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Ana Istarú
Hoy llevo puesto mi vestido tierno. Y la casa está dorada como un jarro de miel. Hoy, cuando el cielo ascendía de nuevo sobre mi árbol he arrancado de un soplo el único pájaro que tenía. Cuando se alejaba, parecía que el alma se me llenaba de plumas. Y un solo pájaro atravesó la mañana. Debe de estar desangrándose en el tejado oscuro de tu casa. Esta mañana el único pájaro que me quedaba se ha roto hasta apagarse, aurora que se desgarra. Esta mañana, cuando el sol sembraba de margaritas todos los rincones. —Tu puerta estaba cerrada—
MI ÚNICO PÁJARO
Víctor Botas
Esta noche, Francesca, tus ojos son dos pájaros y van en vuelo delicado hacia un silencio verde de hondas ramas sin nadie. Vuelo quieto del ibis impasible, del ibis mayestático sobre un Nilo ya apócrifo. Ojos en los que siempre siempre está soñando cosas raras una esmeralda líquida en peligro. Esta noche, Francesca, nuestra noche última (fiel veneno en el tímpano joven de un príncipe durmiente) se derrama despacio, gota a gota, en tus manos desnudas. Manos que entre las mías eran (son) dos palomas torcaces en su nido. Nido de piedra verde y crepúsculos rojos como espadas después de la batalla. O labios entreabiertos Palpitantes Labios que, como el mar, gimen de bruces en las tibias arenas de tu cuerpo. ¡Ah, Francesca!: tus labios, de tan fríos, pronuncian los oráculos de esa muerte incesante que nos une. Tácita Celestina, muda virgen que cela nuestro amor en las complicidades de la sombra. ¿Qué es el amor, Francesca? ¿Qué diantre es el amor? Unos ojos que el tiempo ha dibujado en el cristal preciso de otros ojos. La tarde que no fue lazo ni cárcel. Esta muerte incesante que nos une. Que nos une, Francesca. Vaga rosa imprevista reposando sus pétalos valientes en las húmedas fauces del invierno. Una muerte dantesca, sí: la sola que merece la pena de vivirse.
Paolo y Francesca
Antonio Colinas
Esperar junto a este mar (en el que nacieron las ideas) sin ninguna idea. (Y así tenerlas todas). Ser sólo la brisa en la copa del pino grande, el aroma del azahar, la noche de orquídeas en las calas olvidadas. Sólo permanecer viendo el ave que pasa y no regresa; quedar esperando a que el cielo amarillo arda y se limpie de relámpagos que llegarán saltando de una isla a otra isla. O contemplar la nube blanca que, no siendo nada, parece ser feliz. Quedar flotando y transcurriendo de aquí para allá, sobre las olas que pasan, como un remo perdido. O seguir, como los delfines, la dirección de un tiempo sentenciado. Ser como la hora de las barcas en las noches de enero, que se adormecen entre narcisos y faros. Dejadme, no con la luz del conocimiento (que nació y se alzó de este mar), sino simplemente con la luz de este mar. O con sus muchas luces: las de oro encendido y las de frío verdor. o con la luz de todos los azules. Pero, sobre todo, dejadme con la luz blanca, que es la que abrasa y derrota a los hombres heridos, a los días tensos, a las ideas como cuchillos. Ser como olivo o estanque. Que alguien me tenga en su mano como a un puñado de sal. O de luz. Cerrar los ojos en el silencio del aroma para que el corazón —al fin— pueda ver. Cerrar los ojos para que el amor crezca en mí. Dejadme compartiendo el silencio y la soledad de los porches, la hospitalidad de las puertas abiertas; dejadme con el plenilunio de los ruiseñores de junio, que guardan el temblor del agua en las últimas fuentes. Dejadme con la libertad que se pierde en los labios de una mujer.
FE DE VIDA
Manuel Altolaguirre
A Federico García Lorca Las barcas de dos en dos, como sandalias del viento puestas a secar al sol. Yo y mi sombra, ángulo recto. Yo y mi sombra, libro abierto. Sobre la arena tendido como despojo del mar se encuentra un niño dormido. Yo y mi sombra, ángulo recto. Yo y mi sombra, libro abierto. Y más allá, pescadores tirando de las maromas amarillas y salobres. Yo y mi sombra, ángulo recto. Yo y mi sombra, libro abierto.
PLAYA
Nicanor Parra
Qué es un antipoeta: Un comerciante en urnas y ataúdes? Un sacerdote que no cree en nada? Un general que duda de sí mismo? Un vagabundo que se ríe de todo Hasta de la vejez y de la muerte? Un interlocutor de mal carácter? Un bailarín al borde del abismo? Un narciso que ama a todo el mundo? Un bromista sangriento Deliberadamente miserable Un poeta que duerme en una silla? Un alquimista de los tiempos modernos? Un revolucionario de bolsillo? Un pequeño burgués? Un charlatán? un dios? un inocente? Un aldeano de Santiago de Chile? Subraye la frase que considere correcta. Qué es la antipoesía: Un temporal en una taza de té? Una mancha de nieve en una roca? Un azafate lleno de excrementos humanos Como lo cree el padre Salvatierra? Un espejo que dice la verdad? Un bofetón al rostro Del Presidente de la Sociedad de Escritores? (Dios lo tenga en su santo reino) Una advertencia a los poetas jóvenes? Un ataúd a chorro? Un ataúd a fuerza centrífuga? Un ataúd a gas de parafina? Una capilla ardiente sin difunto? Marque con una cruz La definición que considere correcta.
TEST
Jaime Sabines
Es la sombra del agua y el eco de un suspiro, rastro de una mirada, memoria de una ausencia, desnudo de mujer detrás de un vidrio. Está encerrada, muerta -dedo del corazón, ella es tu anillo-, distante del misterio, fácil como un niño. Gotas de luz llenaron ojos vacíos, y un cuerpo de hojas y alas se fue al rocío. Tómala con los ojos, llénala ahora, amor mío. Es tuya como de nadie, tuya como el suicidio. Piedras que hundí en el aire, maderas que ahogué en el río, ved mi corazón flotando sobre su cuerpo sencillo.
Es la sombra del agua
Lope de Vega
87 Pasando el mar el engañoso toro, volviendo la cerviz, el pie besaba de la llorosa ninfa, que miraba perdido de las ropas el decoro. Entre las aguas y las hebras de oro, ondas el fresco viento levantaba, a quien con los supiros ayudaba del mal guardado virginal tesoro. Cayéronsele a Europa de las faldas las rosas al decirle el toro amores, y ella con el dolor de sus guirnaldas, dicen que lleno el rostro de colores, en perlas convirtió sus esmeraldas, y dijo: «¡Ay triste yo!, ¡perdí las flores!».
DE EUROPA Y JÚPITER
Pablo Neruda
EN las arenas de Magallanes te recogimos cansada navegante, inmóvil bajo la tempestad que tantas veces tu pecho dulce y doble desafió dividiendo en sus pezones. Te levantamos otra vez sobre los mares del Sur, pero ahora fuiste la pasajera de lo oscuro, de los rincones, igual al trigo y al metal que custodiaste en alta mar, envuelta por la noche marina. Hoy eres mía, diosa que el albatros gigante rozó con su estatura extendida en el vuelo, como un manto de música dirigida en la lluvia por tus ciegos y errantes párpados de madera. Rosa del mar, abeja más pura que los sueños, almendrada mujer que desde las raíces de una encina poblada por los cantos te hiciste forma, fuerza de follaje con nidos, boca de tempestades, dulzura delicada que iría conquistando la luz con sus caderas. Cuando ángeles y reinas que nacieron contigo se llenaron de musgo, durmieron destinados a la inmovilidad con un honor de muertos, tú subiste a la proa delgada del navío y ángel y reina y ola, temblor del mundo fuiste. El estremecimiento de los hombres subía hasta tu noble túnica con pechos de manzana, mientras tus labios eran oh dulce! humedecidos por otros besos dignos de tu boca salvaje. Bajo la noche extraña tu cintura dejaba caer el peso puro de la nave en las olas cortando en la sombría magnitud un camino de fuego derribado, de miel fosforescente. El viento abrió en tus rizos su caja tempestuosa, el desencadenado metal de su gemido, y en la aurora la luz te recibió temblando en los puertos, besando tu diadema mojada. A veces detuviste sobre el mar tu camino y el barco tembloroso bajó por su costado, como una gruesa fruta que se desprende y cae, un marinero muerto que acogieron la espuma y el movimiento puro del tiempo y del navío. Y sólo tú entre todos los rostros abrumados por la amenaza, hundidos en un dolor estéril, recibiste la sal salpicada en tu máscara, y tus ojos guardaron las lágrimas saladas. Más de una pobre vida resbaló por tus brazos hacia la eternidad de las aguas mortuorias, y el roce que te dieron los muertos y los vivos gastó tu corazón de madera marina. Hoy hemos recogido de la arena tu forma. Al final, a mis ojos estabas destinada. Duermes tal vez, dormida, tal vez has muerto, muerta: tu movimiento, al fin, ha olvidado el susurro y el esplendor errante cerró su travesía. Iras del mar, golpes del cielo han coronado tu altanera cabeza con grietas y rupturas, y tu rostro como una caracola reposa con heridas que marcan tu frente balanceada. Para mí tu belleza guarda todo el perfume, todo el ácido errante, toda su noche oscura. Y en tu empinado pecho de lámpara o de diosa, torre turgente, inmóvil amor, vive la vida. Tú navegas conmigo, recogida, hasta el día en que dejen caer lo que soy en la espuma.
A una estatua de proa (elegía)
Luis de Góngora
Diez años vivió Belerma Con el corazón difunto Que le dejó en testamento Aquel francés boquirrubio. Contenta vivió con él, Aunque a mí me dijo alguno Que viviera más contenta Con trescientas mil de juro. A verla vino doña Alda, Viuda del conde Rodulfo, Conde que fue en Normandía Lo que a Jesu Cristo plugo; Y hallándola muy triste Sobre un estrado de luto, Con los ojos que ya eran Orinales de Neptuno, Riéndose muy despacio De su llorar importuno, Sobre el muerto corazón Envuelto en un paño sucio, Le dice: «Amiga Belerma, Cese tan necio diluvio, Que anegará vuestros años Y ahogará vuestros gustos. Estése allá Durandarte Donde la suerte le cupo; Buen pozo haya su alma, Y pozo que esté sin cubo. Si él os quiso mucho en vida, También le quisistes mucho, Y si tiene abierto el. pecho, Queréllese de su escudo. ¿Qué culpa tuviste vos De su entierro, siendo justo Que el que como bruto muere, Que le entierren como a bruto? Muriera él acá en París A do tiene su sepulcro, Que allí le hicieran lugar Los antepasados suyos. Volved luego a Montesinos Ese corazón que os trujo, Y enviadle a preguntar Si por gavilán os tuvo. Descosed y desnudad Las tocas de lienzo crudo, El mongilón de bayeta Y el manto basto peludo; Que aun en las viudas más viejas, Y de años más caducos Las tocas cubren a enero Y los monjiles a julio; Cuánto más a una muchacha Que le faltan días algunos Para cumplir los treinta años, Que yo desdichada cumplo. Seis hace, si bien me acuerdo, El día de Santiñuflo, Que perdí aquel mal logrado Que hoy entre los vivos busco. Holguéme de cuatro y ocho Haciéndoles dos mil hurtos, A las palomas de besos Y a las tórtolas de arrullos. Sentí su fin, pero más Que muriese sin ver fruto, Sin ver flujo de mi vientre, Porque siempre tuve pujo; Mas no por eso ultrajé Mi buena tez con rasguños, Cabal me quedó el cabello, Y los ojos casi enjutos. Aprended de mí, Belerma, Holguémonos de consuno, Llévese el mar lo llorado, Y lo suspirado el humo. No hiléis memorias tristes En este aposento oscuro, Que cual gusano de seda Moriréis en el capullo. Haced lo que en su fin hace El pájaro sin segundo, Que nos habla en sus cenizas De pretérito y futuro. Llorad su muerte, mas sea Con lagrimillas al uso; De lo mal pasado nazca Lo por venir más seguro. Pongámonos a la par Dos toquitas de repulgo, Ceja en arco, y manos blancas, Y dos perritos lanudos. Yedras verdes somos ambas, A quien dejaron sin muros De la Muerte y del Amor Baterías e infortunios. Busquemos por do trepar, Que a lo que de ambas presumo No nos faltarán en Francia Pared gruesa, tronco duro. La iglesia de San Dionís Canónigos tiene muchos, Delgados, cariaguileños, Carihartos y espaldudos. Escojamos como peras Dos déligos capotuncios, De aquestos que andan en mulas, Y tienen algo de mulos; Destos Alejandros Magnos, Que no tienen por disgusto Por dar en nuestros broqueles, Que demos en sus escudos. De todos los Doce Pares Y sus nones abrenuncio, Que calzan bragas de malla, Y de acero los pantuflos. ¿De qué nos sirven, amiga, Petos fuertes, yelmos lucios? Armados hombres queremos, Armados, pero desnudos. De vuestra Mesa Redonda Francos paladines huyo, Donde ayunos os sentáis Y os levantáis más ayunos. La de cuatro esquinas quiero, Que la ventura me puso En casa de un cuatro picos, De todos cuatro picudo; Donde sirven la Cuaresma Sabrosísimos besugos, Y turmas en el Carnal, Con su caldillo y su zumo». Más iba a decir doña Alda, Pero a lo demás dio un nudo, Porque de don Montesinos Entró un pajecillo zurdo.
