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Lope de Vega
Dulce Jesús de mi vida, ¡qué dije!, espera, no os vais: que no es bien que vos seáis de una vida tan perdida. Pero si no sois de mí, yo, mi Jesús, soy de vos, porque quiero hallar en Dios esto que sin Dios perdí. Mas ya vuelvo a suplicaros que de mi vida seáis: que si vos no me la dais, no tendré vida que daros. Deseo daros mi vida, y sin vos no es daros nada, porque con vos va ganada, cuanto sin vos va perdida. Muérome de puro amor por llamaros vida mía: que la que sin vos perdía, ya no la tengo, Señor. Pues vuestra piedad me adiestra como a oveja reducida, quiero llamaros mi vida, aunque he sido muerte vuestra. Vida mía, en este día me habréis de hacer un favor; ¡oh, qué bien me va, Señor, con llamaros vida mía! Luego que vida os llamé, a pediros me atreví, porque el regalo sentí que en vuestro brazos hallé. Y es que jamás permitáis que otra vida sin vos tenga: que no es bien que a vivir venga vida donde vos no estáis. ¡Ay Jesús! ¿Cómo viví sólo un momento sin vos? Porque si la vida es Dios, ¿qué vida quedaba en mí? ¡Qué cosas tuve por vida tan miserables y tristes! ¿Es posible que pudistes sufrir cosa tan perdida? Pero sospecho, mi Dios, que fue permitirlo así, para que viesen en mí qué sufrimiento hay en vos. Pero no lo habéis perdido, ¡oh soberana piedad!, pues conozco mi maldad por lo que me habéis sufrido. Porque sé de aquel vivir, como si Dios no tuviera: que quien menos que Dios fuera no me pudiera sufrir. ¡Qué de veces os negué por confesar mi locura a la fingida hermosura, donde no hay verdad ni fe! Si la vuestra en la cruz viera, ¡ay Dios y cuánto os amara! ¡Qué de lágrimas llorara, qué de amores os dijera! No sé, mi bien, qué os tenéis, que todo me enamoráis, o es que, como abierto estáis, mostráis lo que me queréis. Amenazado de vos, parece que no os temí, y lleno de sangre sí; decid, ¿qué es esto, mi Dios? ¡Oh qué divinos colores os hace esa sangre fría! ¡Oh cómo estáis, vida mía, para deciros amores!
SOLILOQUIO I
Melchor de Palau
Muda la lira en la indolente mano; desceñida la túnica; en el aire la flotante abundosa cabellera, que ya no logra sujetar el mustio laurel de Dafne, sube la Poesía a paso lento el Léucade riscoso; buscando va la muerte que halló un tiempo de Mitylene la poetisa augusta: breve instante reposa; atrás contempla y ve razas y pueblos sucederse; por doquiera se mira reflejada, siempre su luz iluminando el cuadro; jovial sonrisa en las alegres fiestas, lágrima dulce en las luctuosas horas; mira lo porvenir, lo ve sombrío, y prosigue el sendero; al ardua cumbre llega por fin; las aguas acaricia con su mirada virginal, y lanza a los vientos su canto postrimero: «Sacerdotisa de la cipria Diosa: eolia Musa, de celeste numen; cantora de Eros; en amor maestra; mísera Safo. Faón un día desoyó tus versos; esquívó el beso tu labio ardiente, y tú orgullosa demandaste al onda tumba y olvido. También hoy vengo a que la diva Tetis cabe tu cuerpo reposar me deje; también el mundo mi canción desoye, huye mi halago. Las sacras aras, donde yo oficiaba, por tierra yacen en pedazos rotas; ya de Himeneo a celebrar las fiestas nadie me invita. Ya se ha secado la Castalia fuente; de abierta concha ya no surge Venus: ávido el hombre sólo en ellas busca nítidas perlas. Ya no arrebata Prometeo al cielo la luz y el fuego que doquiera brotan; y, en vez de ondinas, codiciosos buzos surcan las aguas. Bella nereida en regolfado río, que el cauce deja para dar impulso a la rodante maquinaria activa, ya nunca mora. Cupido alado, sin vendar los ojos, con oro trata de llenar su aljaba, para rendir el corazón humano única flecha. Los altos bosques la segur abate, para abrir campo a la ferrada vía; ya del Dios Pan reemplaza al caramillo, silbo estridente. Nuevo Pegaso por los aires vuela, y gañán torpe de pelambre hirsuta abandonada del pastor de Arcadia vive en la choza. Cayó el castillo que albergara al bardo, el son perdióse de la blanda guzla; para escucharle, al ajimez morisco nadie se asoma. Dejó el querub la sideral vivienda, que el anteojo escrutador invade, y hacia Otros cielos dirigió las alas, lejos, muy lejos. La gran corriente, que convierte en ruina lo que delicia de las gentes era, mantos no arrastra de fecundo limo, do broten flores. Nada vislumbro que a cantar me incite en este siglo para mí en tinieblas; cuando la noche su negrura extiende callan las aves. La indiferencia me atosiga el alma, todos me infligen dolorosa muerte, la más tirana que pudieran darme: la del desprecio. Por eso anhelo que las aguas sean blando Leteo a mi mortal angustia; cual tú sentida, si cual tú celosa, a ellas acudo. Mas ¡cuán distintos los adversos hados! en torno tuyo, en armonioso coro, las condolidas por tu suerte infausta, hijas de Lesbos. En torno mío soledad penosa, y allá a lo lejos zumbador murmullo que, en su fatiga, forma inquieto el siglo que me rechaza. Y tú, Anfitrite, que en la mar dominas, acoge pía mi anhelante queja: a mi contacto las voraces ondas abre, te ruego. No quiero, no, que con sarcasmo el mundo prorrumpa al ver me abandonada y triste: «esa que veis de túnica harapienta fue la Poesía.» Un suspiro lanzaron de consuno ella y la lira; al agua abalanzóse, cuando—Detente y mi palabra escucha— con voz entre imperiosa y suplicante, gentil matrona de gallardo aspecto dijo, tendiendo los desnudos brazos. —Diosa o mortal, ¿quién eres que retardas el cumplimiento de marcado sino? —Tu compañera soy, yo soy la Ciencia. —¡Minerva tú! ¿Dó el casco refulgente? ¿Dó la heridora lanza y el escudo? —No soy la diosa que brotó con armas de la frente de Júpiter Tonante; yo nací del cerebro de los sabios, en nocturnas vigilias engendrada; si al mar quieres bajar, baja conmigo, mas no rompiendo las cerúleas ondas, sino en ictíneo previsor, que encierra vital aliento en reducido espacio, y una vez agotado lo fabrica; allí las penatulas luminosas; las estrellas de mar en copia inmensa; el pez-luna asomando en lontananza; la nublosa fosfórea superficie y del torpedo los mortales rayos, te mostrarán que en las verdosas aguas, do los astros nocturnos se reflejan, existe un duplicado firmamento, objeto digno a tu sonante lira. Contemplarás los peces plateados en los ramajes del coral posarse; las conchas que a la mar las sales roban para nidal de las variadas perlas; las medusas viajando en las corrientes; las sinuosas oceánicas honduras corresponderse en armonioso ritmo con las cadenas de los altos montes, que con nubes completan su tocado, el argonauta audaz que enseñó al hombre el arte de nadar; la hidra asombrosa que la de Lerma por modelo tuvo; las islas madrepóricas formarse; y escucharás los peces cantadores que tomaste por lúbricas sirenas. Pasto hallará tu inspiración sublime doquier que vuelvas los ansiosos ojos; Colón descubrió un mundo al otro lado, otro resta en el fondo de las aguas. Dejando el regio alcázar de Neptuno, del orbe seguir puedes la raigambre y el Nilo allí explorar de la existencia, hasta su ignoto origen remontando. Merced al telescopio, el alto cielo conmigo escalarás; ebrias de gozo, de los planetas de la tierra hermanos el hálito vital aspiraremos, y, cruzando su atmósfera tranquila, el pie descansaremos breve instante, atraídas, aún más que por su masa, por el fuerte poder de su hermosura. Tu mirada sutil, si desparecen a mi soplo las brumas, ¡cuántos, cuántos verá surgir lumbrosos horizontes! ¿Qué vale el cielo, cuya ausencia lloras, manto azul que de estrellas salpicado formaba el techo de la tienda humana, en parangón con el que allí descubras, etéreo mar sin fondo ni riberas, donde flotan los soles a porfía, y en el que es nuestro globo un diminuto grano de opaca arena? En moldes nuevos vaciar debes tus obras inmortales; con hilos del telégrafo reemplaza las ya insonoras cuerdas del salterio. Canta la selección de aves y flores, que es un himno entonar a la belleza, copiosa fuente de vital progreso, fecunda ley que hasta el reptil acata. Comienza la epopeya del trabajo, que, a Dios alzando vaporoso incienso, las montañas enrasa con los valles, los cauces endereza tortuosos, y da a beber al arenal enjuto. Canta el hombre, luciérnaga rastrera que con el fuego de su mente alumbra, y a cumplir nace las arcanas leyes de mejorarse, mejorando el mundo. De la Ciencia los mártires ensalza; hora es de que sus cuerpos venerandos dejen las catacumbas del olvido. Canta la edad de piedra y la del hierro; las embrionarias nebulosas canta; canta el beso reciente de dos mares; de los espacios convertida en buzo, sondea sus prodigios; canta el verbo por haces luminosos transportado; la vida amamantándose en la muerte; del piélago y la luna los amores; el horrible tardío nacimiento del Pirene y del Alpe; los suspiros de lava incandescente; el nuevo coro que en su labor las máquinas entonan; la materia radiante que hace gala del nervioso poder del cuarto estado; los núcleos de infusorios tan temibles como un día los fieros mastodontes; canta el vapor que absorbe las distancias; el fonógrafo canta, que eterniza los ecos de amorosos juramentos; canta el sol que a los prismas espectrales ha confiado el secreto de su esencia; de los átomos canta el oleaje; y el progreso que lento peregrina, quizá influido en su triunfal carrera por las terreo-magnéticas corrientes, que palpitante brújula señala. En olvido no pongas a esos hombres herederos del don de los milagros, Edison y Graham-Bell; ni al Padre Secchi, que en el cielo vivió desde la tierra, y hoy en la tierra vive desde el cielo: a Nordenskj y a Livingstone no olvides, qué, sólo por mi amor, han recorrido del Polo Norte la cabeza cana y el virgen corazón de África ardiente. Yo de ti necesito, amada mía, como la flor los plácidos colores para atraer la vaga mariposa, que, entre el polvillo de sus tenues alas, lleve a otra flor el polen fecundante. Tú endulzarás mis horas de amargura, cual del pueblo de Dios el cautiverio; tú cubrirás mi desnudez austera con tus leves cendales, que embellecen, mal velando, los mórbidos contornos; alados nacerán mis pensamientos; encenderás la ardiente fantasía, telescopio del sabio en cuyas sienes pondrás el lauro que tus manos tejan, envuelto en los fulgores de tu nimbo, ascenderá a la cumbre de la gloria. Ya la Industria y el Arte se enlazaron, presto sigamos tan fecundo ejemplo: yo seré la materia, tú el espíritu; o el fuego, tú la luz que de él emana; yo el análisis frío, tú la síntesis que con las flores bellas forma el ramo; yo la roca, tú el águila que afirma la planta en ella al remontarse al cielo; yo la raíz y el tronco, tú las ramas do posen las canoras avecillas. Tú serás la intuición, yo el raciocinio; tú la meta lejana, yo el atleta que al fin la alcanza a su fatiga en premio; tú la hipótesis, lampo fulguroso, yo el caminante que en oscura noche busca a su luz la suspirada senda. Cual dos abejas en vergel ameno, aunadas volaremos, con hartura libando sus dulzores virginales, para una miel labrar muy más sabrosa que la de Himeto, hasta a los Dioses grata. Los ídolos, por tierra derribados, que formaron tus juegos infantiles consérvalos en clásico museo pero no en el altar; no los invoques, y parcamente a su consejo acude; ¡a qué pedir belleza a la mentira si en campos de verdad brota espontánea! si esos mundos que miras rutilantes son granos de semilla, que contienen la balsámica flor de la hermosura, si el corneta fugaz, y el rayo inquieto, y el arco iris, y la láctea vía, renglones son del inmortal poema que, festejando la creación naciente, escribió Dios en el inmenso espacio, y que ya deletrear consigue el hombre Calló la Ciencia; con intenso anhelo arrojose en sus brazos la Poesía, y, un ósculo al cambiarse cariñoso, la lira muda en la indolente mano, a sonar comenzó, cual arpa eolia del verde ramo de un laurel colgada.
La poesía y la ciencia
Ramón María del Valle-Inclán
¡Tan! ¡Tan! ¡Tan! Canta el martillo, el garrote alzando están, canta en el campo un cuclillo, y las estrellas se van al compás del estribillo con que repica el martillo: ¡Tan! ¡Tan! ¡Tan! El patíbulo destaca trágico, nocturno y gris, la ronda de la petaca sigue a la ronda de anís, pica tabaco la faca y el patíbulo destaca sobre el alba flor de lis. Áspera copla remota que rasguea un guitarrón se escucha. Grito de jota del morapio peleón. El cabileño patriota canta la canción remota de las glorias de Aragón. Apicarada pelambre al pie del garrote vil, se solaza muerta de hambre. Da vayas al alguacil, y con un rumor de enjambre acoge hostil la pelambre a la hostil Guardia Civil. Un gitano vende churros al socaire de un corral, asoman flautistas burros las orejas al bardal, y en el corro de baturros el gitano de los churros beatifica al criminal. El reo espera en capilla, reza un clérigo en latín, llora una vela amarilla, y el sentenciado da fin a la amarilla tortilla de yerbas. Fue a la capilla la cena del cafetín. Canta en la plaza el martillo, el verdugo gana el pan, un paño enluta el banquillo. Como el paño es catalán, se está volviendo amarillo al son que canta el martillo. ¡Tan! ¡Tan! ¡Tan!
