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cristianos
(Arturo Borja Anderson)Es muy bueno y delicioso Habitar en comunión; Es divino, es hermoso Ser de un solo corazón. No buscando ya lo nuestro Sino el bien de los demás; El ejemplo del Maestro, Imitarlo más y más. Perdonando las ofensas Y olvidándolas también Deben ya quedar suspensas Procurémonos el bien. Reduciendo a la memoria Al Divino y buen Jesús: No buscó jamás su gloria, Prefiriendo aun la cruz. El pecado dividiónos, Tristes huellas nos dejó, Mas el Cristo restaurónos, Con su amor nos vinculó.
Unidad cristiana (Arturo Borja Anderson)
Genaro Ortega Gutiérrez
Pues tal vez todo resulte, sencillamente, un inmenso malentendido lírico.
Crónica de candelas que siguen sin responder en virtud de directas o indirectas razones
Sor Juana Inés de la Cruz
Deténte, sombra de mi bien esquivo, imagen del hechizo que más quiero, bella ilusión por quien alegre muero, dulce ficción por quien penosa vivo. Si al imán de tus gracias atractivo sirve mi pecho de obediente acero, ¿para qué me enamoras lisonjero, si has de burlarme luego fugitivo? Mas blasonar no puedes satisfecho de que triunfa de mí tu tiranía; que aunque dejas burlado el lazo estrecho que tu forma fantástica ceñía, poco importa burlar brazos y pecho si te labra prisión mi fantasía.
CONTIENE UNA FANTASÍA CONTENTA CON AMOR DECENTE
Juan Ramón Jiménez
(A ISOLDITA ESPLÁ) ¡Mira por los chopos de plata cómo trepan al cielo niños de oro! Y van mirando al cielo y suben, los ojos en el azul, con frescos sueños. ¡Mira por los chopos de plata cómo llegan al cielo niños de oro! Y el azul de sus bellos ojos y el cielo se tocan... ¡Son uno ojos y cielo! ¡Mira, por los chopos de plata, cómo cojen el cielo niños de oro!
HOJILLAS NUEVAS
Juan Ramón Mansilla
In sé crede e nel vero chi dispera? Giuseppe Ungaretti Esta es la hora más difícil. La hora en que el celaje está incubando tu presencia sin que pueda tocarla. A veces, ahora lo sabes, imploro en la distancia con el título de una balada de Brel. Y me quisiera ir, clara la noche respirable, hacia el milagro en ti evocado sin que el día acabe en aquel temblor. Pienso en Turner: el tren llega o parte, pero nada, nadie se va. No muy lejos de aquí tal vez sucede que un poco de lluvia vuele y te halle en un café o en la calle. ¿Y si es la misma lluvia que hace poco ha mojado mi rostro? ¿Habrá que creer entonces en el acaso o es sólo deseo, igual al que acerca los labios a las ansias del otro? Yo, como tú, también ansío la certeza. Pero algo nos lleva de lo que dura a lo que pasa. Lo adviertes, lo palpas, lo descubres en el vello, en la laringe, en el abdomen. No es tan atroz, tan alarmante si crees en ti, como yo creo, y no desesperas, si sabes que somos sustancia liberada por explosiones de quásares, polvo de estrellas, vida que esplende, que está ahí, que ocurre.
Stardust
Santiago Montobbio
La causa de las palabras, que para nada sirven, o para vivir tan sólo, es una causa pequeña. Pero si cada día sabes con mayor certeza que no sólo repudias las coronas sino que cada vez te dan más asco; si en verdad no quieres hacer de tu ya arruinada inteligencia una prostituta mercenaria que venda sus pechos o su alma a cualquier hijastro del dinero o si, sencillamente, poco necesitas y tan sólo te importa soportar con dignidad la vida y sus tristezas mejor será que asumas desde ahora la inevitable condena de la soledad y del fracaso y que como luminoso o ciego abandono de estrellas a esa pequeña, muy ridícula causa ya te abraces, que del todo lo hagas y que en tu habitación vacía las palabras del fuego sean ceniza, que se asalten y persigan, que tengan frío, en su noche a solas, por decir tu nombre.
Manifiesto inicial del humanista
Gabriela Mistral
Ya en la mitad de mis días espigo esta verdad con frescura de flor: la vida es oro y dulzura de trigo, es breve el odio e inmenso el amor. Mudemos ya por el verso sonriente aquel listado de sangre con hiel. Abren violetas divinas, y el viento desprende al valle un aliento de miel. Ahora no sólo comprendo al que reza; ahora comprendo al que rompe a cantar. La sed es larga, la cuesta es aviesa; pero en un lirio se enreda el mirar. Grávidos van nuestros ojos de llanto y un arroyuelo nos hace sonreír; por una alondra que erige su canto nos olvidamos que es duro morir. No hay nada ya que mis carnes taladre. Con el amor acabóse el hervir. Aún me apacienta el mirar de mi madre. ¡Siento que Dios me va haciendo dormir!
Palabras serenas
Luciano Castañón
—Arría, chacho. y desciende la red hasta el panel. —Va boya. Preludia el va boya la saliente cuerda donde el corcho se ha de atar. Quedas plegada en el fondo, arrebujada como un monstruoso gato, red Del puerto zarpas hacia el dudoso mar. Reposan las manos en la espera inquieta avizorando el instante huidizo y breve en que el horizonte decapite el sol para alertadamente nerviosa deslizarte vertical, sorbiendo entonces tus escaques todo el agua y sal del mar . Ha de ser cuando el sol expire; sólo entonces descenderás porque en ese sincronizado y efímero momento si es posible que la sardina rauda sature de aprisionadas agallas la red de Cimadevilla. La mirada de la red —ojos en rombo— puede quedar vacía, pero si el azar del mar es bondadoso y conduce bien la manada de sardinas entonces: ¡Izad la red, marineros, que está llena de alegría!
Red
Leopoldo Lugones
Tormenta Érase una caverna de agua sombría el cielo; el trueno, a la distancia, rodaba su peñón; y una remota brisa de conturbado vuelo, se acidulaba en tenue frescura de limón. Como caliente polen exhaló el campo seco un relente de trébol lo que empezó a llover. Bajo la lenta sombra, colgada en denso fleco, se vio el cardal con vívidos azules florecer. Una fulmínea verga rompió el aire al soslayo; sobre la tierra atónita cruzó un pavor mortal; y el firmamento entero se derrumbó en un rayo, como un inmenso techo de hierro y de cristal. Lluvia Y un mimbreral vibrante fue el chubasco resuelto que plantaba sus líquidas varillas al trasluz, o en pajonales de agua se espesaba revuelto, descerrajando al paso su pródigo arcabuz. Saltó la alegre lluvia por taludes y cauces, descolgó del tejado sonoro caracol; y luego, allá a lo lejos, se desnudó en los sauces, transparente y dorada bajo un rayo de sol. Calma Delicia de los árboles que abrevó el aguacero. Delicia de los gárrulos raudales en desliz. Cristalina delicia del trino del jilguero. Delicia serenísima de la tarde feliz. Plenitud El cerro azul estaba fragante de romero, y en los profundos campos silbaba la perdiz.
SALMO PLUVIAL
Pablo Neruda
Si alguna vez vivo otra vez será de la misma manera porque se puede repetir mi nacimiento equivocado y salir con otra corteza cantando la misma tonada. Y por eso, por si sucede, si por un destino hindostánico me veo obligado a nacer, no quiero ser un elefante, ni un camello desvencijado, sino un modesto langostino, una gota roja del mar. Quiero hacer en el agua amarga Ias mismas equivocaciones: ser sacudido por la ola como ya lo fui por el tiempo y ser devorado por fin por dentaduras del abismo, así como fue mi experiencia de negros dientes literarios. Pasear con antenas de cobre en las antárticas arenas del litoral que amé y viví, deslizar un escalofrío entre las algas asustadas, sobrevivir bajo los peces escondiendo el caparazón de mi complicada estructura, así es como sobreviví a las tristezas de la tierra.
Resurrecciones
Alfredo Buxán
Hundido, más que preso, en la fatiga de estar vivo, sin haber hecho otro merecimiento que señales de humo desde el pozo, sentirás descender sobre tu frente la placentera humedad de la indolencia, como si aceptaras que la vida es un reflejo en el cristal, un atisbo de música en la noche, un movimiento en el lindero del bosque que te hizo soñar cuando eras niño, un póstumo gorjeo que inaugura el silencio, un fuego breve que sin embargo sirve, lo mismo que un milagro, para olvidar, una vez y mil veces, el subterráneo frío de la muerte.
La vida breve
Ricardo Dávila Díaz Flores
Tú eres la que llega siempre a lugares precisos en horas que no existen. Y yo soy el que acude puntual a esos lugares vacíos. Por eso nos encontramos, aurora, bajo el umbral de aquella puerta que no estaba y que nosotros descubrimos. Recuerdo que al mirarte, un aire lento me borro las grietas de los ojos y sobre mis ojos llegaron dos ventanas en las que amaneció de pronto lo que en ti anochecía. Tú tenías la expresión de la paloma quieta, el carácter de la efigie que aún no se construye y dijiste tu nombre en silencio para que nadie lo supiera. Pero yo escuché el temblor de tus uñas, el quebrar de los cabellos de tu alma, el andar tranquilo del viento y el agua en tus raíces. Tus grandes ojos me lo dijeron todo, como si al mirarme estornudaran secretos, palabras y todo llegó hasta mí como el origen de una enfermedad curada. Ya te conocía yo. Ya te había visto en algún lugar de esos en los que dejo mis ojos y sigo caminando. Esto no es casualidad. Alguien sabía de esta fecha. Baja la mirada, aurora, camina. Alguien nos está siguiendo.
Escuché el temblor de tus uñas
Garcilaso de la Vega
Amor, amor, un hábito vestí el cual de vuestro paño fue cortado; al vestir ancho fue, más apretado y estrecho cuando estuvo sobre mí. Después acá de lo que consentí, tal arrepentimiento me ha tomado, que pruebo alguna vez, de congojado, a romper esto en que yo me metí. Mas ¿quién podrá de este hábito librarse, teniendo tan contraria su natura, que con él ha venido a conformarse? Si alguna parte queda por ventura de mi razón, por mí no osa mostrarse; que en tal contradicción no está segura.
SONETO XXVII
Antonio Machado
Tierra le dieron una tarde horrible del mes de julio, bajo el sol de fuego. A un paso de la abierta sepultura, había rosas de podridos pétalos, entre geranios de áspera fragancia y roja flor. El cielo puro y azul. Corría un aire fuerte y seco. De los gruesos cordeles suspendido, pesadamente, descender hicieron el ataúd al fondo de la fosa los dos sepultureros... Y al reposar sonó con recio golpe, solemne, en el silencio. Un golpe de ataúd en tierra es algo perfectamente serio. Sobre la negra caja se rompían los pesados terrones polvorientos... El aire se llevaba de la honda fosa el blanquecino aliento. ?Y tú, sin sombra ya, duerme y reposa, larga paz a tus huesos... Definitivamente, duerme un sueño tranquilo y verdadero.
En el entierro de un amigo
Nicomedes Santa Cruz
¡Criollo, no: ¡Criollazo! Canta en el tono que rasques. Le llaman “El Amigazo”, Su nombre: ¡PORFIRIO VÁSQUEZ! Escúcheme, por favor, escúcheme aunque no quiera: cómo canta marinera, yo lo creo un trovador. Soy su fiel admirador, lo oí y le di un abrazo; donde él fui pasito a paso por sentir su melodía. Le digo, desde ese día ¡criollo, no: ¡Criollazo...! Es el adjetivo justo que merece un decimista, zapateador, jaranista, compositor de buen gusto. Perdóname si te asusto pero por Dios, no me atasques, que aunque la lengua me masques repetiré que es tan ducho que sin esforzarse mucho canta en el tono que rasques. Riqueza debía tener mas Dios le dará otro premio, pues por su alma de bohemio como si fuera un deber, gozó más con proteger al que le tendió su brazo. Hoy comentan este caso los que de él han recibido, y en un geto agradecido le llaman “El Amigazo”. Cuando le llegue el momento... —y esto no es un mal presagio—, como póstumo sufragio le haremos un monumento. Ruego al que grabe el cemento que con buen cincel recalque y en un ángulo le marque, donde la piedra resista, para que por siempre exista su nombre: ¡PORFIRIO VÁSQUEZ!