Diez años vivió Belerma
Claribel Alegría
Sólo cuando me amas se me cae esta máscara pulida y mi sonrisa es mía y la luna la luna y estos mismos árboles de ahora este cielo esta luz presencias que se abren hasta el vértigo y acaban de nacer y son eternos y tus ojos también nacen con ellos tu mirada tus labios que al nombrarme me descubren. Sólo cuando te amo sé que no acabo en mí que es tránsito la vida y que la muerte es tránsito y el tiempo un carbúnculo encendido sin ayeres gastados sin futuro.
TIEMPO DE AMOR
Juan Ramón Jiménez
¡Su desnudez y el mar! Ya están, plenos, lo igual con lo igual. La esperaba, desde siglos el agua, para poner su cuerpo solo en su trono inmenso. Y ha sido aquí en Iberia. La suave playa céltica se la dio, cual jugando, a la ola del verano. (Así va la sonrisa ¡amor! a la alegría) ¡Sabedlo, marineros: de nuevo es reina Venus!
AHOGADA
Dámaso Alonso
Madrid es una ciudad de más de un millón de cadáveres (según las últimas estadísticas). A veces en la noche yo me revuelvo y me incorporo en este nicho en el que hace 45 años que me pudro, y paso largas horas oyendo gemir al huracán, o ladrar los perros, o fluir blandamente la luz de la luna. Y paso largas horas gimiendo como el huracán, ladrando como un perro enfurecido, fluyendo como la leche de la ubre caliente de una gran vaca amarilla. Y paso largas horas preguntándole a Dios, preguntándole por qué se pudre lentamente mi alma, por qué se pudren más de un millón de cadáveres en esta ciudad de Madrid, por qué mil millones de cadáveres se pudren lentamente en el mundo. Dime, ¿qué huerto quieres abonar con nuestra podredumbre? ¿Temes que se te sequen los grandes rosales del día, las tristes azucenas letales de tus noches?
INSOMNIO
Luis de Góngora
La desgracia del forzado, Y del corsario la industria, La distancia del lugar Y el favor de la Fortuna, Que por las bocas del viento Les daba a soplos ayuda Contra las cristianas cruces A las otomanas lunas, Hicieron que de los ojos Del forzado a un tiempo huyan Dulce patria, amigas velas, Esperanzas y ventura. Vuelve, pues, los ojos tristes A ver cómo el mar le hurta Las torres, y le da nubes, Las velas, y le da espumas. Y viendo más aplacada En el cómitre la furia, Vertiendo lágrimas, dice, Tan amargas como muchas: ¿De quién me quejo con tan grande extremo, Si ayudo yo a mi daño con mi remo? «Ya no esperen ver mis ojos, Pues ahora no lo vieron, Sin este remo las manos, Y los pies sin estos hierros, Que en esta desgracia mía Fortuna me ha descubierto Que cuantos fueron mis años Tantos serán mis tormentos. ¿De quién me quejo con tan grande extremo, Si ayudo yo a mi daño con mi remo? Velas de la Religión, Enfrenad vuestro denuedo, Que mal podréis alcanzarnos Pues tratáis de mi remedio. El enemigo se os va, Y favorécele el tiempo Por su libertad no tanto Cuanto por mi captiverio. ¿De quién me quejo con tan grande extremo, Si ayudo yo a mi daño con mi remo? Quedáos en aquesa playa, De mis pensamientos puerto; Quejáos de mi desventura Y no echéis la culpa al viento. Y tú, mi dulce suspiro, Rompe los aires ardiendo, Visita a mi esposa bella, Y en el mar de Argel te espero.» ¿De quién me quejo con tan grande extremo, Si ayudo yo a mi daño con mi remo?
La desgracia del forzado
Nicolás Guillén
Con el círculo ecuatorial ceñido a la cintura como a un pequeño mundo, la negra, la mujer nueva, avanza en su ligera bata de serpiente. Coronada de palmas como una diosa recién llegada, ella trae la palabra inédita, el anca fuerte, la voz, el diente, la mañana y el salto. Chorro de sangre joven bajo un pedazo de piel fresca, y el pie incansable para la pista profunda del tambor.
MUJER NUEVA
Antonio Machado
Leyendo un claro día mis bien amados versos, he visto en el profundo espejo de mis sueños que una verdad divina temblando está de miedo, y es una flor que quiere echar su aroma al viento. El alma del poeta se orienta hacia el misterio. Sólo el poeta puede mirar lo que está lejos dentro del alma, en turbio y mago sol envuelto. En esas galerías, sin fondo, del recuerdo, donde las pobres gentes colgaron cual trofeo el traje de una fiesta apolillado y viejo, allí el poeta sabe el laborar eterno mirar de las doradas abejas de los sueños. Poetas, con el alma atenta al hondo cielo, en la cruel batalla o en el tranquilo huerto, la nueva miel labramos con los dolores viejos, la veste blanca y pura pacientemente hacemos, y bajo el sol bruñimos el fuerte arnés de hierro. El alma que no sueña, el enemigo espejo, proyecta nuestra imagen con un perfil grotesco. Sentimos una ola de sangre, en nuestro pecho, que pasa... y sonreímos, y a laborar volvemos.
Introducción a los sueños
David Escobar Galindo
Verdinegra es la piedra, como siempre. Transparente es el agua, como nunca. ¿Podría imaginarse algún riachuelo que se olvidara en la sed del día? Entre el nunca y el siempre hay una alianza. Entre el siempre y el nunca está el abismo.
Verdinegra es la piedra
Antonio Colinas
Dejadme dormir en estas laderas sobre las piedras del tiempo, las piedras de la sangre helada de mis antepasados: la piedra-musgo, la piedra-nieve, la piedra-lobo. Que mis ojos se cierren en el ocaso salvaje de los palomares en ruinas y de los encinares de hierro. Sólo quiero poner el oído en la piedra para escuchar el sonido de la montaña preñada de sueños seguros, el latido de la pasión de los antiguos, el murmullo de las colmenas sepultadas. Qué feliz ascensión por el sendero de las vasijas pisoteadas por los caballos un siglo y otro siglo. Y en la cima, bravo como un espino, el viento haciendo sonar el arpa de las rocas. Es como el aliento de un dios propagando armonía entre mis pestañas y las nubes. Un águila planea lentamente en los límites, se incendian las sierras de las peñas negras, mas no veo las llamas, las llamas que crepitan aquí abajo enterradas bajo el monte de sueños aromados, bajo la viga de oro de los celtas, junto al curso del agua del olvido que jamás —en vida— podremos contemplar, pero que habrá de arrastrarnos tras el último suspiro. ¡Cómo pesan los párpados con la música del tiempo! ¡Cómo se embriagan de adolescencia perdida las venas! Dejadme dormir en la ladera de los infinitos sacrificios, en donde arados y rebaños se han petrificado, en donde el frío ha hecho florecer cenizales y huesos, en donde las espadas han segado los labios del amor. Dejadme dormir sobre la música de la piedra del monte, pues ya sólo soy un nogal junto a una fuente ferrosa, la vela que ilumina una bodega de mostos morados, un trigal maduro rodeado de fuego, una zarza que cruje de estrellas imposibles.
REGRESO A PETAVONIUM
José Ángel Buesa
Quizás estando sola, de noche, en tu aposento oirás que alguien te llama sin que tu sepas quién y aprenderás entonces, que hay cosas como el viento que existen ciertamente, pero que no se ven... Y también es posible que una tarde de hastío como florece un surco, te renazca un afán y aprenderás entonces que hay cosas como el río que se estan yendo siempre, pero que no se van... O al cruzar una calle, tu corazón risueño recordará una pena que no tuviste ayer y aprenderás entonces que hay cosas como el sueño, cosas que nunca han sido, pero que pueden ser... Por más que tu prefieras ignorar estas cosas sabrás por qué suspiras oyendo una canción y aprenderás entonces que hay cosas como rosas, cosas que son hermosas, sin saber que lo son... Y una tarde cualquiera, sentirás que te has ido y un soplo de ceniza regará tu jardín y aprenderás entonces, que el tiempo y el olvido son las únicas cosas que nunca tienen fin.
POEMA DE LAS COSAS
Ángel González
Yo lo noto: cómo me voy volviendo menos cierto, confuso, disolviéndome en aire cotidiano, burdo jirón de mí, deshilachado y roto por los puños. Yo comprendo: he vivido un año más, y eso es muy duro. ¡Mover el corazón todos los días casi cien veces por minuto! Para vivir un año es necesario morirse muchas veces mucho.
CUMPLEAÑOS
Juan Liscano
Buda se equivocó. La causa del dolor no es el deseo sino la carencia que motiva el deseo. JUAN EDUARDO CIRLOT ¡Sí! es necesidad, por eso tan real, surtiendo adentro, recreando lo creado, persistencia indefinible juntando expectación y carencia, algo abstracto, fuera de consumo, inconsumible, llamada confundida con la costumbre de respirar. Tan sólo cuando un hecho en bruto altera la perfecta maquinaria del soplo se oye, de pronto, la respuesta.
CARENCIA
Juan de Salinas
El que eligió en el jardín el jazmín, no fue discreto, que no tiene olor perfeto si se marchita el jazmín. Mas la rosa hasta su fin, porque aun su morir se alabe, tiene olor más dulce y suave, fragancia más olorosa: luego mejor es la rosa y el jazmín menos süave. Tú, que rosa y jazmín ves, eliges la pompa breve del jazmín, fragante nieve, que un soplo al céfiro es; mas conociendo después la altiva lisonja hermosa de la rosa, cuidadosa la antepondrás en tu amor; que es el jazmín poca flor, mucha fragancia la rosa.
EN ALABANZA DE LA ROSA
Jorge Luis Borges
Lunas, marfiles, instrumentos, rosas, lámparas y la línea de Durero, las nueve cifras y el cambiante cero, debo fingir que existen esas cosas. Debo fingir que en el pasado fueron Persépolis y Roma y que una arena sutil midió la suerte de la almena que los siglos de hierro deshicieron. Debo fingir las armas y la pira de la epopeya y los pesados mares que roen de la tierra los pilares. Debo fingir que hay otros. Es mentira. Sólo tú eres. Tú, mi desventura y mi ventura, inagotable y pura.
El enamorado
Juan Ramón Jiménez
¡Cuánto infinito abarcado desde esta piedra del mundo! No estoy en el «desde aquí», sino en el «ya de lo último».
FRENTE
Gabriela Mistral
Esta agua medrosa y triste, como un niño que padece, antes de tocar la tierra desfallece. Quieto el árbol, quieto el viento, ¡y en el silencio estupendo, este fino llanto amargo cayendo! El cielo es como un inmenso corazón que se abre, amargo. No llueve: es un sangrar lento y largo. Dentro del hogar, los hombres no sienten esta amargura, este envío de agua triste de la altura. Este largo y fatigante descender de aguas vencidas, hacia la Tierra yacente y transida. Llueve... y como un chacal trágico la noche acecha en la sierra. ¿Qué va a surgir, en la sombra, de la Tierra? ¿Dormiréis, mientras afuera cae, sufriendo, esta agua inerte, esta agua letal, hermana de la Muerte?
La lluvia lenta
Octavio Paz
Bajo las rotas columnas, entre la nada y el sueño, cruzan mis horas insomnes las sílabas de tu nombre. Tu largo pelo rojizo, relámpago del verano, vibra con dulce violencia en la espalda de la noche. Corriente oscura del sueño que mana entre rüinas y te construye de nada: amargas trenzas, olvido, húmeda costa nocturna donde se tiende y golpea un mar sonámbulo, ciego.
