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David Escobar Galindo
La rosa muerta mira a través del cristal el grávido paisaje La rosa viva observa a través del cristal la estancia sola. La rosa muerta sigue viva en la cruz de las nubes. La rosa viva está encerrada en la celosa paz del tiempo. La rosa muerta sueña con su fuerza viviente. La rosa viva asume la devoción del salmo. Porque ambas son la misma rosa.
La rosa muerta mira
Jordi Doce
Abro la puerta, y el olor del agua al horadar la tierra entra en la sala: lento vapor que liga el aire y deja una semilla de alegría en la piel: pasan las horas, la lluvia no remite, la semilla se ha vuelto tallo y se enrosca en torno a mi cuerpo; afuera llueve, pero un sol se alza ante mis ojos, que ya olvidan el gris vencido de la lluvia: árbol que ofrece luz, no sombra, bajo sus ramas sonrío, sin saber por qué sonrío.
Árbol
José Asunción Silva
Era un poeta lírico, grandioso y sibilino que le hablaba a la tierra una tarde de invierno, frente a una posada y al volver de un camino: —¡Oh madre, oh tierra! —díjole—, en tu girar eterno nuestra existencia efímera tal parece que ignoras. Nosotros esperamos un cielo o un infierno, sufrimos o gozamos en nuestras breves horas, e indiferente y muda tú, madre sin entrañas, de acuerdo con los hombres no sufres y no lloras. ¿No sabes el secreto misterioso que entrañas? ¿Por qué las noches negras, las diáfanas auroras? Las sombras vagarosas y tenues de unas cañas que se reflejan lívidas en los estanques yertos, ¿no son como conciencias fantásticas y extrañas que les copian sus vidas en espejos inciertos? ¿Qué somos? ¿A do vamos? ¿Por qué hasta aquí vinimos? ¿Conocen los secretos del más allá los muertos? ¿Por qué la vida inútil y triste recibimos? ¿Hay un oasis húmedo después de estos desiertos? ¿Por qué nacemos, madre, dime, por qué morimos? ¿Por qué? —Mi angustia sacia y a mi ansiedad contesta. Yo, sacerdote tuyo, arrodillado y trémulo, en estas soledades aguardo la respuesta. La tierra, como siempre, displicente y callada, al gran poeta lírico no le contestó nada.
LA RESPUESTA DE LA TIERRA
Salvador Díaz Mirón
Si en tus jardines, cuando yo muera, cuando yo muera, brota una flor; si en un celaje ves un lucero, ves un lucero que nadie vio; y llega una ave que te murmura, que te murmura con dulce voz, abriendo el pico sobre tus labios, lo que en un tiempo te dije yo: aquel celaje y el ave aquella, y aquel lucero y aquella flor serán mi vida, que ha transformado, que ha transformado la ley de Dios. Serán mis fibras con otro aspecto, ala y corola y ascua y vapor; mis pensamientos transfigurados, perfume y éter y arrullo y sol. Soy un cadáver ¿cuándo me entierran? Soy un viajero ¿cuándo me voy? Soy una larva que se transforma ¿cuándo se cumple la ley de Dios y soy entonces, mi blanca niña, celaje y ave, lucero y flor?
MÍSTICA
Antonia Álvarez Álvarez
Se ha de cruzar el puente para alcanzar la orilla donde la vida arde, se ha de matar la sombra con la espada del labio... ¡Y te nombro cobarde! Se ha de cegar la noche para alumbrar el alba donde el amor se expande, se ha de cubrir el llanto con ternura infinita... ¡Y te nombro cobarde! Se ha de mirar la vida, para vencer la muerte, con los ojos muy grandes, con azules de cielo y el asombro de un niño... ¡Y te nombro cobarde! Se ha de tender la mano con la sonrisa blanca como el batir de un ave, se ha de luchar de frente, a corazón abierto... ¡Y me nombro cobarde!
Pasiva refleja
Federico García Lorca
Camina Don Boyso mañanita fría a tierra de moros a buscar amiga. Hallóla lavando en la fuente fría. ?¿Qué haces ahí, mora, hija de judía? Deja a mí caballo beber agua fría. ?Reviente el caballo y quien lo traía, que yo no soy mora ni hija de judía. Soy una cristiana que aquí estoy cativa. ?Si fueras cristiana, yo te llevaría y en paños de seda yo te envolvería, pero si eres mora yo te dejaría. Montóla a caballo por ver qué decía; en las siete leguas no hablara la niña. Al pasar un campo de verdes olivas por aquellos prados qué llantos hacía. ?¡Ay, prados! ¡Ay, prados! prados de mi vida. Cuando el rey, mi padre, plantó aquí esta oliva, él se la plantara, yo se la tenía, la reina, mi madre, la seda torcía, mi hermano, Don Boyso, los toros corría. ?¿Y cómo te llamas? ?Yo soy Rosalinda, que así me pusieron porque al ser nacida una linda rosa n'el pecho tenía. ?Pues tú, por las señas, mi hermana serías. Abre la mi madre puertas de alegría, por traerla nuera le traigo su hija.
Romance de Don Boyso
Garcilaso de la Vega
Hermosas ninfas, que, en el río metidas, contentas habitáis en las moradas de relucientes piedras fabricadas y en columnas de vidrio sostenidas; agora estéis labrando embebecidas o tejiendo las telas delicadas, agora unas con otras apartadas contándoos los amores y las vidas: dejad un rato la labor, alzando vuestras rubias cabezas a mirarme, y no os detendréis mucho según ando, que o no podréis de lástima escucharme, o convertido en agua aquí llorando, podréis allá despacio consolarme.
SONETO XI
María Eugenia Caseiro
“Hay un lugar que yo me sé en este mundo, nada menos...” Vallejo Se le fueron los zapatos a perecer en el afán y por el uso perdieron por el uso no encontraron señales, y en la ruina, un solo parque que afilaba el rastro con dolor de vida señalaba el sitio a donde nunca llegaremos. Muerte andada, andada muerte, a tranco sobre el pavimento... ese lugar en que se abre una gran boca de miedo. Ya la luz que no recuerda a nadie, vino, desde el fondo de tus zapatos niños a traerte, a colocar peldaños a la sombra de tus pies. Como un caballo sin más metáfora que el torso roto una maqueta de su anatomía salió de los espejos; bebió la brevedad, el límite para buscar el blanco. No hay lugar en el mundo para tus pies que fueron desde mis pies cansados a buscarte en la fuente del temor a la luz para ninguno; luz unigénita del que ya me abandonaba desde siempre, esa que bañaba las preguntas, los cuartos vacíos, el acaso. Crecieron las raíces de tus pasos, buscaron el sueño entre los muertos sin rostro en el sosiego buscaron, bebieron de la sed, de las razones subieron la escalera de la lágrima rompieron, ¡ay de ti!, sombra de mi sombra, la máscara en que tu ojo se apagaba. El sol que no sabía de nosotros que no supo de ti ante mi, encontró tu boca, mi boca esquiva en un rincón sin violencia, tu rígida inocencia paseada por la noche hasta tu yo en la pacífica muerte, en la muerte inequívoca en que no tenían cabida más que tu ojo y tus zapatos con el afán de buscar y buscar la calle. Bajo el llanto permeable de tu lágrima, mi lágrima hueca por el cristal del fuego mataba la lumbre, la vida que soñaba, quemaba el sol, rajaba las cometas, y la fuente donde no había agua caía sin vida ante nosotros. Yo que no soy la misma que miraba, desde el sueño partir el tren de tus zapatos señalaba con el índice tronchado por la filantropía tu alma helada, huyendo…
A la vida soñada quemando el sol de los espejos
José Antonio Labordeta
Acuérdate de cuando fuimos niños los turbios niños de cuando fuimos vivos por pura complacencia del destino. Mudos. Turbios niños Callados cuando fuimos niños Creciendo silenciosamente educados. Nunca fuimos realmente niños en mitad del dolor amargo de las guerras. ¿Y ahora? nunca seremos nada Nunca es imposible así con este aire de injusticia brutal acometida ante los ojos. Acuérdate de cuando turbios niños fuimos despoblados. Nada como entonces a pesar de todo.
Acuérdate
José María Hinojosa
Este brazo de fuego quemaba mi costado recubierto de brotes plenos de savia verde cuando tu cabellera fue de piedra en el viento y mis sueños se abrían en pétalos de carne. Estos aires de fuego derretirán la nieve lejana de los polos al cuajar en el árbol nuestros dos corazones.
EL FUEGO CALCINA NUESTRAS CARNES
Andrés Bello
I Ve a rezar, hija mía. Ya es la hora de la conciencia y del pensar profundo: cesó el trabajo afanador y al mundo la sombra va a colgar su pabellón. Sacude el polvo el árbol del camino, al soplo de la noche; y en el suelto manto de la sutil neblina envuelto, se ve temblar el viejo torreón. ¡Mira su ruedo de cambiante nácar el occidente más y más angosta; y enciende sobre el cerro de la costa el astro de la tarde su fanal. Para la pobre cena aderezado, brilla el albergue rústico; y la tarda vuelta del labrador la esposa aguarda con su tierna familia en el umbral. Brota del seno de la azul esfera uno tras otro fúlgido diamante; y ya apenas de un carro vacilante se oye a distancia el desigual rumor. Todo se hunde en la sombra; el monte, el valle, y la iglesia, y la choza, y la alquería; y a los destellos últimos del día, se orienta en el desierto el viajador. Naturaleza toda gime: el viento en la arboleda, el pájaro en el nido, y la oveja en su trémulo balido, y el arroyuelo en su correr fugaz. El día es para el mal y los afanes. ¡He aquí la noche plácida y serena! El hombre, tras la cuita y la faena, quiere descanso y oración y paz. Sonó en la torre la señal: los niños conversan los niños conversan con espíritus alados; y los ojos al cielo levantados, invocan de rodillas al Señor. Las manos juntas, y los pies desnudos, fe en el pecho, alegría en el semblante, con una misma voz, a un mismo instante, al Padre Universal piden amor. Y luego dormirán; y en leda tropa, sobre su cuna volarán ensueños, ensueños de oro, diáfanos, risueños, visiones que imitar no osó el pincel. Y ya sobre la tersa frente posan, ya beben el aliento a las bermejas bocas, como lo chupan las abejas a la fresca azucena y al clavel. Como para dormirse, bajo el ala esconde su cabeza la avecilla, tal la niñez en su oración sencilla adormece su mente virginal. ¡Oh dulce devoción que reza y ríe! ¡De natural piedad primer aviso! ¡Fragancia de la flor del paraíso! ¡Preludio del concierto celestial! II Ve a rezar, hija mía. Y ante todo, ruega a Dios por tu madre: por aquella que te dio el ser, y la mitad más bella de su existencia ha vinculado en él; que en su seno hospedó tu joven alma, de una llama celeste desprendida; y haciendo dos porciones de la vida, tomó el acíbar y te dio la miel. Ruega después por mí, más que tu madre lo necesito yo... Sencilla, buena, modesta como tú, sufre la pena, y devora en silencio su dolor. A muchos compasión, a nadie envidia, la vi tener en mi fortuna escasa. Como sobre el cristal la sombra, pasa sobre su alma el ejemplo corruptor. No le son conocidos...¡ni lo sean a ti jamás! ... los frívolos azares de la vana fortuna, los pesares ceñudos que anticipan la vejez; de oculto oprobio el torcedor, la espina que punza a la conciencia delincuente, la honda fiebre del alma, que la frente tiñe con enfermiza palidez. Mas yo la vida por mi mal conozco, conozco el mundo, y sé su alevosía; y tal vez de mi boca oirás un día lo que valen las dichas que nos da. Y sabrás lo que guarda a los que rifan riquezas y poder, la urna aleatoria, y que tal vez la senda que a la gloria guiar parece, a la miseria va. Viviendo, su pureza empaña el alma, y cada instante alguna culpa nueva arrastra en la corriente que la lleva con rápido descenso al ataúd. La tentación seduce; el juicio engaña; en los zarzales del camino, deja alguna cosa cada cual: la oveja su blanca lana, el hombre su virtud. Ve, hija mía, a rezar por mí, al cielo pocas palabras dirigir te baste; "Piedad, Señor, al hombre que criaste; eres Grandeza; eres Bondad; ¡perdón! Y Dios te oirá que cuál del ara santa sube el humo a la cúpula eminente, sube del pecho cándido, inocente, al trono del Eterno la oración. Todo tiende a su fin: a la luz pura del sol, la planta; el cervatillo atado, a cervatillo atado, a la libre montaña; el desterrado, al caro suelo que lo vio nacer; y la abejilla en el frondoso valle, de los nuevos tomillos al aroma; y la oración en alas de paloma a la morada del Supremo Ser. Cuando por mí se eleva a Dios tu ruego, soy como el fatigado peregrino, que su carga a la orilla del camino deposita y se sienta a respirar; porque de tu plegaria el dulce canto alivia el peso a mi existencia amarga, y quita de mis hombros esta carga, que me agobia de culpa y de pesar. Ruega por mí, y alcánzame que vea, en esta noche de pavor, el vuelo de un ángel compasivo, que del cielo traiga a mis ojos la perdida luz. Y pura finalmente, como el mármol que se lava en el templo cada día, arda en sagrado fuego el alma mía, como arde el incensario ante la cruz. III Ruega, hija, por tus hermanos, los que contigo crecieron, y en un mismo seno exprimieron, y un mismo techo abrigó. Ni por los que te amen sólo el favor del cielo implores; por justos y pecadores, Cristo en la cruz expiró. Ruega por el orgulloso que ufano se pavonea, y en su dorada librea, funda insensata altivez; y por el mendigo humilde que sufre el ceño mezquino de los que beben el vino porque le dejen la hez. Por el que de torpes vicios sumido en profundo cieno, hace aullar el canto obsceno de nocturna bacanal. Y por la velada virgen que en su solitario lecho con la mano hiriendo el pecho, reza el himno sepulcral. Por el hombre sin entrañas, en cuyo pecho no vibra una simpática fibra al pesar y a la aflicción. Que no da sustento al hambre, ni a la desnudez vestido, ni da la mano al caído, ni da a la injuria perdón. Por el que en mirar se goza su puñal de sangre rojo, buscando el rico despojo, o la venganza cruel. Y por el que en vil libelo destroza una fama pura, y en la aleve mordedura escupe asquerosa hiel. Por el que surca animoso la mar de peligros, llena; por el que arrastra cadena, y por su duro señor. Por la razón que leyendo, en el gran libro, vigila; por la razón que vacila: por la que abraza el error. Acuérdate en fin, de todos los que penan y trabajan; y de todos los que viajan por esa vida mortal. Acuérdate aun del malvado que a Dios blasfemando irrita. La oración es infinita: nada agota su caudal. IV ¡Hija! reza también por los que cubre la soporosa piedra de la tumba, profunda sima adonde se derrumba la turba de los hombres mil a mil: abismo en que se mezcla polvo a polvo, y pueblo a pueblo; cual se ve a la hoja de que el añoso bosque Abril despoja, mezclar la suya otro y otro Abril. Arrodilla, arrodíllate en la tierra donde segada en flor yace mi Lola, coronada de angélica aureola; do helado duerme cuanto fue mortal; donde cautivas almas piden preces que las restauren a su ser primero, y purguen las reliquias del grosero vaso, que las contuvo, terrenal. ¡Hija! cuando tú duermes, te sonríes, y cien apariciones peregrinas, sacuden retozando tus cortinas: travieso enjambre, alegre, volador. Y otra vez a la luz abres los ojos, al mismo tiempo que la aurora hermosa abre también sus párpados de rosa, y da a la tierra el deseado albor. ¡Pero esas pobres almas!...¡si supieras que sueño duermen!... su almohada es fría; duro su lecho; angélica armonía no regocija nunca su prisión. No es reposo el sopor que las abruma; para su noche no hay albor temprano; y la conciencia, velador gusano, les roe inexorable el corazón. Una plegaria, un solo acento tuyo, hará que gocen pasajero alivio, y de que luz celeste un rayo tibio logre a su oscura estancia penetrar; que el atormentador remordimiento una tregua a sus víctimas conceda, y del aire, y el agua, y la arboleda, oigan el apacible susurrar. Cuando en el campo con pavor secreto la sombra ves, que de los cielos baja, la nieve que las cumbres amortaja, y del ocaso el tinte carmesí: en las quejas de aura y de la fuente ¿no te parece que una voz retiña? una doliente retiña? una doliente voz que dice: "Niña, cuándo tú reces, ¿rezarás por mí?" Es la voz de las almas. A los muertos que oraciones alcanzan, no escarnece el rebelado arcángel, y florece sobre su tumba perennal tapiz. Más ¡ay! los que yacen olvidados cubren perpetuo horror, hierbas extrañas ciegan su sepultura; a sus entrañas ¡árbol funesto enreda la raíz! Y yo también, (no dista mucho el día) huésped seré de la morada oscura, y el ruego invocaré de un alma pura, que a mi largo penar consuelo dé. Y dulce entonces me será que vengas, y para mí la eterna paz implores, y en la desnuda loza esparzas flores, simple tributo de amorosa fe. ¿Perdonarás a mi enemiga estrella, si disipadas fueron una a una las que mecieron tu mullida cuna esperanzas de alegre porvenir? Sí, le perdonarás; y mi memoria te arrancará una lágrima, un suspiro que llegue hasta mi lóbrego retiro, y haga mi helado polvo rebullir.
