author
stringlengths
6
37
content
stringlengths
2
21.7k
title
stringlengths
1
87
Jorge Guillén
Ma tu perché ritorni a tanta noia? Dice Virgilio a Dante, "Inferno", I, 76. Los destructores siempre van delante, Cada día con más poder y saña, Sin enemigo ya que los espante. Triunfa el secuestro con olor de hazaña, Que pone en haz la hez del bicho humano. Ni el más iluso al fin la historia engaña. El infierno al alcance de la mano.
INFERNO
Delfina Acosta
Sólo tu voz es dulce, poesía, porque por ella he sido yo narrada. Con tierna obstinación tus ojos pones donde clavé, vencida, mi mirada. Ya te mandaron a morir, mas tú como una flor del campo te levantas. La hoguera preparada para ti en tus lozanos pétalos se lava. Porque eres mustia entre las bestias todas, garza de invierno, yo te siento hermana. Vestimos un amor desesperado, que nos desnuda el pecho y las espaldas. Debajo de borrascas vas y vienes como una cabellera de palabras y enferma caes de capullos nuevos, de aroma fresco y pena enamorada.
Poesía
Antonia Álvarez Álvarez
Pero la vida, ¡ah!, pero la vida..., tacto del tiempo, túmulo de instantes: un respiro, una muerte, otro respiro. Qué saberse, sin más, sobre la tarde. Ni lágrimas ni risas hacen falta. Para la vida, el aire. Sólo el aire.
Respiro
Justo Braga
Ahí están los gimnastas gastando inútilmente su energía. ¡Cuánto mejor sería ahorrar tanta destreza! Se esfuerzan cada día, en un una nueva marca. Recorren mil metros al minuto mientras atisban a lo lejos la meta y se mofan de nosotros, los poetas holgazanes sin honra. No saben estos gimnastas puristas que también a ellos se les va la olla con tanto estimulante que se toman. No saben estos analistas de mentiras, cuánto hay de miseria en sus axilas. Cuánto sudor desprenden del sobaco.
Los gimnastas
Marilina Rébora
No os acongojéis por falta de comida y menos todavía por lo que el cuerpo cubre, ya que más que el comer vale la propia vida y más aún el cuerpo que lo que lo recubre. Mirad las azucenas, no hilan pero crecen y nadie se ha ataviado como ellas hasta ahora; si Dios así las viste y de nada adolecen, qué no os dará a vosotros cuando llegue la hora. Son las gentes del mundo las que corren en pos de tantas de estas cosas que el mundo les procura, mas sabe vuestro Padre lo que habéis menester. Buscad primero entrar en el reino de Dios para que a Su Presencia podáis comparecer y todo lo demás tendréis de añadidura.
CONFIANZA EN LA PROVIDENCIA DE DIOS
Gaspar Melchor de Jovellanos
Quis tam patiens ut teneat se? (JUVENAL) Déjame, Arnesto, déjame que llore los fieros males de mi patria, deja que su ruïna y perdición lamente; y si no quieres que en el centro obscuro de esta prisión la pena me consuma, déjame al menos que levante el grito contra el desorden; deja que a la tinta mezclando hiel y acíbar, siga indócil mi pluma el vuelo del bufón de Aquino. ¡Oh cuánto rostro veo a mi censura de palidez y de rubor cubierto! Ánimo, amigos, nadie tema, nadie, su punzante aguijón, que yo persigo en mi sátira al vicio, no al vicioso. ¿Y qué querrá decir que en algún verso, encrespada la bilis, tire un rasgo que el vulgo crea que señala a Alcinda, la que olvidando su orgullosa suerte, baja vestida al Prado, cual pudiera una maja, con trueno y rascamoño alta la ropa, erguida la caramba, cubierta de un cendal más transparente que su intención, a ojeadas y meneos la turba de los tontos concitando? ¿Podrá sentir que un dedo malicioso, apuntando este verso, la señale? Ya la notoriedad es el más noble atributo del vicio, y nuestras Julias, más que ser malas, quieren parecerlo. Hubo un tiempo en que andaba la modestia dorando los delitos; hubo un tiempo en que el recato tímido cubría la fealdad del vicio; pero huyóse el pudor a vivir en las cabañas. Con él huyeron los dichosos días, que ya no volverán; huyó aquel siglo en que aun las necias burlas de un marido las Bascuñanas crédulas tragaban; mas hoy Alcinda desayuna al suyo con ruedas de molino; triunfa, gasta, pasa saltando las eternas noches del crudo enero, y cuando el sol tardío rompe el oriente, admírala golpeando, cual si fuese una extraña, al propio quicio. Entra barriendo con la undosa falda la alfombra; aquí y allí cintas y plumas del enorme tocado siembra, y sigue con débil paso soñolienta y mustia, yendo aún Fabio de su mano asido, hasta la alcoba, donde a pierna suelta ronca el cornudo y sueña que es dichoso. Ni el sudor frío, ni el hedor, ni el rancio eructo le perturban. A su hora despierta el necio; silencioso deja la profanada holanda, y guarda atento a su asesina el sueño mal seguro. ¡Cuántas, oh Alcinda, a la coyunda uncidas tu suerte envidian! ¡Cuántas de Himeneo buscan el yugo por lograr tu suerte, y sin que invoquen la razón, ni pese su corazón los méritos del novio, el sí pronuncian y la mano alargan al primero que llega! ¡Qué de males esta maldita ceguedad no aborta! Veo apagadas las nupciales teas por la discordia con infame soplo al pie del mismo altar, y en el tumulto, brindis y vivas de la tornaboda, una indiscreta lágrima predice guerras y oprobrios a los mal unidos. Veo por mano temeraria roto el velo conyugal, y que corriendo con la impudente frente levantada, va el adulterio de una casa en otra. Zumba, festeja, ríe, y descarado canta sus triunfos, que tal vez celebra un necio esposo, y tal del hombre honrado hieren con dardo penetrante el pecho, su vida abrevian, y en la negra tumba su error, su afrenta y su despecho esconden. ¡Oh viles almas! ¡Oh virtud! ¡Oh leyes! ¡Oh pundonor mortífero! ¿Qué causa te hizo fiar a guardas tan infieles tan preciado tesoro? ¿Quién, oh Temis, tu brazo sobornó? Le mueves cruda contra las tristes víctimas, que arrastra la desnudez o el desamparo al vicio; contra la débil huérfana, del hambre y del oro acosada, o al halago, la seducción y el tierno amor rendida; la expilas, la deshonras, la condenas a incierta y dura reclusión. ¡Y en tanto ves indolente en los dorados techos cobijado el desorden, o le sufres salir en triunfo por las anchas plazas, la virtud y el honor escarneciendo! ¡Oh infamia! ¡Oh siglo! ¡Oh corrupción! Matronas castellanas, ¿quién pudo vuestro claro pundonor eclipsar? ¿Quién de Lucrecias en Lais os volvió? ¿Ni el proceloso océano, ni lleno de peligros, el Lilibeo, ni las arduas cumbres de Pirene pudieron guareceros de contagio fatal? Zarpa, preñada de oro, la nao gaditana, aporta a las orillas gálicas, y vuelve llena de objetos fútiles y vanos; y entre los signos de extranjera pompa ponzoña esconde y corrupción, compradas con el sudor de las iberas frentes. Y tú, mísera España, tú la esperas sobre la playa, y con afán recoges la pestilente carga y la repartes alegre entre tus hijos. Viles plumas, gasas y cintas, flores y penachos, te trae en cambio de la sangre tuya, de tu sangre ¡oh baldón! y acaso, acaso de tu virtud y honestidad. Repara cuál la liviana juventud los busca. Mira cuál va con ellos engreída la imprudente doncella; su cabeza, cual nave real en triunfo empavesada, vana presenta del favonio al soplo la mies de plumas y de agrones y anda loca, buscando en la lisonja el premio de su indiscreto afán. ¡Ay triste, guarte, guarte, que está cercano el precipicio! El astuto amador ya en asechanza te atisba y sigue con lascivos ojos; la educación y la caricia el lazo te van a armar, do caerás incauta, en él tu oprobrio y perdición hallando. ¡Ay, cuánto, cuánto de amargura y lloro te costarán tus galas! ¡Cuán tardío será y estéril tu arrepentimiento! Ya ni el rico Brasil, ni las cavernas del nunca exhausto Potosí nos bastan a saciar el hidrópico deseo, la ansiosa sed de vanidad y pompa. Todo lo agotan: cuesta un sombrerillo lo que antes un estado; y se consume en un festín la dote de una infanta. Todo lo tragan; la riqueza unida va a la indigencia; pide y pordiosea el noble, engaña, empeña, malbarata, quiebra y perece, y el logrero goza los pingües patrimonios, premio un día del generoso afán de altos abuelos. ¡Oh ultraje! ¡Oh mengua! Todo se trafica: Parentesco, amistad, favor, influjo, y hasta el honor, depósito sagrado, o se vende o se compra. Y tú, Belleza, don el más grato que dio al hombre el cielo, no eres ya premio del valor, ni paga del peregrino ingenio; la florida juventud, la ternura, el rendimiento del constante amador ya no te alcanzan. Ya ni te das al corazón, ni sabes de él recibir adoración y ofrendas. Ríndeste al oro. La vejez hedionda, la sucia palidez, la faz adusta, fiera y terrible, con igual derecho vienen sin susto a negociar contigo. Daste al barato, y tu rosada frente, tus suaves besos y sus dulces brazos, corona un tiempo del amor más puro, son ya una vil y torpe mercancía.
A ARNESTO
María Eugenia Caseiro
Plata encendida tus pasos de romero al sol mis pasos bruma y montaña el mundo nuestro aposento en que te ríes reímos la extensión de transvelar nuestras naves al desvelo volar volar volar única circunstancia de ti sin ti descarnado tan tuyo, tan mío sin ti sin aquel que nunca fuiste no vale un astro, no vale mar no vale cielo cegándonos.
Pasos
Francisco Álvarez
Beso indeleble, beso insuficiente, compendio de inseguras realidades y perspectivas de fugacidades, entre ayer y mañana estrecho puente. A tu vida amarrada, dependiente de tan inciertas eventualidades, y víctima de mis perplejidades, por no hacerme en tu vida permanente. Hacia ti van mis aguas encauzadas, con fuerza torrencial, o sosegadas, pero siempre abocando a lo imposible. Cómo duele en el alma esta distancia, cómo me duele ser tu circunstancia, amor de lejanía, inasequible.
SÓLO TENEMOS UN BESO
Mario Meléndez
Vengan a ver mi poesía no está hecha de material ligero aguantará perfectamente el invierno y en verano refrescará las mentes y los cuerpos Hay poderosas vigas entre cada verso hay listones apuntalando mis palabras Y si la lluvia desea entrar pondré mis sueños en el techo y taparé las goteras con mi propio dolo
Para mayor seguridad
Luis de Góngora
Mientras por competir con tu cabello Oro bruñido al sol relumbra en vano, Mientras con menosprecio en medio el llano Mira tu blanca frente al lilio bello; Mientras a cada labio, por cogello, Siguen más ojos que al clavel temprano, Y mientras triunfa con desdén lozano Del luciente cristal tu gentil cuello, Goza cuello, cabello, labio y frente, Antes que lo que fue en tu edad dorada Oro, lilio, clavel, cristal luciente, No sólo en plata o vïola troncada Se vuelva, más tú y ello juntamente En tierra, en humo, en polvo, en sombra, en nada.
Mientras por competir con tu cabello
Antonio Fernández Lera
El bosque que se acerca es un bosque sin lluvia y es un bosque de viento, frío y muerto. Su arena seca nos encierra en el olvido. Bosque de mugre y de tristeza. Cada vez que lloramos humedecemos la tierra. La hierba que florece no sobrevive. Comemos tierra. Dormimos. Observamos el movimiento del bosque bajo las estrellas. El bosque que se acerca es un desierto donde duermen al sol, por las mañanas, lagartijas e insectos.
Canción del bosque
Rubén Izaguirre Fiallos
No recuerdo este lunar que hoy aparece en uno de mis brazos. Estuve tomando café, ayer, hasta muy tarde. Y quizá sea eso: un pequeño náufrago de café que no pudo llegar hasta mis labios. Mañana, lo interrogaré más despacio: de qué planeta vino, quién lo trajo, que busca en mí; si sabe algo de poesía o conoce sobre las bellas artes; si está aquí de vacaciones o piensa quedarse.