Monólogo
José María Gabriel y Galán
¿Qué tendrá la hija del sepulturero que con asco la miran los mozos, que las mozas la miran con miedo? Cuando llega el domingo a la plaza y está el bailoteo como el Sol de alegre, vivo como el fuego, no parece sino que una nube se atraviesa delante del cielo; no parece sino que se anuncia, que se acerca, que pasa un entierro... Una ola de opacos rumores sustituye al febril charloteo, se cambian miradas que expresan recelos, el ritmo del baile se torna más lento y hasta los repiques alegres y secos de las castañuelas callan un momento... Un momento no más duró todo; mas ¿qué será aquello que hasta da falsas notas la gaita por hacer un gesto con sus gruesos labios el tamborilero? No hay memoria de amores manchados, porque nunca, a pesar de ser bellos, «Buenos ojos tienes» le ha dicho un mancebo. Y ella sigue desdenes rumiando, y ella sigue rumiando desprecios; pero siempre acercándose a todos, siempre sonriendo, presentándose en fiestas y bailes y estrenando más ricos pañuelos... ¿Qué tendrá la hija del sepulturero? ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... Me lo dijo un mozo: ¿Ve usted esos pañuelos? pues se cuenta que son de otras mozas... ¡De otras mozas que están ya pudriendo!... Y es verdad, que parece que güelen, que güelen a muerto...
¿QUÉ TENDRÁ?
Julio Herrera y Reissig
LA DANZA DE LOS MESES Y DE LAS HORAS GALANTERÍAS ETERNAS Decoración: La sala semeja una floresta Unos faunos sensuales persiguen a una driada, Cantos de aves sinfónicas hace vibrar la orquesta. (Pajes, Arqueros, Duendes y gente uniformada.) Los Dioses del Olympo todos se hallan presentes. (Emblemas, jeroglíficos, toisons, panoplias, cuernos) Inmensa muchedumbre de silenciosas gentes; Santos del Paraíso, reyes de los Infiernos. El viejo Tiempo se halla sentado en su gran solio. (Heraldos y sirenas, dragones, sagitarios) A un lado el Laberinto y al otro el Capitolio. La Parca está rezando sus credos funerarios. Alcen contempla a Diana. Pan toca su bocina; Un centauro y un sátiro se cuentan sus lujurias; Hidras, peces biformes. (Plutón y Proserpina). Tritones y Oceánidas y Náyades y Furias. Lohengrin y el Cisne. Cadmo transformando una piedra; (Pontífices, Mikados, Sultanes, Caballeros) Margarita en su rueca, Minos hiriendo a Fedra. (Damas de corte, brujas, nobles y mosqueteros). Cristo y Mahoma charlan de asuntos de la tierra; (Se alzan el Vaticano, la Alhambra, Meka y Roma) Millones de esqueletos surgen en son de guerra, Etcétera... Posdata: la Esfinge se desploma. Aramis el noble, gentil bastonero, Le pide su cetro magnífico a Ulises; (Adornan la sala lujosas cariátides, Regios artesones y un áureo florero En el que hay hortensias, anémonas, lises, Adelfas, orquídeas, lotos y clemátides) Y ordena la danza. Las Hadas del Día, Que son doce, se ponen en rueda. (Hay espejos, luces, cuadros, pedrería, Bibelots, Cupidos, oro, mármol, seda...) Un reloj semeja la alfombra bordada; (Ornan los tapices regias hipsipilas; La Venus de Ictinius se muestra enflorada: Lucen crisantemos, nelumbos y lilas). Hay aves exóticas. Exóticos frescos Muestran con sus barbas a los Viejos Siglos. (Hay fou-kousas, pieles, jaspes, arabescos, Biscuits, kakemonos, dioses y vestiglos). Aramís sonríe con una señora De ciertos remilgos de unas soberanas. (Hay cenefas, biombos, telas de Bassora, Consolas, estatuas, joyas, porcelanas). Las arañas forman chispeantes burbujas, Burbujas inquietas de vinos dorados. (Hay regios encajes de Chantilly y Brujas, Panneaux deslumbrantes y flordelisados). Las damas ostentan aigrettes elegantes, De plumas que fingen rizos de flambeau (Los regios joyeles y polvos brillantes Que ostentan las reinas de un bello Wateau). Hechiza en las faldas la seda argentada, Y nieva la red de las finas puntillas. (Las caladas medias de seda rosada Brillan de celosas en las pantorrillas). Un bouquet de estrellas sus fulgores quiebra En el encendido sol de los aceros; Valiers recamados de ojos de culebra Ornan la elegancia de los caballeros. Irisados peces, raros colorines, Fingen las soberbias condecoraciones; Y gardenias blancas son los brodequines, Y serpientes de oro son los cinturones. Un obispo cuenta las cuentas de espuma Que hay en una copa de fino Bohemia. (Hay lacas, mosaicos, jarras de Satsuma Divanes de Persia, sillas de Academia). Las Horas ostentan primorosos trajes, Grandes abanicos, mágicas pelucas. (Hay platos chinescos, cisnes y paisajes, Gente armada, pajes y doncellas cucas). (Se oyen pasos). Entran con largos turbantes, Emires, profetas y viejos Kalifas. (Los pajes alcanzan sorbetes, picantes, Café, arroz, tabaco, pipas y alcatifas).
LA GRAN SOIRÉE DE LA ELEGANCIA
Carlos Edmundo de Ory
He vuelto ahora sin saber por qué a estar triste más triste que un tintero Triste no soy o si lo soy no sé la maldita razón porque no quiero He vuelto ahora sin saber por qué a estar triste en las calles de mi raza He vuelto a estar más triste que un quinqué más triste que una taza Estoy sentado ahora en un café y mi alma late late de sed de no sé qué tal vez de chocolate No quiero esta tristeza medular que nos da un golpe traidor en una tarde Pide cerveza y basta de pensar El cerebro está oscuro cuando arde
EN UN CAFÉ
Pablo Neruda
Cien sonetos de amor Ay de mí, ay de nosotros, bienamada, sólo quisimos sólo amor, amarnos, y entre tantos dolores se dispuso sólo nosotros dos ser malheridos. Quisimos el tú y yo para nosotros, el tú del beso, el yo del pan secreto, y así era todo, eternamente simple, hasta que el odio entró por la ventana. Odian los que no amaron nuestro amor, ni ningún otro amor, desventurados como las sillas de un salón perdido, hasta que se enredaron en ceniza y el rostro amenazante que tuvieron se apagó en el crepúsculo apagado.
Cien sonetos de amor
Infantiles
Madre, madre, tú me besas, pero yo te beso más, y el enjambre de mis besos no te deja ni mirar... Si la abeja se entra al lirio, no se siente su aletear. Cuando escondes a tu hijito ni se le oye respirar... Yo te miro, yo te miro sin cansarme de mirar, y qué lindo niño veo a tus ojos asomar... El estanque copia todo lo que tú mirando estás; pero tú en las niñas tienes a tu hijo y nada más. Los ojitos que me diste me los tengo que gastar en seguirte por los valles, por el cielo y por el mar...
Caricia
Pablo Neruda
20 poemas de amor y una canción desesperada Juegas todos los días con la luz del universo. Sutil visitadora, llegas en la flor y en el agua. Eres más que esta blanca cabecita que aprieto como un racimo entre mis manos cada día. A nadie te pareces desde que yo te amo. Déjame tenderte entre guirnaldas amarillas. Quién escribe tu nombre con letras de humo entre las estrellas del sur? Ah déjame recordarte cómo eras entonces, cuando aún no existías. De pronto el viento aúlla y golpea mi ventana cerrada. El cielo es una red cuajada de peces sombríos. Aquí vienen a dar todos los vientos, todos. Se desviste la lluvia. Pasan huyendo los pájaros. El viento. El viento. Yo sólo puedo luchar contra la fuerza de los hombres. El temporal arremolina hojas oscuras y suelta todas las barcas que anoche amarraron al cielo. Tú estás aquí. Ah tú no huyes. Tú me responderás hasta el último grito. Ovíllate a mi lado como si tuvieras miedo. Sin embargo alguna vez corrió una sombra extraña por tus ojos. Ahora, ahora también, pequeña, me traes madreselvas, y tienes hasta los senos perfumados. Mientras el viento triste galopa matando mariposas yo te amo, y mi alegría muerde tu boca de ciruela. Cuanto te habrá dolido acostumbrarte a mí, a mi alma sola y salvaje, a mi nombre que todos ahuyentan. Hemos visto arder tantas veces el lucero besándonos los ojos y sobre nuestras cabezas destorcerse los crepúsculos en abanicos girantes. Mis palabras llovieron sobre ti acariciándote. Amé desde hace tiempo tu cuerpo de nácar soleado. Hasta te creo dueña del universo. Te traeré de las montañas flores alegres, copihues, avellanas oscuras, y cestas silvestres de besos. Quiero hacer contigo lo que la primavera hace con los cerezos.
20 poemas de amor y una canción desesperadaPoema 14
Toni García Arias
Nos volvemos ciegos el día que no nace para nosotros y en la oscuridad de ese incierto amanecer la sed y el agua serán la misma cosa. Habrán de saberse por un igual la pasión y la agonía, la huella y el pie que traza rutas en cada paso, se perderán también tu blusa y mis manos, mi boca y tu risa. Amaneceremos en a memoria de un nombre sin nosotros. Añadiremos nuestros cuerpos a lo ya perdido.
Ciegos
Blanca Andreu
Cinco poemas para abdicar, para que sean un destello terrestre en mi tránsito mientras el vaivén de mi cuerpo me dote de viejo sueño y tenga un altar adornado, mientras mis ojos suspendan la aspersión del líquido más breve, abandonen su aire lacustre y la ligereza de la lágrima cóncava en donde beben grullas y otras zancudas con pie de bailarina, mientras mis manos sean hangares en las salinas negras para aviones de turbios vuelos, mientras el súcubo murciélago diga en mi oído espuma y diga oscuridad en las marineras negras. Cinco poemas para la marcha en el paisaje de sábana de hilo, un páramo es encaje antepasado, iniciales bordadas hace ya tres mil días y alguna mancha de amor. Cinco poemas como cinco frutos cifrados o como cinco velas para la travesía: el primero hacia aquella a la que nadie ve en la vaga velada del lago: un resquicio de abril para Virginia, porque amó a las mujeres. El segundo para mi amor: sé bien que encima de mis heridas busco la alondra de tus heridas, sé bien que encima de mis heridas una cigüeña pone sus huevos. Encima de tus heridas las ramas de los nervios se han dormido y ahora son alas, páginas, oleaje, seres verdes. Encima de mis heridas yo descubro una tela desventurada y ocre, rasgada de enemigos, o una palabra emborrachada por el lacre. Pero cuando me duerma ya no te querré. El tercero para la casa que cae y el álamo vihuela o jardín bello, para el ángel que guarda a la lombriz, para todo lo que es pueril o leve y que clava submarinos anzuelos en los ojos adultos. El tercero es para el corazón de la raíz y para la cerrada tierra de los estambres, para la lluvia seria de las siestas del norte, mala como una institutriz. Dile que no se meta en los salones y los llene de gafas estrujadas. Ay, dile que no espante los espejos de mirada niña. Había tres balcones sangrantes, había tres balcones como tres heridas incurables del muro, había tres balcones y siete temblorosos escabeles. Ay, dile que no asuste las palabras palomas, que no deje que vayan batiendo un aire usado con alas de cuchillo. Las palabras apátridas de mi tercer poema que no me muerdan las mejillas y las sonatas que yo no toqué nunca, que no cesen, ni el pequeño cuaderno de Ana Magdalena. Yo no dije: ¡silencio!, y ahora el réquiem se teje con seres y desastres consanguíneos. Dejadme las hortensias vestidas de pupilas, con traje de mirada, esa campana vegetal que ya no suena y llora un zumo epílogo, y las magnolias catalejos, y aquel sillar tan grande como el siglo más cíclope. Yo no dije: ¡silencio! pero me fui bebiendo vino de exilio en la boca de piedra, bebiendo fermentado líquido migratorio, los ramos de las tórtolas de agosto y el eco de la casa que se cae. Veo que no sobrevive el alma alta del muro, la espuma voladora borracha de gaviotas, el ángel que cuidaba la cucaracha de uva y la lombriz, ni ningún pájaro como lágrima póstuma y celeste, ni la resina tañendo su ámbar triste, ni tampoco las malvas, las violentas, las verdes partituras. El cuarto es para mi amor. Amor mío, sé bien que no te escupirá mi sueño y que tu cuello no será sajado por el filo último de mi sueño, que no te insultará el hiriente corazón de mi sueño, porque si duermo ya no te querré. Sé bien que busco encima de mis heridas el escorpión de oro de tus heridas. Sé bien que encima de mis heridas sólo habita la imagen encalada de mi muerte. Y por eso voy a asesinar con la virgen cuchilla barbitúrico la muchedumbre de heroicos locos que entonan para mí la pesadilla y el bostezo, amor mío, sin asomar por la ventana fuegos viejos, frescas cenizas, familias errantes de soles. Mi amor para la imagen encalada de mi muerte, para la cal que se come a los niños, para mi último caballo, oro, sobre asfalto celeste y el hule astral de abril. Sé bien que galoparé en negro porque negro es el color de los sueños, negras las manos de la intimidad, y sin espuelas, y sin bridas, porque las espuelas son el poder, la aberración, estrellas de tijera y abismo. El quinto para mi caballo, para cuando ya estemos sucediendo como dos estaciones o dos días iguales.
