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María Eugenia Caseiro
El mar lleva en las sienes un peso porfiado y terrible, el golpe de una voz de sal afila su arpón en el oído; una gota de salitre en el ojo soñoliento, desnuda el cielo que brilla en la garganta de los peces y el paso escurridizo de los vientos enjuga imágenes más allá de la geometría donde breves fantasmas destilan el pavor de los buques olvidados sobre blancas hojas de papel que beben con interminable sed, plisándose arrasadas por el eco perpetuo de las olas. El mar clava sus colmillos de intervalos, atraviesa la memoria hasta el borde movedizo, arrastra sus moluscos hasta encontrar palabras de quebrada sombra y por allí, escurre todos sus arpegios, su furia, su belleza, su dolor…, ahora y en la hora.
Ahora y en la hora del mar
Luis de Góngora
Si ya el griego orador la edad presente, O el de Arpinas dulcísimo abogado Merecieran gozar, más enseñado Éste quedara, aquél más elocuente, Del bien decir bebiendo en la alta fuente, Que en tantos ríos hoy se ha desatado Cuantos en culto estilo nos ha dado Libros vuestra Retórica excelente. Vos reducís, oh Castro, a breve suma El difuso canal desta agua viva; Trabajo tal el tiempo no consuma, Pues de laurel ceñido y sacra oliva, Hacéis a cada lengua, a cada pluma, Que hable néctar y que ambrosía escriba.
AL PADRE FRANCISCO DE CASTRO
José María Gabriel y Galán
I ¿Quieres, Cándida saber cuál es la niña mejor? Pues medita con amor lo que ahora vas a leer. La que es dócil y obediente, la que reza con fe ciega, con abandono inocente. la que canta, la que juega. La que de necias se aparta, la que aprende con anhelo cómo se borda un pañuelo, cómo se escribe una carta. La que no sabe bailar y sí rezar el rosario y lleva un escapulario al cuello, en vez de un collar. La que desprecia o ignora los desvaríos mundanos; la que quiere a sus hermanos; y a su madrecita adora. La que llena de candor canta y ríe con nobleza; trabaja, obedece y reza... ¡esa es la niña mejor! II ¿Quieres saber, Candidita, tú, que aspirarás al cielo, cuál es perfecto modelo de cristiana jovencita? La que a Dios se va acercando, la que, al dejar de ser niña, con su casa se encariña y la calle va olvidando. La que borda escapularios en lugar de escarapelas; la que lee pocas novelas y muchos devocionarios. La que es sencilla y es buena y sabe que no es desdoro, después de bordar en oro ponerse a guisar la cena. La que es pura y recogida, la que estima su decoro como un preciado tesoro que vale más que su vida. Esa humilde jovencita, noble imagen del pudor, es el modelo mejor que has de imitar, Candidita. III ¿Y quieres, por fin, saber cuál es el tipo acabado, el modelo y el dechado de la perfecta mujer? La que sabe conservar su honor puro y recogido: la que es honor del marido y alegría del hogar. La noble mujer cristiana de alma fuerte y generosa, a quien da su fe piadosa fortaleza soberana. La de sus hijos fiel prenda y amorosa educadora; la sabia administradora de su casa y de su hacienda. La que delante marchando, lleva la cruz más pesada y camina resignada dando ejemplo y valor dando. La que sabe padecer, la que a todos sabe amar y sabe a todos llevar por la senda del deber. La que el hogar santifica, la que a Dios en él invoca, la que todo cuanto toca lo ennoblece y dignifica. La que mártir sabe ser y fe a todos sabe dar, y los enseña a rezar y los enseña a crecer. La que de esa fe a la luz y al impulso de su ejemplo erige en su casa un templo al trabajo y la virtud... La que eso de Dios consiga es la perfecta mujer, ¡y así tienes tú que ser para que Dios te bendiga!
A CÁNDIDA
Ramón López Velarde
Primer amor, tú vences la distancia. Fuensanta, tu recuerdo me es propicio. Me deleita de lejos la fragancia que de noche se exhala de tus tiestos, y en pago de tan grande beneficio te canonizo en estos endecasílabos sentimentales. A tu virtud mi devoción es tanta que te miro en el altar, como la santa Patrona que veneran tus zagales, y así es como mis versos se han tornado endecasílabos pontificales. Como risueña advocación te he dado la que ha de subyugar los corazones: permíteme rezarte, novia ausente, Nuestra Señora de las Ilusiones. ¡Quién le otorgara al corazón doliente cristalizar el infantil anhelo, que en su fuego romántico me abrasa, de venerarte en diáfano capelo en un rincón de la nativa casa! Tanto se contagió mi vida toda del grave encanto de tus ojos místicos, que en vano espero para nuestra boda alguna de las horas de pureza en que se confortó mi gran tristeza con los primeros panes eucarísticos.
CANONIZACIÓN
Octavio Paz
Relumbra el aire, relumbra, el mediodía relumbra, pero no veo al sol. Y de presencia en presencia todo se me transparenta, pero no veo al sol. Perdido en las transparencias voy de reflejo a fulgor, pero no veo al sol. Y él en la luz se desnuda y a cada esplendor pregunta, pero no ve al sol.
Misterio
Miguel Florián
Ángel desnudo, mujer inacabable, demonio mineral que llevó hasta mis labios el fruto más sabroso, la delicia ardiente de su beso. (Volvería a nacer sólo por apresar el fulgor encendido de aquel cuerpo). Como un eco de diosa inmarcesible, la memoria, como un mar de infatigables gozos, me ha traído el fantasma de aquel beso. Beso redondo y blanco, frontera de otro beso, hasta hacer un anillo de sus labios que precipite mi boca en el silencio. Y mi palabra sea su beso redimido, renovado más allá del límite del beso, la promesa cumplida en la cadena sin final de su boca en los espejos. Que ya no habrá más besos me decía, que ya no habrá para el amor más tiempo.
LA VISITA DEL ÁNGEL
Francisco de Quevedo
Yace pintado Amante, De amores de la Luz muerta de amores, Mariposa elegante Que vistió rosas y voló con flores; Y codicioso el fuego de sus galas Ardió dos primaveras en sus alas. El aliño del prado Y la curiosidad de Primavera Aquí se han acabado, Y el Galán breve de la Cuarta Esfera Que con dudoso y divertido vuelo Las lumbres quiso amartelar del Cielo. Clementes hospedaron A duras Salamandras llamas vivas; Su vida perdonaron, Y fueron rigurosas, como esquivas, Con el galán idólatra que quiso Morir como Faetón, siendo Narciso. No renacer hermosa, Parto de la ceniza y de la muerte, Como Fénix gloriosa Que su linaje entre las llamas vierte, Quien no sabe de amor y de terneza Lo llamará desdicha, y es fineza. Su tumba fue su Amada, Hermosa sí, pero temprana y breve; Ciega y enamorada, Mucho al Amor y poco al Tiempo debe; Y pues en sus amores se deshace, Escríbase: Aquí goza, donde yace.
Túmulo de la mariposa
José Antonio Labordeta
A nadie golpeamos y fuimos, al contrario, empujados, hasta caer de bruces en la yerba. A nadie hicimos daño y fuimos juzgados, silenciados, hundidos, una y otra vez. No tuvimos valor de levantar la mano de poner la mejilla, el otro rostro lado para recibir un nuevo golpe. Nada hicimos. Enjugamos las lágrimas, el miedo, arrinconamos nuestras dudas los odios y seguimos intentando vivir -¿vivir?- amargamente unidos al espacio vital que nos ofrecen. Ahora, luego, ya nadie se pregunte qué hacer, qué caminamos. Estamos todavía absorbidos por la tierra brutal, seca, infinita que nos tiene apresados.