La oración por todos
Antonio Machado
Al fin, una pulmonía mató a don Guido, y están las campanas todo el día doblando por él: ¡din-dan! Murió don Guido, un señor de mozo muy jaranero, muy galán y algo torero; de viejo, gran rezador. Dicen que tuvo un serrallo este señor de Sevilla; que era diestro en manejar el caballo y un maestro en refrescar manzanilla. Cuando mermó su riqueza, era su monomanía pensar que pensar debía en asentar la cabeza. Y asentóla de una manera española, que fue casarse con una doncella de gran fortuna; y repintar sus blasones, hablar de las tradiciones de su casa, escándalos y amoríos poner tasa, sordina a sus desvaríos. Gran pagano, se hizo hermano de una santa cofradía; el Jueves Santo salía, llevando un cirio en la mano ?¡aquel trueno!?, vestido de nazareno. Hoy nos dice la campana que han de llevarse mañana al buen don Guido, muy serio, camino del cementerio. Buen don Guido, ya eres ido y para siempre jamás... Alguien dirá: ¿Qué dejaste? Yo pregunto: ¿Qué llevaste al mundo donde hoy estás? ¿Tu amor a los alamares y a las sedas y a los oros, y a la sangre de los toros y al humo de los altares? Buen don Guido y equipaje, ¡buen viaje!... El acá y el allá, caballero, se ve en tu rostro marchito, lo infinito: cero, cero. ¡Oh las enjutas mejillas, amarillas, y los párpados de cera, y la fina calavera en la almohada del lecho! ¡Oh fin de una aristocracia! La barba canosa y lacia sobre el pecho; metido en tosco sayal, las yertas manos en cruz, ¡tan formal! el caballero andaluz.
Llanto de las virtudes y coplas...
Rubén Darío
El ave azul del sueño sobre mi frente pasa: tengo en mi corazón la primavera y en mi cerebro el alba. Amo la luz, el pico de la tórtola, la rosa y la campánula, el labio de la virgen y el cuello de la garza. !Oh, Dios mío, Dios mío!... Sé que me ama... Cae sobre mi espíritu la noche negra y trágica; busco el seno profundo de sus sombras para verter mis lágrimas. Sé que en el cráneo puede haber tormentas, abismos en el alma y arrugas misteriosas sobre las frentes pálidas. ¡Oh, Dios mío, Dios mío!... Sé que me engaña...
Rimas XIV
Luis Cernuda
Donde habite el olvido, En los vastos jardines sin aurora; Donde yo sólo sea Memoria de una piedra sepultada entre ortigas Sobre la cual el viento escapa a sus insomnios. Donde mi nombre deje Al cuerpo que designa en brazos de los siglos, Donde el deseo no exista. En esa gran región donde el amor, ángel terrible, No esconda como acero En mi pecho su ala, Sonriendo lleno de gracia aérea mientras crece el tormento. Allí donde termine este afán que exige un dueño a imagen suya, Sometiendo a otra vida su vida, Sin más horizonte que otros ojos frente a frente. Donde penas y dichas no sean más que nombres, Cielo y tierra nativos en torno de un recuerdo; Donde al fin quede libre sin saberlo yo mismo, Disuelto en niebla, ausencia, Ausencia leve como carne de niño. Allá, allá lejos; Donde habite el olvido.
Donde habite el olvido
Miguel Rasch Isla
En medio a mis congojas, en mitad de mi hastío, tu recuerdo lejano, tu recuerdo clemente, vino, desde las sombras, a posarse en mi frente y a decirme que aún vive nuestro amor, amor mío. ¡Perdóname! La culpa del injusto desvío fue del hombre que sueña, no del hombre que siente. Mira: puede en su rumbo desviarse la corriente pero la imagen sigue reflejada en el río. Tu recuerdo en mi alma se nubló como aquella lumbre de los luceros que en la noche callada se eclipsa si las nubes se detienen ante ella. Mi olvido fue una nube que ya va de partida, y tu amor es la estrella que un momento eclipsada sigue irradiando inmóvil en lo azul de mi vida.
ECLIPSE
Alfonsina Storni
Buscando raíces de alas la frente se le desplaza a derecha e izquierda. Y sobre el remolino de la cara se le fija, telón del más allá, comba y ancha. Una alimaña le grita en la nariz que intenta aplastársele enfurecida... Irrumpe un griego por sus ojos distantes. Un griego que sofocan de enredaderas las colinas andaluzas de sus pómulos y el valle trémulo de su boca. Salta su garganta hacia afuera pidiendo la navaja lunada de aguas filosas. Cortádsela. De norte a sud. De este a oeste. Dejad volar la cabeza, la cabeza sola, herida de ondas marinas negras... Y de caracolas de sátiro que le caen como campánulas en la cara de máscara antigua. Apagadle la voz de madera, cavernosa, arrebujada en las catacumbas nasales. Libradlo de ella, y de sus brazos dulces, y de su cuerpo terroso. Forzadle sólo, antes de lanzarlo al espacio, el arco de las cejas hasta hacerlos puentes del Atlántico, del Pacífico... Por donde los ojos, navíos extraviados, circulen sin puertos ni orillas...
Retrato de García Lorca
Rafael de León
I Apoyá en er quisio de la mansebía miraba ensenderse la noche de mayo; pasaban los hombres y yo sonreía hasta que a mi puerta paraste el caballo. «Serrana, ¿me das candela?» Y yo te dije: «Gaché, ven y tómala en mis labios que yo fuego te daré». Dejaste er caballo y lumbre te di, y fueron dos verdes luceros de mayo tus ojos pa mí. Ojos verdes, verdes como la albahaca. Verdes como el trigo verde y el verde, verde limón. Ojos verdes, verdes, con brillo de faca, que están clavaítos en mi corazón. Pa mí ya no hay soles, luceros ni luna, no hay más que unos ojos que mi vía son. Ojos verdes, verdes como la albahaca. Verdes como el trigo verde y el verde, verde limón. II Vimos desde el cuarto despertar el día y sonar el alba en la Torre la Vela. Dejaste mis brazos cuando amanecía y en mi boca un gusto de menta y canela. «Serrana, para un vestío yo te quiero regalá». Yo te dije: «Estás cumplío, no me tienes que dar na». Subiste ar caballo, te fuiste de mí y nunca una noche más bella de mayo he vuelto a viví. Ojos verdes, verdes como la albahaca. Verdes como el trigo verde y el verde, verde limón. Ojos verdes, verdes, con brillo de faca, que están clavaítos en mi corazón. Pa mí ya no hay soles, luceros ni luna, no hay más que unos ojos que mi vía son. Ojos verdes, verdes como la albahaca. Verdes como el trigo verde y el verde, verde limón.
OJOS VERDES
Mario Benedetti
1 Quién hubiera creído que se hallaba sola en el aire, oculta, tu mirada. Quién hubiera creído esa terrible ocasión de nacer puesta al alcance de mi suerte y mis ojos, y que tú y yo iríamos, despojados de todo bien, de todo mal, de todo, a aherrojarnos en el mismo silencio, a inclinarnos sobre la misma fuente para vernos y vernos mutuamente espiados en el fondo, temblando desde el agua, descubriendo, pretendiendo alcanzar quién eras tú detrás de esa cortina, quién era yo detrás de mí. Y todavía no hemos visto nada. Espero que alguien venga, inexorable, siempre temo y espero, y acabe por nombrarnos en un signo, por situarnos en alguna estación por dejarnos allí, como dos gritos de asombro. Pero nunca será. Tú no eres ésa, yo no soy ése, ésos, los que fuimos antes de ser nosotros. Eras sí pero ahora suenas un poco a mí. Era sí pero ahora vengo un poco a ti. No demasiado, solamente un toque, acaso un leve rasgo familiar, pero que fuerce a todos a abarcarnos a ti y a mí cuando nos piensen solos. 2 Hemos llegado al crepúsculo neutro donde el día y la noche se funden y se igualan. Nadie podrá olvidar este descanso. Pasa sobre mis párpados el cielo fácil a dejarme los ojos vacíos de ciudad. No pienses ahora en el tiempo de agujas, en el tiempo de pobres desesperaciones. Ahora sólo existe el anhelo desnudo, el sol que se desprende de sus nubes de llanto, tu rostro que se interna noche adentro hasta sólo ser voz y rumor de sonrisa. 3 Puedes querer el alba cuando ames. Puedes venir a reclamarte como eras. He conservado intacto tu paisaje. Lo dejaré en tus manos cuando éstas lleguen, como siempre, anunciándote. Puedes venir a reclamarte como eras. Aunque ya no seas tú. Aunque mi voz te espere sola en su azar quemando y tu dueño sea eso y mucho más. Puedes amar el alba cuando quieras. Mi soledad ha aprendido a ostentarte. Esta noche, otra noche tú estarás y volverá a gemir el tiempo giratorio y los labios dirán esta paz ahora esta paz ahora. Ahora puedes venir a reclamarte, penetrar en tus sábanas de alegre angustia, reconocer tu tibio corazón sin excusas, los cuadros persuadidos, saberte aquí. Habrá para vivir cualquier huida y el momento de la espuma y el sol que aquí permanecieron. Habrá para aprender otra piedad y el momento del sueño y el amor que aquí permanecieron. Esta noche, otra noche tú estarás, tibia estarás al alcance de mis ojos, lejos ya de la ausencia que no nos pertenece. He conservado intacto tu paisaje pero no sé hasta dónde está intacto sin ti, sin que tú le prometas horizontes de niebla, sin que tú le reclames su ventana de arena. Puedes querer el alba cuando ames. Debes venir a reclamarte como eras. Aunque ya no seas tú, aunque contigo traigas dolor y otros milagros. Aunque seas otro rostro de tu cielo hacia mí.
Asunción de tí
Fray Luis de León
Recoge ya en el seno el campo su hermosura, el cielo aoja con luz triste el ameno verdor, y hoja a hoja las cimas de los árboles despoja. Ya Febo inclina el paso al resplandor egeo; ya del día las horas corta escaso; ya Éolo al mediodía, soplando espesas nubes nos envía; ya el ave vengadora del Íbico navega los nublados y con voz ronca llora, y, el yugo al cuello atados, los bueyes van rompiendo los sembrados. El tiempo nos convida a los estudios nobles, y la fama, Grial, a la subida del sacro monte llama, do no podrá subir la postrer llama; alarga el bien guiado paso y la cuesta vence y solo gana la cumbre del collado y, do más pura mana la fuente, satisfaz tu ardiente gana; no cures si el perdido error admira el oro y va sediento en pos de un bien fingido, que no ansí vuela el viento, cuanto es fugaz y vano aquel contento; escribe lo que Febo te dicta favorable, que lo antiguo iguala y pasa el nuevo estilo; y, caro amigo, no esperes que podré atener contigo, que yo, de un torbellino traidor acometido y derrocado del medio del camino al hondo, el plectro amado y del vuelo las alas he quebrado.
ODA XI - AL LICENCIADO JUAN DE GRIAL
María Eugenia Caseiro
[1] Enraizada la costumbre confluye sin reposo en ti, en mi, en nosotros verso adentro no te busca el letargo en otro cuerpo en lo que ha quedado de todo en ti en lo que ha quedado de ti en lo que ha quedado sin ti. [2] desde el tiempo imperdonable no saben cómo mis manos cosen gris a la costumbre ablandando la huida desde entonces desde el grito desabrido muerto. [3] Velasombra en lunijunta sangre de tu sangre que es mi sangre cerrada cumplida perfecta amarilla inevitable costumbre de ti de ti sin ti te lleva [4] Lo que no emplea siquiera costumbre lo que guarda tibio reposo dentro dentro dentro adentro que esconde el día dentro la noche dentro, todo ese camino cerrado padecido, mustio último.