CINCO POEMAS PARA ABDICAR
Miguel de Unamuno
Corral de muertos, entre pobres tapias, hechas también de barro, pobre corral donde la hoz no siega, sólo una cruz, en el desierto campo señala tu destino. Junto a esas tapias buscan el amparo del hostigo del cierzo las ovejas al pasar trashumantes en rebaño, y en ellas rompen de la vana historia, como las olas, los rumores vanos. Como un islote en junio, te ciñe el mar dorado de las espigas que a la brisa ondean, y canta sobre ti la alondra el canto de la cosecha. Cuando baja en la lluvia el cielo al campo baja también sobre la santa hierba donde la hoz no corta, de tu rincón, ¡pobre corral de muertos!, y sienten en sus huesos el reclamo del riego de la vida. Salvan tus cercas de mampuesto y barro las aladas semillas, o te las llevan con piedad los pájaros, y crecen escondidas amapolas, clavelinas, magarzas, brezos, cardos, entre arrumbadas cruces, no más que de las aves libres pasto. Cavan tan sólo en tu maleza brava, corral sagrado, para de un alma que sufrió en el mundo sembrar el grano; luego sobre esa siembra ¡barbecho largo! Cerca de ti el camino de los vivos, no como tú, con tapias, no cercado, por donde van y vienen, ya riendo o llorando, ¡rompiendo con sus risas o sus lloros el silencio inmortal de tu cercado! Después que lento el sol tomó ya tierra, y sube al cielo el páramo a la hora del recuerdo, al toque de oraciones y descanso, la tosca cruz de piedra de tus tapias de barro queda, como un guardián que nunca duerme, de la campiña el sueño vigilando. No hay cruz sobre la iglesia de los vivos, en torno de la cual duerme el poblado; la cruz, cual perro fiel, ampara el sueño de los muertos al cielo acorralados. ¡Y desde el cielo de la noche, Cristo, el Pastor Soberano, con infinitos ojos centelleantes, recuenta las ovejas del rebaño! ¡Pobre corral de muertos entre tapias hechas del mismo barro, sólo una cruz distingue tu destino en la desierta soledad del campo!
En un cementerio de lugar castellano
Genaro Ortega Gutiérrez
Un buen día, las cosas se fueron por otros derroteros, y el vientre se te quedó tapizado de polvo y de desidia. Las circunstancias que envolvieron tu embelesamiento te colocan en el umbral de un prodigioso y complejo retablo, donde las palabras curan la pasión como cualquier otra deformación profesional. Acaso la extraña actitud, tu gallardía de entonces, se debiera principalmente a los efectos benéficos de la brisa serena y celosa sobre su busto. Ya está. Aclaradas las cosas, no hace falta ir más adelante.
Erupción nasal
Juan Ramón Jiménez
Tira la piedra de hoy, olvida y duerme. Si es luz, mañana la encontrarás ante la aurora, hecha sol.
EL RITMO
Delfina Acosta
¿Faltar a mi deber? Jamás, amado, pues si te fuera infiel ¿con cuál marido tendría yo las bodas más hermosas, que no sean ésas que pasé contigo? He puesto petición en boca mía, y tú con pronto sí me has respondido aquella noche en que cayó el sereno y había un cielo, y un primer rocío. Fue desde entonces nuestro amor la casa donde jamás llegó a nacer un hijo, ni mundo pasajero techo halló, aunque la mala gente a vernos vino. Si bella todavía me encontraran es porque en buena tú me has convertido. Queriéndonos la vida es dulce día. Amándonos la muerte es lar divino.
Las bodas con Jesús
Delfina Acosta
¿Te acuerdas de la vida, la otra vida de pasos espantados, de los huesos de aquel ciprés creciendo con nosotros? ¡Cuán niños en la niebla de otros reinos! Volver a aquella edad, reír a costa de nuestro susto en tantos cementerios. Hallar morada en boca de aquel lobo, que aquella nana de imposibles cuentos, para dormir, a veces, nos contaba. Las flores de los vivos y los muertos en mis costillas crecen. Al rugir el árbol del adiós, con sus pañuelos, el último paseo me propongo. Yo sudo. Llena estoy de rojo duelo. La luz del pueblo apaga los crepúsculos y por sus puertas entra el universo.
La otra vida
Felipe Benítez Reyes
Hay algo de inexacto en los recuerdos: una línea difusa que es de sombra, de error favorecido. Y si la vida en algo está cifrada, es en esos recuerdos precisamente desvaídos, quizás remodelados por el tiempo con un arte que implica ficción, pues verdadera no puede ser la vida recordada. Y sin embargo a ese engaño debemos lo que al fin será la vida cierta, y a ese engaño debemos ya lo mismo que a la vida.
VALOR DEL PASADO
Rafael Alberti
Adonde el viento, impávido, subleva torres de luz contra la sangre mía, tú, billete, flor nueva, cortada en los balcones del tranvía. Huyes, directa, rectamente liso, en tu pétalo un nombre y un encuentro latentes, a ese centro cerrado y por cortar del compromiso. Y no arde en ti la rosa, ni en ti priva el finado clavel, si la violeta contemporánea, viva, del libro que viaja en la chaqueta.
MADRIGAL AL BILLETE DE TRANVÍA
Gonzalo Rojas
Me arranco las visiones y me arranco los ojos cada día que pasa. No quiero ver ¡no puedo! ver morir a los hombres cada día. Prefiero ser de piedra, estar oscuro, a soportar el asco de ablandarme por dentro y sonreír a diestra y siniestra con tal de prosperar en mi negocio. No tengo otro negocio que estar aquí diciendo la verdad en mitad de la calle y hacia todos los vientos: la verdad de estar vivo, únicamente vivo, con los pies en la tierra y el esqueleto libre en este mundo. ¿Qué sacamos con eso de saltar hasta el sol con nuestras máquinas a la velocidad del pensamiento, demonios: qué sacamos con volar más allá del infinito si seguimos muriendo sin esperanza alguna de vivir fuera del tiempo oscuro? Dios no me sirve. Nadie me sirve para nada. Pero respiro, y como, y hasta duermo pensando que me faltan unos diez o veinte años para irme de bruces, como todos, a dormir en dos metros de cemento allá abajo. No lloro, no me lloro. Todo ha de ser así como ha de ser, pero no puedo ver cajones y cajones pasar, pasar, pasar, pasar cada minuto llenos de algo, rellenos de algo, no puedo ver todavía caliente la sangre en los cajones. Toco esta rosa, beso sus pétalos, adoro la vida, no me canso de amar a las mujeres: me alimento de abrir el mundo en ellas. Pero todo es inútil, porque yo mismo soy una cabeza inútil lista para cortar, pero no entender qué es eso de esperar otro mundo de este mundo. Me hablan del Dios o me hablan de la Historia. Me río de ir a buscar tan lejos la explicación del hambre que me devora, el hambre de vivir como el sol en la gracia del aire, eternamente.
CONTRA LA MUERTE
Juan Ramón Jiménez
¿Cómo era, Dios mío, cómo era? —¡Oh corazón falaz, mente indecisa!— ¿Era como el pasaje de la brisa? ¿Como la huida de la primavera? Tan leve, tan voluble, tan lijera cual estival villano... ¡Sí! Imprecisa como sonrisa que se pierde en risa... ¡Vana en el aire, igual que una bandera! ¡Bandera, sonreír, vilano, alada primavera de junio, brisa pura... ¡Qué loco fue tu carnaval, qué triste! Todo tu cambiar trocóse en nada —¡memoria, ciega abeja de amargura!— ¡No sé cómo eras, yo qué sé qué fuiste!
RETORNO FUGAZ
Ángel González
La lágrima fue dicha. Olvidemos el llanto y empecemos de nuevo, con paciencia, observando a las cosas hasta hallar la menuda diferencia que las separa de su entidad de ayer y que define el transcurso del tiempo y su eficacia. ¿A qué llorar por el caído fruto, por el fracaso de ese deseo hondo, compacto como un grano de simiente? No es bueno repetir lo que está dicho. Después de haber hablado, de haber vertido lágrimas, silencio y sonreíd: nada es lo mismo. Habrá palabras nuevas para la nueva historia y es preciso encontrarlas antes de que sea tarde.
NADA ES LO MISMO
Rubén Darío
Margarita está linda la mar, y el viento, lleva esencia sutil de azahar; yo siento en el alma una alondra cantar; tu acento: Margarita, te voy a contar un cuento: Esto era un rey que tenía un palacio de diamantes, una tienda hecha de día y un rebaño de elefantes, un kiosko de malaquita, un gran manto de tisú, y una gentil princesita, tan bonita, Margarita, tan bonita, como tú. Una tarde, la princesa vio una estrella aparecer; la princesa era traviesa y la quiso ir a coger. La quería para hacerla decorar un prendedor, con un verso y una perla y una pluma y una flor. Las princesas primorosas se parecen mucho a ti: cortan lirios, cortan rosas, cortan astros. Son así. Pues se fue la niña bella, bajo el cielo y sobre el mar, a cortar la blanca estrella que la hacía suspirar. Y siguió camino arriba, por la luna y más allá; más lo malo es que ella iba sin permiso de papá. Cuando estuvo ya de vuelta de los parques del Señor, se miraba toda envuelta en un dulce resplandor. Y el rey dijo: «¿Qué te has hecho? te he buscado y no te hallé; y ¿qué tienes en el pecho que encendido se te ve?». La princesa no mentía. Y así, dijo la verdad: «Fui a cortar la estrella mía a la azul inmensidad». Y el rey clama: «¿No te he dicho que el azul no hay que cortar?. ¡Qué locura!, ¡Qué capricho!... El Señor se va a enojar». Y ella dice: «No hubo intento; yo me fui no sé por qué. Por las olas por el viento fui a la estrella y la corté». Y el papá dice enojado: «Un castigo has de tener: vuelve al cielo y lo robado vas ahora a devolver». La princesa se entristece por su dulce flor de luz, cuando entonces aparece sonriendo el Buen Jesús. Y así dice: «En mis campiñas esa rosa le ofrecí; son mis flores de las niñas que al soñar piensan en mí». Viste el rey pompas brillantes, y luego hace desfilar cuatrocientos elefantes a la orilla de la mar. La princesita está bella, pues ya tiene el prendedor en que lucen, con la estrella, verso, perla, pluma y flor. * * * Margarita, está linda la mar, y el viento lleva esencia sutil de azahar: tu aliento. Ya que lejos de mí vas a estar, guarda, niña, un gentil pensamiento al que un día te quiso contar un cuento.
A Margarita Debayle
Fray Luis de León
Aquí yacen de Carlos los despojos: la parte principal volvióse al cielo, con ella fue el valor; quedóle al suelo miedo en el corazón, llanto en los ojos.
EPITAFIO AL TÚMULO DEL PRÍNCIPE DON CARLOS
Lope de Vega
Pastor que con tus silbos amorosos me despertaste del profundo sueño, Tú que hiciste cayado de ese leño, en que tiendes los brazos poderosos, vuelve los ojos a mi fe piadosos, pues te confieso por mi amor y dueño, y la palabra de seguirte empeño, tus dulces silbos y tus pies hermosos. Oye, pastor, pues por amores mueres, no te espante el rigor de mis pecados, pues tan amigo de rendidos eres. Espera, pues, y escucha mis cuidados, pero ¿cómo te digo que me esperes, si estás para esperar los pies clavados?
Pastor que con tus silbos amorosos
Luis de Góngora
Cosas, Celalba mía, he visto extrañas: Cascarse nubes, desbocarse vientos, Altas torres besar sus fundamentos, Y vomitar la tierra sus entrañas; Duras puentes romper, cual tiernas cañas; Arroyos prodigiosos, ríos violentos, Mal vadeados de los pensamientos, Y enfrenados peor de las montañas; Los días de Noé, gentes subidas En los más altos pinos levantados, En las robustas hayas más crecidas. Pastores, perros, chozas y ganados Sobre las aguas vi, sin forma y vidas, Y nada temí más que mis cuidados.
Cosas, Celalba mía, he visto extrañas
José Antonio Labordeta
de Emilio Gastón Hoy me he dado de bruces con tu ángel, borracho en una tasca: Olivitas rellenas, chorizo riojano, tinto de Cariñena. Burocráticamente hablando, tu ángel se ha hecho ficha de señor que revienta en los tranvías, mientras tú, soldado de hace años, marivioleas por el campo con tus hijos. Duélete todo, lo sé. Duélete el mar, la torpe hipocresía, los mansos ciudadanos, la agonía de tanto pobre hombre. Yo lo sé y por eso te tengo entre mis labios. Tu ángel juvenil se ha puesto gordo de hacer con tu bondad su melodía.