El tiempo difícil (I)
Blanca Andreu
Los labios impacientes de la noche te sanan mientras abren el olor de la piedra te conducen si acosan el alma de la piedra si el tierno corazón mineral beben es tu hora es la noche así, dirás que te han robado como un vino novicio y te harás piedra aguda como un líquido agudo limpia como opio de oro y será s tregua tuya y alianza así, dirás que la que es contigo y lleva un aire desigual a balanza entre estrellas la idéntica más favorable tu obra nocturna rara es la que muestra sonrisa y griterío palabras como estrellas y escucha un piano terso como una estrella, estrellas.
LOS LABIOS IMPACIENTES
Miguel de Unamuno
«Me desconozco», dices; mas mira, ten por cierto que a conocerse empieza el hombre cuando clama «me desconozco», y llora; entonces a sus ojos el corazón abierto descubre de su vida la verdadera trama; entonces es su aurora. No, nadie se conoce, hasta que no le toca La luz de un alma hermana que de lo eterno llega y el fondo le ilumina; tus íntimos sentires florecen en mi boca, tu vista está en mis ojos, mira por mí, mi ciega, mira por mí y camina. «Estoy ciega», me dices; apóyate en mi brazo y alumbra con tus ojos nuestra escabrosa senda perdida en lo futuro; veré por ti, confía; tu vista es este lazo que a ti me ató, mis ojos son para ti la prenda de un caminar seguro. ¿Qué importa que los tuyos no vean el camino, si dan luz a los míos y me lo alumbran todo con su tranquila lumbre? Apóyate en mis hombros, confíate al Destino, Veré por ti, mi ciega, te apartaré del lodo, te llevaré a la cumbre. Y allí, en la luz envuelta, se te abrirán los ojos, Verás cómo esta senda tras de nosotros lejos, se pierde en lontananza y en ella de esta vida los míseros despojos, y abrírsenos radiante del cielo a los reflejos lo que es hoy esperanza.
Veré por tí
Gonzalo Rojas
Así que me balearon la izquierda, ¡lo que anduve con esta pierna izquierda por el mundo! Ni un árbol para decirle nada, y víboras, y víboras, víboras como balas, y agárrenlo y reviéntenlo, y el asma, y otra cosa, y el asma, y son las tres. Y el asma, el asma, el asma. Así que son las tres, o ya no son las tres, ni es el ocho, ni octubre. Así que aquí termina la quebrada del Yuro, así que la Quebrada del Mundo, y va a estallar. Así que va a estallar la grande, y me balearon en octubre. Así que daban cinco mil dólares por esto, o eran cincuenta mil, sangre mía, por esto que fuimos y que somos, ¡y todo lo que fuimos y somos! Cinco mil por mis ojos, mis manos, cincuenta mil por todo, con asma y todo. Y eso, roncos pulmones míos, que íbamos a cumplir los cuarenta cantando. Cantando los fatídicos mosquitos de la muerte: arriba, arriba, arriba los pobres, la conducta de la línea de fuego, bienvenida la ráfaga si otros vienen después. Vamos, vamos veloces, vamos veloces a vengar al muerto. Lo mío —¿qué es lo mío?—: esta rosa, esta América con sus viejas espinas. Toda la madrugada me juzgan en inglés. ¿Qué es lo mío y lo mío sino lo tuyo, hermano? La cosa fue de golpe y al corazón. Aquí va a empezar el origen, y cómanse su miedo. Así que me carnearon y después me amarraron. A Vallegrande —a qué— ¡y en helicóptero! Bueno es regar con sangre colorada el oxígeno aunque después me quemen y me corten las manos, las dos manos. —Dispara sin parar mientras voy con Bolívar, pero vuelvo.
OCTUBRE OCHO
Roxana Popelka
Qué hubiera ocurrido si todas esas niñas bien de apellidos compuestos, de cabellos claros y ojos azules se hubieran dado cuenta a tiempo de que ningún hombre las salvaría. Ahora no estarían llorando por las esquinas, ni sentadas en los bancos del parque en mitad del invierno dando de merendar a sus hijos con ese ridículo corte de pelo. No las vería -como las veo- acobardadas por la calle -decepcionadas- mirando tras el cristal de un vulgar escaparate aquéllos zapatos de tacón negros. Tienen que ser aquellos -reclaman al dependiente, que les vuelve a sacar un 38. O en el supermercado arrastrando el mismo carro por tercera vez esta semana, y la lista de la compra, casi desgastada, colgando de lo que fueron sus manos blancas. O mientras esperan el semáforo y cruzan la calle ocultando su despreciable vida, haciendo tiempo en la peluquería... Qué hubiera sucedido si no se hubieran creído las Supernenas persuadidas por cuentos de hadas o por las finas revistas de papel couché. ¿Qué fue de todas ellas de sus pequeños dioses de sus altares prefabricados?
Unos del 38, por favor
Luis Benítez
recuerdas amor mío el largo adiós subdividido las innumerables salas como siglos como millones de años cada vitrina absorta y en el centro de donde emanaba la extensa arquitectura el dinosaurio enorme la fiera extinta la cabeza más grande que el cuerpo el bocado feroz todavía tendido hacia la carne asimismo evaporada los cónicos dientes las fauces en el solo hueso como la crueldad de dos que se aman y se hieren profundamente en una frase un gesto debajo de la apariencia de inmovilidad debajo de los huesos debajo del alma el gran animal insomne que reina todavía pasea por nosotros el reptil tan hondo y tú y yo callamos ante el conflicto escamoso que arrastra su cola amarga por ese jurásico escondido tan suyo fue como nuestro es aquel pantano es este malignamente te amo malignamente te espera esta carne desnuda que el tiempo no evapora porque sabe que vence a la fauce indefensa
En el museo de adentro
Nicolás Guillén
Para hacer esta muralla, tráiganme todas las manos: Los negros, su manos negras, los blancos, sus blancas manos. Ay, una muralla que vaya desde la playa hasta el monte, desde el monte hasta la playa, bien, allá sobre el horizonte. —¡Tun, tun! —¿Quién es? —Una rosa y un clavel... —¡Abre la muralla! —¡Tun, tun! —¿Quién es? —El sable del coronel... —¡Cierra la muralla! —¡Tun, tun! —¿Quién es? —La paloma y el laurel... —¡Abre la muralla! —¡Tun, tun! —¿Quién es? —El alacrán y el ciempiés... —¡Cierra la muralla! Al corazón del amigo, abre la muralla; al veneno y al puñal, cierra la muralla; al mirto y la yerbabuena, abre la muralla; al diente de la serpiente, cierra la muralla; al ruiseñor en la flor, abre la muralla... Alcemos una muralla juntando todas las manos; los negros, sus manos negras, los blancos, sus blancas manos. Una muralla que vaya desde la playa hasta el monte, desde el monte hasta la playa, bien, allá sobre el horizonte...
LA MURALLA
Julia de Burgos
Nada turba mi ser, pero estoy triste. Algo lento de sombra me golpea, aunque casi detrás de esta agonía, he tenido en mi mano las estrellas. Debe ser la caricia de lo inútil, la tristeza sin fin de ser poeta, de cantar y cantar, sin que se rompa la tragedia sin par de la existencia. Ser y no querer ser? esa es la divisa, la batalla que agota toda espera, encontrarse, ya el alma moribunda, que en el mísero cuerpo aún quedan fuerzas. ¡Perdóname, oh amor, si no te nombro! Fuera de tu canción soy ala seca. La muerte y yo dormimos juntamente? Cantarte a ti, tan sólo, me despierta.
Canción amarga
Blas de Otero
Imaginé mi horror por un momento que Dios, el solo vivo, no existiera, o que, existiendo, sólo consistiera en tierra, en agua, en fuego, en sombra, en viento. Y que la muerte, oh estremecimiento, fuese el hueco sin luz de una escalera, un colosal vacío que se hundiera en un silencio desolado, liento. Entonces ¿para qué vivir, oh hijos de madre, a qué vidrieras, crucifijos y todo lo demás? Basta la muerte. Basta. Termina, oh Dios, de maltratarnos. O si no, déjanos precipitarnos sobre Ti —ronco río que revierte.
