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Pablo Neruda
Cien sonetos de amor La edad nos cubre como la llovizna, interminable y árido es el tiempo, una pluma de sal toca tu rostro, una gotera carcomió mi traje: el tiempo no distingue entre mis manos o un vuelo de naranjas en las tuyas: pica con nieve y azadón la vida: la vida tuya que es la vida mía. La vida mía que te di se llena de años, como el volumen de un racimo. Regresarán las uvas a la tierra. Y aún allá abajo el tiempo sigue siendo, esperando, lloviendo sobre el polvo, ávido de borrar hasta la ausencia.
Cien sonetos de amor
Luis de Góngora
Cura que en la vecindad Vive con desenvoltura, ¿Para qué le llaman cura, Si es la misma enfermedad? El Cura que seglar fue, Y tan seglar se quedó, Y aunque órdenes recibió Hoy tan sin orden se ve, Pues de sus vecinas sé Que perdió la continencia, No le llamen Reverencia, Que se hace Paternidad. Cura que en la vecindad Vive con desenvoltura, ¿Para qué le llaman cura, Si es la misma enfermedad? Si una y otra es su comadre De cuantas vecinas vemos, De hoy más su nombre mudemos De Cura en el de Compadre: Y si le llamare Padre Algún rapaz tiernamente, La voz de aquel inocente Misterio encierra y verdad. Cura que en la vecindad Vive con desenvoltura, ¿Para qué le llaman cura, Si es la misma enfermedad? Cura que a su barrio entero Trata de escandalizallo, Ya no es Cura, sino gallo De todo aquel gallinero; Que enfermó por su dinero A las más que toca el preste Ya no es cura, sino peste Por tan mala cualidad. Cura que en la vecindad Vive con desenvoltura, ¿Para qué le llaman cura, Si es la misma enfermedad?
Cura que en la vecindad
Delfina Acosta
Después de mucho saludar al viento, al jaspe de las piedras, al murmullo de la colmena verde de los mares, a la hermosura ajena en su conjunto, dijiste basta, quiero estar muy triste, en esta tarde al menos, un minuto, pues se murió en la acera un pobre hombre; él no cabía en un lugar del mundo. No tuvo más familia que su perro, que lo miraba, desde el hambre, mudo, mas atreviéndose a mover la cola cuando cocía un huevo con el humo. No ha sido nadie, como él fue, tan pobre, y sin embargo, reverente y puro, le dio conversación a los gorriones y a las palomas de cantar nocturno. “Un hombre pobre se merece un verso”, Neruda dijo al cielo y se dispuso después de honrar su historia tan anónima con el silencio largo de un minuto, ponerle un nombre: Juan; juntar rocío y en él mojar su pluma y su discurso. El hambre encarcelada de aquel hombre se liberó en su muerte y sólo él supo.
Después de mucho saludar...
José Antonio Labordeta
Silenciosa la anciana reza en tu cementerio. Corre la niña. El cielo está pendiente de la roca. Aire sobre la muralla, detenido, como un lamento, como una larga frase derrumbada. Guadalaviar torcido, ausente, lames, ceremonioso, la roca que desciende. Albarracín, quilla de piedra, rojo penacho de cuestas y de arcadas, sobre ti duerme el tiempo, sólo pervive el agua.
Todos los santos en Albarracín
Bertolt Brecht
¡Escríbeme qué llevas puesto! ¿Es cálido? ¡Escríbeme en qué duermes! ¿Es también blando? ¡Escríbeme qué aspecto tienes! ¿Sigue siendo el mismo? ¡Escríbeme qué echas de menos! ¿Mi brazo? ¡Escríbeme cómo te va! ¿Te respetan? ¡Escríbeme qué andan haciendo! ¿Tienes bastante valor? ¡Escríbeme qué haces tú! ¿Sigue siendo bueno? ¡Escríbeme en qué piensas! ¿En mí? ¡La verdad es que sólo tengo preguntas para ti! ¡Y espero con ansiedad la respuesta! Cuando tú estás cansada, nada puedo llevarte. Si pasas hambre, no puedo darte de comer. Así que estoy como fuera del mundo, perdido, como si te hubiese olvidado
Preguntas
Pablo Neruda
ATRAVIESO el otoño siberiano: cada abedul un candelabro de oro. De pronto un árbol negro, un árbol rojo, muestra una herida o una llamarada. La estepa, el rostro de áspera inmensidad, anchura verde, planeta cereal, terrestre océano. Pasé de noche Novosibirsk, fundada por la nueva energía. En la extensión sus luces trabajaban en medio de la noche, el hombre nuevo haciendo nueva la naturaleza. Y tú, gran rio Yenisey, me dijiste con ancha voz al pasar, tu palabra: "Ahora no corren en vano mis aguas. Soy sangre de la vida que despierta". La pequeña estación en que la lluvia deja un recuerdo de agua en los rincones y arriba las antiguas, dulces casas de madera, fragmentos de los bosques, tienen huéspedes nuevos, una hilera de hierro: son los nuevos tractores que ayer llegaron, rígidos, uniformes soldados de la tierra, armas del pan, ejército de la paz y la vida. Trigos, maderas, frutos de Siberia, bienvenidos en la casa del hombre: nadie os daba derecho a nacer, nadie podía saber que existíais, hasta que se rompió la nieve y entre las alas blancas del deshielo entró el hombre soviético a extender las semillas. Oh tierras siberianas, a la luz amarilla del más extenso otoño de la tierra, alegres son las hojas de oro, toda la luz os cubre con su copa volcada! El tren transiberiano va devorando el planeta. Cada día una hora desaparece ante nosotros, cae detrás del tren, se hace semilla. Junto a los Urales dejamos el buen frío del otoño y antes de Krasnoyarsk, antes de un dia, la primavera invisible vistió de nuevo su tibio traje azul. En la cabina siguiente viaja el joven geólogo con su mujer y un niño pequeñito. La isla de Sajalin les espera con sus cuarenta grados de frío y soledad, pero también esperan los metales que han dado cita a los descubridores. Adelante, niño soviético! Cómo venceremos la soledad, cómo venceremos el frío, cómo ganaremos la paz, si tú no vas por el transiberiano a fecundar las islas? El tren va repartiendo hasta Vladivostok, y aun entre los archipiélagos de color de acero, a los muchachos que cambiarán la vida, que cambiarán frío y soledad y viento en flores y metales. Adelante, muchachos que en este tren transiberiano, a lo largo de siete días de marcha soñáis sueños precisos de hierro y de cosechas. Adelante, tren siberiano, tu voluntad tranquila casi da vuelta al globo! Extensión, ancha tierra, recorriéndote, resbalando en el tren días y días, amé tus latitudes esteparias, tus cultivos, tus pueblos, tus usinas, tus hombres reduciéndote a substancia y tu otoño infinito que me cubría de oro mientras el tren vencía la luz y la distancia! Desde ahora te llevaré en mis ojos, Siberia, madre amarilla, inabarcable primavera futura!
Transiberiano
Pedro Salinas
No, no me basta, no. Ni ese azul en delirio celeste sobre mí, cúspide de lo azul. Ni esa reiteración cantante de la ola, espumas afirmando, síes, síes sin fin. Ni tantos irisados primeros de las nubes —ópalo, blanco y rosa—, tan cansadas de cielo que duermen en las conchas. No, no me bastan, no. Colmo, tensión extrema, suma de la belleza el mundo, ya no más. Y yo más. Más azul que el azul alto. Más afirmar amor, querer, que el sí y el sí y el sí. La tarde, ya en el límite de dar, de ser, agota sus reservas: gozos, colores, triunfos; me descubre los fondos de mares y de glorias, se estira, vibra, tiembla, no puede más. Lo sé, se va a romper si yo le grito esto que ya le estoy gritando irremisiblemente a golpes: «Tú, ya no más; yo, más.»
AFÁN
Mario Benedetti
Cada vez que un dueño de la tierra proclama para quitarme este patrimonio tendrán que pasar sobre mi cadáver debería tener en cuenta que a veces pasan.
Cálculo de probabilidades
Gabriela Mistral
Madre, madre, tú me besas, pero yo te beso más, y el enjambre de mis besos no te deja ni mirar... Si la abeja se entra al lirio, no se siente su aletear. Cuando escondes a tu hijito ni se le oye respirar... Yo te miro, yo te miro sin cansarme de mirar, y qué lindo niño veo a tus ojos asomar... El estanque copia todo lo que tú mirando estás; pero tú en las niñas tienes a tu hijo y nada más. Los ojitos que me diste me los tengo de gastar en seguirte por los valles, por el cielo y por el mar...
Caricia
Melchor de Palau
SONETO A mi amigo el escultor Querol Veo brotar de tu fecunda mano, a que tantas creaciones son debidas, la Unidad de las fuerzas conocidas, que la vetusta alquimia buscó en vano. Como para tu genio todo es llano, das cima a las ideas concebidas, y el mundo verá en mármol convertidas, grandes conquistas del saber humano. La unidad celular Haeckel proclama; por la unidad de un Dios, con entereza, van mártires cristianos a la llama; uno es el Arte; una la Belleza; uno es el hilo que las vidas trama, y una, en su variedad, Naturaleza.
La unidad de las fuerzas
Salvador Rueda
Mirarte solo en mi ansiedad espero, solo a mirarte en mi ansiedad aspiro, y más me muero cuanto más te miro, y más te miro cuanto más me muero. El tiempo, pasa por demás ligero, lloro su raudo, turbulento giro, y más te quiero cuanto más suspiro, y más suspiro cuanto más te quiero. Deja a tu talle encadenar mi brazo, y, al blando son con que nos brinda el remo, la mar surquemos en estrecho lazo. Ni temo al viento ni a las ondas temo, que más me quemo cuanto más te abrazo, y más te abrazo cuanto más me quemo.
NOVIA DE LA TIERRA
Fernando de Herrera
Esta desnuda playa, esta llanura de astas y rotas armas mal sembrada, do el vencedor cayó con muerte airada, es de España sangrienta sepultura. Mostró el valor su esfuerzo, mas ventura negó el suceso y dio a la muerte entrada, que rehuyó dudosa, y admirada del temido furor, la suerte dura. Venció otomano al español ya muerto, antes del muerto el vivo fue vencido, y España y Grecia lloran la vitoria, pero será testigo este desierto que el español muriendo, no rendido, llevó de Grecia y Asia el nombre y gloria.
Esta desnuda playa
Jaime Sabines
Te quiero porque tienes las partes de la mujer en el lugar preciso y estás completa. No te falta ni un pétalo, ni un olor, ni una sombra. Colocada en tu alma, dispuesta a ser rocío en la yerba del mundo, leche de luna en las oscuras hojas. Quizás me ves, tal vez, acaso un día, en una lámpara apagada, en un rincón del cuarto donde duermes, soy la mancha, un punto en la pared, alguna raya que tus ojos, sin ti, se quedan viendo. Quizás me reconoces como una hora antigua cuando a solas preguntas, te interrogas con el cuerpo cerrado y sin respuesta. Soy una cicatriz que ya no existe, un beso ya lavado por el tiempo, un amor y otro amor que ya enterraste. Pero estás en mis manos y me tienes y en tus manos estoy, brasa, ceniza, para secar tus lágrimas que lloro. ¿En qué lugar, en dónde, a qué deshoras me dirás que te amo? Esto es urgente porque la eternidad se nos acaba. Recoge mi cabeza. Guarda el brazo con que amé tu cintura. No me dejes en medio de tu sangre en esa toalla.
Te quiero porque tienes...
Gabriel García Márquez
I Kornelius, el poeta resfriado, iba para una fiesta. Llevaba un sobretodo sobre el brazo y un sombrero en la testa. Una camisa blanca y una rosa en la solapa negra. II Y Kornelius el alto renombrado poeta al salir a la calle saludó a su colega el famoso Francisco de Quevedo Villegas. Estaba lloviznando —el ciclo sin estrellas mostraba a los humanos una sonrisa negra— y Kornelius, el alto renombrado poeta se resfrió esa noche sin que se diera cuenta. III El salón se alistaba todo para la fiesta. Estaba el rey, la reina y la corte suprema, el señor secretario, el conde de Lucrecia. Ahí llego Konielius, con su rosa y su ciencia, se quitó el sobretodo en la ventana abierta; y cuando le aplaudía toda la concurrencia pidiendo a grandes voces una canción de guerra, él sacudió el vestido, sonrió, bajó la testa, se aflojó la corbata, hizo un gesto a la reina… Dijo… Dijo… (no dijo): Y estornudó un poema!
Drama en tres actos
Pablo Neruda
Yo no creo en la edad. Todos los viejos llevan en los ojos un niño, y los niños a veces nos observan como ancianos profundos. Mediremos la vida por metros o kilómetros o meses? Tanto desde que naces? Cuanto debes andar hasta que como todos en vez de caminarla por encima descansemos, debajo de la tierra? Al hombre, a la mujer que consumaron acciones, bondad, fuerza, cólera, amor, ternura, a los que verdaderamente vivos florecieron y en su naturaleza maduraron, no acerquemos nosotros la medida del tiempo que tal vez es otra cosa, un manto mineral, un ave planetaria, una flor, otra cosa tal vez, pero no una medida. Tiempo, metal o pájaro, flor de largo pecíolo, extiéndete a lo largo de los hombres, florécelos y lávalos con agua abierta o con sol escondido. Te proclamo camino y no mortaja, escala pura con peldaños de aire, traje sinceramente renovado por longitudinales primaveras. Ahora, tiempo, te enrollo, te deposito en mi caja silvestre y me voy a pescar con tu hilo largo los peces de la aurora!
Oda a la edad
Julio Flórez Roa
¿Eres un imposible? ¿Una quimera? ¿Un sueño hecho carne, hermosa y viva? ¿Una explosión de luz? Responde esquiva maga en quien encarnó la primavera. Tu frente es lirio, tu pupila hoguera, tu boca flor en donde nadie liba la miel que entre sus pétalos cautiva al colibrí de la pasión espera. ¿Por qué sin tregua, por tu amor suspiro, si no habré de alcanzar ese trofeo? ¿Por qué llenas el aire que respiro? En todas partes te halla mi deseo: los ojos abro y por doquier te miro; cierro los ojos y entre mí te veo.
VISIÓN
Alfredo Lavergne
Mientras buscamos Un nombre al arte que dará garantías A esta guerra. Mientras se desvanece nuestro continente. Sueño En esta tierra y en este barco. Que como yo No saben adónde vamos.
Camino
Marilina Rébora
¿Y si Dios no existiese? ¿Si todo feneciera con el postrer aliento de la fatal partida? ¿Sería razonable que la mujer pusiera sus hijos en un mundo que a la muerte convida? Si la existencia fuese fugaz, perecedera, sufriendo siempre en vano, sin encontrar salida ni alentar en el alma esperanzada espera: a más hijos y muerte equivaldría la vida. La que tiene conciencia de un niño en las entrañas espere en Dios segura, depurada la mente, sin dudas ni presiones de influencias extrañas, pues quien confía en El, irresistible, siente la Presencia Divina como sublime aserto. Que en Dios sólo se vive para siempre, es lo cierto.