Tercer recuerdo
Gabriela Mistral
Me encontré a este niño cuando al campo iba: dormido lo he hallado en unas espigas... O tal vez ha sido cruzando la viña: al buscar un pámpano topé su mejilla... Y por eso temo, al quedar dormida, se evapore como la helada en las viñas...
Hallazgo
Toni García Arias
En todos los puertos habita una prolongación de mí –ojos, piel, sístole, diástole, labios para un beso- que nace o muere cada día. Son ojos, piel, puerto, travesía, de los pequeños dioses indígenas, blancos y negros, que habitan la isla que soy ayer, hoy, mañana. Lógica insensata que encierra el universo mar; zarpa un barco su futuro es regreso.
Todos los puertos II
Rubén Izaguirre Fiallos
Ya para dormir, Rubén ha puesto sus sueños sobre la cama y, muy serio, me ha dicho: -Papá, cuídelos, que nadie me los toque, mire que aún no los termino. Yo, ya vengo, sólo voy a tomar un poco de agua, porque esta noche, les he prometido, llevarlos a conocer el mar.-
II
Mario Benedetti
1 La caricia es un lenguaje si tus caricias me hablan no quisiera que se callen 2 La caricia no es la copia de otra caricia lejana es una nueva versión casi siempre mejorada 3 Es la fiesta de la piel la caricia mientras dura y cuando se aleja deja sin amparo a la lujuria 4 Las caricias de los sueños que son prodigio y encanto adolecen de un defecto no tiene tacto 5 Como aventura y enigma la caricia empieza antes de convertirse en caricia 6 Es claro que lo mejor no es la caricia en sí misma sino su continuación
Informe sobre caricias
Paz Díez Taboada
Por un largo camino en donde el viento aúlla, hace tiempo que arrastro el fardo de los sueños rotos y apolillados, que me eché sobre el hombro como un viejo mantón de enmarañados flecos. Aunque ya hinchado, engrosa sin cesar devorando tesoros, locuras y proyectos que nunca se alzarán hasta la altura de la ola inestable del deseo. Confundidos, se caen, se precipitan, en pugna sorda por llegar al suelo, los cantos saltarines en la acera, los amargos librotes del colegio, las palabras valientes de la mañana joven y las copas nocturnas, aromadas de besos. Se van perdiendo al hilo del camino, las charlas y paseos por los jardines yertos -los libros bajo el brazo y el mirar de reojo al muchacho de turno en la tarde de invierno-. Se esfuman con las luces del lento atardecer los rostros de los viejos compañeros, se me enfría la cálida mano de la amistad, me abandonan las voces amadas de los muertos. Desde hace muchos años me entorpece en la marcha, por el arduo camino que ya llega a su término, este fardo cargado de alegrías perdidas, de tanta fiera lágrima y de tan locos sueños. Pero aún sonrío a/penas en el ámbito último en donde la ternura tomó el cetro, y avanzo tanteando hacia el final sombrío con el cuerpo inclinado por el peso.
El fardo
Teresa Domingo Català
Es la oscuridad asentada por los resquicios de la sombra, con esos peces que siembran pan de pétalos noctámbulos. Los peces rodean el istmo de las manos candentes. Extrañan la ausencia de los cuerpos.
Los peces
Fa Claes
Todo el proscenio fuera de Rijmenam, por todas partes salpicones, proyectil de flores taladradoras, luminosas, sacacorchos hecho de estallido tras estallido, cielo lleno de piel restallante, salpicadura de sangre. Bala, cohete, misil, alto, más alto, altísimo, a codazos y patadas encarna estridentemente el cliché: combate es la vida. En verdad, no sirve para nada. Después se hace el silencio en Rijmenam y todo el proscenio se hunde en las tinieblas, el sol se quema, el universo se encoge hacia el nuevo big bang y nadie después, nadie sabrá si alguna vez ha existido Rijmenam aquí, o Tierra, o sistema solar, o galaxia.
Proscenio
Pablo Neruda
NUESTRA tierra, ancha tierra, soledades, se pobló de rumores, brazos, bocas. Una callada sílaba iba ardiendo, congregando la rosa clandestina, hasta que las praderas trepidaron cubiertas de metales y galopes. Fue dura la verdad como un arado. Rompió la tierra, estableció el deseo, hundió sus propagandas germinales y nació en la secreta primavera. Fue callada su flor, fue rechazada su reunión de luz, fue combatida la levadura colectiva, el beso de las banderas escondidas, pero surgió rompiendo las paredes, apartando las cárceles del suelo. El pueblo oscuro fue su copa, recibió la substancia rechazada, la propagó en los límites marítimos, la machacó en morteros indomables. Y salió con las páginas golpeadas y con la primavera en el camino. Hora de ayer, hora de mediodía, hora de hoy otra vez, hora esperada entre el minuto muerto y el que nace, en la erizada edad de la mentira. Patria, naciste de los leñadores, de hijos sin bautizar, de carpinteros, de los que dieron como un ave extraña una gota de sangre voladora, y hoy nacerás de nuevo duramente desde donde el traidor y el carcelero te creen para siempre sumergida. Hoy nacerás del pueblo como entonces. Hoy saldrás del carbón y del rocío. Hoy llegarás a sacudir las puertas con manos maltratadas,con pedazos de alma sobreviviente, con racimos de miradas que no extinguió la muerte, con herramientas hurañas armadas bajo los harapos.
América insurrecta (1800)
Marilina Rébora
Madre, ¿puedo pintar la luna de escarlata? ¿O con vestido rosa, orlado de violeta? ¡Pues, noche a noche, sale insulsa y timorata, sin nada de color que la avive, coqueta! ¿Por qué será la luna, siempre luna de plata, camafeo de hielo, el pálido planeta, la doncella de nieve a la que se retrata en blanco, si pintor, o argento, si poeta? Quisiera iluminarla con cálido amaranto, encendidos reflejos carmín o solferino, inventarla morena, con luminoso manto, y no alba y exangüe, con veste de platino. ¡Quiero pintar la luna de tono colorado, en creciente o menguante, de cara y de costado!
QUIERO PINTAR LA LUNA
Garcilaso de la Vega
Clarísimo marqués, en quién derrama el cielo cuanto bien conoce el mundo; si el gran valor en que el sujeto fundo, y al claro resplandor de nuestra llama arribare mi pluma, y do la llama la voz de vuestro nombre alto y profundo, seréis vos solo eterno y sin segundo, y por vos inmortal quien tanto os ama. Cuanto del largo cielo se desea, cuanto sobre la tierra se procura, todo se halla en vos de parte a parte; y, en fin, de solo vos formó natura una extraña y no vista al mundo idea. y hizo igual al pensamiento el arte.
SONETO XXI
Luis de Góngora
Undosa tumba da al farol del día Quien ya cuna le dio a la hermosura, Al Sol que admirará la edad futura, Al esplendor augusto de María. Real, pues, ave, que la región fría De Arcturo corona, esta luz pura Solicita no sólo, más segura A tanta lumbre vista y pluma fía. Bebiendo rayos en tan dulce esfera, Querrá el Amor, querrá el cielo, que cuando El luminoso objeto sea consorte, Entre castos afectos verdadera Divina luz su ánimo inflamado, Fénix renazca a Dios, si águila al Norte.
DEL CASAMIENTO QUE PRETENDIÓ EL PRÍNCIPE DE GALES
Ángel González
Mientras tú existas, mientras mi mirada te busque más allá de las colinas, mientras nada me llene el corazón, si no es tu imagen, y haya una remota posibilidad de que estés viva en algún sitio, iluminada por una luz—cualquiera... Mientras yo presienta que eres y te llamas así, con ese nombre tuyo tan pequeño, seguiré como ahora, amada mía, transido de distancia, bajo ese amor que crece y no se muere, bajo ese amor que sigue y nunca acaba.
MIENTRAS TÚ EXISTAS
Julia de Burgos
¿Qué es lo que esperan? ¿No me llaman? ¿Me han olvidado entre las yerbas, mis camaradas más sencillos, todos los muertos de la tierra? ¿Por qué no suenan sus campanas? Ya para el salto estoy dispuesta. ¿Acaso quieren más cadáveres de sueños muertos de inocencia? ¿Acaso quieren más escombros de más goteadas primaveras, más ojos secos en las nubes, más rostro herido en las tormentas? ¿Quieren el féretro del viento agazapado entre mis greñas? ¿Quieren el ansia del arroyo, muerta en mi muerte de poeta? ¿Quieren el sol desmantelado, ya consumido en mis arterias? ¿Quieren la sombra de mi sombra, donde no quede ni una estrella? Casi no puedo con el mundo que azota entero mi conciencia? ¡Dádme mi número! No quiero que hasta el amor se me desprenda? (Unido sueño que me sigue como a mis pasos va la huella.) ¡Dádme mi número, porque si no, me moriré después de muerta!
Dadme mi número
Roque Dalton
Para B. H. El último vagón ha matado al cisne… Su mayor enemigo fue la mancha de barro y he aquí que hoy sus estertores anegan de suciedad los trajes de los traseúntes. Los niños ríen y traen varitas agudas para rematarlo a estocadas.
BALLET
Ángel González
Deja para mañana lo que podrías haber hecho hoy (y comenzaste ayer sin saber cómo). Y que mañana sea mañana siempre; que la pereza deje inacabado lo destinado a ser perecedero; que no intervenga el tiempo, que no tenga materia en que ensañarse. Evita que mañana te deshaga todo lo que tu mismo pudiste no haber hecho ayer.
QUÉDATE QUIETO
David Escobar Galindo
Las aguas pasan bajo el puente, sin recordar a Heráclito. Han fluido así desde que el río es río, sin cesar de medirse con la fatalidad del mar que las aguarda. Desde lo alto del puente, un niño de la mano de un anciano contempla el tránsito del agua. El anciano imagina que son las mismas aguas de su infancia. El niño sueña con el mar.
Las aguas pasan bajo el puente
Rubén Darío
Jesús, incomparable perdonador de injurias, óyeme; Sembrador de trigo, dame el tierno pan de tus hostias; dame, contra el sañudo infierno, una gracia lustral de iras y lujurias. Dime que este espantoso horror de la agonía que me obsede, es no más de mi culpa nefanda, que al morir hallaré la luz de un nuevo día y que entonces oiré mi «¡Levántate y anda!»
Spes
Marilina Rébora
Alguien dijo que recuerdas un niñito de Murillo, y en verdad que lo pareces por tu gracia y por tus rizos. Tienes cabellos castaños, ensortijados y finos con algo de oro en las sienes, como si fuera rocío. La tez pálida y morena, negros ojos expresivos que miran llenos de asombro, como miran los del niño. Estabas con tus juguetes, de pie sobre el ancho piso, cuando te vi de repente junto al blanco corderillo; y al mismo tiempo la imagen que tuviera en el olvido apareció viva y fuerte, tan clara como un prodigio. Sin perder un solo instante, entré de un salto al recinto y trepando como pude saqué el Cristo de su sitio, colocándolo a tu lado según era mi designio. Y después, en un arranque de ternura y de cariño, orgullosa más que nunca de mi hijo y de mi niño, exclamé dándote un beso en ese rostro tan lindo: «¡Eres el San Juan Bautista más delicioso que he visto!»
A MI HIJO
Juan Ramón Jiménez
La muerte es sólo un reposo, más que el sueño. De ella, un día —¡aurora augusta y completa!—, saldremos fuertes, exactos, para un vivir tan eterno como ella, para un trabajo inmortal.
La muerte es sólo un reposo
Aurelio González Ovies
Y es que aunque nada puede detenerse, he sido tan feliz que es suficiente. Bajo la tarde, aquí, recuerdo ahora la vida transcurriendo como fruta brillante. Las fieles golondrinas girando hasta la cuadra y el olor de la hierba. -Mi madre era tan joven...- Existió todo en mí. El cariño y la infancia como un pan abundante, los rayos del verano entrando hasta la siesta. El nombre de los pájaros, su canto. Las luciérnagas, su silencio encendido sobre las noches largas. Ha sido tan verdad que ya es bastante. Más allá, los postes de la luz, los maizales, y el mundo se acababa.
