprime!
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9
Si ellas salen a las nueve con un manteo bordado de entre el cambray delicado, como unos copos de nieve;
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4
Retraída está la infanta, bien así como solía, viviendo muy descontenta de la vida que tenía, viendo que ya se pasaba toda la flor de su vida, y que el rey no la casaba, ni tal cuidado tenía. Entre sí estaba pensando a quién se descubriría; acordó llamar al rey como otras veces solía, por decirle su secreto y la intención que tenía. Vino el rey, siendo llamado, que no tardó su venida: vídola estar apartada, sola está sin compañía: su lindo gesto mostraba ser más triste que solía. Conociera luego el rey el enojo que tenía. ¿Qué es aquesto, la infanta? ¿Qué es aquesto, hija mía? Contadme vuestros enojos, no toméis malenconía, que sabiendo la verdad todo se remediaría. Menester será, buen rey, remediar la vida mía, que a vos quedé encomendada de la madre que tenía. Dédesme, buen rey, marido, que mi edad ya lo pedía: con vergüenza os lo demando, no con gana que tenía, que aquestos cuidados tales, a vos, rey, pertenecían. Escuchada su demanda, el buen rey le respondía: Esa culpa, la infanta, vuestra era, que no mía, que ya fuérades casada con el príncipe de Hungría. No quesistes escuchar la embajada que os venía: pues acá en las nuestras cortes, hija, mal recaudo había, porque en todos los mis reinos vuestro par igual no había, si no era el conde Alarcos, hijos y mujer tenía. Convidaldo vos, el rey, al conde Alarcos un día, y después que hayáis comido decidle de parte mía, decidle que se le acuerde de la fe que del tenía, la cual él me prometió, que yo no se la pedía, de ser siempre mi marido, yo que su mujer sería. Yo fui de ello muy contenta y que no me arrepentía. Si casó con la condesa, que mirase lo que hacía, que por él no me casé con el príncipe de Hungría; si casó con la Condesa, del es culpa, que no mía. Perdiera el rey en oírlo el sentido que tenía, mas después en si tornado con enojo respondía: ¡No son éstos los consejos que vuestra madre os decía! ¡Muy mal mirastes, infanta, do estaba la honra mía! Si verdad es todo eso, vuestra honra ya es perdida: no podéis vos ser casada, siendo la condesa viva. Si se hace el casamiento por razón o por justicia, en el decir de las gentes por mala seréis tenida. Dadme vos, hija, consejo, que el mío no bastaría, que ya es muerta vuestra madre a quien consejo pedía. Yo vos lo daré, buen rey, de este poco que tenía: mate el conde a la condesa, que nadie no lo sabría, y eche fama que ella es muerta de un cierto mal que tenía, y tratarse ha el casamiento como cosa no sabida. De esta manera, buen rey, mi honra se guardaría. De allí se salía el rey, no con placer que tenía; lleno va de pensamientos con la nueva que sabía; vido estar al conde Alarcos entre muchos, que decía: ¿ Qué aprovecha, caballeros, amar y servir amiga, que son servicios perdidos donde firmeza no había? No pueden por mí decir aquesto que yo decía, que en el tiempo que serví una que tanto quería, si muy bien la quise entonces, agora más la quería; mas por mí pueden decir: quien bien ama, tarde olvida. Estas palabras diciendo, vido al buen rey que venía, y para hablar con el rey, de entre todos se salía. Dijo el buen rey al conde, hablando con cortesía: Convidaros quiero, conde, por mañana en aquel día, que queráis comer conmigo por tenerme compañía. Que se haga de buen grado lo que su alteza decía; beso sus reales manos por la buena cortesía; detenerme he aquí mañana, aunque estaba de partida, que la condesa me espera según la carta me envía. Otro día de mañana el rey de misa salía; luego se asentó a comer, no por gana que tenía, sino por hablar al Conde lo que hablarle quería. Allí fueron bien servidos como a rey pertenecía. Después que hubieron comido, toda la gente salida, quedóse el rey con el conde en la tabla do comía. Empezó de hablar el rey la embajada que traía: Unas nuevas traigo, conde, que de ellas no me placía, por las cuales yo me quejo de vuestra descortesía. Prometistes a la infanta lo que ella no vos pedía, de siempre ser su marido, y a ella que le placía. Si otras cosas más pasastes