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Delfina Acosta
¿Quién soy? Apenas me conozco orando a un Dios que dicen que creó las olas. A la mañana me recuerdo ciega limpiando de arenillas a las rosas. ¿Quién soy? A veces me pretendo amando a un hombre extraño que en mi perra sombra avanza cojeando y distraído y va a toser su mal de amor a solas. ¿Quién soy? Yo soy la bestia perseguida por asesino lobo que ya ronda mi casa por el pueblo oscurecida, mi piso frío en que me duermo loca. Soy esa eterna arena de los ríos. Por mi dolor los dioses se apasionan y brotan de mis ojos flores ciegas. Y muero sana y perramente a solas.
Perra sombra
Juan de Dios Peza
EN LAS ÚLTIMAS DESGRACIAS DE ESPAÑA Allá del revuelto mar Tras los secos arenales, Donde sus limpios cristales Las ondas van a estrellar, Donde en lucha singular Disputando a la Fortuna Las ciudades una a una, De sus guerreros el brío, Mostraron su poderío La cruz y la media luna; En esa tierra encantada, Que esconde, en perpetuo Abril, Las lágrimas de Boabdil En las vegas de Granada; Donde el ave enamorada Repite entre los vergeles El canto de los gomeles, Y cuelga su frágil nido Del minarete prendido Entre ojivas y caireles; Donde soñados ultrajes Vengaron fieros zegríes, Regando los alelíes, Con sangre de abencerrajes; donde entre muros de encajes Y torres de filigrana, Lloró la hermosa sultana Amorosos sentimientos A los rítmicos acentos De una trova castellana; Allá donde nueva luz Alumbró, limpia y serena, Sobre la morisca almena El símbolo de la cruz; En ese suelo andaluz, Cuyos cármenes hollando, Y en otro mundo soñando, Cruzaron en su corcel La magnánima Isabel Y el católico Fernando. En esa región que encierra Tantos recuerdos de gloria; En ese altar de la Historia; En ese edén de la tierra; No el azote de la guerra Infunde duelo y pavor, Ni causa fiero dolor Que mira asombrado el mundo El negro contagio inmundo; Allí otra plaga mayor. Surgen allí tempestades Del suelo entre las entrañas, Y vacilan las montañas, Y se arrasan las ciudades Escombros y soledades Son el cortijo y la aldea; La muerte se enseñorea, Y, en medio de tanta ruina, Se ve cual llama divina La Caridad que flamea. Con sordo bramido el duelo Todo lo enluta y recorre; Yace la maciza torre En pedazos sobre el suelo. Salvarse forma el anhelo De los espantados seres, Y hombres, niños y mujeres Las crispadas manos juntan, Y viendo al cielo preguntan. "Dinos Dios, ¿por qué nos hieres?" Recordando en sus delitos las bíblicas amenazas, Van por las calles y plazas Confesándolos a gritos. Los corazones precitos Se niegan a palpitar Y todos ven transformar Al golpe del terremoto, El abismo el verde soto, Y en escombros el hogar. Se abate el pesado muro Que adornó silvestre yedra Y brotan de cada piedra Una oración y un conjuro. No hay un asilo seguro; Ciérnese el ángel del mal; Cada fosa sepulcral Abrese ante fuerza extraña, Y parece que en España Comienza el juicio final. Y entre la nube sombría Que el denso polvo levanta, El coro terrible espanta De los gritos de agonía. Y entre aquella vocería, Con rostro desencajado, El padre busca espantado, Con ayes desgarradores El nido de sus amores, Entre escombros sepultado. Convulsa, pálida errante, Sobre el suelo que se agita La madre se precipita Por la angustia delirante; Vuela en pos del hijo amante; El rostro al abismo asoma Lo llama llorando, y toma Por voz del hijo querido, La que acompaña al crujido De un techo que se desploma. En repentina orfandad, Trémulas las manos tienden Los niños, que no comprenden Su espantosa soledad. Tan sólo la caridad Velará después por ellos, Curando con sus destellos su miseria y su aflicción: ¡Cómo no amarlos, si son Tan inocentes, tan bellos! ¿Qué pecho no se conmueve Ante cuadro tan sombrío, Que al corazón más bravío A contemplar no se atreve? Ante el infortunio aleve ¿Quién no es noble? ¿quién no es bueno? ¿Quién de piedad no está lleno, Cuando es la virtud mayor, Aun más que el propio dolor, Sentir el dolor ajeno? Manda ¡oh, noble patria mía! La ofrenda de tus piedades A las hoy tristes ciudades De la hermosa Andalucía. No es favor, es hidalguía; Es deber, no vanidad. Llamen otro Caridad Estos óbolos del hombre, Tienen nombre, sólo un nombre; Se llaman Fraternidad. Con tierno entusiasmo santo, Mezcla ¡oh patria amante y buena! Esa pena con tu pena, Ese llanto con tu llanto. Si al mirar ese quebranto, Tu triste historia repasas, Verás que angustias no escasas Pasó, entre llantos prolijos, Por amparar a tus hijos Bartolomé de las Casas.
A MÉXICO
Amado Nervo
Niño, vamos a cantar una bonita canción; yo te voy a preguntar, tu me vas a responder: Los ojos, ¿para qué son? ?Los ojos son para ver. ?¿Y el tacto? ?Para tocar. ?¿Y el oído? ?Para oír. ?¿y el gusto? ?Para gustar. ?¿Y el olfato? ?Para oler. ?¿El alma? ?Para sentir, para querer y pensar.
Cantos escolares. Los sentidos
Rubén Izaguirre Fiallos
1 Mira Rosario, yo no quiero vivir con tu ausencia. Te lo digo, no quiero pasar el resto de la vida junto a ella, hacerla mi mujer, pedirle la cena. Tampoco que te escondas en mi memoria y te quedes ahí sin cumplir años, sin darte un beso. Lo que quiero es que vueles ahora mismo, que saltes de inmediato hasta mis brazos. ¿Entiendes? Que desaparezcas del lugar en donde vives y te vengas a habitar entre mis manos. 2 Este bueno para nada, este inconsciente, este vengo mañana y no regreso nunca. Infiel, conformista, desgraciado. Este niño que todavía soy esperando a su madre en la esquina de la casa, poseído, inconstante, caprichoso. Este mal pensado, este hijo de Dios, pordiosero, miserable, sospechoso. Pequeño, pequeñito, miope. Este inculto, iletrado, analfabeta. Este salvaje con índice académico, victimario, suicida, revoltoso. Este triste estropajo con camisa. Este hombre con recuerdos que lo muerden, ofendido, humillado, deshonrado, soy yo, el que te quiere, el que te espera.
Cartas a Rosario
José Asunción Silva
Melancólica y dulce cual la huella que un sol poniente deja en el azul cuando baña a lo lejos los espacios con los últimos rayos de su luz mientras tiende la noche por los cielos de la penumbra el misterioso tul. Süave como el canto que el poeta en un suspiro involuntario da, pura como las flores entreabiertas de la selva en la agreste oscuridad do detenido en las musgosas ramas no filtra un rayo de la luz solar. Mujer, toda mujer ardiente, casta alumbrada con luz de lo ideal... Radiante de virtud y de belleza como mi alma la llegó a soñar, ¿en sus sueños de cándida ternura así la encontrará?
EDENIA
Pablo Neruda
NO, que la reina no reconozca tu rostro, es más dulce así, amor mío, lejos de las efigies, el peso de tu cabellera en mis manos, recuerdas el árbol de Mangareva cuyas flores caían sobre tu pelo? Estos dedos no se parecen a los pétalos blancos: míralos, son como raíces, son como tallos de piedra sobre los que resbala el lagarto. No temas, esperemos que caiga la lluvia, desnudos, la lluvia, la misma que cae sobre Manu Tara. Pero así como el agua endurece sus rasgos en la piedra, sobre nosotros cae llevándonos suavemente hacia la oscuridad, más abajo del agujero de Ranu Raraku. Por eso que no te divise el pescador ni el cántaro. Sepulta tus pechos de quemadura gemela en mi boca, y que tu cabellera sea una pequeña noche mía, una oscuridad cuyo perfume mojado me cubre. De noche sueño que tú y yo somos dos plantas que se elevaron juntas, con raíces enredadas, y que tú conoces la tierra y la lluvia como mi boca, porque de tierra y de lluvia estamos hechos. A veces pienso que con la muerte dormiremos abajo, en la profundidad de los pies de la efigie, mirando el Océano que nos trajo a construir y a amar. Mis manos no eran férreas cuando te conocieron, las aguas de otro mar las pasaban como a una red; ahora agua y piedras sostienen semillas y secretos. Ámame dormida y desnuda, que en la orilla eres como la isla: tu amor confuso, tu amor asombrado, escondido en la cavidad de los sueños, es como el movimiento del mar que nos rodea. Y cuando yo también vaya durmiéndome en tu amor, desnudo, deja mi mano entre tus pechos para que palpite al mismo tiempo que tus pezones mojados en la lluvia.
La lluvia (Rapa Nui)
Mario Meléndez
Si fueras calva también te amaría me volvería loco besando tu cabeza tu pequeña luna dorada Si fueras calva, oh si fueras calva te llevaría por el río de la memoria me sentaría junto al fuego de tus ojos rapados derramaría un cisne en medio de tu frente Pero la larga y ciega cabellera el largo aliento de cristal la larga hebra de ceniza y polen que tú eres todo lo que la vida se guarda para sí en tus cabellos lo que la noche te roba en suspiros todo lo que el color del éxtasis te lame como en un vuelo relámpago como en un sol prolongado como en un juego de luces apiladas en tu cuello todo eso, amor, y más arriba esta ola esta corriente, este aire este racimo de algas enjuagadas al viento este cordón humano amontonado a ti esta marea, este soplo este susurro que me ata hasta las últimas raíces y lo que nace, y lo que acaba y lo que cae al gran abismo de tu sangre lo que no ha sido escrito, amor, todo el misterio porque en la sombra de tu pelo yo me ahogo para siempre
Si fueras calva también te amaría
Salvador Díaz Mirón
Allá en el claro, cerca del monte bajo una higuera como un dosel, hubo una choza donde habitaba una familia que ya no es. El padre, muerto; la madre, muerta; los cuatro niños muertos también: él, de fatiga; ella de angustia; ¡ellos de frío, de hambre y de sed! Ha mucho tiempo que fui al bohío y me parece que ha sido ayer. ¡Desventurados! Allí sufrían ansia sin tregua, tortura cruel. Y en vano alzando los turbios ojos, te preguntaban, Señor, ¿por qué? ¡Y recurrían a tu alta gracia dispensadora de todo bien! ¡Oh Dios! Las gentes sencillas rinden culto a tu nombre y a tu poder: a ti demandan favores lo pobres, a ti los tristes piden merced; mas como el ruego resulta inútil pienso que un día —pronto tal vez— no habrá miserias que se arrodillen, ¡no habrá dolores que tengan fe! Rota la brida, tenaz la fusta, libre el espacio ¿qué hará el corcel? La inopia vive sin un halago, sin un consuelo, sin un placer. ¡Sobre los fangos y los abrojos en que revuelca su desnudez, cría querubes para el presidio y serafines para el burdel! El proletario levanta el muro, practica el túnel, mueve el taller; cultiva el campo, calienta el horno, paga el tributo, carga el broquel; y en la batalla sangrienta y grande, blandiendo el hierro por patria o rey, enseña al prócer con noble orgullo ¡cómo se cumple con el deber! Mas, ¡ay! ¿qué logra con su heroísmo? ¿Cuál es el premio, cuál su laurel? El desdichado recoge ortigas y apura el cáliz hasta la hez. Leproso, mustio, deforme, airado soporta apenas la dura ley, y cuando pasa sin ver al cielo ¡la tierra tiembla bajo sus pies!
LOS PARIAS
Ramón López Velarde
¿Dónde estará la niña que en aquel lugarejo una noche de baile me habló de sus deseos de viajar, y me dijo su tedio? Gemía el vals por ella, y ella era un boceto lánguido: unos pendientes de ámbar, y un jazmín en el pelo. Gemían los violines en el torpe quinteto... E ignoraba la niña que al quejarse de tedio conmigo, se quejaba con un péndulo. Niña que me dijiste en aquel lugarejo una noche de baile confidencias de tedio: dondequiera que exhales tu suspiro discreto, nuestras vidas con péndulos... Dos péndulos distantes que oscilan paralelos en una misma bruma de invierno.
NUESTRAS VIDAS SON PÉNDULOS
Delfina Acosta
Amigo, vamos a abordar un tren. Desde la ventanilla miraremos a los lobos cercándole a la luna, y a la lluvia apagando al firmamento. Tomaremos un break en la campiña donde grazna al Señor, un triste cuervo. Lloverá y volveremos a subir. Me habré marchado de tu abrazo lejos. Sin darme cuenta de que te has quedado debajo del ciprés que arquea al viento, te contaré las cosas que he callado, y te diré en la boca que te quiero. El tren habrá parado en la comparsa que de esquina en esquina va hasta el puerto. Después de un rato pitará, y entonces me iré con él para pasar de lejos.
Los pasajeros
José Ángel Buesa
Qué lástima, muchacha, que no te pueda amar... Yo soy un árbol seco que sólo espera el hacha, y tú un arroyo alegre que sueña con la mar. Yo eché mi red al río... Se me rompió la red... No unas tu vaso lleno con mi vaso vacío, pues si bebo en tu vaso voy a sentir más sed. Se besa por el beso, por amar el amor... Ese es tu amor de ahora, pero el amor no es eso; pues sólo nace el fruto cuando muere la flor. Amar es tan sencillo, tan sin saber por qué... Pero así como pierde la moneda su brillo, el alma, poco a poco, va perdiendo su fe. ¡Qué lástima muchacha, que no te pueda amar! Hay velas que se rompen a la primera racha, ¡y hay tantas velas rotas en el fondo del mar! Pero aunque toda herida deja una cicatriz, no importa la hoja seca de una rama florida, si el dolor de esa hoja no llega a la raíz. La vida, llama o nieve, es un molino que va moliendo en sus aspas el viento que lo mueve, triturando el recuerdo de lo que ya se fue... Ya lo mío fue mío, y ahora voy al azar... Si una rosa es más bella mojada de rocío, el golpe de la lluvia la puede deshojar... Tuve un amor cobarde. Lo tuve y lo perdí... Para tu amor temprano ya es demasiado tarde, porque en mi alma anochece lo que amanece en ti. El viento hincha la vela, pero la deshilacha, y el agua de los ríos se hace amarga en el mar... Qué lástima muchacha, que no te pueda amar...