GARROTE VIL
Manuel del Cabral
Por escupir secretos en tu vientre, por el notario que juntó nuestros besos con un lápiz, por los paisajes que quedaron presos en nuestra almohada a trinos desplumados, por la pantera aún que hay en un dedo, por tu lengua que de pronto desprecia superficies, por las vueltas al mundo sin orillas en tu ola con náufragos: tu vientre; y por el lujo que se dan tus senos de que los limpie un perro que te lame, un ángel que te ladra si te vistes, cuatro patas que piensan cuando celan; todo esto me cuesta solamente tu cuerpo, un volumen insólito de sueldos regateados, un ponerme a coser silencios rotos, un ponerme por dentro detectives, cuidarme en las esquinas de tu origen, remendar mi heroísmo de fonógrafo antiguo, todo el año lavando mis bolsillos ingenuos, atrasando el reloj de mi sonrisa, haciendo blanco el día cuando llega visita, poniendo gramática a tus ruidos, poniendo en orden el manicomio cuerdo de tu sexo; déjame ahora que le junte mis dudas a la escoba, quiero quedarme limpio como un plato de pobre; tú, que llenaste mi sangre a caballos, tú, que si te miro me relincha el ojo, dobla tu instinto como en una esquina y hablemos allí solos, sin el uso, sin el ruido del alquilado mueble de tu cuerpo.
EL MUEBLE
Gabriela Mistral
¿Cómo quedan, Señor, durmiendo los suicidas? ¿Un cuajo entre la boca, las dos sienes vaciadas, las lunas de los ojos albas y engrandecidas, hacia un ancla invisible las manos orientadas? ¿O Tú llegas después que los hombres se han ido, y les bajas el párpado sobre el ojo cegado, acomodas las vísceras sin dolor y sin ruido y entrecruzas las manos sobre el pecho callado? El rosal que los vivos riegan sobre su huesa ¿no le pinta a sus rosas unas formas de heridas? ¿No tiene acre el olor, sombría la belleza y las frondas menguadas de serpientes tejidas? Y responde, Señor: Cuando se fuga el alma por la mojada puerta de las largas heridas, ¿entra en la zona tuya hendiendo el aire en calma o se oye un crepitar de alas enloquecidas? ¿Angosto cerco lívido se aprieta en torno suyo? ¿El éter es un campo de monstruos florecido? ¿En el pavor no aciertan ni con el nombre tuyo? ¿O van gritando sobre tu corazón dormido? ¿No hay un rayo de sol que los alcance un día? ¿No hay agua que los lave de sus estigmas rojos? ¿Para ellos solamente queda tu entraña fría, sordo tu oído fino y apretados tus ojos? Tal el hombre asegura, por error o malicia; mas yo, que te he gustado, como un vino, Señor, mientras los otros siguen llamándote Justicia, ¡no te llamaré nunca otra cosa que Amor! Yo sé que como el hombre fue siempre zarpa dura; la catarata, vértigo; aspereza, la sierra. ¡Tú eres el vaso donde se esponjan de dulzura los nectarios de todos los huertos de la Tierra!
Interrogaciones
Mario Benedetti
No existe esponja para lavar el cielo pero aunque pudieras enjabonarlo y luego echarle baldes y baldes de mar y colgarlo al sol para que se seque siempre faltaría el pájaro en silencio no existen métodos para tocar el cielo pero aunque te estiraras como una palma y lograras rozarlo en tus delirios y supieras al fin como es al tacto siempre te faltaría la nube de algodón no existe un puente para cruzar el cielo pero aunque consiguieras llegar a la otra orilla a fuerza de memoria y pronósticos y comprobaras que no es tan dificil siempre te faltaría el pino del crepusculo eso es por que se trata de un cielo que no es tuyo aunque sea impetuoso y desgarrado en cambio cuando llegue al que te pertenece no lo querrás lavar ni tocar ni cruzar pero estarán el pájaro y la nube y el pino.
Otro cielo
Mario Benedetti
Señoras y señores hoy trataremos del imperialismo tema difícil si los hay y a veces engorroso de sitiar en sólo media hora de pésimas noticias en consecuencia intentaré abordarlo tal como en un pasado alegre y misterioso se solía abordar los bajeles piratas quiero decir de un modo irregular digamos por ejemplo que una campana suena a lo lejos mansa y purifica el diálogo y se queda como el sol en las copas de los árboles a pesar del calor el horizonte se pone su bufanda y unos pájaros sueltos y agilísimos la recorren y no son golondrinas nada de eso es el imperialismo digamos por ejemplo que una muchacha quiebra la mañana con sus caderas móviles sus ojos perentorios sus labios de cosecha su paso que no pasa y el muchacho espera invencible y modesto la incluye en su destino la estudia poro a poro y así centineleándola se atreve o no se atreve tampoco eso es el imperialismo digamos por ejemplo que un niño escucha el mundo y decidiéndose le echa su bocanada de candor aprende cómo son sus pies y se los come discute con el techo y lo convence llora para variar y porque sabe que a su alarido comparece el seno con su promesa láctea y esa piel que le gusta sentir junto a los párpados y sabe que es feliz aunque no sepa qué precio va a pagar o qué desprecio tampoco eso es el imperialismo digamos por ejemplo que un viejo está aprendiendo el alfabeto y clave en su memoria los diptongos y las esdrújulas que son tan cómodas porque llevan acento indiscutible tiene rostro de cuáquero este viejo pero el alma la tiene de resorte y escribe llubia porque en su campito nunca vio que lloviera con ve corta tampoco eso es el imperialismo digamos por ejemplo que una máquina late en el delirio dice ruidosamente su producto y las manos lo ayudan lo enderezan lo limpian lo acicalan y lo envasan manos que se conocen hace años y hace años se mojan y se secan se dan la bienvenida y los adioses se preguntan se llaman se responden se apoyan en la máquina materna que dice su producto y carraspea y cuando las ve juntas veteranas suelta dos o tres lágrimas de aceite tampoco eso es el imperialismo digamos por ejemplo que en la serena noche conyugal la pareja hizo un hijo porque le dio la gana y le ha dado la gana porque sabe que un hijo es el profeta cotidiano irá anunciándolos de sol a sol irá diciendo a todos que es un hijo y se alimentará con insolente apetito y probará la patria como si fuera pan caliente y nuevo tampoco eso es el imperialismo digamos por ejemplo que la frontera pierde sus aduanas y hasta nos invadimos los unos a los otros nos prestamos volcanes y arroyitos y cobre y antropólogos y azúcar y lana y proteínas y arcoiris y alfabetizadores y durmientes y poetas y prosistas y petróleo y el contrabando queda para el viento y para los amantes migratorios tampoco eso es el imperialismo digamos por ejemplo que la lluvia y el sol nos pertenecen también el sobrecielo y el subsuelo las provincias de nuestro corazón y el territorio de nuestro trabajo somos iguales ante los iguales en un mundo de pares y sin otros una linda locura de los cuerdos y cierta estratagema de justicia vamos poniendo tildes a presagios que se cumplieron o se están cumpliendo en un comienzo fuimos sólo islas ahora somos urgentes archipiélagos tampoco eso es el imperialismo y digamos por último que tenemos la noche y nuestra casa y un reloj que no cuenta hacia la muerte la ciencia avanza tanto que ha logrado aislar el virus de la xenofobia y la patria es ahora un salado bautismo que va de mar a mar y los abismo siguen existiendo aunque nadie se arroje a su silencio siempre es duro vivir pero se vive dentro de las esclusas de la vida y una vez más afirmo nada de esto es el imperialismo confío no haber sido demasiado sectario en el enfoque teórico del tema señoras y señores acaba de avisarme un compañero que afuera nos esperan los señores gendarmes tal vez para brindarnos alguna clase práctica deseémonos coraje y buena suerte he dicho muchas gracias
Teoría y práctica
Miguel de Unamuno
Horas serenas del ocaso breve, cuando la mar se abraza con el cielo y se despierta el inmortal anhelo que al fundirse la lumbre, la lumbre bebe. Copos perdidos de encendida nieve, las estrellas se posan en el suelo de la noche celeste, y su consuelo nos dan piadosas con su brillo leve. Como en concha sutil perla perdida, lágrima de las olas gemebundas, entre el cielo y la mar sobrecogida el alma cuaja luces moribundas y recoge en el lecho de su vida el poso de sus penas más profundas.
Horas serenas del ocaso breve
Juan Ramón Mansilla
Carnales tras las últimas casas, ebrias a las tres en un bar, errantes en la marcha de un tren. Quizá alguien busque un petirrojo en la enramada, huellas en el barro, lugares más allá de la distancia. Alguien con otra forma de mirar, otro fondo de escena y la misma sospecha de estar equivocado mientras la noche cae y se enciende una luz dejándonos indeciblemente solos.
Ventanas
Luis de Góngora
Por tu vida, Lopillo, que me borres Las diez y nueve torres del escudo, Porque, aunque todas son de viento, dudo Que tengas viento para tantas torres. ¡Válgame los de Arcadia! ¿No te corres Armar de un pavés noble a un pastor rudo? ¡Oh tronco de Micol, Nabal barbudo! ¡Oh brazos Leganeses y Vinorres! No le dejéis en el blasón almena. Vuelva a su oficio, y al rocín alado En el teatro sáquenle los reznos. No fabrique más torres sobre arena, Si no es que ya, segunda vez casado, Nos quiere hacer torres los torreznos.
A LA ARCADIA
Pedro Salinas
Tersa, pulida, rosada ¡cómo la acariciarían, sí, mejilla de doncella! Entreabierta, curva, cóncava, su albergue, encaracolada, mi mirada se hace dentro. Azul, rosa, malva, verde, tan sin luz, tan irisada, tardes, cielos, nubes, soles, crepúsculos me eterniza. En el óvalo de esmalte rectas sutiles, primores de geometría en gracia, la solución le dibujan, sin error, a aquel problema propuesto en lo más hondo del mar. Pero su hermosura, inútil, nunca servirá. La cogen, la miran, la tiran ya. Desnuda, sola, bellísima la venera, eco de mito, de carne virgen, de diosa, su perfección sin amante en la arena perpetúa.
LA CONCHA
Jordi Doce
Huraña luz de enero, aún recuerdo tu resplandor sin nadie, el frío del azul en la garganta, el aliento helador con que el silencio salía a recibirnos, la equívoca extensión del alba camino de la escuela y el desmonte, entre zanjas y charcos al azar que contenían otro cielo hecho de fugas, ráfagas, reflejos, como un río se esconde bajo tierra y la cruza o devora, aguas de claridad tumultuosa, secretas desazones que atraviesan los años y bañan, emergidas, otro enero, otro invierno, mientras vago sin rumbo por las calles de Sheffield, y descubro, o creo descubrir, bajo la tela cárdena del día, la misma luz, la misma sombra huraña, como una geometría de aristas y vacíos que ordenara el ladrillo locuaz de las fachadas, el hormigón cubierto de verdín de los muros, el asfalto de los aparcamientos donde pasea el niño que fui, que soy aún, rumbo a no sé qué escuela de la que nadie nunca me avisara.
Otros inviernos
Mario Meléndez
Para qué comprar libros de versos si tengo la poesía en mi casa Es una navidad de palabras no regaladas aún un verdadero cumpleaños sin velas y sin torta sin invitados a la mesa Yo soy el festejado el importante todos los días del año Desde mi catre cuelgan apellidos sociedades que la tierra inaugura y me entrega a pedazos religiones como serpentinas abrazos fermentados o encubiertos Como accionista mayoritario de la poesía desayuno, almuerzo y ceno en cada página que escribo me bajo los pantalones si deseo entre oda y oda me tiro el pelo resucitándome esperando que las ideas reboten en las ventanas y se amontonen en mi cuerpo Respiro poemas por las orejas mi sudor es poesía cuando abro las piernas cuando orino y mojo mis zapatos cuando estornudo Las sillas hicieron mi antología las toallas encuadernaron mi obra las hormigas tradujeron a su lengua lo que salía de mi boca las arañas enredaron papel y pluma el suelo se preocupó de autografiar cada mancha cada punta de ojo derramada y viva Mañana preguntaré mi nombre en las ciudades en los muelles, en las poblaciones mañana recorreré mercados y edificios a medio terminar mañana me sentaré a la mesa con todos los verbos y con un libro de versos recién comprado.