Escena de casa
Federico García Lorca
A las cinco de la tarde. Eran las cinco en punto de la tarde. Un niño trajo la blanca sábana a las cinco de la tarde. Una espuerta de cal ya prevenida a las cinco de la tarde. Lo demás era muerte y sólo muerte a las cinco de la tarde. El viento se llevó los algodones a las cinco de la tarde. Y el óxido sembró cristal y níquel a las cinco de la tarde. Ya luchan la paloma y el leopardo a las cinco de la tarde. Y un muslo con un asta desolada a las cinco de la tarde. Comenzaron los sones de bordón a las cinco de la tarde. Las campanas de arsénico y el humo a las cinco de la tarde. En las esquinas grupos de silencio a las cinco de la tarde. ¡Y el toro solo corazón arriba! a las cinco de la tarde. Cuando el sudor de nieve fue llegando a las cinco de la tarde cuando la plaza se cubrió de yodo a las cinco de la tarde, la muerte puso huevos en la herida a las cinco de la tarde. A las cinco de la tarde. A las cinco en Punto de la tarde. Un ataúd con ruedas es la cama a las cinco de la tarde. Huesos y flautas suenan en su oído a las cinco de la tarde. El toro ya mugía por su frente a las cinco de la tarde. El cuarto se irisaba de agonía a las cinco de la tarde. A lo lejos ya viene la gangrena a las cinco de la tarde. Trompa de lirio por las verdes ingles a las cinco de la tarde. Las heridas quemaban como soles a las cinco de la tarde, y el gentío rompía las ventanas a las cinco de la tarde. A las cinco de la tarde. ¡Ay, qué terribles cinco de la tarde! ¡Eran las cinco en todos los relojes! ¡Eran las cinco en sombra de la tarde!
La cogida y la muerte
Gonzalo Rojas
Siempre estará la noche, mujer, para mirarte cara a cara, sola en tu espejo, libre de marido, desnuda con la exacta y terrible realidad del gran vértigo que te destruye. Siempre vas a tener tu noche y tu cuchillo, y el frívolo teléfono para escuchar mi adiós de un solo tajo. Te juré no escribirte. Por eso estoy llamándote en el aire para decirte nada, como dice el vacío: nada, nada, sino lo mismo y siempre lo mismo de lo mismo que nunca me oyes, eso que no me entiendes nunca, aunque las venas te arden de eso que estoy diciendo. Ponte el vestido rojo que le viene a tu boca y a tu sangre, y quémame en el último cigarrillo del miedo al gran amor, y vete descalza por el aire que viniste con la herida visible de tu belleza. Lástima de la que llora y llora en la tormenta. No te me mueras. Voy a pintarte tu rostro en un relámpago tal como eres: dos ojos para ver lo visible y lo invisible, una nariz arcángel y una boca animal, y una sonrisa que me perdona, y algo sagrado y sin edad que vuela en tu frente, mujer, y me estremece, porque tu rostro es rostro del Espíritu. Vienes y vas, y adoras al mar que te arrebata con su espuma, y te quedas inmóvil, oyendo que te llamo en el abismo de la noche, y me besas lo mismo que una ola. Enigma fuiste. Enigma serás. No volarás conmigo. Aquí mujer, te dejo tu figura.
RETRATO DE MUJER
Iván Tubau
Lo que eres me distrae de lo que dices. PEDRO SALINAS Lo descubrí hace años en Ibiza: no eres la que habla conmigo como las profesoras, la que dice palabras como estratigrafía, sobredimensionar y propósitos lúdicos, sino la que recorre mis recovecos tibios con una mano sabia y amable siempre húmeda, la que impregna mi lengua con sus zumos secretos, la que gime muy suave, la que grita muy fuerte.
NO ERES LO QUE DICES
Miguel Hernández
Alza, toro de España: levántate, despierta. Despiértate del todo, toro de negra espuma, que respiras la luz y rezumas la sombra, y concentras los mares bajo tu piel cerrada. Despiértate. Despiértate del todo, que te veo dormido, un pedazo del pecho y otro de la cabeza: que aún no te has despertado como despierta un toro cuando se le acomete con traiciones lobunas. Levántate. Resopla tu poder, despliega tu esqueleto, enarbola tu frente con las rotundas hachas, con las dos herramientas de asustar a los astros, de amenazar al cielo con astas de tragedia. Esgrímete. Toro en la primavera más toro que otras veces, en España más toro, toro, que en otras partes. Más cálido que nunca, más volcánico, toro, que irradias, que iluminas al fuego, yérguete. Desencadénate. Desencadena el raudo corazón que te orienta por las plazas de España, sobre su astral arena. A desollarte vivo vienen lobos y águilas que han envidiado siempre tu hermosura de pueblo. Yérguete. No te van a castrar: no dejarás que llegue hasta tus atributos de varón abundante esa mano felina que pretende arrancártelos de cuajo, impunemente: pataléalos, toro. Víbrate. No te van a absorber la sangre de riqueza, no te arrebatarán los ojos minerales. La piel donde recoge resplandor el lucero no arrancarán del toro de torrencial mercurio. Revuélvete. Es como si quisieran arrancar la piel al sol, al torrente la espuma con uña y picotazo. No te van a castrar, poder tan masculino que fecundas la piedra; no te van a castrar. Truénate. No retrocede el toro: no da un paso hacia atrás si no es para escarbar sangre y furia en la arena, unir todas sus fuerzas, y desde las pezuñas abalanzarse luego con decisión de rayo. Abalánzate. Gran toro que en el bronce y en la piedra has mamado, y en el granito fiero paciste la fiereza: revuélvete en el alma de todos los que han visto la luz primera en esta península ultrajada. Revuélvete. Partido en dos pedazos, este toro de siglos, este toro que dentro de nosotros habita: partido en dos mitades, con una mataría y con la otra mitad moriría luchando. Atorbellínate. De la airada cabeza que fortalece el mundo, del cuello como un bloque de titanes en marcha, brotará la victoria como un ancho bramido que hará sangrar al mármol y sonar a la arena. Sálvate. Despierta, toro: esgrime, desencadena, víbrate. Levanta, toro: truena, toro, abalánzate. Atorbellínate, toro: revuélvete. Sálvate, denso toro de emoción y de España. Sálvate.
LLAMO AL TORO DE ESPAÑA
Nacho Buzón
no sé que me da más pena la muerte o la pena de muerte
hay pena penita pena
Sor Juana Inés de la Cruz
¿En perseguirme, mundo, qué interesas? ¿En qué te ofendo, cuando sólo intento poner bellezas en mi entendimiento y no mi entendimiento en las bellezas? Yo no estimo tesoros ni riquezas, y así, siempre me causa más contento poner riquezas en mi entendimiento que no mi entendimiento en las riquezas. Y no estimo hermosura que vencida es despojo civil de las edades ni riqueza me agrada fementida, teniendo por mejor en mis verdades consumir vanidades de la vida que consumir la vida en vanidades.
QUÉJASE DE LA SUERTE
Blanca Andreu
A Miguel Lodeiro Navego sobre trigo celeste entre hierbas azules por los campos marinos. Aquí son gaviotas las tórtolas y el mirlo, cormorán. Los que labran estos húmedos surcos de color verde o índigo recogen plata si siembran sueños o deseos de volver al hogar.
HOMBRES DE LOS OCÉANOS
Pablo Neruda
HOY que es el cumpleaños de mi hermana, no tengo nada que darle, nada. No tengo nada, hermana. Todo lo que poseo siempre lo llevo lejos. A veces hasta mi alma me parece lejana. Pobre como una hoja amarilla de otoño y cantor como un hilo de agua sobre una huerta: los dolores, tú sabes cómo me caen todos como al camino caen todas las hojas muertas. Mis alegrías nunca las sabrás, hermanita, y mi dolor es ése, no te las puedo dar: vinieron como pájaros a posarse en mi vida, una palabra dura las haría volar. Pienso que también ellas me dejarán un día, que me quedaré solo, como nunca lo estuve. Tú lo sabes, hermana, la soledad me lleva hacia el fin de la tierra como el viento a las nubes! Pero para qué es esto de pensamientos tristes! A ti menos que a nadie debe afligir mi voz! Después de todo nada de esto que digo existe... No vayas a contárselo a mi madre, por Dios! Uno no sabe cómo va hilvanando mentiras, y uno dice por ellas, y ellas hablan por uno. Piensa que tengo el alma toda llena de risas, y no te engañarás, hermana, te lo juro.
Hoy, que es el cumpleaños de mi hermana
Delfina Acosta
Si tú a morir te fueras, si las mantas muy frías se quedaran en tu lecho, yo no te llevaría flores tristes en donde estés. Le pediré a los cuervos y al ruiseñor que no me condenaran a ir desolada y pálida a tu encuentro. Pañuelo de cenizas cubriría la forma sin color de mis cabellos. Llegabas a la cita apresurado en busca de las uvas de mis besos, y mi pezón mordías, vengativo. Si tú a morir te fueras, hombre necio, querré saber por qué te hiciste piedra, helada luz, distancia, sal, espejo, ternura fría. Yo querré saber por qué y con qué intención te hiciste muerto.
Hipótesis
Hilario Barrero
Para Susana Reisz ...es un querer saber todo lo tuyo X. Villaurrutia Lo más que acertarán, después de haber sabido de este amor, será que hubo dos nombres que se amaban mordisco y dentellada, nieve y niebla floridas, dos cuerpos belicosos en constante batalla por ser uno, tu pupila cazando mi cadera, asaetando con su flecha de líquen el torso acorazado de mi gozo; otros envidiarán la urna de tu noche, el rosetón de tu mirada en fuego, tus medidas, el filo de tus uñas, la lenta madrugada de tu fusta; los menos tratarán, gozosamente, de dormir nuestra siesta anárquica y salvaje, copiar nuestras posturas, nuestros ritos y acentos, usar nuestros juguetes, oler la primavera de tu ingle y entrar en el recinto amurallado después de resolver los códigos sagrados de tu sangre. Todos ignorarán mi miedo de perderte, de esta incesante lucha por poseer tu espacio, ser dueño de tu boca, perro fiel de tu tumba, propietario del bosque de tu pecho y depender de ti, esclavo de tu aliento, devoto siervo de tu antiguo nombre, molde para tu oro, tierra para tus flores de cilicios. Y así, mientras ahondas los muros de mi boca con la lenta carroza de tu lengua, saliva enajenada, plomo que me envenena la garganta, y me unges con el óleo caliente de tu muerte, unido al arbotante de tu piedra ser el arco sumiso que defiende tu ojiva.
Cors e cor"
Dulce María Loynaz
No era bueno quererla; por los ojos le pasaban a veces como nieblas de otros paisajes: No tenían color sus ojos; eran fríos y turbios como ventisqueros... No era bueno quererla... Adormecía con su voz lejana, con sus palabras quietas que caían sin ruido, semejantes a escarcha ligera de marzo en las primeras rosas, sin deshojar los pétalos... Alguien por retenerla quiso hacer de toda su vida un lazo...Un solo lazo fuerte y duro... Ella con sus frágiles manos rompió el lazo que era lazo de vida... (A veces, nieblas de otro país pasaban por sus ojos...) No era bueno quererla.