no entro en esa porfía. Otra cosa os digo, conde, de que más os pesaría: que matéis a la condesa que cumple a la honra mía; echéis fama que ella es muerta de cierto mal que tenía, y tratarse ha el casamiento como cosa no sabida, porque no sea deshonrada hija que tanto quería. Oídas estas razones el buen conde respondía: No puedo negar, el rey, lo que la infanta decía, sino que otorgo ser verdad todo cuanto me pedía. Por miedo de vos, el rey, no casé con quien debía, no pensé que vuestra alteza en ello consentiría: de casar con la infanta yo, señor, bien casaría; mas matar a la condesa, señor rey, no lo haría, porque no debe morir la que mal no merecía. De morir tiene, el buen conde, por salvar la honra mía, pues no miraste primero lo que mirar se debía. Si no muere la condesa a vos costará la vida. Por la honra de los reyes muchos sin culpa morían, porque muera la condesa no es mucha maravilla. Yo la mataré, buen rey, mas no será culpa mía: vos os avendréis con Dios en la fin de vuestra vida, y prometo a vuestra alteza, a fe de caballería, que me tengan por traidor si lo dicho no cumplía, de matar a la condesa, aunque mal no merecía. Buen rey, si me dais licencia yo luego me partiría. Vayáis con Dios, el buen conde, ordenad vuestra partida. Llorando se parte el conde, llorando, sin alegría; llorando por la condesa, que más que a sí la quería Lloraba también el conde por tres hijos que tenía, el uno era de pecho, que la condesa lo cría; los otros eran pequeños, poco sentido tenían. Antes que llegase el conde estas razones decía: ¡Quién podrá mirar, condesa, vuestra cara de alegría, que saldréis a recebirme a la fin de vuestra vida! Yo soy el triste culpado, esta culpa toda es mía. En diciendo estas palabras la condesa ya salía, que un paje le había dicho cómo el conde ya venía. Vido la condesa al conde la tristeza que tenía, viole los ojos llorosos, que hinchados los traía, de llorar por el camino, mirando el bien que perdía. Dijo la condesa al conde: ¡Bien vengáis, bien de mi vida! ¿Qué habéis, el conde Alarcos? ¿Por qué lloráis, vida mía, que venís tan demudado que cierto no os conocía? No parece vuestra cara ni el gesto que ser solía; dadme parte del enojo como dais de la alegría. ¡Decídmelo luego, conde, no matéis la vida mía! Yo vos lo diré, condesa, cuando la hora sería. Si no me lo decís, conde, cierto yo reventaría. No me fatiguéis, señora, que no es la hora venida. Cenemos luego, condesa, de aqueso que en casa había. Aparejado está, conde, como otras veces solía. Sentóse el conde a la mesa, no cenaba ni podía, con sus hijos al costado, que muy mucho los quería. Echóse sobre los brazos; hizo como que dormía; de lágrimas de sus ojos toda la mesa cubría. Mirándolo la condesa, que la causa no sabía, no le preguntaba nada, que no osaba ni podía. Levantóse luego el conde, dijo que dormir quería; dijo también la condesa que ella también dormiría; mas entre ellos no había sueño, si la verdad se decía. Vanse el conde y la condesa a dormir donde solían: dejan los niños de fuera que el conde no los quería; lleváronse el más chiquito, el que la condesa cría; cerrara el conde la puerta, lo que hacer no solía. Empezó de hablar el conde con dolor y con mancilla: ¡Oh, desdichada condesa, grande fué la tu desdicha! No so desdichada, el conde, por dichosa me tenía; sólo en ser vuestra mujer, esta fué gran dicha mía. ¡ Si bien lo sabéis, condesa, esa fué vuestra desdicha! Sabed que en tiempo pasado YO amé a quien bien servía, la cual era la infanta, por desdicha vuestra y mía. Prometí casar con ella, y a ella que le placía; demándame por marido por la fe que me tenía. Puédelo muy bien hacer de razón y de justicia: díjomelo el rey, su padre, porque de ella lo sabía. Otra cosa manda el rey, que toca en el alma mía: manda que muráis, condesa, por la honra de su hija, que no puede tener honra siendo vos, condesa, viva. Desque esto oyó la condesa cayó en tierra amortecida; mas después en sí tornada estas palabras decía: ¡Pagos son de mis servicios, conde, con que yo os servía! Si no me matáis, el conde, yo bien os aconsejaría, enviédesme a mis tierras que mi padre me ternía; yo criaré vuestros hijos mejor que la que vernía, yo os mantendré