A DON PORFIRIO VÁSQUEZ
Julio Flórez Roa
Dicen que los poetas se convierten en astros cuando la muerte fría viene a apagar sus melodiosos cantos. Cuántas noches, mirando a las estrellas, a solas he exclamado: ¡Oh! si es cierto, si es cierto lo que dicen ¿cuál de aquellos luceros será Byron?
LUCEROS
José Ángel Valente
Cuando ya no nos queda nada, el vacío de no quedar podría ser al cabo inútil y perfecto.
POEMA
Alfredo Lavergne
Que no me conocen y no comprenden Le dije a un amigo un día: Cuando leo No regreso Nada cambia Si estamos a favor de signos O en contra del asedio de un villorrio. Con la realidad de las cosas O con terribles Tiranos Colaboradores Cooperantes Y digo que he protestado A los libros Con los cuales comparto mi rastro Y los saludos que envía la madre naturaleza.
Discurso
Rubén Darío
En su país de hierro vive el gran viejo, bello como un patriarca, sereno y santo. Tiene en la arruga olímpica de su entrecejo algo que impera y vence con noble encanto. Su alma del infinito parece espejo; son sus cansados hombros dignos del manto; y con arpa labrada de un roble añejo como un profeta nuevo canta su canto. Sacerdote, que alienta soplo divino, anuncia en el futuro, tiempo mejor. Dice el águila: «¡Vuela!», «¡Boga!», al marino, y «¡Trabaja!», al robusto trabajador. ¡Así va ese poeta por su camino con su soberbio rostro de emperador!
Walt Whitman
Gustavo Adolfo Bécquer
¿Cómo vive esa rosa que has prendido junto a tu corazón? Nunca hasta ahora contemplé en el mundo junto al volcán la flor.
Rima XXII
Federico García Lorca
I Un bello niño de junco, anchos hombros, fino talle, piel de nocturna manzana, boca triste y ojos grandes, nervio de plata caliente, ronda la desierta calle. Sus zapatos de charol rompen las dalias del aire, con los dos ritmos que cantan breves lutos celestiales. En la ribera del mar no hay palma que se le iguale, ni emperador coronado, ni lucero caminante. Cuando la cabeza inclina sobre su pecho de jaspe, la noche busca llanuras porque quiere arrodillarse. Las guitarras suenan solas para San Gabriel Arcángel, domador de palomillas y enemigo de los sauces. San Gabriel: El niño llora en el vientre de su madre. No olvides que los gitanos te regalaron el traje. II Anunciación de los Reyes, bien lunada y mal vestida, abre la puerta al lucero que por la calle venía. El Arcángel San Gabriel, entre azucena y sonrisa, bisnieto de la Giralda, se acercaba de visita. En su chaleco bordado grillos ocultos palpitan. Las estrellas de la noche se volvieron campanillas. San Gabriel: Aquí me tienes con tres clavos de alegría. Tu fulgor abre jazmines sobre mi cara encendida. Dios te salve, Anunciación. Morena de maravilla. Tendrás un niño más bello que los tallos de la brisa. ¡Ay, San Gabriel de mis ojos! ¡Gabrielillo de mi vida!, Para sentarte yo sueño un sillón de clavellinas. Dios te salve, Anunciación, bien lunada y mal vestida. Tu niño tendrá en el pecho un lunar y tres heridas. ¡Ay, San Gabriel que reluces! ¡Gabrielillo de mi vidal! En el fondo de mis pechos ya nace la leche tibia. Dios te salve, Anunciación. Madre de cien dinastías. Áridos lucen tus ojos, paisajes de caballista. * El niño canta en el seno de Anunciación sorprendida. Tres balas de almendra verde tiemblan en su vocecita. Ya San Gabriel en el aire por una escala subía. Las estrellas de la noche se volvieron siemprevivas.
San Gabriel
Lope de Vega
Las pajas del pesebre, niño de Belén, hoy son flores y rosas, mañana serán hiel. Lloráis entre las pajas de frío que tenéis, hermoso niño mío, y de calor también. Dormid, cordero santo, mi vida, no lloréis, que si os escucha el lobo, vendrá por vos, mi bien. Dormid entre las pajas, que aunque frías las veis, hoy son flores y rosas, mañana serán hiel. Las que para abrigaros tan blandas hoy se ven serán mañana espinas en corona cruel. Mas no quiero deciros, aunque vos lo sabéis, palabras de pesar en días de placer. Que aunque tan grandes deudas en paja cobréis, hoy son flores y rosas, mañana serán hiel. Dejad el tierno llanto, divino Emanüel, que perlas entre pajas se pierden sin por qué. No piense vuestra madre que ya Jerusalén previene sus dolores, y llore con Joseph. Que aunque pajas no sean corona para Rey, hoy son flores y rosas, mañana serán hiel.
Las pajas del pesebre
Francisco de Quevedo
A fugitivas sombras doy abrazos; en los sueños se cansa el alma mía; paso luchando a solas noche y día con un trasgo que traigo entre mis brazos. Cuando le quiero más ceñir con lazos, y viendo mi sudor, se me desvía, vuelvo con nueva fuerza a mi porfía, y temas con amor me hacen pedazos. Voyme a vengar en una imagen vana que no se aparta de los ojos míos; búrlame, y de burlarme corre ufana. Empiézola a seguir, fáltanme bríos; y como de alcanzarla tengo gana, hago correr tras ella el llanto en ríos.
Soneto amoroso
Miguel de Unamuno
Tú me levantas, tierra de Castilla, en la rugosa palma de tu mano, al cielo que te enciende y te refresca, al cielo, tu amo, Tierra nervuda, enjuta, despejada, madre de corazones y de brazos, toma el presente en ti viejos colores del noble antaño. Con la pradera cóncava del cielo lindan en torno tus desnudos campos, tiene en ti cuna el sol y en ti sepulcro y en ti santuario. Es todo cima tu extensión redonda y en ti me siento al cielo levantado, aire de cumbre es el que se respira aquí, en tus páramos. ¡Ara gigante, tierra castellana, a ese tu aire soltaré mis cantos, si te son dignos bajarán al mundo desde lo alto!
Castilla
Luis Benítez
Quien ve a las líneas del mundo unir a la desdicha con la alegría sin tiempo ni motivo, a la ceguera del hombre con lo luminoso del hombre, al cobarde, al justo, al tonto (que asiste a la ceremonia del crepúsculo asombrado, muy quieto, flotando sobre el agua), nunca se vuelve altivo a contemplar la guerra que incendia el lugar donde vibra todo esto. Ya nunca sueña. Abre los ojos despierto, abre los ojos dormido. El que ve a las líneas del mundo servir de trampolín a los pájaros y de escalera a las almas, sabe por qué no vuelan y se guarda de contarlo. Otro será su interés: él querrá trepar por ellas disimuladamente, sin un solo comentario, sin que nadie note la ausencia del desertor. Feliz, ignorado por todos, vagará por la tierra sin nombre con su precioso secreto, ese momento en que espió: él conoce signos que lo conocen, hace su propia ley. Y por fin, cuando se retira, como un oscuro bulto con corazones de tormenta, hacia la tierra oculta en esta misma tierra, que guarda de toda noche el sol, no olvida, ni por un momento, que el tiempo está en su red. Sabe que no hay milagros, sabe qué cosa son. Algún día todo será plenitud.
Las líneas del mundo
Ramón López Velarde
A Jesús B. González He de encomiar en verso sincerista la capital bizarra de mi Estado, que es un cielo cruel y una tierra colorada. Una frialdad unánime en el ambiente, y unas recatadas señoritas con rostro de manzana, ilustraciones prófugas De las cajas de pasas. Católicos de Pedro el Ermitaño y jacobinos de época terciaria. (Y se odian los unos a los otros con buena fe.) Una típica montaña que, fingiendo un corcel que se encabrita, al dorso lleva una capilla, alzada al Patrocinio de la Virgen. Altas y bajas del terreno, que son siempre una broma pesada. Y una Catedral, y una campana mayor que cuando suena, simultánea con el primer clarín del primer gallo, en las avemarías, me da lástima que no la escuche el Papa. Porque la cristiandad entonces clama cual si fuese su queja mas urgida la vibración metálica, y al concurrir ese clamor concéntrico del bronce, en el ánima del ánima, se siente que las aguas del bautismo nos corren por los huesos y otra vez nos penetran y nos lavan.
LA BIZARRA CAPITAL DE MI ESTADO
Alfredo Buxán
Cuando por fin recuerda, sella el hombre su borroso pasado, queda en vilo, venera lo que fue cuando esperaba. Es un hueso de ayer que cae al hueco.
La trampa
Vicente Aleixandre
No es tu final como una copa vana que hay que apurar. Arroja el casco, y muere. Por eso lentamente levantas en tu mano un brillo o su mención, y arden tus dedos, como una nieve súbita. Está y no estuvo, pero estuvo y calla. El frío quema y en tus ojos nace su memoria. Recordar es obsceno, peor: es triste. Olvidar es morir. Con dignidad murió. Su sombra cruza.
EL OLVIDO
María Eugenia Caseiro
“Estoy perdido en el bosque de las comunicaciones” Miguel S. Aparicio Todos se pierden los felices, los que tienen esperanza los que engullen el pan de la pobreza los que niegan, los que aciertan los que se aprestan a destapar sus partículas los que no escuchan los que no hablan los que hablan y los que escuchan ¿y eso qué? todos se pierden, nos perdemos en las comunicaciones no hay regreso a las aristas Ciegos de cables, sordos de bocinas no hay tiempo en la buscada soledad del día en la encontrada copa de la noche para beber la silueta olvidada del otro, de la otra tragar su luz oxidada ya de lejos ignorado fantasma inaccesible en esta selva de tecnología sin tronco y sin raíz que la entrañe a un orificio de la tierra Nunca recuperada huella corrompida la franja por donde caminar desvía, retuerce, lleva siempre a nuevas distancias para encontrar la puerta, la llave que abra la puerta alguien detrás de la puerta, algo que alumbre el dónde hasta perderse…
Los enredados
Bertolt Brecht
Vosotros, que surgiréis del marasmo en el que nosotros nos hemos hundido, cuando habléis de vuestras debilidades, pensad también en los tiempos sombríos de los que os habéis escapado. Cambiábamos de país como de zapatos a través de las guerras de clases, y nos desesperábamos donde sólo había injusticia y nadie se alzaba contra ella. Y sin embargo, sabíamos que también el odio contra la bajeza desfigura la cara. También la ira contra la injusticia pone ronca la voz. Desgraciadamente, nosotros, que queríamos preparar el camino para la amabilidad no pudimos ser amables. Pero vosotros, cuando lleguen los tiempos en que el hombre sea amigo del hombre, pensad en nosotros con indulgencia.
A los hombres futuros
Antonia Álvarez Álvarez
Así me voy de ti, como el estío, deslizando su mansa inmensidad de siesta hacia la tibia umbría del otoño de colores maduros y aromados, y sabor a olvidanza. Así, después del sol a mediodía —plenilunio de luz y de latido—, hacia el rubor más núbil de las hojas. Con el tiempo en las manos: lentamente a la ausencia.