Mala memoria
Pablo Neruda
E P I S O D I O DIJISTE Libertad antes que nadie, cuando el susurro iba de piedra en piedra, escondido en los patios, humillado. Dijiste Libertad antes que nadie. Liberaste al hijo del esclavo. Iban como las sombras mercaderes vendiendo sangre de mares extraños. Liberaste al hijo del esclavo. Estableciste la primera imprenta. Llegó la letra al pueblo oscurecido, la noticia secreta abrió los labios. Estableciste la primera imprenta. Implantaste la escuela en el convento. Retrocedió la gorda telaraña y el rincón de los diezmos sofocantes. Implantaste la escuela en el convento. C O R O Conózcase tu condición altiva, Señor centelleante y aguerrido. Conózcase lo que cayó brillando de tu velocidad sobre la patria. Vuelo bravío, corazón de púrpura. Conózcanse tus llaves desbocadas abriendo los cerrojos de la noche. Jinete verde, rayo tempestuoso. Conózcase tu amor a manos llenas, tu lámpara de luz vertiginosa. Racimo de una cepa desbordante. Conózcase tu esplendor instantáneo, tu errante corazón, tu fuego diurno. Hierro iracundo, pétalo patricio. Conózcase tu rayo de amenaza destrozando las cúpulas cobardes. Torre de tempestad, ramo de acacia. Conózcase tu espada vigilante, tu fundación de fuerza y meteoro. Conózcase tu rápida grandeza. Conózcase tu indomable apostura. E P I S O D I O Va por los mares, entre idiomas, vestidos, aves extranjeras, trae naves libertadoras, escribe fuego, ordena nubes, desentraña sol y soldados, cruza la niebla en Baltimore gastándose de puerta en puerta, créditos y hombres lo desbordan, lo acompañan todas las olas. Junto al mar de Montevideo en su habitación desterrada, abre una imprenta, imprime balas. Hacia Chile vive la flecha de su dirección insurgente, arde la furia cristalina que lo conduce, y endereza la cabalgata del rescate montando en las crines ciclónicas de su despeñada agonía. Sus hermanos aniquilados le gritan desde el paredón de la venganza. Sangre suya tiñe como una llamarada en los adobes de Mendoza su trágico trono vacío. Sacude la paz planetaria de la pampa como un circuito de luciérnagas infernales. Azota las ciudadelas con el aullido de las tribus. Ensarta cabezas cautivas en el huracán de las lanzas. Su poncho desencadenado relampaguea en la humareda y en la muerte de los caballos. Joven Pueyrredón, no relates el desolado escalofrío de su final, no me atormentes con la noche del abandono, cuando lo llevan a Mendoza mostrando el marfil de su máscara la soledad de su agonía. C O R O Patria, presérvalo en tu manto, recoge este amor peregrino: no lo dejes rodar al fondo de su tenebrosa desdicha: sube a tu frente este fulgor, esta lámpara inolvidable, repliega esta rienda frenética, llama a este párpado estrellado, guarda el ovillo de esta sangre para tus telas orgullosas. Patria, recoge esta carrera, la luz, la gota mal herida, este cristal agonizante, esta volcánica sortija. Patria, galopa y defiéndelo, galopa, corre, corre, corre. É X O D O Lo llevan a los muros de Mendoza, al árbol cruel, a la vertiente de sangre inaugurada, al solitario tormento, al final frío de la estrella. Va por las carreteras inconclusas, zarza y tapiales desdentados, álamos que le arrojan oro muerto, rodeado por su orgullo inútil como por una túnica harapienta a la que el polvo de la muerte llega. Piensa en su desangrada dinastía, en la luna inicial sobre los robles desgarradores de la infancia, la escuela castellana y el escudo rojo y viril de la milicia hispana, su tribu asesinada, la dulzura del matrimonio, entre los azahares, el destierro, las luchas por el mundo. O'Higgins el enigma abanderado, Javiera sin saber en los remotos jardines de Santiago. Mendoza insulta su linaje negro, golpea su vencida investidura, y entre las piedras arrojadas sube hacia la muerte. Nunca un hombre tuvo un final más exacto. De las ásperas embestidas, entre viento y bestias, hasta este callejón donde sangraron todos los de su sangre. Cada grada del cadalso lo ajusta a su destino. Ya nadie puede continuar la cólera. La venganza, el amor cierran sus puertas. Los caminos ataron al errante. Y cuando le disparan, y a través de su paño de príncipe del pueblo asoma sangre, es sangre que conoce la tierra infame, sangre que ha llegado donde tenía que llegar, al suelo de lagares sedientos que esperaban las uvas derrotadas de su muerte. Indagó hacia la nieve de la patria. Todo era niebla en la erizada altura. Vio los fusiles cuyo hierro hizo nacer su amor desmoronado, se sintió sin raíces, pasajero del humo, en la batalla solitaria, y cayó envuelto en polvo y sangre como en dos brazos de bandera. C O R O Húsar infortunado, alhaja ardiente, zarza encendida en la patria nevada. Llorad por él, llorad hasta que mojen, mujeres, vuestras lágrimas la tierra, la tierra que él amó, su idolatría. Llorad, guerreros ásperos de Chile, acostumbrados a montaña y ola, este vacío es como un ventisquero, esta muerte es el mar que nos golpea. No preguntéis por qué, nadie diría la verdad destrozada por la pólvora. No preguntéis por qué, nadie diría el crecimiento de la primavera, nadie mató la rosa del hermano. Guardemos, cólera, dolor y lágrimas, llenemos el vacío desolado y que la hoguera en la noche recuerde la luz de las estrellas fallecidas. Hermana, guarda tu rencor sagrado. La victoria del pueblo necesita la voz de tu ternura triturada. Extended mantos en su ausencia para que pueda -frío y enterrado- con su silencio sostener la patria. Más de una vida fue su vida. Buscó su integridad como una llama. La muerte fue con él hasta dejarlo para siempre completo y consumido. A N T I S T R O F A Guarde el laurel doloroso su extrema substancia de invierno. A su corona de espinas llevemos arena radiante, hilos de estirpe araucana resguarden la luna mortuoria, hojas de boldo fragante resuelvan la paz de su tumba, nieve nutrida en las aguas inmensas y oscuras de Chile, plantas que amó, toronjiles en tazas de greda silvestre, ásperas plantas amadas por el amarillo centauro, negros racimos colmados de eléctrico otoño en la tierra, ojos sombríos que ardieron bajo sus besos terrestres. Levante la patria sus aves, sus alas injustas, sus párpados rojos, vuele, hacia el húsar herido la voz del queltehue en el agua, sangre la loica su mancha de aroma escarlata rindiendo tributo a aquél cuyo vuelo extendiera la noche nupcial de la patria y el cóndor colgado en la altura inmutable corone con plumas sangrientas el pecho dormido, la hoguera que yace en las gradas de la cordillera, rompa el soldado la rosa iracunda aplastada en el muro abrumado, salte el paisano al caballo de negra montura y hocico de es- puma, vuelva al esclavo del campo su paz de raíces, su escudo enlutado, levante el mecánico su pálida torre tejida de estaño nocturno: el pueblo que nace en la cuna torcida por mimbres y manos del héroe, el pueblo que sube de negros adobes de minas y bocas sul- fúricas, el pueblo levante el martirio y la urna y envuelva el recuerdo desnudo con su ferroviaria grandeza y su eterna balanza de piedras y heridas basta que la tierra fragante decrete copihues mojados y libros abiertos, al niño invencible, a la ráfaga insigne, al tierno temible y acerbo soldado. Y guarde su nombre en el duro dominio del pueblo en su lucha como el nombre en la nave resiste el combate marino: la patria en su proa lo inscriba y lo bese el relámpago porque así fue su libre y delgada y ardiente materia.
José Miguel Carrera (1810)
Pablo Neruda
Cien sonetos de amor Hay que volar en este tiempo, a dónde? Sin alas, sin avión, volar sin duda: ya los pasos pasaron sin remedio, Vno elevaron los pies del pasajero. Hay que volar a cada instante como las águilas, las moscas y los días, hay que vencer los ojos de Saturno y establecer allí nuevas campanas. Ya no bastan zapatos ni caminos, ya no sirve la tierra a los errantes, ya cruzaron la noche las raíces, y tú aparecerás en otra estrella determinadamente transitoria convertida por fin en amapola.
Cien sonetos de amor
Juan Ramón Jiménez
Todos los días yo soy yo. Pero ¡qué pocos días soy yo! Todos los días el cielo vive en mis ojos. Mas ¿cuándo es dios? Todos los días me hablas. Y ¡qué pocas veces oigo tu voz!
LA FIESTA
Pablo Neruda
20 poemas de amor y una canción desesperada Inclinado en las tardes tiro mis tristes redes a tus ojos oceánicos. Allí se estira y arde en la más alta hoguera mi soledad que da vueltas los brazos como un náufrago. Hago rojas señales sobre tus ojos ausentes que olean como el mar a la orilla de un faro. Sólo guardas tinieblas, hembra distante y mía, de tu mirada emerge a veces la costa del espanto. Inclinado en las tardes echo mis tristes redes a ese mar que sacude tus ojos oceánicos. Los pájaros nocturnos picotean las primeras estrellas que centellean como mi alma cuando te amo. Galopa la noche en su yegua sombría desparramando espigas azules sobre el campo.
20 poemas de amor y una canción desesperadaPoema 7
Pablo Neruda
Cien sonetos de amor Ya eres mía. Reposa con tu sueño en mi sueño. Amor, dolor, trabajos, deben dormir ahora. Gira la noche sobre sus invisibles ruedas y junto a mí eres pura como el ámbar dormido. Ninguna más, amor, dormirá con mis sueños. Irás, iremos juntos por las aguas del tiempo. Ninguna viajará por la sombra conmigo, sólo tú, siempreviva, siempre sol, siempre luna. Ya tus manos abrieron los puños delicados y dejaron caer suaves signos sin rumbo, tus ojos se cerraron como dos alas grises, mientras yo sigo el agua que llevas y me lleva: la noche, el mundo, el viento devanan su destino, y ya no soy sin ti sino sólo tu sueño.
Cien sonetos de amor
Octavio Paz
Altos muros del agua, torres altas, aguas de pronto negras contra nada, impenetrables, verdes, grises aguas, aguas de pronto blancas, deslumbradas. Aguas como el principio de las aguas, como el principio mismo antes del agua, las aguas inundadas por el agua, aniquilando lo que finge el agua. El resonante tigre de las aguas, las uñas resonantes de cien tigres, las cien manos del agua, los cien tigres con una sola mano contra nada. Desnudo mar, sediento mar de mares, hondo de estrellas si de espumas alto, prófugo blanco de prisión marina que en estelares límites revienta, ¿qué memorias, qué rocas, yelos, islas, informe confusión de aguas y nada, qué mares, encendidos prisioneros, dentro de ti, bajo tu pecho, cantan? ¿Qué violencias recónditas, qué labios, conmueven a tu piel de verdes llamas?, ¿qué desoladas aguas, costas solas, qué mares invisibles, mar, alías?, ¿dónde principias, mar, dónde te viertes?, ¿dónde principias, tiempo, vida mía, ejército de humo y de mentira, adónde vas, latido, carne, sueño? ¿Dónde te viertes, avidez de nada? No soy la piedra que se precipita, soy su caída, y más, soy el abismo, el círculo de sombra en que se ahonda. Tiempo que se congela, mar y témpano, vampiro de la luna ?o se despeña: madre furiosa, inmensa res hendida, mar que te comes vivas las entrañas.
Mar por la tarde
Nicomedes Santa Cruz
¿Qué hemos de hacer nosotros los negros que no sabemos ni leer? Fregar escupideras en los grandes hoteles encerar y barrer manejar ascensores en el Gran Club servirles de beber o hacer que el cadillac sea más lujoso vistiendo la librea de chofer. Tenemos la respuesta siempre lista: en París “oui, monsieur” y en Georgia, en Lousiana o en Virginia un eterno “yes sir...” Los negros, pobres negros de este mundo ¿qué cosa hemos de hacer debiendo de comer todos los días (y a veces sin comer)? Bajar la testa reverente y a lo mismo de ayer. Hasta que llega un blanco y “nos descubre” nos mete al ring y aquí comienza para mal de males el principio del fin Footing, training, sombra; saco, pera, soga; upper cuta hook cross. Duchazos, masajes, fotos, reportajes. ¡Okey, boss...! El cañaveral de mi lejana tierra me dio estos fuertes bíceps. Los buques cargueros de todos los muelles me dieron envidiable complexión. Y corriendo, voceando millones de diarios fortalecí muslo pierna y pie. Ahora, en el Madison Square Garden de New York, dice mi manager: ¡No whisky! ¡No tobacco! ¡No girls! (No money) Negros acomodadores ubican a los blancos en ring side. Perder esta pelea significa volver con ellos: Con Blackie de Maniatan. Con Brown de Alabama Con “Nando” Rodríguez de Puerto Rico ...y entonces no whiksy no tobacco no girls no money and ¡knock-out! My challenger es negro, como yo Si pierde le espera lo mismo (Aquí los únicos que nunca pierden son nuestros managers y el promotor). Comienza el round, voy hacia el centro —en este plan voy a perder— este es el round numero trece ¡voy a demostrarle quién es quién! Me está llevando hacia una esquina, si caigo aquí me cuentan diez. ¡Virgen del Cobre estoy perdido! No puedo ver No... pue.. do... ver... EPÍLOGO La gente aplaude al que me mata El referee no dice “break”. Que mi mujer no sepa nada... Mi nombre es BENNY “KID” PARET.
MUERTE EN EL RING
Alfredo Lavergne
La gente de símbolos ojerosos y rutinarios Los payasos Los acróbatas Los equilibristas La población de estrellas Los que se retocan Los que saltan Los que bailan. Todos viajan Por el hechizo Por el artificio Por el motor De buscar placer. Yo Por las noches camino hacia mi ciudad Y despierto con el pasaporte sin timbrar.
