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Garcilaso de la Vega
Siento el dolor menguarme poco a poco, no porque ser le sienta más sencillo, más fallece el sentir para sentillo, después que de sentillo estoy tan loco. Ni en sello pienso que en locura toco, antes voy tan ufano con oíllo, que no dejaré el sello y el sufrillo, que si dejo de sello, el seso apoco. Todo me empece, el seso y la locura; prívame éste de sí por ser tan mío; mátame estotra por ser yo tan suyo. Parecerá a la gente desvarío preciarme de este mal, do me destruyo: y lo tengo por única ventura.
SONETO XXXVI
Manuel Machado
A Miguel de Unamuno Yo soy como las gentes que a mi tierra vinieron —soy de la raza mora, vieja amiga del Sol—, que todo lo ganaron y todo lo perdieron. Tengo el alma de nardo del árabe español. Mi voluntad se ha muerto una noche de luna en que era muy hermoso no pensar ni querer... Mi ideal es tenderme, sin ilusión ninguna... De cuando en cuando, un beso y un nombre de mujer. En mi alma, hermana de la tarde, no hay contornos...; y la rosa simbólica de mi única pasión es una flor que nace en tierras ignoradas y que no tiene aroma, ni forma, ni color. Besos ¡pero no darlos! Gloria.... ¡la que me deben! ¡Que todo como un aura se venga para mí! ¡Que las olas me traigan y las olas me lleven, y que jamás me obliguen el camino a elegir! ¡Ambición! No la tengo. ¡Amor! No lo he sentido. No ardí nunca en un fuego de fe ni gratitud. Un vago afán de arte tuve... Ya lo he perdido. Ni el vicio me seduce ni adoro la virtud. De mi alta aristocracia dudar jamás se pudo. No se ganan, se heredan, elegancia y blasón... Pero el lema de casa, el mote del escudo, es una nube vaga que eclipsa un vano sol. Nada os pido. Ni os amo ni os odio. Con dejarme, lo que hago por vosotros, hacer podéis por mí... ¡Que la vida se tome la pena de matarme, ya que yo no me tomo la pena de vivir! ... Mi voluntad se ha muerto una noche de luna en que era muy hermoso no pensar ni querer... De cuando en cuando un beso, sin ilusión ninguna. ¡El beso generoso que no he de devolver!
ADELFOS
Consuelo Hernández
Este canto de pájaros entre la nieve lo atraviesan balas y misiles camino al medio oriente. Surcan el cielo helicópteros que vigilan nuestros pasos y en la tienda nos saluda el mercader de la guerra con máscaras de gas, equipos de emergencia cintas adhesivas para puertas y ventanas y vacunas contra las imaginarias “armas de destrucción masiva”... Ya adentro en la casa todo se me olvida porque la vida sigue.
Equipo para la guerra
Juan Ramón Jiménez
Cada minuto de este oro ¿no es toda la eternidad? El aire puro lo mece sin prisa, como si ya fuera todo el oro que tuviera que acompasar. (¡Ramas últimas, divinas, inmateriales, en paz; ondas del mar infinito de una tarde sin pasar!) Cada minuto de este oro ¿no es un latido inmortal de mi corazón radiante por toda la eternidad?
LA HORA
Ángeles Carbajal
Porque ya no sufro ni sueño con ella. Porque tantas veces nunca, tantas veces nadie, tantas veces nada... (y porque a mi edad ya no soporto despertarme en mitad de una mentira) empiezo a perderle el respeto a la vida.
Razones
Julia de Burgos
Tengo caído el sueño, y la voz suspendida de mariposas muertas. El corazón me sube amontonado y solo a derrotar auroras en mis párpados. Perdida va mi risa por la ciudad del viento más triste y devastada. Mi sed camina en ríos agotados y turbios, rota y despedazándose. Amapolas de luz, mis manos fueron fértiles tentaciones de incendio. Hoy, cenizas me tumban para el nido distante. ¡Oh mar, no esperes más! Casi voy por la vida como gruta de escombros. Ya ni el mismo silencio se detiene en mi nombre. Inútilmente estiro mi camino sin luces. Como muertos sin sitio se sublevan mis voces. ¡Oh mar, no esperes más! Déjame amar tus brazos con la misma agonía con que un día nací. Dame tu pecho azul, y seremos por siempre el corazón del llanto?
¡Oh mar, no esperes más!
Claribel Alegría
Desde tu ausencia llamo de tu exilio desde este viento sur que te convoca y se asemeja a ti.
CONJURA
Pedro Salinas
No me fío de la rosa de papel, tantas veces que la hice yo con mis manos. Ni me fío de la otra rosa verdadera, hija del sol y sazón, la prometida del viento. De ti que nunca te hice, de ti que nunca te hicieron, de ti me fío, redondo seguro azar.
FE MÍA
Luis de Góngora
Cantastes, Rufo, tan heroicamente De aquel César novel la augusta historia, Que está dudosa entre los dos la gloria Y a cuál se deba dar ninguno siente. Y así la Fama, que hoy de gente en gente Quiere que de los dos la igual memoria Del tiempo y del olvido haya victoria, Ciñe de lauro a cada cual la frente. Debéis con gran razón ser igualados, Pues fuistes cada cual único en su arte: Él solo en armas, vos en letras solo, Y al fin ambos igualmente ayudados: Él de la espada del sangriento Marte, Vos de la lira del sagrado Apolo.
A JUAN RUFO
Byron Espinoza
Prepara los puñales y alfileres: voy a quitarle vigilancia al corazón.
Prepara los puñales...
Luis de Góngora
Este a Pomona, cuando ya no sea Edificio al silencio dedicado, Que si el cristal le rompe desatado, Suave el ruiseñor le lisonjea, Dulce es refugio, donde se pasea La quïetud, y donde otro cuidado Despedido, si no digo burlado, De los términos huye desta aldea. Aquí la Primavera ofrece flores Al gran pastor de pueblos, que enriquece De luz a España y gloria a los Venegas. ¡Oh peregrino, tú, cualquier que llegas, Paga en admiración las que te ofrece El huerto frutas y el jardín olores!
DE UNA QUINTA QUE HIZO EL OBISPO DON ANTONIO VENEGAS
Delfina Acosta
El gallo soy de la veleta roja que mira al Norte porque Norte soy. A mi pueblo lo barre el mismo pueblo: un viento malo con que al río voy. La saeta del Este cuando gira da vuelta al pueblo, al lirio y al convoy del caballo al que subo al ser el día para saber al irme en dónde estoy. He plantado una estrella en el Oeste que bajará a la noche. Te la doy porque subes al Este cada tarde. Yo te amaría, mas veleta soy. El gallo fui de la veleta roja que al Sur apunta pues al Sur me voy. En su frío se templa mi poesía: la rosa dura que ha de abrirse hoy.
La rosa dura
Luis de Góngora
En vez de las Helíades, ahora Coronan las Pïérides el Pado, Y tronco la más culta levantado, Suda electro en los números que llora. Plumas vestido ya las aguas mora Apolo, en vez del pájaro nevado Que a la fatal del Joven fulminado Alta rüina, voz debe canora. ¿Quién, pues, verdes cortezas, blanca pluma Les dio? ¿Quién de Faetón el ardimiento, A cuantos dora el Sol, a cuantos baña Términos del océano la espuma, Dulce fía? Tú métrico instrumento, Oh Mercurio del Júpiter de España.
AL CONDE DE VILLAMEDIANA, DE SU FAETÓN
José Martí
Yo sueño con los ojos Abiertos, y de día Y noche siempre sueño. Y sobre las espumas Del ancho mar revuelto, Y por entre las crespas Arenas del desierto Y del león pujante, Monarca de mi pecho, Montado alegremente Sobre el sumiso cuello,? Un niño que me llama Flotando siempre veo!
Sueño despierto
Dina Posada
Porque fuiste reto desmedido a esta alegría que no me terminaba de nacer y no teniendo a la vista otra vida sino la que desgastan mis pasos y mis horas te designo albacea de mi último suspiro
TESTAMENTO
Pablo Neruda
20 poemas de amor y una canción desesperada Cuerpo de mujer, blancas colinas, muslos blancos, te pareces al mundo en tu actitud de entrega. Mi cuerpo de labriego salvaje te socava y hace saltar el hijo del fondo de la tierra. Fui solo como un túnel. De mí huían los pájaros y en mí la noche entraba su invasión poderosa. Para sobrevivirme te forjé como un arma, como una flecha en mi arco, como una piedra en mi honda. Pero cae la hora de la venganza, y te amo. Cuerpo de piel, de musgo, de leche ávida y firme. Ah los vasos del pecho! Ah los ojos de ausencia! Ah las rosas del pubis! Ah tu voz lenta y triste! Cuerpo de mujer mía, persistiré en tu gracia. Mi sed, mi ansia sin límite, mi camino indeciso! Oscuros cauces donde la sed eterna sigue, y la fatiga sigue, y el dolor infinito.
20 poemas de amor y una canción desesperada - Poema 1
José Martí
Dentro de mí hay un león enfrenado: De mi corazón he labrado sus riendas: Tú me lo rompiste: cuando lo vi roto Me pareció bien enfrenar a la fiera. Antes, cual la llama que en la estera prende, Mi cólera ardía, lucía y se apagaba: Como del león generoso en la selva La fiebre se enciende; lo ciega y se calma. Pero, ya no puedes: las riendas le he puesto Y al juicio he subido en el león a caballo: La furia del juicio es tenaz: ya no puedes. Dentro de mí hay un león enfrenado.
Dentro de mí...