Nadas
Dulce María Loynaz
Desmodus rufus (Murciélago Común) Recortado del raso con que forran las cajas de los muertos; gustador de óleos místicos y sangre de corderos. Tú sabes los caminos de la noche y en tu menudo cuerpo caben dos glorias que jamás se unen en otro ser: alas y pecho.
LECCIÓN DECIMOQUINTA
Ramón López Velarde
A Jesús Villalpando Mi madrina invitaba a mi prima Águeda a que pasara el día con nosotros, y mi prima llegaba con un contradictorio prestigio de almidón y de temible luto ceremonioso. Águeda aparecía, resonante de almidón, y sus ojos verdes y sus mejillas rubicundas me protegían contra el pavoroso luto... Yo era rapaz y conocía la o por lo redondo, y Águeda que tejía mansa y perseverante en el sonoro corredor, me causaba calosfríos ignotos... (Creo que hasta le debo la costumbre heroicamente insana de hablar solo). A la hora de comer, en la penumbra quieta del refectorio, me iba embelesando un quebradizo sonar intermitente de vajilla y el timbre caricioso de la voz de mi prima. Águeda era (luto, pupilas verdes y mejillas rubicundas) un cesto policromo de manzanas y uvas en el ébano de un armario añoso.
A MI PRIMA ÁGUEDA
Gustavo Adolfo Bécquer
¡Cuántas veces, al pie de las musgosas paredes que la guardan, oí la esquila que al mediar la noche a los maitines llama! ¡Cuántas veces trazó mi silueta la luna plateada, junto a la del ciprés, que de su huerto se asoma por las tapias! Cuando en sombras la iglesia se envolvía, de su ojiva calada, ¡cuántas veces temblar sobre los vidrios vi el fulgor de la lámpara! Aunque el viento en los ángulos oscuros de la torre silbara, del coro entre las voces percibía su voz vibrante y clara. En las noches de invierno, si un medroso por la desierta plaza se atrevía a cruzar, al divisarme el paso aceleraba. Y no faltó una vieja que en el torno dijese a la mañana, que de algún sacristán muerto en pecado acaso era yo el alma. A oscuras conocía los rincones del atrio y la portada; de mis pies las ortigas que allí crecen las huellas tal vez guardan. Los búhos, que espantados me seguían con sus ojos de llamas, llegaron a mirarme con el tiempo como a un buen camarada. A mi lado sin miedo los reptiles se movían a rastras; hasta los mudos santos de granito creo que me saludaban.
Rima LXX
Juan Liscano
Entre los agostadores los que mantienen abiertos los ojos del cuchillo, entre los crueles, los monstruos del relámpago, entre los animales humanos de la guerra, entre las patas, heridas, llamas, alaridos, brotando de la sangre, despunta al fin Bolívar. Más joven que su muerte andante y próxima tan joven para los años que le esperan tan lleno de furor puro, de esperanzas, tocado por el crimen, como todos, ebrio de un fuego por vencer la muerte pero también capaz de detenerse para aspirar la flor gratuita, vana, para soñar algún sueño en que se mira con los pies en el lodo, con la frente en la estrella. Bolívar peleaba por su pan de Independencia con frenéticas hambres de iluminado caía al fondo de sus iras ensuciaba sus alas juveniles se arrastraba sobre esponjas de barro lleno de costras, de escamas, de hojarasca, sacaba su garfio, su zarpa, su hocico de hombre de guerra tatuado tenía el cuerpo de presidiario de la muerte de matador de canarios y españoles de gran sembrador ensangrentado. Rachas de pánico le cruzaron cuando quiso contener las crecientes, el diluvio, las tribus retemblantes de los hombres caballos.. Nadó entre corrientes fragorosas entre torbellinos de rebaños acuáticos alcanzó alguna orilla batida por las olas se derrumbaban las montañas del trueno llovía un crepúsculo, un ejército en derrota caía ceniza funeraria de las fugas, de los éxodos, subía el nivel del agua de la muerte. Clarea sobre el mundo a pesar de la guerra amanece a pesar de la derrota un ave con alas de palmera real vuela en la aurora a pesar del exilio. Entonces Bolívar se levantó de su sueño lo despertó, profundamente, a la mañana en ciernes lo soñó, por primera vez, lúcido y despierto atravesó su cristal sin quebrarlo fue traspasado por el rayo de imágenes. Visión y visionario fueron un mismo hombre compartiendo un mismo desayuno frugal en ese primer día insular del destierro en esa jornada de juntar los pasos, de pisar firme sin aplastar la nube, de recorrer lo andado hacia el futuro. Boves en Urica se quebró como una lanza. Bolívar saltará la bocado sus palabras sueltas las arrojará al voleo sobre las turbas revueltas cabalgará los enlutados caballos solares ganará un ejército de vástagos verdes, de raíces viudas, de h humus, de libertos en armas. Mudará de piel en el tórrido verano guerrero dejará entre los helechos su casaca mantuana su capa quebradiza y seca, su uniforme vacío le vestirá una luz matinal de victorias. Bajarán lentamente las aguas tenebrosas aflorarán las cimas lucientes y chorreantes como lentas tortugas marinas, aún no habrá cruzado la paloma ni crecido el arco iris. Su voluntad de fundación le irá quemando. Sufrirá por sí mismo y por los otros por el presente ciego y el porvenir herido por su visión de paz y su verdad de guerra; llorará alguna vez sobre una piedra, creerá haber arado un mar de lágrimas pétreas pero las fieras regresarán a su guarida se ocultarán en su espesura de libertador se amansarán un tiempo al influjo de su canto empezará a verdecer el yermo, a ser de todos la esperanza resplandecerán los territorios emergidos y entre las ramazones de la guerra en la extremidad de sus disparos surgirá un firmamento de yemas delicadas. ¡Bolívar, ay, Bolívar tan mentido! En este tiempo de prisiones de ejércitos voraces salidos de su cauce -revueltos espadones, creciente agostadora- nadie labora tus campos estelares nadie vela tu insomnio que palpita de viento a viento como una llamarada nadie oye crujir tu impaciencia en las maderas nocturnas, en los bosques nadie bebe tus palabras sangradas en tu exilio, en tu isla y en tu asfixia cuando pensaste con peso de huerto de agonía de planeta de plomo tenebroso y hablaste de una imposible mano abierta de un pueblo sonreído de un tiempo de estatua consagrado de un ala de laurel constante de un rayo de aire libre. Acabó tu violencia amando sin remedio. Repartiste entre todos la victoria y un sueño de países tomados de la mano. Quisiste armar la paz con letras, libros quemar la guerra con su propio fuego; quisiste hacernos hombres ¡no soldados! ¡Bolívar, ay Bolívar! ¿Quién te cumple? ¡Cuánta historia rebotando de eco en sombra! ¡Cuánto nombre arrojado a los cerdos! ¡Cuánto Bolívar invocado en vano! * De la guerra brotará un cielo de verdura que se convertirá en guerra de la que brotará un nuevo cielo verde que agostará la guerra hasta que reine un día el verde eterno. Ahondando en la bruma, en el vacío, en el fuego bajaron a la muerte los soturnos caciques los conquistadores tiznados por hogueras auríferas los reyes negros con los ojos en blanco y en su sitio terreno, bajo el sol clamoroso, quedaron los hijos repitiendo sus gestos, los hijos que bajaron también a la muerte ahondando en el vacío, los incendios, la niebla y dejando en su sitio terreno, repitiendo sus gestos a los hijos, a sus hijos mortales que bajaron también a la muerte dejando a sus hijos quienes siguieron cavando las minas de la muerte mientras sus hijos cambiaban granos y monedas alzaban torres, hollaban los caminos y bajaban a la muerte dejando a sus hijos bajo el sol clamoroso, repitiendo sus gestos... Los hijos de todas las razas de todos los metales y materias terrenas tejen los hilos de un bordado inacabable de una indetenible danza de cintas ensartan un collar de rostros y de calaveras se extienden, de hijo en hijo, los dominios de la muerte las comarcas de grutas, cascadas y estrellas pétreas las galerías de sales y de fuegos fríos el imperio de los resurgimientos y de las fuentes, hasta el día perfecto de la eternidad.
BOLÍVAR
Francisco Álvarez
Vino primero tenue y acarició su pelo, nube de mariposas rozando sus mejillas; era el beso de un ángel flotando en las orillas de sus ojos azules con reflejos de cielo. Y se agitó en ligeros y suaves remolinos trepando dulce y ágil en torno a su figura, cubriendo en un abrazo la flor de su cintura, llevando su perfume por todos los caminos. Llegó por las esquinas borracho y pendenciero, y sacudió su blusa con empuje atrevido. Era intenso y robusto, rebelde y encendido, y la apretó con fuertes tentáculos de acero. Se transformó en violento ciclón desesperado, arrancando la falda con sus múltiples manos, invadiendo los fondos recónditos y arcanos, y arrebatando el fuego de su cuerpo azotado. Gentil soplo de viento crecido sin medida, tierno beso de amigo transformado en amante, leve caricia alzada en pasión dominante, sueños nunca vividos de una ocasión perdida.
EL VIENTO
Gerardo Diego
A caballo en el quicio del mundo un soñador jugaba al sí y al no Las lluvias de colores emigraban al país de los amores Bandadas de flores Flores de sí Flores de no Cuchillos en el aire que le rasgan las carnes forman un puente Sí No Cabalgaba el soñador Pájaros arlequines cantan el sí cantan el no
COLUMPIO
María Eugenia Caseiro
Recorto pedazos de paisaje en el tiempo preciso para darles esa emoción del ave de alegre corola que aleteaba perdida en el tronco de aquel árbol cuajado de majaguas este juego de volver… Y la serena compostura de esos pájaros de ayer posados en el agua perfectas criaturas que soñaron sus vuelos de hoy en la temprana luz que los aroma cautivos del tiempo aquel.
Del tiempo aquel
Ramón López Velarde
A la cálida vida que transcurre canora con garbo de mujer sin letras ni antifaces, a la invicta belleza que salva y que enamora, responde, en la embriaguez de la encantada hora, un encono de hormigas en mis venas voraces. Fustigan el desmán del perenne hormigueo el pozo del silencio y el enjambre del ruido, la harina rebanada como doble trofeo en los fértiles bustos, el Infierno en que creo, el estertor final y el preludio del nido. Mas luego mis hormigas me negarán su abrazo y han de huir de mis pobres y trabajados dedos cual se olvida en la arena un gélido bagazo; y tu boca, que es cifra de eróticos denuedos, tu boca, que es mi rúbrica, mi manjar y mi adorno, tu boca, en que la lengua vibra asomada al mundo como réproba llama saliéndose de un horno, en una turbia fecha de cierzo gemebundo en que ronde la luna porque robarte quiera, ha de oler a sudario y a hierba machacada, a droga y a responso, a pabilo y a cera. Antes de que deserten mis hormigas, Amada, déjalas caminar camino de tu boca a que apuren los viáticos del sanguinario fruto que desde sarracenos oasis me provoca. Antes de que tus labios mueran, para mi luto, dámelos en el crítico umbral del cementerio como perfume y pan y tósigo y cauterio.
HORMIGAS
Rubén Darío
¿Qué signo haces, oh Cisne, con tu encorvado cuello al paso de los tristes y errantes soñadores? ¿Por qué tan silencioso de ser blanco y ser bello, tiránico a las aguas e impasible a las flores? Yo te saludo ahora como en versos latinos te saludara antaño Publio Ovidio Nasón. Los mismos ruiseñores cantan los mismos trinos, y en diferentes lenguas es la misma canción. A vosotros mi lengua no debe ser extraña. A Garcilaso visteis, acaso, alguna vez... Soy un hijo de América, soy un nieto de España... Quevedo pudo hablaros en verso en Aranjuez... Cisnes, los abanicos de vuestras alas frescas den a las frentes pálidas sus caricias más puras y alejen vuestras blancas figuras pintorescas de nuestras mentes tristes las ideas oscuras. Brumas septentrionales nos llenan de tristezas, se mueren nuestras rosas, se agotan nuestras palmas, casi no hay ilusiones para nuestras cabezas, y somos los mendigos de nuestras pobres almas. Nos predican la guerra con águilas feroces, gerifaltes de antaño revienen a los puños, mas no brillan las glorias de las antiguas hoces, ni hay Rodrigos ni Jaimes, ni hay Alfonsos ni Nuños. Faltos del alimento que dan las grandes cosas, ¿qué haremos los poetas sino buscar tus lagos? A falta de laureles son muy dulces las rosas, y a falta de victorias busquemos los halagos. La América española como la España entera fija está en el Oriente de su fatal destino; yo interrogo a la Esfinge que el porvenir espera con la interrogación de tu cuello divino. ¿Seremos entregados a los bárbaros fieros? ¿Tantos millones de hombres hablaremos inglés? ¿Ya no hay nobles hidalgos ni bravos caballeros? ¿Callaremos ahora para llorar después? He lanzado mi grito, Cisnes, entre vosotros que habéis sido los fieles en la desilusión, mientras siento una fuga de americanos potros y el estertor postrero de un caduco león... ...Y un cisne negro dijo: «La noche anuncia el día». Y uno blanco: «¡La aurora es inmortal! ¡La aurora es inmortal!» ¡Oh tierras de sol y de armonía, aún guarda la Esperanza la caja de Pandora!