BASTA
Ricardo Molinari
1 Dormir. ¡Todos duermen solos, madre! Penas trae el día, pero ¡ay! ninguna, ninguna como la mía. 2 No tengo cielo prestado ni ojos que vuelvan a mí por un descanso de flores, sin dormir. 3 Amigo, qué mal me sienta el aire solo, el aire solo, perdido, de Extremadura. Aire solo. Piedra muda. 4 Qué bien te pega la sombra sobre el cabello. La sombra obscura. Oh, el verde pino que mira el cielo. El pino, señora hermosa, en la orilla del mar portugués. Orilla de prado, de flor lejana. 5 Nunca más la he de ver. Aguas llevará el río. ¡Aguas lleva el río Tajo! Pero mi sed no la consuela el río. 6 Déjame dormir esta noche sobre tu mano. Dormir, si pudiera. La adelfa crece de noche, como la pena. 7 Envidia le tengo al viento porque baila entre las hojas, envidia de prisionero que se ahoga. Mándame un brazo de viento con una siempreviva entre los dedos. 8 Mi dolor tiene los ojos castigados. Si pudiera hablarte. Sí, si pudiera hablar contigo río alto, paloma fría! Qué triste anda el aire! Dime, triste pensamiento, qué sueño muere a tu lado, perdido. ¡Paloma fría, río alto! Luna de piedra entre lirios.
CANCIONERO DE PRÍNCIPE DE VERGARA
Ángeles Carbajal
Reconozco, alma mía, tu candidez. Sé que malherida mientes detrás de una sonrisa por no devolverle al mundo su verdad y su miseria. Pero reconozco también tu pereza, tu desprecio, tu indiferencia; sonríen cuando tú sonríes y dejan creer que crees que tus amigos son, al fin y al cabo, tus amigos, que tus amores te quieren según dicen, vamos, que te quieren, que esta vida, en fin, es la vida, más o menos.
Ajuste de cuentas
Oscar Ferreiro
-Por vos, mi pobre inocente, vendrá un día la montada... -La montada ya no existe; no empieces con tus macanas. -Da lo mismo, ya me acuerdo, le dicen la guardia urbana pero igual, a garrotazos, harán charque de tu espalda. A arrancarte de este rancho un día vendrá, sin falta. -Y yo les daré un buendía con este cabo de nácar. -No te hagas ilusiones. ¡No te servirán de nada, hijo mío, esas sonseras que en la cabeza te bailan! -No es cierto, mamá, en el mundo la nueva idea está en marcha. -Soy una pobre burrera con mi burro y mi burjaca. La banda es para los ricos, para los pobres la guacha. ¡Soy una triste burrera bebiendo en jarro de lata las lágrimas de mi gente y las mías más amargas! Desde Ysaty hasta Asunción es larga la caminata y a punta de bayoneta resulta mucho más larga. Maniatado con alambre y a empellones de culatas desde Ysaty, por Dos Bocas, lo repunta la canalla. -Un rojo pañuelo al cuello será el premio a tus pureadas, pero no será de trapo sino de sangre barata. Sobre el óleo de los charcos patinan las carcajadas y un pipuu alcohólico y largo se clava en La Salamanca. Un degüello de yuyales asustado el viento ensaya y ganan los albañales rápidamente las ratas. Como un cíclope mareado un tuerto el ojo se palpa y los horrores del mundo tan increíbles repasa. Asunción, sucia y artera, sin azahares, sin nada que no sea la insolencia de tus cobardes mesnadas. -¡Suéltenme las manos, perros, y así sabrán quién les habla! ¡Ese trapo colorado les meteré en la garganta! -Emboty nde picha’í re ñemboayura pytáta. -Dios te salve y tu abogado, ápente ya reikopáma...
La guardia urbana
Marilina Rébora
Yo me pregunto, madre: ¿No se gasta la pila que la sutil luciérnaga para alumbrarse tiene? ¿Y tampoco concluye —cuando la araña hila— el misterioso ovillo que encubierto mantiene? ¿En qué forma se ensartan anillos las orugas; bolitas coloradas —por ojos— los conejos; abrigos con recuadros se buscan las tortugas, y en lerda marcha atrás se mueven los cangrejos? ¡Saber! ¡Saber! ¡Saber! Si es cuello de algodón el que se anuda el cóndor o si usa de almidón; si el parlanchín lenguaje de la locuaz cotorra es remedo del nuestro; si la pícara zorra es tan inteligente como sabio mi padre —aunque calla—, y tú cuentas cuánto pregunto, madre!
YO ME PREGUNTO, MADRE
Marilina Rébora
¡Quién volviese a tener, para que nos cubriera, una madre —de noche, los párpados febriles—, quién un rozar de labios en la frente sintiera despejando el fantasma de temores pueriles! ¡Quién tuviese, otra vez, sobre la cabecera un rostro de ternura —en pálidos marfiles— y quién bajo una mano que al fin nos bendijera sintiese disipar las penas infantiles! Habría que tornar a la distante infancia a los antiguos días de los alegres años, esos tiempos de ayer en los que la fragancia era toda de miel, bálsamo y ambrosía, en los cuales la cura de los mayores daños se lograba con sólo tu beso, madre mía!
QUIÉN VOLVIESE A TENER
Mario Benedetti
Well, old spy look like I led you down some pretty blind alleys. Ray Durem Señor molusco caballero lapa ya sabés en qué malos pasos ando conocés mis esquinas y mis fobias mis bares mis amores mi bufanda conocés las puteadas que rezo despacito cuando pasan los verdes apuntando conocés cómo escupo al cielo ajeno cuando me hace sombra el helicóptero conocés bien a qué mujeres miro y vos también mirás degenerado es el único acuerdo entre nosotros y dura lo que un lirio o una ráfaga conocés qué porfiada dulzura me atraganta cuando caen los mejores los más tiernos los que podrían levantar de a poco la feroz inocencia que nos salve conocés que conozco que hay algunos que cayeron por vos hijo de puta quiero decir molusco pobre lapa ya ves que andás en pasos mucho peores conocés a qué juego y a qué apuesto sabés que apuesto a que desaparezcas no el fulano que sos sono el mohoso herrumbrado tornillo de cadalso me seguís por mis calles por mis tangos por mis lluvias y mis noches de arena vigilás mis gaviotas y mi cédula mi casilla postal y mi resfrío conocés mis abrazos y mis postres mi bigote mi vino mi teléfono mi libretita con las direcciones mi mujer mi paraguas mis bolsillos es decir que sabés todo de afuera todo de superficie de exteriores delatarás mi sobra y mi pellejo y eso no alcanza para hacer la ficha donde no podés ver donde no llegan tus antenas en la aurícula izquierda tengo mi berretín inexpugnable a pruebas de derrotas y de olvido allí el destino o no sé quién carajos armó el amor y almacenó los odios pero es ahí donde perdés la pista es ahí donde vamos a joderte señor molusco caballero lapa.