Julio Herrera y Reissig
Je serai ton cercuil, aimable pestilence!... Noche de tenues suspiros platónicamente ilesos: vuelan bandadas de besos y parejas de suspiros; ebrios de amor, los cefiros hinchan su leve pulmón, y los sauces en montón obseden los camalotes como torvos hugonotes de una muda emigración. Es la divina hora azul en que cruza el meteoro, como metáfora de oro por un gran cerebro azul. Una encantada Estambul surge de tu guardapelo y llevan su desconsuelo hacía vagos ostracismos floridos sonambulismos y adioses de terciopelo. En este instante de esplín, mi cerebro es como un piano donde un aire wagneriano toca el loco del esplín. En el lírico festín de la ontológica altura, muestra la luna su dura calavera torva y seca y hace una rígida mueca con su mandíbula oscura. El mar, como gran anciano, lleno de arrugas y canas, junto a las playas lejanas tiene rezongos de anciano. Hay en acecho una mano dentro del tembladeral; y la supersustancial vía láctea se me finge la osamenta de una Esfinge dispersada en un erial. Cantando la tartamuda frase de oro de una flauta, recorre el eco su pauta de música tartamuda. El entrecejo de Buda hinca el barranco sombrío, abre un bostezo de hastío la perezosa campaña, y el molino es una araña que se agita en el vacío. ¡Deja que incline mi frente en tu frente subjetiva, en la enferma, sensitiva media luna de tu frente, que en la copa decadente de tu pupila profunda beba el alma vagabunda que me da ciencias astrales en las horas espectrales de mi vida moribunda! ¡Deja que rime unos sueños en tu rostro de gardenia, Hada de la neurastenia, trágica luz de mis sueños! Mercadera de beleños llévame al mundo que encanta; ¡soy el genio de Atalanta que en sus delirios evoca el ecuador de tu boca y el polo de tu garganta! Con el alma hecha pedazos, tengo un Calvario en el mundo; amo y soy un moribundo, tengo el alma hecha pedazos: ¡cruz me deparan tus brazos, hiel tus lágrimas salinas, tus diestras uñas espinas y dos clavos luminosos los aleonados y briosos ojos con que me fascinas! ¡Oh mariposa nocturna de mi lámpara suicida, alma caduca y torcida, evanescencia nocturna; linfática taciturna de mi Nirvana opioso, en tu mirar sigiloso me espeluzna tu erotismo que es la pasión del abismo por el Ángel Tenebroso! (Es media noche.) Las ranas torturan en su acordeón un "piano" de Mendelssohn que es un gemido de ranas; habla de cosas lejanas un clamoreo sutil; Y con aire acrobatil, bajo la inquieta laguna, hace piruetas la luna sobre una red de marfil. Juega el viento perfumado, con los pétalos que arranca, una partida muy blanca de un ajedrez perfumado; pliega el arroyo en el prado su abanico de cristal, y genialmente anormal finge el monte a la distancia una gran protuberancia del cerebro universal. ¡Vengo a ti, serpiente de ojos que hunden crímenes amenos, la de los siete venenos en el iris de sus ojos; beberán tus llantos rojos mis estertores acerbos, mientras los fúnebres cuervos, reyes de las sepulturas, velan como almas oscuras de atormentados protervos! ¡Tú eres póstuma y marchita misteriosa flor erótica, miliunanochesca, hipnótica, flor de Estigia ocre y marchita, tú eres absurda y maldita, desterrada del Placer, la paradoja del ser en el borrón de la Nada, una hurí desesperada del harem de Baudelaire! ¡Ven, reclina tu cabeza de honda noche delincuente sobre mi tétrica frente, sobre mi aciaga cabeza; deje su indócil rareza tú numen desolador, que en el drama inmolador de nuestros mudos abrazos yo te abriré con mis brazos un paréntesis de amor!
DESOLACIÓN ABSURDA
Odette Alonso
Ella alzaba el martillo y lo dejaba caer una vez y otra vez sobre mi frente luego abría las piernas y yo volvía a entrar en un mundo cercano a la esperanza. Decía las manzanas la luz el precipicio y dejaba mi cuerpo enlodarse en la pendiente. Mentira tras mentira levantamos la casa y acunamos al hijo soñamos un futuro que supimos incierto. Yo cortaba la leña y encendía la hoguera que me consumiría yo le decía amor y esperaba anhelante la primera patada o el beso más certero. Oteaba la llanura desde lo alto veía con envidia a las ovejas descarriarse y regresaba manso al calor de su falda. Lloré todas las noches un llanto recalentado y torpe y así la vi partir sin voltearse a mirar el humo de la choza.
CANCIÓN DEL MANSO PASTORZUELO
Carlos Edmundo de Ory
Triste estoy como un cajón vacío El mutuo sueño de mis ojos rueda Me acuesto en los valles a ver el tiempo Agrando con mi cansancio el espacio El sol todavía me persigue ¡oh dioses! Sigo ciego y en mis manos mis manos pongo Deseo conducirme a espaldas de la vida como un cuerpo que al alma sus horas disminuye Ven triste ve tú ven y ve solo Sopla allá en el portal del infinito La alborada metódica de la existencia sale No encuentro puro territorio en nada Un plagado único dolor perdido acude a la desierta esfera blanca de los misterios La sed santa la fe secreta roza el ánimo ¡Me asisten seres de fatales alas! Ni voluntad ni empleo en el celeste fin Sólo brillos comparten las altas apetencias Triste sigo lo mismo que el hórreo abandonado en la tormenta alada Ven triste ve tú ven y ve solo.
VEN TRISTE VE TÚ
Gabriela Mistral
Al llegar la medianoche y al romper en llanto el Niño, las cien bestias despertaron y el establo se hizo vivo. Y se fueron acercando, y alargaron hasta el Niño los cien cuellos anhelantes como un bosque sacudido. Bajó un buey su aliento al rostro y se lo exhaló sin ruido, y sus ojos fueron tiernos como llenos de rocío. Una oveja lo frotaba, contra su vellón suavísimo, y las manos le lamían, en cuclillas, dos cabritos... Las paredes del establo se cubrieron sin sentirlo de faisanes, y de ocas, y de gallos, y de mirlos. Los faisanes descendieron y pasaban sobre el Niño la gran cola de colores; y las ocas de anchos picos, arreglábanle las pajas; y el enjambre de los mirlos era un velo palpitante sobre del recién nacido... Y la Virgen, entre cuernos y resuellos blanquecinos, trastocada iba y venía sin poder coger al Niño. Y José llegaba riendo a acudir a la sin tino. Y era como bosque al viento el establo conmovido...
El establo
Delfina Acosta
Descalza peregrino debajo de la lluvia. Lloro por dentro un agua de oro. Cuéntame, bienamado. ¿Dónde tu reino, tus lacayos, tu ángel de la guarda, y tu bufón? Mas, ¿dónde tu victoria, tu cicatriz profunda, tu esclava, tu corona, y tu cabeza amada? Mi corazón en llamas es la señal callada de que aún vivo.
Cosecha
Luis de Góngora
Con razón, gloria excelsa de Velada. Te admira Europa, y tanto, que celoso Su robardor mentido pisa el coso, Piel este día, forma no alterada. Buscó tu fresno, y extinguió tu espada En su sangre su espíritu fogoso: Si de tus venas ya lo generoso Poca arena dejó calificada. Lloró su muerte el Sol, y del segundo Lunado signo su esplendor vistiendo, A la satisfacción se disponía; Cuando el monarca deste y de aquel mundo Dejar te mandó el circo, previniendo No acabes dos planetas en un día.
AL MARQUÉS DE VELADA, HERIDO DE UN TORO
Leopoldo María Panero
No es tu sexo lo que en tu sexo busco sino ensuciar tu alma: desflorar con todo el barro de la vida lo que aún no ha vivido.
DIARIO DE UN SEDUCTOR
Pablo Neruda
20 poemas de amor y una canción desesperada Ah vastedad de pinos, rumor de olas quebrándose, lento juego de luces, campana solitaria, crepúsculo cayendo en tus ojos, muñeca, caracola terrestre, en ti la tierra canta! En ti los ríos cantan y mi alma en ellos huye como tú lo desees y hacia donde tú quieras. Márcame mi camino en tu arco de esperanza y soltaré en delirio mi bandada de flechas. En torno a mí estoy viendo tu cintura de niebla y tu silencio acosa mis horas perseguidas, y eres tú con tus brazos de piedra transparente donde mis besos anclan y mi húmeda ansia anida. Ah tu voz misteriosa que el amor tiñe y dobla en el atardecer resonante y muriendo! Así en horas profundas sobre los campos he visto doblarse las espigas en la boca del viento.
20 poemas de amor y una canción desesperadaPoema 3
Alfredo Lavergne
Nada cambia. Bajo Me detengo En una población en blanco En uno de esos caseríos marcados con un nombre En una ciudad que soporta Invitaciones Desembarcos Aterrizajes De demasiados países O en una de las astillas del encanto de la naturaleza. Cruzo la calle Culmina una trayectoria. Meto la mano al bolsillo y entrego propina A los movimientos imaginarios Que en las esquinas Agradecen y envidian.
Chef - d'Oeuvre
Mario Benedetti
No cabe duda. Ésta es mi casa aquí sucedo, aquí me engaño inmensamente. Ésta es mi casa detenida en el tiempo. Llega el otoño y me defiende, la primavera y me condena. Tengo millones de huéspedes que ríen y comen, copulan y duermen, juegan y piensan, millones de huéspedes que se aburren y tienen pesadillas y ataques de nervios. No cabe duda. Ésta es mi casa. Todos los perros y campanarios pasan frente a ella. Pero a mi casa la azotan los rayos y un día se va a partir en dos. Y yo no sabré dónde guarecerme porque todas las puertas dan afuera del mundo.
Ésta es mi casa
Alfredo Lavergne
Las líneas serpentinas de las cosas del invernadero. C a e n, sobre nuestras rosas.
Geógrama I
Antonio Machado
Nuestras vidas son los ríos, que van a dar a la mar, que es el morir. ¡Gran cantar! Entre los poetas míos tiene Manrique un altar. Dulce goce de vivir: mala ciencia del pasar, ciego huir a la mar. Tras el pavor del morir está el placer de llegar. ¡Gran placer! Mas ¿y el horror de volver? ¡Gran pesar!
Glosa
Pablo Neruda
Recabarren, en estos días de persecución, en la angustia de mis hermanos relegados, combatidos por un traidor, y con la patria envuelta en odio, herida por la tiranía, recuerdo la lucha terrible de tus prisiones, de tus pasos primeros, tu soledad de torreón irreductible, y cuando, saliendo del páramo, un hombre y otro a ti vinieron a congregar el amasijo del pan humilde defendido por la unidad del pueblo augusto.
Envío (1949)
Juan de Arguijo
Pudo quitarte el nuevo atrevimiento, bello hijo del Sol, la dulce vida; la memoria no pudo, qu'extendida dejó la fama de tan alto intento. Glorioso aunque infelice pensamiento desculpó la carrera mal regida; y del paterno carro la caída subió tu nombre a más ilustre asiento. En tal demanda al mundo aseguraste que de Apolo eras hijo, pues pudiste alcanzar dél la empresa a que aspiraste. Término ponga a su lamento triste Climente, si la gloria ganaste excede al bien que por osar perdiste.