Los cisnes
Oliverio Girondo
Y para acá o allá y desde aquí otra vez y vuelta a ir de vuelta y sin aliento y del principio o término del precipicio íntimo hasta el extremo o medio o resurrecto resto de éste a aquello o de lo opuesto y rueda que te roe hasta el encuentro y aquí tampoco está y desde arriba abajo y desde abajo arriba ávido asqueado por vivir entre huesos o del perpetuo estéril desencuentro a lo demás de más o al recomienzo espeso de cerdos contratiempos y destiempos cuando no al burdo sino de algún complejo herniado en pleno vuelo cálido o helado y vuelta y vuelta a tanta terca tuerca para entregarse entero o de tres cuartos harto ya de mitades y de cuartos al entrevero exhausto de los lechos deshechos o darse noche y día sin descanso contra todos los nervios del misterio del más allá de acá mientras se rota quedo ante el fugaz aspecto sempiterno de lo aparente o lo supuesto y vuelta y vuelta hundido hasta el pescuezo con todos los sentidos sin sentido en el sofocatedio con uñas y con piensos y pellejo y porque sí nomás
DESTINO
Justo Braga
Me has escrito Fabián esta mañana preguntando por los viejos camaradas. Yo te he dicho, viejo colega, que nada sé del Pigarra, ya sabes, el pope del partido. Mis hijos, sobre todo el mayor, se parte de risa con estas batallitas. Ya sabes que soy de pocas palabras. Tengo, eso sí, cierta retranca, cuando hablo del pesoe. Nada sé de Lydia, La maligna. Sé que estaba dolida contigo y conmigo y con todos. Bien conoces su disgusto por los versos que escribimos en el wáter hablando de sus tetas. Pedro está en Bosnia con la boina de sargento de paracas. Yolanda es banquera o bancaria, no sé muy bien cómo se dice. Gana una pasta. Santi está en Dinamarca. Es diputado de la extrema derecha. Y a mí, ya ves, eso me hace gracia. De Amanda nada te cuento. Sólo te diré que se casó con Horacio, el quiosquero, y no he vuelto a verle el pelo de su pubis -el de Amanda me refiero-. Ahora he vuelto a Misa como en los viejos tiempos. Comulgo casi a diario y me confieso pecador de mis pecados. Me han nombrado presidente de escalera. Por algo se empieza. Tengo, tú bien lo sabes, afán por superarme y estoy estudiando esperanto. Nunca se sabe. Acabo de comprarme una escopeta de caza y un pantano abrupto en las afueras de mi barrio. Cualquier día me mato. No sé. Lo estoy pensando.
Primera carta a Fabián
Tomás de Iriarte
Ello es que hay animales muy científicos en curarse con varios específicos y en conservar su construcción orgánica, como hábiles que son en la botánica, pues conocen las hierbas diuréticas, catárticas, narcóticas, eméticas, febrífugas, estípticas, prolíficas, cefálicas también y sudoríficas. En esto era gran práctico y teórico un gato, pedantísimo retórico, que hablaba en un estilo tan enfático como el más estirado catedrático. Yendo a caza de plantas salutíferas, dijo a un lagarto: «¡Qué ansias tan mortíferas! Quiero por mis turgencias semi-hidrópicas, chupar el zumo de hojas heliotrópicas». Atónito el lagarto con lo exótico de todo aquel preámbulo estrambótico, no entendió más la frase macarrónica que si le hablasen lengua babilónica; pero notó que el charlatán ridículo de hojas de girasol llenó el ventrículo, y le dijo: «Ya, en fin, señor hidrópico, he entendido lo que es zumo heliotrópico». ¡Y no es bueno que un grillo, oyendo el diálogo, aunque se fue en ayunas del catálogo de términos tan raros y magníficos, hizo del gato elogios honoríficos! Sí; que hay quien tiene la hinchazón por mérito, y el hablar liso y llano por demérito. Mas ya que esos amantes de hiperbólicas cláusulas y metáforas diabólicas, de retumbantes voces el depósito apuran, aunque salga un despropósito, caiga sobre su estilo problemático este apólogo esdrújulo-enigmático.
EL GATO, EL LAGARTO Y EL GRILLO
Oliverio Girondo
Abra casa de gris lava cefálica y confluencias de cúmulos recuerdos y luzlatido cósmico casa de alas de noche de rompiente de enlunados espasmos e hipertensos tantanes de impresencia casa cábala cala abracadabra médium lívida en trance bajo el yeso de sus cuartos de huéspedes difuntos trasvestidos de soplo metapsíquica casa multigrávida de neovoces y ubicuos ecosecos de circuitos ahogados clave demonodea que conoce la muerte y sus compases sus tambores afásicos de gasa sus finales compuertas y su asfalto
RADA ANÍMICA
Delfina Acosta
Melancolía: el sauce sin sepulcros, la tierra que no alcanza a ser magnolia, los ojos del crepúsculo, el adiós de aquel borroso marinero a solas. Y qué melancolía aquella rama sin flores, sin hormigas, sin alondra. Mi corazón desesperado busca al extranjero infiel que no me nombra. La tarde se ha poblado de distancia. Por un amor se apagan seis farolas y ladran siete perros vagabundos. Transcurre en los jazmines el aroma de toda la palabra enternecida que nadie me decía en dulces horas. Me quiso mensajera. Él se llevó atada a su silbido mi paloma.
Paloma
Toni García Arias
Barcos como olas, como alas. Barcos que buscan barcos como labios, como besos. Barcos que regresan como infancias, como ayeres como pinceles de nuevo color sobre el pasado. Barcos que zarpan y que se alejan, que derriten en los ojos su distancia. Barcos que naufragan y se hunden, que doblan sus huesos sobre una roca. Barcos, siempre barcos que zarpan, que atracan, que se van y que regresan. Como olas, como alas.
Barcos
Nacho Buzón
a Patrícia, en ese día 9 de enero de 2001 si quieres llorar sobre mi hombro no te preocupes llora así trasvasaremos el mar de tus ojos al estanque de mi corazón
lágrimas negras
Jorge Guillén
Sí, más verdad, Objeto de mi gana. Jamás, jamás engaños escogidos. ¿Yo escojo? Yo recojo La verdad impaciente, Esa verdad que espera a mi palabra. ¿Cumbre? Sí, cumbre Dulcemente continua hasta los valles: Un rugoso relieve entre relieves. Todo me asombra junto. Y la verdad Hacia mí se abalanza, me atropella. Más sol, Venga ese mundo soleado, Superior al deseo Del fuerte, Venga más sol feroz. ¡Más, más verdad!
MÁS VERDAD
Rubén Darío
Puede una gota de lodo sobre un diamante caer; puede también de este modo su fulgor oscurecer; pero aunque el diamante todo se encuentre de fango lleno, el valor que lo hace bueno no perderá ni un instante, y ha de ser siempre diamante por más que lo manche el cieno.
La calumnia
Xavier Villaurrutia
A Ricardo de Alcázar I ¡Qué prueba de la existencia habrá mayor que la suerte de estar viviendo sin verte y muriendo en tu presencia! Esta lúcida conciencia de amar a lo nunca visto y de esperar lo imprevisto; este caer sin llegar es la angustia de pensar que puesto que muero existo. II Si en todas partes estás, en el agua y en la tierra, en el aire que me encierra y en el incendio voraz; y si a todas partes vas conmigo en el pensamiento, en el soplo de mi aliento y en mi sangre confundida, ¿no serás, Muerte, en mi vida, agua, fuego, polvo y viento? III si tienes manos, que sean de un tacto sutil y blando, apenas sensible cuando anestesiado me crean; y que tus ojos me vean sin mirarme, de tal suerte que nada me desconcierte ni tu vista ni tu roce, para no sentir un goce ni un dolor contigo, Muerte. IV Por caminos ignorados, por hendiduras secretas, por las misteriosas vetas de troncos recién cortados, te ven mis ojos cerrados entrar en mi alcoba oscura a convertir mi envoltura opaca, febril, cambiante, en materia de diamante luminosa, eterna y pura. V No duermo para que al verte llegar lenta y apagada, para que al oír pausada tu voz que silencios vierte, para que al tocar la nada que envuelve tu cuerpo yerto, para que a tu olor desierto pueda, sin sombra de sueño, saber que de ti me adueño, sentir que muero despierto. VI La aguja del instantero recorrerá su cuadrante, todo cabrá en un instante del espacio verdadero que, ancho, profundo y señero, será elástico a tu paso de modo que el tiempo cierto prolongará nuestro abrazo y será posible, acaso, vivir después de haber muerto. VII En el roce, en el contacto, en la inefable delicia de la suprema caricia que desemboca en el acto, hay un misterioso pacto del espasmo delirante en que un cielo alucinante y un infierno de agonía se funden cuando eres mía y soy tuyo en un instante. VIII ¡Hasta en la ausencia estás viva! Porque te encuentro en el hueco de una forma y en el eco de una nota fugitiva; porque en mi propia saliva fundes tu sabor sombrío, y a cambio de lo que es mío me dejas sólo el temor de hallar hasta en el sabor la presencia del vacío. IX Si te llevo en mí prendida y te acaricio y escondo, si te alimento en el fondo de mi más secreta herida; si mi muerte te da vida y goce mi frenesí, ¡qué será, Muerte, de ti cuando al salir yo del mundo, deshecho el nudo profundo, tengas que salir de mí? X En vano amenazas, Muerte, cerrar la boca a mi herida y poner fin a mi vida con una palabra inerte. ¡Qué puedo pensar al verte, si en mi angustia verdadera tuve que violar la espera; si en vista de tu tardanza para llenar mi esperanza no hay hora en que yo no muera!
DÉCIMA MUERTE
Rafael Alberti
Gentes de las esquinas de pueblos y naciones que no están en el mapa comentaban. —Ese hombre está muerto y no lo sabe. Quiere asaltar la banca, robar nubes, estrellas, cometas de oro, comprar lo más difícil: el cielo: Y ese hombre está muerto. Temblores subterráneos le sacuden la frente. Tumbos de tierra desprendida, ecos desvariados, sones confusos de piquetas y azadas, los oídos. Los ojos, luces de acetileno, húmedas, áureas galerías. El corazón, explosiones de piedras, júbilos, dinamita. Sueña con las minas.
EL ÁNGEL AVARO
Rubén Darío
¿Qué barco viene allá? ¿Es un farol o una estrella? ¿Qué barco viene allá? Es una linterna tan bella ¡y no se sabe adónde va! ¡Es Venus, es Venus la bella! ¿Es un alma o es una estrella? ¿Qué barco viene allá? Es una linterna tan bella... ¡y no se sabe adónde va! ¡Es Venus, es Venus, es Ella! Es un fanal y es una estrella que nos indica el más allá, y que el Amor sublime sella, y es tan misteriosa y tan bella, que ni en la noche deja la huella ¡y no se sabe adónde va!
La canción de la noche en el mar
Blanca Andreu
Así, en pretérito pluscuamperfecto y futuro absoluto voy hablando del trozo de universo que yo era, de subcutáneas estrellas de sangre cazadas por el ángel de la anemia en el cielo arterial, diciendo leucocitos del alba y rio de linfa, o bien de lo que quise: el ligero Mediterráneo, la prohibición de envejecer, la gavilla del sueño barbitúrico, y sobre todo, sobre todas las cosas, Mozart anfetamínico preámbulo de pájaros, Mozart en ala y aeropuerto, arco de violín principe o piloto: Mozart el Músico.
ASÍ, EN PRETÉRITO PLUSCUAMPERFECTO
Gustavo Adolfo Bécquer
Sacudimiento extraño que agita las ideas, como huracán que empuja las olas en tropel. Murmullo que en el alma se eleva y va creciendo como volcán que sordo anuncia que va a arder. Deformes siluetas de seres imposibles; paisajes que aparecen como al través de un tul. Colores que fundiéndose remedan en el aire los átomos del iris que nadan en la luz. Ideas sin palabras, palabras sin sentido; cadencias que no tienen ni ritmo ni compás. Memorias y deseos de cosas que no existen; accesos de alegría, impulsos de llorar. Actividad nerviosa que no halla en qué emplearse; sin riendas que le guíen, caballo volador. Locura que el espíritu exalta y desfallece, embriaguez divina del genio creador... Tal es la inspiración. Gigante voz que el caos ordena en el cerebro y entre las sombras hace la luz aparecer. Brillante rienda de oro que poderosa enfrena de la exaltada mente el volador corcel. Hilo de luz que en haces los pensamientos ata; sol que las nubes rompe y toca en el zenít. Inteligente mano que en un collar de perlas consigue las indóciles palabras reunir. Armonioso ritmo que con cadencia y número las fugitivas notas encierra en el compás. Cincel que el bloque muerde la estatua modelando, y la belleza plástica añade a la ideal. Atmósfera en que giran con orden las ideas, cual átomos que agrupa recóndita atracción. Raudal en cuyas ondas su sed la fiebre apaga, oasis que al espíritu devuelve su vigor... Tal es nuestra razón. Con ambas siempre en lucha y de ambas vencedor, tan sólo al genio es dado a un yugo atar las dos.
Rima III
Gustavo Adolfo Bécquer
Hoy la tierra y los cielos me sonríen, hoy llega al fondo de mi alma el sol, hoy la he visto... La he visto y me ha mirado... ¡Hoy creo en Dios!
Rima XVII
Santiago Montobbio
El papel en blanco jamás es sólo el papel en blanco: hablar de eso es hablar fácil, mas no el decir –y es cierto- que la página en la soledad más profunda consumida es la vida sin versos o llena de los poemas que nadie, de los que eres tú, ha de poder escribir nunca. Porque puede quedarme un amor, una sombra y un olvido, y más que eso ha de quedarme un modo de hacerme daño, hasta el fin y en la noche un modo de afilar la puntería para arruinarme y perseguirme a través de la agotadora y muy extraña cacería en que soy arma, a la vez presa.
Hospital de inocentes
Pablo Neruda
Cien sonetos de amor Oh amor, oh rayo loco y amenaza purpúrea, me visitas y subes por tu fresca escalera el castillo que el tiempo coronó de neblinas, las pálidas paredes del corazón cerrado. Nadie sabrá que sólo fue la delicadeza construyendo cristales duros como ciudades y que la sangre abría túneles desdichados sin que su monarquía derribara el invierno. Por eso, amor, tu boca, tu piel, tu luz, tus penas, fueron el patrimonio de la vida, los dones sagrados de la lluvia, de la naturaleza que recibe y levanta la gravidez del grano, la tempestad secreta del vino en las bodegas, la llamarada del cereal en el suelo.
Cien sonetos de amor
Mario Benedetti
Cada cuerpo tiene su armonía y su desarmonía. En algunos casos la suma de armonías puede ser casi empalagosa. En otros el conjunto de desarmonías produce algo mejor que la belleza.
Teoría de conjuntos
Antonia Álvarez Álvarez
Cuando el instante mismo se diluye en su propia amargura y ya no queda cielo de qué color, nube a qué rumbo, toda la pena salta a la mirada, la incertidumbre salta a la mirada, la soledad sin nombre a la mirada, la desnuda tristeza a la mirada, y el asombro también, todo el asombro, el cansancio del mundo, la agonía de no saber por qué ni en qué camino estamos, llueve, llueve dolor y más dolor en la mirada, ¡qué preguntas sin fin, a qué la vida para tanto morir, en la mirada! Se inunda de neblina la mirada y no encuentra sosiego ni respuesta a tanto desamor que amarga el mundo. Y cuando el llanto llena los aljibes, se deshojan los ojos... desbordados.