Nomenclatura
Marilina Rébora
Estoy sola, Señor, y hay mucha gente en torno, estoy triste —no obstante la riente algazara— y mi imagen es débil, perdida, sin contorno, bien que la luz del sol le dé sobre la cara. Temerosa, Señor, del más humilde adorno y de otras tantas cosas que el mundo nos depara, pienso en la noche próxima del viaje sin retorno, el instante postrero que a todos nos separa. Mas te siento, Señor, junto a mí por momentos, tu divina presencia ilumina el ambiente y percibo que vuelven a su ritmo mis días, para que así se acaben entonces mis lamentos, renaciendo a mi propia existencia sonriente pues que Tú me regalas con nuevas alegrías.
RENACER
Roque Dalton
Como un ángel social de alto velamen, lejano de la angustia y capitán de nueva clorofila, como una flor indomeñable que falta haríale al maíz en la coronación de su significado, como un lejano caracol que huyó del pecho rojo, caminaré desde hoy gritando que conozco, aunque resulte herida mi bondad y mi sangre Porque cual repentino rayo de raíces secretas uno cae en la cuenta que no respira solo, que hay hermanos dormidos, cortadas ramas retoñables, pianos de primer piso, dulces rosas descoloridas sin morir. Además, es este siglo obligatorio que en airada espesura nos reúne, el que regala al ojo la cumbre y el camino, el que pregunta al alma por sus puños finales, el que deja vibrando la fiel liquidación de las preguntas. El panorama es un cuchillo rudo: uno nace entre todos los hombres y los árboles, pariendo el junco responsable que el huracán penetra: posee uno la lámpara que con su luz idéntica descubre donde nace la lágrima digna de ser borrada en lo que nos rodea.
HABLANDO PARA MÍ
Luis Benítez
Esta mañana escribí dos poemas. No me pregunto ya por el sentido que tiene o no tiene este oficio oscuro. Simplemente es otra manera, posible, de estar vivo. Me pregunto por el origen de esas dos cosas que ahora están sobre la mesa, no exactamente hechas de papel y de pigmentos. Por los hombres que lo han dicho mejor y hoy están muertos. Por los siglos de guerras y de paces que entre las palabras han corrido. Me pregunto los nombres y el semblante del que en otra parte del globo ha dejado sobre su mesa otras dos cosas iguales y que duda también de mi existencia. Me pregunto por los miles de días y de noches que han debido transcurrir para que hiciéramos esto. Por los cientos de personas que han donado los versos. Me pregunto por qué, hace un rato, se ha modificado dos veces este mundo.
Esta mañana escribí dos poemas
Luis de Góngora
Cual parece al romper de la mañana Aljófar blanco sobre frescas rosas, O cual por manos hecha, artificiosas, Bordadura de perlas sobre grana, Tales de mi pastora soberana Parecían las lágrimas hermosas Sobre las dos mejillas milagrosas, De quien mezcladas leche y sangre mana. Lanzando a vueltas de su tierno llanto Un ardiente suspiro de su pecho, Tal que el más duro canto enterneciera, Si enternecer bastara un duro canto, Mirad qué habrá con un corazón hecho, Que al llanto y al suspiro fue de cera.
AL LLANTO Y SUSPIROS DE UNA DAMA
Pablo Neruda
LAS piedrecitas puras, olivas ovaladas fueron antes población de las viñas del océano, racimos agrupados, uvas de los panales sumergidos: la ola las desgranaba, caían en el viento, rodaban al abismo abismo abismo entre lentos pescados, sonámbulas medusas, colas de lacerantes tiburones, corvinas como balas! las piedras transparentes, las suavísimas piedras, piedrecitas, resbalaron hacia el fondo del húmedo reinado, más abajo, hacia donde sale otra vez el cielo y muere el mar sobre sus alcachofas. Rodaron y rodaron entre dedos y labios submarinos hasta la suavidad inacabable, hasta ser sólo tacto, curva de copa suave, pétalo de cadera. Entonces arreció la marejada y un golpe de ola dura, una mano de piedra aventó los guijarros, los desgranó en la costa y allí en silencio desaparecieron: pequeños dientes de ámbar, pasas de miel y sal, porotos de agua, aceitunas azules de la ola, almendras olvidadas de la arena. Piedras para María! Piedras de honor para su laberinto! Ella, como una araña de piedra transparente, tejerá su bordado, hará de piedra pura su bandera, fabricará con piedras plateadas la estructura del día, con piedras azufradas la raíz de un relámpago perdido, y una por una subirá a su muro, al sistema, al decoro, al movimiento, la piedra fugitiva, la uva del mar ha vuelto a los racimos, trae la luz de su estupenda espuma. Piedras para María! Ágatas arrugadas de Isla Negra, sulfúricos guijarros de Tocopilla, como estrellas rotas, caídas del infierno mineral, piedras de La Serena que el océano suavizó y luego estableció en la altura, y de Coquimbo el negro poderío, el basalto rodante de Maitencillo, de Toltén, de Niebla, del vestido mojado de Chiloé marino, piedras redondas, piedras como huevos de pilpilén austral, dedos translúcidos de la secreta sal, del congelado cuarzo, o durísima herencia de Los Andes, naves y monasterios de granito. Alabadas las piedras de María, las que coloca como abeja a clara en el panal de su sabiduría: las piedras de sus muros, del libro que construye letra por letra, hoja por hoja y piedra a piedra! Hay que ver y leer esta hermosura y amar sus manos de cuya energía sale, suavísima, una lección de piedra.
Piedras para María
Toni García Arias
Callabas. Bajo la blanca noche de agosto temblaban estériles y ausentes las sombras de nuestras figuras, como el rumor del viento que nacía de los árboles y moría en nuestros labios sin decir nada. Una bandada de pájaros negros cruzó por nuestros ojos, sin saber a dónde ir, dónde esconderse. Me invadió un aire frío, un llanto de cenizas. No supe que decirte. Tú te alejabas. Ladraban unos perros al fondo de la noche.
Silencio
Alfonsina Storni
Hoy me mira la luna blanca y desmesurada. Es la misma de anoche, la misma de mañana. Pero es otra, que nunca fue tan grande y tan pálida. Tiemblo como las luces tiemblan sobre las aguas. Tiemblo como en los ojos suelen temblar las lágrimas. Tiemblo como en las carnes sabe temblar el alma. ¡Oh! la luna ha movido sus dos labios de plata. ¡Oh! la luna me ha dicho las tres viejas palabras: «Muerte, amor y misterio...» ¡Oh, mis carnes se acaban! Sobre las carnes muertas alma mía se enarca. Alma ?gato nocturno? sobre la luna salta. Va por los cielos largos triste y acurrucada. Va por los cielos largos sobre la luna blanca.
Viaje
Oscar Ferreiro
Yo ya no sé qué se puede decir y estoy hablando que se puede alentar y estoy pensando en no sé qué figuras desvaídas, en no sé qué quimeras obsoletas de galopes cayendo hacia la nada. Y me pongo a cantar pero el sollozo el sollozo que anuda tu garganta ese oscuro sollozo que del fondo sube entre lutos y geranios tristes para anegarme como a ti en el llanto. Yo ya no sé mas quisiera ensayar en diez mil tubos esa estúpida pugna de hacia dónde ? el último clamor de los envites y huracanar las bambalinas agrias de este circo del llanto y destrozado. Tal vez sean las últimas amarras las flatosas trompetas de un juicio… Tócame pues muy loca levemente dame vino locura y qué que importa y me pondré a vivir e iré muriendo.
Yo ya no sé
Alejandra Pizarnik
Este temporal a destiempo, estas rejas en las niñas de mis ojos, esta pequeña historia de amor que se cierra como un abanico que abierto mostraba a la bella alucinada: la más desnuda del bosque en el silencio musical de los abrazos.
NAUFRAGIO INCONCLUSO
Pablo Neruda
Fundé con pájaros y gritos de sol la morada: temprano a la hora del manantial, salí al frío a ver los materiales del crecimiento: olores de lodo y sombra, medallas que la noche dejó sobre los temblorosos follajes y la hierba. Salí vestido de agua, me extendí como un río hacia el horizonte que los más antiguos geógrafos tomaron como final del presupuesto terrestre: yo fuí entre las raíces, bañando con palabras las piedras, resonando como un metal del mar. Hablé con el escarabajo y aprendí su idioma tricolor, de la tortuga examiné paciencia convexa y albedrío, encontré un animal recién invitado al silencio: era un vertebrado que venía de entonces, de la profundidad, del tiempo sumergido. Tuve que reunir los pájaros, cercar territorios a fuerza de plumajes, de voces hasta que pude establecerme en la tierra. Si bien mi profesión de campana se probó a la intemperie, desde mi nacimiento esta experiencia fue decisiva en mi vida: dejé la tierra inmovil: me repartí en fragmentos que entraban y salían de otras vidas, formé parte del pan y la madera, del agua subterránea, del fuego mineral: tanto aprendí que puse mi morada a la disposición de cuanto crece: no hay edificación como la mía en la selva no hay territorio con tantas ventanas, no hay torre como la que tuve bajo la tierra. Por eso, si me encuentras ignominiosamente vestido como todos los demás, en la calle, si me llamas desde una mesa en un café y observas que soy torpe, que no te reconozco, no pienses, no, que soy tu mortal enemigo: respeta mi remota soberanía, déjame titubeante, inseguro, salir de las regiones perdidas, de la tierra que me enseñó a llover, déjame sacudir el carbón, las arañas, el silencio: y verás que soy tu hermano.
El sobreviviente saluda a los pájaros
Blanca Andreu
Escucha, escúchame, nada de vidrios verdes o doscientos días de historia, o de libros abiertos como heridas abiertas, o de lunas de Jonia y cosas así, sino sólo beber yedra mala, y zarzas, y erizadas anémonas parecidas a flores. Escucha, dime, siempre fue de este modo, algo falta y hay que ponerle nombre, creer en la poesía, y en la intolerancia de la poesía, y decir niña o decir nube, adelfa, sufrimiento, decir desesperada vena sola, cosas así, casi reliquias, casi lejos. Y no es únicamente por el órgano tiempo que cesa y no cesa, por lo crecido, para lo sonriente, para mi soledad hecha esquina, hecha torre, hecha leve notario, hecha párvula muerta, sino porque no hay otra forma más violenta de alejarse.
ESCUCHA, ESCÚCHAME
Federico García Lorca
Yo te miré a los ojos cuando era niño y bueno. Tus manos me rozaron Y me diste un beso. (Los relojes llevan la misma cadencia, Y las noches tienen las mismas estrellas.) Y se abrió mi corazón Como una flor bajo el cielo, Los pétalos de lujuria Y los estambres de sueño. (Los relojes llevan la misma cadencia, Y las noches tienen las mismas estrellas.) En mi cuarto sollozaba Como el príncipe del cuento Por Estrellita de oro Que se fue de los torneos. (Los relojes llevan la misma cadencia, Y las noches tienen las mismas estrellas.) Yo me alejé de tu lado Queriéndote sin saberlo. No sé cómo son tus ojos, Tus manos ni tus cabellos. Sólo me queda en la frente La mariposa del beso. (Los relojes llevan la misma cadencia, Y las noches tienen las mismas estrellas.)
Madrigal
Alfredo Lavergne
Te distraen El extranjero en tu ciudad Los asociados entre sí de corazón Tu gente en los símbolos La ciencia La ideología El sortilegio La teoría De la Evolución universal que engendró el Terror El rescate de la memoria histórica Y el sentimiento de haber sido observado Entre tanto disperso.
La plaza
José Ángel Buesa
Quizás te diga un día que dejé de quererte, aunque siga queriéndote más allá de la muerte; y acaso no comprendas, en esa despedida, que, aunque el amor nos une, nos separa la vida. Quizás te diga un día que se me fue el amor, y cerraré los ojos para amarte mejor, porque el amor nos ciega, pero, vivos o muertos, nuestros ojos cerrados ven más que estando abiertos. Quizás te diga un día que dejé de quererte, aunque siga queriéndote más allá de la muerte; y acaso no comprendas, en esa despedida, que nos quedamos juntos para toda la vida.
POEMA
Carlos Edmundo de Ory
Vamos juntos es admitido el tren de amor El humo unido de los cigarrillos Bendita sea nuestra trinitaria Y mañana los tres campearemos en no se sabe cuál rincón rinconocido He conocido a un amigo con quien vivo Es una pesadilla tocar su alma naque Es un sueño agitado tenerlo cerca mente porque tiene arrebatos de batracio almanaque es su alma que registra locuras su mente fría inventa incendios Yo creador ella mi llave blanca y el amigo es un pintor oculto Vivo en su casa y ella viene a estar Vemos caer la noche y no decimos nada Yo vil creador con una musa al lado y el otro trasgo hacemos tres ¿Qué harán de nosotros los demonios cuando nos separemos algún día dejando en su ataúd la juventud?