LA EXTRANJERA
Julio Herrera y Reissig
Un gran salón. Un trono. Cortinas. Graderías. (Adonis ríe con Eros de algo que ha visto en Aspasia) Las lunas de los espejos muestran sus pálidos días, Y hay en el techo y la alfombra mil panoramas de Asia. Las lámparas se consumen en amarillas lujurias, Y las estufas se encienden en pubertades de fuego; (Entran Sátiros, Gorgonas, Ménades, Ninfas y Furias; Mientras recita unos versos el viejo patriarca griego). Unos pajes a la puerta visten dorado uniforme; Cruzan la sala doncellas ornadas con velos blancos. (Anuncian: están Goliat y una señora biforme Que tiene la mitad pez, Barba Azul y sus dos zancos). Un buen Término se ríe de un efebo que se baña. Todos tiemblan de repente. (Entra el Hércules nervudo) Grita Petronio: ¡Falerno! Grita Luis Once: ¡Champaña! (Grita un pierrot: ¡Menelao con un cuerno y un escudo!) Todos ríen, sólo guardan seriedad Juno y Mahoma, El gran César y Pompeyo, Belisario y otros nobles Que no fueron muy felices en el amor. Se oyen dobles Funerarios: es la Parca que se asoma... (Todos tiemblan) los más viejos rezan, se esconden, murmuran. Safo le besa la mano. Se oye de pronto un gran ruido, Es Venus que llega: todos se desvisten, tiemblan, juran, Se arrojan al suelo y sólo se oye un inmenso rugido De fiera hambrienta: los hombres se abalanzan a la diosa, (Ya no hay nadie que esté en calma, todos perdieron el juicio) Todos la besan, la muerden, con una furia espantosa, Y Adonis llora de rabia... En medio de ese desquicio El Papa Borgia está orando (mientras pellizca a una niña), Tan sólo un bardo protesta: Lamartine, con voz airada; Para restaurar el orden se llamó a Marat. La niña Duró un minuto y la escena vino a terminar en nada. Con el ala en un talón entra Mercurio; profundo Silencio halló el mensajero. El gran Voltaire guiñó un ojo Como queriendo decir: ¡cuánto pedante en el mundo Que piensa con los talones! (Juan lo miró de reojo. Y un periodista que había se puso serio y muy rojo). Entra Aladino y su lámpara. Entran Cleopatra y Filipo. Entra la Reina de Saba. Entran Salomón y Creso. (Con las pupilas saltadas se abalanzó un burgués rico, Un banquero perdió el habla y otro se puso muy tieso). "Mademoiselle Pompadour", anuncia un paje. Mil notas Vibran de pronto; los hombres aparecen con peluca, (Un calvo aplaude, y de gozo brinca una vieja caduca) Comienza el baile: pavanas, rondas, minués y gavotas. Bailan Nemrod y Sansón, Anteo, Quirón y Eurito; Bailan Julieta, Eloísa, Santa Teresa y Eulalia, Y los centauros: Caumantes, Grineo, Medón y Clito; (Hércules no; le ha prohibido bailar la celosa Onfalia). Entra Baco, de repente; todos gritan: ¡Vino, Vino; (Borgoña, Italia y Oporto, Jerez, Chipre, Cognac, Caña, Ginebra y hasta Aguardiente), viva el pámpano divino, Vivan Noé y Edgard Poe, Byron, Verlaine y el Champaña! Esto dicho, se abalanzan a un tonel. Un fraile obeso Cayó, debido, sin duda (más que al vino) al propio peso. Como sintieran calor Apuleyo y Anacreonte Se bañaron en un cubo. Entra de pronto Caronte. (Todos corren a ocultarse). No faltó algún moralista Español (ya se supone) que los tratara de beodos, El escándalo tomaba una proporción no vista, Hasta que llegó Saturno, y, gritando de mil modos, Dijo que de buenas ganas iba a comerlos a todos. Hubo varios incidentes; (entra Atila y se hunde el piso; Eolo apaga unas bujías; habla Dantón; se oye un trueno). En el vaso en que Galeno Y Esculapio se sirvieron, ninguno servirse quiso. Un estoico de veinte años, atacado por el asma, Se hallaba lejos de todos. «Denle pronto este jarabe». Dijo Hipócrates, muy serio. Byron murmuró, muy grave: «Aplicadle una mujer en forma de cataplasma». Una risa estrepitosa sonó en la sala. De rojo Vestido un dandy gallardo, diole la mano al poeta Que tal ocurrencia tuvo. (El gran Byron que era cojo, Tanto como presumido, no abandonó su banqueta, Y tuvo para Mefisto la inclinación más discreta). En esto hubo discusiones sobre cuál de los suicidas Era más digno de gloria. Dijo Julieta; yo he sido Una reina del Amor; hubiera dado mil vidas Por juntarme a mi Romeo. Dijo Werther: yo he cumplido Con un impulso sublime de personal arrogancia. Hablaron Safo y Petronio, y hasta Judas el ahorcado, Por fin habló el cocinero del famoso Rey de Francia, El bravo Vatel: yo, dijo, con valor me he suicidado Por cosas más importantes, ¡por no encontrar un pescado! Todos soltaron la risa. (Grita un paje: está Morfeo). Todos callan, de repente... todos se quedan dormidos. Se oyen profundos ronquidos. (Entra en cuclillas un loco que se llama Devaneo).
FIESTA POPULAR DE ULTRATUMBA
Manuel Acuña
DOLORA A Lola Iba llorando la Ausencia con el semblante abatido cuando se encontró en presencia del Olvido, que al ver su faz marchitada, le dijo con voz turbada: sin colores, —«Ya no llores niña bella, ya no llores, que si tu contraria estrella te oprime incansable y ruda, yo te prometo mi ayuda contra tu mal y contra ella». Oyó la Ausencia llorando la propuesta cariñosa, y los ojos enjugando ruborosa, —«Admito desde el momento, buen anciano» —le dijo con dulce acento— «admito lo que me ofreces y que en vano he buscado tantas veces, yo que triste y sin ventura, la copa de la amargura he apurado hasta las heces». Desde entonces, Lola bella, cariñosa y anhelante vive el Olvido con ella, siempre amante; y la Ausencia ya ni gime, ni doliente recuerda el mal que la oprime; que un amor ha concebido tan ardiente por el anciano querido, que si sus penas resiste, suspira y llora muy triste cuando la deja el Olvido.
LA AUSENCIA DEL OLVIDO
Gonzalo Rojas
Bonito el color del pelo de esta señorita, bonito el olor a abeja de su zumbido, bonita la calle, bonitos los pies de lujo bajo los dos zapatos áureos, bonito el maquillaje de las pestañas a las uñas, lo fluvial de sus arterias espléndidas, bonita la physis y la metaphysis de la ondulación, bonito el metro setenta de la armazón, bonito el pacto entre hueso y piel, bonito el volumen de la madre que la urdió flexible y la durmió esos nueve meses, bonito el ocio animal que anda en ella.
ORQUÍDEA EN EL GENTÍO
Luis Benítez
Azules, de bárbaro. Hoy cantan para ti los suaves trinos y en el taller literario adelgaza la voz el papagayo: conmovida endulza las Grandes Miradas su lección de confitero. De este lado rezamos por ti hincados ante un lobo: que la bella ciencia es una habitación que da a lo oscuro y el hombre, ese acertado inconstante, es apenas unos pocos pasos que por ella van y vienen. Hoy que las profesoras de letras olvidaron todo lo que saben de ti los presidiarios y el vago que, a riesgo de ser aplastado por los automóviles, detiene la metáfora de su paso por recoger el milagro de una hoja, sin alcanzar a explicárselo; hoy que apenas los ascensoristas se levantan de entre los demás, hoy que esta loca materia aparece ahogada y vencida, como lo estuvo siempre, como va a estarlo siempre, flotando sobre las aguas de los números; hoy que en tusa selvas vírgenes arraigaron los casinos y suena música disco en todas las Áfricas tonantes, hoy que en la calle 88 y Broadway una horrible fulana te pasea impreso en su remera, sonriente con toda la Gloria Americana, hoy que encuadernado en cuero y con letras doradas te exhiben los dentistas en sus huecas bibliotecas y te honran a su modo, repartiendo venenos por las calles del mundo los ágiles traficantes, hoy que caen los muros y todas las posteridades se desploman, hoy que la Historia, esa vieja enemiga, se ríe de nosotros diciendo que no existe, como en tu tiempo repetía el Diablo; hoy que los blandos músculos de los diputados pueden arrojar al mar, si quieren, a miles de forzudos extranjeros, hoy que la tímida democracia probó ser más efectiva que los reyes, hoy que todos por fin somos buenos y alza su copa radiante el rosado, negro, amarillo y cobrizo banquete de la vida, más allá de los caritativos grupos que intentan el soneto, a través de las bibliotecas barridas por el polvo y las secretarias, sin dactilografía ni voz ni esperanza ni objeto, cruzan las geografías dos luces gruesas y potentes anillando la Tierra. No por el símbolo sino por la mirada eres como el dios de plástico que cuelga de su pared el asustado, para que esos Ojos le sigan por la casa. Para nosotros los mínimos, para nosotros los pocos, para nosotros los débiles, que sólo queremos estar ociosos, tus párpados están siempre abiertos, hermano desdeñoso, Jesucristo el Terrible, hoy que es una vergüenza tener hambre siguen mirando lo mismo tus fanales salvajes.
Los ojos de Rimbaud
Francisco Álvarez
Ah, las manos, tus manos, cómo extraño la suavidad, la firme contextura, su roce de caderas y cintura, y los sondeos íntimos del baño. Intento duplicar cada peldaño trepando palmo a palmo mi estatura, y al ver que no eres tú quien lo procura me siento causa de mi propio engaño. Vuelvan tus manos, ráfagas febriles, a alborotar mis senos juveniles, a suscitar sobre mi piel temblores. Toca, acaricia, explora, roza, exprime, que el cuerpo clama cuando el alma gime, y mis gemidos son desgarradores.
TUS MANOS
Manuel Gutiérrez Nájera
(1884) En dulce charla de sobremesa, mientras devoro fresa tras fresa, y abajo ronca tu perro Bob, te haré el retrato de la duquesa que adora a veces al duque Job. No es la condesa de Villasana caricatura, ni la poblana de enagua roja, que Prieto amó; no es la criadita de pies nudosos, ni la que sueña con los gomosos y con los gallos de Micoló. Mi duquesita, la que me adora, no tiene humos de gran señora: es la griseta de Paul de Kock. No baila Boston, y desconoce de las carreras el alto goce y los placeres del five o'clock. Pero ni el sueño de algún poeta, ni los querubes que vio Jacob, fueron tan bellos cual la coqueta de ojitos verdes, rubia griseta, que adora a veces el duque Job. Si pisa alfombras, no es en su casa; si por Plateros alegre pasa y la saluda madam Marnat, no es, sin disputa, porque la vista, sí porque a casa de otra modista desde temprano rápida va. No tiene alhajas mi duquesita, pero es tan guapa, y es tan bonita, y tiene un perro tan v'lan, tan pschutt; de tal manera trasciende a Francia, que no la igualan en elegancia ni las clientes de Hélene Kossut. Desde las puertas de la Sorpresa hasta la esquina del Jockey Club, no hay española, yanqui o francesa, ni más bonita ni más traviesa que la duquesa del duque Job. ¡Cómo resuena su taconeo en las baldosas! ¡Con qué meneo luce su talle de tentación! ¡Con qué airecito de aristocracia mira a los hombres, y con qué gracia frunce los labios —¡Mimí Pinsón! Si alguien la alcanza, si la requiebra, ella, ligera como una cebra, sigue camino del almacén; pero, ¡ay del tuno si alarga el brazo! ¡Nadie se salva del sombrillazo que le descarga sobre la sien! ¡No hay en el mundo mujer más linda! Pie de andaluza, boca de guinda, sprint rociado de Veuve Clicquot, talle de avispa, cutis de ala, ojos traviesos de colegiala como los ojos de Louise Theo. Ágil, nerviosa, blanca, delgada, media de seda bien restirada, gola de encaje, corsé de crac, nariz pequeña, garbosa, cuca, y palpitantes sobre la nuca rizos tan rubios como el coñac. Sus ojos verdes bailan el tango; nada hay más bello que el arremango provocativo de su nariz. Por ser tan joven y tan bonita, cual mi sedosa, blanca gatita, diera sus pajes la emperatriz. ¡Ah! Tú no has visto cuando se peina, sobre sus hombros de rosa reina caer los rizos en profusión. Tú no has oído que alegre canta, mientras sus brazos y su garganta de fresca espuma cubre el jabón. Y los domingos, ¡con qué alegría!, oye en su lecho bullir el día ¡y hasta las nueve quieta se está! ¡Cuál se acurruca la perezosa bajo la colcha color de rosa, mientras a misa la criada va! La breve cofia de blanco encaje cubre sus rizos, el limpio traje aguarda encima del canapé. Altas, lustrosas y pequeñitas, sus puntas muestran las dos botitas, abandonadas del catre al pie, Después, ligera, del lecho brinca, ¡oh quién la viera cuando se hinca blanca y esbelta sobre el colchón! ¿Qué valen junto de tanta gracia las niñas ricas, la aristocracia, ni mis amigas del cotillón? Toco; se viste; me abre; almorzamos; con apetito los dos tomamos un par de huevos y un buen beefsteak, media botella de rico vino, y en coche, juntos, vamos camino del pintoresco Chapultepec. Desde las puertas de la Sorpresa hasta la esquina del Jockey Club, no hay española, yanqui o francesa, ni más bonita ni más traviesa que la duquesa del duque Job.
LA DUQUESA JOB
Lope de Vega
Dulce Señor, mis vanos pensamientos fundados en el viento me acometen, pero por más que mi quietud inquieten no podrán derribar tus fundamentos. No porque de mi parte mis intentos seguridad alguna me prometen para que mi flaqueza no sujeten, ligera más que los mudables vientos. Mas porque si a mi voz, Señor, se inclina tu defensa y piedad, ¿qué humana guerra contra lo que Tú amparas será fuerte? Ponme a la sombra de tu cruz divina, y vengan contra mí fuego, aire, tierra, mar, yerro, engaño, envidia, infierno y muerte.
Dulce Señor, mis vanos pensamientos
Xavier Villaurrutia
En medio de un silencio desierto como la calle antes del crimen sin respirar siquiera para que nada turbe mi muerte en esta soledad sin paredes al tiempo que huyeron los ángulos en la tumba del lecho dejo mi estatua sin sangre para salir en un momento tan lento en un interminable descenso sin brazos que tender sin dedos para alcanzar la escala que cae de un piano invisible sin más que una mirada y una voz que no recuerdan haber salido de ojos y labios ¿qué son labios? ¿qué son miradas que son labios? Y mi voz ya no es mía dentro del agua que no moja dentro del aire de vidrio dentro del fuego lívido que corta como el grito Y en el juego angustioso de un espejo frente a otro cae mi voz y mi voz que madura y mi voz quemadura y mi bosque madura y mi voz quema dura como el hielo de vidrio como el grito de hielo aquí en el caracol de la oreja el latido de un mar en el que no sé nada en el que no se nada porque he dejado pies y brazos en la orilla siento caer fuera de mí la red de mis nervios mas huye todo como el pez que se da cuenta hasta ciento en el pulso de mis sienes muda telegrafía a la que nadie responde porque el sueño y la muerte nada tienen ya que decirse.