TESTIMONIO
William Shakespeare
Cuando en sesiones dulces y calladas hago comparecer a los recuerdos, suspiro por lo mucho que he deseado y lloro el bello tiempo que he perdido, la aridez de los ojos se me inunda por los que envuelve la infinita noche y renuevo el plañir de amores muertos y gimo por imágenes borradas. Así, afligido por remotas penas, puedo de mis dolores ya sufridos la cuenta rehacer, uno por uno, y volver a pagar lo ya pagado. Pero si entonces pienso en ti, mis pérdidas se compensan, y cede mi amargura. (Versión de Alejandro Araoz Fraser)
Cuando en sesiones dulces y calladas...
Baltasar del Alcázar
En Jaén, donde resido, vive don Lope de Sosa, y diréte, Inés, la cosa más brava d'él que has oído. Tenía este caballero un criado portugués... Pero cenemos, Inés, si te parece, primero. La mesa tenemos puesta; lo que se ha de cenar, junto; las tazas y el vino, a punto; falta comenzar la fiesta. Rebana pan. Bueno está. La ensaladilla es del cielo; y el salpicón, con su ajuelo, ¿no miras qué tufo da? Comienza el vinillo nuevo y échale la bendición: yo tengo por devoción de santiguar lo que bebo. Franco fue, Inés, ese toque; pero arrójame la bota; vale un florín cada gota d'este vinillo aloque. ¿De qué taberna se trajo? Mas ya: de la del cantillo; diez y seis vale el cuartillo; no tiene vino más bajo. Por Nuestro Señor, que es mina la taberna de Alcocer: grande consuelo es tener la taberna por vecina. Si es o no invención moderna, vive Dios que no lo sé, pero delicada fue la invención de la taberna. Porque allí llego sediento, pido vino de lo nuevo, mídenlo, dánmelo, bebo, págolo y voyme contento. Esto, Inés, ello se alaba; no es menester alaballo; sola una falta le hallo: que con la priesa se acaba. La ensalada y salpicón hizo fin; ¿qué viene ahora? La morcilla. ¡Oh, gran señora, digna de veneración! ¡Qué oronda viene y qué bella! ¡Qué través y enjundias tiene! Paréceme, Inés, que viene para que demos en ella. Pues, ¡sus!, encójase y entre, que es algo estrecho el camino. No eches agua, Inés, al vino, no se escandalice el vientre. Echa de lo trasaniejo, porque con más gusto comas; Dios te salve, que así tomas, como sabia, mi consejo. Mas di: ¿no adoras y precias la morcilla ilustre y rica? ¡Cómo la traidora pica! Tal debe tener especias. ¡Qué llena está de piñones! Morcilla de cortesanos, y asada por esas manos hechas a cebar lechones. ¡Vive Dios, que se podía poner al lado del Rey puerco, Inés, a toda ley, que hinche tripa vacía! El corazón me revienta de placer. No sé de ti cómo te va. Yo, por mí, sospecho que estás contenta. Alegre estoy, vive Dios. Mas oye un punto sutil: ¿No pusiste allí un candil? ¿Cómo remanecen dos? Pero son preguntas viles; ya sé lo que puede ser: con este negro beber se acrecientan los candiles. Probemos lo del pichel. ¡Alto licor celestial! No es el aloquillo tal, ni tiene que ver con él. ¡Qué suavidad! ¡Qué clareza! ¡Qué rancio gusto y olor! ¡Qué paladar! ¡Qué color, todo con tanta fineza! Mas el queso sale a plaza, la moradilla va entrando, y ambos vienen preguntando por el pichel y la taza. Prueba el queso, que es extremo: el de Pinto no le iguala; pues la aceituna no es mala; bien puede bogar su remo. Pues haz, Inés, lo que sueles: daca de la bota llena seis tragos. Hecha es la cena; levántense los manteles. Ya que, Inés, hemos cenado tan bien y con tanto gusto, parece que será justo volver al cuento pasado. Pues sabrás, Inés hermana, que el portugués cayó enfermo... Las once dan; yo me duermo; quédese para mañana.
En Jaén, donde resido
Blanca Andreu
Corónate, juventud, de una hoja más aguda SAINT-JOHN PERSE Hasta nosotros la infancia de los metales raros, la muchedumbre de la plata que nos pudre en su espuma, su larga espuma larga como una cinta que naciera en un cuaderno de Back el Joven Y viniera a morir aquí, en las aves que anidan en los discos, mientras Rainer María ya no es tan joven como en la página 38, no es ni siquiera un joven muerto, un infante difunto sin pavana, y yo lo sé, y no desfallecemos entre sexos cerrados como libros cerrados, pero desfallecemos, yo me desmayo, tú te desvaneces, él siente un ligero mareo sin llegar a la náusea escrita o no escrita. Ay, bostezamos ante tazas de azul de metileno, aspiramos con aire distante el amoníaco, nos hastiamos frente al alto sonido del vitriolo, nos coronamos de veronal, pues no encontramos hoja más aguda. Mi hermano busca el cetro de mil alas de Heliogábalo, aquellos niños prefieren la tiara papel, y estos pequeños cíclopes enfermos del pulmón que bajan de autobuses o de la marihuana, y son hermosos como hermafroditas, se coronan con cipreses de silos color vino: no han encontrado un árbol más agudo. Pero qué más da, el vaivén de sus cuerpos es vano y terrible, y en absoluto excesiva la droga seria que se teje en la sangre, las inyecciones de grave savia, el hierro y el mercurio en las arterias haciendo de armadura y filtro, el casco negro y la zarza negra de ningún caballero andante. Como en mi medieval historia, cuando ardían las piedras colegiales para las brechas en la frente y el cuerpo me dotaba de opio recién nacido, la hora propia nos confunde, nos hace himnos o hijos del antiguo caballo mitológico y de una niña triste con la vena extendida, de una aguja levantada por nieve increíble, por amarillo de palomas persas: hablemos de los caballos padres, hagamos alusión a los cascos secretos que nos darán la paz y a las bridas ningunas, a las futuras crines delicadamente angustiadas, hablemos de los caballos padres que nos traerán la muerte y de la luna de anfetamina, hablemos de la vena madre que nos traerá la dicha del fin, hablemos de la virgen bebida extrema, no hablemos sino del litoral y las vertientes de la locura que posee a los hombres en los parques y ordena, sino del puñalito que coronará la arteria coronaria como diadema suma con la hoja infantil del metal más raro y más agudo del mundo.
HASTA NOSOTROS LA INFANCIA DE LOS METALES RAROS
Teresa Domingo Català
Elevados los gemidos al secreto en la fragua abisal, abigarrada, del insomnio que desvela a los árboles enraizados en el mar que a los sueños pertenece. Dime, noche, por qué te ocultas en el fluir de los ovarios de la oscuridad, siempre madre de caballos que se desvían amaneciendo penumbras y amapolas. Como un cisne negro enredas tus alas en el enigma vertical de los lirios mórbidos que te apresan en sus pétalos líquidos como nenúfares ardiendo en un océano en llamas. Te elevas como un dragón escupiendo estrellas malabares por tu boca de helechos y pizarra, niña que las manos posa en el acerado vientre de los cuernos de una luna estéril. Renaces, con el parto de ti misma, como un acordeón que se despliega, como una piel que se desnuda ante una eternidad voluble, que ni nos ama ni nos odia.
Niña
Dulce María Loynaz
¿Qué me queda por dar, dada mi vida? Si semilla, aventada a otro surco, si linfa, derramada en todo suelo, si llama, en todo tenebrario ardida. ¿Qué me queda por dar, dada mi muerte también? En cada sueño, en cada día; mi muerte vertical, mi sorda muerte que nadie me la sabe todavía. ¡Que me queda por dar, si por dar doy —y porque es cosa mía, y desde ahora si Dios no me sujeta o no me corta las manos torpes — mi resurrección...!
LA HIJA PRÓDIGA
José Martí
No sientas que te falte el don de hablar que te arrebata el cielo, no necesita tu belleza esmalte ni tu alma pura más extenso vuelo. No mires, niña mía, en tu mutismo fuente de dolores, ni llores las palabras que te digan ni las palabras que te faltan llores. Si brillan en tu faz tan dulces ojos que el alma enamorada se va en ellos, no los nublen jamás tristes enojos, que todas las mujeres de mis labios, no son una mirada de tus ojos...
A Emma
Pablo Neruda
Largamente he permanecido mirando mis largas piernas, con ternura infinita y curiosa, con mi acostumbrada pasión, como si hubieran sido las piernas de una mujer divina profundamente sumida en el abismo de mi tórax: y es que, la verdad, cuando el tiempo, el tiempo pasa, sobre la tierra, sobre el techo, sobre mi impura cabeza, y pasa, el tiempo pasa, y en mi lecho no siento de noche que una mujer está respirando, durmiendo desnuda y a mi lado, entonces, extrañas, oscuras cosas toman el lugar de la ausente, viciosos, melancólicos pensamientos siembran pesadas posibilidades en mi dormitorio, y así, pues, miro mis piernas como si pertenecieran a otro cuerpo: lo enteramente substancial, sin complicado contenido de sentidos o tráqueas o intentinos o ganglios: nada, sino lo puro, lo dulce y espeso de mi propia vida, nada, sino la forma y el volumen existiendo, guardando la vida, sin embargo de una manera completa. Las gentes cruzan el mundo en la actualidad sin apenas recordar que poseen un cuerpo y en él la vida, y hay miedo, hay miedo en el mundo de las palabras que designan el cuerpo, y se habla favorablemente de la ropa, de pantalones es posible hablar, de trajes, y de ropa interior de mujer (de medias y ligas de "señora"), como si por las calles fueran las prendas y los trajes vacíos por completo y un oscuro y obsceno guardarropas ocupara el mundo. Tienen existencia los trajes, color, forma, designio, y profundo lugar en nuestros mitos, demasiado lugar, demasiados muebles y demasiadas habitaciones hay en el mundo, y mi cuerpo vive entre y bajo tantas cosas abatido, con un pensamiento fijo de esclavitud y de cadenas. Bueno, mis rodillas, como nudos, particulares, funcionarios, evidentes, separan las mitades de mis piernas en forma seca: y en realidad dos mundos diferentes, dos sexos diferentes no son tan diferentes como las dos mitades de mis piernas. Desde la rodilla hasta el pie una forma dura, mineral, fríamente útil, aparece, una criatura de hueso y persistencia, y los tobillos no son ya sino el propósito desnudo, la exactitud y lo necesario dispuestos en definitiva. Sin sensualidad, cortas y duras, y masculinas, son allí mis piernas, y dotadas de grupos musculares como animales complementarios, y allí también una vida, una sólida, sutil, aguda vida sin temblar permanece, aguardando y actuando. En mis pies cosquillosos, y duros como el sol, y abiertos como flores, y perpetuos, magníficos soldados en la guerra gris del espacio, todo termina, la vida termina definitivamente en mis pies, lo extranjero y lo hostil allí comienza: los nombres del mundo, lo fronterizo y lo remoto, lo sustantivo y lo adjetivo que no caben en mi corazón con densa y fría constancia allí se originan. Siempre, productos manufacturados, medias, zapatos, o simplemente aire infinito, habrá entre mis pies y la tierra extremando lo aislado y lo solitario de mi ser, algo tenazmente supuesto entre mi vida y la tierra, algo abiertamente invencible y enemigo.
Ritual de mis piernas
Genaro Ortega Gutiérrez
Todos los indicios advierten que la que se nos echa encima será una tormenta terrible, resplandeciente; una vedija de frío sin carmenar, una cicatriz de gozo, una red para las redes. Sólo cuando no es posible acogerse al sentido práctico de las flores, el aroma declara su estirpe, y la metáfora rellena el vacío que la lluvia ha dejado entre las hojas. ¿De dónde quitas y adónde pones?. Quisieras considerar en esa perspectiva tus camisas tendidas, su estruendo de sonrisa blanca, de árbol milenario, casi, dispuesto a persuadir imágenes, palabras, que te unan al objeto del entusiasmo. Tal vez, antes de tiempo, un soplo artístico te acerque al sótano, cloaca o cárcel donde tienen origen los fuegos de primavera.
Puntapié
Nicomedes Santa Cruz
Al compás del socabón con décimas del Perú, conserva la tradición Nicomedes Santa Cruz. I Durante el siglo pasado Y comienzos del presente Era cosa muy frecuente Un cantar improvisado: Décimas de Pie forzado Le llamaba la afición, Y sólo en nuestra nación La Décima o Espinela Se acompañó con la vihuela al compás del socabón. II Una glosa la interpretan cuatro décimas o pies, el verso número diez es uno de la cuarteta; y sin ser un gran poeta ni nacer con tal virtud con gusto y solicitud en esas noches de invierno puede llenarse un cuaderno con Décimas del Perú. III Si rima con mucho esmero la consonancia hará el resto: Décimo, Séptimo y Sexto; Quinto y Cuarto con Primero; versos de igual terminación; para mayor perfección rime Octavo con Noveno y con cada verso bueno conserva la tradición. IV Octosilábica, hispana, Fue la décima genuina, Insuperable, divina Es la décima peruana. Si algún día alguien me gana O si me llevase Jesús, Que no se extinga la luz En ese cantar tan nuestro. Lo pide... un servidor vuestro: Nicomedes Santa Cruz.
AL COMPÁS DEL SOCABÓN
Fa Claes
Vemos el sol girar alrededor de la tierra; pero eso no es el caso, giramos alrededor del sol. Pensamos el espacio tal una gran caja vacía en que brotamos y crecemos; pero eso no es el caso: el espacio crece. Pensamos el tiempo tal una magnitud existente, una regla graduada deslizándose desde el mañana, cruzando el ahora hasta el ayer; pero eso no es el caso: el tiempo crece con el espacio espacio-tiempo. Pensamos el mundo un universo invariable que, inmóvil, se ha quedado estático con todas sus bolitas esféricas en su precisa posición, todo un árbol de Navidad, y no puede romperse nunca; pero eso no es el caso: todo torna y vuela y choca y estalla. Pensamos a Dios un padre amable que no deja que un gorrión se caiga del tejado, un perfecto que crea perfecciones, un omnipotente cuya omnipotencia se manifiesta en sus criaturas, un existente que existe fuera de todo lo existente; pero eso no es el caso: un cubo esférico no puede existir. Pensábamos que Rijmenam era diferente, pero eso no es el caso: no porque no sea un océano, no porque no sepa lo que es montaña, no porque no sea una isla, no porque no sea inhabitable, no porque no sea polo, no porque no sea ecuador; pero sí porque son todos quarks y todos leptones desde todos los tiempos y antes de eso en todo espacio y al lado de eso. Amigos, somos. Pero quién sabe la diferencia.
Diferencia
Luis Benítez
A José Kozer Me decías en tu carta que es bella Kustendjé, cuando los chinos y el viento llegan del Mar Negro y que no lejos de la estación de ómnibus hay una piedra donde -te dijeron- se sentaba Ovidio cuando se llamaba Tomis y era su destierro. Nadie, la divinidad, nos salve del favor de los poderosos, que de los cambios no se salva nadie. Que ayer demolieron la última estatua de Lenín y que en Tomis él lloraba la Roma nocturna, risueña, la frívola lectura de poemas de amor, la arrepentida resaca del mediodía siguiente, cuando con otros ociosos comentaba licencias, conquistas o rechazos, en los baños o en las calles de un mundo que reía para siempre. Me decías en tu carta que todavía murmuran poco inglés y que mientras hablaba solo y espantaba las gallinas con la voz de sus hexámetros, seguía siendo Ovidio aquel viejo andrajoso, el mismo que otras ropas y cabellos y perfumes presentaron a Augusto. Que ya sabías por qué las piedras y los versos cambian, cuando cambia la mirada, así como -antes de la metamorfosis- Ovidio supo por qué la poesía le interesa a nadie.