POEMA ESCRITO CON EL TORSO DESNUDO
Pablo Neruda
AQUÍ viene el árbol, el árbol de la tormenta, el árbol del pueblo. De la tierra suben sus héroes como las hojas por la savia, y el viento estrella los follajes de muchedumbre rumorosa, hasta que cae la semilla del pan otra vez a la tierra. Aquí viene el árbol, el árbol nutrido por muertos desnudos, muertos azotados y heridos, muertos de rostros imposibles, empalados sobre una lanza, desmenuzados en la hoguera, decapitados por el hacha, descuartizados a caballo, crucificados en la iglesia. Aquí viene el árbol, el árbol cuyas raíces están vivas, sacó salitre del martirio, sus raíces comieron sangre y extrajo lágrimas del suelo: las elevó por sus ramajes, las repartió en su arquitectura. Fueron flores invisibles, a veces, flores enterradas, otras veces iluminaron sus pétalos, como planetas. Y el hombre recogió en las ramas las caracolas endurecidas, las entregó de mano en mano como magnolias o granadas y de pronto, abrieron la tierra, crecieron hasta las estrellas. Éste es el árbol de los libres. El árbol tierra, el árbol nube, el árbol pan, el árbol flecha, el árbol puño, el árbol fuego. Lo ahoga el agua tormentosa de nuestra época nocturna, pero su mástil balancea el ruedo de su poderío. Otras veces, de nuevo caen las ramas rotas por la cólera y una ceniza amenazante cubre su antigua majestad: así pasó desde otros tiempos, así salió de la agonía hasta que una mano secreta, unos brazos innumerables, el pueblo, guardó los fragmentos, escondió troncos invariables, y sus labios eran las hojas del inmenso árbol repartido, diseminado en todas partes, caminando con sus raíces. Éste es el árbol, el árbol del pueblo, de todos los pueblos de la libertad, de la lucha. Asómate a su cabellera: toca sus rayos renovados: hunde la mano en las usinas donde su fruto palpitante propaga su luz cada día. Levanta esta tierra en tus manos, participa de este esplendor, toma tu pan y tu manzana, tu corazón y tu caballo y monta guardia en la frontera, en el límite de sus hojas. Defiende el fin de sus corolas, comparte las noches hostiles, vigila el ciclo de la aurora, respira la altura estrellada, sosteniendo el árbol, el árbol que crece en medio de la tierra.
Los libertadores
Luis de Góngora
El Cuarto Enrico yace mal herido Y peor muerto de plebeya mano; El que rompió escuadrones y dio al llano Más sangre que agua Orión humedecido, Glorïoso francés, esclarecido Conducidor de ejércitos; que en vano De lilios de oro el ya cabello cano Y de guarda real iba ceñido. Una temeridad astas desprecia, Una traición cuidados mil engaña, Que muros rompe en un caballo Grecia. Archas burló el fatal cuchillo. ¡Oh España, Belona de dos mundos, fiel te precia, Y armada tema la nación extraña!
EN LA MUERTE DE ENRIQUE IV, REY DE FRANCIA
David Escobar Galindo
Lo ausente no está ausente, sólo apenas distante del instante. Al poner el oído fantasioso junto a la laminilla que separa lo presente y lo ausente, una vaga corriente se incorpora, flor que surge del fondo del latido, y así ya no es posible distinguir lo que está y lo que estuvo, y ya la ausencia duerme entre mis sienes y la presencia es este don distante.
Lo ausente no está ausente
Paz Díez Taboada
Bajo la luz aquélla que en la acera oscilaba, me la encontré en París. La tarde era muy fría y en el viejo café lloraban los velones. Me asaltó por la espalda en Leningrado, una mañana cruel, soñando con el ronco borbotear del samovar panzudo. También estaba allí, bajando la avenida de frente a Times Square, mientras la noche devanaba un aroma a vómito de fresas. Y, enfebrecida, aún la hallé una tarde de la acre primavera madrileña. Ahora está aquí y me guía. Acompañándome, lleva mis libros y me frena el paso, y me dicta el discurso de los sueños cuando el vértigo impone el ritmo de la muerte.
Compañía
Dina Posada
Nerviosa la hora parpadea ante el tiempo que se ahorca me rodea me cava me lame una dicha sin tamaño ni fondo mis dedos agonizando en tus costados se pierden con el mundo en un suspiro
ORGASMO I
en español
Un hombre y una mujer llegan a Belén de Judá... Sus rostros lucen cansados, en sus ojos se puede ver el esfuerzo realizado por llegar. Son ellos María y José... Han venido desde Nazaret cumpliendo en humildad con un edicto que ha sido promulgado, y firmado por Augusto César, el emperador romano. El ha decidido los tributos aumentar, y los judíos viajan cansados -hasta su ciudad natal- para ser empadronados. María, que está embarazada, de momento es percatada que el Hijo de sus entrañas está pidiendo nacer, ¡Y aún no tienen posada! ¡No hay lugar en el mesón! Mas ella no siente temor -ella está confiada en su Señor y su Dios.- En ese Dios Onminpotente que le hizo sombra a su vientre y en ella un Hijo engendró, mediante su Espíritu Santo y no por obra de varón; ese Dios Todopoderoso en esta noche Suprema también hará provisión. Y prosiguen su camino en espera de ese albergue que los ha de cobijar. Sus pasos van silenciosos... sus mentes en oración, suplicándole a su Dios que El haga fuerte lo endeble. Y caminando sin rumbo... y cansados de caminar, pero con fe y esperanza ardiendo en su corazón, de pronto se han detenido ante un humilde pesebre... ¡Dios ha hecho provisión! Y en aquel humilde pesebre, comedero de ganado, oliente a naturaleza y pobremente alumbrado; en aquella noche fría... entre el ruido de animales y unos dolores de parto que le causan agonía... a las doce de la noche nace el Hijo de María. Nace el Hijo de María que nueve meses atrás fue anunciado por Gabriel... ¡Es su Hijo primogénito! ¡Es Hijo del Dios Altísimo! ¡El esperado Mesías y Salvador de Israel! Y María sonriente, olvidado ya el dolor, lo toma entre tus brazos y lo arrulla tiernamente con ternura y con amor... Los ángeles del cielo han inundado el pesebre de alabanzas y loor... ¡Es una noche de Hosanna, noche de Salvación! Lo que el ángel Gabriel a María no le dijo, es que perversos jinetes han salido tras su Hijo. Cabalgan en pos de El, y no hay nada en este mundo que los pueda detener. Cabalga un Getsemaní, cabalga un Calvario, cabalga una espada, un Judas y una Cruz; y en su cabalgar constante, en un futuro no distante alcanzarán a Jesús. Pero esta noche de Hosanna, en esta noche de Paz, el corazón de María no lo pueden perturbar ni plañideras, ni endechas, ni jinetes que cabalgan, ni espada o lamentación... ¡No! ¡Todo eso puede esperar! En el humilde pesebre el tiempo se ha detenido en un éxtasis profundo... María contempla a su Niño embelesada de amor. Ella lo envuelve en pañales, lo arrulla contra su pecho, y sus brazos maternales lo protegen de la Cruz... ¡Es su Hijo primogénito! ¡Es Hijo de Dios Altísimo! ¡Es el Salvador del mundo! Y su nombre, su nombre es Jesús...
Noche de Hosanna
Mario Benedetti
Tengo la convicción de que no existes y sin embargo te oigo cada noche te invento a veces con mi vanidad o mi desolación o mi modorra del infinito mar viene su asombro lo escucho como un salmo y pese a todo tan convencido estoy de que no existes que te aguardo en mi sueño para luego.
Sirena
Francisco Álvarez
Permíteme explorar tu geografía y aprender los secretos de tu historia. Yo te abriré el caudal de mi memoria, me guardarás en ti, y tú serás mía. Contemplaré de cerca tu paisaje, observándolo dulce y lentamente, y con el gesto alegre y sonriente aprestaré mi cuerpo para el viaje. Desataré en mis manos diez corceles para escalar las cumbres de tus senos. Cabalgarán sin bridas y sin frenos, y volverán cargados de laureles. Se adentrarán en la espesura densa de tus cabellos ondeando al viento, y con un galopar raudo y violento descenderán a la llanura inmensa. Sus cascos herirán la superficie de tu vientre desnudo, terso y suave, y en un trote solemne, firme y grave, llegarán al confín de la planicie. Pasarán por tus muslos temblorosos flotando de sus crines las banderas, y lanzarán al aire en sus carreras relinchos estridentes y furiosos. Yo soltaré las águilas reales de mis labios en torno a tus montañas, y rondarán las verdes espadañas en manso vuelo y suaves espirales. Y buscarán el nido de tu boca y las laderas de tu esbelto cuello, y en su revuelo fulgurante y bello sentirás su aleteo que te toca. Sus plumas rozarán tu piel caliente, despertando en tu cuerpo la agonía de un más, y un más aún, y un todavía, y un ansia de alargar este presente. Libertaré al león que ruge dentro, y con rítmicos saltos elegantes, y el poder de un rebaño de elefantes, se lanzará hacia el misterioso centro. Irá con furia atávica y salvaje, buscará la recóndita caverna, penetrará con fuerza de galerna, a través de la fronda y el ramaje. Y tras la caza audaz y agotadora reposará su cuerpo fatigado, tendido al interior, aletargado, pero alerta su mente cazadora. Permíteme explorar tu geografía y aprender los secretos de tu historia. Yo te abriré el caudal de mi memoria, me guardarás en ti, y tú serás mía.
TU GEOGRAFÍA
Lope de Vega
Quejosas, Dorotea, están las flores, que las colores las habéis hurtado; y la frígida nieve se ha quejado de que mayores son vuestros rigores. Quejoso está el amor, que los amores se han remitido a vuestro pecho helado, y el sol, que en vuestros ojos abrasado desprecia los laureles vencedores. Quejosa está de vos naturaleza por vuestra condición áspera y dura, que para humana os dio tanta belleza. O menos perfección o más blandura; que, a presumir de vos tanta dureza, ¿cómo os pudiera dar tanta hermosura?
Quejosas, Dorotea, están las flores
Luis de Góngora
Vuela, pensamiento, y diles A los ojos que te envío Que eres mío. Celosa el alma te envía Por diligente ministro, Con poderes de registro Y con malicias de espía; Trata los aires de día, Pisa de noche las salas Con tan invisibles alas Cuanto con pasos sutiles. Vuela, pensamiento, y diles A los ojos que te envío Que eres mío. Tu vuelo con diligencia Y silencio se concluya, Antes que venzan la suya Las condiciones de ausencia; Que no hay fiar resistencia De una fe de vidrio tal, Tras de un muro de cristal, Y batido de esmeriles. Vuela, pensamiento, y diles A los ojos que te envío Que eres mío. Mira que su casa escombros De unos soldados fiambres, Que perdonando a sus hambres Amenazan a los hombres; De los tales no te asombres, Porque, aunque tuercen los tales Mostachazos criminales, Ciñen espadas civiles. Vuela, pensamiento, y diles A los ojos que te envío Que eres mío. Por tu honra y por la mía, De esta gente la descartes, Que le serán estos Martes Más aciagos que el día; Pues la lanza de Argalía Es ya cosa averiguada Que pudo más por dorada Que por fuerte la de Aquiles. Vuela, pensamiento, y diles A los ojos que te envío Que eres mío. Si a músicos entrar dejas, Ciertos serán mis enojos, Porque aseguran los ojos Y saltean las orejas; Cuando ellos ajenas quejas Canten, ronda, pensamiento, Y la voz, no el instrumento Les quiten tus alguaciles. Vuela, pensamiento, y diles A los ojos que te envío Que eres mío.
Vuela, pensamiento, y diles
Juan Ramón Jiménez
Verde brillor sobre el oscuro verde. Nido profundo de hojas y rumor, donde el pájaro late, el agua vive, y el hombre y la mujer callan, tapados (el áureo centro abierto en torno de la desnudez única) por el azul redondo de luz sola en donde está la eternidad. Pabellón vivo, firme plenitud, para descanso natural del ansia, con todo lo que es, fue, puede ser, abierto en concentrada suma; abreviatura de edén sur, fruta un poco mayor (amparo solo de la desnudez única) en donde está la eternidad. Color, jugo, rumor, curva, olor ricos colman con amplitud caliente y fresca, total de gloria y de destino, la entrada casual a un molde inmenso (encontrado al azar de horas y siglos, para la desnudez única) mina libre de luz eterna y sola en donde está la eternidad.
EL OASIS
Claudio Rodríguez
Qué distinto el amor es junto al mar que en mi tierra nativa, cautiva, a la que siempre cantaré, a la orilla del temple de sus ríos, con su inocencia y su clarividencia, con esa compañía que estremece, viendo caer la verdadera lágrima del cielo cuando la noche es larga y el alba es clara. Nunca sé por qué siento compañero a mi cuerpo, que es augurio y refugio. Y ahora, frente al mar, qué urdimbre la del trigo, la del oleaje, qué hilatura, qué plena cosecha encajan, sueldan, curvan mi amor. El movimiento curvo de las olas, por la mañana, tan distinto al nocturno, tan semejante al de los sembrados, se va entrando en el rumor misterioso de tu cuerpo, hoy que hay mareas vivas y el amor está gris perla, casi mate, como el color del álamo en octubre. El soñar es sencillo, pero no el contemplar. Y ahora, al amanecer, cuando conviene saber y obrar, cómo suena contigo esta desnuda costa. Cuando el amor y el mar son una sola marejada, sin que el viento nordeste pueda romper este recogimiento, esta semilla sobrecogedora, esta tierra, este agua aquí, en el puerto, donde ya no hay adiós, sino ancla pura.