Así me voy
Anna Ajmátova
Hay en la intimidad un límite sagrado que trasponer no puede aun la pasión más loca siquiera si el amor el corazón desgarra y en medio del silencio se funden nuestras bocas. La amistad nada puede, nada pueden los años de vuelos elevados, de llameante dicha, cuando es el alma libre y no la vence la dulce languidez del goce y la lascivia. Pretenden alcanzarlo mentes enajeadas, y a quienes lo trasponen los colma la tristeza. ¿Comprendes tú ahora por qué mi corazón no late a ritmo debajo de tu diestra?
HAY EN LA INTIMIDAD
Luis Antonio de Villena
Me recreo ante tu cuerpo como ante un paisaje imprevisto. Me sorprende verte en la desnudez juvenil, y ansío recorrerlo, como una anhelada geografía. Me ves pensando en la umbría vegetal de algunas grutas, o en el agua del muslo donde brillan las venas. Me perderé en un bosque que cruzo con mis manos, y pediré una larga estepa donde los labios hablen. Me ves sorprendido, anonadado, pensando en habitarte. Y tú, mientras, te abandonas al cálido primor del aire. Te dejas en la luz, que te navega; y si miro tus ojos vuelvo al jardín oscuro donde es verano el verde. Te miro otra vez y casi no te creo posible. Fulges, encantas, guarda tu cuerpo el hechizo insabido de la tierra. Y despacio sonríes al irme yo acercando, atónito, hacia ti mientras el sol nos cubre con su luz, nos desdibuja, y nos va metiendo en la calma inmensa y rubia de la tarde.
MAGIA EN VERANO
Pablo Neruda
AQUÍen la isla el mar y cuánto mar se sale de sí mismo a cada rato, dice que sí, que no, que no, que no, que no, dice que si, en azul, en espuma, en galope, dice que no, que no. No puede estarse quieto, me llamo mar, repite pegando en una piedra sin lograr convencerla, entonces con siete lenguas verdes de siete perros verdes, de siete tigres verdes, de siete mares verdes, la recorre, la besa, la humedece y se golpea el pecho repitiendo su nombre. Oh mar, así te llamas, oh camarada océano, no pierdas tiempo y agua, no te sacudas tanto, ayúdanos, somos los pequeñitos pescadores, los hombres de la orilla, tenemos frío y hambre eres nuestro enemigo, no golpees tan fuerte, no grites de ese modo, abre tu caja verde y déjanos a todos en las manos tu regalo de plata: el pez de cada día. Aquí en cada casa lo queremos y aunque sea de plata, de cristal o de luna, nació para las pobres cocinas de la tierra. No lo guardes, avaro, corriendo frío como relámpago mojado debajo de tus olas. Ven, ahora, ábrete y déjalo cerca de nuestras manos, ayúdanos, océano, padre verde y profundo, a terminar un día la pobreza terrestre. Déjanos cosechar la infinita plantación de tus vidas, tus trigos y tus uvas, tus bueyes, tus metales, el esplendor mojado y el fruto sumergido. Padre mar, ya sabemos cómo te llamas, todas las gaviotas reparten tu nombre en las arenas: ahora, pórtate bien, no sacudas tus crines, no amenaces a nadie, no rompas contra el cielo tu bella dentadura, déjate por un rato de gloriosas historias, danos a cada hombre, a cada mujer y a cada niño, un pez grande o pequeño cada día. Sal por todas las calles del mundo a repartir pescado y entonces grita, grita para que te oigan todos los pobres que trabajan y digan, asomando a la boca de la mina: "Ahí viene el viejo mar repartiendo pescado". Y volverán abajo, a las tinieblas, sonriendo, y por las calles y los bosques sonreirán los hombres y la tierra con sonrisa marina. Pero si no lo quieres, si no te da la gana, espérate, espéranos, lo vamos a pensar, vamos en primer término a arreglar los asuntos humanos, los más grandes primero, todos los otros después, y entonces entraremos en ti, cortaremos las olas con cuchillo de fuego, en un caballo eléctrico saltaremos la espuma, cantando nos hundiremos hasta tocar el fondo de tus entrañas, un hilo atómico guardará tu cintura, plantaremos en tu jardín profundo plantas de cemento y acero, te amarraremos pies y manos, los hombres por tu piel pasearán escupiendo, sacándote racimos, construyéndote arneses, montándote y domándote dominándote el alma. Pero eso será cuando los hombres hayamos arreglado nuestro problema, el grande, el gran problema. Todo lo arreglaremos poco a poco: te obligaremos, mar, te obligaremos, tierra, a hacer milagros, porque en nosotros mismos, en la lucha, está el pez, está el pan, está el milagro.
Oda al mar
Leopoldo María Panero
He vivido entre los arrabales, pareciendo un mono, he vivido en la alcantarilla transportando las heces, he vivido dos años en el Pueblo de las Moscas y aprendido a nutrirme de lo que suelto. Fui una culebra deslizándose por la ruina del hombre, gritando aforismos en pie sobre los muertos, atravesando mares de carne desconocida con mis logaritmos. Y sólo pude pensar que de niño me secuestraron para una alucinante batalla y que mis padres me sedujeron para ejecutar el sacrilegio, entre ancianos y muertos. He enseñado a moverse a las larvas sobre los cuerpos, y a las mujeres a oír cómo cantan los árboles al crepúsculo, y lloran. Y los hombres manchaban mi cara con cieno, al hablar, y decían con los ojos «fuera de la vida», o bien «no hay nada que pueda ser menos todavía que tu alma», o bien «cómo te llamas» y «qué oscuro es tu nombre». He vivido los blancos de la vida, sus equivocaciones, sus olvidos, su torpeza incesante y recuerdo su misterio brutal, y el tentáculo suyo acariciarme el vientre y las nalgas y los pies frenéticos de huida. He vivido su tentación, y he vivido el pecado del que nadie cabe nunca nos absuelva.
EL LOCO
Fa Claes
¿Qué, si en otra parte es posible de otra manera? La pesadilla de mis sueños, la jungla de mi odio y mi amor; la selva de copular, tragar, matar. Mi libertad; y en el centro yo, recogiéndome a mí mismo de trozos memoria, de deseo, y, si es preciso, de invenciones de las rayas de mi mano, yo aquí en Rijmenam. Y qué, si en otra parte es posible de otra manera.
De otra manera
Gioconda Belli
Vestime de amor que estoy desnuda; que estoy como ciudad -deshabitada- sorda de ruidos, tiritando de trinos, reseca hoja quebradiza de marzo. Rodeame de gozo que no nací para estar triste y la tristeza me queda floja como ropa que no me pertenece. Quiero encenderme de nuevo olvidarme del sabor salado de las lágrimas -los huecos en los lirios, la golondrina muerta en el balcón-. Volver a refrescarme de brisa risa, reventada ola mar sobre las peñas de mi infancia, astro en las manos, linterna eterna del camino hacia el espejo donde volver a mirarme de cuerpo entero, protegida tomada de la mano, de la luz, de grama verde y volcanes; lleno mi pelo de gorriones, dedos reventando en mariposas el aire enredado en mis dientes, retornando a su orden de universo habitado por centauros. Vestime de amor que estoy desnuda.
Petición
Luis Antonio Chávez
Hace unos segundos le pregunté a mi corazón que si aún latía y él me respondió con un latido entonces interrogué si era tu alma o la mía respondió con dos toc toc comprendí que tu alma y la mía una sola eran
Sistema Morse
Antonio Machado
La calva prematura brilla sobre la frente amplia y severa; bajo la piel pálida tersura se trasluce la fina calavera. Mentón agudo y pómulos marcados por trazos de un punzón adamantino; y de insólita púrpura manchados los labios que soñara un florentino. Mientras la boca sonreír parece, los ojos perspicaces, que un ceño pensativo empequeñece, miran y ven, profundos y tenaces. Tiene sobre la mesa un libro viejo donde posa la mano distraída. Al fondo de la cuadra, en el espejo, una tarde dorada está dormida. Montañas de violeta y grasientos breñales, la tierra que ama el santo y el poeta, los buitres y las águilas caudales. Del abierto balcón al blanco muro va una franja de sol anaranjada que inflama el aire, en el ambiente obscuro que envuelve la armadura arrinconada.
Fantasía iconográfica
Antonio Machado
Este hombre del casino provinciano que vio a Carancha recibir un día, tiene mustia la tez, el pelo cano, ojos velados por melancolía; bajo el bigote gris, labios de hastío, y una triste expresión, que no es tristeza, sino algo más y menos: el vacío del mundo en la oquedad de su cabeza. Aún luce de corinto terciopelo chaqueta y pantalón abotinado, y un cordobés color de caramelo, pulido y torneado. Tres veces heredó; tres ha perdido al monte su caudal; dos ha enviudado. Sólo se anima ante el azar prohibido, sobre el verde tapete reclinado, o al evocar la tarde de un torero, la suerte de un tahúr, o si alguien cuenta la hazaña de un gallardo bandolero, o la proeza de un matón, sangrienta. Bosteza de política banales dicterios al gobierno reaccionario, y augura que vendrán los liberales, cual torna la cigüeña al campanario. Un poco labrador, del cielo aguarda y al cielo teme; alguna vez suspira, pensando en su olivar, y al cielo mira con ojo inquieto, si la lluvia tarda. Lo demás, taciturno, hipocondriaco, prisionero en la Arcadia del presente, le aburre; sólo el humo del tabaco simula algunas sombras en su frente. Este hombre no es de ayer ni es de mañana, sino de nunca; de la cepa hispana no es el fruto maduro ni podrido, es una fruta vana de aquella España que pasó y no ha sido, esa que hoy tiene la cabeza cana.
Del pasado efímero
Federico García Lorca
Yo quiero que el agua se quede sin cauce. Yo quiero que el viento se quede sin valles. Quiero que la noche se quede sin ojos y mi corazón sin la flor del oro. Que los bueyes hablen con las grandes hojas y que la lombriz se muera de sombra. Que brillen los dientes de la calavera y los amarillos inunden la seda. Puedo ver el duelo de la noche herida luchando enroscada con el mediodía. Resisto un ocaso de verde veneno y los arcos rotos donde sufre el tiempo. Pero no me enseñes tu limpio desnudo como un negro cactus abierto en los juncos. Déjame en un ansia de oscuros planetas, ¡pero no me enseñes tu cintura fresca!
Gacela de la terrible presencia
Carlos Bousoño
Soy como un ciego RUBÉN DARÍO Y tú que tanto amas, tanto ríes, tanto adivinas y conoces tanto, ¿dónde el escudo para que te fíes, dónde el pañuelo de enjugar tu llanto? ¿Dónde el camino que no veo ahora? Dímelo o llora y el mirar suprime. ¿Es ya la noche que no tiene aurora? Dímelo, dime. Y sin embargo tu vivir empaña mi vivir con un vaho que es ternura, que es caliente rumor que me acompaña la noche oscura. Y sin embargo con tu mano guías y a tientas toco lo que apenas veo y digo acaso para que sonrías lo que no creo. Y toco apenas y tu bulto aprendo y torpe sigo lo que tú me indicas. Lo que no miro, lo que no comprendo, tú multiplicas. Tú multiplicas, o quizás es tu invento porque lo vea aunque quizá no exista. Entre la noche de mi pensamiento dulce es tu vista. Dulce es tu vista, tu mirar risueño que mira un llano donde estaba un monte y que a mi alma de temblor pequeño llamó horizonte. Dulce es tu vista que miró aquel lago y lo llamaba alegre mar bravío. Tu generoso corazón es mago. ¡Lo fuese el mío!
LETANÍA DEL CIEGO
Víctor Botas
Aquí los veintisiete niños y las veintisiete doncellas entonaron el Canto Secular. Aquí la noche (a esa del tres de junio me refiero) se coronó de música. Aquí Horacio lloraría de júbilo (y de vértigo) al contemplar su gloria. Aquí olvidaron inmóviles procónsules triunfales —entornados los párpados, las caras encendidas de minio, indiferentes— su condición humana. Aquí un césar bromeó con su muerte. Aquí se amaron centurias de parejas, superpuestas como en selladas cajas, siglo a siglo. Y pasaron más cosas. Y quedaron quietas aquí sus huellas —¡cuántas huellas, cuántas huellas durmientes, madre, Virgen! Y sesudos doctores consiguieron clasificar muchísimas. Aquí, con comprensible (y culta) obstinación, los gatos italianos se desviven por dejar vero rastro de sus vidas.