lealtad como siempre os mantenía. De morir habéis, condesa, enantes que venga el día. ¡Bien parece, el conde Alarcos, yo ser sola en esta vida; porque tengo el padre viejo, mi madre ya es fallecida, y mataron a mi hermano, el buen conde don García, que el rey lo mandó matar por miedo que del tenía! No me pesa de mi muerte, porque yo morir tenía, mas pésame de mis hijos, que pierden mi compañía; hacémelos venir, conde, y verán mi despedida. No los veréis más, condesa, en días de vuestra vida; abrazad este chiquito, que aqueste es el que os perdía. Pésame de vos, condesa, cuanto pesar me podía. No os puedo valer, señora, que más me va que la vida; encomendaos a Dios que esto hacerse tenía. Dejéisme decir, buen conde, una oración que sabía. Decidla presto, condesa, enantes que venga el día. Presto la habré dicho, conde, no estaré un Ave María. Hincó rodillas en tierra, aquesta oración decía: En las tus manos, Señor, encomiendo el alma mía; no me juzgues mis pecados según que yo merecía, más según tu gran piedad y la tu gracia infinita. Acabada es ya, buen conde, la oración que yo sabía; encomiéndoos esos hijos que entre vos y mí había, y rogad a Dios por mí, mientras tuviéredes vida, que a ello sois obligado pues que sin culpa moría. Dédesme acá ese hijo, mamará por despedida. No lo despertéis, condesa, dejadlo estar, que dormía, sino que os pido perdón porque ya se viene el día. A vos yo perdono, conde, por el amor que os tenía; más yo no perdono al rey, ni a la infanta su hija, sino que queden citados delante la alta justicia, que allá vayan a juicio dentro de los treinta días. Estas palabras diciendo el conde se apercebía: echóle por la garganta una toca que tenía. ¡Socorre, mis escuderos, que la condesa se fina! Hallan la condesa muerta, los que a socorrer venían. Así murió la condesa, sin razón y sin justicia; mas también todos murieron dentro de los treinta días. Los doce días pasados la infanta también moría; el rey a los veinte y cinco, el conde al treinteno día: allá fueron a dar cuenta a la justicia divina. Acá nos dé Dios su gracia, y allá la gloria cumplida.
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Dejemos a los troyanos, que sus males no los vimos, ni sus glorias; dejemos a los romanos, aunque oímos y leímos sus historias; no curemos de saber lo de aquel siglo pasado, qué fue de ello; vengamos a lo de ayer, que también es olvidado como aquello.
16
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Y si algún vapor separa de vos la cuestión que toco avisad vos más un poco, en esta arte fonda cara que mi seso aquí compara invenciones intricadas metáforas tan delgadas a otras gruesas tan infladas por figuras trasformadas que Dios le muestra y depara.
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11
Hay noches y días y madrugadas también de desamparo en que se cierran todos los balcones que daban a la calle —con cancelas de sombra con aldabas de hierro— y nadie escucha latir el corazón de una ciudad enferma que agoniza y nadie siente la herida del deseo y nadie nadie nadie transita por la huella de los besos.
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En la rústica greña yace oculto el áspid, del intonso prado ameno, antes que del peinado jardín culto en el lascivo, regalado seno; en lo viril desata de su vulto lo más dulce el Amor, de su veneno; bébelo Galatea, y da otro paso por apurarle la ponzoña al vaso.
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8
Teñido el cielo de amaranto y grana, la brisa de la tarde entre las flores suspirará también a los rigores de tu amor triste y tu esperanza vana.
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A veces me digo con honda tristeza: ¿Vendrá a mí aún el hada bendita que huyó?... Mi frente surcada, mi cana cabeza y el fuego de mi alma que a helarse ya empieza, responden con mudas palabras: ¡No! ¡No!
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5
Allí se fablaba del monte Parnaso y de la famosa fuente de Gorgón, y del alto vuelo que fizo Pegaso, contando por orden toda su razón; y todo el engaño que fizo Simón allí se decía, como por ejemplo, y de las serpientes vinientes al templo, y cómo se vino el grande Ilión.