Inventario nocturno
Lope de Vega
[Fragmento] Éste de mis entrañas dulce fruto, con vuestra bendición, oh Rey eterno, ofrezco humildemente a vuestras aras; que si es de todos el mejor tributo un puro corazón humilde y tierno, y el más precioso de las prendas caras, no las aromas raras entre olores fenicios y licores sabeos, os rinden mis deseos, por menos olorosos sacrificios, sino mi corazón, que Carlos era, que en el que me quedó menos os diera. Diréis, Señor, que en daros lo que es vuestro ninguna cosa os doy, y que querría hacer virtud necesidad tan fuerte, y que no es lo que siento lo que muestro, pues anima su cuerpo el alma mía, y se divide entre los dos la muerte. Confieso que de suerte vive a la suya asida, que cuanto a la vil tierra, que el ser mortal encierra, tuviera más contento de su vida; mas cuanto al alma, ¿qué mayor consuelo que lo que pierdo yo me gane el cielo? [...] Y vos, dichoso niño, que en siete años que tuvistes de vida, no tuvistes con vuestro padre inobediencia alguna, corred con vuestro ejemplo mis engaños, serenad mis paternos ojos tristes, pues ya sois sol donde pisáis la luna; de la primera cuna a la postrera cama no distes sola un hora de disgusto, y agora parece que le dais, si así se llama lo que es pena y dolor de parte nuestra, pues no es la culpa, aunque es la causa, vuestra. Cuando tan santo os vi, cuando tan cuerdo, conocí la vejez que os inclinaba a los fríos umbrales de la muerte; luego lloré lo que ahora gano y pierdo, y luego dije: «Aquí la edad acaba, porque nunca comienza desta suerte». ¿Quién vio rigor tan fuerte, y de razón ajeno, temer por bueno y santo lo que se amaba tanto? Mas no os temiera yo por santo y bueno, si no pensara el fin que prometía, quien sin el curso natural vivía. Yo para vos los pajarillos nuevos, diversos en el canto y las colores, encerraba, gozoso de alegraros; yo plantaba los fértiles renuevos de los árboles verdes, yo las flores, en quien mejor pudiera contemplaros, pues a los aires claros del alba hermosa apenas salistes, Carlos mío, bañado de rocío, cuando marchitas las doradas venas el blanco lirio convertido en hielo, cayó en la tierra, aunque traspuesto al cielo. ¿Oh qué divinos pájaros agora, Carlos, gozáis, que con pintadas alas discurren por los campos celestiales en el jardín eterno, que atesora por cuadros ricos de doradas salas más hermosos jacintos orientales, adonde a los mortales ojos la luz excede? ¡Dichoso yo que os veo donde está mi deseo y donde no tocó pesar, ni puede; que sólo con el bien de tal memoria toda la pena me trocáis en gloria! ¿Qué me importara a mí que os viera puesto a la sombra de un príncipe en la tierra, pues Dios maldice a quien en ellos fía, ni aun ser el mismo príncipe compuesto de aquel metal del sol, del mundo guerra, que tantas vidas consumir porfía? La breve tiranía, la mortal hermosura, la ambición de los hombres con títulos y nombres, que la lisonja idolatrar procura, al expirar la vida, ¿en qué se vuelven, si al fin en el principio se resuelven? Hijo, pues, de mis ojos, en buen hora vais a vivir con Dios eternamente y a gozar de la patria soberana. ¡Cuán lejos, Carlos venturoso, agora de la impiedad de la ignorante gente y los sucesos de la vida humana, sin noche, sin mañana, sin vejez siempre enferma, que hasta el sueño fastidia, sin que la fiera envidia de la virtud a los umbrales duerma, del tiempo triunfaréis, porque no alcanza donde cierran la puerta a la esperanza! La inteligencia que los orbes mueve a la celeste máquina divina dará mil tornos con su hermosa mano, fuego el León, el Sagitario nieve; y vos, mirando aquella esencia trina, ni pasaréis invierno ni verano, y desde el soberano lugar que os ha cabido, los bellísimos ojos, paces de mis enojos, humillaréis a vuestro patrio nido, y si mi llanto vuestra luz divisa, los dos claveles bañaréis en risa. Yo os di la mejor patria que yo pude para nacer, y agora en vuestra muerte, entre santos dichosa sepultura; resta que vos roguéis a Dios que mude mi sentimiento en gozo, de tal suerte que, a pesar de la sangre que procura cubrir de noche escura la luz de esta memoria, viváis vos en la mía; que espero que algún día la que me da dolor me dará gloria, viendo al partir de aquesta tierra ajena, que no quedáis adonde todo es pena.
A LA MUERTE DE CARLOS FÉLIX
Bertolt Brecht
1 En aquel día de luna azul de septiembre en silencio bajo un joven ciruelo estreché a mi pálido amor callado entre mis brazos como un sueño bendito. Y por encima de nosotros en el hermoso cielo estival había una nube, que contemplé mucho tiempo; era muy blanca y tremendamente alta y cuando volví a mirar hacia arriba, ya no estaba. 2 Desde aquel día muchas, muchas lunas se han zambullido en silencio y han pasado. Los ciruelos habrán sido arrancados y si me preguntas ¿qué fue de aquel amor? entonces te contesto: no consigo acordarme, pero aun así, es cierto, sé a qué te refieres. Aunque su rostro, de verdad, no lo recuerdo, ahora sé tan sólo que entonces la besé. 3 Y también el beso lo habría olvidado hace tiempo de no haber estado allí aquella nube; a ella sí la recuerdo y siempre la recordaré, era muy blanca y venía de arriba. Puede que los ciruelos todavía florezcan y que aquella mujer tenga ya siete hijos, pero aquella nube floreció sólo algunos minutos y cuando miré a lo alto se estaba desvaneciendo en el viento.
Recuerdo de Marie A.
Lope de Vega
En una playa amena, a quien el Turia perlas ofrecía de su menuda arena, y el mar de España de cristal cubría, Belisa estaba a solas, llorando al son del agua y de las olas. «¡Fiero, cruel esposo!», los ojos hechos fuentes, repetía, y el mar, como envidioso, a tierra por las lágrimas salía; y alegre de cogerlas, las guarda en conchas y convierte en perlas. «Traidor, que estás ahora en otros brazos y a la muerte dejas el alma que te adora, y das al viento lágrimas y quejas, si por aquí volvieres, verás que soy ejemplo de mujeres. Que en esta mar furiosa hallaré de mi fuego la templanza, ofreciendo animosa al agua el cuerpo, al viento la esperanza; que no tendrá sosiego menos que en tantas aguas tanto fuego. ¡Ay tigre!, si estuvieras en este pecho donde estar solías, muriendo yo, murieras; mas prendas tengo en las entrañas mías en que verás que mato, a falta de tu vida, tu retrato». Ya se arrojaba, cuando salió un delfín con un bramido fuerte, y ella, en verle temblando, volvió la espalda al rostro y a la muerte, diciendo: «Si es tan fea, yo viva, y muera quien mi mal desea».
En una playa amena
Octavio Paz
En llamas, en otoños incendiados, arde a veces mi corazón, puro y solo. El viento lo despierta, toca su centro y lo suspende en luz que sonríe para nadie: ¡cuánta belleza suelta! Busco unas manos, una presencia, un cuerpo, lo que rompe los muros y hace nacer las formas embriagadas, un roce, un son, un giro, un ala apenas; busco dentro mí, huesos, violines intocados, vértebras delicadas y sombrías, labios que sueñan labios, manos que sueñan pájaros... Y algo que no se sabe y dice «nunca» cae del cielo, de ti, mi Dios y mi adversario.
Otoño
José Luis Piquero
¿Qué estoy haciendo aquí, qué hacemos todos copa en mano, apurando el indolente pitillo de la fiesta, tan tranquilos y pasándolo bien, como si nada sucediese en el mundo, como si tuviésemos derecho y fuese lógico? Hagamos una pausa. Considero las desdichas del prójimo: una guerra remota, la sequía en las regiones del hemisferio sur, o una explosión en una calle atónita, rompiendo en mil pedazos cuerpos como el mío. Cosas que causan víctimas, monstruosos terremotos, miseria. Y no obstante, ¿acáso es justo que la indiferencia sea cifra de culpabilidad? Sabemos que convierte en inocente a la víctima: haber sido la víctima, estar allí en el momento indicado, naciendo, paseando, siendo uno, como si no existiese una inocencia original, sino sólo complejos resortes del azar que repartiesen inocencias terribles. Es así que el condenado a muerte inspira alguna simpatía. Nos consta que, a su vez, es víctima, instrumento de un designio inescrutable, brazo de otros móviles. Y sobre todo, aquel a quien mató, qué fue sino uno más, otro culpable que cualquier circunstancia expuso un día a mortal inocencia. Por lo tanto la indefensión redime, y al fin somos cada uno de nosotros potenciales víctimas y posibles inocentes, y ser culpables sólo es un estado de probabilidad, como una espera. Y estamos aquí solos, con la carga de la culpable y frágil salvedad, sabiendo que pudimos ser los otros, nacer allí, pasar en ese instante, pero siendo nosotros y aliviados y pasándolo bien, que es lo más lógico. Empuñando la copa y el pitillo como imposible escudo contra el miedo.
Remordimientos en traje de noche
Gustavo Adolfo Bécquer
Mi vida es un erial, flor que toco se deshoja; que en mi camino fatal alguien va sembrando el mal para que yo lo recoja.
Rima LX
Carmen Conde Abellán
¡Cuánto, Señor, te debo por todos los momentos en que pudiste hacerme sufrir y no lo hiciste! Las horas del dolor suman tiempos tan lentos que más que por la edad se enveceje por triste.
CONFORMIDAD
Julio Herrera y Reissig
Señora de mis pobres homenajes débote amor aunque me ultrajes. Góngora Soñé que te encontrabas junto al muro glacial donde termina la existencia, paseando tu magnífica opulencia de doloroso terciopelo oscuro. Tu pie, decoro del marfil más puro, hería, con satánica inclemencia, las pobres almas, llenas de paciencia, que aún se brindaban a tu amor perjuro. Mi dulce amor, que sigue sin sosiego, igual que un triste corderito ciego, la huella perfumada de tu sombra, buscó el suplicio de tu regio yugo, y bajo el raso de tu pie verdugo puse mi esclavo corazón de alfombra.
DECORACIÓN HERÁLDICA
Lope de Vega
«—Ensíllenme el potro rucio del alcaide de los Vélez, denme el adarga de Fez y la jacerina fuerte; una lanza con dos hierros, entrambos de agudos temples, y aquel acerado casco con el morado bonete, que tiene plumas pajizas entre blancos martinetes, y garzotas medio pardas, antes que me vista, denme. Pondréme la toca azul que me dio para ponerme Adalifa la de Baza, hija de Zelín Hamete; y aquella medalla en cuadro que dos ramos la guarnecen con las hojas de esmeraldas, por ser los ramos laureles; y un Adonis que va a caza de los jabalíes monteses, dejando su diosa amada, y dice la letra "Muere"—». Esto dijo el moro Azarque antes que a la guerra fuese, aquel discreto y animoso, aquel galán y valiente, Almoralife el de Baza, de Zulema descendiente, caballeros que en Granada paseaban con los reyes. Trajéronle la medalla, y suspirando mil veces, del bello Adonis miraba la gentileza y la suerte: «—Adalifa de mi alma, no te aflijas ni lo pienses; viviré para gozarte, gozosa vendrás a verme; breve será mi jornada, tu firmeza no sea breve, procura, aunque eres mujer, ser de todas diferente. No le parezcas a Venus, aunque en beldad le pareces, en olvidar a su amante y no respetalle ausente. Cuando sola te imagines, mi retrato te consuele, sin admitir compañía que me ultraje y te desvele; que entre tristeza y dolor suele amor entremeterse, haciendo de alegres tristes como de tristes alegres. Mira, amiga, mi retrato, que abiertos los ojos tiene, y que es pintura encantada, que habla, que vive y siente. Acuérdate de mis ojos, que muchas lágrimas vierten, y a fe que lágrimas suyas pocas moras las merecen—». En esto llegó Gualquemo a decille que se apreste, que daban priesa en la mar que se embarcase la gente. A vencer se parte el moro, aunque gustos no le vencen, honra y esfuerzo lo animan a cumplir lo que promete.
Ensíllenme el potro rucio
Luis de Góngora
Verdes juncos del Duero a mi pastora Tejieron dulce generosa cuna; Blancas palmas, si el Tajo tiene alguna, Cubren su pastoral albergue ahora. Los montes mide y las campañas mora, Flechando una dorada media luna, Cual dicen que a las fieras fue importuna Del Eurota la casta cazadora. De un blanco armiño el esplendor vestida, Los blancos pies distinguen de la nieve Los coturnos que calza esta homicida; Bien tal, pues montaraz y endurecida, Contra las fieras sólo un arco mueve, Y dos arcos tendió contra mi vida.
Verdes juncos del Duero a mi pastora
Vicente García
Quizá porque termine nuestro mundo, Quizá porque perdimos Una oportunidad en otro tiempo, Nos llegará la hora del olvido. Escribimos palabras en la arena. Nos llevarán las olas, y también Irán borrando todas las palabras.
Sobre un tema de Moreno Villa
Ramón de Campoamor
A mi querida prima Jacinta White de Llano, en la muerte de su hija ¡Pobre Carolina mía! ¡Nunca la podré olvidar! Ved lo que el mundo decía viendo el féretro pasar: Un clérigo. Empiece el canto. El doctor. ¡Cesó el sufrir! El padre. ¡Me ahoga el llanto! La madre. ¡Quiero morir! Un muchacho. ¡Qué adornada! Un joven. ¡Era muy bella! Una moza. ¡Desgraciada! Una vieja. ¡Feliz ella! —¡Duerme en paz!—dicen los buenos. —¡Adiós!—dicen los demás. Un filósofo. ¡Uno menos! Un poeta. ¡Un ángel más!