Hombre que mira al tira que lo sigue
Carlos Bousoño
(Homenaje a Octavio Paz) Haber estado fuera de ti mismo, un viaje vertiginoso, y después la quietud, pordiosero de tu conciencia, eremita en el yermo de la inacción, creyendo solamente en el cardo, en la excesiva piedra, sin pozo donde beber, sin comida, sin pan, mísero y sin arboladura, como un barco después de la tempestad, pero una tempestad no vivida, sin la grandeza de esa experiencia suma, barco en un mar, monótono y sin fin, monocromo, con agua gris, o, mejor dicho, sin ella, navegando en el no color navegando en la no agua, con sequedad en aquella monotomía; o en medio de las ruinas, tras un terremoto desolador, mas en un sitio donde no existieron casas ni se erigieron monumentos, ni el suelo se resquebrajó, ni hubo grietas; allí, desterrado, sin el recuerdo de un perdido país, mudo, sin la noción de un lenguaje ido, quitado todo brillo, toda persuasión, toda queja, irremediablemente solo, pero sin soledad, pues no había tampoco memoria de ninguna anterior compañía; allí, donde la evocación no puede alcanzar, ya que para eso fuera precisa la previa enunciación, allí, allí estuviste, de espaldas a tu propio ser, sin ver, sin verte, auqnue a veces sucedía lo opuesto y comenzabas a observar con gran nitidez, quién sabe si por su condición principalmente ósea, tu rodilla, que pasaba, en ese trance, a ocupar la totalidad de la atención y crecía (percibida entonces como de cerca) con ella; tu enorme rodilla, tu extraordinario pie, tu pie magno, pisando la estepa con resonancia, con estruendo, como de tambor, tu pie gigantesco, tu pierna alevosa, rotunda. ... Tu pierna, sí, que se alargaba, solitaria y autónoma, hasta donde nadie pudo nunca llegar, y tras ella, pero sólo después, tu cuerpo entero de desmesurada materia, de ruido, tu esqueleto sin par, tu esqueleto terrible, avanzando a grandes zancadas hacia nadie, hacia nada... ... Y luego, tu meditación solitaria, tras aquel singular engrandecimiento de su óseo objeto inicial, saltaba, sin contemplaciones, como inesperado tigre en la selva, hasta el momento inmediatamente posterior al final de tu vida, y así, no sólo cuanto había de exageradamente grande en la visión anterior comenzaba de pronto, en su tamaño, a disminuir, volviendo poco a poco a su primera configuración natural, sino que, incluso, en esa vía de pérdida y reducción de la desproporcionada, contundente, genial osamenta, cada trozo de tu cuerpo, normalizado ya (al ser visto ahora en su conjunto y sin aquella despreciativa y obsesiva parcelación que agigantaba la porción contemplada) procedía, con mucha lentitud, eso sí, a ausentarse: pero ahora la carne y la piel, en un primer instante, aún no desaparecían, y se respetaba, por supuesto, tal vez, además, a causa de su enorme realidad (enorme precisamente por impúdica e innombrable), incluso a tu propio sexo, que acaso manifiestamente erguido aún, se ofrecía entonces, en el féretro, de un modo sin duda ostentosamente inoportuno, desafiante, competente, impenitente, risible (cómo más de una vez, según dicen, ha ocurrido, en la efectiva realidad, con grave escándalo y vergüenza de las familias); y, en fin (¿para qué seguir?), resumamos el asunto diciendo, de un modo llano y más abarcador, que todo, pese a las apariencias, se estaba viniendo abajo, bien que, por el contrario, las uñas seguían, con indiferencia y escepticismo, creciendo, atentas exclusivamente a su labor, con una extraña avidez hacia más; y lo mismo los pelos, la barba, sin hacer caso alguno de cuanto parsimoniosamente se iba. Pero enseguida, aquello incluso que se hallaba sometido a tan curiosa enajenación se aniquilaba, y la inercia inmovilizadora llegaba, con puntualidad, a las más renuentes partículas, esto es, surgía, por fin, en el tramo último del proceso, el triunfo de la generalización, de la escrupulosa obediencia, o sea, paradójicamente (y ello con toda precisión, sin excepción alguna ni dejar una mota de polvo en la pulida superficie del mueble), se desencadenaba el desorden, el caos de no ser visto, el escándalo de la invisibilidad, de la confusión, allí, en el revés de la verdad, en el otro lado de la mentira, en la frontera que no fuera dado trazar, ese lugar sin localización donde verdad, mentira aparecían como la misma respuesta a la interrogación que no hiciste, ¡oh pordiosero de tu conciencia, oh escrutador, oh minucioso explorador, oh celebrador de lo infausto!
CELEBRACIÓN DE UN CUMPLEAÑOS
Luis Benítez
En cada uno de ellos era muchos un hombre. Eran más todavía. Traían la industria de las armas y el reno rojo, como un bosque ondulante y detrás el lobo que, en una mañana ya añejo, sería el perro de la hoguera y de las sobras, el sirviente blanco. Eran muchos, no un hombre. Vagos sus nombres se referían al viento y a los tótems, a un hecho que pasó en un nacimiento, el deshielo que ahogó o el meteoro fugaz que ardió en la tundra o la muchacha audaz que en mar abierto, salvó a su hijo de la cólera brutal de la ballena. Sus dioses eran el salmón que cada año retorna como el año y que va al mar y el oso pardo, una montaña que muge y que el filo de lanza abate, y el pesado bisonte y el tigre rayado, que se quedó en Siberia y que la manta del navajo evoca: extranjeros, ellos serían América, la múltiple figura que no supo Balboa y que Pizarro abandonó a la imaginación de un franciscano. De hueso, no de madera y de noche serían sus dioses ni de la piedra que labran los pueblos de una tierra supuesta, entre la niebla de sus transmigraciones. Eran crueles y antiguos como el Asia; fundarían imperios en la aurora y en México, reinos en Bolivia, fortalezas donde un signo inequívoco mostrara la voluntad de estos dioses: un águila en el aire arrebatando la serpiente, un árbol singular, como un recuerdo de las llanuras heladas y el Mar Blanco, que ya sólo evocaban los viejos moribundos y el Sueño, que es eterno. Alzarían Tenochtitlán, el Cuzco y el enigma silencioso, Tiahuanaco, en la isla de Pascua graves rostros que contemplan todavía su gran marcha; otros, sin embargo, volverían al corazón de las selvas y al olvido, como los muertos al pasado, al país de la cuna y de las tumbas. Mañana, todavía, aún faltaba, nuevos extranjeros alzarían ferrocarriles, calles, edificios, calendarios regidos por el sol y no la luna, venidos de otros Beherings y otras fechas, en nuestras claras ciudades, oh ingenuas tierras, seremos siempre dobles: uno solo y muchos, hombres de ninguna parte.
Behering
Gabriel García Márquez
Yo he visto el mar. Pero no era el mar retórico con mástiles y marineros amarrados a una leyenda de cantares. Ni el verde mar cosmopolita -mar de Babel- de las ciudades, que nunca tuvo unas ventanas para el lucero de la tarde. Ni el mar de Ulises que tenía siete sirenas musicales cual siete islas rodeadas de música por todas partes. Ni el mar inútil que regresa con una carga de paisajes para que siempre sea octubre en el sueño de los alcatraces. Ni el mar bohemio con un puerto y un marinero delirante que perdiera su corazón en una partida de naipes. Ni el mar que rompe contra el [muelle una canción irremediable que llega al pecho de los días sin emoción, como un tatuaje. Ni el mar puntual que siempre tiene un puerto para cada viaje donde el amor se vuelve vida como en el vientre de una madre. Que era mi mar el mar eterno, mar de la infancia, inolvidable, suspendido de nuestro sueño como una Paloma en el aire. Era el mar de la geografía, de los pequeños estudiantes, que aprendíamos a navegar en los mapas elementales. En el mar de los caracoles, mar prisionero, mar distante, que llevábamos en el bolsillo como un juguete a todas partes. El mar azul que nos miraba, cuando era nuestra edad tan frágil que se doblaba bajo el peso de los castillos en el aire. Y era el mar del primer amor en unos ojos otoñales. Un día quise ver el mar -mar de la infancia- y ya era tarde.