2
8
El marido de la bella que nos vende por fïel, vistiéndose aquello, él, que gana desnuda ella, paciente sus labios sella, buscándole ella por eso entre dos plumas de hueso una de oro en rica trenza
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Sépase, pues ya no puedo levantarme ni caer, que al menos puedo tener perdido a Fortuna el miedo.
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4
El líquido cristal que hoy de esta fuente admiras, caminante, el mismo es de Helicona; si pudieres, perdona al paso un solo instante: beberás (cultamente) ondas que del Parnaso a su Vega tradujo Garcilaso.
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Que si los mudos oyesen, por hablar reventarían, y tan bien, si ciegos fuesen, las cosas que nunca viesen ya no las desearían; así que no sentirían de los deseos cuidado porque, cierto, no sabrían desear, ni penarían como yo peno, cuitado.
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Reina el silencia: fúlgidas en tanto, luces de amor, purísimas estrellas, de la noche feliz lámparas bellas, Bordais con oro su enlutado manto.
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4
todo ansia, todo ardor, sensación pura y vigor natural; y sin falsía, y sin comedia y sin literatura...: si hay un alma sincera, esa es la mía.
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4
Allí se tocaba del gentil Narciso, allí de Medusa, allí de Perseo, allí maltrataban la fija de Niso, allí memoraban la lucha de Anteo, allí de la muerte del niño Androgeo, allí de Pasife el testo y la glosa, allí recitaban la saña rabiosa y la conmovida ira de Penteo.
2
8
De Dios vos fue otorgada La muy linda castidad, La cual siempre fue hallada En vos con gran honestad: Hijadalgo bien criada, Hermosa sin fealdad, Vuestro soy siempre y seré.
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7
Tómanla por momentos parasismos; no acierta a pronunciar, y si pronuncia, absurdos hace y forma solecismos.
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3
Aquesta es la condición de las mujeres comuna, pero virtud las repuna, que les consienta razón. Así la parte mayor muchas disponen seguir, e tanto han mejor loor, cuando el defecto mayor ellas merecen venir.
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9
Grande rumor en esto, repentino, Súbita confusión y roncas voces Resonaron en torno, á Ñuño y Lara De sobresalto, dudas y temores Llenando á un tiempo. El ciego los oidos Atento aplica : el otro se dispone Las causas á inquirir, y gira y torna Los ojos en rededor, y entrambos oyen Moros.....morosl g r i t a r , y que se aumentan La a gitacion, los llantos y clamores En Salas toda. Por delante de ellos Varios villanos, pálidos, veloces, Cruzan despavoridos : quién buscando Cercanas breñas y vecinos bosques, En donde refugiar familia y bienes^ Quién á advertir al punto á sus pastores, Que dejando cabañas y rediles Huyan con los ganados á los montesj Quién á esparcir el arma en las aldeas, Y á reunir lanzas y ginetes, corre. Ñuño pregunta en alta voz á algunos La causa de la fuga, y le responden Sin detenerse, que los moros cargan. Con sus huestes cubriendo el horizonte : Nueva que corrobora de la villa El campanario, cuyos huecos bronces A vuelo publicando el arrebato, ~ El viento asordan con sus recios sones. Quedó suspenso Ñuño; pero Lara Al bélico rumor estremecióse, Y animoso exclamó : " ¿Por qué los cielos Me tienen condenado á eterna noche?" Si ojos tuviera yo, (la edad qué importa?) De un caballo ocupara los arzones, Empuñara una lanza, y mis vasallos No huyeran de los moros invasores Del bárbaro Giafar puede que sean Los satélites viles y feroces : De Giafar, que sabiendo estoy ya libre, Quiere que á ser esclavo suyo torne." Ah!....si tuviera vista!" ..." No la tienes," Dijo al momento Ñuño, á quien el nombre De Giafar, y de Lara la ocurrencia Heló la sangre. <No la tienes....ponte," "Ponte, señor, en salvo."Amigo Ñuño," Tranquilo Lara continuó, " y ¿en dónde " O cómo? di.. Moverme puedo apenas " Con mi estrella infeliz estoy conforme." " Corre á tomar noticias mas exactas." Ñuño á dos escuderos llama, y órden Da de que á su señor cuiden y asistan, Y que ni un solo instante le abandonen. Manda poner á punto los caballos, Y que las armas una escolta tome, Y á adquirir por sí mismo la certeza De lo que ocurre, por la villa entróse.