BALADA DEL MAL AMOR
Basilio Fernández
Si observáis fijamente comprobaréis la redondez de la tierra, veréis una naranja por la que corren ríos, gacelas, vientos frío y aureolas de héroe. Pero veréis también cuerpos abandonados, cumbres desconocidas para los hombres y las aves, besos de familia, afectos que una latente polilla va carcomiendo todos los días un poco, hasta dejar sólo su recuerdo. Bajo esta superficie cuántas raíces ahogan su felicidad, cuántas aguas nómadas no sospechan el regadío de los pechos sedientos, cuántos árboles y hombres que emergen lo justo para divisar ese cielo que todas las noches rutila vuelven a caer en el abismo silencioso sin pensar que todo pasa y que lo único eterno es el cielo. Días y noches, ardides del tiempo para los ojos, y sin embargo construimos pirámides, nos embriagamos de amor aliado de otras mejillas y hay algo que nos lleva a la olvidada niñez, pero eso no basta. Somos nosotros los que nos reflejamos en los mares habitantes de esta naranja desgajada del cielo, que nos vemos vivir, que nos vemos desaparecer como humo evaporado para nunca volver, inciertos personajes nacidos al error para borrarse.
Habitantes de una naranja
Roxana Popelka
Con mis amigas todas juntitas -en los cumpleaños felices- nos bajábamos las bragas y meábamos los tiestos del balcón, meábamos todas las plantas, hasta los infectos geranios. Abajo, en la calle, la gente nos insultaba, nos llamaban guarras y de todo. Tocaban al portal queriendo subir, y justo en ese momento nos escapábamos a la azotea, dejábamos a la anfitriona sola, medio llorando. Jurábamos no hacerlo más, pero mentíamos, por supuesto. Subíamos a las mesas y tirábamos las patatitas, las aceitunas sin hueso, los restos de coca-cola. Y su madre decía: “hay que emocionarse porque lo dicen en las películas.” No entendíamos nada de todo aquello. Hasta que un día la cosa fue de verdad; salió su padre cabreado y todos nos quedamos en silencio mientras le escuchamos decir: “Sergio, coge tus cosas que vamos a hacer la comunión”.
Cumpleaños feliz
Ricardo Molinari
II Déjame esta tarde solo para mí, que tengo la voluntad perdida en el frío. En olvido inmenso crecen y mueren los pájaros. Hace un siglo que no duermo y tengo las uñas quebradas de peinarme. En el mes de marzo empieza el Otoño en mi tierra; yo nací en el Otoño. De noche, cuando el alma se queda sola con su cuerpo. Alguna vez... Y el viento herido se queja como un ramo de flores en un vaso de vino. Si cada alma tiene su cuerpo, sus amistades y negocios; si hasta la de los hombres sucios tiene su lugar en este mundo y una sonrisa parecida a sus pensamientos, un cuerpo idéntico y compañías que viven sin ruborizarse: igual a los ojos de ellos, a los pies, a las manos, a la boca y dientes de ellos, tú, entonces, tienes un deseo semejante al mío. Yo quiero mezclar un día entre otros, huir de la tierra muerta, hacer un día espléndido sin separación, donde tu perfil me esté mirando, mientras guardo amores perfectos dentro de un sombrero.
HOSTERÍA DE LA ROSA Y EL CLAVEL
Felipe Benítez Reyes
Lo que el tiempo se lleve que sea tanto como aquello que el tiempo nos dio, regalo inmerecido, dejando la memoria en la inocencia de la vida cumplida, porque nada hiere más y más hondo que el recuerdo: mientras dure una noche en la memoria, esa noche es la Noche y esa intensa memoria la Memoria. Llévese el tiempo todo lo que quiera llevarse, porque todo fue suyo desde siempre. Que desvanezca el tiempo el oro delincuente del amor y la imagen hermética de aquello que llamabas pasado —y era apenas ayer: la fugitiva edad de no tener edad para el pasado. Edad de Baudelaire y de muchachas que adquirían nociones de la vida en las últimas filas de los cines y en esos viejos cines de posguerra convertidos en locales de baile que cerraban cuando el cielo quería amanecer. Amaneceres de domingo, volviendo a casa con un vaso aún en la mano y con tabaco extraño en el bolsillo, a esa hora en que abrían los cafés y las damas de caridad montaban mesas con carteles de niños moribundos. Y era la muerta luz que amanecía la metáfora helada y la exacta ilusión de estar quemando las naves de la eterna juventud. Pero en su coche fúnebre el tiempo iba admitiendo pasajeros. Y las naves quemadas son ceniza, y muy poco de eterna tuvo la juventud. Así que arrastre todo, que se lleve en su vértigo el tiempo la memoria, dejando un vacío perfecto en el pasado. Porque todo recuerdo se acaba corrompiendo en el presente. Y este presente ya de poco va a servirnos. De poco va a servirnos el saber que hubo un tiempo en que la vida valía su peso en oro. Porque la vida pone su casa en el pasado. Y esta casa sombría no parece la nuestra.
LA EDAD DE ORO
José Asunción Silva
El paciente: Doctor, un desaliento de la vida que en lo íntimo de mí se arraiga y nace, el mal del siglo... el mismo mal de Werther, de Rolla, de Manfredo y de Leopardi. Un cansancio de todo, un absoluto desprecio por lo humano... un incesante renegar de lo vil de la existencia digno de mi maestro Schopenhauer; un malestar profundo que se aumenta con todas las torturas del análisis... El médico: —Eso es cuestión de régimen: camine de mañanita; duerma largo, báñese; beba bien; coma bien; cuídese mucho, ¡Lo que usted tiene es hambre!...
EL MAL DEL SIGLO
Juan Ramón Jiménez
Eternidad, belleza sola, ¡si yo pudiese, en tu corazón único, cantarte igual que tú me cantas en el mío las tardes claras de alegría en paz! ¡Si en tus éstasis últimos, tú me sintieras dentro embriagándote toda, como me embriagas todo tú! ¡Si yo fuese, inefable, como tú en mi instantánea primavera, olor, frescura, música, revuelo en la infinita primavera pura de tu interior totalidad sin fin!
ETERNIDAD
Luis Antonio Chávez
Te vi y te quedaste en mi retina; navegué en tus oleajes y mi corazón, henchido no supo prolongar esa dicha acuñaba en el poder de la sangre. Te vi... conjugué el verbo en presente eché por la borda el pasado y alguien quiso atrapar el espacio sublime guardado para ti. Los ríos siguieron su cauce veía las rosas, compilaba sus olores pero era el color púrpura el que aguardaba -receloso- que la cortara y entregara en tus manos.
Retención
José Martí
El alma trémula y sola Padece al anochecer: Hay baile; vamos a ver La bailarina española. Han hecho bien en quitar El banderón de la acera; Porque si está la bandera, No sé, yo no puedo entrar. Ya llega la bailarina: Soberbia y pálida llega; ¿Cómo dicen que es gallega? Pues dicen mal: es divina. Lleva un sombrero torero Y una capa carmesí: ¡Lo mismo que un alelí Que se pusiera un sombrero! Se ve, de paso, la ceja, Ceja de mora traidora: Y la mirada, de mora: Y como nieve la oreja. Preludian, bajan la luz, Y sale en bata y mantón, La virgen de la Asunción Bailando un baile andaluz. Alza, retando, la frente; Crúzase al hombro la manta: En arco el brazo levanta: Mueve despacio el pie ardiente. Repica con los tacones El tablado zalamera, Como si la tabla fuera Tablado de corazones. Y va el convite creciendo En las llamas de los ojos, Y el manto de flecos rojos Se va en el aire meciendo. Súbito, de un salto arranca: Húrtase, se quiebra, gira: Abre en dos la cachemira, Ofrece la bata blanca. El cuerpo cede y ondea; La boca abierta provoca; Es una rosa la boca; Lentamente taconea. Recoge, de un débil giro, El manto de flecos rojos: Se va, cerrando los ojos, Se va, como en un suspiro... Baila muy bien la española, Es blanco y rojo el mantón: ¡Vuelve, fosca, a un rincón El alma trémula y sola!
El alma trémula y sola
Delfina Acosta
¿Estás debajo, acaso, de tu tumba? Pues no; aquí no está, no estuvo Pablo, repite con su voz enronquecida la tierra vuelta sombra bajo el árbol. Yo lo sabía: no logró la muerte tenerte, como a muchos, hecho barro. Estás en todas partes, tan caliente, tan vivo con tu nombre deshonrado. Quien lee un libro tuyo ve tu rostro, la miel oscurecida de tus manos, el cutis de Matilde Urrutia, el gesto con el que dabas migas a los pájaros. Despierta el hombre a su labor diaria y sigue, sin saber, tus mismos pasos. Después de muerto, de la losa encima, quién lo diría , sigues caminando. Y tras de ti camina el fuego rojo del corazón de un hombre enamorado. Cualquiera puede ver tus firmes huellas en tanta blanca playa y verde pasto. Evitas los lugares sin violines. Las copas te reclaman tiritando. Desde el portón del mundo al pueblo sales, alegremente vivo en ebrio canto.
Estás debajo, acaso...
Pablo Neruda
Tejida mariposa, vestidura colgada de los árboles, ahogada en cielo, derivada entre rachas y lluvias, sola, sola, compacta, con ropa y cabellera hecha jirones y centros corroídos por el aire. Inmóvil, si resistes la ronca aguja del invierno, el río de agua airada que te acosa. Celeste sombra, ramo de palomas roto de noche entre las flores muertas: yo me detengo y sufro cuando como un sonido lento y lleno de frío propagas tu arrebol golpeado por el agua.
La ahogada del cielo
Justo Braga
Levanta el hacha este tirano. Esdrújulo, mandril y fiero. Frunce el ceño y como una rata, se esconde antes de ir al matadero. Con saña y arte de carnicero asesina al alba, a quien llama Rosa –triste-vuelo. A quien despierta a deshora , atruena y mata. Este orangután despechado lleva por armamento sus garras, se inspira en el terror y no se asusta por nada. Hunde su diabólica energía como si de un escarabajo se tratara. Luego se acojona.
El tirano
Rubén Darío
De las eternas musas el reino soberano recorres bajo un soplo de eterna inspiración, como un rajah soberbio que en su elefante indiano por sus dominios pasa de rudo viento al son. Tú tienes en tu canto como ecos de Oceano; se ve en tu poesía la selva y el león; salvaje luz irradia la lira que en tu mano derrama su sonora, robusta vibración. Tú del fakir conoces secretos y avatares; a tu alma dio el Oriente misterios seculares, visiones legendarias y espíritu oriental. Tu verso está nutrido con savia de la tierra; fulgor de Ramayanas tu viva estrofa encierra, y cantas en la lengua del bosque colosal.
Leconte de Lisle
Genaro Ortega Gutiérrez
Es en la pureza, en la vecindad botánica de las palmeras enanas donde invocas difusos conflictos con la métrica y las formas académicamente perfectas. En la cuerda floja del equilibrista, donde se juegan el sueño los ángeles disipados en humo y cenizas exteriores. Pero sobre todo, en la renuncia a un lenguaje que remite al deseo de alimentarte exclusivamente de lirismo. Cielos al rojo vivo, por un territorio exento de reproches en que los grandes astros se han ido incorporando lenta, muy lentamente...
Erupción cutánea
José de Espronceda
Con diez cañones por banda, viento en popa a toda vela, no corta el mar, sino vuela un velero bergantín; bajel pirata que llaman, por su bravura, el Temido, en todo mar conocido del uno al otro confín. La luna en el mar riela, en la lona gime el viento y alza en blando movimiento olas de plata y azul; y va el capitán pirata, cantando alegre en la popa, Asia a un lado, al otro Europa, y allá a su frente Estambul; —«Navega velero mío, sin temor, que ni enemigo navío, ni tormenta, ni bonanza, tu rumbo a torcer alcanza, ni a sujetar tu valor. »Veinte presas hemos hecho a despecho, del inglés, »y han rendido sus pendones cien naciones a mis pies. »Que es mi barco mi tesoro, que es mi dios la libertad, mi ley, la fuerza y el viento, mi única patria la mar. »Allá muevan feroz guerra ciegos reyes por un palmo más de tierra, que yo tengo aquí por mío cuanto abarca el mar bravío, a quien nadie impuso leyes. »Y no hay playa sea cualquiera, ni bandera de esplendor, »que no sienta mi derecho y dé pecho a mi valor. »Que es mi barco mi tesoro, que es mi dios la libertad, mi ley, la fuerza y el viento, mi única patria la mar. »A la voz de ¡barco viene! es de ver cómo vira y se previene a todo trapo a escapar: que yo soy el rey del mar, y mi furia es de temer. »En las presas yo divido lo cogido por igual: »sólo quiero por riqueza la belleza sin rival. »Que es mi barco mi tesoro, que es mi dios la libertad, mi ley, la fuerza y el viento, mi única patria la mar. »¡Sentenciado estoy a muerte!; yo me río; no me abandone la suerte, y al mismo que me condena, colgaré de alguna entena quizá en su propio navío. »Y si caigo ¿qué es la vida? Por perdida ya la di, »cuando el yugo de un esclavo como un bravo sacudí. »Que es mi barco mi tesoro, que es mi dios la libertad, mi ley, la fuerza y el viento, mi única patria la mar. »Son mi música mejor aquilones el estrépito y temblor de los cables sacudidos, del negro mar los bramidos y el rugir de mis cañones. »Y del trueno al son violento, y del viento al rebramar, »yo me duermo sosegado arrullado por el mar. »Que es mi barco mi tesoro, que es mi dios la libertad, mi ley, la fuerza y el viento, mi única patria la mar».
CANCIÓN DEL PIRATA
Fernando de Herrera
Como en la cumbre ecelsa de Mimante, do en eterna prisión arde y procura alzar la frente airada y guerra oscura mover de nuevo al cielo el gran gigante, se nota de las nubes, que delante vuelan y encima en hórrida figura, la calidad de tempestad futura, que amenaza con áspero semblante, así de mis suspiros y tristeza, del grave llanto y grande sentimiento se muestra el mal, que encierra el duro pecho. Por eso no os ofenda mi flaqueza, bella estrella de amor, que mi tormento no cabe bien en vaso tan estrecho.