Poema desde un caracol
Rafael Alberti
Sal tú, bebiendo campos y ciudades, en largo ciervo de agua convertido, hacia el mar de las albas claridades, del martín-pescador mecido nido; que yo saldré a esperarte, amortecido, hecho junco, a las altas soledades, herido por el aire y requerido por tu voz, sola entre las tempestades. Deja que escriba, débil junco frío, mi nombre en esas aguas corredoras, que el viento llama, solitario, río. Disuelto ya en tu nieve el nombre mío, vuélvete a tus montañas trepadoras, ciervo de espuma, rey del monterío.
A FEDERICO GARCÍA LORCA
Pablo Neruda
Cien sonetos de amor Matilde, nombre de planta o piedra o vino, de lo que nace de la tierra y dura, palabra en cuyo crecimiento amanece, en cuyo estío estalla la luz de los limones. En ese nombre corren navíos de madera rodeados por enjambres de fuego azul marino, y esas letras son el agua de un río que desemboca en mi corazón calcinado. Oh nombre descubierto bajo una enredadera como la puerta de un túnel desconocido que comunica con la fragancia del mundo! Oh invádeme con tu boca abrasadora, indágame, si quieres, con tus ojos nocturnos, pero en tu nombre déjame navegar y dormir.
Cien sonetos de amor
cristianos
(Zaida C. de Ramón)¡Qué hermoso es obedecer al Dueño del universo! No merecemos tal honra ¡Es un grande privilegio! Nuestro Dios en las alturas es Soberano y Supremo, es grande Su Majestad Su gloria cuentan los cielos. Todo aquello que creó con Su palabra y con celo, lo colocó en su lugar ? Él vio que todo era bueno. Mas aún, algo faltaba, no podía obviar el resto, Quería ser Padre de hijos que le guardaran respeto. Que caminaran con Él, Le confiaran sus secretos, Como al Padre que les ama, Como Amigo en todo tiempo. Entonces determinó como Propósito Eterno el darnos lo más preciado, lo más valioso y perfecto: Al que con sangre pagó por tí y por mí ?¡Gran Misterio! No menosprecies tal don No ignores Su mandamiento ¡Obedecer al Señor es un grande privilegio!
¡Grande privilegio! (Zaida C. de Ramón)
Pablo Neruda
Cien sonetos de amor Si no fuera porque tus ojos tienen color de luna, de día con arcilla, con trabajo, con fuego, y aprisionada tienes la agilidad del aire, si no fuera porque eres una semana de ámbar, si no fuera porque eres el momento amarillo en que el otoño sube por las enredaderas y eres aún el pan que la luna fragante elabora paseando su harina por el cielo, oh, bienamada, yo no te amaría! En tu abrazo yo abrazo lo que existe, la arena, el tiempo, el árbol de la lluvia, y todo vive para que yo viva: sin ir tan lejos puedo verlo todo: veo en tu vida todo lo viviente.
Cien sonetos de amor
Juan Liscano
Hundimientos de la costumbre. Brotes. El viento construye ciudades (quien las ve no las ha visto). Silencio: súbita elocuencia. Y una luz inmediata que no deja tomar aliento. * No es el tiempo el que corre somos nosotros quienes pasamos iluminados por un lado o en sombras ahogados o clamorosos. Somos la referencia del tiempo la irremediable certidumbre de destrucción las ruinas por venir las contingencias y la memoria que de pronto cesa se expanden la ausencia el vacío palpita el recuerdo entre los que nos miran morir empiezan el despojo las liturgias del luto los vestigios devorados día a día por el olvido las descomposiciones activas el polvo el pasaje desconocido hacia el enigma. * Debe haber algún lugar en nosotros mismos donde cesa el combate de los contrarios y no se juega más a cara o cruz donde las cosas brillan con propia lumbre y la mirada resplandece en el silencio dominios de doble blanco donde se unen el agua y el fuego sin violencia y nieva en el trópico sin cambiar de clima y los hielos eternos calientan el cuerpo y podemos vernos nacer y morir en un movimiento de duna que se desliza o viajar en constantes de años-luz hacia ayer para corregir las desgracias o hacia mañana para anticipar los trabajos detener los vencimientos antes de hundirnos en algún núcleo en algún hervor en alguna inmanencia sustraídos al tiempo máscara de la eternidad.
HUNDIMIENTOS DE LA COSTUMBRE
José Luis Piquero
Te juro que de noche vienen a verme todos aquellos que he engañado a lo largo del tiempo. Me miran con los ojos terribles de tristeza, seguro que no saben que me alegro de verles. Mis amigos y víctimas. No es tan malo en el fondo estar aquí sentado recibiendo visitas. Mis víctimas de cuando y por qué. Si pudiera yo les explicaría que no soy responsable. Con la noche muy alta oigo lejos los trenes y a menudo me pierdo en las luces del fondo. Una ventana sola, con una luz muy triste, me distrae un momento con preguntas absurdas. Quién vela en ese cuarto y si vendrán a verle fantasmas de los vivos que tratamos un día; también estos -me digo- le recordarán hechos del pasado, secretos, graves conversaciones de adolescentes, sombras de una tarde de sol con adornos de fiesta y una banda tocando, o un café en una vieja cafetería del centro, copas a medianoche, gente que dice cosas... Darán otras versiones, cambiarán un detalle. Él se esfuerza en hacerles comprender que no siempre varios puntos de vista vienen a coincidir, pero con un esfuerzo, de buena fe podríamos situar el contexto y ponernos de acuerdo en lo más esencial. Pero ellos me responden que es demasiado tarde para pasar por alto tantas malas jugadas como he hecho en mi vida, las pequeñas traiciones, las infidelidades, y con razón me dicen que, si soy inocente, por qué les dejo franco el paso de mi cuarto, y preguntan si tengo la conciencia tranquila. Y te juro que entonces ya no sé contestar y aventuro tardías disculpas que no escuchan. Empiezan a dar mueras para matarme poco de esas muertes pequeñas que causan tanto daño, y me quedo pequeño yo también y desnudo y en mi rincón de siempre me abrazo a mis rodillas sin encontrar tu mano para apretarla fuerte mientras llueven los golpes, y te llamo, te llamo, dónde estarás tú sola con tus propios fantasmas. Algunas noches vienen a visitarme todas las personas que he amado a lo largo del tiempo. Ojalá que una noche me encontrasen dormido. No querrían entonces que yo les visitase.
Noches a solas con los amigos de antes
Pablo Neruda
LOMO de buey, pesado cargador, sistemático libro espeso: de joven te ignore, me vistió la suficiencia y me creí repleto, y orondo como un melancólico sapo dictaminé: "Recibo las palabras directamente del Sinaí bramante. Reduciré las formas a la alquimia. Soy mago". El gran mago callaba. El Diccionario, viejo y pesado, con su chaquetón de pellejo gastado, se quedó silencioso sin mostrar sus probetas. Pero un día, después de haberlo usado y desusado, después de declararlo inútil y anacrónico camello, cuando por largos meses, sin protesta, me sirvió de sillón y de almohada, se rebeló y plantándose en mi puerta creció, movió sus hojas y sus nidos, movió la elevación de su follaje: árbol era, natural, generoso manzano, manzanar o manzanero, y las palabras, brillaban en su copa inagotable, opacas o sonoras fecundas en la fronda del lenguaje, cargadas de verdad y de sonido. Aparto una sola de sus páginas: Caporal Capuchón qué maravilla pronunciar estas sílabas con aire, y más abajo Cápsula hueca, esperando aceite o ambrosía, y junto a ellas Captura Capucete Capuchina Caprario Captatorio palabras que se deslizan como suaves uvas o que a la luz estallan como gérmenes ciegos que esperaron en las bodegas del vocabulario y viven otra vez y dan la vida: una vez más el corazón las quema. Diccionario, no eres tumba, sepulcro, féretro, túmulo, mausoleo, sino preservación, fuego escondido, plantación de rubíes, perpetuidad viviente de la esencia, granero del idioma. Y es hermoso recoger en tus filas la palabra de estirpe, la severa y olvidada sentencia, hija de España, endurecida como reja de arado, fija en su límite de anticuada herramienta, preservada con su hermosura exacta y su dureza de medalla. O la otra palabra que allí vimos perdida entre renglones y que de pronto se hizo sabrosa y lisa en nuestra boca como una almendra o tierna como un higo. Diccionario, una mano de tus mil manos, una de tus mil esmeraldas, una sola gota de tus vertientes virginales, un grano de tus magnánimos graneros en el momento justo a mis labios conduce, al hilo de mi pluma, a mi tintero. De tu espesa y sonora profundidad de selva, dame, cuando lo necesite, un solo trino, el lujo de una abeja, un fragmento caído de tu antigua madera perfumada por una eternidad de jazmineros, una sílaba, un temblor, un sonido, una semilla: de tierra soy y con palabras canto.