Huellas durmientes en el Palatino
Víctor Botas
Ojos tristes. Azules. No conocen, mas saben. No miran, pero duelen. Se derraman gota a gota en el vaso íntimo de algún sueño. Fueron.
Retrato
Pablo Neruda
ARENA americana, solemne plantación, roja cordillera, hijos, hermanos desgranados por las viejas tormentas, juntemos todo el grano vivo antes de que vuelva a la tierra, y que el nuevo maíz que nace haya escuchado tus palabras y las repita y se repitan. Y se canten de día y de noche, y se muerdan y se devoren, y se propaguen por la tierra, y se hagan, de pronto, silencio, se hundan debajo de las piedras, encuentren las puertas nocturnas, y otra vez salgan a nacer, a repartirse, a conducirse como el pan, como la esperanza, como el aire de los navíos. El maíz te lleva mi canto, salido desde las raíces de mi pueblo, para nacer, para construir, para cantar, y para ser otra vez semilla más numerosa en la tormenta. Aquí están mis manos perdidas. Son invisibles, pero tú las ves a través de la noche, a través del viento invisible. Dame tus manos, yo las veo sobre las ásperas arenas de nuestra noche americana, y escojo la tuya y la tuya, esa mano y aquella otra mano, la que se levanta a luchar y la que vuelve a ser sembrada. No me siento solo en la noche, en la oscuridad de la tierra. Soy pueblo, pueblo innumerable. Tengo en mi voz la fuerza pura para atravesar el silencio y germinar en las tinieblas. Muerte, martirio, sombra, hielo, cubren de pronto la semilla. Y parece enterrado el pueblo. Pero el maíz vuelve a la tierra. Atravesaron el silencio sus implacables manos rojas. Desde la muerte renacemos.
Arena americana, solemne...
Marilina Rébora
Que me traspasen dardos: no habré de defenderme; que me hiera cruel total indiferencia; que los rostros, impávidos, al no reconocerme pasen sin advertir siquiera mi presencia. Que el desamor se infiltre mientras el amor duerme y que a la tolerancia azuce la pendencia; que egoísmo y envidia me descubran inerme y aun sin defensor me llegue la sentencia. Mas quiero hoy declarar, Señor, que no fui mala pese a haber cometido dolorosos errores; nunca me envanecí y jamás hice gala de lo que tal vez tuve, al pasar de mis días, pues mujer, también madre, sé de santos amores que acorazan el alma contra las villanías.
EL ALMA ACORAZADA
Pablo Neruda
DEL Norte trajo Almagro su arrugada centella. Y sobre el territorio, entre explosión y ocaso, se inclinó día y noche como sobre una carta. Sombra de espinas, sombra de cardo y cera, el español reunido con su seca figura, mirando las sombrías estrategias del suelo. Noche, nieve y arena hacen la forma de mi delgada patria, todo el silencio está en su larga línea, toda la espuma sale de su barba marina, todo el carbón la llena de misteriosos besos. Como una brasa el oro arde en sus dedos y la plata ilumina corno una luna verde su endurecida forma de tétrico planeta. El español sentado junto a la rosa un día, junto al aceite, junto al vino, junto al antiguo cielo no imaginó este punto de colérica piedra nacer bajo el estiércol del águila marina.
Descubridores de Chile
Claribel Alegría
No sé si con tu muerte has quedado a la zaga ¿eres recuerdo? o has dado un salto repentino que yo tendré que hollar hasta alcanzarte.
ERES RECUERDO
Lope de Vega
Al son de los arroyuelos cantan las aves de flor en flor, que no hay más gloria que amor ni mayor pena que celos. Por estas selvas amenas al son de arroyos sonoros cantan las aves a coros de celos y amor las penas. Suenan del agua las venas, instrumento natural, y como el dulce cristal va desatando los yelos, al son de los arroyuelos cantan las aves de flor en flor, que no hay más gloria que amor ni mayor pena que celos. De amor las glorias celebran los narcisos y claveles; las violetas y penseles de celos no se requiebran. Unas en otras se quiebran las ondas por las orillas, y como las arenillas ven por cristalinos velos, al son de los arroyuelos cantan las aves de flor en flor, que no hay más gloria que amor ni mayor pena que celos. Arroyos murmuradores de la fe de amor perjura, por hilos de plata pura ensartan perlas en flores. Todo es celos, todo amores; y mientras que lloro yo las penas que Amor me dio con sus celosos desvelos, al son de los arroyuelos cantan las aves de flor en flor, que no hay más gloria que amor ni mayor pena que celos.
Al son de los arroyuelos
Miguel Florián
Aud materia plîngînd... (Oigo llorar a la materia...) GEORGE BACOVIA Me tiendo gris en los metales cuando crecen callados en la noche y se adensan, y recogen los breves destellos de los astros. Siento su filo frío que después será mar, su lamento de hielo y muda carne, el osario de un dios propicio, enorme en su tiniebla, un dios que festejamos en la señal de su venida. Escucha, estamos en el tiempo del renuevo, de los juncales cubiertos por rocío, de la hiedra que escala nuestro lecho, del animal que nos acecha, inmenso, detrás de las pupilas, oculto en otra existencia infranqueable y ciega. El tiempo lento y turbio de la espora, de los metales mansos, del mineral cerrado que sospecha la luz, lava que persigue la levedad del polvo. Entonces, desde una estación remota regresan, entre brumas, las palabras, narraciones de hadas y de héroes, de resinas fragantes (el incienso, la mirra y el benjuí), y de madréporas. Los insectos describen amplios surcos, vueltos a lo indecible, y el granito recupera la voz dura y siniestra de los astros. Venero en los metales su permanencia muda, su oscura red de eternidad, su intacta persistencia de dureza semejante a la luz, su fría rigidez cuando en invierno rozan nuestras mejillas, el triste gris de su materia inmensa, de su abismo. Todo se encuentra atento a la llegada de una voz, de un dios o de un incendio. Y la sangre del hombre perseguida en su país de níquel, vigilante desde dentro del sueño, abandonada a la quietud, aguardando otro ver, un despertar distinto, otras pupilas de facetas omnívoras, un nuevo respirar... (Los círculos voraces, la persistencia cerrada de los nombres.) Esperan mirar de nuevo el mundo. Comprendo a los metales, comparto su destino tan parecido al mío, su existencia sin mácula. (Toco su corazón, su savia detenida cuando logra la forma del crepúsculo.) Cristales indefensos que se quiebran bajo la luz del alba, (tantos siglos gestándose, poblados de simientes). Me agrada abandonarme a ellos, acariciarlos apretando mi mano contra su piel exacta, en su luz de reflejos, de semillas y aristas. Metal que es tiempo denso y generoso, agua limpia para la sed del hombre.
METALES
Sor Juana Inés de la Cruz
Hombres necios que acusáis a la mujer sin razón, sin ver que sois la ocasión de lo mismo que culpáis: si con ansia sin igual solicitáis su desdén, ¿por qué queréis que obren bien si las incitáis al mal? Cambatís su resistencia y luego, con gravedad, decís que fue liviandad lo que hizo la diligencia. Parecer quiere el denuedo de vuestro parecer loco el niño que pone el coco y luego le tiene miedo. Queréis, con presunción necia, hallar a la que buscáis, para pretendida, Thais, y en la posesión, Lucrecia. ¿Qué humor puede ser más raro que el que, falto de consejo, él mismo empaña el espejo, y siente que no esté claro? Con el favor y desdén tenéis condición igual, quejándoos, si os tratan mal, burlándoos, si os quieren bien. Siempre tan necios andáis que, con desigual nivel, a una culpáis por crüel y a otra por fácil culpáis. ¿Pues como ha de estar templada la que vuestro amor pretende, si la que es ingrata, ofende, y la que es fácil, enfada? Mas, entre el enfado y pena que vuestro gusto refiere, bien haya la que no os quiere y quejaos en hora buena. Dan vuestras amantes penas a sus libertades alas, y después de hacerlas malas las queréis hallar muy buenas. ¿Cuál mayor culpa ha tenido en una pasión errada: la que cae de rogada, o el que ruega de caído? ¿O cuál es más de culpar, aunque cualquiera mal haga: la que peca por la paga, o el que paga por pecar? Pues ¿para qué os espantáis de la culpa que tenéis? Queredlas cual las hacéis o hacedlas cual las buscáis. Dejad de solicitar, y después, con más razón, acusaréis la afición de la que os fuere a rogar. Bien con muchas armas fundo que lidia vuestra arrogancia, pues en promesa e instancia juntáis diablo, carne y mundo.
REDONDILLAS
Claribel Alegría
Muero de a poco, amor no es la muerte sorpresa que deseaba la que libera y lanza es la otra la lenta la que corta en pedazos da estocadas y de perfil se escurre.
MUERO DE A POCO
Nicolás Guillén
El alma vuela y vuela buscándote a lo lejos, Rosa tú, melancólica rosa de mi recuerdo. Cuando la madrugada va el campo humedeciendo, y el día es como un niño que despierta en el cielo, Rosa tú, melancólica, ojos de sombra llenos, desde mi estrecha sábana toco tu firme cuerpo. Cuando ya el alto sol ardió con su alto fuego, cuando la tarde cae del ocaso deshecho, yo en mi lejana mesa tu oscuro pan contemplo. Y en la noche cargada de ardoroso silencio, Rosa tú, melancólica rosa de mi recuerdo, dorada, viva y húmeda, bajando vas del techo, tomas mi mano fría y te me quedas viendo. Cierro entonces los ojos, pero siempre te veo clavada allí, clavando tu mirada en mi pecho, larga mirada fija, como un puñal de sueño.
ROSA TÚ MELANCÓLICA
Amado Nervo
?Como renuevos cuyos aliños un cierzo helado destruye en flor así cayeron los héroes niños ante las balas del invasor. ?Fugaz como un sueño, el plazo fue, de su infancia ideal; mas los durmió en su regazo la Gloria, madre inmortal. Pronto la patria querida sus vidas necesitó, y uno tras otro la vida sonriendo le entregó. En la risueña colina del Bosque, uno de otro en pos cayeron, con la divina majestad de un joven dios. ¿Quién, después que de tan pía oblación contar oyó, a la Patria negaría la sangre que ella le dio? Niñez que hallaste un calvario de la vida en el albor: que te sirva de sudario la bandera tricolor. Y que canten tus hazañas cielo y tierra sin cesar, el cóndor de las montañas y las ondas de la mar...
Cantos escolares. Los niños...
Amado Nervo
Todo amor nuevo que aparece nos ilumina la existencia, nos la perfuma y enflorece. En la más densa oscuridad toda mujer es refulgencia y todo amor es claridad. Para curar la pertinaz pena, en las almas escondida, un nuevo amor es eficaz; porque se posa en nuestro mal sin lastimar nunca la herida, como un destello en un cristal. Como un ensueño en una cuna, como se posa en la rüina la piedad del rayo de la luna. como un encanto en un hastío, como en la punta de una espina una gotita de rocío... ¿Que también sabe hacer sufrir? ¿Que también sabe hacer llorar? ¿Que también sabe hacer morir? -Es que tú no supiste amar...
El amor nuevo
Josefina Plá
A Gastón Figueira La mañana irisada, como fino cristal se curvó sobre el ancho campo reverdeciente. A la abismal succión del azul transparente, agriétase la carne de un ansia germinal. Y a la blondez purísima de su desnudez tierna, la mísera corteza se nos cuartea en congoja, y un sollozo nos sube desde la honda cisterna en sombra donde el párpado su penitencia moja. El dolor de las alas imposibles nos curva más bajo el cansancio irredimible que se adhiere a la carne dolorosa: y en la punta de una hoja, radiante y temblorosa, la gota de rocío nos finge aquella lágrima inefable en que, por fin, pudiera el alma miserable volcar la última gota amarga del hastío.