Como en la cumbre ecelsa de Mimante
Eugenio Florit
No volver a soñar más que en lo mismo para tejer el hilo de los tiempos que tal vez fueron milagrosos. O acaso no existieron, sino en la mente de quien los pensó. Ese arrullo que escuchas no es el del mar de entonces; aquel calló con las ausencias, o bien se hundió lejano y se perdió en la espuma de otros mares. No son los mismos, nunca. Cada uno se acerca a sus orillas, diversos todos, todos únicos en el rozar del agua con su tierra; y cada tierra con su mar se duerme o al levantar el sol con él se alza. Pero distintas, diferentes, las tierras lejos, las de cerca, tienen su propio mar que las arrulla y con diverso pálpito respiran. Como es otra la música que en su bajar nos llega del infinito mar de las constelaciones. Y así vamos de mares y de orillas al límite final que nos espera.
EL MAR DE SIEMPRE
Julio Herrera y Reissig
Aramís ordena que los doce Meses Formen en la rueda con las doce Horas. Las Horas sonríen; los doce Condeses Hacen reverencias para las señoras. (Beaumarchais se acerca. La Vallière saluda, La Chevreuse camina, Maintenon se sienta; Sévigné pasea su espalda desnuda, Mientras Guiche sonriendo su pasión le cuenta). Luis, Rey de primores, en un grupo alterna, Dando a sus palabras caprichosos giros; (Las enamoradas de su linda pierna Le brindan miradas, risas y suspiros). Comienza la danza. Sus divinos vuelos Emprenden las Horas: un iris de seda Se cierne en la nube de los terciopelos, Y en mágica urdimbre de flores se enreda. Avispas de raros metales parecen, Que cercan zumbando divinos panales, Y raudas estrellas que saltan y crecen, Siguiendo los ritmos de mil madrigales. Prosigue la danza. Su baile ligero Emprenden los Meses: una cabalgata De arqueros celestes cruza el abejero De tacos bordados y hebillas de plata. Parecen falenas de volar extraño. Bellos sagitarios de la diosa Iris, Los doce Condeses del Reino del Año Que rigen las riendas del potro de Osiris. El viejo Patriarca que todo lo abarca Se riza la barba de príncipe asirio; Su nívea cabeza parece un gran lirio, Su nívea cabeza de viejo Patriarca Aramís ordena que las danzarinas Cuenten sus historias. La orquesta acompaña. (El Rey Luis escucha, tras unas cortinas, El rondó de espuma del vino champaña). La menor, la Una, canta la primera: «Yo he nacido en Grecia, yo he nacido en Nubia: Yo soy negra y blanca, triste o hechicera; Mi cabeza es negra, mi cabeza es rubia. »Los insomnios tristes son de mis imperios, Y mis ojos queman con mirar profundo; Soy la negra bruja de los cementerios, La querida ardiente que ilumina el Mundo. »Soy la Una, una nocturnal sombría Hija de la noche, maga de la Luna; Soy la Una, una lámpara del Día, Soy la negra Una, soy la blanca Una». La Dos: «Soy la hermana de la buena hermana Que contó su historias, y una es nuestra vida; El sultán del Día me nombró sultana; El cafre nocturno me hizo su querida». La Tres: «Soy el hada que sus oros labra En la adamantina villa de los astros, Y que adora al negro, raro, abracadabra Que por donde pasa deja negros rastros». La Cuatro: «Yo brillo cuando en los Estíos El Sol llega a Piscis y en Piscis se escuda; Yo beso y despierto los tiernos rocíos; Yo brillo en Enero cuando el Sol madruga». La Cinco: «Yo luzco, toda engalanada, Al pie del Castillo de prismas aéreos; Yo aclaro, yo azulo la inmensa mirada De los Capricornios y Acuarios etéreos». La Seis: «Soy el cisne del parque de Urano. Yo las Primaveras del azul enfloro; Yo pinto la mitra del Mago Verano. Y escribo en el cielo madrigales de oro». La Siete: «Yo ostento rodelas y tiaras De reyes del regio país Fantasía; Yo enseño brocados y túnicas raras, Yo soy la mimosa del Reino del Día». La Ocho: «Yo estrello con blancas avispas, De la bruja noche la oscura caverna; Yo soplo en la fragua de Dios, y mil chispas Bailan en el cielo la gavota eterna». La Nueve, la Diez y la Once. —Coro— «Nosotras amamos la sombra y la lumbre; Reinas de azabache, codiciamos oro: Somos alegría; somos pesadumbre». Canta al fin la Doce: «Mi pupila ardiente Mira siempre fijo: mi pupila abrasa: Soy la más amante, soy la más vehemente, Soy la que atraviesa, soy la que traspasa. »Soy la silenciaria, la de negras alas, La trasnochadora que las almas roe, La que tiene el brillo de las luces malas En que se inspiraron Baudelaire y Poe. »El gato que vela y el ave nocturna Tienen mis siniestras vagas harmonías. Soy la que no duerme, soy la taciturna, Y mis ojos brillan las alevosías. »Soy la que levanta las heladas losas, La de los puñales, la de los secretos; La de las macabras dentro de las fosas, La que cena y baila con los esqueletos. »Richepin y Huysmans, los ebrios divinos, Me eligieron diosa de sus borracheras; Maeterlinck y Wilde y otros peregrinos, Me llamaron Reina de sus calaveras. »Soy la Doce blanca: soy la Doce negra; Soy tristeza y sombra, resplandor y goce: La que todo abate, la que todo alegra: Soy la blanca Doce; soy la negra Doce». Un coro de aplausos atruena el espacio. (Richelieu sonriendo se acerca a una dama). Pajes con bandejas llenan el palacio. (Molière por un beso vende un epigrama). Resuenan los coros: «Amemos al Viejo Patriarca, que todo lo abarca; Su frente de viejo ermitaño Parece el desierto de todo lo antaño; en ella han carpido la hora y el año, Lo siempre empezado, lo siempre concluso, Lo vago, lo ignoto, lo iluso, lo extraño, lo extraño y lo iluso».
CANTO DE LAS HORAS
Antonio Machado
Como atento no más a mi quimera no reparaba en torno mío, un día me sorprendió la fértil primavera que en todo el ancho campo sonreía. Brotaban verdes hojas de las hinchadas yemas del ramaje, y flores amarillas, blancas, rojas, alegraban la mancha del paisaje. Y era una lluvia de saetas de oro, el sol sobre las frondas juveniles; del amplio río en el caudal sonoro se miraban los álamos gentiles. Tras de tanto camino es la primera vez que miro brotar la primavera, dije, y después, declamatoriamente: ?¡Cuán tarde ya para la dicha mía!? Y luego, al caminar, como quien siente alas de otra ilusión: ?Y todavía ¡yo alcanzaré mi juventud un día!
Acaso...
Vicente Gerbasi
Cuando tú venías, venías hacia la muerte, porque así son nuestros pasos en los días: hacia las montañas detenidas en los crepúsculos; hacia las ciudades que esperan las noches con luto y alegría, tostando el pan, preparando dramas en los aposentos, derramando rojo vino en las penumbras; hacia los puertos donde la barcas dan descanso a los vagabundos; hacia los pequeños caminos rojos, donde nos duele el cuerpo del asno, donde nos duelen los pies del mendigo, donde nos duele el canto de la triste quinquina; hacia nuestra futura vivienda, con el susurro leve del naranjo a cuya sombra estaremos en la mirada del hijo, como en una hora del cielo, del presentimiento y de la angustia. Tú venías, y el mundo estaba debajo de tus pasos, y debajo de tus noches, y debajo de tus soledades. Sí, tu existencia había creado sus cielos huracanados sus aguas tumultuosas, sus nubladas lejanías, y las tempestades agitaban los mares de tu corazón con truenos y estrellas caídas en las oscuras soledades del alma, con naufragios y voces de mujeres perdidas en la extensión de las olas y los países. Soñabas con fantasmales buques en la sombra, esos que llevan banderas de luto y viajan hacia los puertos de podridos aceites y antiguos desperdicios. Y la furia levantaba ondas en la oscuridad de tu muerte, perseguida por brillos lunares, como una oleaginosa superficie negra con vuelos de lentas aves relucientes, ahí donde los astros gotean sus azules licores, en ese espacio del misterio devorador, con islas iluminadas en nuestra soledad. Tu juventud llamaba a las ciudades del mundo, a los vientos que soplan contra viejas murallas, a la gente que vive en las oscuras minas, a marinos que yacen bajo cruces del mar. Tú, el viajero, el insomne, el descontento el que levantaba las manos hacia los relámpagos, el que veía pasar las bahías como la orilla serena y brumosa de la tristeza. Sabías soportar las lejanías, siempre tan del corazón. Sabías llegar. Y eras ahí el anónimo, el oscuro, el devorado, tendido en la noches calientes, como los sacos, como los barriles, a orilla de los grandes navíos. Un campesino te daba una copa de aguardiente. Y aún era la noche oscura como un tambor, salvaje como las patas, las uñas y los dientes del tigre. La noche, la noche llena de rumores de tamarindos, los cocoteros movidos por una brisa que te devolvía a otro tiempo, al tiempo de tu aldea con campanas, de tus mares del verano con barracas cerca del amanecer. Tú estabas dormido bajo las estrellas de otro mundo. Padre mío, padre de mi universal angustia. Y de mi poesía.
CANTO VIII
Pablo Neruda
Cien sonetos de amor Quiénes se amaron como nosotros? Busquemos las antiguas cenizas del corazón quemado y allí que caigan uno por uno nuestros besos hasta que resucite la flor deshabitada. Amemos el amor que consumió su fruto y descendió a la tierra con rostro y poderío: tú y yo somos la luz que continúa, su inquebrantable espiga delicada. Al amor sepultado por tanto tiempo frío, por nieve y primavera, por olvido y otoño, acerquemos la luz de una nueva manzana, de la frescura abierta por una nueva herida, como el amor antiguo que camina en silencio por una eternidad de bocas enterradas.
Cien sonetos de amor
Jaime Sabines
Me tienes en tus manos y me lees lo mismo que un libro. Sabes lo que yo ignoro y me dices las cosas que no me digo. Me aprendo en ti más que en mi mismo. Eres como un milagro de todas horas, como un dolor sin sitio. Si no fueras mujer fueras mi amigo. A veces quiero hablarte de mujeres que a un lado tuyo persigo. Eres como el perdón y yo soy como tu hijo. ¿Qué buenos ojos tienes cuando estás conmigo? ¡Qué distante te haces y qué ausente cuando a la soledad te sacrifico! Dulce como tu nombre, como un higo, me esperas en tu amor hasta que arribo. Tú eres como mi casa, eres como mi muerte, amor mío.
Me tienes en tus manos
Teresa Palazzo Conti
Si pudiera de golpe arrinconar olvidos y semanas junto a los nidos de agua de mi secreta cáscara. Si lograra arrojar en las islas neutrales las cenizas que muerden el árbol y las lágrimas, y pudiera dejar que una ecuación rotunda insertase su atmósfera de pétalo en cada pabellón desamparado; empapada de estrenos sobre un licor tardío bebería las notas de un festival de espigas y de vuelos. Pero apenas soy sangre que retumba en los muros de la piel cotidiana, y en mis hombros fatales amamanto a una araña de sal que desvaría. Mención de Honor Georges Zanun Editores, 2008
Utopía
Gabriela Mistral
El mar sus millares de olas mece, divino. Oyendo a los mares amantes, mezo a mi niño. El viento errabundo en la noche mece los trigos. Oyendo a los vientos amantes, mezo a mi niño. Dios Padre sus miles de mundos mece sin ruido. Sintiendo su mano en la sombra mezo a mi niño.
Meciendo
Ricardo Molinari
De ayer estoy hablando, de las flores, de la fuerte agua, transparente y fría, del alma, de la luna abierta, ¡oh mía!, de un ángel dulce y solo en los albores. De tantas noches secas y menores, del perseguido bien sin alegría; del aire, de la sombra y la agonía, de lumbres, cielos y arduos pasadores. De ti, tiempo llegado y desprendido, que vas en mí y me dejas en velada: solitario, desierto y sin sentido. Y encima de ti, vida delicada, cabello suave, quieto y advertido, la muerte sueña y mueve su morada.
SOLEDADES
Josefina Plá
XV A María Delgado Rodas ...Sueño que fuiste impulso de mi latido, y alas en mi anhelar: Te mata la vida que nutriste, como la flor el fruto nacido de sus galas. Afán que me hechizaste de tan triste, pensamiento clavado en mis frágiles pulsos; estilete sutil: a esa punta que hincaste pereces, traspasado. Loco sueño disuelto en mi sangre febril: ¡esa sangre te ahoga! ...Morir te miro, ensueño que fue yo toda -como fue tronco toda hoguera, y charco toda nube- en un trasvasamiento imperceptible, blando, como un deshojamiento de rosa, en un temblor de atravesada mariposa. Morir te miro, ensueño, como el árbol mirara arder el vicio leño cortado de su rama, o pudrirse la hoja de cuyo muerto libre saldrá la yema roja. Morir te miro, ensueño, y tu postrer tristeza es ya casi alegría, ¡y tu último suspiro es ya casi esperanza! ...Hoja muerta, que vuelves a la tierra madura: ¿en qué capullo nuevo, húmedo de ternura, renacerás mañana, ensueño en agonía...? Fuimos, en sueños compañeros Fuimos, en sueños, compañeros: la vigilia no nos unió. ¡Sólo en los sueños traicioneros su pie a mi paso se ajustó! Labios gemelos en el ansia: ¡no unisteis nunca vuestro ardor! Pupilas, astros de constancia: ¡nunca rimasteis un fulgor! Jamás la diestras se estrecharon; los labios sedientos no hablaron; pero el juramento existió. Nunca las bocas se besaron; ¡de los besos que no quemaron, brasa fue el doble corazón!