Kustendje, a orillas del mar negro
Ana Istarú
Como tantos otros que transitan tiene la pena humilde y en las sienes un tanto así de la amargura ajena, el casto trébol, perdidamente la aureola del tabaco, las pocas letras con qué acuñar mi nombre. Cedro en sus brazos me carga el horizonte. Tiene montes perdidos en los brazos. Un puñado de mar que lo ha nutrido le puso a andar de golpe un barco lleno. El corazón así encumbró su vuelo. Un puñado de mar. Me dio la sed para cegar mi hastío y los decenios de la pasión; caracolillos rezumantes me abordan los tobillos. Tiene el trigo la clara esencia. Se parte en partes equiláteras, perfectas y se ofrece. Es el aniversario del júbilo. Me tiembla en cada médula, me asalta poniendo un niño azul tras sus dos ojos. Trajo del oso el gesto, el entrecejo. Es generoso y rojo. Tiñe el día de melancolía a veces. De cuajo en cuarzo estalla y tiñe el día. Como ninguno entre tantos que transitan un aire herrado en oro, un brote alado, el polen de la vida en sus corolas puso a mi piel. Como ninguno entre tantos que transitan.
COMO TANTOS OTROS QUE TRANSITAN
Vicente Aleixandre
¡Ah! Eres tú, eres tú, eterno nombre sin fecha, bravía lucha del mar con la sed, cantil todo de agua que amenazas hundirte sobre mi forma lisa, lámina sin recuerdo. Eres tú, sombra del mar poderoso, genial rencor verde donde todos los peces son como piedras por el aire, abatimiento o pesadumbre que amenazas mi vida como un amor que con la muerte acaba. Mátame si tú quieres, mar de plomo impiadoso, gota inmensa que contiene la tierra, fuego destructor de mi vida sin numen aquí en la playa donde la luz se arrastra. Mátame como si un puñal, un sol dorado o lúcido, una mirada buida de un inviolable ojo, un brazo prepotente en que la desnudez fuese el frío, un relámpago que buscase mi pecho o su destino... ¡Ah, pronto, pronto; quiero morir frente a ti, mar, frente a ti, mar vertical cuyas espumas tocan los cielos, a ti cuyos celestes peces entre nubes son como pájaros olvidados del hondo! Vengan a mí tus espumas rompientes, cristalinas, vengan los brazos verdes desplomándose, venga la asfixia cuando el cuerpo se crispa sumido bajo los labios negros que se derrumban. Luzca el morado sol sobre la muerte uniforme. Venga la muerte total en la playa que sostengo, en esta terrena playa que en mi pecho gravita, por la que unos pies ligeros parece que se escapan. Quiero el color rosa o la vida, quiero el rojo o su amarillo frenético, quiero ese túnel donde el color se disuelve en el negro falaz con que la muerte ríe en la boca. Quiero besar el marfil de la mudez penúltima, cuando el mar se retira apresurándose, cuando sobre la arena quedan sólo unas conchas, unas frías escamas de unos peces amándose. Muerte como el puñado de arena, como el agua que en el hoyo queda solitaria, como la gaviota que en medio de la noche tiene un color de sangre sobre el mar que no existe.
LA MUERTE
Alfredo Lavergne
Sobre su caballo venía en una pata y ejercitaba la vitalidad del hecho creado. Luego fue el temblor, el crepúsculo y hoy acantilados. No lo duden, fueron naturales obstáculos y la disciplina arbitraria del hombre. Si les parece que comenzó con el instinto, no olviden que aprendió a criticar En las calles En los particulares trece o equis charcos del criollismo En los nuevos éxtasis del tránsito de los cerebristas En la fragilidad del doble palpitar de las esquinas En la tranquilidad que se anudan las sombras En el sosiego que acecha en la materia En la tregua que se funde en la vereda En el armisticio que acentúa la niebla En la pluma flotando en la poza En los postes clavados al cielo En los grillos que atraviesan En su pecho de adoquines En los neones que cambian de rostro En los silbidos que penetran al sésamo En los matorrales que se echan en el césped En la cintura visible de la versión de los periódicos. Luego, el arte se presentó a las estrellas que tumbaron el hacha de las cigüeñas. Allí encontró un punto, un cabo, una realidad lejana entre sitios eriazos y rodillas afaroladas. Así, se forjó lentamente el proceso artístico de América Por caminos que son hilos que toman el pulso Por rutas que sacuden la rodaja de la distancia Por senderos que rumorean viejas heridas Por los accesos al beneficio propio Por el sueño adiestrado por el miedo Por las formas o los garfios de la moneda Sus viajes Estas imágenes Estas apariencias Estas estructuras. Y murmuran, que todo ocurrió para recordar al antiguo ser coloreado de fantasía o en el equipo que ama al maestro o en los escaparates de revistas sin puerta de escape.
El destino del arte
Toni García Arias
Estoy solo. Palabras, apenas, me acompañan, Su sonido crepita en mi interior como ascuas de memoria que cuentan la falsedad de los verbos que alguien grabó sobre mi frente. Han ido muriendo los instantes como una inútil sucesión de olas que alcanzan sin porqué la orilla. Y se desvanecen. Arena, polvo. Voz, viento. Hay días que se pierden en alta mar y no regresan, noches que caminan sobre cristales con los pies descalzos y dejan huellas de sangre sobre los nombres. Las palabras, al fin, de nada me protegen. Estoy solo. Mudos han quedado los rostros, como muñecos de trapo que fingen sonrisas.
Palabras I
Francisco de Aldana
El ímpetu cruel de mi destino ¡cómo me arroja miserablemente de tierra en tierra, de una en otra gente, cerrando a mi quietud siempre el camino! ¡Oh, si tras tanto mal grave y contino, roto su velo mísero y doliente, el alma, con un vuelo diligente, volviese a la región de donde vino! Iríame por el cielo en compañía del alma de algún caro y dulce amigo, con quien hice común acá mi suerte. ¡Oh, qué montón de cosas le diría, cuáles y cuántas, sin temer castigo de fortuna, de amor, de tiempo y muerte!
EL IMPETU CRUEL DE MI DESTINO
José Agustín Goytisolo
A Gabriel Celaya y a Amparo Gastón, Que tanto le quiso y le quiere todavía. J.A.G. ¿Qué hará con la memoria de esta noche tan clara cuando todo termine? ¿Qué hacer si cae la sed sabiendo que está lejos la fuente en que bebía? ¿Qué hará de este deseo de terminar mil veces por volver a encontrarle? ¿Qué hacer cuando un mal aire de tristeza la envuelva igual que un maleficio? ¿Qué hará bajo el otoño si el aire huele a humo y a pólvora y a besos? ¿Qué hacer?¿Qué hará? Preguntas a un azar que ya tiene las suertes repartidas.
EL AIRE HUELE A HUMO
Pelayo Fueyo
Videmus nunc per speculum in aenigmate. Tunc autemfacie ad faciem. Nunc cognosco ex parte; tunc autem cognoscam et cognitus sum. San Pablo But if thou live, remember'd not to be Die single, and thine image deads whit thee. W. Shakespeare I Esa gota que cae sobre la luna, ¿es dulce, o es salada? Sólo queda, después del claroscuro, ese refugio del niño en las cortinas, que simula el fantasma del futuro cuando arrecia la lluvia; sólo queda esa mujer de Lot resucitada de espaldas al espejo, con un gusto de resaca marina en las pupilas, inmune a la penumbra. Tú dirás: esa gota que cae sobre la luna, ¿es salada, o es dulce? Reconoces que no hay tiempo posible en este espacio como segunda piel del laberinto, y propones un juego: —Esparcimos radiografías de nuevas metástasis con las más tiernas fotos de la infancia. Las tiramos al aire. Elegimos ¿La ventana, el espejo? ¿Ayer, ahora? ¿Hacia fuera, hacia mí? Jano decide.» II Los cristales ahumados del eclipse y el fuego prometeico ante el espejo. No deberé quemarlo —¿mi distancia?—, mientras hierva el misterio en las pupilas que intento reflejar como dos pálpitos. No deberé quemarlo para verme, si no existo detrás ni en el reflejo, sino contra lo vivo de las llamas convulsas, contra lo permanente que se está imaginando para anular el mito de mis ojos. III ¿Naturaleza muerta? Por el marco, todo son frutas pútridas o verdes; es la continuidad de ese pasillo donde juego a las idas y las vueltas de lo que soy yo mismo y mi centrífuga; la tabla salvadora de las lenguas que se vuelven de plomo entre lo oscuro. IV Mi espejismo tumbado para. acabar, un susto y un derrame de todos los monólogos. Para acabar... Un salto, y que se alce la carne del milagro en múltiples reflejos hacia arriba. Para acabar... Temblando de no acabarme así, ni atrás, ni muerto. V Y, pasando una página al enigma, será tomar los marcos por portadas —inventar su bisagra—, para luego quemarlos en silencio como un libro que se lee en penumbra, con la lluvia que agoniza detrás de los cristales de las ventanas, todos los reflejos del espejo anulados y advertidos para encuadrar reflejos de los otros a mi memoria y siempre sin mi imagen o con ésta de ahora en la que escribo para justificar un epitafio. VI EPITAFIO Todo aquel que atraviesa el corredor del Miedo llega fatalmente al Ultimo Espejo. L. Mª. Panero Y esto escribió la plata en el cristal: «Le ataron a un espejo, cara a cara. Lo que tardó en soltarse supuso carne viva en las muñecas, futuras cicatrices. Pero el vidrio conservará el motivo antagonista como por un exceso de conciencia.»
El espejo final
José María Blanco White
¿Adónde te hallaré, Ser Infinito? ¿En la más alta esfera? ¿En el profundo abismo de la mar? ¿Llenas el mundo o en especial un cielo favorito? «¿Quieres saber, mortal, en dónde habito?», dice una voz interna. «Aunque difundo mi ser y en vida el universo inundo, mi sagrario es un pecho sin delito. »Cesa, mortal, de fatigarte en vano tras rumores de error y de impostura, ni pongas tu virtud en rito externo; »no abuses de los dones de mi mano, no esperes cielo para un alma impura ni para el pensar libre fuego eterno».
LA REVELACIÓN INTERNA
Lope de Vega
El lastimado Belardo con los celos de su ausencia a la hermosísima Filis humildemente se queja. «—¡Ay, dice, señora mía, y cuán caro que me cuesta el imaginar que un hora he de estar sin que te vea! ¿Cómo he de vivir sin ti, pues vivo en ti por firmeza, y ésta el ausencia la muda por mucha fe que se tenga? Sois tan flacas las mujeres que a cualquier viento que llega literalmente os volvéis como al aire la veleta. Perdóname, hermosa Filis, que el mucho amor me hace fuerza a que diga desvaríos, por más que después lo sienta. ¡Ay, sin ventura de mí! ¿qué haré sin tu vista bella? daré mil quejas al aire y ansina diré a las selvas: ¡Ay triste mal de ausencia, y quien podrá decir lo que me cuestas! No digo yo, mi señora, que estás en aquesta prueba quejosa de mi partida, aunque sabes que es tan cierta. Yo me quejo de mi suerte, porque es tal, y tal mi estrella, que juntas a mi ventura harán que tu fe sea fuerza. ¡Maldiga Dios, Filis mía, el primero que la ausencia juzgó con amor posible, y dispuso tantas penas! Yo me parto, y mi partir tanto aqueste pecho aprieta, que como en bascas de muerte el alma y cuerpo pelean. ¡Dios sabe, bella señora, si quedarme aquí quisiera, y dejar al mayoral que solo a la aldea se fuera! He de obedecerle al fin, que me obliga mi nobleza, y aunque amor me desobliga, es fuerza que el honor venza—». ¡Ay triste mal de ausencia, y quien podrá decir lo que me cuestas!
El lastimado Belardo
Gonzalo Rojas
¿Qué veo en esta mesa: tigres, Borges, tijeras, mariposas que no volaron nunca, huesos que no movieron esta mano, venas vacías, tabla insondable? Ceguera veo, espectáculo de locura veo, cosas que hablan solas por hablar, por precipitarse hacia la exigüidad de esta especie de beso que las aproxima, tu cara veo.
ALEPH
Rubén Darío
Las hadas, las bellas hadas, existen, mi dulce niña, Juana de Arco las vio aladas, en la campiña. Las vio al dejar el mirab, ha largo tiempo, Mahoma. Más chica que una paloma, Shakespeare vio a la Reina Mab. Las hadas decían cosas en la cuna de las princesas antiguas: que si iban a ser dichosas o bellas como la luna; o frases raras y ambiguas. Con sus diademas y alas, pequeñas como azucenas, había hadas que eran buenas y había hadas que eran malas. Y había una jorobada, la de profecía odiosa: la llamada Carabosa. Si ésta llegaba a la cuna de las suaves princesitas, no se libraba ninguna de sus palabras malditas. Y esa hada era muy fea, como son feos toda mala idea y todo mal corazón. Cuando naciste, preciosa, no tuviste hadas paganas, ni la horrible Carabosa ni sus graciosas hermanas. Ni Mab, que en los sueños anda, ni las que celebran fiesta en la mágica floresta de Brocelianda. Y, ¿sabes tú, niña mía, por qué ningún hada había? Porque allí estaba cerca de ti quien tu nacer bendecía: Reina más que todas ellas: la Reina de las Estrellas, la dulce Virgen María. Que ella tu senda bendiga, como tu Madre y tu amiga; con sus divinos consuelos no temas infernal guerra; que perfume tus anhelos su nombre que el mal destierra, pues ella aroma los cielos y la tierra.
Pequeño poema infantil
Leopoldo Panero
Ignorando mi vida, golpeado por la luz de las estrellas, como un ciego que extiende, al caminar, las manos en la sombra, todo yo, Cristo mío, todo mi corazón, sin mengua, entero, virginal y encendido, se reclina en la futura vida, como el árbol en la savia se apoya, que le nutre, y le enflora y verdea. Todo mi corazón, ascua de hombre, inútil sin Tu amor, sin Ti vacío, en la noche Te busca, le siento que Te busca, como un ciego, que extiende al caminar las manos llenas de anchura y de alegría.
LAS MANOS CIEGAS
Luciano Castañón
Desenfrenada boca de mujeres. Cabeza de tortuga; promontorio acunando la pena y el jolgorio al compás de miserias o de haberes. Sonríes en verano cuando quieres demostrar el colmado aunque ilusorio rebullir de peces, premonitorio mensaje de ausencia de placeres. En invierno tu barca en tierra queda; enmudece el rapaz, no te despierta al alba. La galerna es la moneda que percibes. Escuchas la reyerta de marejada y olas. Siempre rueda la ilusión: «Mañana...», si no está muerta.
La pesca
Pablo Neruda
Cien sonetos de amor Hoy es hoy con el peso de todo el tiempo ido, con las alas de todo lo que será mañana, hoy es el Sur del mar, la vieja edad del agua y la composición de un nuevo día. A tu boca elevada a la luz o a la luna se agregaron los pétalos de un día consumido, y ayer viene trotando por su calle sombría para que recordemos su rostro que se ha muerto. Hoy, ayer y mañana se comen caminando, consumimos un día como una vaca ardiente, nuestro ganado espera con sus días contados, pero en tu corazón el tiempo echó su harina, mi amor construyó un horno con barro de Temuco: tú eres el pan de cada día para mi alma.