Amanecer
Fa Claes
Cerca de la ventana en Rijmenam contemplo el campo, hasta el Mar del Norte millares de años. El agua alcanza océanos; trazo una huella de navegación; millares de años alrededor del mundo. Delante de mi ventana en Rijmenam muchedumbres pasan, mil millones los vencedores, mil millones los mártires aherrojados y esclavos; millares, millares de años alrededor del mundo. Delante de mi ventana en Rijmenam de la hierba brota la tumba sobre años de espanto y estoy mirando con los ojos fijos y me pregunto.
Navegar
amistad
Qué agradable es sin duda, abrir el buzón, y encontrar tus lindas cartas. Qué agradable es saber que a pesar de tus ocupaciones, te tomes un minuto para dedicármelo. Qué agradable es sentir que en algún momento de tu rutina, te tomas tiempo para recordarme, haciendo un breve paréntesis y escribirme. Qué agradable es sentir con la calidez de esas letras, tu presencia a mi lado. Qué agradable es compartir nuestras ilusiones, hablando de diversos temas. confiándote mis cosas, y reírnos de las bromas que surgen, haciendo inolvidable nuestro encuentro virtual. QUE AGRADABLE ES SABER QUE EXISTES. QUE AGRADABLE ES SENTIRTE CERCA. QUE AGRADABLE ES CONTAR CONTIGO. QUE AGRADABLE ES QUERERTE ASI.
Que agradable
Emilio Prados
Aparente quietud ante tus ojos, aquí, esta herida —no hay ajenos límites—, hoy es el fiel de tu equilibrio estable. La herida es tuya, el cuerpo en que está abierta es tuyo, aun yerto y lívido. Ven, toca, baja, más cerca. ¿Acaso ves tu origen entrando por tus ojos a esta parte contraria de la vida? ¿Qué has hallado? ¿Algo que no sea tuyo en permanencia? Tira tu daga. Tira tus sentidos. Dentro de ti te engendra lo que has dado, fue tuyo y siempre es acción continua. Esta herida es testigo: nadie ha muerto.
Aparente quietud
Genaro Ortega Gutiérrez
Vuelves, más que nada, para continuar, inexorable, esta cabalgata de silencio y polvo, de memoria y laberinto. Ciclos donde el tiempo corre en sentido contrario y las manecillas del reloj son la lógica invención de un sueño sin ataduras. Incluso podrías convencer al solitario mojón de las ventajas que depara resbalar por la sensualidad de la lluvia y el erotismo amarillo de los fuegos estivales. Regresas, sobre todo, obedeciendo a un fuerte impulso de conciencia, consiguiendo, eso sí, salir al mundo con una alacridad magnífica, de gaviota contemplativa del azul.
Pie primitivo
Francisco Álvarez
Vino, me amó y partió; dejó a su paso plenitudes, placeres y vacíos; se perdió como el sol en el ocaso, como se pierden en el mar los ríos. Ha de tener el sol otra alborada, y aunque el río se va, también se queda; pero de aquella fiera llamarada, ni el recuerdo quizá en su mente rueda. Mantúvose en silencio y lejanía como quien duerme en brazos de la muerte; y yo permanecí esperando el día en que de nuevo su alma se despierte. Y si al abrir sus ojos al pasado se detienen en mí por un momento, tal vez vuelva su amor arrebatado a producir un nuevo ofrecimiento. Y aquí estaré, en deseos y temblores, sin recriminaciones, ni exigencia, para dar nueva vida a aquellas flores que a punto estuvo de agostar la ausencia.
SILENCIO Y LEJANÍA
Ramón López Velarde
Al decir que las penas son fugaces en tanto que la dicha persevera, tu cara es sugestiva y hechicera y juegan a los novios los rapaces. Al escuchar la apología que haces del mejor de los mundos, se creyera que lees a Abelardo... En voz parlera dialogas con los pájaros locuaces. De pronto, sin que tú me lo adivines, cual por un sortilegio se contrista mi alma con la visión de los jardines, mientras oigo sonar plácidamente los trinos de tu plática optimista y el irisado chorro de la fuente.
EN UN JARDÍN
Garcilaso de la Vega
Con tal fuerza y vigor son concertados para mi perdición los duros vientos, que cortaron mis tiernos pensamientos luego que sobre mí fueron mostrados. El mal es que me quedan los cuidados en salvo destos acontecimientos, que son duros, y tienen fundamientos en todos mis sentidos bien echados. Aunque por otra parte no me duelo, ya que el bien me dejó con su partida, del grave mal que en mí está de contino; antes con él me abrazo y me consuelo; porque en proceso de tan dura vida ataje la largueza del camino.
SONETO XX
María Eugenia Caseiro
Tus dedos lanzan oscuros sin ley sobre las horas, granos de sal colmenas y alfileres. ¡Galgos! correr correr correr… dioses como piñas dulces sin templo vuelan juegan saben. Chambelanes como delirios magistralmente tus dedos, mis dedos, nuestros funden lingotes de animales cautivos de ti. Tus pies, tus manos tocan pista; cal, estrellas rojas con agujas.
Dedos
César Vallejo
Yo nací un día que Dios estuvo enfermo. Todos saben que vivo, que soy malo; y no saben del diciembre de ese enero. Pues yo nací un día que Dios estuvo enfermo. Hay un vacío en mi aire metafísico que nadie ha de palpar: el claustro de un silencio que habló a flor de fuego. Yo nací un día que Dios estuvo enfermo. Hermano, escucha, escucha... Bueno. Y que no me vaya sin llevar diciembres, sin dejar eneros. Pues yo nací un día que Dios estuvo enfermo. Todos saben que vivo, que mastico... y no saben por qué en mi verso chirrían, oscuro sinsabor de ferétro, luyidos vientos desenroscados de la Esfinge preguntona del Desierto. Todos saben... Y no saben que la Luz es tísica, y la Sombra gorda... Y no saben que el misterio sintetiza... que él es la joroba musical y triste que a distancia denuncia el paso meridiano de las lindes a las Lindes. Yo nací un día que Dios estuvo enfermo, grave.
Espergesia
Salvador García Ramírez
Suspensa, en el aire de los parques con sombra de ciudad, como los tuyos, en la proximidad del Largo, nas escadas, en las estrías húmedas donde pululan libros viejos, a la hora contigua con el sol, sobre las pérgolas sin mástil, a merced del polen, poco a poco, nas margens donde el viajero ayuna, nas igrejas, de acá para allá, por los oblicuos raíles de un paraguas, tibia a tiempo, la alzada lentitud del solitario.
Latitude
Mario Benedetti
Porque te tengo y no porque te pienso porque la noche está de ojos abiertos porque la noche pasa y digo amor porque has venido a recoger tu imagen y eres mejor que todas tus imágenes porque eres linda desde el pie hasta el alma porque eres buena desde el alma a mí porque te escondes dulce en el orgullo pequeña y dulce corazón coraza porque eres mía porque no eres mía porque te miro y muero y peor que muero si no te miro amor si no te miro porque tú siempre existes dondequiera pero existes mejor donde te quiero porque tu boca es sangre y tienes frío tengo que amarte amor tengo que amarte aunque esta herida duela como dos aunque te busque y no te encuentre y aunque la noche pase y yo te tenga y no.
Corazón coraza
Pablo Neruda
Cien sonetos de amor Recordarás aquella quebrada caprichosa a donde los aromas palpitantes treparon, de cuando en cuando un pájaro vestido con agua y lentitud: traje de invierno. Recordarás los dones de la tierra: irascible fragancia, barro de oro, hierbas del matorral, locas raíces, sortílegas espinas como espadas. Recordarás el ramo que trajiste, ramo de sombra y agua con silencio, ramo como una piedra con espuma. Y aquella vez fue como nunca y siempre: vamos allí donde no espera nada y hallamos todo lo que está esperando.
Cien sonetos de amor
Luis de Góngora
Amarrado al duro banco De una galera turquesca, Ambas manos en el remo Y ambos ojos en la tierra, Un forzado de Dragut En la playa de Marbella Se quejaba al ronco son Del remo y de la cadena: «¡Oh sagrado mar de España, Famosa playa serena, Teatro donde se han hecho Cien mil navales tragedias!, »Pues eres tú el mismo mar Que con tus crecientes besas Las murallas de mi patria, Coronadas y soberbias, »Tráeme nuevas de mi esposa, Y dime si han sido ciertas Las lágrimas y suspiros Que me dice por sus letras; »Porque si es verdad que llora Mi captiverio en tu arena, Bien puedes al mar del Sur Vencer en lucientes perlas. »Dame ya, sagrado mar, A mis demandas respuesta, Que bien puedes, si es verdad Que las aguas tienen lengua, »Pero, pues no me respondes, Sin duda alguna que es muerta, Aunque no lo debe ser, Pues que vivo yo en su ausencia. »¡Pues he vivido diez años Sin libertad y sin ella, Siempre al remo condenado A nadie matarán penas!» En esto se descubrieron De la Religión seis velas, Y el cómitre mandó usar Al forzado de su fuerza.
Amarrado al duro banco
Gabriel Celaya
Quizás, cuando me muera, dirán: Era un poeta. Y el mundo, siempre bello, brillará sin conciencia. Quizás tú no recuerdes quién fui, mas en ti suenen los anónimos versos que un día puse en ciernes. Quizás no quede nada de mí, ni una palabra, ni una de estas palabras que hoy sueño en el mañana. Pero visto o no visto, pero dicho o no dicho, yo estaré en vuestra sombra, ¡oh hermosamente vivos! Yo seguiré siguiendo, yo seguiré muriendo, seré, no sé bien cómo, parte del gran concierto.
DESPEDIDA
Mario Benedetti
Están en algún sitio / concertados desconcertados / sordos buscándose / buscándonos bloqueados por los signos y las dudas contemplando las verjas de las plazas los timbres de las puertas / las viejas azoteas ordenando sus sueños sus olvidos quizá convalecientes de su muerte privada nadie les ha explicado con certeza si ya se fueron o si no si son pancartas o temblores sobrevivientes o responsos ven pasar árboles y pájaros e ignoran a qué sombra pertenecen cuando empezaron a desaparecer hace tres cinco siete ceremonias a desaparecer como sin sangre como sin rostro y sin motivo vieron por la ventana de su ausencia lo que quedaba atrás / ese andamiaje de abrazos cielo y humo cuando empezaron a desaparecer como el oasis en los espejismos a desaparecer sin últimas palabras tenían en sus manos los trocitos de cosas que querían están en algún sitio / nube o tumba están en algún sitio / estoy seguro allá en el sur del alma es posible que hayan extraviado la brújula y hoy vaguen preguntando preguntando dónde carajo queda el buen amor porque vienen del odio
Desaparecidos
Manuel Machado
Vino, sentimiento, guitarra y poesía, hacen los cantares de la patria mía... Cantares... Quien dice cantares, dice Andalucía. A la sombra fresca de la vieja parra, un mozo moreno rasguea la guitarra... Cantares... Algo que acaricia y algo que desgarra. La prima que canta y el bordón que llora... Y el tiempo callado se va hora tras hora. Cantares... Son dejos fatales de la raza mora. No importa la vida, que ya está perdida. Y, después de todo, ¿qué es eso, la vida?... Cantares... Cantando la pena, la pena se olvida. Madre, pena, suerte; pena, madre, muerte; ojos negros, negros, y negra la suerte. Cantares... En ellos, el alma del alma se vierte. Cantares. Cantares de la patria mía... Cantares son sólo los de Andalucía. Cantares... No tiene más notas la guitarra mía.