Sueño
Miguel Hernández
Vientos del pueblo me llevan, vientos del pueblo me arrastran, me esparcen el corazón y me aventan la garganta. Los bueyes doblan la frente, impotentemente mansa, delante de los castigos: los leones la levantan y al mismo tiempo castigan con su clamorosa zarpa. No soy un de pueblo de bueyes, que soy de un pueblo que embargan yacimientos de leones, desfiladeros de águilas y cordilleras de toros con el orgullo en el asta. Nunca medraron los bueyes en los páramos de España. ¿Quién habló de echar un yugo sobre el cuello de esta raza? ¿Quién ha puesto al huracán jamás ni yugos ni trabas, ni quién al rayo detuvo prisionero en una jaula? Asturianos de braveza, vascos de piedra blindada, valencianos de alegría y castellanos de alma, labrados como la tierra y airosos como las alas; andaluces de relámpagos, nacidos entre guitarras y forjados en los yunques torrenciales de las lágrimas; extremeños de centeno, gallegos de lluvia y calma, catalanes de firmeza, aragoneses de casta, murcianos de dinamita frutalmente propagada, leoneses, navarros, dueños del hambre, el sudor y el hacha, reyes de la minería, señores de la labranza, hombres que entre las raíces, como raíces gallardas, vais de la vida a la muerte, vais de la nada a la nada: yugos os quieren poner gentes de la hierba mala, yugos que habéis de dejar rotos sobre sus espaldas. Crepúsculo de los bueyes está despuntando el alba. Los bueyes mueren vestidos de humildad y olor de cuadra; las águilas, los leones y los toros de arrogancia, y detrás de ellos, el cielo ni se enturbia ni se acaba. La agonía de los bueyes tiene pequeña la cara, la del animal varón toda la creación agranda. Si me muero, que me muera con la cabeza muy alta. Muerto y veinte veces muerto, la boca contra la grama, tendré apretados los dientes y decidida la barba. Cantando espero a la muerte, que hay ruiseñores que cantan encima de los fusiles y en medio de las batallas.
VIENTOS DEL PUEBLO ME LLEVAN
Federico García Lorca
Todas las tardes en Granada, todas las tardes se muere un niño. Todas las tardes el agua se sienta a conversar con sus amigos. Los muertos llevan alas de musgo. El viento nublado y el viento limpio son dos faisanes que vuelan por las torres y el día es un muchacho herido. No quedaba en el aire ni una brizna de alondra cuando yo te encontré por las grutas del vino. No quedaba en la tierra ni una miga de nube cuando te ahogabas por el río. Un gigante de agua cayó sobre los montes y el valle fue rodando con perros y con lirios. Tu cuerpo, con la sombra violeta de mis manos, era, muerto en la orilla, un arcángel de frío.
Gacela del niño muerto
Nicomedes Santa Cruz
Cómo has cambiado, pelona, cisco de carbonería. Te has vuelto una negra mona con tanta huachafería. Te cambiaste las chancletas por zapatos taco aguja, y tu cabeza de bruja la amarraste con peinetas. Por no engordar sigues dietas y estás flaca y hocicona. Imitando a tu patrona has aprendido a fumar. Hasta en el modo de andar cómo has cambiado, pelona. Usas reloj de pulsera y no sabes ver la hora. Cuando un negro te enamora le tiras con la cartera. ¡Qué...! ¿También usas polvera? permite que me sonría ¿Qué polvos se pone usía?: ¿ocre? ¿rosado? ¿rachel? o le pones a tu piel cisco de carbonería. Te pintaste hasta el meñique porque un blanco te miró «¡Francica, botá frifró que son comé venarique...!» Perdona que te critique, y si me río, perdona. Antes eras tan pintona con tu traje de percala y hoy, por dártela de mala te has vuelto una negra mona. Deja ese estilo bellaco, vuelve a ser la misma de antes. Menos polvos, menos guantes, menos humo de tabaco. Vuelve con tu negro flaco que te adora todavía Y si no, la policía te va a llevar de la jeta por dártela de coqueta con tanta huachafería.
CÓMO HAS CAMBIADO PELONA
Ricardo Molinari
Si baylas, no miro miembros tan sueltos en tus ninfas... ribera Gaditana, ni passos hazia Venus tan resueltos Bocángel I Quiero acordarme de una ciudad deshecha junto a sus dos ríos sedientos; quiero acordarme de la muerte de los jardines, del agua verde que beben las palomas, ahora que tú cantas y bailas con una voz áspera de campamento; quiero acordarme de la nieve que vuelve con la lluvia para humedecer su boca de viento dormido, su luna abierta entre la yedra. Quiero acordarme de mis amigos, !ay!, de cómo dormirá una mujer que he querido. Baila, aliento triste, alarido oscuro. Lleva tus pies de acero sobre los alacranes que tiemblan por las hojas de la madera, golpeando sus tenazas de polvo cerca de tu piel. Baila, amanecida; empuja el aire con el calor del cuello, con la serpiente que conduces rota en la mano enamorada y dura. Yo estoy pendiente de ti, ensombrecido: tu canto me enfría la cara, me envenena el vello. ¡Qué haría para poder estar quieto, abierto en tu garganta llena de barro, hasta resbalarme por tu pecho, como una llama de rocío! Baila sobre el desierto caliente. Nilo de voz, delta de aire perecible. II Quisiera oír su voz que duerme con su narciso de sangre en el cuello, con su noche abandonada en la tierra. Quisiera ver su cara caída, impaciente sobre el amanecer, junto a su viola de luz insuperable, a su ángel tibio; su labio con su muerte, con su flor deliciosa, sumergida. Así, ofrecido; luna de jardín, perfume de fuente, de amor sin amor; ¡ah!, su alto río encerrado vagando por la aurora. III Rosa de cielo, de espacio melancólico; Orfeo de aire, numeroso, solo. ¿Quién verá la tarde que contuvo su cara de hombre muerto? Su soledad esparcida entre los ríos. IV Baila, que él tiene el cuerpo cubierto de vergüenza y la lengua seca, saliéndole por la boca dulce, como una vena perdida. Yo pienso en él, y ya no me duele el silencio, porque nunca estarás más cerca de la luz que en su muerte. Su pobre muerte encadenada. ¡Ya se ve su sueño en el desierto! Las altas tardes que van naciendo del mar, los pájaros con los árboles de las colinas, las gentes aún pegadas a las sombras, a los ríos oscuros de la carne. Su muerte, sí, su muerte, un poco de la nuestra, de nuestra muerte sin premura. Ya estás ahí, solo como alguno de nosotros en la vida. Duerme, triste mío, perdido, que yo estoy oyendo el canto del adufe que viene del desierto.
CASIDA DE LA BAILARINA
Claribel Alegría
Soñé que era un ala desperté con el tirón de mis raíces.
VUELO INTERRUMPIDO
Ramón López Velarde
¿Qué elocuencia, desvalida y casta, hay en tu persona que en un perenne desastre a las lágrimas convida? La frente, Amor, hoy levanto hasta tu busto en otoño que es un vaso de suspiros y una invitación al llanto. Tus hombros son como una ara en que la rosa contrita de un pésame sin sollozos húmeda se deshojara. Cuando conmigo estás sola ¿qué lágrimas ideales te dan un súbito manto con una súbita aureola? Te vas entrando al umbrío corazón, y en él imperas en una corte luctuosa con doliente señorío. Tus hombros son buenos para un llanto copioso y mudo... Amor, suave Amor, Amor, tus hombros son como una ara.
TUS HOMBROS SON COMO UN ARA
Ángeles Carbajal
Recuerda: estos frágiles instantes que caminan hacia el olvido no son la vida, somos nosotros. Ella seguirá distante, no va a pedir disculpas ni ha de volvernos a ver.
Estos frágiles instantes
Francisco Álvarez
"Tenme junto a ti de mil maneras" I Hambrientos y desnudos, van mis brazos en busca de un abrazo, arrastrando abandono, y abiertos en silencio en doble arco. En las mieses maduras del gentío, separan las espigas cuando avanzo. Qué insípida igualdad de multitudes, sin destacarse variedad ni encanto. Roja de sangre, tímida amapola, ¿dónde te ocultas, bajo el sol de mayo? Mira que vengo ahogado de infortunio, y te quiero adherir a mi costado. II Sentada en mis rodillas, desprovista de palabras, ideas y reclamos, recoge mi hombro el rostro, leve sonrisa y ojos entornados. Flota en el aire la quietud dormida, con auras místicas de epitalamio, y la mente vacía se columpia en la sombra de un mundo imaginario. Nada se mueve en torno, como el agua tranquila del remanso; detenida la arena en la clepsidra, dormido el viento, inmóviles los pájaros… Qué abrazo interminablemente dulce; no te muevas, mujer, de mi regazo. III Este abrazo, mujer, viste mi cuerpo de la túnica azul de tu arrebato, marea de tu mar, contra las rocas firmes y erectas de mi acantilado. Cúbreme de ti misma, que al ceñirme, tus labios con los míos amordazo, y sólo el alma me hablará en tus ojos, y me transmitirá tus sobresaltos. Estrecha el cerco, que aún no somos uno, que dos es casi tanto como varios… Desliza la rodilla entre mis piernas, que a mi tigre despierta como un látigo, y en ímpetu salvaje se abalanza hacia tí incontrolable, incontrolado. Abrazo vertical, exuberante, nudo incondicional, íntimo abrazo. IV Se alejaron las aguas torrenciales que el paisaje arrasaron a su paso; desanudóse la atadura firme y la pasión degeneró en letargo. Mi cómplice, mi amante, yace exhausta a mi lado., y los brazos que fueran energía, se hallan ahora en descanso. Se despierta la brisa junto al río, coqueteando inquieta entre los álamos, y se percibe el agridulce aroma de almendros, limoneros y naranjos. El sol naciente besará tu espalda, y se adormecerá en ella mi mano, y tamborilearán sobre mi pecho tus finos dedos largos. Lentas las horas van, y silenciosas, seco el sudor, y el ímpetu apagado, sueña despierta junto a mí, y sonríe al sentir en tus párpados mis labios.
ABRAZOS
Salvador García Ramírez
Puede que a ti, sin importancia, desvele cuanto oculta este gris uniforme en el que el cielo ha desleído la memoria de los arcos, los muelles que aún resisten. Los aljibes rebosan sus mañanas incumplidas en rutas sin razón que algún pavo real hubiese delatado, lo mismo que a las lenguas de este río en busca del océano. Pesa el aire, y a varias voces: as gaivotas, o chafariz, as sinais dos eléctricos.
Humedade
José María Hinojosa
A Rafael Alberti Y qué se me importa a mí, que la helada se deshiele. Y qué se me importa a mí, que los pájaros no vuelen. Y que los barcos mas barcos, solo por la mar naveguen. Si tengo en ciernes un campo de margaritas de nieve.
POEMAS PARA ALGUIEN - CANCIÓN FINAL
Jordi Doce
La mano escribe para no morir. O cuenta el mundo en sílabas contadas para decir: aquí termina el mundo, fuera impera la noche y el frío de la noche, el lento gotear de las estrellas y su terco silencio impenetrable. La mano escribe para no morir. Semeja su hermana, la lengua, envuelta en un temblor que no comprende, ajena a la raíz que la redime. La mano escribe para no morir. O dice el mundo en sílabas contadas para decir: aquí termina el mundo, fuera impera la noche y el frío de la noche, quietud de lo que nunca vive o muere pues nunca tuvo nombre.
Para vivir
Gustavo Adolfo Bécquer
¡No me admiró tu olvido! Aunque de un día, me admiró tu cariño mucho más; porque lo que hay en mí que vale algo, eso... ni lo pudiste sospechar.
Rima XXXV
Ramón López Velarde
¿Cómo será esta sed constante de veneros femeninos, de agua que huye y que regresa? ¿Será este afán perenne, franciscano o polígamo? Yo no sé si está presa mi devoción en la alta locura del primer teólogo que soñó con la primera infanta, o si, atávicamente, soy árabe sin cuitas que siempre está de vuelta de la cruel continencia del desierto, y que en medio de un júbilo de huríes, las halla a todas bellas y a todas favoritas. No sé... Mas que en la hora reseca e impotente de mi vejez, no falte la tónica tibieza mujeril, providente con los reyes caducos que ligaban las hoces de Israel, y cantaban en salmos, y dormían sobre pieles feroces.
LA TÓNICA TIBIEZA
Mario Benedetti
Sabemos que el alma como principio de la vida es una caduca concepción religiosa e idealista pero que en cambio tiene vigencia en su acepción segunda o sea hueco del cañón de las armas de fuego hay que reconocer empero que el lenguaje popular no está rigurosamente al día y que cuando el mismo estudiante que leyó en konstantinov que la idea del alma es fantástica e ingenua besa los labios ingenuos y fantásticos de la compañerita que no conoce la acepción segunda y a pesar de ello le dice te quiero con toda el alma es obvio que no intenta sugerir que la quiere con todo el hueco del cañón.
Semántica práctica
Víctor Botas
Así, tan ricamente apoltronado ante una taza de café y con mi corona —cómo no— de Rey del Mundo, tan leve, tan voluptuosa, tan en plácida asunción desde estos dedos a los cielos concéntricos de luz y de escayola, miro a diestra, miro a siniestra, al frente, atrás, calculo y son trescientas, cuatrocientas o más caras, las que aquí reunidas, en el bar restaurant de La Fayette, discuten, gesticulan, se sonríen, cabecean o toman sin decir ni pío, su canard a l’orange o aquel potage verdoso del menú. Entonces se me ocurre que sería magnífico guardar por todos ellos (y también por nosotros, por supuesto) un minuto siquiera de perplejo, de inquietante silencio, en futuro recuerdo de unas almas pronto víctimas de esa lenta hecatombe hacia la que —quedito, pasito, horror— ya vamos vertiginosamente progresando.
En France comme si vous y etiez
José María de Heredia
Mira, mi bien, cuán mustia y desecada del sol al resplandor está la rosa que en tu seno tan fresca y olorosa pusiera ayer mi mano enamorada. Dentro de pocas horas será nada... No se hallará en la tierra alguna cosa que a mudanza feliz o dolorosa no se encuentre sujeta y obligada. Sigue a las tempestades la bonanza: siguen al gozo el tedio y la tristeza... Perdóname si tengo la desconfianza de que dure tu amor y tu terneza: cuando hay en todo el mundo tal mudanza, ¿solo en tu corazón habrá firmeza?