LA OPINIÓN
Luis Cernuda
Cómo llenarte, soledad, sino contigo misma... De niño, entre las pobres guaridas de la tierra, quieto en ángulo oscuro, buscaba en ti, encendida guirnalda, mis auroras futuras y furtivos nocturnos, y en ti los vislumbraba, naturales y exactos, también libres y fieles, a semejanza mía, a semejanza tuya, eterna soledad. Me perdí luego por la tierra injusta como quien busca amigos o ignorados amantes; diverso con el mundo, fui luz serena y anhelo desbocado, y en la lluvia sombría o en el sol evidente quería una verdad que a ti te traicionase, olvidando en mi afán cómo las alas fugitivas su propia nube crean. Y al velarse a mis ojos con nubes sobre nubes de otoño desbordado la luz de aquellos días en ti misma entrevistos, te negué por bien poco; por menudos amores ni ciertos ni fingidos, por quietas amistades de sillón y de gesto, por un nombre de reducida cola en un mundo fantasma, por los viejos placeres prohibidos como los permitidos nauseabundos, útiles solamente para el elegante salón susurrado, en bocas de mentira y palabras de hielo. Por ti me encuentro ahora el eco de la antigua persona que yo fui, que yo mismo manché con aquellas juveniles traiciones; por ti me encuentro ahora, constelados hallazgos, limpios de otro deseo, el sol, mi dios, la noche rumorosa, la lluvia, intimidad de siempre, el bosque y su alentar pagano, el mar, el mar como su nombre hermoso; y sobre todo ellos, cuerpo oscuro y esbelto, te encuentro a ti, tú, soledad tan mía, y tú me das fuerza y debilidad como el ave cansada los brazos de la piedra. Acodado al balcón miro insaciable el oleaje, oigo sus oscuras imprecaciones, contemplo sus blancas caricias; y erguido desde cuna vigilante soy en la noche un diamante que gira advirtiendo a los hombres, por quienes vivo, aún cuando no los vea; y así, lejos de ellos, ya olvidados sus nombres, los amo en muchedumbres, roncas y violentas como el mar, mi morada, puras ante la espera de una revolución ardiente o rendidas y dóciles, como el mar sabe serlo cuando toca la hora de reposo que su fuerza conquista. Tú, verdad solitaria, transparente pasión, mi soledad de siempre, eres inmenso abrazo; el sol, el mar, la oscuridad, la estepa, el hombre y su deseo, la airada muchedumbre, ¿qué son sino tú misma? Por ti, mi soledad, los busqué un día; en ti, mi soledad, los amo ahora.
Cómo llenarte, soledad
Jorge Guillén
¡Beato sillón! La casa corrobora su presencia con la vaga intermitencia de su invocación en masa a la memoria. No pasa nada. Los ojos no ven, saben. El mundo está bien hecho. El instante lo exalta a marea, de tan alta, de tan alta, sin vaivén.
BEATO SILLÓN
Gustavo Adolfo Bécquer
Saeta que voladora cruza, arrojada al azar, y que no se sabe dónde temblando se clavará; hoja que del árbol seca arrebata el vendaval, sin que nadie acierte el surco donde al polvo volverá; gigante ola que el viento riza y empuja en el mar, y rueda y pasa, y se ignora qué playa buscando va; luz que en cercos temblorosos brilla, próxima a expirar, y que no se sabe de ellos cuál el último será; eso soy yo, que al acaso cruzo el mundo sin pensar de dónde vengo ni a dónde mis pasos me llevarán.
Rima II
Pablo Neruda
Fierro negro que duerme, fierro negro que gime por cada poro un grito de desconsolación. Las cenizas ardidas sobre la tierra triste, los caldos en que el bronce derritió su dolor. Aves de qué lejano país desventurado graznaron en la noche dolorosa y sin fin? Y el grito se me crispa como un nervio enroscado o como la cuerda rota de un violín. Cada máquina tiene una pupila abierta para mirarme a mí. En las paredes cuelgan las interrogaciones, florece en las bigornias el alma de los bronces y hay un temblor de pasos en los cuartos desiertos. Y entre la noche negra -desesperadas- corren y sollozan las almas de los obreros muertos.
Maestranzas de noche
José Ángel Valente
Empuja el corazón, quiébralo, ciégalo, hasta que nazca en él el poderoso vacío de lo que nunca podrás nombrar. Sé, al menos, su inminencia y quebrantado hueso de su proximidad. Que se haga noche. (Piedra, nocturna piedra sola.) Alza entonces la súplica: que la palabra sea sólo verdad.
NOCHE PRIMERA
Enrique González Martínez
Vienes a mí, te acercas y te anuncias con tan leve rumor, que mi reposo no turbas, y es un canto milagroso cada una de las frases que pronuncias. Vienes a mí, no tiemblas, no vacilas, y hay al mirarnos atracción tan fuerte, que lo olvidamos todo, vida y muerte, suspensos en la luz de tus pupilas. Y mi vida penetras y te siento tan cerca de mi propio pensamiento y hay en la posesión tan honda calma, que interrogo al misterio en que me abismo si somos dos reflejos de un ser mismo, la doble encarnación de una sola alma.
VIENES A MI
Fray Luis de León
Después que no descubren su lucero mis ojos lagrimosos noche y día, llevado del error, sin vela y guía, navego por un mar amargo y fiero. El deseo, la ausencia, el carnicero recelo, y de la ciega fantasía las olas más furiosas a porfía me llegan al peligro postrimero. Aquí una voz me dice: cobre aliento, señora, con la fe que me habéis dado y en mil y mil maneras repetido. Mas, —¿cuánto desto allá llevado ha el viento?, respondo: y a las olas entregado, el puerto desespero, el hondo pido.
DESPUÉS QUE NO DESCUBREN
Federico García Lorca
Debajo de las multiplicaciones hay una gota de sangre de pato. Debajo de las divisiones hay una gota de sangre de marinero. Debajo de las sumas, un río de sangre tierna; un río que viene cantando por los dormitorios de los arrabales, y es plata, cemento o brisa en el alba mentida de New York. Existen las montañas, lo sé. Y los anteojos para la sabiduría, lo sé. Pero yo no he venido a ver el cielo. He venido para ver la turbia sangre, la sangre que lleva las máquinas a las cataratas y el espíritu a la lengua de la cobra. Todos los días se matan en New York cuatro millones de patos, cinco millones de cerdos, dos mil palomas para el gusto de los agonizantes, un millón de vacas, un millón de corderos y dos millones de gallos que dejan los cielos hechos añicos. Más vale sollozar afilando la navaja o asesinar a los perros en las alucinantes cacerías que resistir en la madrugada los interminables trenes de leche, los interminables trenes de sangre, y los trenes de rosas maniatadas por los comerciantes de perfumes. Los patos y las palomas y los cerdos y los corderos ponen sus gotas de sangre debajo de las multiplicaciones; y los terribles alaridos de las vacas estrujadas llenan de dolor el valle donde el Hudson se emborracha con aceite. Yo denuncio a toda la gente que ignora la otra mitad, la mitad irredimible que levanta sus montes de cemento donde laten los corazones de los animalitos que se olvidan y donde caeremos todos en la última fiesta de los taladros. Os escupo en la cara. La otra mitad me escucha devorando, cantando, volando en su pureza como los niños en las porterías que llevan frágiles palitos a los huecos donde se oxidan las antenas de los insectos. No es el infierno, es la calle. No es la muerte, es la tienda de frutas. Hay un mundo de ríos quebrados y distancias inasibles en la patita de ese gato quebrada por el automóvil, y yo oigo el canto de la lombriz en el corazón de muchas niñas. óxido, fermento, tierra estremecida. Tierra tú mismo que nadas por los números de la oficina. ¿Qué voy a hacer, ordenar los paisajes? ¿Ordenar los amores que luego son fotografías, que luego son pedazos de madera y bocanadas de sangre? No, no; yo denuncio, yo denuncio la conjura de estas desiertas oficinas que no radian las agonías, que borran los programas de la selva, y me ofrezco a ser comido por las vacas estrujadas cuando sus gritos llenan el valle donde el Hudson se emborracha con aceite.
New York
Víctor Botas
Más de una hora inquieto, tratando de encontrarla por las calles, apostado en sitios estratégicos —esquinas en teoría casi inevitables, húmedos bares de tres al cuarto, paradas de autobuses… qué se yo— y ahora, ahora estaba ahí, tranquila, tan campante, guapísima, del otro lado del cristal. La había visto de lejos —de muy lejos diría, para estos ojos miopes con que ando— Ahí está ahí está, pensé, y se agitó mi espíritu lo mismo que se agitan las aguas tristes de los lagos con la brisa de otoño. Era el momento, esa ocasión que ni pintiparada, única: bastaría con empujar la puerta, mentir un simple encuentro fortuito, entrarle al quite, buenos días caramba, vaya una feliz casualidad, y todo hecho, todo; y luego, ya se sabe, cada uno debe tener su arte de enrollarse, su ars amandi, como ya dijo Ovidio. Era el momento sí. Pero pasé de largo igual que un apestado, como un perro con pulgas y el rabo bien metido entre las patas, jadeando, sin osar tan siquiera echarle una mirada de reojo: apijotado, vamos. Pasé de largo como las aves pasan en los cielos y el sol sobre los días y las flores que quieren reposar en sus cabellos y morirse en sus manos, y no saben.
Sábado
Federico García Lorca
El corazón, Que tenía en la escuela Donde estuvo pintada La cartilla primera, ¿Está en ti, Noche negra? (Frío, frío, Como el agua Del río.) El primer beso Que supo a beso y fue Para mis labios niños Como la lluvia fresca, ¿Está en ti, Noche negra? (Frío, frío Como el agua Del río.) Mi primer verso. La niña de las trenzas Que miraba de frente ¿Está en ti, Noche negra? (Frío, frío, Como el agua Del río,) Pero mi corazón Roído de culebras, El que estuvo colgado Del árbol de la ciencia, ¿Está en ti, Noche negra? (Caliente, caliente, Como el agua De la fuente.) Mi amor errante, Castillo sin firmeza, De sombras enmohecidas, ¿Está en ti, Noche negra? (Caliente, caliente, Como el agua De la fuente.) ¡Oh, gran dolor! Admites en tu cueva Nada más que la sombra. ¿Es cierto, Noche negra? (Caliente, caliente, Como el agua De la fuente.) ¡Oh, corazón perdido! ¡Réquiem aeternam!
Balada interior
Luis de Góngora
A los campos de Lepe, a las arenas Del abreviado mar en una ría, Extranjero pastor llegué sin guía, Con pocas vacas y con muchas penas. Muro real, orlado de cadenas, A cuyo capitel se debe el día, Ofreció a la turbada vista mía El templo santo de las dos Sirenas: Casta madre, hija bella, veneradas Con humildad de prósperos vaqueros, Con devoción de pobres pescadores. Si ya a sus aras no les di terneros, Dieron mis ojos lágrimas cansadas, Mi fe suspiros, y mis manos flores.
DE LA MARQUESA DE AYAMONTE Y SU HIJA, EN LEPE
Teresa Domingo Català
La luz amortajada surge con un soplo de árbol. Vamos a bendecir la oscuridad con ramos de sayales y murciélagos, con velas sarmentosas y guitarras que dobleguen al ángel de la furia. Pero también vendrá a nuestras casas con un alarido constante y seco, y devorará los panes, y beberá el vino que era agua de nuestros propios labios.
La oscuridad
Gerardo Diego
A Ángel del Río Enhiesto surtidor de sombra y sueño que acongojas el cielo con tu lanza. Chorro que a las estrellas casi alcanza devanado a sí mismo en loco empeño. Mástil de soledad, prodigio isleño, flecha de fe, saeta de esperanza. Hoy llegó a ti, riberas del Arlanza, peregrina al azar, mi alma sin dueño. Cuando te vi señero, dulce, firme, qué ansiedades sentí de diluirme y ascender como tú, vuelto en cristales, como tú, negra torre de arduos filos, ejemplo de delirios verticales, mudo ciprés en el fervor de Silos.
EL CIPRÉS DE SILOS
Amado Nervo
Por esa puerta huyó, diciendo: «¡Nunca!» Por esa puerta ha de volver un día... Al cerrar esa puerta, dejó trunca la hebra de oro de la esperanza mía. Por esa puerta ha de volver un día. Cada vez que el impulso de la brisa, como una mano débil, indecisa, levemente sacude la vidriera palpita más aprisa, más aprisa mi corazón cobarde que la espera. Desde mi mesa de trabajo veo la puerta con que sueñan mis antojos, y acecha agazapado mi deseo en el trémulo fondo de sus ojos. ¿Por cuánto tiempo, solitario, esquivo he de aguardar con la mirada incierta a que Dios me devuelva compasivo a la mujer que huyó por esa puerta? ¿Cuándo habrán de temblar esos cristales empujados por sus manos ducales y, con su beso ha de llegarme ella, cual me llega en las noches invernales el ósculo piadoso de una estrella? ¡Oh, Señor!, ya la pálida está alerta: ¡oh, Señor, cae la tarde ya en mi vía y se congela mi esperanza yerta! ¡Oh, Señor, haz que se abra al fin la puerta y entre por ella la adorada mía! ...¡Por esa puerta ha de volver un día!