Oda al diccionario
Juan Ramón Mansilla
Él dijo: sé práctica, nivela la euforia y la flaqueza, mesura el vértigo de las cumbres y las simas. Él, que nunca entendió por qué Sísifo no se zafó de la piedra. Que gustaba de largos horizontes y del clima calmo del invierno. Imágenes del sosiego y la eternidad. Lo dijo. Y un instante después habría de venirse abajo, sobre un suelo movedizo, bajo una luz más ciega. Contuso, vacilante, exhausto, con una mano aferra las raíces. Con la otra enciende su mechero. Y cuanto más le vence el vértigo, más sujeta la esperanza. ¿Será vana? Nunca se sabe.
Vértigo
Dámaso Alonso
¿Cómo era Dios mío, cómo era? JUAN R. JIMÉNEZ La puerta, franca. Vino queda y suave. Ni materia ni espíritu. Traía una ligera inclinación de nave y una luz matinal de claro día. No era de ritmo, no era de armonía ni de color. El corazón la sabe, pero decir cómo era no podría porque no es forma, ni en la forma cabe. Lengua, barro mortal, cincel inepto, deja la flor intacta del concepto en esta clara noche de mi boda, y canta mansamente, humildemente, la sensación, la sombra, el accidente, mientras ella me llena el alma toda.
¿CÓMO ERA?
José Asunción Silva
Double virginité Corps où rien n'est immonde Ame où rien n'est impure. VICTOR HUGO, Feuilles d'automne. Noble como la cándida adorada del inmortal poeta florentino, corona de la frente inmaculada el dorado cabello que sobre el hombro flota en blondos rizos, perdida en el espacio la mirada como se pierde en su conjunto bello la de aquél que contempla sus hechizos. Hay infinita luz que reverbera en el azul de sus divinos ojos cual de limpio zafiro en los cristales. Una expresión de majestad serena de pudor y recato virginales vela la gracia de sus labios rojos, ¡y es a la vez misterïoso encanto, lumbre, murmullo, vibración y canto! Su voz tiene las notas armoniosas de la del ave que en blando nido de su impotencia de volar se queja, llena de suavidad, llena de calma su cariñosa frase siempre deja una estela de perlas en el alma. Tiene la delicada transparencia de las húmedas hojas de las lilas y ni una leve mancha en la conciencia y ni una leve sombra en las pupilas. Es una reunión encantadora de lo más dulce que la vida encierra a los rosados rayos de la aurora hecha, del aire en los azules velos, ¡con lo más delicado de la tierra y lo más delicado de los cielos!
ADRIANA
Mario Benedetti
Cuando el presidente, cualquier presidente se preocupa tanto por los derechos humanos parece evidente que en ese caso derecho no significa facultad o atributo o libre albedrío sino diestro o antizurdo o flanco opuesto al corazón lado derecho en fin en consecuencia ¿no sería hora de que iniciáramos una amplia campaña internacional por los izquierdos humanos?
Ahora todo está claro
Salvador Novo
¡Mueran los gachupines! Mi padre es gachupín, el profesor me mira con odio y nos cuenta la Guerra de Independencia y cómo los españoles eran malos y crueles con los indios —él es indio—, y todos los muchachos gritan que mueran los gachupines. Pero yo me rebelo y pienso que son muy estúpidos: Eso dice la historia pero ¿cómo lo vamos a saber nosotros?
LA HISTORIA
Antonio Machado
LOS OJOS I Cuando murió su amada pensó en hacerse viejo en la mansión cerrada, solo, con su memoria y el espejo donde ella se miraba un claro día. Como el oro en el arca del avaro, pensó que no guardaría todo un ayer en el espejo claro. Ya el tiempo para él no correría. II Mas, pasado el primer aniversario, ¿Cómo eran ?preguntó?, pardos o negros, sus ojos? ¿Glaucos?... ¿Grises? ¿Cómo eran, ¡Santo Dios!, que no recuerdo?... III Salió a la calle un día de primavera, y paseó en silencio su doble luto, el corazón cerrado... De una ventana en el sombrío hueco vio unos ojos brillar. Bajó los suyos y siguió su camino... ¡Como ésos!
Parergón
Jordi Doce
¿Quién llama en el silencio de la tarde? ¿Son las horas, tal vez, al deslizarse sobre tu cuerpo como el agua, como el agua que anhelas y te anhela bajo el oscuro nudo de la luz? ¿O es acaso esa luz, que se debate en el aire inflamado, en el aire sin pulso ni reflejo que humea? No, te equivocas. Es tu cuerpo, el latido de tu cuerpo, tan cerca de su centro que la vida lo aturde, como el arco y la diana son uno y se confunden tras la mano de sangre, tras el golpe de sangre con que el asombro se dispara: esplendor del suceso que eres a cada instante.
Llamada
Mario Benedetti
No creo en vos mordaza pero voy a decirte por qué no creo ta ves ahora no digo no hoy ni ay y sin embargo igual destapo el verbo respiro el grito y armo la blasfemia pienso luego insisto hago inventario de tu alegre pálpito de la miseria de tu crueldad sin muchas ilusiones de tu ira lustrada de tu miedo porque mordaza vos sos muchísimo más que un trapo sucio sos la mano tembleque que te ayuda sos el dueño flamante de esa mano y hasta el dueño canalla de tu dueño porque mordaza sos muchisimo más que un trapo sucio con gusto a boca libre y a puteada sos la ley malviviente del sistema sos la flor bienmuriente de la infamia pienso luego insisto a tu custodia quedan mis labios apretados quedan mis incisivos colmillos y molares queda mi lengua queda mi discurso pero no queda en cambio mi garganta en mi garganta empiezo por lo pronto a ser libre a veces trago la saliva amarga pero no trago mi rencor sagrado mordaza bárbara mordaza ingenua crees que no voy a hablar pero sí hablo solamente con ser y con estar pienso luego insisto qué me importa callar si hablamos todos por todas partes las paredes y por todos los signos qué me importa callar si ya sabés oscura qué me importa callar si ya sabés mordaza lo que voy a decirte porquería.
Oda a la mordaza
Francisco Álvarez
Me ha engañado el espejo, dulce engaño, devolviendo una imagen que no es mía; mi desnudez le ofrezco cada día envuelta sólo en el vapor del baño. Nunca me devolvió un reflejo extraño, sólo a mí, en mi tristeza o mi alegría, pero hoy vi que tu rostro aparecía bajo mi pelo de color castaño. Y al mirarme tus ojos fijamente, mi piel mojada te sintió presente, y me abrazó un ligero escalofrío. Y no sabré decir si mi delicia vino de tu caricia o mi caricia, mías tus manos, y tu rostro mío.
ANTE EL ESPEJO
Juan de Mena
VIII La orden del cielo exemplo te sea: guarda la mucha costancia del Norte; mira el Trión, que ha por deporte ser inconstante, que siempre rodea; e las siete Pleyas que Atlas otea, que juntas parescen en muy chica suma, siempre s'esconden venida la bruma; cada qual guarde qualquier ley que sea.