LA DESCONFIANZA
Lope de Vega
Si culpa el concebir, nacer tormento, guerra vivir, la muerte fin humano; si después de hombre, tierra y vil gusano, y después de gusano, polvo y viento; si viento nada, y nada el fundamento, flor la hermosura, la ambición tirano, la fama y gloria, pensamiento vano, y vano en cuanto piensa el pensamiento, ¿quién anda en este mar para anegarse? ¿De qué sirve en quimeras consumirse, ni pensar otra cosa que salvarse? ¿De qué sirve estimarse y preferirse, buscar memoria habiendo de olvidarse, y edificar habiendo de partirse?
Si culpa el concebir
Antonio Fernández Lera
Desde la sombra, y en la noche [pero al final te acostumbras a todo] todo es diferente. Me pregunto si alguien me oye. ¿Me oís vosotros? ¿Estáis ahí? [No soy mas que una voz, una sombra]. Si no me oís no soy nada. ¿Estáis ahí? [Silencio] Tengo que seguir hablando. Me pagan para seguir hablando, [Que cuanto más corras más te duela y que cuando pares revientes]. Esto es como trabajar en la radio para siempre y hablar y hablar y hablar y hablar y hablar. O como trabajar en un periódico y escribir y escribir y escribir y escribir y escribir. Disecado y con todas las plumas: verde, rojo y amarillo. Protegido del polvo y del aire, silencioso como un pájaro muerto.
Bestiario
Gonzalo Rojas
Sólo veo al inmolado de Concepción que hizo humo de su carne y ardió por Chile entero en las gradas de la catedral frente a la tropa sin pestañear, sin llorar, encendido y estallado por un grisú que no es de este Mundo: sólo veo al inmolado. Sólo veo ahí llamear a Acevedo por nosotros con decisión de varón, estricto y justiciero, pino y adobe, alumbrando el vuelo de los desaparecidos a todo lo aullante de la costa: sólo veo al inmolado. Sólo veo la bandera alba de su camisa arder hasta enrojecer las cuatro puntas de la plaza, sólo a los tilos por su ánima veo llorar un nitrógeno áspero pidiendo a gritos al cielo el rehallazgo de un toqui que nos saque de esto: sólo veo al inmolado. Sólo al Bío-Bío hondo, padre de las aguas, veo velar al muerto: curandero de nuestras heridas desde Arauco a hoy, casi inmóvil en su letargo ronco y sagrado como el rehue, acarrear las mutilaciones del remolino de arena y sangre con cadáveres al fondo, vaticinar la resurrección: sólo veo al inmolado. Sólo la mancha veo del amor que nadie nunca podrá arrancar del cemento, lávenla o no con aguarrás o sosa cáustica, escobíllenla con puntas de acero, líjenla con uñas y balas, despíntenla, desmiéntanla por todas las pantallas de la mentira de norte a sur: sólo veo al inmolado.
SEBASTIÁN ACEVEDO
Gabriela Mistral
I Del nicho helado en que los hombres te pusieron, te bajaré a la tierra humilde y soleada. Que he de dormirme en ella los hombres no supieron, y que hemos de soñar sobre la misma almohada. Te acostaré en la tierra soleada con una dulcedumbre de madre para el hijo dormido, y la tierra ha de hacerse suavidades de cuna al recibir tu cuerpo de niño dolorido. Luego iré espolvoreando tierra y polvo de rosas, y en la azulada y leve polvareda de luna, los despojos livianos irán quedando presos. Me alejaré cantando mis venganzas hermosas, ¡porque a ese hondor recóndito la mano de ninguna bajará a disputarme tu puñado de huesos! II Este largo cansancio se hará mayor un día, y el alma dirá al cuerpo que no quiere seguir arrastrando su masa por la rosada vía, por donde van los hombres, contentos de vivir... Sentirás que a tu lado cavan briosamente, que otra dormida llega a la quieta ciudad. Esperaré que me hayan cubierto totalmente... ¡y después hablaremos por una eternidad! Sólo entonces sabrás el por qué no madura, para las hondas huesas tu carne todavía, tuviste que bajar, sin fatiga, a dormir. Se hará luz en la zona de los sinos, oscura; sabrás que en nuestra alianza signo de astros había y, roto el pacto enorme, tenías que morir... III Malas manos tomaron tu vida desde el día en que, a una señal de astros, dejara su plantel nevado de azucenas. En gozo florecía. Malas manos entraron trágicamente en él... Y yo dije al Señor: ?«Por las sendas mortales le llevan. ¡Sombra amada que no saben guiar! ¡Arráncalo, Señor, a esas manos fatales o le hundes en el largo sueño que sabes dar! »¡No le puedo gritar, no le puedo seguir! Su barca empuja un negro viento de tempestad. Retórnalo a mis brazos o le siegas en flor». Se detuvo la barca rosa de su vivir... ¿Que no sé del amor, que no tuve piedad? ¡Tú que vas a juzgarme, lo comprendes, Señor!
Los sonetos de la muerte
Jesús Hilario Tundidor
I HOY, acurrucado y triste, único, solitario, envilecido por la carne, amarga la última residencia de mi corazón, bajo la lona, bajo el alto mundo de la estrella, hundida el alma, rota la hacedura de Dios, corvo, torcido en el polvo estelar de la memoria, hoy, como un día cualquiera, me he puesto a contemplar sin saber cómo este río del circo de la vida. II Por de pronto la luz. Hay que salvarla. Ved que pueden descubrirnos y entonces, nada, todo sería preparado a nuestra altura y ella, la elemental, es una dádiva de amor y crea.. Por de pronto la luz: Qué bien los tigres vivirían sin ella oteando la sangre en el acecho desde la alta rama a la costumbre antigua del puro, manso ciervo en el arroyo. Los tigres, los feli- ces de Dios, los elegantes conjurados, la raya indómita, la tierra en pie de fiera. Pero, ahí, ¿qué rugido educado, cuáles sombras sin miedo, selva férrea? ¿Escuchas? No es el combate, el gamo presto, ¿nadie te disputa la presa? Tú podrías... Alta la luna arrastra selvas en celo, confiadas hembras. ¿Quién hijo, tigre, te ha lamido la sangre? III Siempre pensé que acaso fuese la infancia lo primero, lo elementariamente necesario. Niños: nunca os saquen las casillas. Los circos sí, para los hombres tristes, vosotros con mirar o con las tardes de los domingos, todos tenéis bastante, sobran los papelillos de colores, rojo, blanco, azul celeste, oro falso, deshojado verde; y los platillos. Celestial arco, amargo viento barre la vida, soplan aires contrarios. Nada puede darnos consuelo. IV Oh júbilo, oh inocencia, ¿esto es el hombre? Enano bullidor mientras se cambian los tinglados del cerco. Vedle consolando, perdiéndose, eunuco vil de masas, tan crecido ahora con su engaño, centro mentido... Bullen los colores del odio, siembra su falso pan de la alegría. Sí, la inocencia en ese pelotón de mil colores como en aquella copla de los pueblos: "Ahora, al fin de la jornada, cuando la tumba me espera, he aprendido que la dicha sólo existe en la inocencia." Pero esto no es el fin ni es el principio. Como la tumba, un acto más, un paso más hacia ninguna dicha, aunque uno siempre jamás esté seguro para nada. Más alguien hay, miradlo: diariamente afila sus cuchillos. Y está aquí, con nosotros, entre nuestra aventura, en ella misma pero ¿podríamos hacerlo, debíamos jugarnos nuestro pulso? V Sólo el alambre: Algo puede ocurrir al hombre, algo que nunca en peso de balanza esté preciso. Aunque ese ronco zumbo de pegadiza música, ¿qué quiere? ¿Otra vez miedo? Ya es suficiente. Cumplen las sombras, alma en vilo, dije que no bastan figura y apariencia. Siento que me falla la voz, nadie asegura nada, ¿apuesta alguien? Sin embargo el hilo, aquel varal de acero, es tan sencillo... Un paso al aire, un corte, alguna breve inclinación bastaba. ¿Es que será tan sólo musiquilla? ¿Es que no hay más? ¿Acaso no merece la pena su peligro? Por una vez estoy seguro: Todos iríamos alegres a los cables, desnudos, mansos, porque a favor del silencio es el vacío. VI Hubo un tiempo... Naipes y barajas, escamoteo, quién, ¿quién asegura? Un sí es no es nos llena, nos engaña y burla. Nosotros lo sabemos, somos engañados, asistimos al juicio final de nuestra muerte que está asentada en esta carne, vive con nuestras venas, oye nuestra respiración, gusta su triunfo anticipadamente conocido, hasta que un tiempo, en una hora, un día alza feliz su poderío y mata. Luego un conejo, un gallo, bolas, bolas que él, en nuestro engaño, hace en la gracia de sus dedos ágiles. VII Ciega la luz, hiere la luz, avisa que hay selva. Nuevamente selva. Planta enorme, si polvo y pastizal, amplios senderos de manada, el coso treme, oh elefante. ¿Quién más sujeto, quién más seguro en tierra? Nada si no el tan-tán hubiese como un aviso hundido la penumbra: lianas, árboles tropicales, plantas carnívoras, insectos múltiples, todo el perenne forraje, el eterno palpitar vegetal se alza, enorme, como un peso que se desborda en sangre. Un lejano temblor de angustia herida, un hálito, una vaga penumbra de pasto en plenilunio: Hay Dios. Omnipotente, vengativo, solo: el humano deseo, y sin embargo tremendamente temeroso; y ahí, ante el pesado bloque casi acuñado, mineral, amorfo, ante la bestia, ¿quién es el dios que ruge, ¡asombro!, en las tormentas? Música de oropel llena los ámbitos. Después, sin ruido, inerte casi, la paz. VIII ...Y la mentira. El circo es clown, sonrisa pálida, vieja nostalgia y clarinete amargo. Como el amor: Mentira, verdad que nadie sabe hasta qué punto puede ser disfrazada. He aquí el payaso: El hombre, carátula triste, son de viejo instrumento. Si desnudo apareciera, cómo poner su hombría a traza de nostalgia... Nadie lo sabe. Todos reímos, todos de nuestra propia carne revestida, de nuestro pobre cuerpo puesto a venta. Somos así: tan nobles para vender, comprar nuestra agonía. De vez en cuando, a veces una desolación pertinaz, honda, baja, mansa y segura, hacia el lugar del corazón de donde tomó su vida y su experiencia amarga. Es la alegría, en tránsito siempre de pena oscura y largo cauce, la gran cordialidad que nos aprieta. IX Quién es, decidme: ¿dónde se oculta aquél, el que dirige esta música horrible de charanga? Música sin concierto ruidosa y simple, grave, casi feliz de agilidad nerviosa. Alguien debe de acompasarla, alguien que nunca se podría mostrar. Sería inútil. A su pesar todo este largo río transcurre en el amparo de su horrible armonía. Ella, la anunciadora, hace danzar y cuando por un instante da cabida al silencio una antigua tristeza, dolorosa y tenaz, nos inunda tranquila los contornos del alma. y X Y así pasa la noche, el tiempo, el agua de la muerte, el agua de la vida, el circo amigo. Y hay una dulce dejadez de amor que nos empaña. Afuera las estrellas y el campo duermen, solos, sin luz, sin Dios, sin claridad o ruido. Todo estaba conjurado. Nadie sabía que al entrar se le daría un puesto, una ribera donde el agua y el ser se marchitaran. Y pasa así la troupe como si ajenos, desentendidos, tristes contempladores fuésemos nosotros. Vienen sombras, carátulas, figuras de oro falso y papel viejo, barras, trapecios, trampolines, pistas, la dulce musiquilla del rugido del hombre... Todo para un último fin que nadie sabe. Alegres, sonoros en la fraternidad, cobrada la moneda, divertidos de tanto amor y engaño, en masa, en bando, en emoción única y sencilla, damos humildemente desconocidos, cuando el gallo nos llama, término al contemplar, y cesa el circo.
EL CIRCO
Ricardo Dávila Díaz Flores
Tu cuerpo dormido me lo dice todo, como el mar de aquella tarde que no volví a ver. Y yo te miro como si te mirara un muerto, como si hoy fuera la noche. La única noche. Yo no quiero que me descubra el sol aquí, como siempre, a la orilla de tu piel, cansado, tembloroso, colgando de la última nota de tu voz, cayendo de la última nota de tu voz. No quiero que sea mañana; no quiero que sea otro día y otro y otro, avanzando, rodando, buscando el camino de uñas que dejamos atrás para intentar volver a nuestra piel. No hay regreso, aurora, todo empuja hacia adelante, y todo lo que somos pertenece a la duda. No quiero que amanezca. No quiero saber si hay algo después de ti; no quiero saber si detrás de tu cuerpo hay otra vida: no es cierto, no la hay. No quiero que amanezca. Esto es lo mismo que la paz. Hace un rato, cuando nuestros ojos eran brazos y nuestros brazos se hundían hasta las raíces, me pedías que hablara. Yo sostenía tu cuello para que supieras. ¿No te basta este silencio de mil voces, esta palabra envuelta en piel de niño, este látigo de aire? Ay, aurora, si supieras, si pudiera yo decir esa palabra, esa nota que me trago, que te doy y que tú cantas; si pudiera decir tu voz, tu perfume, tu mirada ¿Cuánto dura tu piel en mis manos? Mis manos: he aquí los espejos de tu cuerpo. Pero estás dormida. No quiero despertarte. Dormida eres lo mismo que un árbol, más grande, más alta; caen de tu cuerpo estrellas, hojas de lluvia. Eres como una gran ventana hacia la luz, hacia el milagro, hacia la vida. Dormida eres como la huella de ti misma y estás así, silenciosa, como las huellas. Mientras la noche avanza, te cristalizas más y estoy seguro que de pronto, por los rincones de tu piel, te brotará la luna.