Cien sonetos de amor
Delfina Acosta
En Paraguay prohibieron tu poesía; mas te leí setenta veces cinco. Y dije: “No, señor; ninguna culpa, ninguna prueba cierta de delito yo encuentro en estos versos remojados en el sudor con sal del hombre limpio; la culpa, en todo caso, es de nosotros, de nuestro fatuo corazón de vidrio”. Y en tanto te prohibían, tu poesía seguía trajinando los caminos, tocando las aldabas de las puertas, llamando a los transeúntes cual silbido. La sal de tus poemas instalaba en derredor del fuego aquel sentido primero de las cosas: el deber de compartir con todos pan y vino. La luz encarcelada se hizo libre en tu palabra suelta como un mirlo a la que se sumaban las palabras de los demás poetas, y fue río entonces la canción de toda América. Ya no hubo cuento que quedó sin niño. Y el sol, moneda dura, se hizo gente. Y se lavó la vida con rocío.
En Paraguay prohibieron...
Vicente García
Quiero escribir los versos más alegres. Quiero escribir que ella está conmigo Y relucen los astros a lo lejos. Quiero escribir los versos más alegres. Quiero escribir palabras de esperanza. Nada de versos tristes esta noche. Sé del dolor que azota el tercer mundo Y también el segundo, y el primero. Sé que ha pasado cerca de mi casa Y que la noche llega y es preciso Recuperar el ánimo. Por eso Quiero escribir los versos más alegres.
Quiero escribir los versos más alegres
para la familia
Sólo el amor de una Madre apoyará, cuando todo el mundo deja de hacerlo. Sólo el amor de una Madre confiará, cuando nadie otro cree. Sólo el amor de una Madre perdonará, cuando ninguno otro entenderá. Sólo el amor de una Madre honrará, no importa en qué pruebas haz estado. Sólo el amor de una Madre resistirá, por cualquier tiempo de prueba. No hay ningún otro amor terrenal, más grande que el de una Madre.
Sólo el amor de una madre
Consuelo Hernández
Cuando la ira no cabe en el pecho una se vuelve indiferente se vuela de sí misma y rompe todas las cuerdas que la atan. Basta una mochila resistente y unos zapatos confortables para bajarse del compresor de libertades y recorrer el mundo sin desgano. Para transfigurar los viernes dolorosos en días plenos de esperanza como un domingo de resurrección.
Basta una mochila
Lope de Vega
66 Pasé la mar cuando creyó mi engaño que en él mi antiguo fuego se templara, mudé mi natural, porque mudara naturaleza el uso, y curso el daño. En otro cielo, en otro reino extraño, mis trabajos se vieron en mi cara, hallando, aunque otra tanta edad pasara, incierto el bien, y cierto el desengaño. El mismo amor me abrasa y atormenta, y de razón y libertad me priva. ¿Por qué os quejáis del alma que le cuenta? ¿Qué no escriba decís, o que no viva? Haced vos con mi amor que yo no sienta, que yo haré con mi pluma que no escriba.
A LUPERCIO LEONARDO
Carmen Conde Abellán
¡Gloria de tu hallazgo! Bautismo inicial de la primavera en oleaje de pájaros. Se movieron las selvas inefables. Se deshizo el otoño de sus plumas cubriendo inviernos cándidos. Venías tú, gentil criatura, desnudando los ríos a tu paso.
ENCUENTRO
Ramón Pérez de Ayala
Con sayal de amarguras, de la vida romero, topé, tras luenga andanza, con la paz de un sendero. Fenecía del día el resplandor postrero. En la cima de un álamo sollozaba un jilguero. No hubo en lugar de tierra la paz que allí reinaba. Parecía que Dios en el campo moraba, y los sones del pájaro que en lo verde cantaba morían con la esquila que a lo lejos temblaba. La flor de madreselva, nacida entre bardales, vertía en el crepúsculo olores celestiales; víanse blancos brotes de silvestres rosales y en el cielo las copas de los álamos reales. Y como de la esquila se iba mezclando el son al canto del jilguero, mi pobre corazón sintió como una lluvia buena, de la emoción. Entonces, a mi vera, vi un hermoso garzón. Este garzón venía conduciendo el ganado, y este ganado era por seis vacas formado, lucidas todas ellas, de pelo colorado, y la repleta ubre de pezón sonrosado. Dijo el garzón: —¡Dios guarde al señor forastero! —Yo nací en esta tierra, morir en ella quiero, rapaz. —Que Dios le guarde. —Perdiose en el sendero... En la cima del álamo sollozaba el jilguero. Sentí en la misma entraña algo que fenecía, y queda y dulcemente otro algo que nacia. En la paz del sendero se anegó el alma mía, y de emoción no osó llorar. Atardecía.
LA PAZ DEL SENDERO
Nacho Buzón
si mis sábanas hablasen... si un día decidieran contar todo lo que han visto y oído... contarían por ejemplo lo suave que era mi piel cuando era niño. contarían también la cantidad de veces que se bañaron en mi agüita amarilla. todos los lloros todos las pesadillas todos los dientes bajo la almohada contarían. ¡la cantidad de cuentos y de oraciones a mi jesusito de mi vida que eres niño como yo que han escuchado! mis sábanas han visto unas cuantas mudanzas y paredes de distintos colores. me han visto dormido y despierto enfermo y sano solo y acompañado. mis sábanas han sido pisoteadas recuerdo cuando con mis hermanos saltábamos sobre ellas seguro que les partimos algún diente. conocen mi voz y cada uno de los pelos que la adolescencia quiso regalarme. han sido mi confesor y mi psicólogo. fueron mudas testigos de mis primeros amores de mis primeras borracheras de mis primeras eyaculaciones. nunca protestaban si las despertaba a las cinco de la madrugada. mis sábanas me han visto desnudo han visto todos mis pijamas han visto una lavadora por dentro y también el patio de luces de mi edificio desde el tendedero. podrían hablar de sudorosas noches de verano y de gélidas mañanas de invierno podrían cantar todas las melodías que le compuse a la vecina del tercero podrían dirigir diez películas de terror con todas las pesadillas que he tenido por tan sólo una de amor también podrían dirigir alguna que otra película porno. mis sábanas han leído todos los libros que yo he leído han escuchado todas las canciones que yo he escuchado han llorado todas las veces que yo no pude hacerlo han hecho el amor menos veces de las que yo lo he hecho afortunadamente. han pasado noches enteras esperando a que llegara para darme ese beso de buenas noches. ahora mis sábanas ven como me hago mayor sienten mi piel más áspera. ya no me meo pero aún así las riego les doy vida. ellas también se hacen viejas hace años que no oyen cuentos ni escuchan rezos a jesusitos cada vez llevan peor las resacas post-lavadora y las quemaduras de la plancha. yo noto que se cansan por todo. alguna noche que llego tarde están dormidas no han podido aguantar para darme el beso no importa yo se lo doy a ellas. me conocen desde siempre las conozco desde siempre son mis amigas mis amantes incluso alguna noche desesperada han sido mis putas de ocasión. si algún día muero quiero hacerlo sobre mis sábanas para emprender el viaje a lo desconocido con su último beso de buenas noches si mis sábanas hablasen...
si mis sábanas hablasen
Javier Alvarado
Me cuenta un biógrafo que a través de un resabio de cristal Pudo visitar Rusia y tertuliar un rato Con Marina Tstatieva. Ella lo recibió con su rostro de hambre Y el vestido raído y con el vaso de agua desbordado por la vendimia de los años Y le brindó rodajas de salmón desesperadamente Después de haber tomado El vaho del día y las temibles noticias, de deudas Muertes y encarcelamientos de vecinos y seres queridos. El salmón –eso me cuenta- fue un regalo de Pasternak Desde muy lejos, desde su cabaña donde podía ver el sol Y el hielo que copulaba entre el aire y las cordilleras De un marasmo, casi mortal, y donde los días solían ser espléndidos Antes de la guerra y de las persecuciones Y donde ella afirmaba que si hubiese conocido a Blok ella lo hubiese salvado De la muerte, de ese miserable designio que arranca De la fertilidad o la esterilidad a los poetas Y que afiebrada prosiguió a leerle algunos versos Oh MUSA DEL LLANTO, las más bellas de las musas Y de ahí en adelante todo fue blanco y todo fue borrasca, Un aguijón de estrellas para beber el café mugriento Los panes quemados, las raciones lamentables para la apetencia Y siguió leyendo hasta tomar un poco la costura Dejada al descuido sobre el tiempo Y afuera los caballos galopaban tratando de rumiar la libertad del horizonte Las esquirlas intocables de las praderas afiebradas El bastón de ébano que tendían los magos a la tertulia insaciable Como un acertijo de bastos para la ausencia de los tropos Que nos hacían caer verticalmente por un río De espesa niebla, eso lo pintaron después algunos caricaturistas Con sus tintas esclavas, aumentándole luego un par de historias De romance o de preguntas que nos tocan el labio o el pececito de la espalda. Hasta en las cenizas, nos sublevaríamos en rosa o en poema. Y el biógrafo (que no conozco) y ella Empezaron a atravesar la vasta noche Que era como un solsticio O como un páramo Donde habitaban las especies desterradas De ese imperio anterior, a lo que sucumbe Y no da paso a la vida, tan movida para los que intentan Cruzar la alambrada de la imposibilidad; Ella, paloma de tierra, atadas las alas, cacofónicamente Solía ir hacia las praderas y dejar poemas de protesta En las ventanas, en los ofertorios del triunfo En la ceniza, La agilidad mental de su cuerpo Que se balanceaba por las calles Y eso era como ser miembro de la joven guardia Cuando los himnos de la guerra Eran audibles en todas las esquinas Y la nieve era más mortal Como el invierno en las entrañas -Carcomiendo- Todo recuerdo hermoso Para volver cadáver A las primaveras recolectadas en el cesto Donde seguro nacerá un poema, Una rama vertical de oro sobre el asombro.
Vuelta a la Tstatieva
Pablo Neruda
20 poemas de amor y una canción desesperada Para mi corazón basta tu pecho, para tu libertad bastan mis alas. Desde mi boca llegará hasta el cielo lo que estaba dormido sobre tu alma. Es en ti la ilusión de cada día. Llegas como el rocío a las corolas. Socavas el horizonte con tu ausencia. Eternamente en fuga como la ola. He dicho que cantabas en el viento como los pinos y como los mástiles. Como ellos eres alta y taciturna. Y entristeces de pronto, como un viaje. Acogedora como un viejo camino. Te pueblan ecos y voces nostálgicas. Yo desperté y a veces emigran y huyen pájaros que dormían en tu alma.
20 poemas de amor y una canción desesperadaPoema 12
Francisco Luis Bernárdez
Estar enamorado, amigos, es encontrar el nombre justo a la vida. Es dar al fin con las palabras que para hacer frente a la muerte se precisa. Es recobrar la llave oculta que abre la cárcel en que el alma está cautiva. Es levantarse de la tierra con una fuerza que reclama desde arriba. Es respirar el ancho viento que por encima de la carne respira. Es contemplar, desde la cumbre de la persona, la razón de las heridas. Es advertir en unos ojos una mirada verdadera que nos mira. Es escuchar en una boca la propia voz profundamente repetida. Es sorprender en unas manos ese calor de la perfecta compañía. Es sospechar que, para siempre, la soledad de nuestra sombra está vencida. Estar enamorado amigos, es descubrir dónde se juntan cuerpo y alma. Es percibir en el desierto la cristalina voz de un río que nos llama. Es ver el mar desde la torre donde ha quedado prisionera nuestra infancia. Es apoyar los ojos tristes en un paisaje de cigüeñas y campanas. Es ocupar un territorio donde conviven los perfumes y las armas. Es dar la ley a cada rosa y al mismo tiempo recibirla de su espada. Es confundir el sentimiento con una hoguera que del pecho se levanta. Es gobernar la luz del fuego y al mismo tiempo ser esclavo de la llama. Es entender la pensativa conversación del corazón y la distancia. Es encontrar el derrotero que lleva al reino de la música sin tasa. Estar enamorado, amigos, es adueñarse de las noches y los días. Es olvidar entre los dedos emocionados la cabeza distraída. Es recordar a Garcilazo cuando se siente la canción de una herrería. Es ir leyendo lo que escriben en el espacio las primeras golondrinas. Es ver la estrella de la tarde por la ventana de una casa campesina. Es contemplar un tren que pasa por la montaña con las luces encendidas. Es comprender perfectamente que no hay fronteras entre el sueño y la vigilia. Es ignorar en qué consiste la diferencia entre la pena y la alegría. Es escuchar a medianoche la vagabunda confesión de la llovizna. Es divisar en las tinieblas del corazón una pequeña lucecita. Estar enamorado, amigos, es padecer espacio y tiempo con dulzura. Es despertarse una mañana con el secreto de las flores y las frutas. Es libertarse de sí mismo y estar unido con las otras criaturas. Es no saber si son ajenas o son propias las lejanas amarguras. Es remontar hasta la fuente las aguas turbias del torrente de la angustia. Es compartir la luz del mundo y al mismo tiempo compartir su noche obscura. Es asombrarse y alegrarse de que la luna todavía sea luna. Es comprobar en cuerpo y alma que la tarea de ser hombre es menos dura. Es empezar a decir siempre, y en adelante no volver a decir nunca. Y es, además, amigos míos, estar seguro de tener las manos puras.
Estar enamorado
Víctor Hugo López Cancino
Como invento de la mano divina, que se parece al cielo sin llegar a serlo, como bailarín con su danza matutina, que todos los delfines se gozan de tenerlo... así es el mar. Cantando sus hermosas melodías, que se acompañan del atardecer y sus encantos y mezclan sus hermosas sinfonías, envolviéndose en las aguas cual si fueran mantos... así es el mar. Pareja de la luna que vive enamorada, desprendiendo destellos de amor y de esperanza, hogar de los peces y la sirena adornada con algas de ternura y de confianza... así es el mar. Como espía que no duerme y que vigila al anochecer que se acerca tiernamente, como escenario que abre sus cortinas y que luego las cierra lentamente... así es el mar.
El mar
Luis de Góngora
Caído se le ha un Clavel Hoy a la Aurora del seno: ¡Qué glorioso que está el heno, Porque ha caído sobre él! Cuando el silencio tenía Todas las cosas del suelo, Y, coronada del yelo, Reinaba la noche fría, En medio la monarquía De tiniebla tan cruel, Caído se le ha un Clavel Hoy a la Aurora del seno: ¡Qué glorioso que está el heno, Porque ha caído sobre él! De un solo Clavel ceñida, La Virgen, Aurora bella, Al mundo se lo dio, y ella Quedó cual antes florida; A la púrpura caída Solo fue el heno fïel. Caído se le ha un Clavel Hoy a la Aurora del seno: ¡Qué glorioso que está el heno, Porque ha caído sobre él! El heno, pues, que fue dino, A pesar de tantas nieves, De ver en sus brazos leves Este rosicler divino Para su lecho fue lino, Oro para su dosel. Caído se le ha un Clavel Hoy a la Aurora del seno: ¡Qué glorioso que está el heno, Porque ha caído sobre él!