SIN ADIÓS
Garcilaso de la Vega
Echado está por tierra el fundamento que mi vivir cansado sostenía. ¡Oh cuánto bien se acaba en solo un día! ¡Oh cuántas esperanzas lleva el viento! ¡Oh cuán ocioso está mi pensamiento cuando se ocupa en bien de cosa mía! A mi esperanza, así como a baldía, mil veces la castiga mi tormento. Las más veces me entrego, otras resisto con tal furor, con una fuerza nueva, que un monte puesto encima rompería. Aquéste es el deseo que me lleva, a que desee tornar a ver un día a quien fuera mejor nunca haber visto.
SONETO XXVI
Ángeles Carbajal
Algunas tardes de domingo tienen los ojos tristes. Es como si en ellas se hubiera detenido la vida para siempre. Lirios azules, pensamientos, silenciosa enredadera de las madreselvas; las humildes flores de la estación tiemblan. Un tren se pierde borroso en la lejanía y es la imagen de un tiempo que no existe; un cuadro, una inquietante eternidad. Otro silba y pasa como el vértigo. El universo se precipita en su abismo. Pero los rostros de los viajeros no se inmutan, todo parece irreal, extrañas figuras en un tren absurdo como la vida. Y dan pena los campos, su verde esplendor como dispuesto para algo, algo hermoso, algo feliz. Da pena el verde solitario. Y nadie sabe qué luz extraña se posa en las paredes. Y nadie sabe 1o que busca en esas tardes, ni la razón de su maniática tristeza. Y nadie sabe por qué le ahoga su corazón sin nadie.
Algunas tardes de domingo tienen los ojos tristes
Alfredo Buxán
A Félix del Olmo, in memoriam Cede el cuerpo a la fuerza del sol sobre la arena, a la fatiga. Humilla mansamente la testuz ante el vilo de la vida y reclama –inerme ruego– exactitud, limpieza, brevedad. Amaga su fulgor la luna sola. Expira el hombre en paz como paloma breve.
La rendición
Luis de Góngora
De chinches y de mulas voy comido, Las unas culpa de una cama vieja, Las otras de un Señor que me las deja Veinte días y más, y se ha partido. De vos, madera anciana, me despido, Miembros de algún navío de vendeja, Patria común de la nación bermeja, Que un mes sin deudo de mi sangre ha sido. Venid, mulas, con cuyos pies me ha dado Tal coz el que quizá tendrá mancilla De ver que me coméis el otro lado. A Dios, Corte envainada en una villa, A Dios, toril de los que has sido prado, Que en mi rincón me espera una morcilla.
De chinches y de mulas voy comido
Claribel Alegría
Solos de nuevo solos sin palabras sin gestos sin adornos con un sabor a fruta en nuestros cuerpos.
SOLOS DE NUEVO
Ramón López Velarde
¿Existirá? ¡Quién sabe! Mi instinto la presiente; dejad que yo la alabe previamente. Alerta el violín del querubín y susceptible al manzano terrenal, será a la vez risueña y gemebunda, como el agua profunda. Su índice y su pulgar, con una esbelta cruz, esbelto persignar. Diagonal de su busto, cadena alternativa de mirtos y nardos, mientras viva. Si en el nardo canónico o en el mirto me ofusco, Ella adivinará la flor que busco; y, convicta e invicta, esforzará su celo en serme, llanamente, barro para mi barro y azul para mi cielo. Próvida cual ciruela, del profano compás siempre ha de pedir más. Retozará en el césped, cual las fieras del Baco de Rubens; y luego... la paloma que baja de las nubes. Riéndose, solemne; y quebrándose, indemne. Que me sea total y parcial, periférica y central; y que al soltar mi mano la antorcha de la vida, con la antorcha caída prenda fuego a mis lacios cabellos, que han sido antes ludibrio de las uñas de las bacantes. Que me rece con rezos abundantes y con lágrimas pocas; más negra de su alma que de sus tocas.
DEJAD QUE LA ALABE
Alfredo Buxán
A Ulpiano Ros, en su búsqueda insomne. I Se apaga, envejecido, el párpado de un dios que en otro tiempo derrochaba ira. Se arrepiente, mendigo de sí mismo, del antiguo vigor de su soberbia. II Ausencia sólo ofrezco a los humanos, mi palabra no es luz: era vacuo lenguaje. Soy un ilustre muerto que se hospeda en la nada. Mi primitivo ejército de ángeles se degrada en saqueos; mi voz se devalúa en los hogares en otros tiempos fieles y felices... III Las manos de los huérfanos emergen del vacío temblorosas y enfermas. Dardos que hienden, rasgan, desmenuzan el aspecto de penumbra que esa muerte inaugura. La divina renuncia es un velo que cae, es un desvelo: la hiedra en los altares, los iconos inertes, la soledad del tiempo devastándolo todo. IV No guardan devoción las sacrílegas almas bajo la inmensa cúpula del templo: calladamente tiemblan como cirios. No congregan su fe los pecadores en rituales carentes de emoción para elevar sus cánticos al cielo. Audaces, de tan solos, nos hallamos: nadie responde ya a la letanía, ya nadie nos separa del abismo. V La génesis del mundo es una cueva donde llueve el silencio: el humo de los bosques es ceniza, los pájaros se arrastran por el fango, las noches se apoderan de la vida. La horadan. Nos la devuelven ciega. VI No hay una dulce mano que nos reparta el pan en la tarde del sábado. VII Fue una larga enfermedad, un fuego que colmaba la vida de los hombres y mermaba su gozo: una llama incorpórea, el balbuceo lento de unos dioses cansados.
Los dioses balbucientes
Rubén Darío
Metro mágico y rico que al alma expresas llameantes alegrías, penas arcanas, desde en los suaves labios de las princesas hasta en las bocas rojas de las gitanas. Las almas armoniosas buscan tu encanto, sonora rosa métrica que ardes y brillas, y España ve en tu ritmo, siente en tu canto sus hembras, sus claveles, sus manzanillas. Vibras al aire alegre como una cinta, el músico te adula, te ama el poeta; Rueda en ti sus fogosos paisajes pinta con la audaz policromía de su paleta. En ti el hábil orfebre cincela el marco en que la idea-perla su oriente acusa, o en tu cordaje armónico formas el arco con que lanza sus flechas la airada musa. A tu voz en el baile crujen las faldas, los piececitos hacen brotar las rosas e hilan hebras de amores las Esmeraldas en ruecas invisibles y misteriosas. La andaluza hechicera, paloma arisca, por ti irradia, se agita, vibra y se quiebra, con el lánguido gesto de la odalisca o las fascinaciones de la culebra. Pequeña ánfora lírica de vino llena compuesto por la dulce musa Alegría con uvas andaluzas, sal macarena, flor y canela frescas de Andalucía. Subes, creces, y vistes de pompas fieras; retumbas en el ruido de las metrallas, ondulas con el ala de las banderas, suenas con los clarines de las batallas. Tienes toda la lira: tienes las manos que acompasan las danzas y las canciones; tus órganos, tus prosas, tus cantos llanos y tus llantos que parten los corazones. Ramillete de dulces trinos verbales, jabalina de Diana la Cazadora, ritmo que tiene el filo de cien puñales, que muerde y acaricia, mata y enflora. Las Tirsis campesinas de ti están llenas, y aman, radiosa abeja, tus bordoneos; así riegas tus chispas las nochebuenas como adornas la lira de los Orfeos. Que bajo el sol dorado de Manzanilla que esta azulada concha del cielo baña, polítona y triunfante, la seguidilla es la flor del sonoro Pindo de España.
Elogio de la seguidilla
Salvador Díaz Mirón
Mi corazón percibe, sueña y presume. Y como envuelta en oro tejido en gasa, la tristeza de Verdi suspira y pasa en la cadencia fina como un perfume. Y frío de alta zona hiela y entume; y luz de sol poniente colora y rasa: y fe de gloria empírea pugna y fracasa, ¡como en ensayos torpes un ala implume! El sublime concierto llena la casa; y en medio de la sorda y estulta masa, mi corazón percibe, suena y presume. Y como envuelta en oro tejido en gasa, la tristeza de Verdi suspira y pasa en la cadencia fina como un perfume.
MÚSICA FÚNEBRE
Amado Nervo
"¡Donc bon soir, mon mignon et a demain!" ( Palabras que Ana me dejó escritas una noche en que tuvimos que separarnos. ) ¡Buenas noches, mi amor, y hasta mañana! Hasta mañana, sí, cuando amanezca, y yo, después de cuarenta años de incoherente soñar, abra y estriegue los ojos del espíritu, como quien ha dormido mucho, mucho, y vaya lentamente despertando, y, en una progresiva lucidez, ate los cabos del ayer de mi alma ( antes de que la carne la ligara ) y del hoy prodigioso en que habré de encontrarme, en este plano en que ya nada es ilusión y todo es verdad... ¡Buenas noches, amor mío, buenas noches! Yo quedo en las tinieblas y tú volaste hacia el amanecer... ¡Hasta mañana, amor, hasta mañana! Porque, aun cuando el destino acumulara lustro sobre lustro de mi prisión por vida, son fugaces esos lustros; sucédense los días como rosarios, cuyas cuentas magnas son los domingos... Son los domingos, en que, con mis flores voy invariablemente al cementerio donde yacen tus formas adoradas. ¿Cuántos ramos de flores he llevado a la tumba? No lo sé. ¿Cuántos he de llevar? Tal vez ya pocos. ¡Tal vez ya pocos! ¡Oh, que perspectiva deliciosa! ¡Quizás el carcelero se acerca con sus llaves resonantes a abrir mi calabozo para siempre! ¿Es por ventura el eco de sus pasos el que se oye, a través de la ventana, avanzar por los quietos corredores? ¡Buenas noches, amor de mis amores! Hasta luego, tal vez..., o hasta mañana.
Bon soir...
Antonio Colinas
Mira: a punto estás de penetrar en el bosque. Vas a dejar la casa blanca de la cima, tan plácida, tan llena de música y sosiego, y ahí te espera el bosque impenetrable. Irremediablemente deberás cruzarlo: el bosque que desciende por ladera escabrosa, el bosque en que no hay nadie y el bosque en el que puede haber de todo, el bosque de humedades venenosas, morada de lo negro y de una luz que enturbia la mirada, Entra en él con cuidado y sal sin prisas, mas nunca se te ocurra abandonar la senda que desciende y desciende y desciende. Mira mucha hacia arriba y no te olvides de que este tiempo nuestro va pasando como la hoz por el trigo. Allá arriba, en las ramas, no hay luces que te cieguen si es de día. Y si fuese de noche, la negrura más honda la sierran faros ciertos. Todo lo que está arriba guía siempre. Mira, te espera el bosque impenetrable. Recuerda que la senda que lo cruza —la senda como río que te lleva— debe ser dulce cauce y no boa untuosa que repta y extravía en la maraña. Que te guíe la música que dejas —la música que es número y medida— y que más alta música te saque al fin, tras dura prueba a mar de luz.
LA PRUEBA
Toni García Arias
Como una cinta de vídeo desgastada por el uso el recuerdo que tengo de ti ha perdido el sonido y algunas líneas. París te cubrió de tiempo, como una nevada de años que borra tus facciones y al pensar en Rue Cambon mis manos se llenan de cenizas que no logro componer y que ya no queman. Seguramente te amé. Mi naturaleza es débil como el verso y, a veces, -perdona-, confundo pasión con fuego, amor con Pablo Neruda. Es mejor olvidar el regreso, dejar que la memoria se pose rígida sobre nosotros. Nuestros labios aún se besan, sin sabernos, sobre un puente al que jamás supimos dar nombre.
Una cinta de video
Delfina Acosta
Tal vez es culpa mía que haga frío, que rija ya el otoño, y que las hojas se borren de las ramas como pájaros, o se largue a llover a cualquier hora. O es sólo culpa nuestra. Por querernos un fuerte viento por las calles sopla. ¿Cuál mariposa recibió una piedra y mana sangre limpia de paloma? Un trébol por un beso, y un poema para quedarse triste en tu memoria. Me diste lo mejor de tu tristeza y te clavé en el pecho una amapola. Los pasos de la lluvia suenan lentos. Acaso quien camina es tu persona. Soy hojarasca que otro paso esparce. A mi favor tan sólo el viento sopla.
Unigénita del sur
Amado Nervo
Ver en todas las cosas de un espíritu incógnito las huellas; contemplar sin cesar en las diáfanas noche misteriosas, la santa desnudez de las estrellas... ¡Esperar! ¡Esperar! ¿Qué? ¡Quién sabe! Tal vez una futura y no soñada paz... Sereno y fuerte, correr esa aventura sublime y portentosa de la muerte. Mientras, amarlo todo, y no amar nada, sonreír cuando hay sol y cuando hay brumas; cuidar de que en el áspera jornada no se atrofien las alas, ni oleada de cieno vil ensucie nuestras plumas. Alma: tal es la orientación mejor, tal es el instintivo derrotero que nos muestra un lucero interior. Aunque nada sepamos del destino, la noche a no temerlo nos convida. Su alfabeto de luz, claro y divino, nos dice: «Ven a mí: soy el Camino, la Verdad y la Vida».