Amaneceres de noche
Mario Benedetti
Digamos que te alejas definitivamente hacia el pozo de olvido que prefieres, pero la mejor parte de tu espacio, en realidad la única constante de tu espacio, quedará para siempre en mí, doliente, persuadida, frustrada, silenciosa, quedará en mí tu corazón inerte y sustancial, tu corazón de una promesa única en mí que estoy enteramente solo sobreviviéndote. Después de ese dolor redondo y eficaz, pacientemente agrio, de invencible ternura, ya no importa que use tu insoportable ausencia ni que me atreva a preguntar si cabes como siempre en una palabra. Lo cierto es que ahora ya no estás en mi noche desgarradoramente idéntica a las otras que repetí buscándote, rodeándote. Hay solamente un eco irremediable de mi voz como niño, esa que no sabía. Ahora que miedo inútil, qué vergüenza no tener oración para morder, no tener fe para clavar las uñas, no tener nada más que la noche, saber que Dios se muere, se resbala, que Dios retrocede con los brazos cerrados, con los labios cerrados, con la niebla, como un campanario atrozmente en ruinas que desandara siglos de ceniza. Es tarde. Sin embargo yo daría todos los juramentos y las lluvias, las paredes con insultos y mimos, las ventanas de invierno, el mar a veces, por no tener tu corazón en mí, tu corazón inevitable y doloroso en mí que estoy enteramente solo sobreviviéndote.
Ausencia de Dios
Luis de Góngora
Esta que admiras fábrica, esta prima Pompa de la esculptura, oh caminante, En pórfidos rebeldes al diamante, En metales mordidos de la lima, Tierra sella, quen tierra nunca oprima; Si ignoras cuya, el pie enfrena ignorante, Y esa inscripción consulta, que elegante Informa bronces, mármoles anima. Generosa piedad urnas hoy bellas Con majestad vincula, con decoro, A las heroicas ya cenizas santas De los que, a un campo de oro cinco estrellas Dejando azules, con mejores plantas En campo azul, estrellas pisan de oro.
DE LA CAPILLA DE NUESTRA SEÑORA DEL SAGRARIO
Alberto Girri
Brujos enseñaron que los gatos pueden alojar almas humanas. Figura empapada del asfalto o vuelto hacia las nubes, eres el muerto más perfecto que yo he visto. Pero cómo descubrir que la vigilia que te llega, ya indiferente a cualquier invocación, tu realidad verdadera de hijo del demonio, de locatario esbelto de almas, que estableció para tu antepasado africano la voluntad miedosa de los clanes familiares y confirmó la impar justicia de la magia. Pronto vendrán hasta tu cuerpo abandonado ladrones de velas, y robarán las tibias, su recatada médula. Porque es sabido que cuando tales huesos despierten despertarán las almas en ellas internadas, y en un pueblo lejano y caníbal, hombres que trabajan y tienen amores, instantáneamente se convierten en estatuas. Brujos enseñaron que los gatos pueden alojar almas humanas, y arañar, si quieren, el corazón del huésped.
GATO GRIS MUERTO
Mario Benedetti
Ahora que empecé el día volviendo a tu mirada, y me encontraste bien y te encontré más linda. Ahora que por fin está bastante claro dónde estás y dónde estoy. Sé por primera vez que tendré fuerzas para construir contigo una amistad tan piola, que del vecino territorio del amor, ese desesperado, empezarán a mirarnos con envidia, y acabarán organizando excursiones para venir a preguntarnos cómo hicimos.
Lovers go home!
Carlos Bousoño
Yo iba contigo. Tú con tristes ojos parecías la tarde en la mañana. Mi amor, al verte triste, atardecía. Atardecía, pero alboreaba. Pues yo te quise más. Para alegrarte, la luz del mundo celebré más ancha. Y mi alma entonces exhaló el perfume agreste y fresco que madruga y canta. Como el jilguero su garganta oprime en donde suena una experiencia humana, se escuchaban arrullos, liras, voces, atambores, venturas, violas, arpas. Y el mundo era el sonido no vivido que en mi interior vivía y resonaba.
YO IBA CONTIGO
Luciano Castañón
En el bar, la rancia morenez de les gitanos —mendigos de propinas por su toque y por su cante— quedó pasmada al ver los fragilísimos dedos del filiforme Félix mimoseando en la guitarra. Bares son en los que el pescador no pesca: simples radas marginales que enajenan al marino, caldo de cultivo para el ciudadano harto, desfogue del administrativo emancipado, de la hija de papá y del forastero ávido, de protésicos—viajantes—locos—y—mecánicos, de todo aquel, en fin, ansioso de desbordar los límites hirientes de sus callosas manos, su rígida espalda curva —en la cerviz un clavo— o el molde circunstancial de su conciencia ahormada. Entonces las entrañas maduran gritos, canciones que las oes boquiabiertas hacen solidarias en un vuelco incierto de galáxicas miradas. Cuando el silencio cundió —un parto del cansancio— como si fueran los zorros pasos de una araña, Félix capturó la sumisión de los gitanos porque sus dedos sapientísimos no tocaban, sino que dúctilmente acariciaban, besaban, amorosaban —eso— las cuerdas de la guitarra.
Félix con guitarra
Nicolás Guillén
La noche morada sueña sobre el mar; la voz de los pescadores mojada en el mar; sale la luna chorreando del mar. El negro mar. Por entre la noche un son desemboca en la bahía; por entre la noche un son. Los barcos lo ven pasar, por entre la noche un son, encendiendo el agua fría. Por entre la noche un son, por entre la noche un son, por entre la noche un son. . . El negro mar. —Ay, mi mulata de oro fino, ay, mi mulata de oro y plata, con su amapola y su azahar, al pie del mar hambriento y masculino, al pie del mar.
EL NEGRO MAR
Vicente Aleixandre
Se iba quedando callada hasta que la sombra espesa se hizo cuerpo tuyo. ¡Ya te tengo! ¡Ya te tengo! Aquí la sombra del cuarto, piel fina, piel en mis dedos. siente, tiembla. Fina seda que palpita humanamente entre mis dedos de nieve. Mis dedos de hielo rizan tu delicada quietud, totalidad de este cuarto, corporal y muda, extensa sobre la estancia dormida. Para mis ojos azules tu negra forma se entrega, cuajada y pura, inocente, oh soledad de mi cuarto. Pero no quiero mirarte. A oscuras, paredes justas, cámara, entraña, me aprietas; te siento exacta y te amo, cerrazón de vida y muerte, negra posesión del aire, sombra que habito y que siento contra mi piel semejante. Blancas paredes fronteras, densa presencia estrechada, cuerpo que ciego adivino en mis sentidos dorados.
FORMA
Delfina Acosta
¿Y si me amaras? También si me dijeras palabras que no hablan en esta tarde que se va deprisa por una puerta abierta hacia otro día. ¿ Si me quisieras ? O si me permitieras ver tus ojos, más, mucho más de su color de agua, para encontrar en ellos lo que busco: mi corazón, mi propio corazón perdido. Yo me imagino, a veces, convertida sobre tu pecho en medallón de plata. Yo me contemplo, página ya escrita, quemándome en tu cuerpo lentamente, para brotar después, para rehacerme en lágrimas de un rostro maquillado. Si me dijeras, mejor, si no dijeras, y yo supiera igual que tú también...
Piedra en llamas
Ramón López Velarde
Me impongo la costosa penitencia de no mirarte en días y días, porque mis ojos cuando por fin te miren, se aneguen en tu esencia como si naufragasen en un golfo de púrpura, de melodía y de vehemencia. Pasa el lunes, y el martes, y el miércoles... Yo sufro tu eclipse, ¡oh creatura solar!, mas en mi duelo el afán de mirarte se dilata como una profecía; se descorre cual velo paulatino; se acendra como miel; se aquilata como la entraña de las piedras finas; y se aguza como el llavín de la celda de amor de un monasterio en ruinas. Tú no sabes la dicha refinada que hay en huirte, que hay en el furtivo gozo de adorarte furtivamente, de cortejarte más allá de la sombra, de bajarse el embozo una vez por semana, y exponer las pupilas, en un minuto fraudulento, a la mancha de púrpura de tu deslumbramiento. En el bosque de amor, soy cazador furtivo; te acecho entre dormidos y tupidos follajes, como se acecha un ave fúlgida; y de estos viajes por la espesura, traigo a mi aislamiento el más fúlgido de los plumajes: el plumaje de púrpura de tu deslumbramiento.
LA MANCHA DE PÚRPURA
Amado Nervo
Dios mío, yo te ofrezco mi dolor: ¡Es todo lo que puedo ya ofrecerte! Tú me diste un amor, un solo amor, ¡un gran amor! Me lo robó la muerte ...y no me queda más que mi dolor. Acéptalo, Señor: ¡Es todo lo que puedo ya ofrecerte!...
Ofertorio
José Juan Tablada
Neoyorquina noche dorada Fríos muros de cal moruna Rector's champaña foxtrot Casas mudas y fuertes rejas Y volviendo la mirada Sobre las silenciosas tejas El alma petrificada Los gatos blancos de la luna Como la mujer de Loth ¡Y sin embargo es una misma en New York y en Bogotá La Luna...!
NOCTURNO ALTERNO
Paz Díez Taboada
In memoriam Ch. D. T. Olvidaré las olas de la playa lejana y las noches orondas como carpas de circo. Olvidaré el espeso aroma del salitre y el ostentoso yate anclado en la bahía. Me pongo las pantuflas y vigilo ese viento que avanza, bronco y sucio, revolviendo la calle, derrotando las hojas, desatando las nubes, cerrando las ventanas con barrotes de lágrimas... Ya se instalan la ausencia y el silencio. La noche se alarga como un manto que ensaya la caída. La lámpara derrama una lluvia insistente sobre la vieja noria del quehacer cotidiano. Celebraré este otoño, pálido como el miedo, triste como una hoguera que se apaga. Brindaré por las rosas y entonaré bajito una canción de cuna para las horas muertas.
Celebración del otoño atribulado
Julio Flórez Roa
¡La campiña! Sobre el césped del cortijo va la niña tierna, rubia, frágil, blanca; —bajo el brazo la muñeca de cartón rosada y hueca— salta, corre, canta, grita, y sus fúlgidos ojazos copian toda la pureza de la bóveda infinita. Vedla: es ritmo y es donaire; sus desnudos pies se agitan y parece que también tuviesen alas como el aire. Dulcemente el aura toca el capullo de su boca que es esencia y es frescura y es panal, húmedo y tibio, de miel pura. Va contenta, retozona, va de prisa; y en sus labios aletea como un ave sobre el nido, la sonrisa. Primavera en los jardines, bosques, valles y barrancas, echa rosas, rosas, rosas, rosas blancas. Una crencha rubia miente un celaje sobre el campo de su frente; frente casta, perla enorme que en el oro de sus rizos arcangélicos se engasta; frente pura que humedece el sudor, y que parece, bajo el soplo sano y frío de los céfiros, camelia empapada de rocío. Va la niña; tal vez sueña con las hadas, y se cuenta ella misma, el cuentecillo de la pobre Cenicienta. Y sus gritos melodiosos en las ráfagas deslíe, juguetona, parlanchina, mientras salta, corre y ríe. Nace el alba; vibra el orto sus espadas de reflejos, y el espacio se sonrosa, y un gran vaho de perfumes acres, llega de muy lejos. Primavera en los jardines, bosques, valles y barrancas, echa rosas, rosas, rosas, rosas blancas.
PRIMAVERA
Rafael Alberti
¡Qué revuelo! ¡Aire, que al toro torillo le pica el pájaro pillo que no pone el pie en el suelo! ¡Qué revuelo! Ángeles con cascabeles arman la marimorena, plumas nevando en la arena rubí de los redondeles. La Virgen de los caireles baja una palma del cielo. ¡Qué revuelo! —Vengas o no en busca mía, torillo mala persona, dos cirios y una corona tendrás en la enfermería. ¡Qué alegría! ¡Cógeme, torillo fiero! ¡Qué salero! De la gloria a tus pitones, bajé, gorrión de oro, a jugar contigo al toro, no a pedirte explicaciones. ¡A ver si te las compones y vuelves vivo al chiquero! ¡Qué salero! ¡Cógeme, torillo fiero! Alas en las zapatillas, céfiros en las hombreras, canario de las barreras, vuelas con las banderillas. Campanillas te nacen en las chorreras. ¡Qué salero! ¡Cógeme, torillo fiero! Te digo y te lo repito, para no comprometerte, que tenga cuernos la muerte a mí se me importa un pito. Da, toro torillo, un grito y ¡a la gloria en angarillas! ¡Qué salero! ¡Que te arrastran las mulillas! ¡Cógeme, torillo fiero!
EL NIÑO DE LA PALMA
Rubén Darío
¡Desgraciado Almirante! Tu pobre América, tu india virgen y hermosa de sangre cálida, la perla de tus sueños, es una histérica de convulsivos nervios y frente pálida. Un desastroso espirítu posee tu tierra: donde la tribu unida blandió sus mazas, hoy se enciende entre hermanos perpetua guerra, se hieren y destrozan las mismas razas. Al ídolo de piedra reemplaza ahora el ídolo de carne que se entroniza, y cada día alumbra la blanca aurora en los campos fraternos sangre y ceniza. Desdeñando a los reyes nos dimos leyes al son de los cañones y los clarines, y hoy al favor siniestro de negros reyes fraternizan los Judas con los Caínes. Bebiendo la esparcida savia francesa con nuestra boca indígena semiespañola, día a día cantamos la Marsellesa para acabar danzando la Carmañola. Las ambiciones pérfidas no tienen diques, soñadas libertades yacen deshechas. ¡Eso no hicieron nunca nuestros caciques, a quienes las montañas daban las flechas! . Ellos eran soberbios, leales y francos, ceñidas las cabezas de raras plumas; ¡ojalá hubieran sido los hombres blancos como los Atahualpas y Moctezumas! Cuando en vientres de América cayó semilla de la raza de hierro que fue de España, mezcló su fuerza heroica la gran Castilla con la fuerza del indio de la montaña. ¡Pluguiera a Dios las aguas antes intactas no reflejaran nunca las blancas velas; ni vieran las estrellas estupefactas arribar a la orilla tus carabelas! Libre como las águilas, vieran los montes pasar los aborígenes por los boscajes, persiguiendo los pumas y los bisontes con el dardo certero de sus carcajes. Que más valiera el jefe rudo y bizarro que el soldado que en fango sus glorias finca, que ha hecho gemir al zipa bajo su carro o temblar las heladas momias del Inca. La cruz que nos llevaste padece mengua; y tras encanalladas revoluciones, la canalla escritora mancha la lengua que escribieron Cervantes y Calderones. Cristo va por las calles flaco y enclenque, Barrabás tiene esclavos y charreteras, y en las tierras de Chibcha, Cuzco y Palenque han visto engalonadas a las panteras. Duelos, espantos, guerras, fiebre constante en nuestra senda ha puesto la suerte triste: ¡Cristóforo Colombo, pobre Almirante, ruega a Dios por el mundo que descubriste!