La puerta
Oliverio Girondo
Costas rompientes del entonces resacas subvivencias que arenan el ahora calas caries del tiempo Cuanto conjuro lacio cepotedio soborra concubinada soplosorbo del cero vacío vacío ya vaciado en apócrifos moldes sin acople Qué han de bastar los crótalos las figuras los pasos de la sangre el veneno de almendras que se expande al destapar un seno o las manos de viaje Dónde un índice totem una amarra que alcance una verdad un gesto un camino sin muerte alguna cripta madre que incube la esperanza Sólo tumbos retumbos lentas leznas acerbas ambivalentes menos poros secos desbastes fofo hartazgo termita y asco verde exapoyos maltrueques Sólo esperas que lepran la espera del no tiempo
SOPLOSORBOS
Mario Benedetti
Tengo miedo de verte necesidad de verte esperanza de verte desazones de verte tengo ganas de hallarte preocupación de hallarte certidumbre de hallarte pobres dudas de hallarte tengo urgencia de oírte alegría de oírte buena suerte de oírte y temores de oírte o sea resumiendo estoy jodido y radiante quizá más lo primero que lo segundo y también viceversa.
Viceversa
Alfredo Buxán
Vivir ha sido arduo. La lengua de la angustia como un áspid sobre la piel enferma. Sobre la piel que tiembla. Contra esa turbiedad, contra la árida rutina de ese légamo, cada nueva palabra es un diluvio de paciencia, una semilla, el resto de un juguete, un agua de cristal que disipa el veneno y convierte la sed en una excusa de la supervivencia.
Arar el huerto
Antonio Fernández Lera
Os miro y os veo desnudas en el rectángulo de la humedad, acariciando el aire vuestros cuerpos bajo esos objetos difusos que os protegen del sol. Sombras verdes, agujas de hierba que hacen cosquillas al alzar los brazos. La escala del blanco al gris, casi azul, es infinita. Lo vertical forma un horizonte de cuerpos. La serpiente lo mira todo desde la negra columna del agua.
Bañistas en el río
Darío Jaramillo Agudelo
Algún día escribiré un poema que no mencione el aire ni la noche; un poema que omita los nombres de las flores, que no tenga jazmines o magnolias. Algún día te escribiré un poema sin pájaros ni fuentes, un poema que eluda el mar y que no mire a las estrellas. Algún día te escribiré un poema que se limite a pasar los dedos por tu piel y que convierta en palabras tu mirada. Sin comparaciones, sin metáforas, algún día escribiré un poema que huela a ti, un poema con el ritmo de tus pulsaciones, con la intensidad estrujada de tu abrazo. Algún día escribiré un poema, el canto de mí dicha.
Algún día
Delfina Acosta
Si ya te ha amado alguna, y luego otra a quien llevaste con su hermana a fiestas, y aquella a cuyo rostro te arrimaste del lado en que asomó la luna llena, ¿por qué me distrajiste si me hallaba cuando muy sola anduve tan contenta? Era una triste, azul mirada fija. Un beso me quitaste y me entró pena. Que ya no quiero amarte bienamado porque mejor amante es el poema: rondando como un lobo, si la luna florece entre las ramas, me despierta. Que ya no quiero amarte bienamado porque mejor amante es el poema. Los versos tras las aves alzan vuelo. Mi alma incendiada en el papel gotea.
Pero tan contenta
Pablo Neruda
Cien sonetos de amor Entre los espadones de fierro literario paso yo como un marinero remoto que no conoce las esquinas y que canta porque sí, porque cómo si no fuera por eso. De los atormentados archipiélagos traje mi acordeón con borrascas, rachas de lluvia loca, y una costumbre lenta de cosas naturales: ellas determinaron mi corazón silvestre. Así cuando los dientes de la literatura trataron de morder mis honrados talones, yo pasé, sin saber, cantando con el viento hacia los almacenes lluviosos de mi infancia, hacia los bosques fríos del Sur indefinible, hacia donde mi vida se llenó con tu aroma.
Cien sonetos de amor
Federico García Lorca
Sobre el monte pelado un calvario. Agua clara y olivos centenarios. Por las callejas hombres embozados, y en las torres veletas girando. Eternamente girando. ¡Oh pueblo perdido, en la Andalucía del llanto!
Pueblo
José Ángel Buesa
Como el clavel del patio estaba seco, yo, entristecido por sus tristes males, bajé al jardín para cavar un hueco, en buena sombra entre dos rosales. Y eran rosales cerca, gajo a gajo en una cercanía indiferente, pero al cavar un poco, vi allá abajo sus raíces trenzadas locamente. Así, esta tarde, descubrí el secreto de un cariño verdadero, hondo y discreto, transplantando un clavel que se secó. Y, en nuestra indiferente cercanía, qué loco ensueño se descubriría si alguien cavara un hueco entre tú y yo.
EL CLAVEL SECO
Pablo Neruda
Cada vez resurrecto entrando en agonía y alegría, muriendo de una vez y no muriendo, así es, es así y es otra vez así. El golpe que te dieron lo repartiste alrededor de tu alma, lo dejaste caer de ropa en ropa manchando los vestuarios con huellas digitales de los dolores que te destinaron y que a ti sólo te pertenecían. Ay, mientras tú caías en la grieta terrible, la boca que buscabas para vivir y compartir tus besos allí cayó contigo, con tu sombra en la abertura destinada a ti. Porque, por qué, por qué te destinaste corona y compañía en el suplicio, por qué se atribuyó la flor azul, la participación de tu quebranto? Y un día de dolores como espadas se repartió desde tu propia herida? Sí, sobrevives. Sí, sobrevivimos en lo imborrable, haciendo de muchas vidas una cicatriz, de tanta hoguera una ceniza amarga, y de tantas campanas un latido, un sonido bajo el mar.
Sonata con dolores
Luis de Góngora
Culto Jurado, si mi bella dama —En cuyo generoso mortal manto Arde, como en cristal de templo santo, De un limpio amor la más ilustre llama— Tu musa inspira, vivirá tu fama Sin invidiar tu noble patria a Manto, Y ornarte ha en premio de tu dulce canto No de verde laurel caduca rama, Sino de estrellas inmortal corona. Haga, pues, tu dulcísimo instrumento Bellos efectos, pues la causa es bella; Que no habrá piedra, planta, ni persona, Que suspensa no siga el tierno acento, Siendo tuya la voz, y el canto de ella.
A JUAN RUFO, JURADO DE CÓRDOBA
Claribel Alegría
"Hoy me gusta la vida mucho menos pero siempre me gusta vivir"... César Vallejo Dame tu mano amor no dejes que me hunda en la tristeza Ya mi cuerpo aprendió el dolor de tu ausencia y a pesar de los golpes quiere seguir viviendo. No te alejes amor encuéntrame en el sueño defiende tu memoria mi memoria de ti que no quiero extraviar. Somos la voz y el eco el espejo y el rostro dame tu mano espera debo ajustar mi cuerpo hasta alcanzarte.
DAME TU MANO
Rafael Alberti
Alguien barre y canta y barre (zuecos en la madrugada). Alguien dispara las puertas. ¡Qué miedo, madre! (¡Ay, los que en andas del viento, en un velero a estas horas vayan arando los mares!) Alguien barre y canta y barre. Algún caballo, alejándose, imprime su pie en el eco de la calle. ¡Qué miedo, madre! ¡Si alguien llamara a la puerta! ¡Si se apareciera padre con su túnica talar chorreando!... ¡Qué horror, madre! Alguien barre y canta y barre.
ALGUIEN
Miguel de Unamuno
En el silencio estrellado la Luna daba a la rosa y el aroma de la noche le henchía ?sedienta boca? el paladar del espíritu, que adurmiendo su congoja se abría al cielo nocturno de Dios y su Madre toda... Toda cabellos tranquilos, la Luna, tranquila y sola, acariciaba a la Tierra con sus cabellos de rosa silvestre, blanca, escondida... La Tierra, desde sus rocas, exhalaba sus entrañas fundidas de amor, su aroma... Entre las zarzas, su nido, era otra luna la rosa, toda cabellos cuajados en la cuna, su corola; las cabelleras mejidas de la Luna y de la rosa y en el crisol de la noche fundidas en una sola... En el silencio estrellado la Luna daba a la rosa mientras la rosa se daba a la Luna, quieta y sola.
La luna y la rosa
Rubén Izaguirre Fiallos
Mi mal es volver cada día, por tu boca, al país de las maravillas.
XXIV
José de Espronceda
Helos allí: junto a la mar bravía cadáveres están, ¡ay!, los que fueron honra del libre, y con su muerte dieron almas al cielo, a España nombradía. Ansia de patria y libertad henchía sus nobles pechos que jamás temieron, y las costas de Málaga los vieron cual sol de gloria en desdichado día. Españoles, llorad; mas vuestro llanto lágrimas de dolor y sangre sean, sangre que ahogue a siervos y opresores, Y los viles tiranos, con espanto, siempre delante amenazando vean alzarse sus espectros vengadores.
A LA MUERTE DE TORRIJOS Y SUS COMPAÑEROS
Jorge Guillén
Después de aquella ventura Gozada, y no por suerte Ni error —mi sino es quererte, Ventura, como madura Realidad que me satura Si de veras soy— después De la ráfaga en la mies Que ondeó, que se rindió, Nunca el alma dice: no. ¿Qué es ventura? Lo que es.
EN PLENITUD
Octavio Paz
Tus ojos son la patria del relámpago y de la lágrima, silencio que habla, tempestades sin viento, mar sin olas, pájaros presos, doradas fieras adormecidas, topacios impíos como la verdad, o toño en un claro del bosque en donde la luz canta en el hombro de un árbol y son pájaros todas las hojas, playa que la mañana encuentra constelada de ojos, cesta de frutos de fuego, mentira que alimenta, espejos de este mundo, puertas del más allá, pulsación tranquila del mar a mediodía, absoluto que parpadea, páramo.
Tus ojos
Luis de Góngora
Del color noble que a la piel vellosa De aquel animal dio naturaleza Que de corona ciñe su cabeza, Rey de las otras, fiera generosa, Vestida vi a la bella desdeñosa, Tal, que juzgué, no viendo su belleza (Según decía el color con su fiereza), Que la engendró la Libia ponzoñosa; Mas viéndola, que Alcides muy ufano Por ella en tales paños bien podía Mentir su natural, seguir su antojo, Cual ya en Lidia torció con torpe mano El huso, y presumir que se vestía Del nemeo león el gran despojo.
A UNA DAMA VESTIDA DE LEONADO
Francisco de Quevedo
Bermejazo Platero de las cumbres A cuya luz se espulga la canalla: La ninfa Dafne, que se afufa y calla, Si la quieres gozar, paga y no alumbres. Si quieres ahorrar de pesadumbres, Ojo del Cielo, trata de compralla: En confites gastó Marte la malla, Y la espada en pasteles y en azumbres. Volvióse en bolsa Júpiter severo, Levantóse las faldas la doncella Por recogerle en lluvia de dinero. Astucia fue de alguna Dueña Estrella, Que de Estrella sin Dueña no lo infiero: Febo, pues eres Sol, sírvete de ella.
A Apolo, siguiendo a Dafne
Gonzalo Rojas
Para Claudio Arrau Grand sosiego ovieron aquella noche los muertos: Apiádate Agua de ellos por ociosos y vueltos al revés, permite Aire que no se envenenen ni se mareen en el vértigo, Fuego acepta como flores sus pobres párpados, amamántalos otra vez Tierra con tus viejos pezones. Tierra, Fuego, Aire, Agua, consideren la inmensidad de su hambre. Grand sosiego ovieron aquella noche los muertos.
ARRULLO
Juan Ramón Jiménez
Por el mar vendrán las flores del alba (olas, olas llenas de azucenas blancas), el gallo alzará su clarín de plata. (¡Hoy! te diré yo tocándote el alma) ¡O, bajo los pinos, tu desnudez malva, tus pies en la tierna yerba con escarcha, tus cabellos verdes de estrellas mojadas! (...Y tú me dirás huyendo: Mañana) Levantará el gallo su clarín de llama, y la aurora plena, cantando entre granas, prenderá sus fuegos en las ramas blandas. (¡Hoy! te diré yo tocándote el alma) ¡O, en el sol nacido, tus sienes doradas, los ojos inmensos de tu cara maga, evitando azules mis negras miradas! (...Y tú me dirás huyendo: Mañana)
DESNUDOS
Emilio Prados
(Málaga, 6 de enero) Duerme la calma en el puerto bajo su colcha de laca, mientras la luna en el cielo clava sus anclas doradas. ¡Corazón, rema!
MEDIA NOCHE
Oliverio Girondo
Si el engaste el subsobo los trueques toques topos las malacras el desove los topes si el egohueco herniado el covaciarse a cero los elencos del asco las acreencias los finitos afines pudiesen menos si no expudieran casi los escarbes vitales el hartazgo en cadena lo posmascado pálido si el final torvo sorbo de luz niebla de ahogo no antepudiese tanto ah el verdever el todo ver quizás en libre aleo el ser el puro ser sin hojas ya sin costas ni ondas locas ni recontras sólo su ámbito solo recién quizás recién entonces
RECIÉN ENTONCES
Pablo Neruda
Cien sonetos de amor Oh que todo el amor propague en mí su boca, que no sufra un momento más sin primavera, yo no vendí sino mis manos al dolor, ahora, bienamada, déjame con tus besos. Cubre la luz del mes abierto con tu aroma, cierra las puertas con tu cabellera, y en cuanto a mí no olvides que si despierto y lloro es porque en sueños sólo soy un niño perdido que busca entre las hojas de la noche tus manos, el contacto del trigo que tú me comunicas, un rapto centelleante de sombra y energía. Oh, bienamada, y nada más que sombra por donde me acompañes en tus sueños y me digas la hora de la luz.