En la mirada
Lope de Vega
¿Qué ceguedaz me trujo a tantos daños? ¿Por dónde me llevaron desvaríos, que no traté mis años como míos, y traté como propios sus engaños? ¡Oh puerto de mis blancos desengaños, por donde ya mis juveniles bríos pasaron como el curso de los ríos, que no los vuel[v]e atrás el de los años! Hicieron fin mis locos pensamientos, acomodóse al tiempo la edad mía, por ventura en ajenos escarmientos. Que no temer el fin no es valentía, donde acaban los gustos en tormentos, y el curso de los años en un día.
Qué ceguedaz me trujo a tantos daños
Consuelo Hernández
Dame la palabra para llegar a la belleza de tu crin crispada al universo que sale de tu piel en vuelo para arriesgar un minuto de felicidad en la certeza decisiva de tu paso. Libera de bridas tus afanes Y tu corazón brillará como sol íntimo en tu carne porque no hay tiempo ni espacio para los que no saben jugarse la vida en un instante. No hay otra opción en este hipódromo aunque el sudor sofoque tu piel y tengas que masticar ese duro acero que molesta. Con la certeza de la aventura nueva asomarás la cabeza entre tus contendores como la luz del cometa que viaja entre la noche. Sigue trotando, amo de horizontes y no vuelvas la mirada atrás apura tú paso hacia la meta como se apura el río para llegar a su mar.
En el hipódromo (Kentucky)
Gustavo Adolfo Bécquer
Al brillar un relámpago nacemos, y aún dura su fulgor cuando morimos; ¡tan corto es el vivir! La Gloria y el Amor tras que corremos sombras de un sueño son que perseguimos; ¡despertar es morir!
Rima LXIX
Luis Barahona de Soto
¿A quién me quejaré de mi enemiga? ¿Al tiempo? No es razón, que me ha burlado. ¿Al cielo? No es juez de mi cuidado. Ni al fuego, pues el fuego me castiga. ¿Al viento? Ya no escucha mi fatiga, que está en mis esperanzas ocupado. ¿A Amor? Es mi enemigo declarado y en condenarme piensa que me obliga. Ya, pues ninguno de mi parte siento, Filis ingrata, a ti de ti me quejo; juzguen tus ojos, reos y testigos. Y el tiempo, el cielo, el fuego, Amor y el viento lloren mi muerte, pues mi causa dejo en manos de mis propios enemigos.
A quién me quejaré de mi enemiga
Omar García Ramírez
Animal de piedra me miro. Animal de piedra me mira desde un espejo rayado por la luz de una mañana porteña. Agua fría dentro de las manos Áspera la barba, dura la sonrisa. En el espejo de la pensión veo al viejo animal de piedra que acaba de bajar del insomnio de la piel de mulata de treinta dólares del sudor, escozor y cigarrillo muerto. Mi piel es blanca como vientre de tiburón y la barba de algunos días parece casi nostálgica. Mis ojos inyectados de un sueño comprometido en la caída miran desde la plata vieja la casaca azul raída y la camisa amarilla de blanco hueso, y afuera ese cielo que espera como una red tendida, sobre una presa en la ciudad sitiada. La casera me dice que es el último día, Como si se fuera acabar el mundo, como si el barco fuera a zarpar Como si el marinera no tuviera negro el corazón, curtido de tanto partir sin horizonte. Ayer estuvo una mulata de Abisinia entre mis sabanas, le di lo último que me quedaba, y ella me regaló, lo único que podía regalarme. Así que no le pague a la casera. Un derrier azul, unos senos grandes y pesados De manatí del amazonas, mamé como un torpe crío de los cañaduzales y los manglares hasta sentir el estertor en medio de la nada. Es lo que recuerdo y luego su cara sin una sonrisa sin ganas de imitar la alegría del animal recompensado. Me estoy haciendo viejo; ya las putas no me alaban ni me dicen que regrese, con sus camándulas alrededor del cuello con sus movimientos lascivos cuando se ponen sus medias blancas o rojas, y sus zapatos ordinarios, cansados de atropellar la luz amarillenta y fría de las noches, con sus culos pesados sobre el catre. Soy un marinero de piedra y la ciudad ya me llega con su fuego, con su sabor de tabaco y Sangre seca, con su ruido de mañana agónica. La ciudad es una ramera que se muestra en la mañana con lagañas y rubor descosido y sus ojeras desconchadas de pulpo negro y pútrido. La ciudad en la mañana, es una puta francesa pasada de tragos y revolcada contra el catre del odio. Soy un marinero de piedra, mi barco es de piedra Verde Mi cabeza de fuego marinero Ondula, brilla y se contorsiona Como una bailarina de Benin. Como un zafir del kurdinstan. Como un Buda de Budapest. Mi casaca de mar y de tormenta Azul, gruesa, dura y rotunda espera la tramontana y la tormenta. Tomo mi café negro, es un momento de respiro, una condición de fuego agnóstico, un nuevo despertar para salir del laberinto hacia el azul del mar en donde danzan versátiles dragones plateados. En el puerto los hombres esperan la salida Hay un carguero que lleva azúcar a Liverpool, otro que lleva flores y trigo a Estambul y aquel que parte hacia el Egipto cargado de bombas y azufre. Hace un sol que se deteriora hacia el medio día en el meridiano de una carcajada extendida como un arco de mongol mongólico. De shaman pasado de visiones. De yagué plagado de shamanes. Pago con un tiquete; marco con una ficha; sello con un trago; dejo atrás la pensión de barro y mugre, esa grosera caja de moribundos ebrios y zarpo con mi corazón de obsidiana reluciente. Con mi navaja toledana afilada al alba en tinta fresca, como si acabase de enterrarse en la costilla de un poeta simbolista. “El marinero de piedra va con su equipaje, no tiene un futuro cercano, solo una estrella, solo una estrella”. Me dicen que solo pagan 300 francos por mes, pero la comida es buena. Yo cojo mi tula y la tiro por la borda. Mi corazón parece un albatros. Ya liviano. Ya blanco. Próximo a alzar el vuelo. –“Firme aquí” –. Me dijo el capitán. Y me regaló un poco de tabaco.
Marinero de piedra
Amado Nervo
Siento que algo solemne va a llegar a mi vida. ¿Es acaso la muerte? ¿Por ventura el amor? Palidece mi rostro, mi alma está conmovida, y sacude mis miembros un sagrado temblor. Siento que algo sublime va a encarnar en mi barro en el mísero barro de mi pobre existir. Una chispa celeste brotará del guijarro, y la púrpura augusta va el harapo a teñir. Siento que algo solemne se aproxima, y me hallo todo trémulo; mi alma de pavor llena está. Que se cumpla el destino, que Dios dicte su fallo, para oír la palabra que el abismo dirá.
Expectación
Justo Braga
Te escribo Fabián nuevamente sorprendido por tu ultima carta. En ella me preguntas, -ya sé que molesto- , por Aurora, la abogada. Y no sé que decirte, viejo amigo. No sé si Aurora se ha muerto. Lo cierto es que está perdida, desaparecida de mi vida por completo. Ya sabes, Fabián, que nunca la he echado de menos. Es más, te digo , que casi la desprecio. No soportaba más sus guisos, su potajes, sus anhelos. La última vez que cenamos casi me indigesto con sus besos, -ya ni te cuento el mal sabor de boca que me dejaron sus versos-. Sé que tú la quieres. Sabes que yo la temo. Me alegro, por tanto , de verla pocas veces, -las menos que puedo, lo confieso-. Aun así te digo que, de vez en cuando, aún me acuerdo de su cara, de sus pechos, de sus pubis pelado como un huevo. Y te aseguro , viejo amigo, que tengo arcadas cada vez que lo pienso. Creo que exageras cuando dices que Aurora era una ninfa, una diosa, una delicia. El tiempo -tan tenaz- pone las cosas en su sitio y no encuentro razones suficientes que me hagan pensar que me equivoco cuando invoco su desidia, su risa petulante, su mal carácter, su perfil desnudo, indefinido. Al hilo de estas cosas se me ocurre que deberías buscarla si es que tanto te enamora. Nunca es tarde, amigo Fabián. Tú verás lo que haces. Yo te advierto, amigo mío , que es mejor el onanismo a cualquier hora que una tarde de domingo con Aurora. De todos modos ya sabes que yo tolero poco las mentiras, los engaños y ya no soportaba por más tiempo tanta estridencia nutritiva, tantos apaños que ella hacía por parecerse a Marilín, la peluquera. No aguantaba ni un minuto sus eructos, su desgana, su compostura inútil. su cara de aceituna y su arrogancia. Esperaba verla muerta cualquier día y ganar así la recompensa de su pésima filosofía. No fue posible. No sabes cuánto lo lamento.
Segunda carta a Fabián
Santiago Montobbio
Una mujer se hace así: sobre las espinas del sueño, con un poco de luna y como escogida cárcel donde la luz se amanse. Una mujer se hace así, y si no debería hacerse de un modo parecido.
Una mujer
José Luis Piquero
Déjate enseñar, déjate mandar, déjate sujetar y despreciar y serás perfecta. S. Juan de la Cruz, “Dichos de Luz y Amor” “El amor es un miedo: una moneda, un bien de cambio” -susurraba su voz de borracho creíble, y sonriendo añadía: “Cualquier amante es sólo un chantajista”. Y en las noches aquellas, como extraños libertos, dejábamos atrás mi trabajo y sus libros para beber, beber. Hicimos el amor en calles y portales. Cuando hablábamos, hablábamos los dos a cuchilladas. De él sé decir que era un producto típico de su ciudad y de sus años: frío y gregario. Su raza: jóvenes ilustrados y poetas, cansados de un dinero que no tienen y una seguridad. Yo estaba sola, iba de paso: una bala perdida. Él ya se castigaba -su costumbre- haciendo daño a todos. Tenía que dar con él. Me dijo que las chicas como yo tenemos el valor de una experiencia, somos útiles. “Tú eres muy consciente de estar representando el papel que te toca. Pudiste estar con otro, ¿no es así? Si eres lista puedes aprender algo, pero recuerda siempre que yo te necesito”. ¿Soy injusta? También me quiso un poco, a su modo. Perdonó mis mentiras, y no era culpa suya no saber del amor sino lo que le habían enseñado en su impreciso mundo de palabras a medias y de fáciles gestos. Admiraba esa capacidad-para-encajar-los-golpes que yo he llegado a ser, ese estar siempre dispuesta. Y me daba su tiempo a manos llenas. Hoy sé perfectamente que me usó para sembrar recelos en su grupo. Yo le he visto humillar a alguien que le quería, ignorarle y marcharse conmigo, y disfrutarlo. O exhibirme como a una vaca sana en su circo de locas, sin recato, triunfante. Me empujó en otros brazos; eso fue un pretexto para nuevos reproches -“Puta, puta”. Cuando pude dejarle, tuvo el talento -y la complicidad de sus amigos- para hacer de mí la única culpable. “Nos ha engañado a todos” (y quizá él tenía razón). A menudo estoy sola y pienso en él, ya sin rencor, pero escucho de nuevo esa voz en mi oído, amable, lenta: “Eres producto mío. Tú, ¿quién eres? Un apellido y un trabajo triste y unos padres lejanos. Sin talento ni belleza, no eres inteligente... No tienes perspectivas, bobita, saltarás de un amante a otro amante. Como mucho eres la novedad, tan sólo un coño. Yo te he querido siempre. Quédate. Imagina que ahora te murieses: el recuerdo romántico, tan frágil, de esos tontos y quizá un mal poema -Aquella chica...-, y nada más. Te quiero, no te marches, qué voy a hacer sin ti, vuelve conmigo...”. Si alguna vez hemos sido inocentes como mascotas, puros igual que las manzanas, nosotros hemos visto pudrirse las manzanas.
Historia de G.
Claribel Alegría
Es simple nuestro amor sin estallidos como una de esas casas con helechos y alguna que otra rana intempestiva.
NUESTRO AMOR
Claribel Alegría
Una mirada a veces un gesto entorpecido una frase un olor el beso que al unirnos nos separa.
SIEMPRE HAY UN INTRUSO
Claribel Alegría
Estimado señor: Esta carta la escribo en mi cumpleaños. Recibí su regalo. No me gusta. Siempre y siempre lo mismo. Cuando niña, impaciente lo esperaba; me vestía de fiesta y salía a la calle a pregonarlo. No sea usted tenaz. Todavía lo veo jugando ajedrez con el abuelo. Al principio eran sueltas sus visitas; se volvieron muy pronto cotidianas y la voz del abuelo fue perdiendo su brillo. Y usted insistía y no respetaba la humildad de su carácter dulce y sus zapatos. Después me cortejaba. Era yo adolescente y usted con ese rostro que no cambia. Amigo de mi padre para ganarme a mí. Pobrecito el abuelo. En su lecho de muerte estaba usted presente, esperando el final. Un aire insospechado flotaba entre los muebles Parecían más blancas las paredes. Y había alguien más, usted le hacía señas. El le cerró los ojos al abuelo y se detuvo un rato a contemplarme Le prohibo que vuelva. Cada vez que los veo me recorre las vértebras el frío. No me persiga más, se lo suplico. Hace años que amo a otro y ya no me interesan sus ofrendas. ¿Por qué me espera siempre en las vitrinas, en la boca del sueño, bajo el cielo indeciso del domingo? Sabe a cuarto cerrado su saludo. Lo he visto con los niños. Reconocí su traje: el mismo tweed de entonces cuando era yo estudiante y usted amigo de mi padre. Su ridículo traje de entretiempo. No vuelva, le repito. No se detenga más en mi jardín. Se asustarán los niños y las hojas se caen: las he visto. ¿De qué sirve todo esto? Se va a reír un rato con esa risa eterna y seguirá saliéndome al encuentro. Los niños, mi rostro, las hojas, todo extraviado en sus pupilas. Ganará sin remedio. Al comenzar mi carta lo sabía.
CARTA AL TIEMPO
Pablo Neruda
Soy el tigre. Te acecho entre las hojas anchas como lingotes de mineral mojado. El río blanco crece bajo la niebla. Llegas. Desnuda te sumerges. Espero. Entonces en un salto de fuego, sangre, dientes, de un zarpazo derribo tu pecho, tus caderas. Bebo tu sangre, rompo tus miembros uno a uno. Y me quedo velando por años en la selva tus huesos, tu ceniza, inmóvil, lejos del odio y de la cólera, desarmado en tu muerte, cruzado por las lianas, inmóvil, lejos del odio y de la cólera, desarmado en tu muerte, cruzado por las lianas, inmóvil en la lluvia, centinela implacable de mi amor asesino.