A Colón
Vicente Gerbasi
En el valle que rodean montañas de la infancia encontramos escritos en la piedra, serpientes cinceladas, astros, en un verano de negras termiteras. En el silencio del tiempo vuelan los gavilanes, cantan cigarras de tristeza como en una apartada tarde de domingo. Con el verano se desnudan los árboles, se seca la tierra con sus calabazas. Pero volverán las lluvias y de nuevo nacerán las hojas y los pequeños grillos de las praderas bajo el soplo de una misteriosa nostalgia del mundo. Y así para siempre en torno a estos escritos en la piedra, que recuerdan una raza antigua y tal vez hablan de Dios.
ESCRITOS EN LA PIEDRA
Luis Cañizal de la Fuente
Los campos de la patria son una lección retórica de austria-hungría a caballo, una baladronada de schumann cabalgando en un leño, una sabihondez del abate liszt, unos ojos exoftálmicos pidiendo limosna al cielo: la consapevolezza del mulo que sueña con nubarrones desde la tibieza de su cuadra mientras pasta ante la pesebrera. Los campos de la patria son tener cauce y no tener río al que asomarse cuando se es árbol de la orilla. ...Como cae del cielo la luz en lamparazos misericordiosos medidos a zancadas por los postes y sus cables métricos. Lamparazos de luz: explosiones radiosas a lo lejos que no acierta la vista a distinguir si es aguacero jubiloso y repentino (como en el porvenir de nuestras vidas) o al cauce abandonado cumplirle la promesa de que volverá un día a transitar henchido, con pinos en cantiles por orillas. Los campos de la patria son nube rampante en cielo de tormenta, cañonazo estrellado en el costado mártir del mapa en carnes vivas sin nombres con los que arroparse. Los campos de la patria son lo que resta de un muro tembloroso de castillo (como corazón de sandía enarbolado) en el aire de tormenta. Los campos de la patria son un piano desmelenado cuando empieza a llover a latigazos igual que exclamaciones desatando el olor a pasto fresco en todas las conciencias.
QUE AL SON DE NUNO JÚDICE
Gustavo Adolfo Bécquer
PRIMERA VOZ Las ondas tienen vaga armonía, las violetas suave olor, brumas de plata la noche fría, luz y oro el día; yo algo mejor; ¡yo tengo Amor! SEGUNDA VOZ Aura de aplausos, nube radiosa, ola de envidia que besa el pie, isla de sueños donde reposa el alma ansiosa, dulce embriaguez: ¡la Gloria es! TERCERA VOZ Ascua encendida es el tesoro, sombra que huye la vanidad. Todo es mentira: la gloria, el oro; lo que yo adoro sólo es verdad: ¡la Libertad! Así los barqueros pasaban cantando la eterna canción y, al golpe del remo, saltaba la espuma y heríala el sol. ?¿Te embarcas?, gritaban; y yo sonriendo les dije al pasar: ?Yo ya me he embarcado; por señas que aún tengo la ropa en la playa tendida a secar.
Rima LXXII
Juan Ramón Jiménez
Tú, lo grande, anda, descansa en honor de lo pequeño; que su mundo está en su hora y tu hora es el universo.
LA VEZ
Omar García Ramírez
Yo iba orinando contra los tótems místicos que abundan en el cosmos. Huyendo de un pastor de lobos que anhelaba con frenesí mi piel de león en la pradera de la galaxia. Escondiéndome en el hedor de las cantinas religiosas en donde el vino era santificado y todos los feligreses tenían los ojos rojos de la felicidad como tus ojos rojos de luna enferma y tenían tu almizcle de zorra bajo las ojeras de la media noche. Yo venía saltando de mata en mata detectando obstáculos como un murciélago drogado bañándome en pozos de ácido lisérgico y arena selenita y ayunando en las condiciones objetivas de cada día estelar... Con mis barbas luminosas y mis virtuales libros, con mi locura a cuestas yo c a í a. Entonces en el último peldaño de la escala tierra te vislumbré, no sé si te soñé pariendo un ovo-vimana en el desierto, sobre un ramo de girasoles ingrávidos y te vi depositarlos en mi tumba, anterior a otras tumbas, y tus ojos de ámbar egipcio, transparente vino tinto sobre mis ojos de cronista caldeo en retirada. Me uní a tu sueño... Caminábamos en caravana hacia la tierra del fértil creciente, tus cabellos claros como ríos contra la sed y la arena, mantenían a raya el desaliento y alegraron los anocheceres de aquellas heladas lunas. Te descubría junto a la hoguera o cuando cantabas con las otras mujeres al ritmo de cuernos de caza y tambores de corteza, / dulces melodías de esperanza. Varias veces me crucé contigo en el camino, pude sentirme humano cuando tus ojos me miraron. Tus ojos claro lapislázuli, estrella de agua fresca, y comprendí a los que cayeron primero y se mezclaron, y esa extraña palabra, ese vocablo mágico...El amor. una noche nuestras manos se encontraron en un cántaro de agua nuestras miradas contemplaron un ígneo cometa, tu palidez alba desnuda alegró mi despertar en el desierto. Aquella marcha nunca llegaría a su destino y tú desapareciste el día que murió Ramses I tras las dunas de un sol que calcinaba a su pueblo predilecto. Entonces fui convocado por los ángeles rebeldes que luchaban contra el demiurgo en su propio universo ilusorio. Regresé luego durante la primera empresa buscando el secreto de la bomba luminosa y escapaba de unos hombres que querían degollar a otros hombres. Llevaba una cruz como mi padre; no era una cruz para la muerte era una cruz para la vida. Anuncié buenas nuevas para la gente nueva en las plazas de mercado, en los garitos suburbanos, en los puertos de Buenaventura y en los negocios de especias en Maicao. En el cerro de Montserrat y en las cuevas de Sacromonte; Traía en las manos las iniciales de tu nombre y una cadena de oro con las pupilas carcomidas de tu dios. Caminaba con mis sandalias de cuero de buey y parecía un buey de tanto arar tu espera sobre los caminos enlodados de la tierra. Conocí a Pedro y a José y una hermosa hetaira llamada Magdalena; por aquellos días estaban de moda las catapultas y yo con mi rayo láser escondido bajo el sobaco. Las cosas perdieron interés cuando crucificaron a un profeta que había renunciado al reino de este mundo. Pasaron quince siglos... y volví a encontrarte cerca de un castillo, borracha de doce lunas, vestida de seda blanca y un lirio azul silenciando tu boca... Poco después, nos refocilamos sobre una cama olorosa a limón y mermelada y estallaba de la risa cuando tú te comías mis libros sagrados y los pulverizabas para hacer pastelillos del Nilo, mientras nos dábamos a los secretos primordiales de la física del amor. Juramos no repetir la historia y pasábamos las horas del crepúsculo caminando por las playas normandas comiendo langostinos en salsa y bebiendo vinos delicados que aderezaban los perfumes de nuestras pieles castañas. Pero... Las estructuras de los castillos se sacudieron, las ventanas se cayeron de sus marcos llegó la muerte acompañada de peste, de tormenta y de diluvio. Te perdí a ti y a dos de mis mascotas preferidas y me obligaron regresar hasta que bajaran las aguas de aquella furiosa marea atlántica. Después del tiempo aquel regresé con la misma edad 33 años, para ser santificado por tu amor y tu amor era un montón de piedra muerta. Una laguna que agonizaba... Tu ciclo había terminado. Entonces me dediqué a recordarte para el bien de mis estrellas, en el puerto bengalí de Ali Banglass, comiendo pescado frutas y algas frescas que traían los pescadores chinos, jugando a las cartas con los estibadores, encantando serpientes venenosas, sacándole los ojos a los mercaderes sefarditas, acostándome con las mujeres de los fariseos, y conocí a Omar Kayam y a su secta de fumadores de amapola. Me hice poner un diente de oro y arrojé al mar mi arete de silicio y ellos perdieron la pista y me olvidaron. Veraneé en las playas de Haití, me amotine en las plazas de Belgrado, conocí los secretos del hachís con Rimbaud en Montparnasse. Participé en la marcha de la sal con Gandhi y en la gran marcha con Mao. Me convertí en un vago intemporal, un voyeur cósmico que observa con ironía como estos destruyen hoy murallas las mismas que ayer construyeron fervorosos. Me di cuenta un poco tarde que no valía la pena llevar flores a los muertos que danzan eternos sobre el jardín de las delicias.
De los regresos al jardín de las delicias
Lope de Vega
Pasos de mi primera edad que fuistes por el camino fácil de la muerte, hasta llegarme al tránsito más fuerte que por la senda de mi error pudistes; ¿qué basilisco entre las flores vistes que de su engaño a la razón advierte? Volved atrás, porque el temor concierte las breves horas de mis años tristes. ¡Oh pasos esparcidos vanamente! ¿qué furia os incitó, que habéis seguido la senda vil de la ignorante gente? Mas ya que es hecho, que volváis os pido, que quien de lo perdido se arrepiente aun no puede decir que lo ha perdido.
Pasos de mi primera edad
Fray Luis de León
¿Qué vale cuanto vee, do nace y do se pone, el sol luciente, lo que el Indio posee, lo que da el claro Oriente con todo lo que afana la vil gente? El uno, mientras cura dejar rico descanso a su heredero, vive en pobreza dura y perdona al dinero y contra sí se muestra crudo y fiero; el otro, que sediento anhela al señorío, sirve ciego y, por subir su asiento, abájase a vil ruego y de la libertad va haciendo entrego. Quien de dos claros ojos y de un cabello de oro se enamora, compra con mil enojos una menguada hora, un gozo breve que sin fin se llora. Dichoso el que se mide, Felipe, y de la vida el gozo bueno a sí solo lo pide, y mira como ajeno aquello que no está dentro en su seno. Si resplandece el día, si Éolo su reino turba, ensaña, el rostro no varía y, si la alta montaña encima le viniere, no le daña. Bien como la ñudosa carrasca, en alto risco desmochada con hacha poderosa, del ser despedazada del hierro torna rica y esforzada; querrás hundille y crece mayor que de primero y, si porfía la lucha, más florece y firme al suelo invía al que por vencedor ya se tenía. Esento a todo cuanto presume la fortuna, sosegado está y libre de espanto ante el tirano airado, de hierro, de crueza y fuego armado; «El fuego —dice— enciende; aguza el hierro crudo, rompe y llega y, si me hallares, prende y da a tu hambre ciega su cebo deseado, y la sosiega; ¿qué estás? ¿no ves el pecho desnudo, flaco, abierto? ¿Oh, no te cabe en puño tan estrecho el corazón, que sabe cerrar cielos y tierra con su llave?; ahonda más adentro; desvuelva las entrañas el insano puñal; penetra al centro; mas es trabajo vano, jamás me alcanzará tu corta mano. Rompiste mi cadena, ardiendo por prenderme: al gran consuelo subido he por tu pena; ya suelto encumbro el vuelo, traspaso sobre el aire, huello el cielo.»
ODA XII - A FELIPE RUIZ
David Escobar Galindo
Entre el aura obsesiva del incienso, un rumor de cabezas oscilantes. ¿Qué silencioso aceite voluntario me ha traído hasta el templo taoísta? Gota a gota ese aceite me consagra para otra devoción, de nuevo anónima.
Entre el aura obsesiva del incienso
Rubén Darío
Cuenta Barbey, en versos que valen bien su prosa, una hazaña del Cid, fresca como una rosa, pura como una perla. No se oyen en la hazaña resonar en el viento las trompetas de España, ni el azorado moro las tiendas abandona al ver al sol el alma de acero de Tizona. Babieca descansando del huracán guerrero, tranquilo pace, mientras el bravo caballero sale a gozar del aire de la estación florida. Ríe la Primavera, y el vuelo de la vida abre lirios y sueños en el jardín del mundo. Rodrigo de Vivar pasa, meditabundo, por una senda en donde, bajo el sol glorioso, tendiéndole la mano, le detiene un leproso. Frente a frente, el soberbio príncipe del estrago y la victoria, joven, bello como Santiago, y el horror animado, la viviente carroña que infecta los suburbios de hedor y de ponzoña. Y al Cid tiende la mano el siniestro mendigo, y su escarcela busca y no encuentra Rodrigo. ?¡Oh, Cid, una limosna! ?dice el pobrecito. ?Hermano, ¡te ofrezco la desnuda limosna de mi mano! ?dice el Cid; y, quitando su férreo guante, extiende la diestra al miserable, que llora y que comprende. Tal es el sucedido que el Condestable escancia como un vino precioso en su copa de Francia. Yo agregaré este sorbo de licor castellano: * Cuando su guantelete hubo vuelto a la mano, el Cid siguió su rumbo por la primaveral senda. Un pájaro daba su nota de cristal en un árbol. El cielo profundo desleía un perfume de gracia en la gloria del día. Las ermitas lanzaban en el aire sonoro su melodiosa lluvia de tórtolas de oro; el alma de las flores iba por los caminos a unirse a la piadosa voz de los peregrinos y el gran Rodrigo Díaz de Vivar, satisfecho, iba cual si llevase una estrella en el pecho. Cuando de la campiña, aromada de esencia sutil, salió una niña vestida de inocencia, una niña que fuera una mujer, de franca y angélica pupila, y muy dulce y muy blanca. Una niña que fuera un hada, o que surgiera encarnación de la divina Primavera. Y fue al Cid y le dijo: «Alma de amor y fuego, por Jimena y por Dios un regalo te entrego, esta rosa naciente y este fresco laurel». Y el Cid, sobre su yelmo las frescas hojas siente, en su guante de hierro hay una flor naciente, y en lo íntimo del alma como un dulzor de miel.