Cien sonetos de amor
Juan Ramón Jiménez
Subes de ti misma, como un surtidor de una fuente. No se sabe hasta donde llegará tu amor, porque no se sabe dónde está el venero de tu corazón. (Eres ignorada, eres infinita, como el mundo y yo)
EL IMPULSO
Juan Ramón Jiménez
Pajarillo cojido, de tu pecho dulce por el águila negra de la muerte, ¡cómo me miras con tu ojito triste! (negro plenor sangriento de luz débil). Desde debajo de la garra inmensa, que para siempre ya le tiene y afirmado, mientras la desafía la vasta sombra que su vista emprende. ¡Cómo me mira sin pedirme nada, cómo me mira... por si yo pudiese, que ya te está teniendo para siempre!
COMO ME MIRAS... POR SI YO PUDIESE
Ramón López Velarde
Enigma de la azucena esquinada que orna la cadavérica almohada; encima del soltero dolor empedernido de yacer como imberbe congregante mientras los gatos erizan el ruido y forjan una patria espeluznante; encima del apetito nunca satisfecho de la cal que demacró las conciencias livianas, y del desencanto profesional con que saltan del lecho las cortesanas; encima de la ingenuidad casamentera y del descalabro que nada espera; encima de la huesa y del nido, la lágrima salobre que he bebido. Lágrima de infinito que eternizaste el amoroso rito; lágrima en cuyos mares goza mi áncora su náufrago baño y esquilmo los vellones singulares de un compungido rebaño; lágrima en cuya gloria se refracta el iris fiel de mi pasión exacta; lágrima en que navegan sin pendones los mástiles de las consternaciones; lágrima con que quiso mi gratitud, salar el Paraíso; lágrima mía, en ti me encerraría, debajo de un deleite sepulcral, como un vigía en su salobre y mórbido fanal.
LA LÁGRIMA
Pablo Neruda
Llueve sobre la arena, sobre el techo el tema de la lluvia: las largas eles de la lluvia lenta caen sobre las páginas de mi amor sempiterno, la sal de cada día: regresa lluvia a tu nido anterior, vuelve con tus agujas al pasado: hoy quiero el espacio blanco, el tiempo de papel para una rama de rosal verde y de rosas doradas: algo de la infinita primavera que hoy esperaba, con el cielo abierto y el papel esperaba, cuando volvió la lluvia a tocar tristemente la ventana, luego a bailar con furia desmedida sobre mi corazón y sobre el techo, reclamando su sitio, pidiéndome una copa para llenarla una vez más de agujas, de tiempo transparente, de lágrimas.
Llueve...
Jorge Manrique
I Recuerde el alma dormida, avive el seso e despierte contemplando cómo se passa la vida, cómo se viene la muerte tan callando; cuán presto se va el plazer, cómo, después de acordado, da dolor; cómo, a nuestro parescer, cualquiere tiempo passado fue mejor. II Pues si vemos lo presente cómo en un punto s'es ido e acabado, si juzgamos sabiamente, daremos lo non venido por passado. Non se engañe nadi, no, pensando que ha de durar lo que espera más que duró lo que vio, pues que todo ha de passar por tal manera. III Nuestras vidas son los ríos que van a dar en la mar, qu'es el morir; allí van los señoríos derechos a se acabar e consumir; allí los ríos caudales, allí los otros medianos e más chicos, allegados, son iguales los que viven por sus manos e los ricos. INVOCACIÓN IV Dexo las invocaciones de los famosos poetas y oradores; non curo de sus ficciones, que traen yerbas secretas sus sabores. Aquél sólo m'encomiendo, Aquél sólo invoco yo de verdad, que en este mundo viviendo, el mundo non conoció su deidad. V Este mundo es el camino para el otro, qu'es morada sin pesar; mas cumple tener buen tino para andar esta jornada sin errar. Partimos cuando nascemos, andamos mientra vivimos, e llegamos al tiempo que feneçemos; assí que cuando morimos, descansamos. VI Este mundo bueno fue si bien usásemos dél como debemos, porque, segund nuestra fe, es para ganar aquél que atendemos. Aun aquel fijo de Dios para sobirnos al cielo descendió a nescer acá entre nos, y a vivir en este suelo do murió. VII Si fuesse en nuestro poder hazer la cara hermosa corporal, como podemos hazer el alma tan glorïosa angelical, ¡qué diligencia tan viva toviéramos toda hora e tan presta, en componer la cativa, dexándonos la señora descompuesta! VIII Ved de cuán poco valor son las cosas tras que andamos y corremos, que, en este mundo traidor, aun primero que muramos las perdemos. Dellas deshaze la edad, dellas casos desastrados que acaeçen, dellas, por su calidad, en los más altos estados desfallescen. IX Dezidme: La hermosura, la gentil frescura y tez de la cara, la color e la blancura, cuando viene la vejez, ¿cuál se para? Las mañas e ligereza e la fuerça corporal de juventud, todo se torna graveza cuando llega el arrabal de senectud. X Pues la sangre de los godos, y el linaje e la nobleza tan crescida, ¡por cuántas vías e modos se pierde su grand alteza en esta vida! Unos, por poco valer, por cuán baxos e abatidos que los tienen; otros que, por non tener, con oficios non debidos se mantienen. XI Los estados e riqueza, que nos dexen a deshora ¿quién lo duda?, non les pidamos firmeza. pues que son d'una señora; que se muda, que bienes son de Fortuna que revuelven con su rueda presurosa, la cual non puede ser una ni estar estable ni queda en una cosa. XII Pero digo c'acompañen e lleguen fasta la fuessa con su dueño: por esso non nos engañen, pues se va la vida apriessa como sueño, e los deleites d'acá son, en que nos deleitamos, temporales, e los tormentos d'allá, que por ellos esperamos, eternales. XIII Los plazeres e dulçores desta vida trabajada que tenemos, non son sino corredores, e la muerte, la çelada en que caemos. Non mirando a nuestro daño, corremos a rienda suelta sin parar; desque vemos el engaño y queremos dar la vuelta no hay lugar. XIV Esos reyes poderosos que vemos por escripturas ya passadas con casos tristes, llorosos, fueron sus buenas venturas trastornadas; assí, que no hay cosa fuerte, que a papas y emperadores e perlados, assí los trata la muerte como a los pobres pastores de ganados. XV Dexemos a los troyanos, que sus males non los vimos, ni sus glorias; dexemos a los romanos, aunque oímos e leímos sus hestorias; non curemos de saber lo d'aquel siglo passado qué fue d'ello; vengamos a lo d'ayer, que también es olvidado como aquello. XVI ¿Qué se hizo el rey don Joan? Los infantes d'Aragón ¿qué se hizieron? ¿Qué fue de tanto galán, qué de tanta invinción como truxeron? ¿Fueron sino devaneos, qué fueron sino verduras de las eras, las justas e los torneos, paramentos, bordaduras e çimeras? XVII ¿Qué se hizieron las damas, sus tocados e vestidos, sus olores? ¿Qué se hizieron las llamas de los fuegos encendidos d'amadores? ¿Qué se hizo aquel trovar, las músicas acordadas que tañían? ¿Qué se hizo aquel dançar, aquellas ropas chapadas que traían? XVIII Pues el otro, su heredero don Anrique, ¡qué poderes alcançaba! ¡Cuánd blando, cuánd halaguero el mundo con sus plazeres se le daba! Mas verás cuánd enemigo, cuánd contrario, cuánd cruel se le mostró; habiéndole sido amigo, ¡cuánd poco duró con él lo que le dio! XIX Las dávidas desmedidas, los edeficios reales llenos d'oro, las vaxillas tan fabridas los enriques e reales del tesoro, los jaezes, los caballos de sus gentes e atavíos tan sobrados ¿dónde iremos a buscallos?; ¿qué fueron sino rocíos de los prados? XX Pues su hermano el innocente qu'en su vida sucesor se llamó ¡qué corte tan excellente tuvo, e cuánto grand señor le siguió! Mas, como fuesse mortal, metióle la Muerte luego en su fragua. ¡Oh jüicio divinal!, cuando más ardía el fuego, echaste agua. XXI Pues aquel grand Condestable, maestre que conoscimos tan privado, non cumple que dél se hable, mas sólo como lo vimos degollado. Sus infinitos tesoros, sus villas e sus lugares, su mandar, ¿qué le fueron sino lloros?, ¿qué fueron sino pesares al dexar? XXII E los otros dos hermanos, maestres tan prosperados como reyes, c'a los grandes e medianos truxieron tan sojuzgados a sus leyes; aquella prosperidad qu'en tan alto fue subida y ensalzada, ¿qué fue sino claridad que cuando más encendida fue amatada? XXIII Tantos duques excelentes, tantos marqueses e condes e varones como vimos tan potentes, dí, Muerte, ¿dó los escondes, e traspones? E las sus claras hazañas que hizieron en las guerras y en las pazes, cuando tú, cruda, t'ensañas, con tu fuerça, las atierras e desfazes. XXIV Las huestes inumerables, los pendones, estandartes e banderas, los castillos impugnables, los muros e balüartes e barreras, la cava honda, chapada, o cualquier otro reparo, ¿qué aprovecha? Cuando tú vienes airada, todo lo passas de claro con tu flecha. XXV Aquel de buenos abrigo, amado, por virtuoso, de la gente, el maestre don Rodrigo Manrique, tanto famoso e tan valiente; sus hechos grandes e claros non cumple que los alabe, pues los vieron; ni los quiero hazer caros, pues qu'el mundo todo sabe cuáles fueron. XXVI Amigo de sus amigos, ¡qué señor para criados e parientes! ¡Qué enemigo d'enemigos! ¡Qué maestro d'esforçados e valientes! ¡Qué seso para discretos! ¡Qué gracia para donosos! ¡Qué razón! ¡Qué benino a los sujetos! ¡A los bravos e dañosos, qué león! XXVII En ventura, Octavïano; Julio César en vencer e batallar; en la virtud, Africano; Aníbal en el saber e trabajar; en la bondad, un Trajano; Tito en liberalidad con alegría; en su braço, Aureliano; Marco Atilio en la verdad que prometía. XXVIII Antoño Pío en clemencia; Marco Aurelio en igualdad del semblante; Adriano en la elocuencia; Teodosio en humanidad e buen talante. Aurelio Alexandre fue en desciplina e rigor de la guerra; un Constantino en la fe, Camilo en el grand amor de su tierra. XXIX Non dexó grandes tesoros, ni alcançó muchas riquezas ni vaxillas; mas fizo guerra a los moros ganando sus fortalezas e sus villas; y en las lides que venció, cuántos moros e cavallos se perdieron; y en este oficio ganó las rentas e los vasallos que le dieron. XXX Pues por su honra y estado, en otros tiempos passados ¿cómo s'hubo? Quedando desamparado, con hermanos e criados se sostuvo. Después que fechos famosos fizo en esta misma guerra que hazía, fizo tratos tan honrosos que le dieron aun más tierra que tenía. XXXI Estas sus viejas hestorias que con su braço pintó en joventud, con otras nuevas victorias agora las renovó en senectud. Por su gran habilidad, por méritos e ancianía bien gastada, alcançó la dignidad de la grand Caballería dell Espada. XXXII E sus villas e sus tierras, ocupadas de tiranos las halló; mas por çercos e por guerras e por fuerça de sus manos las cobró. Pues nuestro rey natural, si de las obras que obró fue servido, dígalo el de Portogal, y, en Castilla, quien siguió su partido. XXXIII Después de puesta la vida tantas vezes por su ley al tablero; después de tan bien servida la corona de su rey verdadero; después de tanta hazaña a que non puede bastar cuenta cierta, en la su villa d'Ocaña vino la Muerte a llamar a su puerta, XXXIV diziendo: "Buen caballero, dexad el mundo engañoso e su halago; vuestro corazón d'azero muestre su esfuerço famoso en este trago; e pues de vida e salud fezistes tan poca cuenta por la fama; esfuércese la virtud para sofrir esta afruenta que vos llama." XXXV "Non se vos haga tan amarga la batalla temerosa qu'esperáis, pues otra vida más larga de la fama glorïosa acá dexáis. Aunqu'esta vida d'honor tampoco no es eternal ni verdadera; mas, con todo, es muy mejor que la otra temporal, peresçedera." XXXVI "El vivir qu'es perdurable non se gana con estados mundanales, ni con vida delectable donde moran los pecados infernales; mas los buenos religiosos gánanlo con oraciones e con lloros; los caballeros famosos, con trabajos e aflicciones contra moros." XXXVII "E pues vos, claro varón, tanta sangre derramastes de paganos, esperad el galardón que en este mundo ganastes por las manos; e con esta confiança e con la fe tan entera que tenéis, partid con buena esperança, qu'estotra vida tercera ganaréis." [Responde el Maestre:] XXXVIII "Non tengamos tiempo ya en esta vida mesquina por tal modo, que mi voluntad está conforme con la divina para todo; e consiento en mi morir con voluntad plazentera, clara e pura, que querer hombre vivir cuando Dios quiere que muera, es locura." [Del maestre a Jesús] XXXIX "Tú que, por nuestra maldad, tomaste forma servil e baxo nombre; tú, que a tu divinidad juntaste cosa tan vil como es el hombre; tú, que tan grandes tormentos sofriste sin resistencia en tu persona, non por mis merescimientos, mas por tu sola clemencia me perdona". FIN XL Assí, con tal entender, todos sentidos humanos conservados, cercado de su mujer y de sus hijos e hermanos e criados, dio el alma a quien gela dio (el cual la ponga en el cielo en su gloria), que aunque la vida perdió, dexónos harto consuelo su memoria.