Via, veritas et vita
Lope de Vega
Querido manso mío, que venistes por sal mil veces junto aquella roca, y en mi grosera mano vuestra boca y vuestra lengua de clavel pusistes, ¿por qué montañas ásperas subistes que tal selvatiquez al alma os toca? ¿Qué furia os hizo condición tan loca que la memoria y la razón perdistes? Paced la anacardina, porque os vuelva de ese cruel y interesable sueño, y no bebáis del agua del olvido. Aquí está vuestra vega, monte y selva; yo soy vuestro pastor, y vos mi dueño; vos mi ganado, y yo vuestro perdido.
Querido manso mío
Víctor Botas
A. C. Pontuleno, que vivió cinco años, once meses y veintinueve días, de sus padres, Délfico y Pontulena Prepusa Debéis guardar silencio: Se ha dormido tan dulcemente el Tiempo entre mis brazos.
Epitafio
Jorge Luis Borges
No arriesgue el mármol temerario gárrulas transgresiones al todopoder del olvido, enumerando con prolijidad el nombre, la opinión, los acontecimientos, la patria. Tanto abalorio bien adjudicado está a la tiniebla y el mármol no hable lo que callan los hombres. Lo esencial de la vida fenecida -la trémula esperanza, el milagro implacable del dolor y el asombro del goce- siempre perdurará. Ciegamente reclama duración el alma arbitraria cuando la tiene asegurada en vidas ajenas, cuando tú mismo eres el espejo y la réplica de quienes no alcanzaron tu tiempo y otros serán (y son) tu inmortalidad en la tierra.
Inscripción en cualquier sepulcro
Manuel Acuña
Porque dejaste el mundo de dolores buscando en otro cielo la alegría que aquí, si nace, sólo dura un día, y eso entre sombras, dudas y temores. Porque en pos de otro mundo y de otras flores abandonaste esta región sombría, donde tu alma gigante se sentía condenada a continuos sinsabores. Yo vengo a decir mi enhorabuena al mandarte la eterna despedida que de dolor el corazón me llena; que aunque cruel y muy triste tu partida, si la vida a los goces es ajena, mejor es el sepulcro que la vida.
SONETO
Pablo Neruda
Cien sonetos de amor Detrás de mí en la rama quiero verte. Poco a poco te convertiste en fruto. No te costó subir de las raíces cantando con tu sílaba de savia. Y aquí estarás primero en flor fragante, en la estatua de un beso convertida, hasta que sol y tierra, sangre y cielo, te otorguen la delicia y la dulzura. En la rama veré tu cabellera, tu signo madurando en el follaje, acercando las hojas a mi sed, y llenará mi boca tu sustancia, el beso que subió desde la tierra con tu sangre de fruta enamorada.
Cien sonetos de amor
Luis de Góngora
Alta esperanza, gloria del estado, No sólo de Ayamonte mas de España, Si quien me da su lira no me engaña, A más os tiene el cielo destinado. De vuestra Fama oirá el clarín dorado, Émulo ya del Sol, cuanto el mar baña; Que trompas hasta aquí han sido de caña Las que memorias han solicitado. Alma al tiempo dará, vida a la historia Vuestro nombre inmortal ¡oh digno esposo De beldad soberana y peregrina! Corónense estos muros ya de gloria, Que serán cuna y nido generoso De sucesión real, si no divina.
AL MARQUÉS DE AYAMONTE
Roxana Popelka
Ahora que no estoy contigo, que no estaré contigo nunca más, es bueno que te diga varias cosas: te engañé un montón de veces con algunos hombres mucho más jóvenes que tú porque sabía que eso era lo que más te dolía, y lo volvería a hacer créeme -te lo aseguro- que fue uno de los momentos más felices de mi vida. Cuando esos hombres me abrían la puerta, y me hacían pasar a la habitación y nos desvestíamos con impaciencia. Entonces me quitaba la camiseta negra, ¡aquélla, sí! y el sujetador. Algunos me decían: “espera, déjate un instante las bragas puestas”. Y nos besábamos con pasión, era auténtica la pasión. Fuera en el patio de la casa se oía a una mujer batir los huevos cerca del televisor. Y volvíamos a besarnos con ardor aplastando lo que quedaba de nuestros cuerpos. Algunos huesudos cuerpos, otros debilitados, o rasurados qué más da. Y mientras tanto pensaba cómo te sentirías de haber sabido todo esto. Pero siempre he tenido buenas coartadas ¿aún las recuerdas? Nunca sospechaste que todo aquello era mentira, que lo que verdaderamente hacía era engañarte con hombres mucho más jóvenes que tú. Y esa -te lo aseguro- fue la época más feliz de mi vida.
Acerca de la verdad, acerca de la felicidad
José Asunción Silva
Mientras que acaso piensa tu tristeza en la patria distante y sientes frío al mirar donde estás, y el desvarío de la fiebre conmueve tu cabeza, yo soñando en tu amor y en tu belleza, amor jamás por mi desgracia mío de la profundidad de mi alma, envío a la pena un saludo de terneza. Si cuando va mi pensamiento errante a buscarte en parejas de otro mundo con la nostalgia se encontrara a solas sobre las aguas de la mar gigante entre el cielo purísimo y profundo y el vaivén infinito de las olas.
A ADRIANA
Gerardo Diego
Nada más Dejar la cabeza sobre la mesilla Y dormir con el sueño de Holofernes
BANDEJA
Pablo Neruda
TODO el invierno, toda la batalla, todos los nidos del mojado hierro, en tu firmeza atravesada de aire, en tu ciudad silvestre se levantan. La cárcel renegada de las piedras, los hilos sumergidos de la espina, hacen de tu alambrada cabellera un pabellón de sombras minerales. Llanto erizado, eternidad del agua, monte de escamas, rayo de herraduras, tu atormentada casa se construye con pétalos de pura geología. El alto invierno besa tu armadura y te cubre de labios destruidos: la primavera de violento aroma rompe su sed en tu implacable estatua: y el grave otoño espera inútilmente derramar oro en tu estatura verde.
Araucaria
Federico García Lorca
No duerme nadie por el cielo. Nadie, nadie. No duerme nadie. Las criaturas de la luna huelen y rondan sus cabañas. Vendrán las iguanas vivas a morder a los hombres que no sueñan y el que huye con el corazón roto encontrará por las esquinas al increíble cocodrilo quieto bajo la tierna protesta de los astros. No duerme nadie por el mundo. Nadie, nadie. No duerme nadie. Hay un muerto en el cementerio más lejano que se queja tres años porque tiene un paisaje seco en la rodilla; y el niño que enterraron esta mañana lloraba tanto que hubo necesidad de llamar a los perros para que callase. No es sueño la vida. ¡Alerta! ¡Alerta! ¡Alerta! Nos caemos por las escaleras para comer la tierra húmeda o subimos al filo de la nieve con el coro de las dalias muertas. Pero no hay olvido, ni sueño: carne viva. Los besos atan las bocas en una maraña de venas recientes y al que le duele su dolor le dolerá sin descanso y al que teme la muerte la llevará sobre sus hombros. Un día los caballos vivirán en las tabernas y las hormigas furiosas atacarán los cielos amarillos que se refugian en los ojos de las vacas. Otro día veremos la resurrección de las mariposas disecadas y aún andando por un paisaje de esponjas grises y barcos mudos veremos brillar nuestro anillo y manar rosas de nuestra lengua. ¡Alerta! ¡Alerta! ¡Alerta! A los que guardan todavía huellas de zarpa y aguacero, a aquel muchacho que llora porque no sabe la invención del puente o a aquel muerto que ya no tiene más que la cabeza y un zapato, hay que llevarlos al muro donde iguanas y sierpes esperan, donde espera la dentadura del oso, donde espera la mano momificada del niño y la piel del camello se eriza con un violento escalofrío azul. No duerme nadie por el cielo. Nadie, nadie. No duerme nadie. Pero si alguien cierra los ojos, ¡azotadlo, hijos míos, azotadlo! Haya un panorama de ojos abiertos y amargas llagas encendidas. No duerme nadie por el mundo. Nadie, nadie. Ya lo he dicho. No duerme nadie. Pero si alguien tiene por la noche exceso de musgo en las sienes, abrid los escotillones para que vea bajo la luna las copas falsas, el veneno y la calavera de los teatros.
Ciudad sin sueño
Santiago Montobbio
Pero se ve, pero se mira e, incluso, aunque sólo sea sombra, se respira. Lo sé al compás del silencio y con madre lluvia. Lo sé y lo sé dormido. Detrás del cristal, de nuevo alcohol los astillados ojos y siendo otro en un bar gris o absurdo: ahora es otro nombre de nunca, ahora te lo regalo, ahora es mentira, acaso para mí ya no tú sino nadie abraza y aunque ceniza es cada amor, cada palabra, aún se ve o se mira, se ve, mira, se mira y acaso mañana descubra similares castigos en la infamia de una vida que incansablemente me atardece.
Detrás del cristal
Pablo Neruda
El sin cesar ha terminado en flores, en largo tiempo que extiende su camino en cinta, en la novedad del aire, y si por fin hallamos bajo el polvo el mecanismo del próximo futuro simplemente reconozcamos la alegría así como se presenta! Como una espiga más, de tal manera que el olvido contribuya a la claridad verdadera que sin duda no existe.
Las espigas
David Escobar Galindo
¡Belleza, flor de sueño, al fin alientas después de tanto espanto y tanto llanto! Porque también tu gracia puede tanto, Tanto más que el crujir de las afrentas. Después de la dolencia del espanto, Cómo surgen tus músicas sedientas: Surtidores que ayer fueron tormentas Murmullos que mañana serán canto. Se escondió tu vigilia donde pudo, Durmió entre los escombros hecha un nudo, Se ocultó en un rincón de la cornisa. Pero ha venido el tiempo del sosiego. ¡Y tú, belleza, manantial de fuego, renaces otra vez de la ceniza!
ARS POÉTICA
Pedro Salinas
Mientras haya alguna ventana abierta, ojos que vuelven del sueño, otra mañana que empieza. Mar con olas trajineras —mientras haya— trajinantes de alegrías, llevándolas y trayéndolas. Lino para la hilandera, árboles que se aventuren, —mientras haya— y viento para la vela. Jazmín, clavel, azucena, donde están, y donde no en los nombres que los mientan. Mientras haya sombras que la sombra niegan, pruebas de luz, de que es luz todo el mundo, menos ellas. Agua como se la quiera —mientras haya— voluble por el arroyo, fidelísima en la alberca. Tanta fronda en la sauceda, tanto pájaro en las ramas —mientras haya— tanto canto en la oropéndola. Un mediodía que acepta serenamente su sino que la tarde le revela. Mientras haya quien entienda la hoja seca, falsa elegía, preludio distante a la primavera. Colores que a sus ausencias —mientras haya— siguiendo a la luz se marchan y siguiéndola regresan. Diosas que pasan ligeras pero se dejan un alma —mientras haya— señalada con sus huellas. Memoria que le convenza a esta tarde que se muere de que nunca estará muerta. Mientras haya trasluces en la tiniebla, claridades en secreto, noches que lo son apenas. Susurros de estrella a estrella —mientras haya— Casiopea que pregunta y Cisne que la contesta. Tantas palabras que esperan, invenciones, clareando —mientras haya— amanecer de poema. Mientras haya lo que hubo ayer, lo que hay hoy, lo que venga.
CONFIANZA
Pablo Neruda
PAZ para los crepúsculos que vienen, paz para el puente, paz para el vino, paz para las letras que me buscan y que en mi sangre suben enredando el viejo canto con tierra y amores, paz para la ciudad en la mañana cuando despierta el pan, paz para el río Mississippi, río de las raíces: paz para la camisa de mi hermano, paz en el libro como un sello de aire, paz para el gran koljós de Kíev, paz para las cenizas de estos muertos y de estos otros muertos, paz para el hierro negro de Brooklyn, paz para el cartero de casa en casa como el dia, paz para el coreógrafo que grita con un embudo a las enredaderas, paz para mi mano derecha, que sólo quiere escribir Rosario: paz para el boliviano secreto como una piedra de estaño, paz para que tú te cases, paz para todos los aserraderos de Bío Bío, paz para el corazón desgarrado de España guerrillera: paz para el pequeño Museo de Wyoming en donde lo más dulce es una almohada con un corazón bordado, paz para el panadero y sus amores y paz para la harina: paz para todo el trigo que debe nacer, para todo el amor que buscará follaje, paz para todos los que viven: paz para todas las tierras y las aguas. Yo aquí me despido, vuelvo a mi casa, en mis sueños, vuelvo a la Patagonia en donde el viento golpea los establos y salpica hielo el Océano. Soy nada más que un poeta: os amo a todos, ando errante por el mundo que amo: en mi patria encarcelan mineros y los soldados mandan a los jueces. Pero yo amo hasta las raíces de mi pequeño país frío. Si tuviera que morir mil veces allí quiero morir: si tuviera que nacer mil veces allí quiero nacer, cerca de la araucaria salvaje, del vendaval del viento sur, de las campanas recién compradas. Que nadie piense en mí. Pensemos en toda la tierra, golpeando con amor en la mesa. No quiero que vuelva la sangre a empapar el pan, los frijoles, la música: quiero que venga conmigo el minero, la niña, el abogado, el marinero, el fabricante de muñecas, que entremos al cine y salgamos a beber el vino más rojo. Yo no vengo a resolver nada. Yo vine aquí para cantar y para que cantes conmigo.