El tigre
Ángeles Carbajal
Al final caemos solitarios junto a otros solitarios. Sobre el puente levadizo de la noche cruza la luna y parece esconder su cara de exilio y contrabando; cruza la luna y se lleva tus ojos, y de repente tus ojos son disparos al aire, pero yo, que ya soy apenas nada más que aire, no muero. Áspera ciudad de angustia, inventaré esta noche una forma de melancolía en tus húmedos lagos, donde beben nebulosas y yo tiemblo. Y caeré en tus brazos para que me rescate el frío y apriete mi abandono a su pertinaz respiración boca a boca.
Últimos auxilios
Nicomedes Santa Cruz
¿Quién es aquel pajarillo que canta sobre el limón? Anda y dile que no cante, Que me duele el corazón... (Folklore) Surge mi voz, y el invierno se convierte en primavera: florece la enredadera y brota el narciso tierno. Baja mi voz al averno y el fuego se torna frío. Al Dios del Cielo le envío unas décimas de amor y dice Nuestro Señor: —¿Quién es aquel pajarillo...? Ilumina el horizonte el fuego de mi palabra y piensa el pastor de cabras que se está incendiando el monte: Trunca su vuelo el sisonte, quiebra su nota el gorrión; enardecido el halcón grazna con ruido agorero y queda mudo el jilguero que canta sobre el limón. Luego, mi canto sonoro bajo la tierra se interna perforando una caverna que termina en un tesoro: Queda descubierto el oro, el platino y el diamante. Ruge Júpiter tonante, luchan Neptuno y Eolo y Orfeo le dice a Apolo: —¡Anda y dile que no cante...! Entonces calla mi voz y hay un silencio profundo como si no hubiera mundo o ya no existiera Dios. Nadie cosecha el arroz, nadie apaña el algodón. Y tirado en un rincón cuando termina mi canto, derramo tan triste canto que me duele el corazón...
VOZ
Porfirio Barba Jacob
El hombre es una cosa vana, variable y ondeante... MONTAIGNE Hay días en que somos tan móviles, tan móviles, como las leves briznas al viento y al azar. Tal vez bajo otro cielo la Gloria nos sonríe. La vida es clara, undívaga, y abierta como un mar. Y hay días en que somos tan fértiles, tan fértiles, como en abril el campo, que tiembla de pasión: bajo el influjo próvido de espirituales lluvias, el alma está brotando florestas de ilusión. Y hay días en que somos tan sórdidos, tan sórdidos, como la entraña obscura de oscuro pedernal: la noche nos sorprende, con sus profusas lámparas, en rútiles monedas tasando el Bien y el Mal. Y hay días en que somos tan plácidos, tan plácidos... (¡niñez en el crepúsculo! ¡Lagunas de zafir!) que un verso, un trino, un monte, un pájaro que cruza, y hasta las propias penas nos hacen sonreír. Y hay días en que somos tan lúbricos, tan lúbricos, que nos depara en vano su carne la mujer: tras de ceñir un talle y acariciar un seno, la redondez de un fruto nos vuelve a estremecer. Y hay días en que somos tan lúgubres, tan lúgubres, como en las noches lúgubres el llanto del pinar. El alma gime entonces bajo el dolor del mundo, y acaso ni Dios mismo nos puede consolar. Mas hay también ¡Oh Tierra! un día... un día... un día... en que levamos anclas para jamás volver... Un día en que discurren vientos ineluctables ¡un día en que ya nadie nos puede retener!
CANCIÓN DE LA VIDA PROFUNDA
Gonzalo Rojas
Lihn sangra demasiado todavía para hablar de Lihn ido Lihn, «defunctus adhuc loquitur», preferible el cuerpo que no hay de su figura, no importa lo del sepelio ni la parábola de la corrupción del sepelio: algo que no más él y yo, cada uno en su U-Bahnc bajo otro Spree irreal, cada féretro en su corteza, cada nadie en su nadie, desaceitado como voy en el chillido de las gaviotas de Berlín sin más allá ni más acá salvo en el sur hacia el oeste Adriana la tristísima, Andrea bajo la llovizna, lo que lo confirma todo: —Ahora Lihn tiene la palabra; muro y muro.
SIN LIHN
Victoriano Crémer
Un día puro, alegre, libre quiero. Fray Luis de León No me dejéis así: Sorbido por la tierra hondísima y vibrante como el clamor penúltimo; con este olor maduro de soles y horizontes abriéndome en el pecho un surco luminoso. No es que el cuerpo me suene a cristal derramado ni que diez corazones me alanceen las yemas, ni que cielos redondos agolpen sus rebaños a mis ojos mastines, ladradores de cimas. Es que un mar fugitivo rinde velas y senos y pétalos y espumas en la gozosa playa donde el rumor se atreve a mancillar la sombra. ¡Y se me ciegan labios y gritos y pupilas! Es que siento que el aire es de carne dulcísima y la luz sólo luz. Que el contorno me huye a bandadas blanquísimas de palomas y lirios y me abandonan manos y dientes y melenas. ¡No! ¡No me dejéis así! Moriría desnudo sin sentirme morir. Y mi pobre vestido, con su sangre caliente, se hundiría, esperando mi imposible retorno.
CANCIÓN SERENA
Juan Ramón Jiménez
Sí, esta tarde no es imajen, las nubes son rosas, sí, las rosas son vida, sí. Esta tarde tú eres tú, no es nube el amor en mí, es vida la rosa en mí.
EL DESCENSO
Toni García Arias
Zarparon un día hacia el gran sol. En el muelle las mujeres encendieron una enorme luminaria con cajas de pescado y cartones para despedir a los marineros con un poco de luz que llevarse a los ojos. Partículas de ceniza se elevaban como gaviotas y luego se dejaban caer sobre nuestras ropas humedecidas. Memoria del fuego para un regreso. Zarparon un día hacia el gran sol y no volvieron. Un golpe de mar quebró su barco. Un golpe de mar: el agua. Cómo detener desde entonces esta lluvia de cenizas que cae eternamente.
El gran sol
Luis de Góngora
Restituye a tu mundo horror divino, Amiga Soledad, el pie sagrado, Que captiva lisonja es del poblado En hierros breves pájaro ladino. Prudente cónsul, de las selvas dino, De impedimentos busca desatado Tu Claustro verde, en valle profanado De fiera menos que de peregrino. ¡Cuán dulcemente de la encina vieja Tórtola viuda al mismo bosque incierto Apacibles desvíos aconseja! Endeche el siempre amado esposo muerto Con voz doliente, que tan sorda oreja Tiene la soledad como el desierto.
ALEGORÍA DE LA PRIMERA DE SUS SOLEDADES
José de Espronceda
HIMNO Para y óyeme ¡oh sol! yo te saludo y extático ante ti me atrevo a hablarte: ardiente como tú mi fantasía, arrebatada en ansia de admirarte intrépidas a ti sus alas guía. ¡Ojalá que mi acento poderoso, sublime resonando, del trueno pavoroso la temerosa voz sobrepujando, ¡oh sol! a ti llegara y en medio de tu curso te parara! ¡Ah! Si la llama que mi mente alumbra diera también su ardor a mis sentidos; al rayo vencedor que los deslumbra, los anhelantes ojos alzaría, y en tu semblante fúlgido atrevidos, mirando sin cesar, los fijaría. ¡Cuánto siempre te amé, sol refulgente! ¡Con qué sencillo anhelo, siendo niño inocente, seguirte ansiaba en el tendido cielo, y extático te vía y en contemplar tu luz me embebecía! De los dorados límites de Oriente que ciñe el rico en perlas Oceano, al término sombroso de Occidente, las orlas de tu ardiente vestidura tiendes en pompa, augusto soberano, y el mundo bañas en tu lumbre pura, vívido lanzas de tu frente el día, y, alma y vida del mundo, tu disco en paz majestuoso envía plácido ardor fecundo, y te elevas triunfante, corona de los orbes centellante. Tranquilo subes del cénit dorado al regio trono en la mitad del cielo, de vivas llamas y esplendor ornado, y reprimes tu vuelo: y desde allí tu fúlgida carrera rápido precipitas, y tu rica encendida cabellera en el seno del mar trémula agitas, y tu esplendor se oculta, y el ya pasado día con otros mil la eternidad sepulta. ¡Cuántos siglos sin fin, cuántos has visto en su abismo insondable desplomarse! ¡Cuánta pompa, grandeza y poderío de imperios populosos disiparse! ¿Qué fueron ante ti? Del bosque umbrío secas y leves hojas desprendidas, que en círculos se mecen, y al furor de Aquilón desaparecen. Libre tú de la cólera divina, viste anegarse el universo entero, cuando las hojas por Jehová lanzadas, impelidas del brazo justiciero y a mares por los vientos despeñadas, bramó la tempestad; retumbó en torno el ronco trueno y con temblor crujieron los ejes de diamante de la tierra; montes y campos fueron alborotado mar, tumba del hombre. Se estremeció el profundo; y entonces tú, como señor del mundo, sobre la tempestad tu trono alzabas, vestido de tinieblas, y tu faz engreías, y a otros mundos en paz resplandecías, y otra vez nuevos siglos viste llegar, huir, desvanecerse en remolino eterno, cual las olas llegan, se agolpan y huyen de Oceano, y tornan otra vez a sucederse; mientras inmutable tú, solo y radiante ¡oh sol! siempre te elevas, y edades mil y mil huellas triunfante. ¿Y habrás de ser eterno, inextinguible, sin que nunca jamás tu inmensa hoguera pierda su resplandor, siempre incansable, audaz siguiendo tu inmortal carrera, hundirse las edades contemplando y solo, eterno, perenal, sublime, monarca poderoso, dominando? No; que también la muerte, si de lejos te sigue, no menos anhelante te persigue. ¿Quién sabe si tal vez pobre destello eres tú de otro sol que otro universo mayor que el nuestro un día con doble resplandor esclarecía!!! Goza tu juventud y tu hermosura, ¡oh sol!, que cuando el pavoroso día llegue que el orbe estalle y se desprenda de la potente mano del Padre soberano, y allá a la eternidad también descienda, deshecho en mil pedazos, destrozado y en piélagos de fuego envuelto para siempre y sepultado; de cien tormentas al horrible estruendo, en tinieblas sin fin tu llama pura entonces morirá. noche sombría cubrirá eterna la celeste cumbre: ni aun quedará reliquia de tu lumbre!!!
EL SOL
Francisco Álvarez
92 Sentirás una noche de repente tibio temblor que sobre ti resbala. No es el roce de un ángel con el ala, sino mis labios al besar tu frente. 97 ¡Cómo me sorprendió la mansedumbre de tus manos rozando mis mejillas! Haz de esa iniciativa una costumbre, yo seré el río, y tú las dos orillas. 100 Me acercaré a tu espalda con ternura Reclinando en el hombro mi barbilla, rozaré suavemente tu mejilla, y anudarán mis brazos tu cintura. 106 Me esperabas con alma descubierta, y el alma entera con pasión te di. Me entreabriste tu más secreta puerta, y mi puerta secreta yo te abrí. Mi vida estaba estéril y desierta, y entraste en ella cuando entré yo en ti. Y sólo quiero al verme en tu mirada, tenerte para siempre penetrada. 123 Déjame entrar en ti por las esquinas, tocándote la mano con la mano, el brazo en la cintura si caminas, o el beso del amigo o del hermano. Pero ábrete también a mis deseos, con impulsos desnudos y humedades, sin escrúpulos y sin titubeos, con invasiones y voracidades. 149 Derrámate en la hierba innumerable, húmeda y fresca alfombra, déjame que te cubra con mi sombra, que mi boca te bese, y no te hable. El viento arrullará los arrayanes, y su perfume te saldrá al encuentro, mientras en ti me adentro inundándote el alma de huracanes. 153 No he de ser en tu vida el alfarero que pueda moldear tu roja arcilla; debo absorber tu espíritu primero para que en mí germine tu semilla; mas quiero ser el único velero que en tu mar trace estelas con su quilla. Tú serás tú, sin modificaciones, susurrando en mi oído tus canciones. 167 Amordaza el impulso del sollozo y suelta la gaviota de la risa que en el azul del mar y de la brisa alzará la blancura de su gozo. Mas si el dolor no duerme su gemido, no cierres los oídos ni le ignores, mejor será que en la tristeza llores, porque el dolor no entiende del olvido. 177 Lejos estás de mí, pero tan dentro te llevo que jamás podré perderte. Y tan presente estás en mí que encuentro imposible mirar algo sin verte. 199 Hay lágrimas en mí cuando tú lloras, y habrá sonrisas cuando tú sonrías; permíteme que arranque de tus días un ramillete de olvidadas horas, para alargar tus noches, y las mías, retrasando la luz de las auroras. 200 Cuántas veces mi cuerpo ha percibido la magia y el calor de tu contacto, y cuántas en el alma he recibido tu entrega, sin haber firmado un pacto. Tu impulso, generoso y decidido, fue un estado de amor, no un sólo acto; y habrá de prolongarse en permanencia con cada beso y cada confidencia. 206 Despierta mis estímulos de amante, sal del letargo que ata tus sentidos; te quiero frente a frente, cimbreante, no espalda contra espalda, ambos dormidos. 242 Te vas, me voy, qué fría es la distancia, qué largo es el camino que divide: Que tu amor permanezca en vigilancia, me sueñe cada noche, y no me olvide. 247 Me has llevado a tu sueño, amada ausente, y en ti perdido me encontró la aurora. No despiertes, que aún no llegó tu hora: Suéñame, amor, interminablemente. 270 El muro de Berlín que te rodea debe ser abatido pieza a pieza; yo colaboraré en esa tarea, pero el desmantelar tu fortaleza debe empezar por rechazar la idea de que es debilidad la gentileza. Eres frágil…y ¿qué? Así es la rosa, y entre las flores es la más hermosa. 278 Introduce tus dedos en mi pelo, introduce tus labios en mi boca, introdúcete en mí con furia loca, aquí, de pie o rodando por el suelo. 308 Fui temeroso del amor un día, por su dolor, quizá, y sus desengaños; pero en el tiempo aquel no comprendía lo que aprendí al correr de tantos años: Miedo al amor es miedo a la alegría, miedo a la vida en todos sus peldaños; y quienes tienen miedo de la vida, la consideran ya medio perdida. 313 Bajo los pliegues semitransparentes de la bata adivino tu figura; deslizando mi mano en la abertura florecerán deseos inminentes al rodear mi brazo tu cintura. 332 Dedos de fina seda tiene el viento, e impulsos de callado atrevimiento; rondándote la blusa le sentí. Percibí sus caricias en tus senos, y cuanto más le dejas, tanto menos parece ser que queda para mí. 343 Si acaso temes o si acaso dudas, piensa en la vida que se desperdicia; acaricia la piel que te acaricia, mira en silencio las miradas mudas. Ríe con el que ríe, y al que olvida olvídale sin más, pero a quien ama ámale con pasión, y que esa llama desvanezca las sombras de tu vida. 368 Alza tu falda juguetón el viento con sus mil dedos de invisible amante acariciando el vientre con su aliento, y pintando de rojo tu semblante, pero no te defiendes de su intento, tan atrevido como estimulante. Si el camino del viento yo siguiera, cómo te haría mía a mi manera. 353 Muerde tus muslos al pasar el río y lúbrico se apropia tu figura; yo te contemplo oculto en la espesura, y percibo un ligero escalofrío anudándose en torno a tu cintura. 374 Tu beso ha recorrido mis sentidos, serpiente de calor y de humedades, vertiendo su veneno en mis oídos, indagando en el vientre oscuridades, ya en juegos silenciosos y prohibidos, ya bordeando en las frivolidades; y de la rigidez a lo flexible, no halló lugar que fuera inaccesible. 391 Si te abrazara el aire, si la lluvia lo hiciera, si la luz, si la nube, si la sombra, si el fuego, no sería un abrazo tan total como fuera mi abrazo por ti mudo, y por ti sordo y ciego. 398 Con los ojos cerrados, con los brazos abiertos, con sonrisa elocuente sobre labios callados, y en doble ofrecimiento los senos descubiertos, y los ojos abiertos, y los brazos cerrados, ven a mí con la audacia que ni duda ni niega, vestida de ilusiones, desnuda de temor, exhibiendo en el gesto definitiva entrega, que te estoy esperando para hacer el amor. 413 Recogeré en otoño tus sonrisas bajo los olmos desnudando el llanto de las hojas, que flotan indecisas, y al fin descansan en crujiente manto. Sobre esta alfombra te hallaré tendida, bajo diáfana cúpula de ramas, sólo de tus deseos revestida, y ofreciendo lo mismo que reclamas.