AL NACIMIENTO DE CRISTO NUESTRO SEÑOR
Pablo Neruda
Me trajo Mara Mori un par de calcetines, que tejió con sus manos de pastora, dos calcetines suaves como liebres. En ellos metí los pies como en dos estuches tejidos con hebras del crepúsculo y pellejos de ovejas. Violentos calcetines, mis pies fueron dos pescados de lana, dos largos tiburones de azul ultramarino atravesados por una trenza de oro, dos gigantescos mirlos, dos cañones; mis pies fueron honrados de este modo por estos celestiales calcetines. Eran tan hermosos que por primera vez mis pies me parecieron inaceptables, como dos decrépitos bomberos, bomberos indignos de aquel fuego bordado, de aquellos luminosos calcetines. Sin embargo, resistí la tentación aguda de guardarlos como los colegiales preservan las luciénagas, como los eruditos coleccionan documentos sagrados, resistí el impulso furioso de ponerlas en una jaula de oro y darles cada día alpiste y pulpa de melón rosado. Como descubridores que en la selva entregan el rarísimo venado verde al asador y se lo comen con remordimiento, estiré los pies y me enfundé los bellos calcetines, y luego los zapatos. Y es esta la moral de mi Oda: Dos veces es belleza la belleza, y lo que es bueno es doblemente bueno, cuando se trata de dos calcetines de lana en el invierno.
Oda a los calcetines
Rafael de León
A José González Marín Mira cómo se me pone la piel cuando te recuerdo. Por la garganta me sube un río de sangre fresco de la herida que atraviesa de parte a parte mi cuerpo. Tengo clavos en las manos y cuchillos en los dedos y en mi sien una corona hecha de alfileres negros. Mira cómo se me pone la piel ca vez que me acuerdo que soy un hombre casao y sin embargo, te quiero. Entre tu casa y mi casa hay un muro de silencio, de ortigas y de chumberas, de cal, de arena, de viento, de madreselvas oscuras y de vidrios en acecho. Un muro para que nunca lo pueda saltar el pueblo que anda rondando la llave que guarda nuestro secreto. ¡Y yo sé bien que me quieres! ¡Y tú sabes que te quiero! Y lo sabemos los dos y nadie puede saberlo. ¡Ay, pena, penita, pena de nuestro amor en silencio! ¡Ay, qué alegría, alegría, quererte como te quiero! Cuando por la noche a solas me quedo con tu recuerdo derribaría la pared que separa nuestro sueño, rompería con mis manos de tu cancela los hierros, con tal de verme a tu vera, tormento de mis tormentos, y te estaría besando hasta quitarte el aliento. Y luego, qué se me daba quedarme en tus brazos muerto. ¡Ay, qué alegría y qué pena quererte como te quiero! Nuestro amor es agonía, luto, angustia, llanto, miedo, muerte, pena, sangre, vida, luna, rosa, sol y viento. Es morirse a cada paso y seguir viviendo luego con una espada de punta siempre pendiente del techo. Salgo de mi casa al campo sólo con tu pensamiento, para acariciar a solas la tela de aquel pañuelo que se te cayó un domingo cuando venías del pueblo y que no te he dicho nunca, mi vida, que yo lo tengo. Y lo estrujo entre mis manos lo mismo que un limón nuevo, y miro tus iniciales y las repito en silencio para que ni el campo sepa lo que yo te estoy queriendo. Ayer, en la Plaza Nueva, —vida, no vuelvas a hacerlo— te vi besar a mi niño, a mi niño el más pequeño, y cómo lo besarías —¡ay, Virgen de los Remedios!— que fue la primera vez que a mí me distes un beso. Llegué corriendo a mi casa, alcé mi niño del suelo y sin que nadie me viera, como un ladrón en acecho, en su cara de amapola mordió mi boca tu beso. ¡Ay, qué alegría y qué pena quererte como te quiero! Mira, pase lo que pase, aunque se hunda el firmamento, aunque tu nombre y el mío lo pisoteen por el suelo, y aunque la tierra se abra y aun cuando lo sepa el pueblo y ponga nuestra bandera de amor a los cuatro vientos, sígueme queriendo así, tormento de mis tormentos. ¡Ay, qué alegría y qué pena quererte como te quiero!
PENA Y ALEGRÍA DEL AMOR
Toni García Arias
Nos reunimos para ver fotografías de ayer, instantes que la ciencia perdonó el olvido o el destierro. Nos reímos del peinado que lucíamos entonces, de la excesiva formalidad de nuestros gestos. El tiempo se ha posado con rigidez sobre nosotros. Desde la otra orilla, rostros acartonados nos observan detenidos en la distancia de un espejo de alquimia. Conmovidos por la nostalgia, les damos derecho a que jueguen con nuestras entrañas y alboroten, como niños, nuestro sosiego. Al pasarte una a una las fotografías observo cómo voy dejando sobre el papel las huellas imborrables de un asesino.
Fotografías
Juan Ramón Jiménez
Sólo eres tú (aquella tú) cuando me hieres.
ROSA
Juan de Arguijo
El griego vencedor que tantos años vio contra sí constante la fortuna; el que pudo, sagaz, de la importuna Circe vencer los mágicos engaños; El que en nuevas regiones y en extraños mares temer no supo vez alguna; el que bajando a la infernal laguna libre volvió de los eternos daños, Los ojos cubre y cierra los oídos de las Sirenas a la vista y canto y se manda ligar a un mástil duro. Y negando al objeto los sentidos, la engañosa belleza y fuerte encanto huyendo vence, y corta el mar seguro.
A ULISES
Byron Espinoza
Deletreo en tu carne tantos laberintos formas tan distintas de inventarte. En tu piel descubro el por qué de escarabajos y amapolas. Tú y yo lo sabemos: aunque reviente el hielo contra las rocas siempre tendremos piel para renovar el fuego.
Deletreo en tu carne...
Pablo Neruda
Cien sonetos de amor La gran lluvia del sur cae sobre Isla Negra como una sola gota transparente y pesada, el mar abre sus hojas frías y la recibe, la tierra aprende el húmedo destino de una copa. Alma mía, dame en tus besos el agua salobre de estos mares, la miel del territorio, la fragancia mojada por mil labios del cielo, la paciencia sagrada del mar en el invierno. Algo nos llama, todas las puertas se abren solas, relata el agua un largo rumor a las ventanas, crece el cielo hacia abajo tocando las raíces, y así teje y desteje su red celeste el día con tiempo, sal, susurros, crecimientos, caminos, una mujer, un hombre, y el invierno en la tierra.
Cien sonetos de amor
Juan Ramón Jiménez
No sé con qué decirlo, porque aún no está hecha mi callada palabra.
CANCIONCILLAS INTELECTUALES
Roque Dalton
Los muertos están cada día más indóciles. Antes era fácil con ellos: les dábamos un cuello duro una flor loábamos sus nombres en una larga lista: que los recintos de la patria que las sombras notables que el mármol monstruoso. El cadáver firmaba en pos de la memoria: iba de nuevo a filas y marchaba al compás de nuestra vieja música. Pero qué va los muertos son otros desde entonces. Hoy se ponen irónicos preguntan. Me parece que caen en la cuenta de ser cada vez más la mayoría.
EL DESCANSO DEL GUERRERO
Mario Meléndez
Mis funerales serán mañana no te los pierdas trae a los niños si quieres habrá números para todos los gustos habrá mimos y magos y payasos y una cantante como nunca has escuchado Vendrá gente de todas partes a celebrar este día Los estudiantes llegarán con sus globos azules los pobladores alzarán sus banderas /a un lado de mi tumba las hojas bailarán al compás del viento que también estará presente en este sencillo homenaje y una mujer desnuda como nunca has visto antes entrará en mi ataúd y lo sellará por dentro Qué más te puedo contar Los vendedores gritarán sus ofertas /apostados en las cruces y ofrecerán retratos míos que no me favorecen y también mis originales que no son originales sino copias que algún vivo imitó con cuidado /para enriquecerse Te pido no compres nada más bien disfruta el momento porque a las quince en punto un coro de grillos /dará inicio a la fiesta Entonces se apagará el cielo de golpe cuando las nubes lo cubran en señal de respeto y las palomas dibujen mi nombre en pleno vuelo y las abejas llenen de miel los recuerdos /y las lágrimas Y hacia el final del día cuando todos estén cansados y borrachos un niño que no sabe leer pedirá la palabra y dirá el más bello discurso que jamás has escuchado Ya sabes no faltes a esta cita no hagas que me levante de mi tumba /para tirarte las orejas o que esconda para siempre las llaves del cementerio y no tengas a quien llevarle flores.
La invitación
Juan Ramón Jiménez
Con la primavera mis sueños se llenan de rosas, lo mismo que las escaleras orilla del río. Con la primavera mis rosas se llenan de pompas, lo mismo que las torrenteras orilla del río. Con la primavera mis pompas se llenan de risas, lo mismo que las ventoleras orilla del río.
ROSA, POMPA, RISA
José de Espronceda
Débil mortal no te asuste mi oscuridad ni mi nombre; en mi seno encuentra el hombre un término a su pesar. Yo, compasiva, te ofrezco lejos del mundo un asilo, donde a mi sombra tranquilo para siempre duerma en paz. Isla yo soy del reposo en medio el mar de la vida, y el marinero allí olvida la tormenta que pasó; allí convidan al sueño aguas puras sin murmullo, allí se duerme al arrullo de una brisa sin rumor. Soy melancólico sauce que su ramaje doliente inclina sobre la frente que arrugara el padecer, y aduerme al hombre, y sus sienes con fresco jugo rocía mientras el ala sombría bate el olvido sobre él. Soy la virgen misteriosa de los últimos amores, y ofrezco un lecho de flores, sin espina ni dolor, y amante doy mi cariño sin vanidad ni falsía; no doy placer ni alegría, más es eterno mi amor. En mi la ciencia enmudece, en mi concluye la duda y árida, clara, desnuda, enseño yo la verdad; y de la vida y la muerte al sabio muestro el arcano cuando al fin abre mi mano la puerta a la eternidad. Ven y tu ardiente cabeza entre mis manos reposa; tu sueño, madre amorosa; eterno regalaré; ven y yace para siempre en blanca cama mullida, donde el silencio convida al reposo y al no ser. Deja que inquieten al hombre que loco al mundo se lanza; mentiras de la esperanza, recuerdos del bien que huyó; mentiras son sus amores, mentiras son sus victorias, y son mentiras sus glorias, y mentira su ilusión. Cierre mi mano piadosa tus ojos al blanco sueño, y empape suave beleño tus lágrimas de dolor. Yo calmaré tu quebranto y tus dolientes gemidos, apagando los latidos de tu herido corazón.
CANCIÓN DE LA MUERTE
Nicanor Parra
1 Ya no me queda nada por decir Todo lo que tenía que decir Ha sido dicho no sé cuántas veces. 2 He preguntado no sé cuántas veces pero nadie contesta mis preguntas. Es absolutamente necesario Que el abismo responda de una vez Porque ya va quedando poco tiempo. 3 Sólo una cosa es clara: Que la carne se llena de gusanos.
TRES POESÍAS
Antonio Machado
¿Sevilla?... ¿Granada?... La noche de luna. Angosta la calle, revuelta y moruna, de blancas paredes y obscuras ventanas. Cerrados postigos, corridas persianas... El cielo vestía su gasa de abril. Un vino risueño me dijo el camino. Yo escucho los áureos consejos del vino, que el vino es a veces escala de ensueño. Abril y la noche y el vino risueño cantaron en coro su salmo de amor. La calle copiaba, con sombra en el muro, el paso fantasma y el sueño maduro de apuesto embozado, galán caballero: espada tendida, calado sombrero... La luna vertía su blanco soñar. Como un laberinto mi sueño torcía de calle en calleja. Mi sombra seguía de aquel laberinto la sierpe encantada, en pos de una oculta plazuela cerrada. La luna lloraba su dulce blancor. La casa y la clara ventana florida, de blancos jazmines y nardos prendida, más blancos que el blanco soñar de la luna... ?Señora, la hora, tal vez importuna... ¿Que espere? (La dueña se lleva el candil). Ya sé que sería quimera, señora, mi sombra galante buscando a la aurora en noches de estrellas y luna, si fuera mentira la blanca nocturna quimera que usurpa a la luna su trono de luz. ¡Oh dulce señora, más cándida y bella que la solitaria matutina estrella tan clara en el cielo! ¿Por qué silenciosa oís mi nocturna querella amorosa? ¿Quién hizo, señora, cristal vuestra voz?... La blanca quimera parece que sueña. Acecha en la obscura estancia la dueña. ?Señora, si acaso otra sombra, emboscada teméis, en la sombra, fiad en mi espada... Mi espada se ha visto a la luna brillar. ¿Acaso os parece mi gesto anacrónico? El vuestro es, señora, sobrado lacónico. ¿Acaso os asombra mi sombra embozada, de espada tendida y toca plumada?... ¿Seréis la cautiva del moro Gazul? Dijéraislo, y pronto mi amor os diría el son de mi guzla y la algarabía más dulce que oyera ventana moruna. Mi guzla os dijera la noche de luna, la noche de cándida luna de abril. Dijera la clara cantiga de plata del patio moruno, y la serenata que lleva el aroma de floridas preces a los miradores y a los ajimeces, los salmos de un blanco fantasma lunar. Dijera las danzas de trenzas lascivas, las muelles cadencias de ensueños, las vivas centellas de lánguidos rostros velados, los tibios perfumes, los huertos cerrados; dijera el aroma letal del harén. Yo guardo, señora, en viejo salterio también una copla de blanco misterio, la copla más suave, más dulce y más sabia que evoca las claras estrellas de Arabia y aromas de un moro jardín andaluz. Silencio... En la noche la paz de la luna alumbra la blanca ventana moruna. Silencio... Es el musgo que brota, y la hiedra que lenta desgarra la tapia de piedra... El llanto que vierte la luna de abril. ?Si sois una sombra de la primavera blanca entre jazmines, o antigua quimera soñada en las trovas de dulces cantores, yo soy una sombra de viejos cantares, y el signo de un álgebra vieja de amores. Los gayos, lascivos decires mejores, los árabes albos nocturnos soñares, las coplas mundanas, los salmos talares, poned en mis labios; yo soy una sombra también del amor. Ya muerta la luna, mi sueño volvía por la retorcida, moruna calleja. El sol en Oriente reía su risa más vieja.
Fantasía de una nota de abril
Hilario Barrero
Para José Muñoz Millanes ¿En qué infierno proclama su dolor la sombra más oscura? Y si lo siente, ¿qué hondura exige, a qué pozo hay que llegar para saciar la sed de amargo vino negro que hiere y emborracha con certero navajazo las vísceras del sol? Y si la sombra se enamora, ¿qué azabache ha de elegir para adornar sus pechos y su sexo? ¿en qué boca de lobo morirá degollada? (dentelladas nupciales de la bestia que en celo excomulga a la albura con su pezuña atea) ¿de qué profunda mina sacará los metales para hacerse las arras? ¿qué príncipe de luto riguroso, en el tablero medieval del tiempo, acuchilla a la dama con su espada de ónix ganando la partida a la Edad Media? Coronada de endrino, con collares del más serio carbón, ¿no eres tú sombra mía la luz de lo más negro? Al doblar tu esqueleto y descubrir tus ojos en la testuz del alba, ¿no es acaso lo que llamamos muerte?