Paz para los crepúsculos que vienen
Melchor de Palau
«Voy pesar—me dije el otro día— una lágrima mía.» y saqué del armario una balanza de suma precisión. «Ya sé cuál escoger: la no llorada dura y concrecionada que, cual badajo de campana rota, yace en mi corazón. ¡Qué peso va a tener! amor Sincero, con desdén traicionero pagado, la cuajó el aciago día en que perdí mi fe. Ea, arriba, a salirse por los ojos, con el esfuerzo rojos» para hacerle más fácil la salida la escena recordé. Asomose, por fin, a mi semblante pero en el mismo instante se evaporó; mi espíritu inundando de dulce beatitud. Llorad los que el dolor tenéis por centro; vertida fuera o centro, una lágrima es gota de rocío o plomo de ataúd.
En el laboratorio
Ramón López Velarde
¡Bien hayas oh lejano y glorioso contento de volver a mirarla! ¡Qué desgano el del viaje de ahora, que me cubre de una angustia de pésame! Presiento la fuga del amor en este octubre. Corre la antigua posta en la llanura barrida por los cierzos de contino; el sol avaro apenas si fulgura sobre la paz de otoño del camino, y con fúnebres sones que se dilatan por la carretera van entonando en la mañana austera coplas de desamor los postillones. (Fuensanta: cuando ingreso a tu azul valle la ternura de ayer se me alborota, pero yo le aconsejo que se calle. Mi corazón es una cuerda rota). Y te miro por fin... ¡Pero qué raros se le aparecen a mi fe taimada tu faz risueña y tus vestidos claros! ¡Oh, qué lejos te fuiste, enlutada! Haces bien en reír de mis locuelas ilusiones, ¡ay Dios!, de hacerte mía, y en darlas un adiós, que es alegría en el augurio de tus blancas telas. En la zona en que muertas a cuchillo mis esperanzas yacen hoy deshechas ¿no miras, dulce amada, la pagana visión de un amorcillo que me dispara sus ardidas flechas, pero que va volando en retirada?
AL VOLVER
Hilario Barrero
Ni amarillo jaramago ni mármoles vencidos con su espalda quebrada de abandono; un tropel de invasores derriban al silencio en su alta clausura de pájaro exiliado, avanzando hacia el mar que se tiñe de guerra. Una brisa de hielo les derrota en la orilla sus pies petrificados, cegada por los dardos de sal su mirada de barro, regresan, atrapados de bruma, arrastrando sus sombras congeladas, a las tiendas oscuras donde la luz ayuna dolorida en cilicios vidriados. Visten las gaviotas su túnica pesada, monjes lentos camino de maitines, llamadas por las voces de una lluvia extranjera que despoja a la ojiva de su claustro de olas. Alejados del mar, guerreros de otras guerras, los rostros del verano estrenan fruto ardiente que les hiere sus venas de un hondo escalofrío. Liberada de invierno su mirada, desnudos, se pierden en lo espeso donde el placer y el vicio habitan regresando mordidos para siempre por el plomo veneno de sus ritos sin saber que es la muerte quien les llama. Y sin más protección que tu mirada arbotante que apuntala la niebla de mi piel, asustados, buscamos la salida entre tanto desorden. Los bárbaros han sido derrotados y el diluvio comienza. (¿O tal vez sí que saben que van hacia la muerte?).
Easter Sunday en Coney Island
Dina Posada
Se calla la luz el sonido se apaga el aleteo de un grito deja caer sus plumas en nuestro lecho tus ojos desplomándose sobre mi cuerpo vencido me están escoltando al delirio
ORGASMO III
Gustavo Adolfo Bécquer
Yo me he asomado a las profundas simas de la tierra y del cielo, y les he visto el fin o con los ojos o con el pensamiento. Mas ¡ay!, de un corazón llegué al abismo y me incliné un momento, y mi alma y mis ojos se turbaron: ¡Tan hondo era y tan negro!
Rima XLVII
José Asunción Silva
Juntos los dos reímos cierto día... ¡Ay, y reímos tanto que toda aquella risa bulliciosa se tornó pronto en llanto! Después, juntos los dos, alguna noche, reímos mucho, tanto, que quedó como huella de las lágrimas un misterioso encanto! Nacen hondos suspiros, de la orgía entre las copas cálidas y en el agua salobre de los mares, se forjan perlas pálidas!
PÁGINAS SUYAS
Francisco de Quevedo
Sólo en ti, Lesbia, vemos que ha perdido El adulterio la vergüenza al cielo, Pues que tan claramente y tan sin velo Has los hidalgos huesos ofendido. Por Dios, por ti, por mí, por tu marido, Que no sepa tu infamia todo el suelo: Cierra la puerta, vive con recelo, Que el pecado nació para escondido. No digo yo que dejes tus amigos, Mas digo que no es bien que sean notados De los pocos que son tus enemigos. Mira que tus vecinos, afrentados, Dicen que te deleitan los testigos De tus pecados más que tus pecados.
A una adúltera
Ramón López Velarde
A Alfonso Cravioto Fuérame dado remontar el río de los años, y en una reconquista feliz de mi ignorancia, ser de nuevo la frente limpia y bárbara del niño... Volver a ser el arrebol, y el húmedo pétalo, y la llorosa y pulcra infancia que deja el baño por secarse al sol... Entonces, con instinto maternal, me subirías al regazo, para interrogarme, Amor, si eras querida hasta el agua inmanente de tu pozo o hasta el penacho tornadizo y fágil de tu naranjo en flor. Yo, sintiéndome bien en la aromática vecindad de tus hombros y en la limpia fragancia de tus brazos, te diría quererte más allá de las torres gemelas. Dejarías entonces en la bárbara novedad de mi frente el beso inaccesible a mi experiencia licenciosa y fúnebre. ¿Por qué en la tarde inválida, cuando los niños pasan por tu reja, yo no soy una casta pequeñez en tus manos adictas y junto a la eficacia de tu boca?
SER UNA CASTA PEQUEÑEZ
Hilario Barrero
Ha vuelto a la maleza después de algunos años. Se han borrado caminos, el puente se ha caído, el agua corre espesa y parece más hondo el precipicio. Los cuerpos que ofrecieron su belleza han desaparecido fulminados después de aquel verano o muertos de cansancio y de vejez más tarde. Siguen las sombras cerrando el laberinto, oscureciendo el hilo que a algunos de nosotros nos salvó. Salvados sí pero bien muertos que desde entonces nadie ha vuelto su rostro a nuestro paso. Sigue también la vida: dos cuerpos con los torsos desnudos, dos carbones a punto de encenderse, abrazados se ocultan en lo oscuro sin saber si saldrán victoriosos o serán perfumados por el rosal de la espesura.
Carbones
Toni García Arias
Dibujan en el aire un lenguaje que desconozco. Gaviotas de plumaje gris y blanco sobrevuelan nuestros cuerpos sin sabernos. Invaden el cielo de palabras nacidas en una latitud lejana, como memoria azul que recorre la marea en busca de una playa. Se alejan cuando cae la tarde. En ocasiones, parece que retroceden, pero se alejan. Se llevan nuestros ojos en sus alas y nos dejan los labios llenos de palabras que intentamos pronunciar y no sabemos.
En sus alas
Paz Díez Taboada
Traigo una rosa en sangre entre las manos... Blas de Otero Llevo la rosa a cuestas por un largo camino, por una vía estrecha, flanqueada de lágrimas. Llevo sobre la espalda los pétalos heridos, a punto de caer como lluvia de sangre. Traigo la rosa en alto, como un trofeo antiguo, la levanto y agito contra el viento de otoño. Traigo la rosa en brazos como si, desvalido, un niño temeroso me clavara las uñas. Con la rosa encarnada ando sin rumbo, y miro cómo avanzan las sombras devorando la vida. Con la rosa en la mano, camino hacia el olvido, con la rosa y su peso, entre la niebla.
La rosa a cuestas
Gabriela Mistral
¡Ay! ¡Juguemos, hijo mío, a la reina con el rey! Este verde campo es tuyo. ¿De quién más podría ser? Las oleadas de la alfalfa para ti se han de mecer. Este valle es todo tuyo. ¿De quién más podría ser? Para que los disfrutemos los pomares se hacen miel. (¡Ay! ¡No es cierto que tiritas como el Niño de Belén y que el seno de tu madre se secó de padecer!) El cordero está espesando el vellón que he de tejer. Y son tuyas las majadas, ¿De quién más podrían ser? Y la leche del establo que en la ubre ha de correr, y el manojo de las mieses ¿de quién más podrían ser? (¡Ay! ¡No es cierto que tiritas como el Niño de Belén y que el seno de tu madre se secó de padecer!) ¡Sí! ¡Juguemos, hijo mío, a la reina con el rey!
Canción amarga
José Martí
Hay sol bueno y mar de espuma, Y arena fina, y Pilar Quiere salir a estrenar Su sombrerito de pluma. ?«¡Vaya la niña divina!» Dice el padre y le da un beso: ?«¡Vaya mi pájaro preso A buscarme arena fina!» ?«Yo voy con mi niña hermosa», Le dijo la madre buena: «¡No te manches en la arena Los zapaticos de rosa!» Fueron las dos al jardín Por la calle del laurel: La madre cogió un clavel Y Pilar cogió un jazmín. Ella va de todo juego, Con aro, y balde, y paleta: El balde es color violeta: El aro es color de fuego. Vienen a verlas pasar: Nadie quiere verlas ir: La madre se echa a reír, Y un viejo se echa a llorar. El aire fresco despeina A Pilar, que viene y va Muy oronda: ?«¡Di, mamá! ¿Tú sabes qué cosa es reina?» Y por si vuelven de noche De la orilla de la mar, Para la madre y Pilar Manda luego el padre el coche. Está la playa muy linda: Todo el mundo está en la playa: Lleva espejuelos el aya De la francesa Florinda. Está Alberto, el militar Que salió en la procesión Con tricornio y con bastón, Echando un bote a la mar. ¡Y qué mala, Magdalena Con tantas cintas y lazos, A la muñeca sin brazos Enterrándola en la arena! Conversan allá en las sillas, Sentadas con los señores, Las señoras, como flores, Debajo de las sombrillas. Pero está con estos modos Tan serios, muy triste el mar: ¡Lo alegre es allá, al doblar, En la barranca de todos! Dicen que suenan las olas Mejor allá en la barranca, Y que la arena es muy blanca Donde están las niñas solas. Pilar corre a su mamá: ?«¡Mamá, yo voy a ser buena: Déjame ir sola a la arena: Allá, tú me ves, allá!» ?«¡Esta niña caprichosa! No hay tarde que no me enojes: Anda, pero no te mojes Los zapaticos de rosa.» Le llega a los pies la espuma: Gritan alegres las dos: Y se va, diciendo adiós, La del sombrero de pluma. ¡Se va allá, dónde ¡muy lejos! Las aguas son más salobres, Donde se sientan los pobres, Donde se sientan los viejos! Se fue la niña a jugar, La espuma blanca bajó, Y pasó el tiempo, y pasó Un águila por el mar. Y cuando el sol se ponía Detrás de un monte dorado, Un sombrerito callado por las arenas venía. Trabaja mucho, trabaja Para andar: ¿qué es lo que tiene Pilar que anda así, que viene Con la cabecita baja? Bien sabe la madre hermosa Por qué le cuesta el andar: ?«¿Y los zapatos, Pilar, Los zapaticos de rosa?» ?«¡Ah, loca! ¿en dónde estarán? ¡Di, dónde, Pilar!» ?«Señora», Dice una mujer que llora: «¡Están conmigo: aquí están!» ?«Yo tengo una niña enferma que llora en el cuarto oscuro. Y la traigo al aire puro A ver el sol, y a que duerma. »Anoche soñó, soñó con el cielo, y oyó un canto: Me dio miedo, me dio espanto, Y la traje, y se durmió. »Con sus dos brazos menudos Estaba como abrazando; Y yo mirando, mirando Sus piececitos desnudos. »Me llegó al cuerpo la espuma, Alcé los ojos, y vi Esta niña frente a mí Con su sombrero de pluma». ?«¡Se parece a los retratos Tu niña!» dijo: «¿Es de cera? ¿Quiere jugar? ¡Si quisiera!... ¿Y por qué está sin zapatos? »Mira: ¡la mano le abrasa, Y tiene los pies tan fríos! ¡Oh, toma, toma los míos; Yo tengo más en mi casa!» «No sé bién, señora hermosa, Lo que sucedió después: ¡Le vi a mi hijita en los pies Los zapaticos de rosa!» Se vio sacar los pañuelos A una rusa y a una inglesa; El aya de la francesa Se quitó los espejuelos. Abrió la madre los brazos: Se echó Pilar en su pecho, Y sacó el traje deshecho, Sin adornos y sin lazos. Todo lo quiere saber De la enferma la señora: ¡No quiere saber que llora De pobreza una mujer! ?«¡Sí, Pilar, dáselo! ¡y eso También! ¡Tu manta! ¡Tu anillo!» Y ella le dio su bolsillo: Le dio el clavel, le dio un beso. Vuelven calladas de noche A su casa del jardín: Y Pilar va en el cojín De la derecha del coche. Y dice una mariposa Que vio desde su rosal Guardados en un cristal Los zapaticos de rosa.