BREVERÍAS
Alfredo Buxán
Llégate a mí, sombra segura, anuncia la postrera conjunción. Polvo dócil seré en tu seno infinito, mudo polvo. Acógeme: te esperaré sin pánico en el umbral que elijas, te miraré a los ojos con el temblor prendido en la humedad del gesto. No hallarás lamentos en mi rostro, ni perdón, ni un aleteo de mi mano vibrará contra el ansia de tu pecho. Sacia tu sed, bebe la médula del cuenco de mis huesos. Acumúlame a ti. Siembra tu sal sobre mi clara grieta: prometo ser un muerto silencioso.
La promesa
Mario Benedetti
La verdad es que grietas no faltan así al pasar recuerdo las que separan a zurdos y diestros a pequineses y moscovitas a présbites y miopes a gendarmes y prostitutas a optimistas y abstemios a sacerdotes y aduaneros a exorcistas y maricones a baratos e insobornables a hijos pródigos y detectives a Borges y Sábato a mayúsculas y minúsculas a pirotécnicos y bomberos a mujeres y feministas a acuarianos y taurinos a profilácticos y revolucionarios a vírgenes e impotentes a agnósticos y monaguillos a inmortales y suicidas a franceses y no franceses a corto o a larguísimo plazo todas son sin embargo remediables hay una sola grieta decididamente profunda y es la que media entre la maravilla del hombre y los desmaravilladores aún es posible saltar de uno a otro borde pero cuidado aquí estamos todos ustedes y nosotros para ahondarla señoras y señores a elegir a elegir de qué lado ponen el pie.
Grietas
Mario Meléndez
En el lecho vacío de Dios todas las putas son vírgenes por última vez
Revelaciones
Toni García Arias
Cada uno de nosotros encierra un barco que sueña travesías y playas y un puerto cercano donde pasar la noche. Hay latitudes que recogen nuestra infancia y curan nuestra piel de salitre con devoción de madre, hay otras latitudes que aguardan nuestra visita con piel desconocida. Hay travesías que nos conducen al horizonte que se extiende infinito ante nuestros ojos y hay otras que, sin solicitar permiso, nos regresan. Hay puertos que nos muestran la ciudad que fuimos y nos reciben con verbos que dimos por perdidos y una sonrisa, y hay puertos que nos aguardan llenos de futuro, con calles viejas y ruido de burdeles y una habitación fría y oscura que acogerá sin preguntas nuestro cansancio.
Todos los puertos I
Rubén Darío
¡Día de dolor, aquel en que vuela para siempre el ángel del primer amor!
Día de dolor
Xavier Villaurrutia
Soñar, soñar la noche, la calle, la escalera y el grito de la estatua desdoblando la esquina. Correr hacia la estatua y encontrar sólo el grito, querer tocar el grito y sólo hallar el eco, querer asir el eco y encontrar sólo el muro y correr hacia el muro y tocar un espejo. Hallar en el espejo la estatua asesinada, sacarla de la sangre de su sombra, vestirla en un cerrar de ojos, acariciarla como a una hermana imprevista y jugar con las flechas de sus dedos y contar a su oreja cien veces cien cien veces hasta oírla decir: «estoy muerta de sueño».
NOCTURNO DE LA ESTATUA
Rubén Izaguirre Fiallos
-¿Papá, verdad que la luna está llena?- Sí, mi amor, la luna está llena. -¿Será por eso que no podemos entrar?-
I
Roque Dalton
Claro es que no tengo en las manos el derecho a morirme ni siquiera en las abandonadas tardes de los domingos. Por otra parte se debe comprender que la muerte es una manufactura inoficiosa y que los suicidas siempre tuvieron una mortal pereza de sufrir. Además, debo la cuenta de la luz…
EL CÍNICO
Nimia Vicéns
No escribo sin vivir, por eso cuando escribo —si es que se forma en verso lo vivido— verso de vida es que no lo escribo. Mas en la esencia fina que mana de la flor sobre la espiga ya no está la raíz que le dio vida.
ARS
Lope de Vega
Esto de imaginar si está en su casa, si salió, si la hablaron, si fue vista; temer que se componga, adorne y vista, andar siempre mirando lo que pasa; temblar del otro que de amor se abrasa, y con hacienda y alma la conquista; querer que al oro y al amor resista, morirme si se ausenta o si se casa; celar todo galán rico y mancebo, pensar que piensa en otro si en mí piensa rondar la noche y contemplar el día, obliga, Marcio, a enamorar de nuevo; pero saber cómo pasó la ofensa, no sólo desobliga, mas enfría.
Esto de imaginar
Antonio Machado
Un año más. El sembrador va echando la semilla en los surcos de la tierra. Dos lentas yuntas aran, mientras pasan la nubes cenicientas ensombreciendo el campo, las pardas sementeras, los grises olivares. Por el fondo del valle del río el agua turbia lleva. Tiene Cazorla nieve, y Mágina, tormenta, su montera, Aznaitín. Hacia Granada, montes con sol, montes de sol y piedra.
Noviembre 1913
Jaime Sabines
Mi corazón emprende de mi cuerpo a tu cuerpo último viaje. Retoño de la luz, agua de las edades que en ti, perdida, nace. Ven a mi sed. Ahora. Después de todo. Antes. Ven a mi larga sed entretenida en bocas, escasos manantiales. quiero esa arpa honda que en tu vientre arrulla niños salvajes. Quiero esa tensa humedad que te palpita, esa humedad de agua que te arde. Mujer, músculo suave. La piel de un beso entre tus senos de oscurecido oleaje me navega en la boca y mide sangre. Tú también. Y no es tarde. Aún podemos morirnos uno en otro: es tuyo y mío ese lugar de nadie. Mujer, ternura de odio, antigua madre, quiero entrar, penetrarte, veneno, llama, ausencia, mar amargo y amargo, atravesarte. Cada célula es hembra, tierra abierta, agua abierta, cosa que se abre. Yo nací para entrarte. Soy la flecha en el lomo de la gacela agonizante. Por conocerte estoy, grano de angustia en corazón de ave. Yo estaré sobre ti, y todas las mujeres tendrán un hombre encima en todas partes.
Mi corazón emprende...
Antonio Machado
Nunca perseguí la gloria ni dejar en la memoria de los hombres mi canción; yo amo los mundos sutiles, ingrávidos y gentiles como pompas de jabón. Me gusta verlos pintarse de sol y grana, volar bajo el cielo azul, temblar súbitamente y quebrarse.
Proverbios y cantares I
Juan Ramón Mansilla
Algo de ti, aun cambiado, queda conmigo. Viene con el mar, en el idioma extraño de personas que desconozco y sin embargo cada día me rodean, tras el repetido batir de lo vivo y el deseo de vivirlo. Tal vez también algo de mí quede contigo. Si es así, como un perro que husmea callejones, podré seguir el rastro y hallarte al final de estos días, recibir la luz y el brillo del mundo que llevas contigo, o al menos sus pecios de materia encantada
Algo
Juan de Mena
IX ¿Pues, cómo, Fortuna, regir todas cosas con ley absoluta sin orden te plaze? ¡Tú non farías lo qu'el cielo faze, e fazen los tiempos, las plantas e rosas? O muestra tus hobras ser siempre dañosas, o prósperas, buenas, durables, eternas; non nos fatigues con vezes alternas, alegres agora e agora enojosas.
CONCLUYE CONTRA LA FORTUNA
Pablo Neruda
AHORA ES CUBA Y luego fue la sangre y la ceniza. Después quedaron las palmeras solas. Cuba, mi amor, te amarraron al potro, te cortaron la cara, te apartaron las piernas de oro pálido, te rompieron el sexo de granada, te atravesaron con cuchillos, te dividieron, te quemaron. Por los valles de la dulzura bajaron los exterminadores, y en los altos mogotes la cimera de tus hijos se perdió en la niebla, pero allí fueron alcanzados uno a uno hasta morir, despedazados en el tormento sin su tierra tibia de flores que huía bajo sus plantas. Cuba, mi amor, qué escalofrío te sacudió de espuma la espuma, hasta que te hiciste pureza, soledad, silencio, espesura, y los huesitos de tus hijos se disputaron los cangrejos.
Ahora es Cuba
Gabriel Celaya
No cojas la cuchara con la mano izquierda. No pongas los codos en la mesa. Dobla bien la servilleta. Eso, para empezar. Extraiga la raíz cuadrada de tres mil trescientos trece. ¿Dónde está Tanganika? ¿Qué año nació Cervantes? Le pondré un cero en conducta si habla con su compañero. Eso, para seguir. ¿Le parece a usted correcto que un ingeniero haga versos? La cultura es un adorno y el negocio es el negocio. Si sigues con esa chica te cerraremos las puertas. Eso, para vivir. No seas tan loco. Sé educado. Sé correcto. No bebas. No fumes. No tosas. No respires. ¡Ay, sí, no respirar! Dar el no a todos los nos. Y descansar: morir.
BIOGRAFÍA
Luis de Góngora
De ríos soy el Duero acompañado Entre estas apacibles soledades, Que despreciando muros de ciudades, De álamos camino coronado. Este, que siempre veis alegre, prado Teatro fue de rústicas deidades, Plaza ahora, a pesar de las edades, Deste edificio, a Flora dedicado. Aquí se hurta al popular rüido El Sarmiento real, y sus cuidados Parte aquí con la verde Primavera. El yugo desta puente he sacudido Por hurtarle a su ocio mi ribera. Perdonad, caminantes fatigados.
DE UNA QUINTA DEL CONDE DE SALINAS
José Luis Piquero
Siempre las cabalgatas me pillaron yendo hacia alguna parte y en constante lucha con el gentío. Verbigracia: en el 92 quedé con Cuesta cerca de Riego, en el 91 iba a la biblioteca, en el 90 algo en la calle Uría..., y siempre el mismo molesto rebrincar y los ahogos entre niños pasmados y vejetes que tienen frío y padres de iracunda mirada y los camellos y los pajes. ¿Será esa sensación de que están todos perdidos menos yo, de que van todos en dirección contraria, lo que siente también un niño al dejar de creer? No lo recuerdo. Pienso que los niños distinguen mal el interés común de sus propios deseos. Les engañan los negros de mentira y las coronas doradas de cartón; bailan la música que les toca la orquesta, tan contentos. Pero no de verdad. Luego los años se encargan de enseñarles el camino que no transitan padres ni camellos. Siempre hay algo que hacer (eso les gusta) y van hacia algún sitio en dirección contraria en cada nueva cabalgata, chocando y entre ahogos, sin creerse las mentiras ni el negro. Y no sonríen y los padres les temen. Imagino que así se explica todo: las miradas oscuras, el asombro de los niños y el frío de los viejos, que distrae un Rey Mago arrojando caramelos.
Cabalgata de reyes
Marilina Rébora
Juntas, bajo el cristal, amoroso capricho, la Virgen de la Linda Vidriera de Colores, atavío en azul sobre encarnado nicho, como ascuas centelleantes los vivos resplandores; Nefertiti, la reina, que muestra de perfil tan alargado cuello —por fino, más esbelto—, y que el rostro parece esculpido en marfil, el cabello invisible en ceñidor envuelto. Y a más, La Sirenita, esperando en la roca los barcos que se acercan hasta el puerto danés. Así la azul imagen, Nefertiti y su toca, y el ser de sortilegio que aguarda en Copenhague, alimentan la antorcha, para que no se apague, ésa que en el espíritu arde con ellas tres.
LA ANTORCHA
Vicente Gerbasi
Áspero cuero de tigre, estrellada lentitud de arqueado lomo, fuerte cabeza insomne, dientes detenidos en la sombra. El viento vegetal lame las peñas, húmedas lumbres vagan por el río, y tensos pasos hunden las flores de la noche en la memoria.