Boca de Lobo
Manuel Machado
Siete soles forman el solio del príncipe de los siete soles. Su cetro de oro es un haz de llamas de mil arreboles. Su rostro, que nadie miró porque ciega, las nubes esconden. Su imperio, los mundos, Él todo lo puede, todo lo conoce... Y en sus ojos, cuyo mirar mata, brillan ¡todos los dolores!
EL PRÍNCIPE
Ramón López Velarde
a Josefa de los Ríos * 17 de marzo de 1880 + 7 de mayo de 1917 Amada, es Primavera. Fuensanta, es que florece la eclesiástica unción de la cuaresma. Hay un alivio dulce en las almas enfermas, porque abril con sus auras les va dando la sensación de la convalecencia. Se viste el cielo del mejor azul y de rosas la tierra, y yo me visto con tu amor... ¡Oh gloria de estar enamorado, enamorado, ebrio de amor a ti, novia perpetua, enloquecidamente enamorado, como quince años, cual pasión primera! Y con la dicha de palomas que huyen del convento en que estaban prisioneras y se ven lejos, bajo la promesa azul del firmamento y sobre la florida de la tierra, así vuelan a verte en otros climas ¡oh santa, oh amadísima, oh enferma! estos versos de infancia que brotaron bajo el imperio de la Primavera.
EN EL REINADO DE LA PRIMAVERA
Claribel Alegría
Qué lástima que duermas y se interrumpa el diálogo y no sientas mi beso en tus ojos cerrados. Qué lástima tu infancia así truncada, ese tiempo sin tiempo a medio abrir por el que ya empezaba a vislumbrarte. Mañana todo habrá cambiado: otra vez hablándonos de lejos desde nuestras esquivas soledades. Qué lástima los signos de mi amor, mis apretados círculos de miedo que no sé si entendiste.
QUÉ LÁSTIMA
Ramón López Velarde
Fuensanta: las finezas del Amado, las finezas más finas, han de ser para ti menguada cosa, porque el honor a ti resulta honrado. La corona de espinas, llevándola por ti, es suave rosa que perfuma la frente del Amado. El madero pesado en que me crucifico por tu amor no pesa más, Fuensanta, que el arbusto en que canta tu amigo el ruiseñor y que con una mano arranca fácilmente el leñador. Por ti el estar enfermo es estar sano; nada son para ti todos los cuentos que en la remota infancia divierten al mortal; porque hueles mejor que la fragancia de encantados jardines soñolientos, y porque eres más diáfana, bien mío, que el diáfano palacio de cristal. Pero con ser así tu poderío, permite que te ofrezca el pobre don del viejo parque de mi corazón. Está en diciembre, pero con tu cántico tendrá las rosas de un abril romántico. Bella Fuensanta, tú ya bien sabes el secreto: ¡canta!
OFRENDA ROMÁNTICA
María Eugenia Caseiro
Saltar de alguna forma el mediodía crecer en el crepúsculo tocar la yema fruncido el llanto. Vernos inmensamente labios desnudos enfrentar tu nombre mi nombre, nuestros nombres nunca abandonados en los parques. Acaso el polvo en sus cuatro estaciones nos sepulte.
Saltar
Guillermo Aguirre y Fierro
En torno de una mesa de cantina, una noche de invierno, regocijadamente departían seis alegres bohemios. Los ecos de sus risas escapaban y de aquel barrio quieto iban a interrumpir el imponente y profundo silencio. El humo de olorosos cigarrillos en espirales se elevaba al cielo, simbolizando al resolverse en nada, la vida de los sueños. Pero en todos los labios había risas, inspiración en todos los cerebros, y, repartidas en la mesa, copas pletóricas de ron, whisky o ajenjo. Era curioso ver aquel conjunto, aquel grupo bohemio, del que brotaba la palabra chusca, la que vierte veneno, lo mismo que, melosa y delicada, la música de un verso. A cada nueva libación, las penas hallábanse más lejos del grupo, y nueva inspiración llegaba a todos los cerebros, con el idilio roto que venía en alas del recuerdo. Olvidaba decir que aquella noche, aquel grupo bohemio celebraba entre risas, libaciones, chascarrillos y versos, la agonía de un año que amarguras dejó en todos los pechos, y la llegada, consecuencia lógica, del “Feliz Año Nuevo”... Una voz varonil dijo de pronto: —Las doce, compañeros; Digamos el “requiéscat” por el año que ha pasado a formar entre los muertos. ¡Brindemos por el año que comienza! Porque nos traiga ensueños; porque no sea su equipaje un cúmulo de amargos desconsuelos... —Brindo, dijo otra voz, por la esperanza que a la vida nos lanza, de vencer los rigores del destino, por la esperanza, nuestra dulce amiga, que las penas mitiga y convierte en vergel nuestro camino. Brindo porque ya hubiese a mi existencia puesto fin con violencia esgrimiendo en mi frente mi venganza; si en mi cielo de tul limpio y divino no alumbrara mi sino una pálida estrella: Mi esperanza. —¡Bravo! Dijeron todos, inspirado esta noche has estado y hablaste bueno, breve y sustancioso. El turno es de Raúl; alce su copa Y brinde por... Europa, Ya que su extranjerismo es delicioso... —Bebo y brindo, clamó el interpelado; brindo por mi pasado, que fue de luz, de amor y de alegría, y en el que hubo mujeres seductoras y frentes soñadoras que se juntaron con la frente mía... Brindo por el ayer que en la amargura que hoy cubre de negrura mi corazón, esparce sus consuelos trayendo hasta mi mente las dulzuras de goces, de ternuras, de dichas, de deliquios, de desvelos. —Yo brindo, dijo Juan, porque en mi mente brote un torrente de inspiración divina y seductora, porque vibre en las cuerdas de mi lira el verso que suspira, que sonríe, que canta y que enamora. Brindo porque mis versos cual saetas Lleguen hasta las grietas Formadas de metal y de granito Del corazón de la mujer ingrata Que a desdenes me mata... ¡pero que tiene un cuerpo muy bonito! Porque a su corazón llegue mi canto, porque enjuguen mi llanto sus manos que me causan embelesos; porque con creces mi pasión me pague... ¡vamos!, porque me embriague con el divino néctar de sus besos. Siguió la tempestad de frases vanas, de aquellas tan humanas que hallan en todas partes acomodo, y en cada frase de entusiasmo ardiente, hubo ovación creciente, y libaciones y reír y todo. Se brindó por la Patria, por las flores, por los castos amores que hacen un valladar de una ventana, y por esas pasiones voluptuosas que el fango del placer llena de rosas y hacen de la mujer la cortesana. Sólo faltaba un brindis, el de Arturo. El del bohemio puro, De noble corazón y gran cabeza; Aquél que sin ambages declaraba Que solo ambicionaba Robarle inspiración a la tristeza. Por todos estrechado, alzó la copa Frente a la alegre tropa Desbordante de risas y de contento; Los inundó en la luz de una mirada, Sacudió su melena alborotada Y dijo así, con inspirado acento: —Brindo por la mujer, mas no por ésa en la que halláis consuelo en la tristeza, rescoldo del placer ¡desventurados!; no por esa que os brinda sus hechizos cuando besáis sus rizos artificiosamente perfumados. Yo no brindo por ella, compañeros, siento por esta vez no complaceros. Brindo por la mujer, pero por una, por la que me brindó sus embelesos y me envolvió en sus besos: por la mujer que me arrulló en la cuna. Por la mujer que me enseño de niño lo que vale el cariño exquisito, profundo y verdadero; por la mujer que me arrulló en sus brazos y que me dio en pedazos, uno por uno, el corazón entero. ¡Por mi Madre! Bohemios, por la anciana que piensa en el mañana como en algo muy dulce y muy deseado, porque sueña tal vez, que mi destino me señala el camino por el que volveré pronto a su lado. Por la anciana adorada y bendecida, por la que con su sangre me dio vida, y ternura y cariño; por la que fue la luz del alma mía, y lloró de alegría, sintiendo mi cabeza en su corpiño. Por esa brindo yo, dejad que llore, que en lágrimas desflore esta pena letal que me asesina; dejad que brinde por mi madre ausente, por la que llora y siente que mi ausencia es un fuego que calcina. Por la anciana infeliz que sufre y llora y que del cielo implora que vuelva yo muy pronto a estar con ella; por mi Madre, bohemios, que es dulzura vertida en mi amargura y en esta noche de mi vida, estrella... El bohemio calló; ningún acento profanó el sentimiento nacido del dolor y la ternura, y pareció que sobre aquel ambiente flotaba inmensamente un poema de amor y de amargura.
EL BRINDIS DEL BOHEMIO
Gonzalo de Berceo
Milagros de Nuestra Señora - versos 401 a 460 III Leemos de un clérigo que era tiestherido, ennos vicios seglares ferament embevido; peroque era locco, avié un buen sentido, amava la Gloriosa de corazón complido. Comoquiere que era en ál malcostumnado, en saludar a ella era bien acordado; nin irié a la eglesia nin a ningún mandado, que el su nomne ante non fuesse aclamado. Dezir no lo sabría sobre quál ocasión ca nos no lo sabemos si lo buscó o non, diéronli enemigos salto a est varón, ovieron a matarlo: ¡Domne Dios lo perdón! Los omnes de la villa e los sus companneros esto como cuntiera com non eran certeros, defuera de la villa entre unos riberos, allá lo soterraron, non entre los dezmeros. Pesó'l a la Gloriosa con est enterramiento, que yazié el su siervo fuera de su conviento; apareció'l a un clérigo de buen entendimiento, díssoli que fizieran en ellos fallimiento. Bien avié treinta días que era soterrado: en término tan luengo podié seer dannado; dísso'l Sancta María: «Fizistes desguissado, que yaz el mi notario de vos tan apartado. »Mándote que lo digas: que el mi cancellario non merecié seer echado del sagrario; dilis que no lo dexen ý otro trentanario, métanlo con los otros en el buen fossalario.» Demandóli el clérigo que yazié dormitado, «¿Quí eres tú que fablas? Dime de ti mandado, ca quando lo dissiero seráme demandado quí es el querelloso o quí el soterrado.» Díssoli la Gloriosa: «Yo so Sancta María madre de Jesu Christo que mamó leche mía; el que vos desechastes de vuestra compannía, por cancellario mío yo a éssi tenía. »El que vos soterrastes luenne del cimiterio, al que vos non quisiestes fazer nul ministerio, yo por ésti te fago todo est reguncerio: si bien no lo recabdas, tente por en lazerio.» El dicho de la duenna fue luego recabdado, abrieron el sepulcro apriesa e privado; vidieron un miraclo non simple ca doblado, el uno e el otro, fue luego bien notado. Issiéli por la boca una fermosa flor de muy grand fermosura, de muy fresca color; inchié toda la plaza de sabrosa olor, que non sentién del cuerpo un punto de pudor. Trobáronli la lengua tan fresca e tan sana qual parece de dentro la fermosa mazana; no la tenié más fresca a la meredïana quando sedié fablando en media la quintana. Vidieron que viniera esto por la Gloriosa, ca otri non podrié fazer tamanna cosa; transladaron el cuerpo, cantando «Specïosa», aprés de la eglesia en tumba más preciosa. Todo omne del mundo fará grand cortesía qui fiziere servicio a la Virgo María; mientre que fuere vivo verá plazentería, e salvará la alma al postremero día.
EL CLÉRIGO Y LA FLOR
Byron Espinoza
Debajo de mi cuerpo seguía el tuyo, y tu boca debajo de mi boca. Antonio Gala Lamo la raíz de tu espalda entretejo el fruto de tu carne a mis glándulas gustativas. Ahí respiro catedrales las convierto en orgásmicas visiones. Muerdo la alfombra de tus pasos la transformo en libélulas que me trago mientras me sueñas hacerlo. Nos enfrentamos rompemos nuestra piel con espejos de saliva desdibujamos paredes ventanas que se levantan en los ojos. Asimilo el ritmo de tu cardinal hermosura. Se condensa el eclipse del sudor. Asimilas la locura de cada párpado. Derribas los castillos de la sonrisa los transformas en pequeños insectos que carcomen nuestras ansias y nos hacen parte de la galaxia del cuarto.
Lamo la raíz de tu espalda...
Luis de Góngora
Música le pidió ayer su albedrío A un descendiente de don Peranzules; Templáronle al momento dos baúles Con más cuerdas que jarcias un navío. Cantáronle de cierto amigo mío Un desafío campal de dos Gazules, Que en ser por unos ojos entreazules Fue peor que gatesco el desafío. Romance fue el cantado, y que no pudo Dejarle de entender, si el muy discreto No era sordo, o el músico era mudo. Y de que le entendió yo os lo prometo, Pues envió a decir con don Bermudo: «Que vuelvan a cantar aquel soneto».
DE UN CABALLERO QUE LLAMÓ SONETO A UN ROMANCE
Ismael Enrique Arciniegas
¿Quieres que hablemos?... Está bien... empieza: Habla a mi corazón como otros días... ¡Pero no!... ¿qué dirías? ¿Qué podrías decir a mi tristeza? No intentes disculparte... ¡todo es vano! Ya murieron las rosas en el huerto; el campo verde lo secó el verano, y mi fe en ti, como mi amor, ha muerto. Amor arrepentido, ave que quieres regresar al nido al través de la escarcha y las neblinas; amor que vienes aterido y yerto, ¡donde fuiste feliz... ya todo ha muerto! ¡No vuelvas... Todo lo hallarás en ruinas! ¿A qué has venido? ¿Para qué volviste? ¿Qué buscas?... ¡Nadie habrá de responderte! Está sola mi alma, y estoy triste, inmensamente triste hasta la muerte. Todas las ilusiones que te amaron, las que quisieron compartir tu suerte, mucho tiempo en la sombra te esperaron, y se fueron... ¡cansadas de no verte! Cuando por vez primera en mi camino te encontré, reía en los campos la alegre primavera... toda esa luz, aromas y armonía. Hoy... ¡todo cuán distinto! Paso a paso y solo voy por la desierta vía. —Nave sin rumbo entre revueltas olas— pensando en las tristezas del ocaso, y en las tristezas de las almas solas. En torno la mirada no columbra sino aspereza y páramos sombríos; los nidos en la nieve están vacíos, y la estrella que amamos ya no alumbra el azul de tus sueños y los míos. Partiste para ignota lontananza cuando empezaba a descender la sombra. ...¿Recuerdas? Te imploraba mi esperanza, ¡pero ya mi esperanza no te nombra! ¡No ha de nombrarte!...¿para qué?... Vacía está el ara, y la historia yace trunca. ¡Ya para que esperar que irradie el día! ¡Ya para que decirnos: Todavía! Si una voz grita en nuestras almas: ¡Nunca! Dices que eres la misma; que en tu pecho la dulce llama de otros tiempos arde; que el nido del amor no esta desecho, que para amarnos otra vez, no es tarde. ¡Te engañas!... ¡No lo creas!... Ya la duda echó en mi corazón fuertes raíces. Ya la fe de otros años no me escuda... Quedó de sueños mi ilusión desnuda, ¡y no puedo creer lo que me dices! ¡No lo puedo creer!... Mi fe burlada, mi fe en tu amor perdida, es ansia de una nave destrozada, ¡ancla en el fondo de la mar caída! Anhelos de un amor, castos risueños, ya nunca volveréis... Se van... ¡Se esconden! ¿Los llamas?... ¡Es inútil!... No responden... ¡Ya los cubre el sudario de mis sueños! Hace tiempo se fue la primavera... ¡Llegó el invierno, fúnebre y sombrío! Ave fue nuestro amor, ave viajera, ¡y las aves se van cuando hace frío!