NOCTURNO EN QUE NADA SE OYE
Blas de Otero
Luchando, cuerpo a cuerpo, con la muerte, al borde del abismo, estoy clamando a Dios. Y su silencio, retumbando, ahoga mi voz en el vacío inerte. Oh Dios. Si he de morir, quiero tenerte despierto. Y, noche a noche, no sé cuándo oirás mi voz. Oh Dios. Estoy hablando solo. Arañando sombras para verte. Alzo la mano, y tú me la cercenas. Abro los ojos: me los sajas vivos. Sed tengo, y sal se vuelven tus arenas. Esto es ser hombre: horror a manos llenas. Ser —y no ser— eternos, fugitivos. ¡Ángel con grandes alas de cadenas!
HOMBRE
Lope de Vega
Cuando en mis manos, Rey eterno, os miro, y la cándida víctima levanto, de mi atrevida indignidad me espanto y la piedad de vuestro pecho admiro. Tal vez el alma con temor retiro, tal vez la doy al amoroso llanto, que arrepentido de ofenderos tanto con ansias temo, y con dolor suspiro. Volved los ojos a mirarme humanos, que por las sendas de mi error siniestras me despeñaron pensamientos vanos; no sean tantas las miserias nuestras que a quien os tuvo en sus indignas manos vos le dejéis de las divinas vuestras.
TEMORES EN EL FAVOR
José Gautier Benítez
¡Borinquen!, nombre al pensamiento grato como el recuerdo de un amor profundo; bello jardín de América el ornato, siendo el jardín América del mundo. Perla que el mar de entre su concha arranca al agitar sus ondas placenteras; garza dormida entre la espuma blanca del níveo cinturón de tus riberas. Tú que das a la brisa de los mares al recibir el beso de su aliento la garzota gentil de tus palmares; Qué pareces en medio de la bruma al que llega a tus playas peregrinas, una ciudad fantástica de espumas que formaron jugando las ondinas; Un jardín encantado sobre las aguas de la mar que domas; un búcaro de flores columpiado entre espuma y coral, perlas y aromas; Tú, que en las tardes sobre el mar derramas, con los colores que tu ocaso viste, otro océano de flotantes llamas; Tú que me das el aire que respiro y vida al ritmo que en mi lira brota, cuando la inspiración en raudo giro con sus alas flamígeras azota la frente del cantor, ¡Oye mi acento! El santo amor que entre mi pecho guardo te pintará su rústica armonía; por ti lo lanzo a la región del viento, tu amor lo dicta al corazón del bardo y el bardo en él su corazón de envía. ¡Óyelo, patria! El último sonido será, tal vez, de mi laúd; muy pronto partiré a las regiones del olvido. Mi juventud efímera se merma y ya en su carcel habitar no quiere el alma melancólica y enferma. Antes que llegue mi postrero día y mi cantar se extinga con mi aliento, toma ¡Patria!, mi última poesía; ¡Ella es de mi amor el testamento! ¡Ella el adiós que tu cantor te envía!
CANTO A PUERTO RICO
Jorge Riechmann
Me han hablado del poeta que se arroja ácido a la cara durante los recitales y escribe en el cielo preprogramado de California con humo de aeroplanos y me impresiona la calidad de esta ética laboral tan a la altura de nuestros tiempos de paleocapitalismo posmoderno: todo por la patria por el patrón por el poder por la poesía... pero me temo que ni siquiera con tanto sacrificio consigue durar más de diez segundos en los telediarios. Prefiero otra estrategia lateral, contraria: escribir en la arena y hablar en voz muy baja para que tú me oigas. Borrar las huellas.
VERWISCH DIE SPUREN
en español
En nuestro Aniversario de Bodas en reconocimiento a ti, mi Amor: Por ser así tan especial para mí. Por llenar mi existencia de dicha. Por enseñarme que el verdadero amor se compone de tristezas y alegrías. Tú eres y serás siempre el verdadero amor de mi vida.
Aniversario de bodas
Antonio Machado
La tarde caía triste y polvorienta. El agua cantaba su copla plebeya en los cangilones de la noria lenta. Soñaba la mula ¡pobre mula vieja!, al compás de sombra que en el agua suena. La tarde caía triste y polvorienta. Yo no sé qué noble, divino poeta, unió a la amargura de la eterna rueda la dulce armonía del agua que sueña, y vendó tus ojos, ¡pobre mula vieja!... Mas sé que fue un noble, divino poeta, corazón maduro de sombra y de ciencia.
La noria
Carmen Conde Abellán
¡Qué sorpresa tu cuerpo, qué inefable vehemencia! Ser todo esto tuyo, poder gozar de todo sin haberlo soñado, sin que nunca un ligero esperar prometiera la dicha. Esta dicha de fuego que vacía tu testa, que te empuja de espaldas, te derriba a un abismo que no tiene medida ni fondo. ¡Abismo y solo abismo de ti hasta la muerte! ¡Tus brazos! Son tus brazos los mismos de otros días, y tiemblan y se cierran en torno de su cuerpo. Tu pecho, el que suspira, ajeno, estremecido de cosas que tú ignoras, de mundos que lo mueven... ¡Oh pecho de tu cuerpo, tan firme y tan sensible que un vaho lo pone turbio y un beso lo traspasa! ¡Si nunca nadie dijo que así se amaba tanto! ¿Podías tú esperar que ardieran tus cabellos, que toda cuanta eres cayeras como lumbre en un grito sin cifra, desde una cordillera gritada por la aurora? ¿Ceniza tú algún día? ¿Ceniza esta locura que estrenas con la vida recién brotada al mundo? ¡Tú no te acabas nunca, tú no te apagas nunca! Aquí tenéis la lumbre, la que lo coge todo para quemar el cielo subiéndole la tierra.
PRIMER AMOR
Pablo Neruda
El viento es un caballo: óyelo cómo corre por el mar, por el cielo. Quiere llevarme: escucha cómo recorre el mundo para llevarme lejos. Escóndeme en tus brazos por esta noche sola, mientras la lluvia rompe contra el mar y la tierra su boca innumerable. Escucha como el viento me llama galopando para llevarme lejos. Con tu frente en mi frente, con tu boca en mi boca, atados nuestros cuerpos al amor que nos quema, deja que el viento pase sin que pueda llevarme. Deja que el viento corra coronado de espuma, que me llame y me busque galopando en la sombra, mientras yo, sumergido bajo tus grandes ojos, por esta noche sola descansaré, amor mío.
El viento en la isla
Gerardo Diego
Tú y tu desnudo sueño. No lo sabes. Duermes. No. No lo sabes. Yo en desvelo, y tú, inocente, duermes bajo el cielo. Tú por tu sueño, y por el mar las naves. En cárceles de espacio, aéreas llaves te me encierran, recluyen, roban. Hielo, cristal de aire en mil hojas. No. No hay vuelo que alce hasta ti las alas de mis aves. Saber que duermes tú, cierta, segura —cauce fiel de abandono, línea pura—, tan cerca de mis brazos maniatados. Qué pavorosa esclavitud de isleño, yo, insomne, loco, en los acantilados, las naves por el mar, tú por tu sueño.
INSOMNIO
Atahualpa Yupanqui
Si una guitarra triste me dijera que no quiere morir entristecida, me pondría a rezar sobre su herida con tal de recobrar su primavera. Si un triste trovador hoy me pidiera un poquito de luz para su vida, toda la selva en fuego convertida para su corazón yo le ofreciera. Mas, de poco valió la proclamada pujanza de mi anhelo, si callada la muerte te llevó, Daniel Reguera. Pasa tu zamba por la noche oscura, y el eco de tu voz en la llanura sigue buscando luz y primavera.
Si una guitarra triste...
Gerardo Diego
Torerillo en Triana, frente a Sevilla. Cántale a la sultana tu seguidilla. Sultana de mis penas y mi esperanza. Plaza de las Arenas de la Maestranza. Arenas amarillas, palcos de oro. Quién viera a las mulillas llevarme el toro. Relumbrar de faroles por mí encendidos. Y un estallido de oles en los tendidos. Arenal de Sevilla, Torre del Oro. Azulejo a la orilla del río moro. Azulejo bermejo, sol de la tarde. No mientas, azulejo, que soy cobarde. Guadalquivir tan verde de aceite antiguo. Si el barquero me pierde yo me santiguo. La puente no la paso, no la atravieso. Envuelto en oro y raso no se hace eso. Ay, río de Triana, muerto entre luces, no embarca la chalana los andaluces. Ay, río de Sevilla, quién te cruzase sin que mi zapatilla se me mojase. Zapatilla escotada para el estribo. Media rosa estirada y alamar vivo. Tabaco y oro. Faja salmón. Montera. Tirilla verde baja por la chorrera. Capote de paseo. Seda amarilla. Prieta para el toreo la taleguilla. La verónica cruje. Suenan caireles. Que nadie la dibuje. Fuera pinceles. Banderillas al quiebro. Cose el mihura el arco que le enhebro con la cintura. Torneados en rueda, tres naturales. Y una hélice de seda con arrabales. Me perfilo. La espada. Los dedos mojo. Abanico y mirada. Clavel y antojo. En hombros por tu orilla, Torre del Oro. En tu azulejo brilla sangre de toro. Si salgo en la Maestranza, te bordo un manto, Virgen de la Esperanza, de Viernes Santo. Adiós, torero nuevo, Triana y Sevilla, que a Sanlúcar me llevo tu seguidilla.
TORERILLO EN TRIANA
Federico García Lorca
Por la calle brinca y corre caballo de larga cola, mientras juegan o dormitan viejos soldados de Roma. Medio monte de Minervas abre sus brazos sin hojas. Agua en vilo redoraba las aristas de las rocas. Noche de torsos yacentes y estrellas de nariz rota aguarda grietas del alba para derrumbarse toda. De cuando en cuando sonaban blasfemias de cresta roja. Al gemir, la santa niña quiebra el cristal de las copas. La rueda afila cuchillos y garfios de aguda comba. Brama el toro de los yunques, y Mérida se corona de nardos casi despiertos y tallos de zarzamora. II EL MARTIRIO Flora desnuda se sube por escalerillas de agua. El Cónsul pide bandeja para los senos de Olalla. Un chorro de venas verdes le brota de la garganta. Su sexo tiembla enredado como un pájaro en las zarzas. Por el suelo, ya sin norma, brincan sus manos cortadas que aún pueden cruzarse en tenue oración decapitada. Por los rojos agujeros donde sus pechos estaban se ven cielos diminutos y arroyos de leche blanca. Mil arbolillos de sangre le cubren toda la espalda y oponen húmedos troncos al bisturí de las llamas. Centuriones amarillos de carne gris, desvelada, llegan al cielo sonando sus armaduras de plata. Y mientras vibra confusa pasión de crines y espadas, el Cónsul porta en bandeja senos ahumados de Olalla. III INFIERNO Y GLORIA Nieve ondulada reposa. Olalla pende del árbol. Su desnudo de carbón tizna los aires helados. Noche tirante reluce. Olalla muerta en el árbol. Tinteros de las ciudades vuelcan la tinta despacio. Negros maniquíes de sastre cubren la nieve del campo en largas filas que gimen su silencio mutilado. Nieve partida comienza. Olalla blanca en el árbol. Escuadras de níquel juntan los picos en su costado. * Una Custodia reluce sobre los cielos quemados entre gargantas de arroyo y ruiseñores en ramos. ¡Saltan vidrios de colores! Olalla blanca en lo blanco. Ángeles y serafines dicen: Santo, Santo, Santo.
Romance Histórico I
Gustavo Adolfo Bécquer
Cuando entre la sombra oscura, perdida una voz murmura turbando su triste calma, si en el fondo de mi alma la oigo dulce resonar, dime: ¿es que el viento en sus giros se queja, o que tus suspiros me hablan de amor al pasar? Cuando el sol en mi ventana rojo brilla a la mañana, y mi amor tu sombra evoca, si en mi boca de otra boca sentir creo la impresión, dime: ¿es que ciego deliro, o que un beso en un suspiro me envía tu corazón? Y en el luminoso día y en la alta noche sombría, si en todo cuanto rodea al alma que te desea, te creo sentir y ver, dime: ¿es que toco y respiro soñando, o que en un suspiro me das tu aliento a beber?
Rima XXVIII