A FAETÓN
Luis de Góngora
Herido el blanco pie del hierro breve, Saludable si agudo, amiga mía, Mi rostro tiñes de melancolía, Mientras de rosicler tiñes la nieve. Temo (que quien bien ama, temer debe) El triste fin de la que perdió el día, En roja sangre y en ponzoña fría Bañado el pie que descuidado mueve. Temo aquel fin, porque el remedio para, Si no me presta el sonoroso Orfeo Con su instrumento dulce su voz clara. ¡Mas ay, que cuando no mi lira, creo Que mil veces mi voz te revocara, Y otras mil te perdiera mi deseo!
A UNA SANGRÍA DE UN PIE
José Asunción Silva
Ella estaba con él... A su frente pensativa y pálida, penetrando al través de las rejas de antigua ventana de la luna naciente venían los rayos de plata, él estaba a sus pies, de rodillas, ¡perdido en las vagas visiones que cruzan en horas felices los cielos del alma! Con las trémulas manos asidas, con el mudo fervor de los que aman, palpitanto en los labios los besos, entrambos hablaban el lenguaje mudo sin voz ni palabras que en momentos de dicha suprema, tembloroso el espíritu habla... El silencio que crece... la brisa que besa las ramas, dos seres que tiemblan, la luz de la luna que el paisaje baña, ¡amor un instante detén allí el vuelo, murmura tus himnos de triunfo y recoge las alas! Unos meses después, él dormía bajo de una lápida el último sueño de que nadie vuelve el último sueño de paz y de calma. Anoche, una fiesta con su grato bullicio animaba de ese amor el tranquilo escenario. ¡Oh burbujas del rubio champaña! ¡Oh perfume de flores abiertas! ¡Oh girar de desnudas espaldas! ¡Oh cadencias del valse que mueve torbellinos de tules y gasas! Allí estuvo, más linda que nunca, por el baile tal vez agitada se apoyó levemente en mi brazo, dejamos las salas y un instante después penetramos en la misma estancia que un año antes no más la había visto temblando callada, ¡cerca de él!... ...Amorosos recuerdos, tristezas lejanas, cariñosas memorias que vibran, como sones de arpa, tristezas profundas del amor, que en sollozos estallan, presión de sus manos, són de sus palabras, calor de sus besos, ¿por qué no volvisteis a su alma?... A su pecho no vino un suspiro a sus ojos no vino una lágrima ni una nube nubló aquella frente pensativa y pálida y mirando los rayos de luna que al través de la reja llegaban, murmuró con su voz donde vibran, como notas y cantos y músicas de campanas vibrantes de plata: ¡qué valses tan lindos! ¡qué noche tan clara!
LUZ DE LUNA
Nicolás Fernández de Moratín
Admiróse un portugués de ver que en su tierna infancia todos los niños en Francia supiesen hablar francés. «Arte diabólica es», dijo, torciendo el mostacho, «que para hablar en gabacho un fidalgo en Portugal llega a viejo, y lo habla mal; y aquí lo parla un muchacho».
SABER SIN ESTUDIAR
Consuelo Hernández
Aquí derramando sobre mi vasta mar negro sobre blanco delineo mi destino pescando en el tintero voces que nada dicen estrujo las palabras sin poder hallar el sentido de mi pasar. Busco un asidero en esa frágil telaraña donde día a día muero. Entonces, dónde estoy a dónde voy me atraen los imanes de la muerte y me rescata la vida en su juego rutinario. No quiero morirme sin ver la explosión de mis volcanes el nuevo cráter que quedará después de la ceniza y de la lava cuando el fuego sea el fuego sosegado que sólo yo adentro lo atestigüe.
Volcán en actividad
Luis de Góngora
¿Vos sois Valladolid? ¿Vos sois el valle De olor? ¡Oh fragrantísima ironía! A rosa oléis, y sois de Alejandría, Que pide al cuerpo más que puede dalle. Serenísimas damas de buen talle, No os andéis cocheando todo el día, Que en dos mulas mejores que la mía Se pasea el estiércol por la calle. Los que en esquinas vuestros corazones Asáis por quien, alguna noche clara, Os vertió el pebre y os mechó sin clavos, ¿Pasáis por tal que sirvan los balcones, Los días a los ojos de la cara, Las noches a los ojos de los rabos?
¿Vos sois Valladolid?
Ramón López Velarde
A Artemio de Valle-Arizpe Tus ventanas, con pájaros y flores, tus ventanas que miran al oriente, están esclarecidas con la gracia de la aurora riente que con primicias de su luz decora la virtud de tu frente. Tus ventanas de antigua arquitectura en que el canario, a trinos, alborota la paz de tu silencio provinciano; ventanas en que flota, para embriaguez de los amantes fieles, la desmayada ofrenda del perfume de rosas y claveles... Tus ventanas, Amor, de cuya clave quise colgar la jaula de mi dicha para que la cuidaras como una ave; ventanas de madera en que en vano soñé dejar prendida mi devoción como una enredadera... Tus ventanas que miran al oriente y madrugan, fragantes, de limpieza ¿esperaron una alba, de cándida belleza, o el regreso del novio que anda en tierras de olvido, o esperaron, acaso, el milagro de un sol desconocido? Ventanas que rondé en la alborada de mis mocedades, rejas con agua, y luz, y caracoles en que Ella gusta de escuchar el sordo fragor de las marinas tempestades; rejas dignas de célebres idilios, rejas de mi noviazgo adolescente, que yo os mire de nuevo ¡oh ventanas, abiertas al oriente!
TUS VENTANAS
Mario Benedetti
5 (después) El futuro no es una página en blanco es una fé de erratas. 8 (previsión) De vez en cuando es bueno ser consciente de que hoy de que ahora estamos fabricando las nostalgias que descongelarán algún futuro. 9 (plurales) Hay ayeres y mañanas pero no hay hoyes.
Conjugaciones
Jorge Luis Borges
Si (como afirma el griego en el Cratilo) el nombre es arquetipo de la cosa en las letras de 'rosa' está la rosa y todo el Nilo en la palabra 'Nilo'. Y, hecho de consonantes y vocales, habrá un terrible Nombre, que la esencia cifre de Dios y que la Omnipotencia guarde en letras y sílabas cabales. Adán y las estrellas lo supieron en el Jardín. La herrumbre del pecado (dicen los cabalistas) lo ha borrado y las generaciones lo perdieron. Los artificios y el candor del hombre no tienen fin. Sabemos que hubo un día en que el pueblo de Dios buscaba el Nombre en las vigilias de la judería. No a la manera de otras que una vaga sombra insinúan en la vaga historia, aún está verde y viva la memoria de Judá León, que era rabino en Praga. Sediento de saber lo que Dios sabe, Judá León se dio a permutaciones de letras y a complejas variaciones y al fin pronunció el Nombre que es la Clave, la Puerta, el Eco, el Huésped y el Palacio, sobre un muñeco que con torpes manos labró, para enseñarle los arcanos de las Letras, del Tiempo y del Espacio. El simulacro alzó los soñolientos párpados y vio formas y colores que no entendió, perdidos en rumores y ensayó temerosos movimientos. Gradualmente se vio (como nosotros) aprisionado en esta red sonora de Antes, Después, Ayer, Mientras, Ahora, Derecha, Izquierda, Yo, Tú, Aquellos, Otros. (El cabalista que ofició de numen a la vasta criatura apodó Golem; estas verdades las refiere Scholem en un docto lugar de su volumen.) El rabí le explicaba el universo "esto es mi pie; esto el tuyo, esto la soga." y logró, al cabo de años, que el perverso barriera bien o mal la sinagoga. Tal vez hubo un error en la grafía o en la articulación del Sacro Nombre; a pesar de tan alta hechicería, no aprendió a hablar el aprendiz de hombre. Sus ojos, menos de hombre que de perro y harto menos de perro que de cosa, seguían al rabí por la dudosa penumbra de las piezas del encierro. Algo anormal y tosco hubo en el Golem, ya que a su paso el gato del rabino se escondía. (Ese gato no está en Scholem pero, a través del tiempo, lo adivino.) Elevando a su Dios manos filiales, las devociones de su Dios copiaba o, estúpido y sonriente, se ahuecaba en cóncavas zalemas orientales. El rabí lo miraba con ternura y con algún horror. '¿Cómo' (se dijo) 'pude engendrar este penoso hijo y la inacción dejé, que es la cordura?' '¿Por qué di en agregar a la infinita serie un símbolo más? ¿Por qué a la vana madeja que en lo eterno se devana, di otra causa, otro efecto y otra cuita?' En la hora de angustia y de luz vaga, en su Golem los ojos detenía. ¿Quién nos dirá las cosas que sentía Dios, al mirar a su rabino en Praga?
El golem
Gustavo Adolfo Bécquer
Como enjambre de abejas irritadas, de un oscuro rincón de la memoria salen a perseguirme los recuerdos de las pasadas horas. Yo los quiero ahuyentar. ¡Esfuerzo inútil! Me rodean, me acosan, y unos tras otros a clavarme vienen el agudo aguijón que el alma encona.