CANTARES
José de Espronceda
Donde sienta mi caballo los pies no vuelve a nacer la hierba. Palabras de Atila CORO ¡Hurra, cosacos del desierto! ¡Hurra! La Europa os brinda espléndido botín: sangrienta charca sus campiñas sean, de los grajos su ejército festín. ¡Hurra! ¡a caballo, hijos de la niebla! Suelta la rienda, a combatir volad: ¿veis esas tierras fértiles?, las puebla gente opulenta, afeminada ya. Casas, palacios, campos y jardines, todo es hermoso y refulgente allí: son sus hembras celestes serafines, su sol alumbra un cielo de zafir. ¡Hurra, cosacos del desierto! ¡Hurra! La Europa os brinda espléndido botín: sangrienta charca sus campiñas sean, de los grajos su ejército festín. Nuestros sean su oro y sus placeres, gocemos de ese campo y ese sol; son sus soldados menos que mujeres, sus reyes viles mercaderes son. Vedlos huir para esconder su oro, vedlos cobardes lágrimas verter... ¡Hurra! volad: sus cuerpos, su tesoro huellen nuestros caballos con sus pies. ¡Hurra, cosacos del desierto! ¡Hurra! La Europa os brinda espléndido botín: sangrienta charca sus campiñas sean, de los grajos su ejército festín. Dictará allí nuestro capricho leyes, nuestras casas alcázares serán, los cetros y coronas de los reyes cual juguetes de niños rodarán. ¡Hurra! ¡volad! a hartar nuestros deseos: las más hermosas nos darán su amor, y no hallarán nuestros semblantes feos, que siempre brilla hermoso el vencedor. ¡Hurra, cosacos del desierto! ¡Hurra! La Europa os brinda espléndido botín: sangrienta charca sus campiñas sean, de los grajos su ejército festín. Desgarraremos la vencida Europa cual tigres que devoran su ración; en sangre empaparemos nuestra ropa cual rojo manto de imperial señor. Nuestros nobles caballos relinchando regias habitaciones morarán; cien esclavos, sus frentes inclinando, al mover nuestros ojos temblarán. ¡Hurra, cosacos del desierto! ¡Hurra! La Europa os brinda espléndido botín: sangrienta charca sus campiñas sean, de los grajos su ejército festín. Venid, volad, guerreros del desierto, como nubes en negra confusión, todos suelto el bridón, el ojo incierto, todos atropellándose en montón. Id en la espesa niebla confundidos, cual tromba que arrebata el huracán, cual témpanos de hielo endurecidos por entre rocas despeñados van. ¡Hurra, cosacos del desierto! ¡Hurra! La Europa os brinda espléndido botín: sangrienta charca sus campiñas sean, de los grajos su ejército festín. Nuestros padres un tiempo caminaron hasta llegar a una imperial ciudad; un sol más puro es fama que encontraron, y palacios de oro y de cristal. Vadearon el Tibre sus bridones, yerta a sus pies la tierra enmudeció; su sueño con fantásticas canciones la fada de los triunfos arrulló. ¡Hurra, cosacos del desierto! ¡Hurra! La Europa os brinda espléndido botín: sangrienta charca sus campiñas sean, de los grajos su ejército festín. ¡Qué! ¿No sentís la lanza estremecerse, hambrienta en vuestras manos de matar? ¿No veis entre la niebla aparecerse visiones mil que el parabién nos dan? Escudo de esas míseras naciones era ese muro que abatido fue; la gloria de Polonia y sus blasones en humo y sangre convertidos ved. ¡Hurra, cosacos del desierto! ¡Hurra! La Europa os brinda espléndido botín: sangrienta charca sus campiñas sean, de los grajos su ejército festín. ¿Quién en dolor trocó sus alegrías? ¿Quién sus hijos triunfante encadenó? ¿Quién puso fin a sus gloriosos días? ¿Quién en su propia sangre los ahogó? ¡Hurra, cosacos! ¡gloria al más valiente! Esos hombres de Europa nos verán: ¡Hurra! nuestros caballos en su frente hondas sus herraduras marcarán. ¡Hurra, cosacos del desierto! ¡Hurra! La Europa os brinda espléndido botín: sangrienta charca sus campiñas sean, de los grajos su ejército festín. A cada bote de la lanza ruda, a cada escape en la abrasada lid, la sangrienta ración de carne cruda bajo la silla sentiréis hervir. Y allá después en templos suntüosos, sirviéndonos de mesa algún altar, nuestra sed calmarán vinos sabrosos, hartará nuestra hambre blanco pan. ¡Hurra, cosacos del desierto! ¡Hurra! La Europa os brinda espléndido botín: sangrienta charca sus campiñas sean, de los grajos su ejército festín. Y nuestras madres nos verán triunfantes, y a esa caduca Europa a nuestros pies, y acudirán de gozo palpitantes en cada hijo a contemplar un rey. Nuestros hijos sabrán nuestras acciones, las coronas de Europa heredarán, y a conquistar también otras regiones el caballo y la lanza aprestarán. ¡Hurra, cosacos del desierto! ¡Hurra! La Europa os brinda espléndido botín: sangrienta charca sus campiñas sean, de los grajos su ejército festín.
EL CANTO DEL COSACO
Garcilaso de la Vega
Dentro de mi alma fue de mí engendrado un dulce amor, y de mi sentimiento tan aprobado fue su nacimiento como de un solo hijo deseado; mas luego de él nació quien ha estragado del todo el amoroso pensamiento: que en áspero rigor y en gran tormento los primeros deleites ha tornado. ¡Oh crudo nieto, que das vida al padre, y matas al abuelo! ¿por qué creces tan disconforme a aquel de que has nacido? ¡Oh, celoso temor! ¿a quién pareces? ¡que la envidia, tu propia y fiera madre, se espanta en ver el monstruo que ha parido!
SONETO XXXI
Leopoldo María Panero
(carta al padre) And fish to catch regeneration. Samuel Butler, Pescador de muertos. Solos tú y yo, e irremediablemente unidos por la muerte: torturados aún por fantasmas que dejamos con torpeza arañarnos el cuerpo y luchar por los despojos del sudario, pero ambos muertos, y seguros de nuestra muerte; dejando al espectro proseguir en vano con el turbio negocio de los datos: mudo, el cuerpo, ese impostor en el retrato, y los dos siguiendo ese otro juego del alma que ya a nada responde, que lucha con su sombra en el espejo-solos, caídos frente a él y viendo detrás del cristal la vida como lluvia, tras del cristal asombrados por los demás, por aquellos Vous etes combien? que nos sobreviven y dicen conocernos, y nos llaman por nuestro nombre grotesco, ¡ah el sórdido, el viscoso templo de lo humano! Y sin embargo solos los dos, y unidos por el frío que apenas roza brillante envoltura solos los dos en esta pausa eterna del tiempo que nada sabe ni quiere, pero dura como la piedra, solos los dos, y amándonos sobre el lecho de la pausa, como se aman los muertos «amó», dijiste, autorizado por la muerte porque sabías de ti como de una tercera persona bebió dijiste, porque Dios estaba (Pound dixit) en tu vaso de whiski amo bebió, dijiste, pero ahora espera ¿espera? y en efecto la resurrección desde un cristal inválido te avisa que con armas nuestra muerte florece para ti que sólo sabías de la muerte. Aquí ¿debajo o por encima? de esta piedra tú que doraste la sobrenatural dureza y el dolor sobrenatural de los edificios desnudos ¿en qué perspectiva —dime— acoger la muerte? en la mesa de disección tú que danzaste enloquecido en la plaza desierta tropezando hiriéndote las manos en el trapecio del silencio en pie contra las hojas muertas que se adherían a tu cuerpo, y contra la hiedra que tapaba obsesivamente tu boca hinchada de borracho, danzas, danzaste sin espacio, caído, pero no quiero errar en la mitología de ese nombre del padre que a todos nos falta, porque somos tan sólo hermanos de una invasión de lo imposible y tus pasos repiten el eco de los míos en un largo corredor donde retrocedo infatigable, sin jamás moverme ¡ah los hermanos, los hermanos invisibles que florecen, en el Terror! ¡Ah los hermanos, los hermanos que se defienden inútilmente de la luz del mundo con las manos, que se guardan del mundo por el Miedo, y cultivan en la sombra de su huerto nefasto la amenaza de lo eterno, en el ruin mundo de los vivos! ¡Ah los hermanos, Y el ave, el ave que vuela sobre el mundo en llamas, diciendo solo a los mortales que se agitan debajo, diciendo solo: ABISMO, ABISMO! Abismo, sí, tibia guarida de nuestro amor de hermanos, padre. ¡Pero tan solos! ¡Tan solos! Fantasmas que hace visible la hiedra —como hiedramerlín como niñadecabezacortada como mujermurciélago la niña que ya es árbol— crecen hojas en la foto, y un florecer te arranca de los labios caníbales de nuestra madre Muerte, madre de nuestro rezo florecen los muertos florecen unidos acaso por el sudor helado muerto de muchas cabezas hambrientas de los vivos te esperamos ave, ave nacida de la cabeza que explotó al crepúsculo ave dibujada en la piedra y llena de lo posible de la dulzura, de su sabor ajeno que es más que la vida, de su crueldad que es más que la vida ¡ira de la piedra, ira que a la realidad insulta, que apalea a la cabaña torpe de la mentira con verbos que no son, resplandecen, ira suprema de lo mudo! (te esperamos en la delgada orilla de lo que cae, en el prado nocturno que atraviesan lentos los elefantes percibís el frío la conspiración de las algas, gelatina, escamas, mano que sobresale de la tumba manos que surgen de la tierra como tallos surcos arados por la muerte, cabezas de ahorcados que echan flor: decapitados que dialogan a la luz decreciente de las velas, ¡oh quién nos traerá la rima la música, el sonido que rompa la campana de la asfixia, y el cristal borroso de lo posible, la música del beso! De ese beso, final, padre, en que desaparezcan de un soplo nuestras sombras, para asidos de ese metro imposible y feroz, quedarnos a salvo de los hombres para siempre, solos yo y tú, mi amada, aquí, bajo esta piedra.
GLOSA A UN EPITAFIO
Rafael Alberti
Buscad, buscadlos: en el insomnio de las cañerías olvidadas, en los cauces interrumpidos por el silencio de las basuras. No lejos de los charcos incapaces de guardar una nube, unos ojos perdidos, una sortija rota o una estrella pisoteada. Porque yo los he visto: en esos escombros momentáneos que aparecen en las neblinas. Porque yo los he tocado: en el destierro de un ladrillo difunto, venido a la nada desde una torre o un carro. Nunca más allá de las chimeneas que se derrumban, ni de esas hojas tenaces que se estampan en los zapatos. En todo esto. Más en esas astillas vagabundas que se consumen sin fuego, en esas ausencias hundidas que sufren los muebles desvencijados, no a mucha distancia de los nombres y signos que se enfrían en las paredes. Buscad, buscadlos: debajo de la gota de cera que sepulta la palabra de un libro o la firma de uno de esos rincones de cartas que trae rodando el polvo. Cerca del casco perdido de una botella, de una suela extraviada en la nieve, de una navaja de afeitar abandonada al borde de un precipicio.
LOS ÁNGELES MUERTOS
Gustavo Adolfo Bécquer
Dices que tienes corazón, y sólo lo dices porque sientes sus latidos. Eso no es corazón...; es una máquina, que, al compás que se mueve, hace ruido.
Rima LXXVII
Alejandra Pizarnik
Como el viento sin alas encerrado en mis ojos es la llamada de la muerte. Sólo un ángel me enlazará al sol. Dónde el ángel, dónde su palabra. Oh perforar con vino la suave necesidad de ser.