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Cuando vi que la dama estaba tan cambiada, “querer si no me quieren —dije— es buena bobada, contestar si no llaman es simpleza probada; apártome también, si ella está retirada.”
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4
Las quales de que me vieron e sintieron mis pisadas, una a otra se bolvieron bien como maravilladas. "¡O ánimas afanadas, (yo les dixe), que en España nasgistes, si no me engaña la fabla, o fuystes criadas!
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—¡Por fin nuestro amor concluye! —dijo Zela— . Ya lo sabe mi padre; y antes que acabe contigo, Alí, presto le huye. —¿Yo huir? —el negro arguye —¿Yo estar, mi Zela, sin verte? Ya que lo quiere la suerte y mi estrella me amilana, veré a tu padre mañana y ante él me daré la muerte.
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Cuando le diga yo que sí, dirá que no, contrario a mí.
7
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Fatigada del baile, encendido el color, breve el aliento, apoyada en mi brazo, del salón se detuvo en un extremo.
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¡Sacra ceniza! repetí mil veces, ¡Sombra de Filis! si mi pecho adora otra pastora, desde tan horrenda lóbrega noche,
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Y todos cantos vagan, de ti me van mil gracias refiriendo. Y todos más me llagan, y déjame muriendo un no sé qué que quedan balbuciendo.
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de angelicales ceras y labores. Volverás al arrullo de las rejas de los enamorados labradores.
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En los alambres golondrina posada: la del paisaje.
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¿Y Sevilla? ¿Y la ribera Que el Betis fecundo baña Tan florida? Cada ciudad de éstas era Columna en que estaba España Sostenida.
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¿Me das, pues, tu asentimiento? Consiento. ¿Complácesme de ese modo? En todo. Pues te velaré hasta el día. Sí, Mejía Páguete el cielo, Ana mía satisfacción tan entera. Porque me juzgues sincera, consiento en todo, Mejía.
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Al hombre los trabajos Lo hacen humilde; Más las prosperidades Siempre le engríen: Pues la riqueza Rara vez se separa De la soberbia.
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Ya no canta el ruiseñor cantor. Sobre la faz de la tierra tu guerra: se abre el infinito cielo en duelo. Tiene nombre el desconsuelo que me invade cada noche: pesadillas. El reproche del cantor, tu guerra en duelo.
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Cuatro Reales Coronas, en tan maligna idea, con traición seducidas entran, sin advertirlo su inocencia.
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la morada que viste luto su puerta abra al púrpureo y ardiente vibrar de tu palabra:
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A mí no convienen aquellos favores de los vanos dioses, ni los invocar, que vos, los poetas y los oradores llamados al tiempo de vuestro exhortar; que la justa causa me presta logar, y maternal rabia me vuelve elocuente, porque a ti, preclaro y varón esciente, explique aquel hecho que puedas contar.
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Entonces... cuando el lucero brillaba en el cielo santo y los gallos con su canto la madrugada anunciaban, a la cocina rumbiaba el gaucho... que era un encanto.
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Doncella, set vos la lanza De Aquiles, que si me hería, Prestamente convertía La dolor en bienandanza. Mi bien y mi contemplanza, Si hirió con vuestra presencia, No tarde vuestra clemencia Con saludable esperanza.
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Al tocar esparcía Aromas del rosal De la Virgen María.
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Entre las montañas que alumbra la luna traza un aquelarre su ronda nocturna, y repercutiendo en las peñas abruptas resuena en el aire el son de una música. Al genio evocadas de humana locura saltan de las fosas y dejan la tumba Mitrídates, Safo, Cleopatra la impura, Elena arrastrando la espléndida túnica, la vil Mesalina, la Cava perjura, y reyes y vates y egregias figuras de siglos y edades barajan y juntan; tropel anacrónico que en mezcla confusa rompe de la historia las páginas mudas, y en ronda macábrica serpea y ondula entre un oleaje de flores y plumas.
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Esa hermosa compañera de Titón se demostraba, y sus fustas las bogaba en contra nuestra rivera; y la más confina esfera a los mortales sentía la matinal alegría, maguer fuese postrimera.
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Corazon gastado, mofa De la mujer que corteja, Y, hoy despreciándola, deja La que ayer se le rindió. Ni el porvenir temió nunca. Ni recuerda en lo pasado La mujer que ha abandonado, Ni el dinero que perdió.
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