Rima LXIII
Pablo Neruda
Cuando el deseo de alegría con sus dientes de rosa escarba los azufres caídos durante muchos meses y su red natural, sus cabellos sonando a mis habitaciones extinguidas con ronco paso llegan, allí la rosa de alambre maldito golpea con arañas las paredes y las uñas del cielo se acumulan, de tal modo que no se puede salir, que no se puede digerir un asunto estimable, es tanta la niebla, la vaga nieba cagada de los pájaros, es tanto el humo convertido en vinagre y el agrio aire que horada las escalas: en ese instante en que el día se cae con las plumas deshechas, no hay sino llanto, nada más que llanto, porque sólo sufrir, solamente sufrir, y nada más que llanto. El mar se ha puesto a golpear por años una pata de pájaro, y la sal golpea y la espuma devora, las raíces de un árbol sujetan una mano de niña, más grande que una mano del cielo, y todo el año trabajan, cada día de luna sube sangre de niña hacia las hojas manchadas por la luna, y hay un planeta de terribles dientes envenenando el agua en que caen los niños, cuando es de noche, y no hay sino la muerte, solamente la muerte, y nada más que el llanto. Como un grano de trigo en el silencio, pero a quién pedir piedad por un grano de trigo? Ved cómo están las cosas: tantos trenes, tantos hospitales con rodillas quebradas, tantas tiendas con gentes moribundas: entonces, cómo?, cuándo?, a quién pedir por unos ojos del color de un mes frío, y por un corazón del tamaño del trigo que vacila? No hay sino ruedas y consideraciones, alimentos progresivamente distribuidos, líneas de estrellas, copas en donde nada cae, sino sólo la noche, nada más que la muerte. Hay que sostener los pasos rotos. Cruzar entre tejados y tristezas mientras arde una cosa quemada con llamas de humedad, una cosa entre trapos tristres como la lluvia, algo que arde y solloza, un síntoma, un silencio. Entre abandonadas conversaciones y objetos respirados, entre las flores vacías que el destino corona y abandona, hay un río que cae en una herida, hay el océano golpeando una sombra de flecha quebrantada, hay todo el cielo agujereando un beso. Ayudadme, hojas que mi corazón ha adorado en silencio, ásperas travesías, inviernos del sur, cabelleras de mujeres mojadas en mi sudor terrestre, luna del sur del cielo deshojado, venid a mí con un día sin dolor, con un minuto en que pueda reconocer mis venas. Estoy cansado de una gota, estoy herido en solamente un pétalo, y por un agujero de alfiler sube un río de sangre sin consuelo, y me ahogo en las aguas del rocío que se pudre en la sombra, y por una sonrisa que no crece, por una boca dulce, por unos dedos que el rosal quisiera escribo este poema que sólo es un lamento, solamente un lamento.
Enfermedades en mi casa
Luis Benítez
Del útero a la tumba un sueño te llevará, desnudo, el escarpín y la mortaja hechos de la misma seda. Un sueño con mejillas de pétalos que martillea en tu mente, un beso helado, un golpe en la nuca dado por un desconocido con guanteletes de hierro, sonando tras tu puerta en el cerrojo. Fantasma de metal tu cuerpo, desde los cortos pantalones al bastón del viejo transitado por extranjeros que se acercan a escrutar tus vísceras y las señales del cielo con sus dedos de muerte, verás asombrado cómo la cuchara colmada deposita por igual besos y mordiscos en tu alma cóncava. Del útero a la tumba, clavado a la tierra que sólo se abre dos veces, tus ojos noviando con las fotografías verán al niño libre de pecado y cicatrices, diáfano, aunque su llanto presienta y al hierro del amor marcándote la ingle y al molino del olvido girando, por un viento de huesos. Del útero a la tumba un sueño te llevará, las riendas hechas trizas en ese torbellino, en dos segundos de setenta años, sólo una muesca, en un reloj enorme.
Del útero a la tumba un sueño te llevará
Víctor Botas
No te engañes: no hay más que dos caminos. Mas puedes escoger, así que deja tu estameña y el cuenco de las gachas y cúbrete en silencio de orgullosa púrpura, suave lino, azul diadema, o de húmedas guirnaldas palpitantes, y avanza como un rey o como un toro que inmolaran los flámines a Júpiter. No te engañes: no hay más que dos caminos. Y por los dos irás al matadero.
Vía Crucis
Pablo Neruda
Cien sonetos de amor Antes de amarte, amor, nada era mío: vacilé por las calles y las cosas: nada contaba ni tenía nombre: el mundo era del aire que esperaba. Yo conocí salones cenicientos, túneles habitados por la luna, hangares crueles que se despedían, preguntas que insistían en la arena. Todo estaba vacío, muerto y mudo, caído, abandonado y decaído, todo era inalienablemente ajeno, todo era de los otros y de nadie, hasta que tu belleza y tu pobreza llenaron el otoño de regalos.
Cien sonetos de amor
Mario Benedetti
Es importante hacerlo quiero que me relates tu último optimismo yo te ofrezco mi última confianza aunque sea un trueque mínimo debemos cotejarnos estás sola estoy solo por algo somos prójimos la soledad también puede ser una llama.
Canje
Fray Luis de León
Agora con la aurora se levanta mi Luz; agora coge en rico nudo el hermoso cabello; agora el crudo pecho ciñe con oro, y la garganta; agora vuelta al cielo, pura y santa, las manos y ojos bellos alza, y pudo dolerse agora de mi mal agudo; agora incomparable tañe y canta. Ansí digo y, del dulce error llevado, presente ante mis ojos la imagino, y lleno de humildad y amor la adoro; mas luego vuelve en sí el engañado ánimo, y conociendo el desatino, la rienda suelta largamente al lloro.
AGORA CON LA AURORA
Gloria Fuertes
Me quité de en medio por no estorbar, por no gritar más versos quejumbrosos. Me pasé muchos días sin escribir, sin veros, sin comer más que llanto.
AUTOEUTANASIA SENTIMENTAL
Consuelo Hernández
A esta hora en que todos duermen en que nada se oye rebozante de ti danza la noche. El deseo deslíe las entrañas desandando del otoño promesas que bostezan. La piel juega a la noche hospedando astros rojos de destronados ecos y no logra olvidarte. Cómo hiere las manos palpar en las mortajas... Cómo duele allá adentro abstenerse del aire que segundo a segundo la sangre solicita... Sigue tus pasos ...vestida de ti alojada en tu cuerpo tu imagen así se ata como abeja al panal o araña a su telar... En el río Amazonas te invita a nadar y te enseña el secreto del dominio del agua: déjate llevar por su corriente cara al cielo. Aliméntate de vida boca arriba bebe la semilla del viento y olvida tus umbrales. Con la fuerza del trueno desaloja tus miedos y entrégate a las aguas que palmo a palmo lamen tus carnes maceradas. Flota en sus recodos y reposa mientras velan tu sueño como a un dios olvidado. Como fugaz estrella con el río se van lejos... ella intenta despedirse y tú invocas el miedo de perderte en el mar y gritas que no sabes nadar... ella te salva a leguas de distancia del punto original. Contigo en tierra por la orilla del río el sendero es fácil y corto el recorrido. Mas llega el día, noche más noche que todas las noches juntas... no estás... no hay río... sólo queda tu voz dulce al pronunciar su nombre y persigue las sombras maldiciendo la mano que acaricia tu frente y esa cómoda tumba donde día a día mueres ese profundo abismo donde tú la sepultas... Abre sus manos y salta amor intacto las fuerzas contenidas en su casa cerrada bullen sin encontrar salida. Su corazón estalla relumbroso de fuego ¡tantos deseos rojos que sólo es llama viva! Y se quema en sus ansias su ser es una estrella de puntas infinitas y fosforecen todas las costuras del alma. Se estremece su piel se iluminan sus nervios y su cuerpo relumbra como un árbol de luz.
Árbol de luz
Antonio Fernández Lera
El pincel es la lengua. Los labios apretados colocan el pelo de la mujer desnuda. Quietudes en la piel: reposo inverosímil. El temblor pequeño es el fragmento infinitesimal del estallido. Me gustaría saber quién se ha comido la manzana (pues creo que de haber sido yo me acordaría).
Mujer con espejo
Gabriela Mistral
I La tierra se hace madrastra si tu alma vende a mi alma. Llevan un escalofrío de tribulación las aguas. El mundo fue más hermoso desde que me hiciste aliada, cuando junto de un espino nos quedamos sin palabras ¡y el amor como el espino nos traspasó de fragancia! Pero te va a brotar víboras la tierra si vendes mi alma; baldías del hijo, rompo mis rodillas desoladas. Se apaga Cristo en mi pecho ¡y la puerta de mi casa quiebra la mano al mendigo y avienta a la atribulada! II Beso que tu boca entregue a mis oídos alcanza, porque las grutas profundas me devuelven tus palabras. El polvo de los senderos guarda el olor de tus plantas y oteándolas como un ciervo, te sigo por las montañas... A la que tú ames, las nubes la pintan sobre mi casa. Ve cual ladrón a besarla de la tierra en las entrañas; que, cuando el rostro le alces, hallas mi cara con lágrimas. III Dios no quiere que tu tengas sol si conmigo no marchas; Dios no quiere que tu bebas si yo no tiemblo en tu agua; no consiente que te duermas sino en mi trenza ahuecada. IV Si te vas, hasta en los musgos del camino rompes mi alma; te muerden la sed y el hambre en todo monte o llamada y en cualquier país las tardes con sangre serán mis llagas. Y destilo de tu lengua aunque a otra mujer llamaras, y me clavo como un dejo de salmuera en tu garganta; y odies, o cantes, o ansíes, ¡por mí solamente clamas! V Si te vas y mueres lejos, tendrás la mano ahuecada diez años bajo la tierra para recibir mis lágrimas, sintiendo cómo te tiemblan las carnes atribuladas, ¡hasta que te espolvoreen mis huesos sobre la cara!
Dios lo quiere
Fernando de Herrera
sublime Carlo, el bárbaro africano, y el bravo horror del ímpetu otomano la altiva frente humilla quebrantada. Italia en propia sangre sepultada, el invencible, el áspero germano, y el osado francés con fuerte mano al yugo la cerviz trae inclinada. Alce España los arcos en memoria y en colosos a una y otra parte, despojos y coronas de vitoria, que ya en la tierra y mar no queda parte que no sea trofeo de tu gloria, ni le resta más honra al fiero Marte.
Temiendo tu valor
José Martí
Con la primavera Viene la canción, La tristeza dulce Y el galante amor. Con la primavera Viene una ansiedad De pájaro preso Que quiere volar. No hay cetro más noble Que el de padecer: Sólo un rey existe: El muerto es el rey.
Con la primavera
Leopoldo Lugones
El mar, lleno de urgencias masculinas, bramaba en derredor de tu cintura, y como un brazo colosal, la oscura ribera te amparaba. En tus retinas, y en tus cabellos, y en tu astral blancura rieló con decadencias opalinas esa luz de las tardes mortecinas que en el agua pacífica perdura. Palpitando a los ritmos de tu seno hinchóse en una ola el mar sereno; para hundirte en sus vértigos felinos su voz te dijo una caricia vaga, y al penetrar entre tus muslos finos la onda se aguzó como una daga.