EXEMPLIFICA
Delfina Acosta
Me quieres por ser triste y por mayor. Me quieres pues no tienes aún edad para llevar a una mujer a misa. Te permito morder, lamer, sanar. Tú bebes de los ríos de mis senos el agua de las rocas frente al mar. Me pides que te muerda, y al besarte, te pinte mi boquita de labial. Te dejo susurrarme en el oído lo que otro día a otra le dirás: "¡ Ay, triste mía, mía, sólo mía !" El amor como el vino habla demás. Ninguno como tú, entre todos dios. Te enseño a ser varón y te me das. Aprende niño hermoso que el amor lleva en su tibia sangre la maldad.
La nodriza
Marilina Rébora
Lo he meditado mucho, Señor, aunque no espero visión de corcel blanco o de espada en tu boca, estrella o mar de vidrio —ni menos, candelero—: quiero de Ti otra gracia y mi labio la invoca. Quiero sí un nuevo nombre: el que nadie conoce, únicamente sólo aquel que lo recibe, para perfeccionar en infinito goce lo que apenas el alma en sus ansias concibe. Un nuevo nombre escrito en blanca piedrecita. «¿Cuál será?», me pregunto. Inútil responderme pues lo susurra sólo el ángel que visita las almas que Tú eliges para esta recompensa. (Mientras se cumple el término, el espíritu aduerme y la mente imagina, discurre, trama, piensa...)
BLANCA PIEDRECITA
Eunice Odio
¿Te acuerdas, Louis Armstrong, del día en que viajamos por un corredor de sonidos que amábamos hasta la muerte? ¿Recuerdas la onomatopeya que no salió al paso y que nos dio un trono de un solo golpe? Parece mentira, Louis, amor mío, que hayamos compartido tantas cosas, tantas ramas y tan gran número de espumas. Parece imposible, Louis, que entre nosotros se deshagan las formas del azul que nos acompañaban; que tú, dardo, arma del ángel vivo, te lances a donde nadie podrá reconocerte sino por tu alegría, por tu voz de durazno, por tu manera de prolongarte en la luz y crecer en el aire. No creo que haya desaparecido del mundo la manada de resplandores que nos seguía. Más bien creo que se ocultan en el tiempo y que no será consumidos. Tú, continuación del fuego, pedestal de la nube, desinencia de mariposa, andas hoy al garete entre harinas y entre otras materias incorruptibles que te guardan como guardan a todos los justos, a todos los hermosos cuya hermosura viene de lejos y no se va nunca, y se incendia cada día igual que la altura. Satchmo, querido hasta la música, soñado hasta el arpegio, las arpas de David y sus graves de cobre te están tocando el alma y los clavicémbalos el cabello sin fin. Ricardo Wagner está de pie, aguardándote en una azotea tetralógica, lleno de flores que andan y crecen continuamente. Ricardo Wagner está en sí mismo viendo que llegas al dominio de los cristales, armado de la trompeta bastarda y de la baja tocando un son del viento, sonando como un trueno recién nacido, y húmedo y perfecto. Y yo, sombra sonora del futuro también estoy allí, soñada por dos cuerpos transparentes que se besan y funden y confunden en la gran azotea tetralógica donde todo es tan claro como Dios y el amor y los árboles.
SATCHMO LIROFORO
Gerardo Diego
Albert Samain diría Vallejo dice Gerardo Diego enmudecido dirá mañana y por una sola vez Piedra de estupor y madera dulce de establo querido amigo hermano en la persecución gemela de los sombreros desprendidos por la velocidad de los astros Piedra de estupor y madera noble de establo constituyen tu temeraria materia prima anterior a los decretos del péndulo y a la creación secular de las golondrinas Naciste en un cementerio de palabras una noche en que los esqueletos de todos los verbos intransitivos proclamaban la huelga del te quiero para siempre siempre siempre una noche en que la luna lloraba y reía y lloraba y volvía a reír y a llorar jugándose a sí misma a cara o cruz Y salió cara y tú viviste entre nosotros Desde aquella noche muchas palabras apenas nacidas fallecieron repentinamente tales como Caricia Quizás Categoría Cuñado Cataclismo Y otras nunca jamás oídas se alumbraron sobre la tierra, así como Madre Mira Moribundo Melquisedec Milagro y todas las terminadas en un rabo inocente Vallejo tú vives rodeado de pájaros a gatas en un mundo que está muerto requetemuerto y podrido Vives tú con tus palabras muertas y vivas Y gracias a que tú vives nosotros desahuciados acertamos a levantar los párpados para ver el mundo tu mundo con la mula y el hombre guillermosceundario y la tiernísima niña y los cuchillos que duelen en el paladar Porque el mundo existe y tú existes y nosotros probablemente terminaremos por existir si tú te empeñas y cantas y voceas en tu valiente valle Vallejo
VALLE VALLEJO
Francisco de Quevedo
Yacen de un home en esta piedra dura El cuerpo yermo y las cenizas frías: Médico fue, cuchillo de natura, Causa de todas las riquezas mías. Y ahora cierro en honda sepultura Los miembros que rigió por largos días; Y aun con ser Muerte yo, no se la diera, Si dél para matarle no aprendiera.
A un médico
Marilina Rébora
“¿Qué quiere decir glauco?” “Muy simplemente, verde.” “Y añil, ¿qué significa?” “Azul; es bien sencillo.” “¿Y el escarlata, madre? Di, para que me acuerde, como siempre recuerdo que el gualdo es amarillo.” “Del latín scarlatum deriva el carmesí, o más preciso el rojo, el de Caperucita, y ya más definidos, los tonos de rubí: encarnado, bermejo, sin que el punzó se omita.” “Colores y colores, colores, madre mía, en variedad constante que todo lo renueva para dar a las cosas infantil alegría. Por eso Dios se afana derramando colores y, para que tengamos siempre alegría nueva, borda ese paraíso, prisma de resplandores.”
BORDADOS DE DIOS
Paz Díez Taboada
Han perdido los sueños las señas de mi casa o quizá se olvidaron de acudir a la cita. Lo que me prometieron se salvó, pero, en cambio, quedó, solo y desnudo, sentado en el camino, sin que nadie acudiera a remediar el caso. Mientras espero el tren de madrugada, cubren el horizonte tropas vociferantes, uniformadas de oropel. Caminan tras de su viejo dios -ese becerro-...
En el andén
Gustavo Adolfo Bécquer
Las ropas desceñidas, desnudas las espaldas, en el dintel de oro de la puerta dos ángeles velaban. Me aproximé a los hierros que defienden la entrada, y de las dobles rejas en el fondo la vi confusa y blanca. La vi como la imagen que en leve ensueño pasa, como rayo de luz tenue y difuso que entre tinieblas nada. Me sentí de un ardiente deseo llena el alma; como atrae un abismo, aquel misterio hacia sí me arrastraba. Mas ¡ay! que, de los ángeles, parecían decirme las miradas: "¡El umbral de esta puerta sólo Dios lo traspasa!"
Rima LXXIV
Gabriel García Márquez
“Llueve en este poema” Eduardo Carranza. Llueve. La tarde es una hoja de niebla. Llueve. La tarde está mojada de tu misma tristeza. A veces viene el aire con su canción. A veces… Siento el alma apretada contra tu voz ausente. Llueve. Y estoy pensando en ti. Y estoy soñando. Nadie vendrá esta tarde a mi dolor cerrado. Nadie. Solo tu ausencia que me duele en las horas. Mañana tu presencia regresará en la rosa. Yo pienso —cae la lluvia— nunca como las frutas. Niña como las frutas, grata como una fiesta hoy esta atardeciendo tu nombre en mi poema. A veces viene el agua a mirar la ventana Y tú no estás A veces te presiento cercana. Humildemente vuelve tu despedida triste. Humildemente y todo humilde: los jazmines los rosales del huerto y mi llanto en declive. Oh, corazón ausente: qué grande es ser humilde!