COPLAS DE DON JORGE MANRIQUE POR LA MUERTE DE SU PADRE
Luis de Góngora
Deja el monte, garzón bello, no fíes Tus años dél, ni nuestras esperanzas; Que murallas de red, bosques de lanzas Menosprecian los fieros jabalíes. En sangre a Adonis, si no fue en rubíes, Tiñeron mal celosas asechanzas, Y en urna breve funerales danzas Coronaron sus huesos de alhelíes. Deja el monte, garzón; poco el luciente Venablo en Ida aprovechó al mozuelo Que estrellas pisa ahora en vez de flores. Cruel verdugo el espumoso diente, Torpe ministro fue el ligero vuelo (No sepas más) de celos y de amores.
A SU HIJO DEL MARQUÉS DE AYAMONTE
Rubén Darío
Yo sé que hay quienes dicen: ¿por qué no canta ahora con aquella locura armoniosa de antaño? Ésos no ven la obra profunda de la hora, la labor del minuto y el prodigio del año. Yo, pobre árbol, produje, al amor de la brisa, cuando empecé a crecer, un vago y dulce son. Pasó ya el tiempo de la juvenil sonrisa: ¡dejad al huracán mover mi corazón!
De otoño
Manuel Altolaguirre
No sé si es que cumplió ya su destino, si alcanzó perfección o si acabado este amor a su límite ha llegado sin dar un paso más en su camino. Aún le miro subir, de donde vino, a la alta cumbre donde ha terminado su penosa ascensión. Tal ha quedado estático un amor tan peregrino. No me resigno a dar la despedida a tan altivo y firme sentimiento que tanto impulso y luz diera a mi vida. No es culminación lo que lamento. Su culminar no causa la partida, la causará, tal vez, su acabamiento.
FIN DE UN AMOR
José Antonio Labordeta
Este tiempo. La lluvia. Nadie venía a verme por la tarde y el corazón opuesto a las palabras, rendía su homenaje silencioso. Lejos hablaba el mar, la noche. Siempre los pasajeros sienten terror del cielo y nadie representa la comedia con el tono de voz apetecido. Seguía el agua golpeando y nostálgicos paraguas redimían la aurora. Vengo del aire o nunca decías con tus labios y más allá, muy lejos, respiraban los hombres su deseo. Cada encuentro sucede apetecido. Todos tienen temor, es algo repentino. Y encuentro el horizonte, el sol guillotinado. Nostálgico recuerdo. Ahora y llueve digo como amor sin palabras: Sucede le pensamiento.
Sucede el pensamiento
Luis de Góngora
Sacros, altos, dorados capiteles, Que a las nubes borráis sus arreboles, Febo os teme por más lucientes soles Y el cielo por gigantes más crueles. Depón tus rayos, Júpiter; no celes Los tuyos, Sol; de un templo son faroles Que al mayor mártir de los españoles Erigió el mayor rey de los fieles. Religiosa grandeza del Monarca Cuya diestra real al Nuevo Mundo Abrevia, y el Oriente se le humilla. Perdone el tiempo, lisonjee la Parca La beldad desta Octava Maravilla, Los años deste Salomón Segundo.
DE SAN LORENZO EL REAL DEL ESCORIAL
Carmen Conde Abellán
¡Cuán hermosa tú, la desvelada! Te lleva y te moldea dulce viento encima de jardines y de estatuas. Tu cuerpo es el de Venus en la orilla eternamente mar dentro del alba. Acude siempre a mí, séme propicia. La fiesta de las hojas en sus ramas te rinden los esbeltos soñadores que en movibles racimos se levantan. No tengo ni una flor... Sólo mi tronco aloja por frutal una campana. Lluvia que contemplo, melancólica: no crezcas para mí. Vivo inundada.
LLUVIA EN MAYO
Lope de Vega
Éstos los sauces son y ésta la fuente, los montes éstos, y ésta la ribera donde vi de mi sol la vez primera los bellos ojos, la serena frente. Éste es el río humilde y la corriente, y ésta la cuarta y verde primavera que esmalta el campo alegre y reverbera en el dorado Toro el sol ardiente. Árboles, ya mudó su fe constante, mas, ¡oh gran desvarío!, que este llano, entonces monte, le dejé sin duda. Luego no será justo que me espante, que mude parecer el pecho humano, pasando el tiempo que los montes muda.
Éstos los sauces son
Alfredo Lavergne
Ni soledad Ni muerte Ni culpable Porque nacemos para distinguirnos Porque nos resbalan las influencias impersonales De nuestros anteriores manuscritos Y las viejas aclaraciones que creímos nuevas: "La poesía no es a la palabra Ni rito Ni culto Ni ruina". Las bravas mezquindades Los bravos necesitados Serán los errores de ortografía en esta futura cima En esta escalera de la estructura que conduce al dolor.
Comedia ilustrada
Tomás de Iriarte
Cierto galán a quien París aclama, petimetre del gusto más extraño, que cuarenta vestidos muda al año y el oro y plata sin temor derrama, celebrando los días de su dama, unas hebillas estrenó de estaño, sólo para probar con este engaño lo seguro que estaba de su fama. «¡Bella plata! ¡Qué brillo tan hermoso!», dijo la dama, «¡viva el gusto y numen del petimetre en todo primoroso!» Y ahora digo yo: «Llene un volumen de disparates un autor famoso, y si no le alabaren, que me emplumen».
EL GALÁN Y LA DAMA
Vicente García
Tiemblan sus manos. Ve qué dura ha sido La vida que le dieron. Como pocas. Y ahora que empezaba a disfrutar De un poco de descanso, se le exige El crimen execrable. Sufre y calla. Ha sido siempre fiel a su conciencia Y su Señor. Ha sido todo un hombre Aunque tan sólo un hombre. Vacilando, Se yergue tembloroso sobre el hijo. Con los ojos cerrados, cobra impulso Y en vano intenta dar la puñalada. Nunca sabremos bien qué le detuvo, Por qué quedó sin fuerzas, Por qué bajó su brazo lentamente.
Abraham
Roxana Popelka
Recuerdo a todos y a cada uno de mis vecinos. No sé sus nombres pero sé cómo pisan. Sé que tienen miedo, sé que son unos cabrones que llevan una vida miserable, y que no salen de casa. Que tienen un trabajo embrutecedor, y mienten cuando dicen que les encanta. Mis vecinos son una condena permanente. Sé que cuchichean a mis espaldas tratando de averiguar cómo vivo. Sé que me vigilan cuando salgo del portal, que fisgan por la mirilla para saber si vengo acompañada. Que pegan el oído a la pared del salón y me oyen cuando hablo sola. ¿Cuántas veces habré mandado a la mierda a mis vecinos? Sé que sus vidas se han acabado - por completo- y yo, no voy a hacer nada para cambiarlas.
Mis vecinos
Manuel Acuña
DOLORA (IMITACIÓN) Goza, goza, niña pura, Mientras en la infancia estás; Goza, goza esa ventura Que dura lo que una rosa. —¿Qué?, ¿tan poco es lo que dura? —Ya verás niña graciosa, ya verás. Hoy es un vergel risueño La senda por donde vas; Pero mañana, mi dueño, Verás abrojos en ella. —¿Pues qué?, ¿sus flores son sueño? —Sueño nada más, mi bella, Ya verás. Hoy el carmín y la grana Coloran tu linda faz; Pero ya verás mañana Que el llanto sobre ella corra... —¿Qué?, ¿los borra cuando mana? —Ya verás cómo los borra, ya verás. Y goza mi tierna Elmira, Mientras disfruta de paz; Delira, niña, delira Con un amor que no existe ¿Pues qué?, ¿el amor es mentira? —Y una mentira muy triste, Ya verás. Hoy ves la dicha delante Y ves la dicha detrás; Pero esa estrella brillante Vive y dura lo que el viento. —¿Qué?, ¿nada más dura un instante? —Sí, nada más un momento, ya verás. Y así, no llores mi encanto, Que más tarde llorarás; Mira que el pesar es tanto, Que hasta el llanto dura poco. —¿Tampoco es eterno el llanto? —¡Tampoco, niña, tampoco, ya verás!
YA VERÁS
Pablo Neruda
No preguntó por ti ningún día, salido de los dientes del alba, del estertor nacido, no buscó tu coraza, tu piel, tu continente para lavar tus pies, tu salud, tu destreza un día de racimos indicados? No nació para ti solo, para ti sola, para ti la campana con sus graves circuitos de primavera azul: lo extenso de los gritos del mundo, el desarrollo de los gérmenes fríos que tiemblan en la tierra, el silencio de la nave en la noche, todo lo que vivió lleno de párpados para desfallecer y derramar? Te pregunto: a nadie, a ti, a lo que eres, a tu pared, al viento si en el agua del río ves a ti corriendo una rosa magnánima de canto y transparencia, o si en la desbocada primavera agredida por el primer temblor de las cuerdas humanas cuando canta el cuartel a la luz de la luna invadiendo la sombra del cerezo salvaje, no has visto la guitarra que te era destinada, y la cadera ciega que quería besarte? Yo no sé: yo sólo sufro de no saber quién eres y de tener la sílaba guardada por tu boca, de detener los días más altos y enterrarlos en el bosque, bajo las hojas ásperas y mojadas, a veces, resguardado bajo el ciclón, sacudido por los más asustados árboles, por el pecho horadado de las tierras profundas, entumecido por los últimos clavos boreales, estoy cavando más allá de los ojos humanos, más allá de las uñas del tigre, lo que a mis brazos llega para ser repartido más allá de los días glaciales. Te busco, busco tu efigie entre las medallas que el cielo gris modela y abandona, no sé quién eres pero tanto te debo que la tierra está llena de mi tesoro amargo. Qué sal, qué geografía, qué piedra no levanta su estandarte secreto de lo que resguardaba? Qué hoja al caer no fue para mí un libro largo de palabras por alguien dirigidas y amadas? Bajo qué mueble oscuro no escondí los más dulces suspiros enterrados que buscaban señales y sílabas que a nadie pertenecieron? Eres, eres tal vez, el hombre o la mujer o la ternura que no descifró nada. O tal vez no apretaste el firmamento oscuro de los seres, la estrella palpitante, tal vez al pisar no sabías que de la tierra ciega emana el día ardiente de pasos que te buscan. Pero nos hallaremos inermes, apretados entre los dones mudos de la tierra final.
El abandonado
Nicomedes Santa Cruz
Guitarra llama a cajón, Cajón a la voz primera. Escuchen con atención, ¡aquí está la Marinera...! La Marinera de Lima tiene influencia afro-hispana, la “primera de jarana” en copla o cuarteta rima. Inicia el toque la prima pero es más lindo un bordón. Aún no entra la canción porque, como requisito, antes que el cantor dé un grito guitarra llama a cajón. Los que escuchan hacen palmas y se cuadran las parejas, por lo general son viejas —mejor aún si son zambas—. Tan sólo mueven las gamas y un poquito la cadera. Todo esto mientras se espera pues nadie baila sin canto. Sigue llamando entretanto cajón a la voz primera. El canto inicia el paseo con un saludo en el cruce, media vuelta los conduce a otro cruce y al careo. Tras lateral contoneo vuelta y trocar posición... Como dicha operación se da al fin de cada estrofa, en vez de bailar por mofa escuchen con atención. Como quien sudor enjuga un momento se reposa, prosigue la Resbalosa y viene después la Fuga: El bailarín se apechuga, ella sube la pollera. Como peruana bandera blanco y rojo, dos pañuelos dicen en airosos vuelos ¡aquí está la Marinera...!
GUITARRA LLAMA CAJÓN
Antonio Machado
Es una hermosa noche de verano. Tienen las altas casas abiertos los balcones del viejo pueblo a la anchurosa plaza. En el amplio rectángulo desierto, bancos de piedra, evónimos y acacias simétricos dibujan sus negras sombras en la arena blanca. En el cénit, la luna, y en la torre, la esfera del reloj iluminada. Yo en este viejo pueblo paseando solo, como un fantasma.
Noche de verano
Luciano Castañón
Pico de limón y garfio. ¿Por qué tan recelosa de lo humano? Miro su testa curva y blanca, gris o parda con laterales ojos avizores. Se inquieta ante el supuesto daño y en su soledad permanece taciturna y quieta. Tragona; huraña; insolidaria. Sobre la cúpula de la capilla : vital, monjil veleta. Cochina blanqueadora de tejados. Movediza geometría —en aleteo vespertino y lento— hacia el dudoso mar incierto. Esta ave comedora de despojos que a veces en la turbia agua del muelle su curvatura flota, —o sobre una boya se mece— es la gaviota.