OCEÁNIDA
Delfina Acosta
Déjame que te cuente las palabras. Somos los hijos de los rojos versos que vuelan cuando está la noche encima. Qué pálidos amantes, pues nos vemos sólo a través de los rocíos fríos que salen a morir por un momento. Está la hoguera presta. Y ya la sangre de la poesía corre por los huecos de nuestras manos blancas y apretadas contra las piedras y los malos vientos. Yo vengo desde el fondo de tus letras para que en mí te veas. Y te muerdo, amante, cada día con dulzura. Porque imposible es todo yo te quiero. Ya escribes en mi alma los poemas con que me abrazas desde tu silencio, me sueltas y me vuelves a abrazar. ¿Escuchas cómo va pasando el cielo?
Dos hijos
Pablo Neruda
Cien sonetos de amor No te amo como si fueras rosa de sal, topacio o flecha de claveles que propagan el fuego: te amo como se aman ciertas cosas oscuras, secretamente, entre la sombra y el alma. Te amo como la planta que no florece y lleva dentro de sí, escondida, la luz de aquellas flores, y gracias a tu amor vive oscuro en mi cuerpo el apretado aroma que ascendió de la tierra. Te amo sin saber cómo, ni cuándo, ni de dónde, te amo directamente sin problemas ni orgullo: así te amo porque no sé amar de otra manera, sino así de este modo en que no soy ni eres, tan cerca que tu mano sobre mi pecho es mía, tan cerca que se cierran tus ojos con mi sueño.
Cien sonetos de amor
Antonio Machado
El rojo sol de un sueño en el Oriente asoma. Luz en sueños. ¿No tiemblas, andante peregrino? Pasado el llano verde, en la florida loma, acaso está el cercano final de tu camino. Tú no verás del trigo la espiga sazonada y de macizas pomas cargado el manzanar, ni de la vid rugosa la uva aurirrosada ha de exprimir su alegre licor en tu lagar. Cuando el primer aroma exhalen los jazmines y cuando más palpiten las rosas del amor, una mañana de oro que alumbre los jardines, ¿no huirá, como una nube dispersa, el sueño en flor? Campo recién florido y verde, ¡quién pudiera soñar aún largo tiempo en esas pequeñitas corolas azuladas que manchan la pradera, y en esas diminutas primeras margaritas!
El rojo sol de un sueño en el Oriente asoma
Carlos Bousoño
La vida, el mar, tumulto y honda seda inmóvil CERVANTES Guerreaste en mar sedoso, te hiciste, te rehiciste, te creciste en el acoso, y, al luchar, te malheriste. Y luego, ¿qué es lo que queda? En la memoria cruel del lector, el verso aquel que hablaba de aquella seda.
POETA EN UN ABORDAJE CON EL MAR EN CALMA
Gabriela Mistral
Una en mí maté: yo no la amaba. Era la flor llameando del cactus de montaña; era aridez y fuego; nunca se refrescaba. Piedra y cielo tenía a pies y a espadas y no bajaba nunca a buscar «ojos de agua». Donde hacía su siesta, las hierbas se enroscaban de aliento de su boca y brasa de su cara. En rápidas resinas se endurecía su habla, por no caer en linda presa soltada. Doblarse no sabía la planta de montaña, y al costado de ella, yo me doblaba... La dejé que muriese, robándole mi entraña. Se acabó como el águila que no es alimentada. Sosegó el aletazo, se dobló, lacia, y me cayó a la mano su pavesa acabada... Por ella todavía me gimen sus hermanas, y las gredas de fuego al pasar me desgarran. Cruzando yo les digo: ?Buscad por las quebradas y haced con las arcillas otra águila abrasada. Si no podéis, entonces, ¡ay!, olvidadla. Yo la maté. ¡Vosotras también matadla!
La otra
Fray Luis de León
Quien viere el sumptuoso túmulo al alto cielo levantado, de luto rodeado, de lumbres mil copioso, si se para a mirar quién es el muerto, será desde hoy bien cierto que no podrá en el mundo bastar nada para estorbar la fiera muerte airada. Ni edad, ni gentileza, ni sangre real antigua y generosa, ni de la más gloriosa corona la belleza, ni fuerte corazón, ni muestras claras de altas virtudes raras, ni tan gran padre, ni tan grande abuelo, que llenan con su fama tierra y cielo. ¿Quién ha de estar seguro, pues la fénix que sola tuvo el mundo, y otro Carlos segundo, nos lleva el hado duro? Y vimos sin color su blanca cara, a su España tan cara, como la tierna rosa delicada, que fue sin tiempo y sin razón cortada. Ilustre y alto mozo, a quien el cielo dio tan corta vida, que apenas fue sentida, fuiste breve gozo y ahora luengo llanto de tu España, de Flandes y Alemaña, Italia y de aquel mundo nuevo y rico, con quien cualquier imperio es corto y chico. No temas que la muerte vaya de tus despojos vitoriosa; antes irá medrosa de tu espíritu fuerte, las ínclitas hazañas que hicieras, los triunfos que tuvieras; y vio que a no perderte se perdía. y ansí el mismo temor le dio osadía.
CANCIÓN A LA MUERTE DEL MISMO
Nacho Buzón
la muerte está en todas partes en los aviones en las carreteras tras un árbol en los pasos de cebra dentro de un water en los campos de maíz en las botellas en los combates de boxeo dentro de una ola en los parkings subterráneos en las jeringuillas en los casinos tras un rayo en la bombona de butano acurrucada en un coche en las pistolas en los baños públicos en tus manos dentro de un furgón blindado en la noche la muerte no hace distinciones de sexo raza o religión se lleva a tu padre a tu madre al repartidor de pizzas a la portera de la calle 14 al tres veces campeón de tenis a los aztecas romanos fenicios contemporáneos al cantante de moda al derviche de turno al pobre al más pobre al rico a mi abuela a los jugadores de fútbol al muchacho de color y al blanquito a las modelos a los camellos gualtrapas santurrones y filósofos de ocasión a los tres reyes magos al vecino de arriba y también al de debajo a ti a mí ante la inminencia de la muerte no es necesario precipitarse en hacer esas cosas que uno siempre quiso y nunca pudo teñirse el pelo matar a un hombre follarse a la mujer de tu hermano robar un banco ir a un concierto de leonard cohen meterse un pico tener un gato comer iguana bañarse en champagne visitar egipto ser político tocar el piano tener un hijo o dos comprarse un coche nadar cien metros casarse donar un riñon ver la tele amar ante la muerte sólo nos queda morirnos
radiografía de una tumba
Lope de Vega
¿Quién es aquel Caballero herido por tantas partes, que está de expirar tan cerca, y no le socorre nadie? «Jesús Nazareno» dice aquel rétulo notable. ¡Ay Dios, que tan dulce nombre no promete muerte infame! Después del nombre y la patria, Rey dice más adelante, pues si es rey, ¿cuándo de espinas han usado coronarse? Dos cetros tiene en las manos, mas nunca he visto que claven a los reyes en los cetros los vasallos desleales. Unos dicen que si es Rey, de la cruz descienda y baje; y otros, que salvando a muchos, a sí no puede salvarse. De luto se cubre el cielo, y el sol de sangriento esmalte, o padece Dios, o el mundo se disuelve y se deshace. Al pie de la cruz, María está en dolor constante, mirando al Sol que se pone entre arreboles de sangre. Con ella su amado primo haciendo sus ojos mares, Cristo los pone en los dos, más tierno porque se parte. ¡Oh lo que sienten los tres! Juan, como primo y amante, como madre la de Dios, y lo que Dios, Dios lo sabe. Alma, mirad cómo Cristo, para partirse a su Padre, viendo que a su Madre deja, le dice palabras tales: Mujer, ves ahí a tu hijo y a Juan: Ves ahí tu Madre. Juan queda en lugar de Cristo, ¡ay Dios, qué favor tan grande! Viendo, pues, Jesús que todo ya comenzaba a acabarse, Sed tengo, dijo, que tiene sed de que el hombre se salve. Corrió un hombre y puso luego a sus labios celestiales en una caña una esponja llena de hiel y vinagre. ¿En la boca de Jesús pones hiel?, hombre, ¿qué haces? Mira que por ese cielo de Dios las palabras salen. Advierte que en ella puso con sus pechos virginales una ave su blanca leche a cuya dulzura sabe. Alma, sus labios divinos, cuando vamos a rogarle, ¿cómo con vinagre y hiel darán respuesta süave? Llegad a la Virgen bella, y decirle con el ángel: «Ave, quitad su amargura, pues que de gracia sois Ave». Sepa al vientre el fruto santo, y a la dulce palma el dátil; si tiene el alma a la puerta no tengan hiel los umbrales. Y si dais leche a Bernardo, porque de madre os alabe, mejor Jesús la merece, pues Madre de Dios os hace. Dulcísimo Cristo mío, aunque esos labios se bañen en hiel de mis graves culpas, Dios sois, como Dios habladme. Habladme, dulce Jesús, antes que la lengua os falte, no os desciendan de la cruz sin hablarme y perdonarme.
A CRISTO EN LA CRUZ
Rubén Darío
En la playa he encontrado un caracol de oro macizo y recamado de las perlas más finas; Europa le ha tocado con sus manos divinas cuando cruzó las ondas sobre el celeste toro. He llevado a mis labios el caracol sonoro y he suscitado el eco de las dianas marinas, le acerqué a mis oídos y las azules minas me han contado en voz baja su secreto tesoro. Así la sal me llega de los vientos amargos que en sus hinchadas velas sintió la nave Argos cuando amaron los astros el sueño de Jasón; y oigo un rumor de olas y un incógnito acento y un profundo oleaje y un misterioso viento... (El caracol la forma tiene de un corazón.)
Caracol
Amado Nervo
Por tus ojos verdes yo me perdería, sirena de aquellas que Ulises, sagaz, amaba y temía. Por tus ojos verdes yo me perdería. Por tus ojos verdes en lo que, fugaz, brillar suele, a veces, la melancolía; por tus ojos verdes tan llenos de paz, misteriosos como la esperanza mía; por tus ojos verdes, conjuro eficaz, yo me salvaría.
Madrigal
Delfina Acosta
Amado, desenrédame las trenzas. Escucha a las reidoras golondrinas que pueblan mis susurros confesarte mi amor donde gotea la llovizna. En esta tarde con olor a mar tú tocas a mi puerta. El lobo avisa su amor voraz. A mi casona llegas y bebes de mi boca bien servida. ¿Escuchas? ¿Son las olas o los árboles? ¿Ves las gaviotas vueltas dando al día? Mis dedos te recorren pues se atreven. De golpe todo el cielo. Por las vías de un tren nocturno que a los astros parte, yo voy tras una estrella, si me miras. Amado desenrédame las trenzas y cúbreme los senos con tu vida.