A SOLAS
Jaime Sabines
Amanecí triste el día de tu muerte, tía Chofi, pero esa tarde me fui al cine e hice el amor. Yo no sabía que a cien leguas de aquí estabas muerta con tus setenta años de virgen definitiva, tendida sobre un catre, estúpidamente muerta. Hiciste bien en morirte, tía Chofi, porque no hacías nada, porque nadie te hacía caso, porque desde que murió abuelita, a quien te consagraste, ya no tenías qué hacer y a leguas se miraba que querías morirte y te aguantabas. ¡Hiciste bien! Yo no quiero elogiarte como acostumbran los arrepentidos, porque te quise a tu hora, en el lugar preciso, y harto sé lo que fuiste, tan corriente, tan simple, pero me he puesto a llorar como una niña porque te moriste. ¡Te siento tan desamparada, tan sola, sin nadie que te ayude a pasar la esquina, sin quien te dé un pan! Me aflige pensar que estás bajo la tierra tan fría de Berriozábal, sola, sola, terriblemente sola, como para morirse llorando. Ya sé que es tonto eso, que estás muerta, que más vale callar, ¿pero qué quieres que haga si me conmueves más que el presentimiento de tu muerte? Ah, jorobada, tía Chofi, me gustaría que cantaras o que contaras el cuento de tus enamorados. Los campesinos que te enterraron sólo tenían tragos y cigarros, y yo no tengo más. Ha de haberse hecho el cielo ahora con tu muerte, y un Dios justo y benigno ha de haberte escogido. Nunca ha sido tan real eso en lo que tu creíste. Tan miserable fuiste que te pasaste dando tu vida a todos. Pedías para dar, desvalida. Y no tenías el gesto agrio de las solteronas porque tu virginidad fue como una preñez de muchos hijos. En el medio justo de dos o tres ideas que llenaron tu vida te repetías incansablemente y eras la misma cosa siempre. Fácil, como las flores del campo con que las vecinas regaron tu ataúd, nunca has estado tan bien como en ese abandono de la muerte. Sofía, virgen, antigua, consagrada, debieron enterrarte de blanco en tus nupcias definitivas. Tú que no conociste caricia de hombre y que desjaste que llegaran a tu rostro arrugas antes que besos, tú, casta, limpia, sellada, debiste llevar azahares tu último día. Exijo que los ángeles te tomen y te conduzcan a la morada de los limpios. Sofía virgen, vaso transparente, cáliz, que la muerte recoja tu cabeza blandamente y que cierre tus ojos con cuidados de madre mientras entona cantos interminables. Vas a ser olvidada de todos como los lirios del campo, como las estrellas solitarias; pero en las mañanas, en la respiración del buey, en el temblor de las plantas, en la mansedumbre de los arroyos, en la nostalgia de las ciudades, serás como la niebla intocable, hálito de Dios que despierta. Sofía virgen, desposada en un cementerio de provincia, con una cruz pequeña sobre tu tierra, estás bien allí, bajo los pájaros del monte, y bajo la yerba, que te hace una cortina para mirar al mundo.
Tía Chofi
Pablo Neruda
DE tanto amar y andar salen los libros. Y si no tienen besos o regiones y si no tienen hombre a manos llenas, si no tienen mujer en cada gota, hambre, deseo, cólera, caminos, no sirven para escudo ni campana: están sin ojos y no podrán abrirlos, tendrán la boca muerta del precepto. Amé las genitales enramadas y entre sangre y amor cavé mis versos, en tierra dura establecí una rosa disputada entre el fuego y el rocío. Por eso pude caminar cantando.
Arte magnética
Toni García Arias
Un perro camina hacia mí, lento y hambriento. Camina receloso y cabizbajo, clava sus ojos sobre mi miedo y comienza a olerme de norte a sur, de mi infancia a mi presente. Mueve su hocico frenéticamente como si pretendiese extraerme el aroma o arrancarme el alma. Me muestra sus dientes, su rabia, su violencia. Me deja temblando y se va. Como la vida.
Vida
Mario Benedetti
Ah ¿quién me salvara de existir? Fernando Pessoa Dijo el fulano presuntuoso / hoy en el consulado obtuve el habitual certificado de existencia consta aquí que estoy vivo de manera que basta de calumnias este papel soberbio / irrefutable atestigua que existo si me enfrento al espejo y mi rostro no está aguantaré sereno despejado ¿no llevo acaso en la cartera mi recién adquirido mi flamante certificado de existencia? vivir / después de todo no es tan fundamental lo importante es que alguien debidamente autorizado certifique que uno probadamente existe cuando abro el diario y leo mi propia necrológica me apena que no sepan qu estoy en condiciones de mostrar dondequiera y a quien sea un vigente prolijo y minucioso certificado de existencia existo luego pienso ¿cuántos zutanos andan por la calle creyendo que están vivos cuando en rigor carecen del genuino irremplazable soberano certificado de existencia?
Certificado de existencia
Luis de Góngora
Ceñida, si asombrada no, la frente De una y otra verde rama obscura, A los pinos dejando de Segura Su urna lagrimosa, en son doliente, Llora el Betis, no lejos de su fuente, En poca tierra ya mucha hermosura: Tiernos rayos en una piedra dura De un sol antes caduco que luciente. ¡Cuán triste sobre el pórfido se mira Casta Venus llorar su cuarta gracia, Si lágrimas las perlas son que vierte! ¡Oh Antonio, oh tú del músico de Tracia Prudente imitador! Tu dulce lira Sus privilegios rompa hoy a la muerte.
A DON ANTONIO DE LAS INFANTAS
Leopoldo María Panero
Prometo escribiros, pañuelos que se pierden en el horizonte, risas que palidecen, rostros que caen sin peso sobre la hierba húmeda, donde las arañas tejen ahora sus azules telas. En la casa del bosque crujen, de noche, las viejas maderas, el viento agita raídos cortinajes, entra sólo la luna a través de las grietas. Los espejos silenciosos, ahora, qué grotescos, envenenados peines, manzanas, maleficios, qué olor a cerrado, ahora, qué grotescos. Os echaré de menos, nunca os olvidaré. Pañuelos que se pierden en el horizonte. A lo lejos se oyen golpes secos, uno tras otro los árboles se derrumban. Está en venta el jardín de los cerezos.
BLANCANIEVES SE DESPIDE DE LOS SIETE ENANOS
Amado Nervo
Espacio y tiempo, barrotes de la jaula en que el ánima, princesa encantada, está hilando, hilando cerca de las ventanas de los ojos (las únicas aberturas por donde suele asomarse, lánguida). Espacio y tiempo, barrotes de la jaula; ya os romperéis, y acaso muy pronto, porque cada mes, hora, instante, os mellan, ¡y el pájaro de oro acecha una rendija para tender las alas! La princesa, ladina, finge hilar; pero aguarda que se rompa una reja... En tanto, a las lejanas estrellas dice: «Amigas tendedme vuestra escala de la luz sobre el abismo.» Y las estrellas pálidas le responden: «¡Espera, espera, hermana, y prevén tus esfuerzos: ya tendemos la escala!»
Espacio y tiempo
José Asunción Silva
I Es media noche. —Duerme el mundo ahora bajo el ala de niebla del silencio vagos rayos de luna y el fulgor incierto de lámpara velada alumbran su aposento. En las teclas del piano vagan aún sus marfilinos dedos, errante la mirada dice algo que no alcanza el pensamiento. ¡Cómo perfuma el aire el blanco ramo marchito en el florero, cuán suave es el suspiro que vaga entre sus labios entreabiertos! ................................................................................. ¡Adriana! ¡Adriana! de tan dulces horas guardarán el secreto tu estancia, el rayo de la luna, el vago ruïdo de tus besos, la noche silenciosa, ¡y en mi alma el recuerdo!... II Si en vosotras algún día se fijan sus ojos bellos, ¡pobres estrofas! habladle con rumor suäve y ledo como notas de una música que oímos ha mucho tiempo, y que impregnada de aromas torna en las alas del viento. Alzada cual leve brisa besad sus blondos cabellos y penetrad en su alma y en los espacios perdeos como en la santa capilla las espirales de incienso!... III Como recuerdo de su amor sincero, recuerdo dulce y único de aquel amor suave y melancólico cual la luz del crepúsculo, guardo en un cofrecito plateado unas rosas de musgo las contemplo en mis horas de alegría, las beso cuando sufro, ¡aún guardan el perfume penetrante de los cabellos suyos! ................................................................................. Cuando bajo la tierra muda y fría duerma, lejos del mundo, cuando el ramaje de movible sauce cobije mi sepulcro, sobre la piedra que mis restos vele poned el ramo mustio! IV La noche en que al dulce beso del amor, se abrió su alma caminando lentamente iba, en mi brazo apoyada. No había luna. Las estrellas vertían su luz escasa, y sobre el cielo profundo nuestros ojos contemplaban como una bruma ligera, la brillante vía láctea, ....................................... suspiró. Con voz muy queda dime, le dije, ¡te cansas! alzó la hermosa cabeza, se iluminó su mirada y murmuró. Mira dicen que es grande, inmensa la vaga bruma que brilla a lo lejos como una niebla de plata, que la forman otros mundos que están a inmensa distancia, que la luz solar invierte siglos en atravesarla, y si Dios quisiera un día a ti y a mí darnos alas ¡esa distancia infinita feliz, contigo cruzara! Bajo la noble cabeza desvió la viva mirada y dijo paso —¡de nuevo me preguntabas "te cansas"! V ¡Pobre! junto del hombre aquel, su vida fue como un rayo del estivo sol, que se pierde en un caos de neblinas sin forma ni color. ................................................................................. Las veces en que, en horas de tristeza, las sombras de otros tiempos evocó y el recuerdo feliz y sonriente de su primer amor, las veces en que al beso de la pena quizá lanzó un ¡ay! y murmuró cabe la cuna del dormido niño una dulce canción, las veces en que en luchas interiores del sentimiento el grito sofocó como el [humilde] aroma de las rosas lo sabe sólo Dios! VI Encontrarás poesía dijo entonces, sonrïendo en el recinto sagrado de los cristianos templos, en los lugares que nunca humanos pies recorrieron, en los bosques seculares donde se oculta el silencio, en los murmullos sonoros de las ondas y del viento, en la voz de los follajes del amor en los recuerdos, de las niñas de quince años en los blancos aposentos, en las tristezas profundas como el Cristo en las noches estrelladas, ¡...jamás en los malos versos! VII Como tú sobre la dura roca nativa, parásita también he visto en la vida sobre las rocas más áridas criaturas tristes y buenas embellecer... VIII ¡La visteis! dulce y serena su faz retrata su calma y aunque de visiones llena aún está virgen su alma. Tiene la piel suave y pura cual las hojas de las lilas, ensueños de honda ternura rebosan en sus pupilas. Pequeño y la forma arqueada el pie nervioso y breve y pálida y hoyuelada la blanca mano de nieve. La mirada traviesa con lumbre vívida brilla bajo de la blonda espesa de la española mantilla. Y al meditar en sus besos perdiéndose en sus miradas se sueñan locos excesos de frescas carnes rosada[s]. Su alegre estancia risueña medio-templo, medio-nido, conversa al alma que sueña con un lenguaje escondido. Hacia sus grandes ventanas que velan leves cortinas tienden las oscuras ramas las madreselvas vecinas. De noche mis pensamientos allí van —ruido importuno en las alas de los vientos con los rayos de la luna. Y al penetrar, a la mesa vuelan —do lee o delira— o hacia el Cristo al cual le reza, o al espejo do se mira. ¡Y cual una visión vana que evaporándose crece se salen por la ventana cuando la aurora amanece! IX ¡Bajad a la pobre niña, bajadla con mano trémula, y con cuidadoso esmero entre la fosa ponedla y arrojad sobre su tumba frías puñadas de tierra! Aún sobre sus labios rojos la sonrisa postrimera, tan joven y tan hermosa y descansa helada, yerta, y está marchito el tesoro de su dulce adolescencia! Bajad a la pobre niña, ¡bajadla con mano trémula y con cuidadoso esmero entre la fosa ponedla y arrojad sobre su tumba frías puñadas de tierra! Cavad ahora otra fosa, cavadla con mano trémula, de la sonrïente niña del triste sepulcro cerca, para que lejos del mundo su sueño postrero duerman mis recuerdos de cariño y mis memorias más tiernas. Bajadlos desde mi älma bajadlos con mano trémula y arrojad sobre su fosa frías puñadas de tierra!... X A Natalia Tanco A. ¿Has visto, cuando amanece los velos conque la escarcha los vidrios de los balcones cubre en la noche callada? Deja que el rayo primero de la luz de la mañana los hiera, y verás entonces formarse figuras vagas en la superficie fría helechos de formas raras, paisajes de sol y niebla de perspectivas lejanas por donde van los ensueños a la tierra de las hadas y al fin un caos confuso de luz y gotas de agua de ramazones inciertas y perpectivas lejanas que al deshacerse semeja[n] el vago esbozo de un alma. Las neblinas que el espíritu llenan en horas amargas, como a los rayos del sol de los cristales la escarcha si las hiere tu sonrisa se vuelven visiones blancas. XI Cabe el remanso sombrío del arroyo transparente palpita y tiembla de frío y la copia la corriente. El tronco del árbol viejo y las verdeoscuras frondas, como en veneciano espejo se retratan en las ondas, suelto el cabello abundoso sobre el hombro alabastrino su cuerpo esbelto y airoso vela sólo el blanco lino. ¡Un rayo de sol!... El tul de las nieblas rompe el día ¡aguas, yerbas, cielo azul todo respira alegría! ¡Llegó el momento! El cendal que la cubre deja huir del arroyo en el cristal el cuerpo va a sumergir. ¿Mas por qué vuelve asustada los ojos y busca llena de afán?... Una carcajada aún en los aires resuena, es que al ir al escondido arroyo donde se baña despertó a un silfo dormido en una tela de araña.
NOTAS PERDIDAS
Ramón López Velarde
A Artemio de Valle-Arizpe. Sus ventanas floridas, que miran al oriente, llevan buena amistad con las auroras que, como primicias fúlgidas, esmaltan al campo de victorias de su frente. Aquella madrugada apareció el Amor tras de su reja y la dejó lavada con el cristal cerúleo de su pozo... ¡Y todavía, adentro de mi alma, hay un gozo fluido, de mujer madrugadora que riega su ventana y la decora! Ventanas que rondé en la alborada de mis mocedades; rejas con caracoles en que Ella gusta de escuchar el sordo fragor de las marinas tempestades; rejas depositarias de aquellos soliloquios de noctívago y de mi donjuanismo adolescente; que yo os mire de nuevo ¡oh ventanas abiertas al oriente!
SUS VENTANAS
Pablo Neruda
Cien sonetos de amor Recordarás tal vez aquel hombre afilado que de la oscuridad salió como un cuchillo y antes de que supiéramos, sabía: vio el humo y decidió que venía del fuego. La pálida mujer de cabellera negra surgió como un pescado del abismo y entre los dos alzaron en contra del amor una máquina armada de dientes numerosos. Hombre y mujer talaron montañas y jardines, bajaron a los ríos, treparon por los muros, subieron por los montes su atroz artillería. El amor supo entonces que se llamaba amor. Y cuando levanté mis ojos a tu nombre tu corazón de pronto dispuso mi camino.