Los zapaticos de rosa
en español
Haz que todas tus mañanas sean brillantes, llénate de optimismo, piensa que todo te saldrá bien y no precipites los acontecimientos. No te apresures a tomar decisiones, date tiempo para pensar. No dejes que otro piense por ti, porque tú tienes tu propia personalidad. Sé tú mismo, no dejes de serlo para complacer a otros. No busques amistades cuyos hábitos sean diferentes a los tuyos, pero si tienes buenos amigos, disfruta de su compañía y de su amistad. Comparte con tu familia, saca tiempo para compartir con ellos. Nunca trates de imponer tus propios criterios. Cada persona tiene derecho a opinar y tu deber es oirla. Si así lo haces tu palabra cobrará más fuerza. Sé paciente con los demás, así demostrarás tu alto grado de madurez. Haz buen uso de tu dinero para que tu mayordomía sea una responsable. No desperdicies tu tiempo, pues el tiempo bien usado es un reflejo de tu carácter. No comas con glotonería, sino para alimentarte. No lo hagas por llenar el vientre, sino por una necesidad. Saca tiempo para meditar y aprende a contemplar toda la hermosura que Dios creó a través de la Naturaleza. Respétate a ti mismo y verás que los demás te respetarán. Esfuérzate cada día por ser un buen ciudadano útil en la sociedad. Si practicas estas reglas, seguramente serás en el Nuevo Año un ser humano feliz porque con tu comportamiento estás aportando para una mejor convivencia y podrás ser de inspiración para otros.
Para comenzar con un año nuevo feliz
Claribel Alegría
Quisiera creer que te veré otra vez que nuestro amor florecerá de nuevo quizá seas un átomo de luz quizá apenas existan tus cenizas quizá vuelvas y yo seré cenizas un átomo de luz o estaré lejana. No volverá a repetirse nuestro amor.
SAUDADE
Manuel Alcántara
Ocurre que el olvido, antes de serlo, fue grande amor, dorado cataclismo; muchacha en el umbral de mi egoísmo, ¿qué va a pasar? mejor es no saberlo. Muchacha con amor, ¿dónde ponerlo? Amar son cercanías de uno mismo. Como siempre, rodando en el abismo, se irá el amor, sin verlo ni beberlo. Tumbarse a ver qué pasa, eso es lo mío; cumpliendo años irás en mi memoria, viviendo para ayer, como una brasa, porque no llegará la sangre al río, porque un día seremos sólo historia y lo de uno es tumbarse a ver qué pasa.
SONETO PARA EMPEZAR UN AMOR
José Ángel Valente
Hoy he amanecido como siempre, pero con un cuchillo en el pecho. Ignoro quién ha sido, y también los posibles móviles del delito. Estoy aquí tendido y pesa vertical el frío. La noticia se divulga con relativo sigilo. El doctor estuvo brillante, pero el interrogatorio ha sido confuso. El hecho carece de testigos. (Llamada de portera, dijo que el muerto no tenía antecedentes políticos. Es una obsesión que la persigue desde la muerte del marido.) Por mi parte no tengo nada que declarar. Se busca al asesino; sin embargo, tal vez no hay asesino, aunque se enrede así el final de la trama. Sencillamente yazgo aquí, con un cuchillo... Oscila, pendular y solemne, el frío. No hay pruebas contra nadie. Nadie ha consumado mi homicidio.
EL CRIMEN
José García Nieto
Tú eres el corazón con lo vivido; en ti está todo lo que atrás vamos dejando, lo que hemos ido con pasión amando, definitivamente ya perdido. En ti vemos las gracias que se han ido, los paisajes y el cielo de ayer, cuando las cosas que ahora sigues recordando flotan sobre las aguas del olvido. Pero vives y estás: claro y pequeño, miras aquellos prados, aquel sueño tan lejano, las rosas de aquel día. Crees que puedes cambiar toda la suerte y, aunque vamos derechos a la muerte, vives de lo pasado todavía.
AL ESPEJO RETROVISOR DE UN COCHE
Gabriela Mistral
Todas íbamos a ser reinas, de cuatro reinos sobre el mar: Rosalía con Efigenia y Lucila con Soledad. En el valle de Elqui, ceñido de cien montañas o de más, que como ofrendas o tributos arden en rojo y azafrán, Lo decíamos embriagadas, y lo tuvimos por verdad, que seríamos todas reinas y llegaríamos al mar. Con las trenzas de los siete años, y batas claras de percal, persiguiendo tordos huidos en la sombra del higueral, De los cuatro reinos, decíamos, indudables como el Korán, que por grandes y por cabales alcanzarían hasta el mar. Cuatro esposos desposarían, por el tiempo de desposar, y eran reyes y cantadores como David, rey de Judá. Y de ser grandes nuestros reinos, ellos tendrían, sin faltar, mares verdes, mares de algas, y el ave loca del faisán. Y de tener todos los frutos, árbol de leche, árbol del pan, el guayacán no cortaríamos ni morderíamos metal. Todas íbamos a ser reinas, y de verídico reinar; pero ninguna ha sido reina ni en Arauco ni en Copán. Rosalía besó marino ya desposado en el mar, y al besador, en las Guaitecas, se lo comió la tempestad. Soledad crió siete hermanos y su sangre dejó en su pan, y sus ojos quedaron negros de no haber visto nunca el mar. En las viñas de Montegrande, con su puro seno candeal, mece los hijos de otras reinas y los suyos no mecerá. Efigenia cruzó extranjero en las rutas, y sin hablar, le siguió, sin saberle nombre, porque el hombre parece el mar. Y Lucila, que hablaba a río, a montaña y cañaveral, en las lunas de la locura recibió reino de verdad. En las nubes contó diez hijos y en los salares su reinar, en los ríos ha visto esposos y su manto en la tempestad. Pero en el Valle de Elqui, donde son cien montañas o son más, cantan las otras que vinieron y las que vienen cantarán: ?«En la tierra seremos reinas, y de verídico reinar, y siendo grandes nuestros reinos, llegaremos todas al mar».
Todas íbamos a ser reinas
Gerardo Diego
Un día y otro día y otro día. No verte. Poderte ver, saber que andas tan cerca, que es probable el milagro de la suerte. No verte. Y el corazón y el cálculo y la brújula, fracasando los tres. No hay quien te acierte. No verte. Miércoles, jueves, viernes, no encontrarte, no respirar, no ser, no merecerte. No verte. Desesperadamente amar, amarte y volver a nacer para quererte. No verte. Sí, nacer cada día. Todo es nuevo. Nueva eres tú, mi vida, tú, mi muerte. No verte. Andar a tientas (y era mediodía) con temor infinito de romperte. No verte. Oír tu voz, oler tu aroma, sueños, ay, espejismos que el desierto invierte. No verte. Pensar que tú me huyes, me deseas, querrías encontrarte en mí, perderte. No verte. Dos barcos en la mar, ciegas las velas. ¿Se besarán mañana sus estelas?
NO VERTE
José Asunción Silva
a A. de W. Si en tus recuerdos ves algún día entre la niebla de lo pasado surgir la triste memoria mía medio borrada ya por los años, piensa que fuiste siempre mi anhelo y si el recuerdo de amor tan santo mueve tu pecho; nubla tu cielo, llena de lágrimas tus ojos garzos; ¡ah! ¡no me busques aquí en la tierra donde he vivido, donde he luchado, sino en el reino de los sepulcros donde se encuentran paz y descanso!
SUSPIRO
Claribel Alegría
Fue una pequeña muerte tu partida. Una muerte pequeña que me crece cuando imagino a veces que estás cerca y me obstino en dar vueltas por las calles y regreso a mi casa con la lluvia cayendo y me asalta tu voz en la noche sin horas.
PEQUEÑA MUERTE
Omar García Ramírez
Yo esperaba de niño frente a la ventana de la tarde un cometa de flamante estela azotando la cara del sol. Yo esperaba un caballito blanco con cola dorada, sobre el que cabalgaría hasta el fin de la tierra. Años después... Yo esperaba una muchacha callada que en silencio leyera a Gustavo Adolfo Bécquer en un balcón rodeado de golondrinas. Yo esperaba un estado socialista, en donde el amor fuese la primera fuente de la felicidad. Yo esperaba saltar con Neil Armstrong en la cara almidonada de la luna. Pasaron los años... Cayó mi cometa estalló contra un planeta abandonado, me estrellaron una tarta de azufre en la cara en medio de la vía. Mi caballo blanco murió de brucelosis. El estado socialista ideal que visité, era una prisión tropical con un pequeño sátrapa, que caminaba en zancos durante los desfiles patrios, repartiendo caramelos de esperanza revolucionaria. Ya no espero, ya no rumio, ya no vuelo, ya no sueño, ya no planeo, tan solo trato de aterrizar; ya no alunizo, solo caigo sin parapente, caída libre dentro del abismo. Cometa-Prometeo, denso espectro de metal y fuego. Entonces en aquella ciudad... Esperaba casi magullado, (amaestrado por el dolor quizá...) dentro del túnel, el ultimo metro a la felicidad. Era como llegar de la jornada del vagabundeo urbano a la calidez de la cama caliente la mesa servida, copa de vino y cigarro andaluz. Yo esperaba, que la cosa no se prolongase mucho tiempo, en medio del paro, que el problema se arreglase, que se pudiese al menos vivir, y salir del atascón. –Nadie puede pedir peras al olmo,– (es decir yo hacía lo que se podía y en medio de la ciudad aprendí a moverme, como se debe mover un ladrón en la metrópoli; es decir como pez en el agua, como barracuda cerca al banco plateado, como tiburón blanco después del naufragio). Podría decir... Que en algún momento no faltaba nada, Malena y yo lo teníamos todo La nevera estaba llena y mis manos eran ágiles y se deslizaban con alegría pasmosa dentro de los gabanes y pantalones de los turistas, en pos de sus carteras pletóricas de dólares. y eso es mucho para una persona que no pago el servicio militar, que nunca fue de burócrata, Que no fue de rodillas a la iglesia, ( la verdad es que mis padres no me habían bautizado.) Que nunca voto, ni marco papeleta alguna, porque a ellos les interesa que uno lea su basura, su mierda, sus engaños; que uno vote y se meta de cabeza en esas cosas. Lo único que pedía era cariño y fidelidad, fidelidad a la hora de los hechos, fidelidad a la hora de la verdad. ...Pero también eso falló, la doncella que leía a Bécquer, comenzó a leer las revistas corazón. (Aconsejo,... nunca dejéis que vuestras mujeres lean las revistas de corazón, si no queréis ver el vuestro, estrujado como un papel arrugado y viejo tirado en la basura.) La que bailaba como una sirena dentro de la piscina privada de nuestra felicidad de maleantes existencialistas. De poetas de la acción... Se fue... Se esfumó, se evaporo, se transmutó, se fue como un maniquí de plástico, con el pelo teñido y la sonrisa de vinilo rojo, con minifalda de cuero negra y el último botín... Ya no espero... Solo merodeo dentro de los túneles Buscando la víctima propiciatoria. Esperando sin perder el cigarro de los labios, el ultimo tren de la felicidad. Puedo esperar hasta el alba, el bus de los guardianes del centeno, los meticulosos trabajadores de la factoría de avispas, a los vendedores de shop-suey, y los ladrones y cabareteras de la Gran Vía. Viendo pasar a los talladores de cristales negros, a los maleantes de la Yakuza, a los marineros normandos, a los gitanos húngaros; a las mulatas de Abisinia, de Costa de Marfil, de Guinea y del Congo; los chulos de Madrid, las Drag-Quin de Barcelona; todos y todas caminando alegres en medio de los juegos pirotécnicos hacia la torre de Babel. Viendo los besos de chiclets de los cibernéticos amantes que caen con gesto robotizado sobre una calle de soledad metálica. A veces voy a buscar a las trajinadas mujeres del puerto con aliento de maderas portuarias y aceite de cangrejos bermejos entre las piernas. Ya no es tiempo de la cuestión. Ya no es tiempo de la pregunta o de la duda. Era solo la pieza fundamental a la que yo le daba vueltas y más vueltas, ya ve usted, que venía buscándole respuesta, que venía siguiéndole los pasos, pisándole los talones y se escapó... Elemental, trascendental, accidental, occidental. Ya se fue la perra asiria La babilónica meretriz La puta de Bangla Desh. La zorra de Estambul. La hetaira de Roma La perra de Sodoma, la putilla de Sevilla ya puedo llegar con el ataque de frío en la madrugada, después de mi trabajo de sombras chinescas en los extramuros del entorno. Al licor de los primeros minutos del alba, a la muerte lenta con beso de resaca en la mañana. Ya se puede llegar tranquilo. Nadie espera por mí, y yo no espero a nadie. El reloj negro, de tic-tac seco y metálico,... ¡lo estrellé contra la pared de la miseria!
Yo esperaba