Golondrinas
Gonzalo Rojas
Te besara en la punta de las pestañas y en los pezones, te turbulentamente besara, mi vergonzosa, en esos muslos de individua blanca, tocara esos pies para otro vuelo más aire que ese aire felino de tu fragancia, te dijera española mía, francesa mía, inglesa, ragazza, nórdica boreal, espuma de la diáspora del Génesis, ¿qué más te dijera por dentro? ¿griega, mi egipcia, romana por el mármol? ¿fenicia, cartaginesa, o loca, locamente andaluza en el arco de morir con todos los pétalos abiertos, tensa la cítara de Dios, en la danza del fornicio? Te oyera aullar, te fuera mordiendo hasta las últimas amapolas, mi posesa, te todavía enloqueciera allí, en el frescor ciego, te nadara en la inmensidad insaciable de la lascivia, riera frenético el frenesí con tus dientes, me arrebatara el opio de tu piel hasta lo ebúrneo de otra pureza, oyera cantar a las esferas estallantes como Pitágoras, te lamiera, te olfateara como el león a su leona, parara el sol, fálicamente mía, ¡te amara!
EL FORNICIO
Federico García Lorca
Amparo ¡qué sola estás en tu casa vestida de blanco! (Ecuador entre el jazmín y el nardo). Oyes los maravillosos surtidores de tu patio, y el débil trino amarillo del canario. Por la tarde ves temblar los cipreses con los pájaros, mientras bordas lentamente letras sobre el cañamazo. Amparo, ¡qué sola estás en tu casa, vestida de blanco! Amparo, ¡y qué difícil decirte: yo te amo!
La Lola
Toni García Arias
Palpita el astillero frente al puente de las Pías. Llueve. Ferrol bosteza su última tormenta y pone al aire húmedo de la ría su vestimenta gris, su negra sombra. Cuando era joven, mi padre trabajaba en el astillero. Recorría veinte kilómetros con los pies descalzos. Por entonces, no presentía el futuro y sus declives, el caminar y sus llagas; el mundo se abría como un vientre azul frente a las vías de ASTANO. Cuando el Entreprise rompió en dos el puente de las Pías, Ferrol lamió su piel de huérfana, su ciega distancia. Bajo esta triste luz de Otoño que oscurece de lluvia los pasos Ferrol parece un barco de hambre que aguarda, infinito, su botadura.
Ferrol
Alberto Girri
Dos veces al año florecen tus rosas, y dos veces la ceniza en el cacto, las fases de la lluvia. ¿Te importará que deseche tal imagen, modelo, verso heredado, para que nuestros ojos bendigan el equilibrio, y urda en cambio, al tocarte, un desafío a lo perdido, el fantasma de tu opulencia, la sombra helénica que viene del mar, trae el fuego, la profecía, el templo, la sórdida apoteosis del comercio y del arte? ¿Te modifica, rompe el quieto, eternizado paisaje de arbustos, el aliento del que sin dejarse detener por la dorada promesa del verano atisba en tus facciones, despojos cuya gloria duerme al sol, obstinada, inmune al incendio? Dos veces al año mi hogar entre rosas, oh presencia de un hogar que tus dioses borraron. Dos veces la nostalgia ensombreciendo, aplastando rosas. ¿Te disminuye, tibia Paestum, que este sea mi pago? ¿Tomarás el pooma como algo menos efímero que el momeneo de dejarte?
ELEGÍA DE LA COSTA
Garcilaso de la Vega
La mar en medio y tierras he dejado de cuanto bien, cuitado, yo tenía; y yéndome alejando cada día, gentes, costumbres, lenguas he pasado. Ya de volver estoy desconfiado; pienso remedios en mi fantasía; y el que más cierto espero es aquel día que acabará la vida y el cuidado. De cualquier mal pudiera socorrerme con veros yo, señora, o esperallo, si esperallo pudiera sin perdello; mas no de veros ya para valerme, si no es morir, ningún remedio hallo, y si éste lo es, tampoco podré habello.
SONETO III
Luis de Góngora
Anacreonte español, no hay quien os tope, Que no diga con mucha cortesía, Que ya que vuestros pies son de elegía, Que vuestras suavidades son de arrope. ¿No imitaréis al terenciano Lope, Que al de Belerofonte cada día Sobre zuecos de cómica poesía Se calza espuelas, y le da un galope? Con cuidado especial vuestros antojos Dicen que quieren traducir al griego, No habiéndolo mirado vuestros ojos. Prestádselos un rato a mi ojo ciego, Porque a luz saque ciertos versos flojos, Y entenderéis cualquier gregüesco luego.
A FRANCISCO DE QUEVEDO
Alfredo Buxán
De un tiempo a esta parte el corazón elude, con astucia, ese don de la tierra: el roce de los cuerpos. A qué volver a mendigar el fulgor inexperto de unos labios fértiles pero inconstantes, derrotados de antemano por la siega del tiempo. Cada beso olvidado es una espiga seca, una lengua de ceniza que habita y desbarata la grieta de la lengua, la vencida humedad.
La renuncia
Lope de Vega
Cayó la torre que en el viento hacían mis altos pensamientos castigados, que yacen por el suelo derribados cuando con sus extremos competían. Atrevidos al sol llegar querían, y morir en sus rayos abrasados, de cuya luz contentos y engañados, como la ciega mariposa ardían. ¡Oh, siempre aborrecido desengaño, amado al procurarte, odioso al verte, que en lugar de sanar abres la herida! ¡Plugiera a Dios duraras, dulce engaño, que si ha de dar un desengaño muerte, mejor es un engaño que da vida!
Cayó la torre
Josefina Plá
Deja llevarme mi última aventura. Déjame ser mi propio testimonio, y dar fe de mi propia desmemoria. Déjame diseñar mi último rostro, apretar en mi oído los pasos de la lluvia borrándome el adiós definitivo. Déjame naufragar asida a un paisaje, una nube, al vuelo humilde de un gorrión, a un brote renaciente, o siquiera al relámpago que abra en dos mi último cielo. Sujétame los brazos. engrilla mis tobillos, empareda mis párpados. Pero tatuada una flor en la pupila, crucificada un alba debajo de la frente, acurrucado un beso en la raíz de la lengua, déjame ser mi propio testimonio.
Déjame ser
Víctor Botas
Jadeantes inquietos tercos púgiles de cristal Apenas unas cuantas gaviotas colocadas aquí y allá con gracia Las desnudas rodillas en la arena de una joven igual que dos pecados Cuatro detalles bastan para dejar la playa en esta hoja.
Ars Gratia Artis
Federico García Lorca
1 Debajo de la hoja de la verbena tengo a mi amante malo. ¡Jesús, qué pena! 2 Debajo de la hoja de la lechuga tengo a mi amante malo con calentura. 3 Debajo de la hoja del perejil tengo a mi amante malo y no puedo ir.
Las tres hojas
Juan Ramón Jiménez
Qué trasparente amor, en la cálida tarde tranquila, el del azul y yo. Mi pena viene y va. Mas la mira una estrella suave y se pone a cantar.
MI OASIS
Juan José Vélez Otero
A VECES EL MAR TIENE un extraño sosiego que las aves imitan, una incierta conciencia de la vida que pasa inútilmente bella, hermosamente vana, calladamente quieta. Es el mudo deseo de ser hoja en la brisa lo que emulan las aves. A veces el mar tiene una cierta tristeza que las aves imitan, el rotundo vacío de un poniente sin ecos de veranos antiguos. Es la blanca nostalgia de la infancia sin prisas lo que emulan las aves. A veces el mar tiene las ventanas abiertas y el batir de visillos que las aves imitan, un aroma de fruta otoñal y madura en el cesto dormido. Es el lento destino en espejos de agua lo que emulan las aves. A veces el mar tiene reflejos de mis alas.
A veces el mar
Jordi Doce
Sobre el musgo peinado, sobre la losa negra que confirma tus pasos, mira el tendón del agua, el relieve fluyente que tira de la orilla y de los juncos palidecidos, donde el agua huye de sí, en el umbral del remanso, de su negrura tibiamente limosa. Van por el río tus ojos, por su piel ocelada, entre motas de luz que enmadejan el aire, y su fluir revela las formas de la calma, el molinillo de plegarias del día, el hila que te hila de la contemplación más pura, cuando nada se espera, cuando mirar es sólo subida a otro mirar, ahora, en un tiempo anterior a la mirada.
En Kelmscott Manor
Infantiles
En un trozo de papel con un simple lapicero yo tracé una escalerita, tachonada de luceros. Hermosas estrellas de oro. De plata no había ninguna. Yo quería una escalera para subir a la Luna. Para a subir a la Luna y secarle sus ojitos, no me valen los luceros, como humildes peldañitos. ¿Será porque son dorados en un cielo azul añil? Sólo sé que no me sirven para llegar hasta allí. Estrellitas y luceros, pintados con mucho amor, ¡quiero subir a la Luna y llenarla de color!
En un trozo de papel
Jaime Sabines
Tu cuerpo está a mi lado fácil, dulce, callado. Tu cabeza en mi pecho se arrepiente con los ojos cerrados y yo te miro y fumo y acaricio tu pelo enamorado. Esta mortal ternura con que callo te está abrazando a ti mientras yo tengo inmóviles mis brazos. Miro mi cuerpo, el muslo en que descansa tu cansancio, tu blando seno oculto y apretado y el bajo y suave respirar de tu vientre sin mis labios. Te digo a media voz cosas que invento a cada rato y me pongo de veras triste y solo y te beso como si fueras tu retrato. Tú, sin hablar, me miras y te aprietas a mí y haces tu llanto sin lágrimas, sin ojos, sin espanto. Y yo vuelvo a fumar, mientras las cosas se ponen a escuchar lo que no hablamos.
Tu cuerpo está a mi lado
Luis Cernuda
He venido para ver semblantes Amables como viejas escobas, He venido para ver las sombras Que desde lejos me sonríen. He venido para ver los muros En el suelo o en pie indistintamente, He venido para ver las cosas, Las cosas soñolientas por aquí. He venido para ver los mares Dormidos en cestillo italiano, He venido para ver las puertas, El trabajo, los tejados, las virtudes De color amarillo ya caduco. He venido para ver la muerte Y su graciosa red de cazar mariposas, He venido para esperarte Con los brazos un tanto en el aire, He venido no sé por qué; Un día abrí los ojos: he venido. Por ello quiero saludar sin insistencia A tantas cosas más que amables: Los amigos de color celeste, Los días de color variable, La libertad del color de mis ojos; Los niñitos de seda tan clara, Los entierros aburridos como piedras, La seguridad, ese insecto Que anida en los volantes de la luz. Adiós, dulces amantes invisibles, Siento no haber dormido en vuestros brazos. Vine por esos besos solamente; Guardad los labios por si vuelvo.