Cien sonetos de amor
Gaspar Melchor de Jovellanos
Sentir de una pasión viva ardiente todo el afán, zozobra y agonía; vivir sin premio un día y otro día; dudar, sufrir, llorar eternamente; amar a quien no ama, a quien no siente, a quien no corresponde ni desvía; persuadir a quien cree y desconfía; rogar a quien otorga y se arrepiente; luchar contra un poder justo y terrible; temer más la desgracia que la muerte; morir, en fin, de angustia y de tormento, víctima de un amor irresistible: ésta es mi situación, ésta es mi suerte. ¿Y tú quieres, crüel, que esté contento?
A CLORI
Rubén Darío
El cisne en la sombra parece de nieve; su pico es de ámbar, del alba al trasluz; el suave crepúsculo que pasa tan breve las cándidas alas sonrosa de luz. Y luego en las ondas del lago azulado, después que la aurora perdió su arrebol, las alas tendidas y el cuello enarcado, el cisne es de plata bañado de sol. Tal es, cuando esponja las plumas de seda, olímpico pájaro herido de amor, y viola en las linfas sonoras a Leda, buscando su pico los labios en flor. Suspira la bella desnuda y vencida, y en tanto que al aire sus quejas se van, del fondo verdoso de fronda tupida chispean turbados los ojos de Pan.
Leda
Amado Nervo
Rindióme al fin el batallar continuo de la vida social; en la contienda, envidiaba la dicha del beduino que mora en libertad bajo su tienda. Hui del mundo a mi dolor extraño, llevaba el corazón triste y enfermo, y busqué, como Pablo el Ermitaño, la inalterable soledad del yermo. Allí moro, allí canto, de la vista del hombre huyendo, para el goce muerto, y bien puedo decir como el Bautista: ¡Soy la voz del que clama en el desierto!
Perlas negras VI
Lope de Vega
Gallardo pasea Zaide puerta y calle de su dama, que desea en gran manera ver su imagen y adorarla, porque se vido sin ella en una ausencia muy larga, que desdichas le sacaron desterrado de Granada, no por muerte de hombre alguno ni por traidor a su dama, mas por dar gusto a enemigos, si es que en el moro se hallan, porque es hidalgo en sus cosas, y tanto que al mundo espantan sus larguezas, pues por ellas el moro dejó su patria; pero a Granada volvió a pesar de ruin canalla, porque siendo un moro noble enemigos nunca faltan. Alzó la cabeza y vido a su Zaida a la ventana, tan bizarra y tan hermosa que al sol quita su luz clara. Zaida se huelga de ver a quien ha entregado el alma, tan turbada, y tan alegre, y cuanto alegre turbada, porque su grande desdicha le dio nombre de casada, aunque no por eso piensa olvidar a quien bien ama. El moro se regocija, y con dolor de su alma, por no tener más lugar, que el puesto no se le daba, por ser el moro celoso de quien es esposa Zaida, y en gozo, contento y pena le envió aquestas palabras: «—¡Oh más hermosa y más bella que la aurora aljofarada, mora de los ojos míos, que otra beldad no te iguala! Dime, ¿fáltate salud después que el verme te falta? Mas según la muestra has dado amor es el que te falta, pues mira, diosa cruel lo que me cuestas del alma, y cuántas noches dormí debajo de tus ventanas; y mira que dos mil veces recreándome en tus faldas, decías: «—El firme amor sólo entre los dos se halla», pues que por mí no ha quedado, que cumplo por mi desgracia lo que prometo una vez, cúmplelo también, ingrata. No pido más que te acuerdes, mira mi humilde demanda, pues en pensar sólo en ti me ocupo tarde y mañana—». Su prolijo razonar creo el moro no acabara, si no faltara la lengua que estaba medio trabada. La mora tiene la suya de tal suerte, que no acaba de acabar de abrir la gloria al moro con la palabra, vertiendo de entrambos ojos perlas con que le aplacaba, al moro sus quejas tristes dijo la discreta Zaida: «—Zaide mío, a Alá prometo de cumplirte la palabra que es jamás no te olvidar, pues no olvida quien bien ama; pero yo no me aseguro ni estoy de mí confiada, que suele a cuerpo presente ser la vigilia doblada, y más tú que lisonjeas, que ya lo tienes por gala, de ser como aquí lo has dicho, no habiendo en mí bueno nada. Sé muy bien lo que te debo y plugiese a Alá quedara hecho mi cuerpo pedazos antes que yo me casara, que no hay rato de contento en mí, ni un punto se aparta este mi moro enemigo de mi lado y de mi cama, y no me deja salir, ni asomarme a la ventana, ni hablar con mis amigas ni hallarme en fiestas o zambras—». No pudo escuchalla más el moro, y así se aparta hechos los ojos dos fuentes de lágrimas que derrama. Zaida, no menos que él, se quita de la ventana, y aunque apartaron los cuerpos juntas quedaron las almas.
Gallardo pasea Zaide
Federico García Lorca
Por el East River y el Bronx los muchachos cantan enseñando sus cinturas, con la rueda, el aceite, el cuero y el martillo. Noventa mil mineros sacaban la plata de las rocas y los niños dibujaban escaleras y perspectivas. Pero ninguno se dormía, ninguno quería ser el río, ninguno amaba las hojas grandes, ninguno la lengua azul de la playa. Por el East River y el Queensborough los muchachos luchaban con la industria, y los judíos vendían al fauno del río la rosa de la circuncisión y el cielo desembocaba por los puentes y los tejados manadas de bisontes empujadas por el viento. Pero ninguno se detenía, ninguno quería ser nube, ninguno buscaba los helechos ni la rueda amarilla del tamboril. Cuando la luna salga las poleas rodarán para turbar el cielo; un límite de agujas cercará la memoria y los ataúdes se llevarán a los que no trabajan. Nueva York de cieno, Nueva York de alambres y de muerte. ¿Qué ángel llevas oculto en la mejilla? ¿Qué voz perfecta dirá las verdades del trigo? ¿Quién el sueño terrible de sus anémonas manchadas? Ni un solo momento, viejo hermoso Walt Whitman, he dejado de ver tu barba llena de mariposas, ni tus hombros de pana gastados por la luna, ni tus muslos de Apolo virginal, ni tu voz como una columna de ceniza; anciano hermoso como la niebla que gemías igual que un pájaro con el sexo atravesado por una aguja, enemigo del sátiro, enemigo de la vid y amante de los cuerpos bajo la burda tela. Ni un solo momento, hermosura viril que en montes de carbón, anuncios y ferrocarriles, soñabas ser un río y dormir como un río con aquel camarada que pondría en tu pecho un pequeño dolor de ignorante leopardo. Ni un sólo momento, Adán de sangre, macho, hombre solo en el mar, viejo hermoso Walt Whitman, porque por las azoteas, agrupados en los bares, saliendo en racimos de las alcantarillas, temblando entre las piernas de los chauffeurs o girando en las plataformas del ajenjo, los maricas, Walt Whitman, te soñaban. ¡También ese! ¡También! Y se despeñan sobre tu barba luminosa y casta, rubios del norte, negros de la arena, muchedumbres de gritos y ademanes, como gatos y como las serpientes, los maricas, Walt Whitman, los maricas turbios de lágrimas, carne para fusta, bota o mordisco de los domadores. ¡También ése! ¡También! Dedos teñidos apuntan a la orilla de tu sueño cuando el amigo come tu manzana con un leve sabor de gasolina y el sol canta por los ombligos de los muchachos que juegan bajo los puentes. Pero tú no buscabas los ojos arañados, ni el pantano oscurísimo donde sumergen a los niños, ni la saliva helada, ni las curvas heridas como panza de sapo que llevan los maricas en coches y terrazas mientras la luna los azota por las esquinas del terror. Tú buscabas un desnudo que fuera como un río, toro y sueño que junte la rueda con el alga, padre de tu agonía, camelia de tu muerte, y gimiera en las llamas de tu ecuador oculto. Porque es justo que el hombre no busque su deleite en la selva de sangre de la mañana próxima. El cielo tiene playas donde evitar la vida y hay cuerpos que no deben repetirse en la aurora. Agonía agonía, sueño, fermento y sueño. Éste es el mundo, amigo, agonía, agonía. Los muertos se descomponen bajo el reloj de las ciudades, la guerra pasa llorando con un millón de ratas grises, los ricos dan a sus queridas pequeños moribundos iluminados, y la vida no es noble, ni buena, ni sagrada. Puede el hombre, si quiere, conducir su deseo por vena de coral o celeste desnudo. Mañana los amores serán rocas y el Tiempo una brisa que viene dormida por las ramas. Por eso no levanto mi voz, viejo Walt Whítman, entra el niño que escribe nombre de niña en su almohada, ni contra el muchacho que se viste de novia en la oscuridad del ropero, ni contra los solitarios de los casinos que beben con asco el agua de la prostitución, ni contra los hombres de mirada verde que aman al hombre y queman sus labios en silencio. Pero sí contra vosotros, maricas de las ciudades, de carne tumefacta y pensamiento inmundo, madres de lodo, arpías, enemigos sin sueño del Amor que reparte coronas de alegría. Contra vosotros siempre, que dais a los muchachos gotas de sucia muerte con amargo veneno. Contra vosotros siempre, Faeries de Norteamérica, Pájaros de la Habana, Jotos de Méjico, Sarasas de Cádiz, Apios de Sevilla, Cancos de Madrid, Floras de Alicante, Adelaidas de Portugal. ¡Maricas de todo el mundo, asesinos de palomas! Esclavos de la mujer, perras de sus tocadores, abiertos en las plazas con fiebre de abanico o emboscadas en yertos paisajes de cicuta. ¡No haya cuartel! La muerte mana de vuestros ojos y agrupa flores grises en la orilla del cieno. ¡No haya cuartel! ¡Alerta! Que los confundidos, los puros, los clásicos, los señalados, los suplicantes os cierren las puertas de la bacanal. Y tú, bello Walt Whitman, duerme a orillas del Hudson con la barba hacia el polo y las manos abiertas. Arcilla blanda o nieve, tu lengua está llamando camaradas que velen tu gacela sin cuerpo. Duerme, no queda nada. Una danza de muros agita las praderas y América se anega de máquinas y llanto. Quiero que el aire fuerte de la noche más honda quite flores y letras del arco donde duermes y un niño negro anuncie a los blancos del oro la llegada del reino de la espiga.
Oda a Walt Whitman
Vicente García
De niño ya te hablaban De la vida y la muerte. Qué fácil es hablar De la vida y la muerte. Cuándo sabremos algo De la vida y la muerte.
Los enigmas
Pablo Neruda
SI de tus dones y de tus destrucciones, Océano a mis manos pudiera destinar una medida, una fruta, un fermento, escogería tu reposo distante, las líneas de tu acero, tu extensión vigilada por el aire y la noche, y la energía de tu idioma blanco que destroza y derriba sus columnas en su propia pureza demolida. No es la última ola con su salado peso la que tritura costas y produce la paz de arena que rodea el mundo: es el central volumen de la fuerza, la potencia extendida de las aguas, la inmóvil soledad llena de vidas. Tiempo, tal vez, o copa acumulada de todo movimiento, unidad pura que no selló la muerte, verde víscera de la totalidad abrasadora. Del brazo sumergido que levanta una gota no queda sino un beso de la sal. De los cuerpos del hombre en tus orillas una húmeda fragancia de flor mojada permanece. Tu energía parece resbalar sin ser gastada, parece regresar a su reposo. La ola que desprendes, arco de identidad, pluma estrellada, cuando se despeñó fue sólo espuma, y regresó a nacer sin consumirse. Toda tu fuerza vuelve a ser origen. Sólo entregas despojos triturados, cáscaras que apartó tu cargamento, lo que expulsó la acción de tu abundancia, todo lo que dejó de ser racimo. Tu estatua está extendida más allá de las olas. Viviente y ordenada como el pecho y el manto de un solo ser y sus respiraciones, en la materia de la luz izadas, llanuras levantadas por las olas, forman la piel desnuda del planeta. Llenas tu propio ser con tu substancia. Colmas la curvatura del silencio. Con tu sal y tu miel tiembla la copa, la cavidad universal del agua, y nada falta en ti como en el cráter desollado, en el vaso cerril: cumbres vacías, cicatrices, señales que vigilan el aire mutilado. Tus pétalos palpitan contra el mundo, tiemblan tus cereales submarinos, las suaves ovas cuelgan su amenaza, navegan y pululan las escuelas, y sólo sube al hilo de las redes el relámpago muerto de la escama, un milímetro herido en la distancia de tus totalidades cristalinas.
El gran océano
José Antonio Labordeta
Nadie en las puertas. Nadie en los largos corredores que conducen directos hacia las antiguas plazas y viejos campanarios: Sólo el viento, testigo del naufragio. Nadie en los altozanos. Nadie en las parideras batidas por el sol que llevan hasta el fondo de la sombra: Sólo el grajo testigo del silencio de la tarde. Nadie en los vestíbulos. Nadie en los mercados repletos de amapolas para sustituir a los difuntos: Sólo el río testigo de la sangre de la tierra. Nadie nunca ya. Nadie en ningún lado. Sólo el viento, el grajo, el río, y el camino con piedras erizado.
Nadie en las puertas
Luis de Góngora
1 Un buhonero ha empleado En higas hoy su caudal, Y aunque no son de cristal, Todas las ha despachado; Para mí le he demandado, Cuando verdades no diga, Una higa. 2 Al necio, que le dan pena Todos los ajenos daños, Y aunque sea de cien años, Alcanza vista tan buena, Que ve la paja en la ajena Y no en la suya dos vigas, Dos higas. 3 Al otro que le dan jaque Con una dama atreguada, Y más bien peloteada Que la Coruña del Draque, Y fiada del zumaque Le desmiente tres barrigas, Tres higas. 4 Al marido que es tan llano Sin dar un maravedí, Que le hinche el alholí Su mujer cada verano, Si piensa que grano a grano Se lo llegan las hormigas, Cuatro higas. 5 Al que pretende más salvas Y ceremonias mayores Que se deben, por señores, A los infantados y Albas, Siendo nacido en las malvas Y criado en las ortigas, Cinco higas. 6 Al pobre pelafustán Que de arrogancia se paga, Y presenta la biznaga Por testigo del faisán, Viendo que las barbas dan Testimonio de las migas, Seis higas. 7 Al que de sedas armado Tal para Cádiz camina, Que ninguno determina Si es bandera o si es soldado, De su voluntad forzado, Llorado de sus amigas, Siete higas. 8 Al mozuelo que en cambray, En púrpura y en olores Quiere imitar sus mayores, De quien hoy memorias hay, Que los sayos de contray Aforraban en lorigas, Ocho higas. 9 Al bravo que echa de vicio, Y en los corrillos blasona Que mil vidas amontona A la muerte en sacrificio, No tiniendo del oficio Más que mostachos y ligas, Nueve higas. 10 Al pretendiente engañado, Que puesto que nada alcanza, Da pistos a la esperanza Cuando más desesperado, Figurando ya granado El fruto de sus espigas, Diez higas.
Un buhonero ha empleado