CANTO XIV
Luis de Góngora
Al tramontar del Sol, la ninfa mía, De flores despojando el verde llano, Cuantas troncaba la hermosa mano, Tantas el blanco pie crecer hacía. Ondeábale el viento que corría El oro fino con error galano, Cual verde hoja de álamo lozano Se mueve al rojo despuntar del día. Mas luego que ciñó sus sienes bellas De los varios despojos de su falda (Término puesto al oro y a la nieve), Juraré que lució más su guirnalda Con ser de flores, la otra ser de estrellas, Que la que ilustra el cielo en luces nueve.
Al tramontar del Sol
Juan Boscán
Nunca de amor estuve tan contento, que en su loor mis versos ocupase: ni a nadie consejé que se engañase buscando en el amor contentamiento. Esto siempre juzgó mi entendimiento, que deste mal todo hombre se guardase; y así porque esta ley se conservase, holgué de ser a todos escarmiento. ¡Oh! vosotros que andáis tras mis escritos, gustando de leer tormentos tristes, según que por amar son infinitos; mis versos son deciros: «¡Oh! benditos los que de Dios tan gran merced hubistes, que del poder de amor fuésedes quitos».
SONETO XXIX
Manuel Machado
A Rubén Darío La hora cárdena... La tarde los velos se va quitando... El velo de oro..., el de plata. La hora cárdena... «Aún es temprano». «Nada veo sino el polvo del camino...» «Aún es temprano». «¿Gritaron, madre?» «No, hija; nadie habló... ¿Lloras?...» «Lo blanco del camino que contemplo las lágrimas me ha saltado...» «No es eso...» «Yo no sé, madre». «Él vendrá, que aún es temprano». «Madre, el humo se está quieto, las nubes parecen mármol..., y los árboles diríase, que tienden abiertos brazos». Un mendigo horrible pasa, y hacia el castillo ha mirado. Una negra mariposa revolotea en el cuarto. La hora cárdena... La tarde los velos se va quitando... El velo de oro, el de plata..., el de celajes violados. ... Y el sol va a caer allá lejos, guerrero herido en el campo. ¡Mal hayan los servidores que sin su señor tornaron, los que con él se partieron y traen, sin él, su caballo!
MARIPOSA NEGRA
Rafael Alberti
¡No pruebes tú los licores! ¡Tú no bebas! ¡Marineros, bebedores, los de las obras del puerto, que él no beba! ¡Qué él no beba, pescadores! ¡Siempre sus ojos despiertos, siempre sus labios abiertos a la mar, no a los licores! ¡Que él no beba!
GRUMETE
Luis Benítez
Armonía primera allí te vi, no era necesario mirar las partes de tu reino entero pero allí te vi y no quise detenerme en tu orilla, tu orilla que está en las simples cosas llenas de tu ondulante sombra. Qué delicadamente, luz en la luz, centro del día, te corporizas o elijes una sencilla forma cuando nos prestas tus ojos y cómo un eterno amor nos lleva de la mano a tus criaturas, allí donde eres sí, en lo animado, la infinita danza, la queja misma de cuanto existe. Alta serenidad todo es tu vaso y cada uno declara tuyo un color nuevo. Es abril de un año que para ti no cuenta y sin embargo un dulce calor te trajo aquí a mi lado. Era yo apenas una certeza esta mañana y la espuma del sueño y los lados del día se apagaban en mí. Bastó pedir, correr a tu contagio, para que un soplo sobre las cenizas que empolvaban las cosas encendiera de nuevo el mundo de carbunclos, las amatistas del aire... ¿las múltiples facetas de tus brillantes vidrieras, de dónde vienen, de qué sima profunda o de qué cima pública y expuesta, de qué otro tiempo apenas visitado, apenas entrevisto en el fuego del fuego? Peor ayuno no hay, que el que hay de ti.
Júbilo y caída
Fray Luis de León
Los que tenéis en tanto la vanidad del mundanal ruïdo, cual áspide al encanto del Mágico temido, podréis tapar el contumaz oído. Porque mi ronca musa, en lugar de cantar como solía, tristes querellas usa, y a sátira la guía del mundo la maldad y tiranía. Escuchen mi lamento los que, cual yo, tuvieren justas quejas, que bien podrá su acento abrasar las orejas, rugar la frente y enarcar las cejas. Mas no podrá mi lengua sus males referir, ni comprehendellos, ni sin quedar sin mengua la mayor parte dellos, aunque se vuelven lenguas mis cabellos. Pluguiera a Dios que fuera igual a la experiencia el desengaño, que daros le pudiera, porque, si no me engaño, naciera gran provecho de mi daño. No condeno del mundo la máquina, pues es de Dios hechura; en sus abismos fundo la presente escritura, cuya verdad el campo me asegura. Inciertas son sus leyes, incierta su medida y su balanza, sujetos son los reyes, y el que menos alcanza, a miserable y súbita mudanza. No hay cosa en él perfecta; en medio de la paz arde la guerra, que al alma más quieta en los abismos cierra, y de su patria celestial destierra. Es caduco, mudable, y en sólo serlo más que peña firme; en el bien variable, porque verdad confirme y con decillo su maldad afirme. Largas sus esperanzas y, para conseguir, el tiempo breve; penosas las mudanzas del aire, sol y nieve, que en nuestro daño el cielo airado mueve. Con rigor enemigo las cosas entre sí todas pelean, mas el hombre consigo; contra él todas se emplean, y toda perdición suya desean. La pobreza envidiosa, la riqueza de todos envidiada; mas ésta no reposa para ser conservada, ni puede aquélla tener gusto en nada. La soledad huida es de los por quien fue más alabada, la trápala seguida y con sudor comprada de aquellos por quien fue menospreciada. Es el mayor amigo espejo, día, lumbre en que nos vemos; en presencia testigo del bien que no tenemos, y en ausencia del mal que no hacemos. Pródigo en prometernos y, en cumplir tus promesas, mundo, avaro, tus cargos y gobiernos nos enseñan bien claro que es tu mayor placer, de balde, caro. Guay del que los procura, pues hace la prisión, a do se queda en servidumbre dura, cual gusano de seda, que en su delgada fábrica se enreda. Porque el mejor es cargo, y muy pesado de llevar agora, y después más amargo, pues perdéis a deshora su breve gusto que sin fin se llora. Tal es la desventura de nuestra vida, y la miseria della, que es próspera ventura nunca jamás tenella con justo sobresalto de perdella. ¿De dó, señores, nace que nadie de su estado está contento, y más le satisface al libre el casamiento, y al que es casado el libre pensamiento? «¡Oh, dichosos tratantes!», ya quebrantado del pegado hierro, escapado denantes por acertado yerro, dice el soldado en áspero destierro, «que pasáis vuestra vida muy libre ya de trabajosa pena, segura la comida y mucho más la cena, llena de risa y de pesar ajena». «¡Oh, dichoso soldado!», responde el mercader del espacioso mar en alto llevado, «que gozas de reposo con presta muerte o con vencer glorioso». El rústico villano la vida con razón invidia y ama del consulto tirano, que desde la su cama oye la voz del consultor que llama; el cual, por la fianza del campo a la ciudad por mal llevado, llama, sin esperanza del buey y corvo arado, al ciudadano bienaventurado. Y no sólo sujetos los hombres viven a miserias tales, que por ser más perfetos lo son todos sus males, sino también los brutos animales. Del arado quejoso, el perezoso buey pide la silla, y el caballo brioso (mirad qué maravilla) querría más arar que no sufrilla. Y lo que más admira, mundo cruel, de tu costumbre mala, es ver cómo el que aspira al bien, que le señala su misma inclinación, luego resbala. Pues no tan presto llega al término por él tan deseado, cuando es de torpe y ciega voluntad despreciado, o de fortuna en tierno agraz cortado. Bastáranos la prueba que en otros tiempos ha la muerte hecho, sin la funesta nueva, de don Juan, cuyo pecho alevemente della fue deshecho. Con lágrimas de fuego, hasta quedar en ellas abrasado o, por lo menos, ciego, de mí serás llorado, por no ver tanto bien tan malogrado. La rigurosa muerte, del bien de los cristianos invidiosa, rompió de un golpe fuerte la esperanza dichosa, y del infiel la pena temerosa. Mas porque de cumplida gloria no goce —de morir tal hombre— la gente descreída, tu muerte les asombre con sólo la memoria de tu nombre. Sientan lo que sentimos; su gloria vaya con pesar mezclada; recuérdense que vimos la mar acrecentada con su sangre vertida y no vengada. La grave desventura del Lusitano, por su mal valiente, la soberbia bravura de su bisoña gente, desbaratada miserablemente, siempre debe llorarse, si, como manda la razón, se llora; mas no podrá jactarse la parte vencedora, pues reyes dio por rey la gente mora. Ansí que nuestra pena no les pudo causar perpetua gloria, pues, siendo toda llena de sangrieta memoria, no se pudo llamar buena vitoria. Callo las otras muertes de tantos reyes en tan pocos días, cuyas fúnebres suertes fueron anatomías, que liquidar podrán las peñas frías. Sin duda cosas tales, que en nuestro daño todas se conjuran, de venideros males muestras nos aseguran y al fin universal nos apresuran. ¡Oh, ciego desatino!, que llevas nuestras almas encantadas por áspero camino, por partes desusadas, al reino del olvido condenadas. Sacude con presteza del leve corazón el grave sueño y la tibia pereza, que con razón desdeño, y al ejercicio aspira que te enseño. Soy hombre piadoso de tu misma salud, que va perdida; sácala del penoso trance do está metida: evitarás la natural caída, a la cual nos inclina la justa pena del primer bocado; mas en la rica mina del inmortal costado, muerto de amor, serás vivificado.
DEL MUNDO Y SU VANIDAD
Rubén Darío
Este vetusto monasterio ha visto, secos de orar y pálidos de ayuno, con el breviario y con el Santo Cristo, a los callados hijos de San Bruno. A los que en su existencia solitaria con la locura de la cruz, y al vuelo místicamente azul de la plegaria, fueron a Dios en busca de consuelo. Mortificaron con las disciplinas y los cilicios la carne mortal, y opusieron, orando, las divinas ansias celestes al furor sexual. La soledad que amaba Jeremías, el misterioso profesor de llanto, y el silencio, en que encuentran armonías el soñador, el místico y el santo, fueron para ellos minas de diamantes que cavan los mineros serafines, a la luz de los cirios parpadeantes y al son de las campanas de maitines. Gustaron las harinas celestiales en el maravilloso simulacro, herido el cuerpo bajo los sayales, el espíritu ardiente en amor sacro. Vieron la nada amarga de este mundo, pozos de horror y dolores extremos, y hallaron el concepto más profundo en el profundo «De morir tenemos». Y como a Pablo e Hilarión y Antonio, a pesar de cilicios y oraciones, les presentó, con su hechizo, el demonio sus mil visiones de fornicaciones. Y fueron castos por dolor y fe, y fueron pobres por la santidad, y fueron obedientes porque fue su reina de pies blancos la humildad. Vieron los belcebúes y satanes que esas almas humildes y apostólicas triunfaban de maléficos afanes y de tantas acedias melancólicas. Que el Mortui estis del candente Pablo les forjaba corazas arcangélicas y que nada podía hacer el diablo de halagos finos o añagazas bélicas. ¡Ah!, fuera yo de esos que Dios quería, y que Dios quiere cuando así le place, dichosos ante el temeroso día de losa fría y Resquiescat in pace! Poder matar el orgullo perverso y el palpitar de la carne maligna, todo por Dios, delante el Universo, con corazón que sufre y se resigna. Sentir la unción de la divina mano, ver florecer de eterna luz mi anhelo, y oír como un Pitágoras cristiano la música teológica del cielo. Y al fauno que hay en mí, darle la ciencia que al Ángel hace estremecer las alas. Por la oración y por la penitencia poner en fuga a las diablesas malas. Darme otros ojos; no estos ojos vivos que gozan en mirar, como los ojos de los sátiros locos medio-chivos, redondeces de nieve y labios rojos. Darme otra boca en que queden impresos los ardientes carbones del asceta; y no esta boca en que vinos y besos aumentan gulas de hombre y de poeta. Darme otras manos de disciplinante que me dejen el lomo ensangrentado, y no estas manos lúbricas de amante que acarician las pomas del pecado. Darme otra sangre que me deje llenas las venas de quietud y en paz los sesos, y no esta sangre que hace arder las venas, vibrar los nervios y crujir los huesos. ¡Y quedar libre de maldad y engaño, y sentir una mano que me empuja a la cueva que acoge al ermitaño, o al silencio y la paz de la Cartuja!
La cartuja
Lope de Vega
Hermosas alamedas deste prado florido por donde entrar el sol pretende en vano; fuentes puras y ledas, que con manso rüido a las aves lleváis el canto llano; monte de nieve cano, a quien te mira plata, hasta que el sol en agua te desata; con diferentes ojos os miran mis cuidados, pareciéndome espejos diferentes, pues veo los enojos de los tiempos pasados, para llorar que los perdí presentes; montes, árboles, fuentes, estadme un rato atentos; veréis que he puesto en paz mis pensamientos. En gran lugar se puso, ¡oh, santas soledades!, quien goza el bien que vuestro campo encierra y libre del confuso rumor de las ciudades, es dueño de sí mismo en poca tierra, adonde ni la guerra sus paces interrompe, ni ajeno yugo su silencio rompe. Ni por oficio grave que el más indigno tenga, la envidia o lisonja le lastima, ni espera que la nave del indio a España venga preñada del metal que el mundo estima: ya el duro mar la oprima, o ya segura quede, ni le puede quitar, ni darle puede. Ni amor con blando sueño de imaginar süave al suyo dio solícitos desvelos, ni adora tierno dueño, ni se queja del grave, ni sus méritos puso contra celos; que si a los mismos cielos no toca el señorío, ¿por qué ha de ser esclavo el albedrío? Agradecida mira la planta, que a su mano, porque la puso, le rindió tributo; y contento, se admira de ver que el cortesano de tantas esperanzas pierda el fruto; que no hay rey absoluto como el que por sus leyes conoce desde lejos a los reyes. Siempre el hombre discreto donde el poder alcanza el apariencia del vivir limita; dichoso el que este efeto ha dado a su esperanza, y del caer las ocasiones quita; si en la tierra que habita los ojos pone atentos, aun no pasa de allí los pensamientos. Quien no sirve ni ama, ni teme ni desea, ni pide ni aconseja al poderoso, y con honesta fama en su aumento se emplea, sólo puede llamarse venturoso. ¡Oh mil veces dichoso quien no tiene enemigo y todos le codician por amigo!
Hermosas alamedas