FIESTA EN EL VACÍO
Melchor de Palau
ODA Este, que veis, carbón endurecido, yacer a mantos en terrestre fosa, rayos de claro sol un tiempo ha sido, A la voz de la Industria poderosa, abandona, cual Lázaro, su tumba, y a más vida resurge esplendorosa. Con su aliento, no hay miedo que sucumba la que es de nuestro siglo predilecta hija febril, y cual abeja zumba. Que, a medida que avanza más perfecta, a la Ciencia siguiendo va anhelante y sobre el Arte su fulgor proyecta. Ella nos dice que llegó el instante, —aun cuando en la substancia son hermanos— de apreciar el carbón más que el díamante. De que cesen los míseros humanos de prosternarse ante el inútil fuego, y de tenderle codiciosas manos Nunca su brillo me turbó el sosiego, mas del pan de la industria a la excelencia férvido canto de mi lira entrego. Cantar quiero su enérgica potencia los bronces al fundir, nuncios de saña, defensores de patria independencia, Cuando caldea y en su lumbre baña a la férrea fugaz locomotora, sierpe que tiene el silo en la montaña. Que, cual ave o Jóve vóladora, se encumbra a los más arduos peñascales, y el espacio famélica devora. Por él llega a los témpanos glaciales el buque, sin más trapo que su enseña, contrastando los recios vendavales. Reemplaza activo la fluvial aceña; vigor produce en la nerviosa pila; las creaciones artísticas diseña. Por él la roca su metal destila; por él dice el crisol la verdad pura; el átomo su afine se asimila. Hasta gérmenes ricos en dulzura la Química halla en él para su gloria, colores y matices la Pintura. Y, de fúlgido origen en memoria, demás que rasga de la noche el velo, despide lumbre en exprimida escoria. Solar emanación con vivo anhelo, la luz, la fuerza, y el calor prodiga. Como su padre que recorre el cielo. Y que—cual suele previsora hormiga, en la estación de abrasador verano, sin un punto ceder en la fatiga temiendo el filo del invierno cano, almacenar bajo escondidos techos, el robado a los trojes rubio grano en la época feraz de los helechos presintiendo el invierno del planeta, guardó el carbón en insondables lechos. La faz del globo de arbolado escueta, diera la Industria el postrimer suspiro a no surtirla tan copiosa veta. Ved al carbono en incesante giro recorrer los tres reinos naturales; ya inficionar la atmósfera le miro, ya, atraído por fibras vegetales, el germen de sabroso fruto, ya, salvando los límites florales, nutrir la grácil ave, el tardo bruto, ya tornar al espacio con empeño, de la muerte y la vida fiel tributo. Mas tú, sepulto en ataud roqueño, a ciclo tan fecundo substraído, dormiste largo, indiferente sueño. Te han pisado, mas no te han conocido; pasaron sobre ti, cual polvo leve, las varias razas que en el mundo han sido. Tocábale al gran siglo diez y nueve, explorar tus veneros con acierto, aun bajo la polar cándida nieve. ¡Qué fuera de la Industria tú encubierto! con gratitud en su aflicción te nombra negro maná de su árido desierto. Un día fuiste gigantesca alfornbra; henchir hoy hallamos calor y luz radiante donde otros seres disfrutaron sombra: Que Dios, previendo nuestro afán constante, para su hartura reservarnos quiso esa fecunda flora exuberante, que adorno fue quizá del Paraíso.
Al carbón de piedra
Víctor Botas
Una luna encarnada allá en el aire y sola El repentino aroma de un ramo de violetas al salir de un café en vía Clazaiuoli Aquella rosa herida de muerte entre los pliegues de seda del crepúsculo El puente El frío Arno Fiésole Los cipreses soñando en las colinas La noche la de siempre la de todos los días ésa la que ya se te enreda en las pestañas
Florencia
Pablo Neruda
SE abrió también la noche de repente, la descubrí, y era una rosa oscura entre un día amarillo y otro día. Pero, para el que llega del Sur, de las regiones naturales, con fuego y ventisquero, era la noche en la ciudad un barco, una vaga bodega de navío. Se abrían puertas y desde la sombra la luz nos escupía: bailaban hembra y hombre con zapatos negros como ataúdes que brillaban y se adherían uno a una como las ventosas del mar, entre el tabaco, el agrio vino, las conversaciones, las carcajadas verdes del borracho. Alguna vez una mujer cayéndose en su pálido abismo, un rostro impuro que me comunicaba ojos y boca. Y allí senté mi adolescencia ardiendo entre botellas rojas que estallaban a veces derramando sus rubíes, constelando fantásticas espadas, conversaciones de la audacia inútil. Allí mis compañeros: Rojas Giménez extraviado en su delicadeza, marino de papel, estrictamente loco, elevando el humo en una copa y en otra copa su ternura errante, hasta que así se fue de tumbo en tumbo, como si el vino se lo hubiera llevado a una comarca más y más lejana! Oh hermano frágil, tantas cosas gané contigo, tanto perdí en tu desastrado corazón como en un cofre roto, sin saber que te irías con tu boca elegante, sin saber que debías también morir, tú que tenías que dar lecciones a la primavera! Y luego como un aparecido que en plena fiesta estaba escondido en lo oscuro llegó Joaquín Cifuentes de sus prisiones: pálida apostura, rostro de mando en la lluvia, enmarcado en las líneas del cabello sobre la frente abierta a los dolores: no sabía reír mi amigo nuevo: y en la ceniza de la noche cruel vi consumirse al Húsar de la Muerte.
Locos amigos
Hilario Barrero
Balnea, vina, Venus corrumpunt corpora nostra, sed vitam faciant balnea, vina, Venus. Bellísimos, desnudos, arrogantes, proclamando la fuerza de su sexo, marchan Quinta Avenida hacia la vida. Serenamente turbios, demacrados, veneno derretido por sus miembros, bajan Quinta Avenida hacia la muerte. Algunos tan hermosos, dioses sin paraíso, que hasta la misma Sombra se oscurece al asignarles sitio en la carroza. Su belleza les salva y son llamados junto con Ganimedes a servir vino añejo a los cuerpos prohibidos. (La mitra será polvo y lo será la rosa, las plumas césped seco, el oropel ceniza y el torso iluminado un carbón apagado.) Viéndoles desfilar, cercano a tu frontera, nombrando aquel verano en que nos conocimos, mi sangre negativa se calcina, amenazada, sintiendo a la Guadaña que, arañando mi cuello con su incesante herida, nos recuerda que para algunos éste será el último desfile.
Carrozas
Ismael Enrique Arciniegas
Cortina de los pilares es la enredadera verde. ¡Cuál se amontonan pesares cuando la ilusión se pierde! ¿Ya olvidaste la canción que decía penas hondas? De un violín el grato son se oía bajo las frondas. Suspendida del alar lucía mata de flores. ¿Ya olvidaste aquel cantar, cantar de viejos amores? De noche en el corredor te hablaba siempre en voz baja. ¡Cómo murió nuestro amor! ¡Qué triste la noche baja! Por el patio van las hojas... en sombras está el salón... ¡Qué tristes son las congojas de un herido corazón!
EN EL SILENCIO
Andrés Bello
Diálogo POETA -Escucha, amigo Cóndor, mi exorcismo; obedece a la voz del mago Mitre, que ha convertido en trípode el pupitre; apréstate a una espléndida misión. CÓNDOR -¡Poeta audaz, que de mi aéreo nido en el silencio lóbrego derramas cántico misterioso! ¿a qué me llamas? Yo sostengo de Chile el paladión. POETA -No importa; es caso urgente, es una empresa digna de ti, de tu encumbrado vuelo, y de tus uñas; subirás al cielo, escalarás la vasta esfera azul. CÓNDOR -¿Y qué será del paladión en tanto, cuya custodia la nación me fía? POETA -Puedes encomendarlo por un día a las fieles pezuñas del Huemul. CÓNDOR Pero el camino del Olimpo ignoro. POETA -Mientes; tú hurtaste al cielo, ave altanera, en pro de nuestros padres, la primera chispa de libertad que en Chile ardió. CÓNDOR -¡Falaz leyenda! ¡Apócrifa patraña! Robaba entonces yo por valle y cumbre, según mi antigua natural costumbre; monarca de los buitres era yo. Años después, llamáronme, y conmigo vino esa pobre, tímida alimaña, de los andinos valles ermitaña; y, el paladión nos dieron a guardar. Mal concertada yunta, que, algún día, recordando los hábitos de marras, estuve a punto de esgrimir las garras, y atroz huemulicidio ejecutar. POETA -¡Oh mente de los hombres adivina! ¡Oh inspiración profética! No sabes, alado monstruo, espanto de las aves, el oculto misterio de esa unión. ¡Junto a la mansa paz, atroz instinto de pillaje y de sangre! ¡Incauto el uno, audaz el otro en tentador ayuno, y de la Patria en medio el paladión! Tremendo porvenir, yo te adivino, pero no tiemblo. Es fuerza te abras paso de la ilustrada Europa al rudo ocaso; está en el libro del destino así. Sus últimos destellos da la antorcha que el hijo de Japeto trajo al mundo; suceda al viejo faro moribundo joven tizón, ardiente, baladí. CÓNDOR -No sé, poeta, interpretar enigmas; no entiendo de tizones ni de faro. Deja los circunloquios, y habla claro. ¿De qué se trata? Explícate una vez. POETA -De aquel fuego sagrado que trajiste ¿niégaslo en vano? a un ínclito caudillo, apenas queda agonizante brillo; nos viene encima infausta lobreguez. Renovarlo es preciso. CÓNDOR -¿Cómo? POETA -Debes seguir del sol la luminosa huella, sorprenderle, robarle una centella, metértela en los ojos, y escapar. CÓNDOR -Muy bien; me guardo el fuego en las pupilas, cual si fueran volcánicas cavernas. ¿Y qué haré luego de mis dos linternas? POETA -Quiero a Chile con ellas incendiar. CÓNDOR -¿Incendiarlo? ¿Estás loco? ¿De eso tratas? POETA -Incendiarlo pretendo en patriotismo; abrasarlo, molondro, no es lo mismo; quiero hacer una inmensa fundición. Quiero llamas que cundan pavorosas, descomunales llamas, llamas grandes, que derritan la nieve de los Andes y la de tanto helado corazón. ¿Abrasar? ¡Linda flema! -¿Es tiempo ahora de contentarse con mezquinas brasas que den pálida luz, chispas escasas, como para el abrigo de un desván? No, señor; vasto incendio, llamas, llamas, que unas sobre las otras se encaramen, y levantando rojas crestas bramen, y les sirva de fuelle un huracán. Despacha, pues; arranca; desarrolla el raudo vuelo; tiende el ala grave, como la parda vela de la nave cuando silba en la jarcia el vendaval. Vuela, vuela, plumífero pirata; recuerda tu nativa felonía; asalta de improviso al rey del día en su carroza de oro y de cristal. CÓNDOR -Ya te obedezco, y tiendo como mandas, el ala; aunque eso de tenderla un ave no ligera ni leve, sino grave, para tanto volar no es lo mejor. Y si de más a más tenderla debo, como la parda vela el navegante cuando oye la tormenta resonante que amenazando silba, peor que peor. Que no despliega entonces el velamen, antes amaina el cauto marinero, y aguanta a palo seco el choque fiero, si salvar piensa al mísero bajel. Así lo vi mil veces, revolando entre las nubes negras, cuando hinchaba la Mar del Sur sus ondas, y bregaba contra la tempestad el timonel. POETA -No lo entiendes: la nave del Estado es la que yo pintaba; y la maniobra a que apelamos hoy, cuando zozobra, no es amainar, estúpido ladrón. CÓNDOR -¿Pues qué ha de hacer entonces el piloto? POETA -Según doctrina de moderna escuela, debe correr fortuna a toda vela, sin bitácora, sonda, ni timón. Si tú leyeras, avechucho idiota, gacetas nacionales y extranjeras, la ignorancia en que vives conocieras; todo ha cambiado entre los hombres ya. Altos descubrimientos reservados tuvo el destino al siglo diecinueve; hoy en cualquiera charco un niño bebe más que en un hondo río su papá. ¡Oh siglo de los siglos! ¡Cual machacas es tu almirez decrépitas ideas! ¡Qué de fantasmagorías coloreas en el vapor del vino y del café! ¡No era lástima ver encandilarse los hombres estudiándose a sí mismos; y tras mil embrollados silogismos, salir con sólo sé que nada sé! ¡Ea, pues! ¡A la empresa! Bate el ala, y apercibe también las corvas uñas, y guárdate de mí si refunfuñas, lobo rapaz, injerto de avestruz. CÓNDOR ¿volando? -Ama aún el buitre robador su nido; Chile, a traerte voy, no la centella que incendiando devora, sino aquella que da calor vital y hermosa luz.