He venido para ver
Gabriel Celaya
Te escribo desde un puerto. La mar salvaje llora. Salvaje, y triste, y solo, te escribo abandonado. Las olas funerales redoblan el vacío. Los megáfonos llaman a través de la niebla. La pálida corola de la lluvia me envuelve. Te escribo desolado. El alma a toda orquesta, la pena a todo trapo, te escribo desde un puerto con un gemido largo. ¡Ay focos encendidos en los muelles sin gente! ¡Ay viento con harapos de música arrastrada, campanas sumergidas y gargantas de musgo! Te escribo derrotado. Soy un hombre perdido. Soy mortal. Soy cualquiera. Recuerdo la ceniza de su rostro de nardo, el peso de tu cuerpo, tus pasos fatigosos, tu luto acumulado, tu montaña de acedia, tu carne macilenta colgando en la butaca, tus años carcelarios. Caliente y sudorosa, obscena, y triste, y blanda, la butaca conserva, femenina, aquel asco. La pesadumbre bruta, la pena sexual, dulce, las manchas amarillas con su propio olor acre, esa huella indecente de un hombre que se entrega, lo impúdico: tu llanto. Viviendo, viendo, oyendo, sucediéndote a ciegas, lamiendo tus heridas, reptabas por un fango de dulces linfas gordas, de larvas pululantes, letargos vegetales y muertes que fecundan. Seguías, te seguías sin vergüenza, viviendo, ¡oh blando y desalmado! Tú, cínico, remoto, dulce, irónico, triste; tú, solo en tu elemento, distante y desvelado. No era piedad la anchura difusa en que flotabas con tu sonrisa ambigua. Fluías torpemente, pasivo, indiferente, cansado como el mundo, sin un yo, desarmado. Estaciones, transcursos, circunstancias confusas, oceánicos hastíos, relojes careados, eléctricos espartos, posos inconfesables, naufragios musicales, materias espumosas y noches que tiritan de estrellas imparciales, te hicieron más que humano. Allí todo se funde. Los objetos no objetan. Liso brilla lo inmenso bajo un azul parado y en las plumas sedantes la luz del mundo escapa, sonríe, tú sonríes, remoto, indiferente, bestial, grotesco, triste, cruel, fatal, adorado como un ídolo arcaico. Sin intención, sin nombre, sin voluntad ni orgullo, promiscuo, sucio, amable, canalla, nivelado, capaz de darte a todo, común, diseminabas podrido las semillas amargas que revientan en la explosión brillante de un día sin memoria. No eras ni alto ni bajo. La doble ala del fénix: furor, melancolía, el temblor luminoso de la espira absorbente; la lluvia consentida que duerme en los pianos; las canciones gangosas lentamente amasadas; los ojos de paloma sexuales y difuntos; cargas opacas; pactos. Caricias o perezas, extensiones absortas en donde a veces somos tan tercamente abstractos y otras veces los pelos fosforecen sexuales, y fría, dulce, ansiosa, la lisa piel de siempre, serpiente, silba, sorbe y envuelve en sus anillos un triste cuerpo amado. No hay clavo último ardiendo, no hay centro diamantino, no hay dignidad posible cuando uno ha visto tanto y está triste, está triste, sencillamente triste, se entrega atribulado y en lo efímero sabe ser otro con los otros, de los otros, en otros: seguir, seguir flotando. ¡Oh inmemorial, oh amigo amorfo, indiferente! Deslizándote denso de plasmas milenarios, tardío, legamoso de vidas maceradas, cubierto de amapolas nocturnas, indolente, por tu anchura sin ojos ni límites, acuosa, te creía acabado. Mas hoy vuelves, proclamas, constructor, la alegría; te desprendes del caos; determinas tus actos con voluntad terrena y aliento floral, joven. Ni más ni menos que hombre, levantas tu estatua, recorres paso a paso tu más acá, lo afirmas, llenas tu propio espacio. Los jóvenes obreros, los hombres materiales, la gloria colectiva del mundo del trabajo resuenan en tu pecho cavado por los siglos. Los primeros motores, las fuerzas matinales, la explotación consciente de una nueva esperanza ordenan hoy tu canto. Contra tu propia pena, venciéndote a ti mismo, apagando, olvidando, tú sabes cuánto y cuánto, cuánta nostalgia lenta con cola de gran lujo, cuánta triste sustancia cotidiana amasada con sudor y costumbres de pelos, lluvias, muertes, escuchas un mandato. Y animas la confianza que en ti quizá no existe; te callas tus cansancios de liquen resbalado; te impones la alegría como un deber heroico. ¡Por las madres que esperan, por los hombres que aún ríen, debemos de ponernos más allá del que somos, sirviéndolos, matarnos! Con rayos o herramientas, con iras prometeicas, con astucia e insistencia, con crueldad y trabajo, con la vida en un puño que golpea la hueca cultura de una Europa que acaricia sus muertos, con todo corazón que, valiente, aún insiste, del polvo nos alzamos. Cantemos la promesa, quizá tan solo un niño, unos ojos que miran hacia el mundo asombrados, mas no interrogan; claros, sin reservas, admiran. ¡Por ellos combatimos y a veces somos duros! ¡Bastaría que un niño cualquiera así aprobara para justificarnos! Te escribo desde un puerto, desde una costa rota, desde un país sin dientes, ni párpados, ni llanto. Te escribo con sus muertos, te escribo por los vivos, por todos los que aguantan y aún luchan duramente. Poca alegría queda ya en esta España nuestra. Mas, ya ves, esperamos.
A PABLO NERUDA
Antonio Machado
Yo meditaba absorto, devanando los hilos del hastío y la tristeza, cuando llegó a mi oído, por la ventana de mi estancia, abierta a una caliente noche de verano, el plañir de una copia soñolienta, quebrada por los trémolos sombríos de las músicas magas de mi tierra. ... Y era el Amor, como una roja llama... ?Nerviosa mano en la vibrante cuerda ponía un largo suspirar de oro que se trocaba en surtidor de estrellas?. ... Y era la Muerte, al hombro la cuchilla, el paso largo, torva y esquelética. ?Tal cuando yo era niño la soñaba?. Y en la guitarra, resonante y trémula, la brusca mano, al golpear, fingía el reposar de un ataúd en tierra. Y era un plañido solitario el soplo que el polvo barre y la ceniza avienta.
Cante hondo
Paz Díez Taboada
Líquidas convergencias en la tarde matizan los perfiles cotidianos. Pasan coches y gentes. Pasa el tiempo. Pero no han de volver rosas ni soles.
Crepúsculo
Miguel Florián
Abrí los párpados en medio de la noche y tú estabas allí, insomne, aguardando la lenta aparición, la inminente presencia de la luz, del alba que no llega (del fuego que regresa de una estación desierta) y tú estabas allí, profunda y blanca, tendida sobre la multitud de los instantes, apartando la turbiedad confusa de mi sueño, labrando el tiempo firme, inmóvil, de la muerte (la edad remota de insectos transparentes y arroyos escondidos) con su amargura de mano inalcanzable, de boca detenida sobre la frente nueva, de beso que separa el porvenir, y lo devuelve al seno de la tierra, al estallido ciego de otra edad. Abrí los ojos y tú estabas allí, mirándome, en medio de la muerte.
MADRE
Nicanor Parra
no creo en la vía violenta me gustaría creer en algo —pero no creo creer es creer en Dios lo único que yo hago es encogerme de hombros perdónenme la franqueza no creo ni en la Vía Láctea.
NO CREO EN LA VÍA PACÍFICA
Juan José Vélez Otero
Hoy te escribo porque sé que estás sola y oyes la radio en una habitación sin vistas al mar y lees libros que leíste hace tiempo. Porque sientes como si fuera a llegar la noche de inmediato, la inquietud de una tarde de espera en la aséptica sala de un dentista. Hoy te escribo porque sé que estás sola y se han roto tus sueños, y tus mitos murieron, y la tarde está fría y no hay nadie en la calle. Y menuda miseria asumir los errores y los golpes al aire, el olor del fracaso, las arrugas del tiempo y los días perdidos. Trazas en el espejo con el lápiz de labios el mapa trashumante de la vida y lo vuelves a borrar por retomar de nuevo el mismo camino que reiniciaste mil veces. Con el lápiz de labios. Quién conoce la senda que buscaste, quién tiene en la mano la llave que perdiste muchacha de vaqueros y suéter. El mar sigue rompiendo en la orilla, en la misma orilla por donde andabas descalza y mirabas –pezones agraces y alma incendiada- al horizonte y la bruma. Hoy te escribo un poema que tal vez nunca leas, que tal vez nunca llegue a tu cuarto de humo donde suena la radio esta tarde de otoño.
Carta de otoño
Pablo Neruda
La paloma está llena de papeles caídos, su pecho está manchado por gomas y semanas, por secantes más blancos que un cadáver y tintas asustadas de su color siniestro. Ven conmigo a la sombra de las administraciones, al débil, delicado color pálido de los jefes, a los túneles profundos como calendarios, a la doliente rueda de mil páginas. Examinemos ahora los títulos y condiciones, las actas especiales, los desvelos, las demandas con sus dientes de otoño nauseabundo, la furia de cenicientos destinos y tristes decisiones. Es un relato de huesos heridos, amargas circunstancias e interminables trajes, y medias repentinamente serias. Es la noche profunda, la cabeza sin venas de donde cae el día de repente como de una botella rota por un relámpago. Son los pies y los relojes y los dedos y una locomotora de jabón moribundo, y un agrio cielo de metal mojado, y un amarillo río de sonrisas. Todo llega a la punta de dedos como flores, y uñas como relámpagos, a sillones marchitos, todo llega a la tinta de la muerte y a la boca violeta de los timbres. Lloremos la defunción de la tierra y el fuego, las espadas, las uvas, los sexos con sus duros dominios de raíces, las naves del alcohol navegando entre naves y el perfume que baila de noche, de rodillas, arrastrando un planeta de rosas perforadas. Con un traje de perro y una mancha en la frente caigamos a la profundidad de los papeles, a la ira de las palabras encadenadas, a manifestaciones tenazmente difuntas, a sistemas envueltos en amarillas hojas. Rodad conmigo a las oficinas, al incierto olor de ministerios, y tumbas, y estampillas. Venid conmigo al día blanco que se muere dando gritos de novia asesinada.