Ave
Lope de Vega
Ir y quedarse, y con quedar partirse, partir sin alma, y ir con alma ajena, oír la dulce voz de una sirena y no poder del árbol desasirse; arder como la vela y consumirse, haciendo torres sobre tierna arena; caer de un cielo, y ser demonio en pena, y de serlo jamás arrepentirse; hablar entre las mudas soledades, pedir prestada sobre fe paciencia, y lo que es temporal llamar eterno; creer sospechas y negar verdades, es lo que llaman en el mundo ausencia, fuego en el alma, y en la vida infierno.
Ir y quedarse
Melchor de Palau
Dos partes tiene el mundo, según cuento, dos partes nada más; una donde estás tú, mi dulce aliento, otra donde no estás.
Geografía amorosa
José María Hinojosa
Mi cabeza inclinada sobre el aire miraba su cabeza hecha amor por mis ojos cuando de sus cabellos saltaban las abejas para dejar su miel en los labios resecos y sin esperanzas en los labios hundidos bajo las palabras llenas de amor y sangre. Nuestras cabezas acaban por perderse envueltas en las nubes la mía inclinada sobre el aire la suya hecha amor por mis ojos.
CUANDO NOS MIRAMOS
Luis de Góngora
En el caudaloso río Donde el muro de mi patria Se mira la gran corona Y el antiguo pie se lava, Desde su barca Alción Suspiros y redes lanza, Los suspiros por el cielo Y las redes por el agua, Y sin tener mancilla Mirábale su Amor desde la orilla. En un mismo tiempo salen De las manos y del alma Los suspiros y las redes Hacia el fuego y hacia el agua. Ambos se van a su centro, Do su natural les llama, Desde el corazón los unos, Las otras desde la barca, Y sin tener mancilla Mirábale su Amor desde la orilla. El pescador, entre tanto, Viendo tan cerca la causa, Y que tan lejos está De su libertad pasada, Hacia la orilla se llega, Adonde con igual pausa Hieren el agua los remos Y los ojos de ella el alma, Y sin tener mancilla Mirábale su Amor desde la orilla. Y aunque el deseo de verla, Para apresurarle, arma De otros remos la barquilla, Y el corazón de otras alas, Porque la ninfa no huya, No llega más que a distancia De donde tan solamente Escuche aquesto que canta: «Dejadme triste a solas Dar viento al viento y olas a las olas.» Volad al viento, suspiros, Y mirad quién os levanta De un pecho que es tan humilde A partes que son tan altas. Y vosotras, redes mías, Calaos en las ondas claras, Adonde os visitaré Con mis lágrimas cansadas, «Dejadme triste a solas Dar viento al viento y olas a las olas.» Dejadme vengar de aquélla Que tomó de mi venganza De más leales servicios Que arenas tiene esta playa; Dejadme, nudosas redes, Pues que veis que es cosa clara Que más que vosotras nudos Tengo para llorar causas. «Dejadme triste a solas Dar viento al viento y olas a las olas.»
En el caudaloso río
Toni García Arias
El ferry zarpó rumbo a la Perdiguera. Un grupo de niños jugaba en cubierta a lanzarse un flotador sin mucho acierto. Terminaba el verano. Éramos, sin saberlo, el último grupo de turistas. El mar menor brillaba como un desierto de plata frente a las terrazas vacías, desencajadas como trajes que visten esqueletos. Cubierto de soledad me fumé el último pitillo. No te esperé, como dijiste. Juro que jamás quise tocar la costa.
El mar menor
Pablo Neruda
En tu frente descansa el color de las amapolas, el luto de las viudas halla eco, oh apiadada: cuando corres detrás de los ferrocarriles, en los campos, el delgado labrador te da la espalda, de tus pisadas brotan temblando los dulces sapos. El joven sin recuerdos te saluda, te pregunta por su olvidada voluntad, las manos de él se mueven en tu atmósfera como pájaros, y la húmedad es grande a su alrededor: cruzando sus pensamientos incompletos, queriendo alcanzar algo, oh, buscándote, le palpitan los ojos pálidos en tu red como instrumentos perdidos que brillan de súbito. O recuerdo el día perdido de la sed, la sombra apretada contra los jazmines, el cuerpo profundo en que te recogías como una gota temblando también. Pero acallas los grandes árboles, y encima de la luna, sobrelejos, vigilas el mar como un ladrón. Oh noche, mi alma sobrecogida te pregunta desesperadamente a ti por el metal que necesita.
Serenata
Marilina Rébora
Durante aquella hora, quien se halle en el terrado no retorne a buscar sus muebles bajo el techo, pues —de dos en un campo— uno será librado y el otro abandonado. (O de dos en el lecho.) Dos mujeres moliendo, bien que trabajen juntas, una será elegida, la otra rechazada. Huelgan disquisiciones e inútiles preguntas porque el Señor lo ha dicho: Su Palabra está dada. (Soñamos el milagro: la que elige el Señor apresa de la mano —por llevarla consigo— a la otra en abandono, y pone tal fervor en librar aquel ser del eterno castigo, que Dios, al verla, dice: —La ha salvado tu amor. Puedes venir con ella. Y ella venir contigo.)
DE LA SEGUNDA VENIDA DE CRISTO
Mario Meléndez
Aquí se baila al ritmo de las estufas se canta como los grillos más desesperados se aprende a desnudar al viento que nunca nos muestra su trasero y en noches de luna llena jugamos a ser felices midiéndonos los colmillos Porque en mi casa ocurre de todo y los pocos ratones que existen están condenados a seguirnos la corriente unos vestidos de superhéroes otros haciendo gárgaras con los bigotes de un gato muerto Y así como las ampolletas aportan lo suyo las sábanas también observan más allá de sus narices y ven miles de piojos sentados en el patio y pulgas tomando sol entre las patas de una gallina y caracoles reunidos en una gota de champagne cuando la tarde estira sus piernas por encima de los vivos Pero nos faltan aún las bisagras y algunas flores que no han sido entrevistadas y están las escaleras y el baúl de los recuerdos y aquella hormiga pacifista con sus dotes de gran oradora Y no se asusten si a ratos quedamos a oscuras son los zancudos que apagan la luz y vuelan con su coreografía hacia otra parte Porque en mi casa ocurre de todo y todos tienen derecho a voz y voto desde el baño a la cocina desde mi cama al hueco dejado por las arañas antes de hacer sus maletas Todos sonríen de alguna manera y se conforman con lo poco y nada que poseen Porque en definitiva aquí pueden estar tranquilos y saben que es peligroso cambiar de domicilio cuando han logrado el respeto de este pobre poeta que bien los tiene en su Santo Reino.
Porque en mi casa ocurre de todo
Garcilaso de la Vega
Julio, después que me partí llorando de quien jamás mi pensamiento parte, y dejé de mi alma aquella parte que al cuerpo vida y fuerza estaba dando, de mi bien a mí mismo voy tomando estrecha cuenta, y siento de tal arte faltarme todo el bien, que temo en parte que ha de faltarme el aire sospirando; y con este temor mi lengua prueba a razonar con vos, oh dulce amigo, del amarga memoria de aquel día en que yo comencé como testigo a poder dar, del alma vuestra, nueva y a saberla de vos del alma mía.
SONETO XIX
Delfina Acosta
Mi peor enemigo, tú que me amas como una ciega lluvia que al caer escampa, arrecia, escampa. Mi enemigo, yo te corono amante, pueblo y rey. Con una hiedra mis cabellos atas y sabes del lunar que es mi clavel. Cuando el jazmín de su rocío cuelga y huele a flor pisada antes de ayer, con la ronda impaciente de tus pasos bajo tu sombra vengo a florecer. Si no te amara, nunca te odiaría. No te vaya, enemigo, yo a perder. ¿Quién me perdonará? ¿Por quién mis versos caerán de mi tristeza en el papel? Tú, mi enemigo. Yo, enemiga tuya. La muerte no helará nuestro querer.
Enemigo
Fa Claes
Mediodía, pero sombrío el aire. Hay tormenta, la lluvia retumba y el relámpago hiende. De pronto estamos siglos atrás. La tierra humea, se arremolina, hierve. Titanes de agua en ráfagas, el aire resuena cuando el fuego quema la cortina. La evolución ha comenzado apenas aquí, yo, en Rijmenam. ¡Dios!, ¡Dios!, pudiera mañana encontrarse unos miles de quintillones de eones y más tarde aún, quiero escribir: el cumplimiento de los esfuerzos, de tanto esfuerzo la solución, por fin, el resultado más consumado.
Cumplimiento
León Felipe
Aquí estoy... En este mundo todavía... Viejo y cansado... Esperando a que me llamen... Muchas veces he querido escaparme por la puerta maldita y condenada y siempre un ángel invisible me ha tocado en el hombro y me ha dicho severo: No, no es la hora todavía... hay que esperar... Y aquí estoy esperando... con el mismo traje viejo de ayer, haciendo recuentos y memoria, haciendo examen de conciencia, escudriñando agudamente mi vida... ¡Qué desastre!... ¡Ni un talento!... Todo lo perdí. Sólo mis ojos saben aún llorar. Esto es lo que me queda... Y mi esperanza se levanta para decir acongojada: Otra vez lo haré mejor, Señor, porque... ¿no es cierto que volvemos a nacer? ¿No es cierto que de alguna manera volvemos a nacer? Creo que Dios nos da siempre otra vida, otras vidas nuevas, otros cuerpos con otras herramientas, con otros instrumentos... Otras cajas sonoras donde el alma inmortal y viajera se mueva mejor para ir corrigiendo lentamente, muy lentamente, a través de los siglos, nuestros viejos pecados, nuestros tercos pecados... para ir eliminando poco a poco el veneno original de nuestra sangre que viene de muy lejos. Corre el tiempo y lo derrumba todo, lo transforma todo. Sin embargo pasan los siglos y el alma está, en otro sitio... ¡pero está! Creo que tenemos muchas vidas, que todas son purgatorios sucesivos, y que esos purgatorios sucesivos, todos juntos, constituyen el infierno, el infierno purificador, al final del cual está la Luz, el Gran Dios, esperándonos. Ni el infierno... ni el fuego y el dolor son eternos. Sólo la Luz brilla sin tregua, diamantina, infinita, misericordiosa, perdurable por los siglos de los siglos... Ahí está siempre con sus divinos atributos. Sólo mis ojos hoy son incapaces de verla... estos pobres ojos que no saben aún más que llorar.
CREDO
Lope de Vega
Yo dije siempre, y lo diré, y lo digo, que es la amistad el bien mayor humano; mas ¿qué español, qué griego, qué romano nos ha de dar este perfeto amigo? Alabo, reverencio, amo, bendigo aquel a quien el cielo soberano dio un amigo perfeto, y no es en vano; que fue, confieso, liberal conmigo. Tener un grande amigo y obligalle es el último bien, y por querelle, el alma, el bien y el mal comunicalle; mas yo quiero vivir sin conocelle; que no quiero la gloria de ganalle por no tener el miedo de perdelle.
Yo dije siempre
Rafael de León
Yo me acerqué hasta tu vera con miedo, ¿por qué negarlo? En las sienes me latían cincuenta y dos desengaños; gris de paisaje en los ojos, risas sin sol en los labios, y el corazón jadeante como un pájaro cansado. Yo me acerqué hasta tu vera con miedo, ¿por qué negarlo? Te reventaba en la boca un clavel de veinte años y en la mejilla un süave melocotón sonrosado. Cuando dijistes: «Te quiero» fue tu voz igual que un caño de agua fresca en una tarde calurosa de verano. Se me echó encima el cariño lo mismo que un toro bravo y quedé sobre la arena muerto de amor y sangrando por cuatro besos lentísimos que me brindaron tus labios. De la sien a la cintura, de la garganta al costado. ¡Qué boda sin requilorios sobre la hierba del campo! ¡Qué marcha nupcial cantaba el viento sobre los álamos! ¡Qué luna grande y redonda iluminó nuestro abrazo, y qué olor el de tu cuerpo a trigo recién cortado! El pueblo, a las dos semanas hizo lengua en los colmados, en las barandas del río, en la azotea, en los patios, en las mesas del casino y en los surcos del arado: «Un hombre que peina canas y que le dobla los años». Es cierto que peino canas pero en cambio, cuando abrazo soy lo mismo que un olivo, igual que un ciprés sonámbulo, Cristobalón de aguas puras que atraviesa el río a nado si ve en la orilla unos ojos o una boca hecha de nardos, para cortarle el suspiro con el calor de mis labios. Que me escupan en la frente, que me pregonen en bandos, que vayan diciendo y digan. Tú conmigo; yo a tu lado respirando de tu aliento, yendo al compás de tus pasos, refrescándome las sientes en la palma de tu mano. Centinela de tus sueños, hombro para tu descanso, Cirineo de tus penas Y San Juan de tu calvario para quererte y tenerte en la noche de mis brazos. ¡¿Qué importa que haya cumplido cincuenta y pico de años?! ¿En qué código de amores, en qué partida de cargos, hay leyes que determinen la edad del enamorado? En cariños no hay fronteras, ni senderos, ni vallados, que el cariño es como un monte con un letrero en lo alto que dice sólo: «Te quiero» Y colorín colorado.
ROMANCE
Justo Braga
Me gusta cuando sales de paseo a ver escaparates –simplemente- y te fijas en detalles inocentes que nadie ha visto: esas medias rojas llenas de arabescos, esos guantes de lana tejidos con mis huesos. Me gusta cuando explotas de alegría -¡y yo sin entenderte!-
Escaparates