El cóndor y el poeta
Infantiles
Le dije a la luz: no quiero que la noche me persiga. Y la luz me contestó: lo imposible, no lo pidas. Quiero que todos me vean porque estoy desconsolada; el amor que era mi vida, la noche siempre lo apaga. Ya no vendrá por la noche, sólo brillará en el día. Es un amor tan pequeño que necesita alegría. Yo puedo quererle siempre, si hace sol o no lo hace. Pero, es un amor tan débil que necesita alumbrarse.
Pero, mi niño es tan débil...
Pedro Salinas
¡Cuando te marchas, qué inútil buscar por dónde anduviste, seguirte! Si has pisado por la nieve sería como las nubes —su sombra—, sin pies, sin peso que te marcara. Cuando andas no te diriges a nada ni hay senda que luego diga: «Pasó por aquí.» Tú no sales del exacto centro puro de ti misma: son los rumbos confundidos los que te van al encuentro. Con la risa o con las voces tan blandamente descabalas el silencio que no le duele, que no te siente: se cree que sigue entero. Si por los días te busco o por los años no salgo de un tiempo virgen: fue ese año, fue tal día, pero no hay señal: no dejas huella detrás. Y podrás negarme todo, negarte a todo podrás, porque te cortas los rastros y los ecos y las sombras. Tan pura ya, tan sin pruebas que cuando no vivas más yo no sé en qué voy a ver que vivías, con todo ese blanco inmenso alrededor, que creaste.
LA SIN PRUEBAS
Gabriela Mistral
Piececitos de niño, azulosos de frío, ¡cómo os ven y no os cubren, Dios mío! ¡Piececitos heridos por los guijarros todos, ultrajados de nieves y lodos! El hombre ciego ignora que por donde pasáis, una flor de luz viva dejáis; que allí donde ponéis la plantita sangrante, el nardo nace más fragante. Sed, puesto que marcháis por los caminos rectos, heroicos como sois perfectos. Piececitos de niño, dos joyitas sufrientes, ¡cómo pasan sin veros las gentes!
Piececitos
Pedro Salinas
Sí, sí, dijo el niño, sí. Y nadie le preguntaba. ¿Qué le ofrecías, la noche, tú, silencio, qué le dabas para que él dijera a voces, tanto sí, que sí, que sí? Nadie le ofrecía nada. Un gran mundo sin preguntas, vacías las negras manos —ámbitos de madrugada—, alrededor enmudece. Los síes —¡qué golpetazos de querer en el silencio!—, las últimas negativas a la noche le quebraban. Sí, sí a todo, a todo sí, a la nada sí, por nada. Allá por los horizontes sin que nadie —el sólo: nadie— la escuchara, sigilosa de albor, rosa y brisa tierna, iba la pregunta muda, naciendo ya, la mañana.
RESPUESTA A LA LUZ
Justo Braga
Él leía cartas de amor a Rosaura. Ensalzaba su apacible hermosura. Ella, azorada, tras la falda, no perdona a Corina el infortunio que su mirada empaña. Él leía versos de amor y desamparo, mientras anuncia, triste su delito: dar tregua a su juventud y su codicia. Mientras Corina avanza por la acera, Rosaura mira anhelante. Arrepentida espera hallar en cualquier parte su inocencia. Los negros de Oklahoma quebrantan su fragancia y como un capricho a Mesalina se inyectan en la vena la escritura de versos. Consumen cocaína adulterada. Recitan sonetos armados de esa hermosa manía de orinar en las esquinas.
Tesalina
Álvaro García
Tiempo que nos desunes y nos unes, tiempo que eres abstracto y tan concreto que, por mucho que guardes tu secreto, reaparece en las cosas más comunes: para que con tu norma no importunes el sitio sin lugar, te lanzo el reto de intemporalidad al que me someto: al escribir y amar somos inmunes, amando y escribiendo rompo el pacto de que tú, el invencible, vencerás un tiempo hecho de amor y nada más: alta inexactitud contra ti, exacto pero que desconoces, tiempo idiota, esta inutilidad que te derrota. (De 'Ser sin sitio', 2014)
Tiempo
Federico García Lorca
¡Fita aquel branco galán, olla seu transido corpo! É a lúa que baila na Quintana dos mortos. Fita seu corpo transido, negro de somas e lobos. Nai: A lúa está bailando na Quintana dos mortos. ¿Quén fire potro de pedra na mesma porta do sono? ¡É a lúa! ¡É a lúa na Quintana dos mortos! ¿Quén fita meus grises vidros cheos de nubens seus ollos? É a lúa, é a lúa na Quintana dos mortos. Déixame morrer no leito soñando con froles d'ouro. Nai: A lúa está bailando na Quintana dos mortos. ¡Ai filla, co ár do céo vólvome branca de pronto! Non é o ar, é a triste lúa na Quintana dos mortos. ¿Quén brúa co-este xemido d'imenso boi melancónico? Nai: É a lúa, é a lúa na Quintana dos mortos. íSi, a lúa, a lúa coronada de toxos, que baila, e baila, e baila na Quintana dos mortos!
Danza da lúa en Santiago
Tomás de Iriarte
Un oso, con que la vida se ganaba un piamontés, la no muy bien aprendida danza ensayaba en dos pies. Queriendo hacer de persona, dijo a una mona: «¿Qué tal?» Era perita la mona, y respondióle: «Muy mal». «Yo creo», replicó el oso, «que me haces poco favor. Pues ¿qué?, ¿mi aire no es garboso? ¿no hago el paso con primor?». Estaba el cerdo presente, y dijo: «¡Bravo! ¡Bien va! Bailarín más excelente no se ha visto, ni verá!». Echó el oso, al oír esto, sus cuentas allá entre sí, y con ademán modesto hubo de exclamar así: «Cuando me desaprobaba la mona, llegué a dudar; mas ya que el cerdo me alaba, muy mal debo de bailar». Guarde para su regalo esta sentencia el autor: si el sabio no aprueba, ¡malo! si el necio aplaude, ¡peor!
EL OSO, LA MONA Y EL CERDO
William Shakespeare
¿A un día de verano compararte? Más hermosura y suavidad posees. Tiembla el brote de mayo bajo el viento y el estío no dura casi nada. A veces demasiado brilla el ojo solar y otras su tez de oro se apaga; toda belleza alguna vez declina, ajada por la suerte o por el tiempo. Pero eterno será el verano tuyo. No perderás la gracia, ni la Muerte se jactará de ensombrecer tus pasos cuando crezcas en versos inmortales. Vivirás mientras alguien vea y sienta y esto pueda vivir y te dé vida. (Versión de Alejandro Araoz Fraser)
A un día de verano compararte
José Cadalso
Todo lo muda el tiempo, Filis mía, todo cede al rigor de sus guadañas: ya transforma los valles en montañas, ya pone un campo donde un mar había. El muda en noche opaca el claro día, en fábulas pueriles las hazañas, alcázares soberbios en cabañas, y el juvenil ardor en vejez fría. Doma el tiempo al caballo desbocado, detiene el mar y viento enfurecido, postra al león y rinde al bravo toro. Sola una cosa al tiempo denodado ni cederá, ni cede, ni ha cedido, y es el constante amor con que te adoro.
SOBRE EL PODER DEL TIEMPO
San Juan de la Cruz
Vivo sin vivir en mí y de tal manera espero que muero porque no muero. I En mí yo no vivo ya y sin Dios vivir no puedo pues sin él y sin mí quedo éste vivir qué será? Mil muertes se me hará pues mi misma vida espero muriendo porque no muero. II Esta vida que yo vivo es privación de vivir y assí es contino morir hasta que viva contigo. Oye mi Dios lo que digo que esta vida no la quiero que muero porque no muero. III Estando ausente de ti qué vida puedo tener sino muerte padescer la mayor que nunca vi? Lástima tengo de mí pues de suerte persevero que muero porque no muero. IV El pez que del agua sale aun de alibio no caresce que en la muerte que padesce al fin la muerte le vale. Qué muerte abrá que se yguale a mi vivir lastimero pues si más vivo más muero? V Quando me pienso alibiar de verte en el Sacramento házeme más sentimiento el no te poder gozar todo es para más penar por no verte como quiero y muero porque no muero. VI Y si me gozo Señor con esperança de verte en ver que puedo perderte se me dobla mi dolor viviendo en tanto pabor y esperando como espero muérome porque no muero. VII Sácame de aquesta muerte mi Dios y dame la vida no me tengas impedida en este lazo tan fuerte mira que peno por verte, y mi mal es tan entero que muero porque no muero. VIII Lloraré mi muerte ya y lamentaré mi vida en tanto que detenida por mis pecados está. ¡O mi Dios!, quándo será quando yo diga de vero vivo ya porque no muero?
COPLAS DE EL ALMA
José María Hinojosa
Vino a mí en espiral, con vuelo de mañana, su voz hecha sonrisa de lucero del alba. Mi sangre baña el río en aleteo de agallas; queda el cuerpo sin sangre y oye la voz del alba. Está mi cuerpo frío ya tendido en la playa, y huyendo de la luz desaparece el alba. Su voz hecha sonrisa vino a mí en espiral; mi gesto sin aristas fue a ella en espiral.
MI ALEGRÍA
Roque Dalton
Los hombres en este país son como sus madrugadas: mueren siempre demasiado jóvenes y son propicios para la idolatría. Raza dañada. La estación de las lluvias es el único consuelo.
EL OBISPO
José Ángel Buesa
«Mirad: Un extranjero...» Yo los reconocía, siendo niño, en las calles por su no sé que ausente. Y era una extraña mezcla de susto y de alegría pensar que eran distintos al resto de la gente. Después crecí, soñando, sobre los libros viejos; corrí, de mapa en mapa, frenéticos azares, y al despertar, a veces, para viajar más lejos, inventaba a mi antojo más tierras y más mares. Entonces yo envidiaba, melancólicamente, a aquellos que se iban de verdad, en navíos de gordas chimeneas y casco reluciente, no en viajes ilusorios como los viajes míos. Y hoy, que quizás es tarde, con los cabellos grises, emprendo, como tantos, el viaje verdadero; y escucho que los niños de remotos países murmuran al mirarme: «Mirad: Un extranjero...»
EL EXTRANJERO
Jordi Doce
versión de un poema de Ted Hughes Donde no había nada alguien dispuso un lago amedrentado Donde no había nada hombros de piedra se abrieron para sostenerlo De las estrellas vino un viento descendió al agua olió el temblor Con ojos cerrados, con manos enlazadas los árboles se ofrecieron al mundo El brezo se encogió, asustado Nada no hay nada hasta que una gaviota Rompe escapa De la nada a la nada: un rasguño en la tela
Principio del páramo
Lope de Vega
Serrana celestial de esta montaña, por quien el sol, que sus peñascos dora, sale más presto a ver la blanca Aurora que a la noche venció, que el mundo engaña, a quien aquel Pastor santo acompaña, que en el cayado de su cruz adora cuanto ganado en estas sierras mora y con su marca de su sangre baña. ¿Cómo tenéis, si os llama electro y rosa el Espejo, a quien dais tiernos abrazos, color morena, aunque de gracia llena? Pero aunque sois morena, sois hermosa, y ¿qué mucho si a Dios tenéis en brazos, que dándoos tanto sol, estéis morena?
Serrana celestial de esta montaña