Desespediente
Fa Claes
Estoy tumbado aquí con toda mi filosofía en mi sillón en Rijmenam. Fuera, la niebla flota. Gris se desliza por la ventana, gris pálido. La calefacción susurra un murmullo. Poco a poco hace maravilloso por aquí. Cruzo los brazos sobre mi vientre, cierro los ojos. Y bajo. Al pie de la escalera se abren puertas en las tinieblas donde el bienestar a mí y a todo, para siempre, completamente...
Resignación
José Antonio Labordeta
a Pepe Sanchis y Magüi, que conmigo conocieron Belchite. Hemos ido otra vez, entre las piedras, a través del partido panorama de la adoba y el cierzo venteando en los rincones, a aquel lugar –abandonado hoy- donde papá mamó de nuestra abuela. Hemos ido de yerbajo hasta la tumba, de bóveda caída hasta la fuente y nadie presenció nuestra presencia. Está todo batido por la yedra. Todo se hace cielo abierto hasta la entraña. Todo se hace paisaje, todo se hace monte, solitario matojo, viento y horizonte. Los recuerdos anidan entre el polvo, la tapia derrumbada y el ocaso del cielo. Un día y otro día los abaten, los rompen, los trituran, y al final ni tumbas, ni páramos ni yedra: Sólo olvido.
Último paso entre las tumbas
Rubén Darío
Mis ojos espantos han visto, tal ha sido mi triste suerte; cual la de mi Señor Jesucristo, mi alma está triste hasta la muerte. Hombre malvado y hombre listo en mi enemigo se convierte; cual la de mi Señor Jesucristo, mi alma está triste hasta la muerte. Desde que soy, desde que existo, mi pobre alma armonías vierte. Cual la de mi Señor Jesucristo, mi alma está triste hasta la muerte.
Divagaciones
Xavier Villaurrutia
Se diría que las calles fluyen dulcemente en la noche. Las luces no son tan vivas que logren desvelar el secreto, el secreto que los hombres que van y vienen conocen, porque todos están en el secreto y nada se ganaría con partirlo en mil pedazos si, por el contrario, es tan dulce guardarlo y compartirlo sólo con la persona elegida. Si cada uno dijera en un momento dado, en sólo una palabra, lo que piensa, las cinco letras del DESEO formarían una enorme cicatriz luminosa, una constelación más antigua, más viva aún que las otras. Y esa constelación sería como un ardiente sexo en el profundo cuerpo de la noche, o, mejor, como los Gemelos que por vez primera en la vida se miraran de frente, a los ojos, y se abrazaran ya para siempre. De pronto el río de la calle se puebla de sedientos seres, caminan, se detienen, prosiguen. Cambian miradas, atreven sonrisas, forman imprevistas parejas... Hay recodos y bancos de sombra, orillas de indefinibles formas profundas y súbitos huecos de luz que ciega y puertas que ceden a la presión más leve. El río de la calle queda desierto un instante. Luego parece remontar de sí mismo deseoso de volver a empezar. Queda un momento paralizado, mudo, anhelante como el corazón entre dos espasmos. Pero una nueva pulsación, un nuevo latido arroja al río de la calle nuevos sedientos seres. Se cruzan, se entrecruzan y suben. Vuelan a ras de tierra. Nadan de pie, tan milagrosamente que nadie se atrevería a decir que no caminan. ¡Son los ángeles! Han bajado a la tierra por invisibles escalas. Vienen del mar, que es el espejo del cielo, en barcos de humo y sombra, a fundirse y confundirse con los mortales, a rendir sus frentes en los muslos de las mujeres, a dejar que otras manos palpen sus cuerpos febrilmente, y que otros cuerpos busquen los suyos hasta encontrarlos como se encuentran al cerrarse los labios de una misma boca, a fatigar su boca tanto tiempo inactiva, a poner en libertad sus lenguas de fuego, a decir las canciones, los juramentos, las malas palabras en que los hombres concentran el antiguo misterio de la carne, la sangre y el deseo. Tienen nombres supuestos, divinamente sencillos. Se llaman Dick o John, o Marvin o Louis. En nada sino en la belleza se distinguen de los mortales. Caminan, se detienen, prosiguen. Cambian miradas, atreven sonrisas. Forman imprevistas parejas. Sonríen maliciosamente al subir en los ascensores de los hoteles donde aún se practica el vuelo lento y vertical. En sus cuerpos desnudos hay huellas celestiales; signos, estrellas y letras azules. Se dejan caer en las camas, se hunden en las almohadas que los hacen pensar todavía un momento en las nubes. Pero cierran los ojos para entregarse mejor a los goces de su encarnación misteriosa, y, cuando duermen, sueñan no con los ángeles sino con los mortales.
NOCTURNO DE LOS ÁNGELES
Miguel de Unamuno
Hay ojos que miran, -hay ojos que sueñan, hay ojos que llaman, -hay ojos que esperan, hay ojos que ríen -risa placentera, hay ojos que lloran -con llanto de pena, unos hacia adentro -otros hacia fuera. Son como las flores -que cría la tierra. Mas tus ojos verdes, -mi eterna Teresa, los que están haciendo -tu mano de hierba, me miran, me sueñan, -me llaman, me esperan, me ríen rientes -risa placentera, me lloran llorosos -con llanto de pena, desde tierra adentro, -desde tierra afuera. En tus ojos nazco, -tus ojos me crean, vivo yo en tus ojos -el sol de mi esfera, en tus ojos muero, -mi casa y vereda, tus ojos mi tumba, -tus ojos mi tierra.
Hay ojos que miran, hay ojos que sueñan...
Mario Benedetti
Tres poetas en uno / semillero de tantos más / tu ánima insumisa se topó con la muerte en su pesquisa y la puso a cuidar tu invernadero especialista en empezar de cero detonaste la bomba de la risa sin Dios, sin espejismos y sin prisa perro viejo / filósofo / ingeniero fiel a tu gente / a Amparo / y a ti mismo a pesar de tus ráfagas de triste te encaraste jovial con el abismo hombre en medio del mundo y hombre a solas junto al mar fuiste humilde y escribiste simplemente / las olas son las olas.
Buenos días, Gabriel
Luis de Góngora
Llegué a este Monte fuerte, coronado De torres convecinas a los cielos, Cuna siempre real de tus abuelos, Del Reino escudo, y silla de su estado. El templo vi a Minerva dedicado, De cuyos geométricos modelos, Si todo lo moderno tiene celos, Tuviera invidia todo lo pasado. Sacra erección de príncipe glorioso, Que ya de mejor púrpura vestido Rayos ciñe de luz, estrellas pisa. ¡Oh, cuánto deste monte imperioso Descubro! Un mundo veo. Poco ha sido, Que seis orbes se ven en tu divisa.
AL CONDE DE LEMUS, YÉNDOLE A VISITAR A MONFORTE
Hilario Barrero
Ahora ocultas con cremas y ungüentos extranjeros las heridas que el tiempo ha dejado en tu cuerpo y muestras orgulloso las oscuras y densas cicatrices del alma. Se ve que eres novicio en el arte de tal ocultamiento e ignoras que es difícil esconder la vejez, que las arrugas se ven aunque tapadas como también se ve la decadencia, la sombra por tus ojos y el delicado olor a viejo que nace de tu aliento. A nadie le interesan las lesiones del alma si el cuerpo apuntalado carece de equilibrio.
Barnices
Luis de Góngora
—Téngoos, señora tela, gran mancilla. —Dios la tenga de vos, señor soldado. —¿Cómo estáis acá afuera? —Hoy me han echado, Por vagabunda, fuera de la Villa. —¿Dónde están los galanes de Castilla? —¿Dónde pueden estar, sino en el Prado? —¿Muchas lanzas habrán en vos quebrado? —Más respecto me tienen: ¡ni una astilla! —Pues ¿qué hacéis ahí? —Lo que esa puente, Puente de anillo, tela de cedazo: Desear hombres, como ríos ella, Hombres de duro pecho y fuerte brazo. —Adiós, tela, que sois muy maldiciente, Y ésas no son palabras de doncella.
A LA TELA DE JUSTAR DE MADRID
María Cristina Azcona
Abre sus pétalos de terciopelo Mientras la cubre gélido rocío, Hecho de lágrimas que forman río, De los que sufren sin tener consuelo. Rosa el fulgor ya desvanece el frío De su color bajo un celeste cielo. Ya ni el dolor, el miedo o el flagelo Sobreviven ante su aroma pío. Quiere darnos paz bajo un sol dorado, Esmeralda el cáliz, la faz sedosa... Sentir que al fin el mundo está cambiado... Flor que nos da su fruto, generosa... ¡Debería crecer sobre este prado! ¡En vez de muerte vil y guerra odiosa!
La flor de la paz
Sor Juana Inés de la Cruz
Que no me quiera Fabio al verse amado es dolor sin igual, en mi sentido; mas que me quiera Silvio aborrecido es menor mal, mas no menor enfado. ¿Qué sufrimiento no estará cansado, si siempre le resuenan al oído, tras la vana arrogancia de un querido, el cansado gemir de un desdeñado? Si de Silvio me cansa el rendimiento, a Fabio canso con estar rendida: si de éste busco el agradecimiento, a mí me busca el otro agradecida: por activa y pasiva es mi tormento, pues padezco en querer y ser querida.
RESUELVE LA CUESTIÓN
Julia de Burgos
Se ha muerto la tiniebla en mis pupilas, desde que hallé tu corazón en la ventana de mi rostro enfermo. ¡Oh pájaro de amor, que trinas hondo, como un clarín total y solitario, en la voz de mi pecho! No hay abandono... ni habrá miedo jamás en mi sonrisa. ¡Oh pájaro de amor, que vas nadando cielo en mi tristeza...! Más allá de tus ojos mis crepúsculos sueñan con bañarse en tus luces... ¿Es azul el misterio? Asomada en mí misma contemplando mi rescate, que me vuelve a la vida en tu destello...
Se ha muerto la tiniebla en mis pupilas...