Cosas del Cid
Gonzalo Rojas
A Julio Fermoso. Cumplo con informar a usted que últimamente todo es herida: la muchacha es herida, el olor a su hermosura es herida, las grandes aves negras, la inmediatez de lo real y lo irreal tramados en el fulgor de un mismo espejo gemidor es herida, el siete, el tres, todo, cualquiera de estos números de la danza es herida, la barca del encantamiento con Maimónides al timón es herida, aquel diciembre 20 que me cortaron de mi madre es herida, el sol es herida, Nuestro Señor sentado ahí entre los mendigos con esa túnica irreconocible por el cauterio del psicoanálisis es herida, el Quijote a secas es herida, el ventarrón abierto del Golfo contra la roca alta es herida, serpiente horadante del Principio, mar y más mar de un lado a otro, Kierkegaard y más Kierkegaard, taladro y por añadidura herida; la preñez en cuanto preñez en la preciosidad de su copa es herida, el ocio del viejo río intacto donde duermen inmóviles los mismos peces velocísimos es herida, la Poesía grabada a fuego en los microsurcos de mi cerebro de niño es herida, el hueco de 1.67 justo en metros de rey es herida, el éxtasis de estar aquí hablando solo en lo bellísimo de este pensamiento de nieve es herida, la evaporación de la fecha de mármol con el padre adentro bajo los claveles es herida, el carrusel pintarrajeado que fluye y fluye como otro río de polvo y otras máscaras que vi en Pekín colgando en la vieja calle de Cha Ta–lá cuya identidad comercial de 2.500 años de droga y ataúdes rientes no se discute, es herida; la cama en fin que allí compré, con dos espejos para navegar, es herida, la perversión de la palabra nadie que sopla desde las galaxias es herida, el Mundo antes y después de los Urales es herida, la hilera de líneas sin ocurrencia de esta visión sin resurrección es herida. Cumplo entonces con informar a usted que últimamente todo es herida.
DESOCUPADO LECTOR
Antonio Machado
Yo, para todo viaje ?siempre sobre la madera de mi vagón de tercera?, voy ligero de equipaje. Si es de noche, porque no acostumbro a dormir yo, y de día, por mirar los arbolitos pasar, yo nunca duermo en el tren, y, sin embargo, voy bien. ¡Este placer de alejarse! Londres, Madrid, Ponferrada, tan lindos... para marcharse. Lo molesto es la llegada. Luego, el tren, al caminar, siempre nos hace soñar; y casi, casi olvidamos el jamelgo que montamos. ¡Oh, el pollino que sabe bien el camino! ¿Dónde estamos? ¿Dónde todos nos bajamos? ¡Frente a mí va una monjita tan bonita! Tiene esa expresión serena que a la pena da una esperanza infinita. Y yo pienso: Tú eres buena; porque diste tus amores a Jesús; porque no quieres ser madre de pecadores. Mas tú eres maternal, bendita entre las mujeres, madrecita virginal. Algo en tu rostro es divino bajo tus cofias de lino. Tus mejillas ?esas rosas amarillas? fueron rosadas, y, luego, ardió en tus entrañas fuego; y hoy, esposa de la Cruz, ya eres luz, y sólo luz... ¡Todas las mujeres bellas fueran, como tú, doncellas en un convento a encerrarse!... ¡Y la niña que yo quiero, ay, preferirá casarse con un mocito barbero! El tren camina y camina, y la máquina resuella, y tose con tos ferina. ¡Vamos en una centella!
El tren
Juan Ramón Jiménez
Malvarrosa, malvaseda. ¡Salud de la primavera! Rosas agrias, sedas férreas. ¡O mujer con asperezas! Recojida gracia entera. ¡Malvarrosa, malvaseda! Casta sangre de la tierra. ¡Virtud de la primavera!
MALVAS
José Martí
En la cuna sin par nació la airosa Niña de honda mirada y paso leve, Que el padre le tejió de milagrosa Música azul y clavellín de nieve. Del sol voraz y de la cumbre andina, Con mirra nueva el séquito de bardos Vino a regar sobre la cuna fina Olor de myosotis y luz de nardos. A las pálidas alas del arpegio, Preso del cinto a la trenzada cuna, Colgó liana sutil el bardo regio De ópalo tenue y claridad de luna. A las trémulas manos de la ansiosa Madre feliz, para el collar primero Virtió el bardo creador la pudorosa Perla y el iris de su ideal joyero. De su menudo y fúlgido palacio Surgió la niña mística, cual sube, Blanca y azul, por el solemne espacio, Lleno el seno de lágrimas, la nube. Verdes los ojos son de la hechicera Niña, y en ellos tiembla la mirada Cual onda virgen de la mar viajera Presa al pasar en concha nacarada. Fina y severa como el arte grave, Alísea planta en la existencia apoya, Y el canto tiene y la inquietud del ave, Y su mano es el hueco de una joya. Niña: si el mundo infiel al bardo airoso Las magias roba con que orló tu cuna, Tú le ornarás de nuevo el milagroso Verso de ópalo tenue y luz de luna.
Para Cecilia Gutiérrez Nájera y Maillefert
Rubén Darío
Ha pasado la siesta y la hora del Poniente se avecina, y hay ya frescor en esta costa que el sol del Trópico calcina. Hay un suave alentar de aura marina y el Occidente finge una floresta que una llama de púrpura ilumina. Sobre la arena dejan los cangrejos la ilegible escritura de sus huellas. Conchas color de rosa y de reflejos áureos, caracolillos y fragmentos de estrellas de mar forman alfombra sonante al paso en la armoniosa orilla. Y cuando Venus brilla, dulce, imperial amor de la divina tarde, creo que en la onda suena o son de lira, o canto de sirena. Y en mi alma otro lucero, como el de Venus, arde.
Vesperal
Lope de Vega
Yo pagaré con lágrimas la risa que tuve en la verdura de mis años, pues con tan declarados desengaños el tiempo, Elisio, de mi error me avisa. «Hasta la muerte» en la corteza lisa de un olmo, a quien dio el Tajo eternos baños, escribí un tiempo, amando los engaños que mi temor con pies de nieve pisa. Mas, ¿qué fuera de mí, si me pidiera esta cédula Dios, y la cobrara, y el olmo entonces el testigo fuera? Pero yo con el llanto de mi cara haré crecer el Tajo de manera que sólo quede mi vergüenza clara.
Yo pagaré con lágrimas la risa
Luis Benítez
Un amor absoluto, para el que no existe primero ni último, golpea sobre el mundo: en el más humilde y en el más soberbio canta la canción del hombre. Bajo las máscaras vacías e intermedias un amor absoluto, para el que no existe primero ni último, resuena escondido, más allá de los gritos y la apretada melodía de la desesperación. Aún más allá. Es el eje íntimo y viviente el que canta, el que musita las palabras como un talismán sonoro, una pedrada en la frente de los desmoronados mundos. Un amor absoluto, para el que no existe primero ni último, anima estos silencios, estas ficciones que tan sólo intento por quitarle a la muerte su soberbia.
Por quitarle a la muerte su soberbia
Paz Díez Taboada
Es en el alto invierno..., cuando el frío se ensaña, cuando oigo por la radio “¡Ojo a la carretera!, ha nevado en Segovia, se han cerrado San Glorio, El Escudo, El Madero..., por supuesto, En Valira...”. En la televisión, postales invernales: carretera de Burgos a Vitoria, nevada; en Teruel y Albacete, el frío de costumbre, pero nevó en Altea..., ¡son palabras mayores! Es en el alto invierno cuando cojo la pluma y emborrono las páginas de los viejos cuadernos. Cuando duermen las rosas, hago yo mi rotundo ensayo general para la muerte.
Cuando el frío...
Mario Benedetti
Ya lo sabemos es difícil decir que no decir no quiero ver que el dinero forma un cerco alrededor de tu esperanza sentir que otros los peores entran a saco por tu sueño ya lo sabemos es difícil decir que no decir no quiero no obstante cómo desalienta verte bajar tu esperanza saberte lejos de ti mismo oírte primero despacito decir que sí decir sí quiero comunicarlo luego al mundo con un orgullo enajenado y ver que un día pobre diablo ya para siempre pordiosero poquito a poco abres la mano y nunca más puedes cerrarla.
Decir que no
David Escobar Galindo
Despierto a medianoche. Es un alarde de lucidez frugal. Todo respira a nuestro alrededor, como si fuéramos los poderdantes de la gracia cósmica. Vuelvo a dormirme, entonces. De seguro en ese lapso se ha acabado el tiempo.
Despierto a medianoche
Juan de Mena
VII Pues dame liçençia, mudable Fortuna, por tal que blasme de ti como devo. Lo que a los sabios non deve ser nuevo inoto a persona podrá ser alguna; e pues que tu fecho así contrapuna, fas a tus casos como se concorden, ca todas las cosas regidas por orden son amigables de forma más una.
DISPUTA CON LA FORTUNA
Manuel María Flores
—La tierra en donde vi la luz primera es vecina del golfo en que suspende el Po, ya fatigado, su carrera. Amor, que sin sentir el alma prende, a éste prendó del don, que arrebatado me fue de modo que aun aquí me ofende. Amor, que obliga a amar al que es amado, juntónos a los dos con red tan fuerte que para siempre ya nos ha ligado. Amor hiriónos con terrible suerte; y está Caín de entonces esperando aquí al perverso que nos dio la muerte. Palabras tan dolientes escuchando, incliné sobre el pecho la cabeza, «¿en qué —dijo el Poeta— estás pensando?» Y respondí, movido de tristeza —«¡Ay de mí! ¡Cuánto bello pensamiento, cuánto sueño de amor y de terneza »los condujeron al fatal momento!». Y vuelto a ellos «¡oh, Francesca! —dije—, al corazón me llega tu lamento; »y de tal modo tu dolor me aflige, que las lágrimas bañan mi semblante. Pero tu triste voz a mí dirige, »y dime de qué modo, en cuál instante, cuando tan dulcemente suspirabais, y en el fondo del alma, vacilante, »tímido aún vuestro deseo guardabais. ¿Dime de qué manera inesperada os reveló el Amor que os adorabais?» Ella me respondió: «¡Desventurada! ¡No hay pena más aguda, más impía, que recordar la dicha ya pasada »en medio de la bárbara agonía de un presente dolor!... Y esa tortura la conoce muy bien el que te guía. »Mas ya que tu piedad saber procura el cómo aquel amor rasgó su velo, llorando te diré mi desventura». Leíamos con quietud y grato anhelo de Lancelote el libro cierto día, solos los dos y sin ningún recelo. Leíamos... y en tanto sucedía que dulces las miradas se encontraban y el color del rostro se perdía. Un solo punto nos venció. Pintaban cómo de la ventura en el exceso, en los labios amados apagaban los labios del amante, con un beso, la dulce risa que a gozar provoca. Y entonces éste, que a mi lado preso para siempre estará, con ansia loca hizo en su frenesí lo que leía... temblando de pasión besó mi boca... y no leímos más en aquel día.
FRANCESCA
Mario Benedetti
Nadie sabe en qué noche de octubre solitario, de fatigados duendes que ya no ocurren, puede inmolarse la perdida infancia junto a recuerdos que se están haciendo. Qué sorpresa sufrirse una vez desolado, escuchar cómo tiembla el coraje en las sienes, en el pecho, en los muslos impacientes sentir cómo los labios se desprenden de verbos maravillosos y descuidados, de cifras defendidas en el aire muerto, y cómo otras palabras, nuevas, endurecidas y desde ya cansadas se conjuran para impedirnos el único fantasma de veras. Cómo encontrar un sitio con los primeros ojos, un sitio donde asir la larga soledad con los primeros ojos, sin gastar las primeras miradas, y si quedan maltrechas de significados, de cáscara de ideales, de puresas inmundas, cómo encontrar un río con los primeros pasos, un río -para lavarlos- que las lleve.
Las primeras miradas
Dulce María Loynaz
Tegernaria doméstica (Araña común) La Araña gris de tiempo y de distancia tiende su red al mar quieto del aire, pescadora de moscas y tristezas cotidianas... Sabe que el amor tiene un solo precio que se paga pronto o tarde: la Muerte. Y Amor y Muerte con sus hilos ata...
LECCIÓN PRIMERA
Mario Benedetti
Te propongo construir un nuevo canal sin esclusas ni excusas que comunique por fin tu mirada atlántica con mi natural pacífico.
Nuevo canal interoceánico
Manuel Altolaguirre
Dicen que soy un ángel y, peldaño a peldaño, para alcanzar la luz tengo que usar las piernas. Cansado de subir, a veces ruedo (tal vez serán los pliegues de mi túnica), pero un ángel rodando no es un ángel si no tiene el honor de llegar al abismo. Y lo que yo encontré en mi mayor caída era blando, brillante; recuerdo su perfume, su malsano deleite. Desperté y ahora quiero encontrar la escalera, para subir sin alas poco a poco a mi muerte.
PARA ALCANZAR LA LUZ
Ismael Enrique Arciniegas
En la vieja Colonia, en el oscuro rincón de una taberna, tres estudiantes de Alemania un día bebíamos cerveza. Cerca, el Rhin murmuraba entre la bruma, evocando leyendas, y sobre el muerto campo y en las almas flotaba la tristeza. Hablamos de amor, y Franck, el triste, el soñador poeta, de versos enfermizos, cual las hadas de sus vagos poemas: «Yo brindo —dijo— por la amada mía, la que vive en las nieblas, en los viejos castillos y en las sombras de las mudas iglesias; »Por mi pálida Musa de ojos castos y rubia cabellera, que cuando entro de noche en mi buhardilla en la frente me besa». Y Karl, el de las rimas aceradas, el de la lira enérgica, cantor del Sol, de los azules cielos y de las hondas selvas, el poeta del pueblo, el que ha narrado las campestres faenas, el de los versos que en las almas vibran cual músicas guerreras: «Yo brindo —dijo— por la Musa mía, la hermosa lorenesa, de ojos ardientes, de encendidos labios y riza cabellera; »por la mujer de besos ardorosos que espera ya mi vuelta en los verdes viñedos donde arrastra sus aguas el Mosela». «¡Brinda tú!»—me dijeron—. Yo callaba de codos en la mesa, y ocultando una lágrima, alcé el vaso y dije con voz trémula: «¡Brindo por el amor que nunca acaba!» y apuré la cerveza; y entre cantos y gritos exclamamos: «¡Por la pasión eterna!». Y seguimos risueños, charladores, en nuestra alegre fiesta... Y allí mi corazón se me moría, se moría de frío y de tristeza.
EN COLONIA