Canción
Jorge Luis Borges
No son más silenciosos los espejos ni más furtiva el alba aventurera; eres, bajo la luna, esa pantera que nos es dado divisar de lejos. Por obra indescifrable de un decreto divino, te buscamos vanamente; más remoto que el Ganges y el poniente, tuya es la soledad, tuyo el secreto. Tu lomo condesciende a la morosa caricia de mi mano. Has admitido, desde esa eternidad que ya es olvido, el amor de la mano recelosa. En otro tiempo estás. Eres el dueño de un ámbito cerrado como un sueño.
A un gato
Juan Ramón Jiménez
¡Qué miedo el azul del cielo! ¡Negro! ¡Negro de día en agosto! ¡Qué miedo! ¡Qué espanto en la siesta ardiente! ¡Negro! ¡Negro en las rosas y el río! ¡Qué miedo! ¡Negro con sol en mi tierra (¡negro!) sobre las paredes blancas! ¡Qué miedo!
TRASCIELO DEL CIELO AZUL
Mario Benedetti
Sabes gustavo adolfo en cualquier año de éstos ya no van a volver las golondrinas ni aún las pertinaces las del balcón las tuyas es lógico están hartas de tanto y tanto alarde migratorio de tanto y tanto cruce sobre el mar y retórica y pretextos y alcores su tiempo ya pasó lo reconocen y a mitad de su ida o de su vuelta oscuras cursilíneas tiernitas de alas largas se dejarán caer como buscando cada una su ola terminal.
Últimas golondrinas
Pablo Neruda
Cien sonetos de amor Mi fea, eres una castaña despeinada, mi bella, eres hermosa como el viento, mi fea, de tu boca se pueden hacer dos, mi bella, son tus besos frescos como sandías. Mi fea, dónde están escondidos tus senos? Son mínimos como dos copas de trigo. Me gustaría verte dos lunas en el pecho: las gigantescas torres de tu soberanía. Mi fea, el mar no tiene tus uñas en su tienda, mi bella, flor a flor, estrella por estrella, ola por ola, amor, he contado tu cuerpo: mi fea, te amo por tu cintura de oro, mi bella, te amo por una arruga en tu frente, amor, te amo por clara y por oscura.
Cien sonetos de amor
Rubén Darío
En las pálidas tardes yerran nubes tranquilas en el azul; en las ardientes manos se posan las cabezas pensativas. ¡Ah los suspiros! ¡Ah los dulces sueños! ¡Ah las tristezas íntimas! ¡Ah el polvo de oro que en el aire flota, tras cuyas ondas trémulas se miran los ojos tiernos y húmedos, las bocas inundadas de sonrisas, las crespas cabelleras y los dedos de rosa que acarician! En las pálidas tardes me cuenta un hada amiga las historias secretas llenas de poesía; lo que cantan los pájaros, lo que llevan las brisas, lo que vaga en las nieblas, lo que sueñan las niñas. Una vez sentí el ansia de una sed infinita. Dije al hada amorosa: ?Quiero en el alma mía tener la aspiración honda, profunda, inmensa: luz, calor, aroma, vida. Ella me dijo: ?¡Ven!? con el acento con que hablaría un arpa. En él había un divino aroma de esperanza. ¡Oh sed del ideal! Sobre la cima de un monte, a medianoche, me mostró las estrellas encendidas. Era un jardín de oro con pétalos de llama que titilan. Exclamé: ?Más... La aurora vino después. La aurora sonreía, con la luz en la frente, como la joven tímida que abre la reja, y la sorprenden luego ciertas curiosas, mágicas pupilas. Y dije: ?Más...? Sonriendo la celeste hada amiga prorrumpió: ?¡Y bien! ¡Las flores! Y las flores estaban frescas, lindas, empapadas de olor: la rosa virgen, la blanca margarita, la azucena gentil y las volúbiles que cuelgan de la rama estremecida. Y dije: ?Más... El viento arrastraba rumores, ecos, risas, murmullos misteriosos, aleteos, músicas nunca oídas. El hada entonces me llevó hasta el velo que nos cubre las ansias infinitas, la inspiración profunda y el alma de las liras. Y los rasgó. Allí todo era aurora. En el fondo se vía un bello rostro de mujer. ¡Oh; nunca, Piérides, diréis las sacras dichas que en el alma sintiera! Con su vaga sonrisa: ?¿Más?... ?dijo el hada. Y yo tenía entonces clavadas las pupilas en el azul; y en mis ardientes manos se posó mi cabeza pensativa...
Autumnal
Pablo Neruda
Conservo un frasco azul, dentro de él una oreja y un retrato: cuando la noche obliga a las plumas del búho, cuando el ronco cerezo se destroza los labios y amenaza con cáscaras que el viento del océano a menudo perfora, yo sé que hay grandes extensiones hundidas, cuarzo en lingotes, cieno, aguas azules para una batalla, mucho silencio, muchas vetas de retrocesos y alcanfores, cosas caídas, medallas, ternuras, paracaídas, besos. No es sino el paso de un día hacia otro, una sola botella andando por los mares, y un comedor adonde llegan rosas, un comedor abandonado como una espina: me refiero a una copa trizada, a una cortina, al fondo de una sala desierta por donde pasa un río arrastrando las piedras. Es una casa situada en los cimientos de la lluvia, una casa de dos pisos con ventanas obligatorias y enredaderas estrictamente fieles. Voy por las tardes, llego lleno de lodo y muerte, arrastando la tierra y sus raíces, y su vaga barriga en donde duermen cadáveres con trigo, metales, elefantes derrumbados. Pero por sobre todo hay un terrible, un terrible comedor abandonado, con las alcuzas rotas y el vinagre corriendo debajo de las sillas, un rayo detenido de la luna, algo oscuro, y me busco una comparación dentro de mí: tal vez es una tienda rodeada por el mar y paños rotos goteando salmuera. Es sólo un comedor abandonado, y alrededor hay extensiones, fábricas sumergidas, maderas que sólo yo conozco, porque estoy triste y viajo, y conozco la tierra, y estoy triste.
Melancolía en las familias
Manuel Acuña
A Rosario ¡Pues bien!, yo necesito decirte que te adoro, decirte que te quiero con todo el corazón; que es mucho lo que sufro, que es mucho lo que lloro, que ya no puedo tanto, y al grito en que te imploro, te imploro y te hablo en nombre de mi última ilusión. Yo quiero que tú sepas que ya hace muchos días estoy enfermo y pálido de tanto no dormir; que están mis noches negras, tan negras y sombrías, que ya se han muerto todas las esperanzas mías, que ya no sé ni dónde se alzaba el porvenir. De noche, cuando pongo mis sienes en la almohada y hacia otro mundo quiero mi espíritu volver, camino mucho, mucho, y al fin de la jornada, las formas de mi madre se pierden en la nada, y tú de nuevo vuelves en mi alma a aparecer. Comprendo que tus besos jamás han de ser míos, comprendo que en tus ojos no me he de ver jamás; y te amo y en mis locos y ardientes desvaríos, bendigo tus desdenes, adoro tus desvíos, y en vez de amarte menos te quiero mucho más. A veces pienso en darte mi eterna despedida, borrarte en mis recuerdos y huir de esta pasión; mas si es en vano todo y el alma no te olvida, ¿qué quieres tú que yo haga, pedazo de mi vida, qué quieres tú que yo haga con este corazón? Y luego que ya estaba concluido el santuario, tu lámpara encendida, tu velo en el altar, el sol de la mañana detrás del campanario, chispeando las antorchas, humeando el incensario, y abierta allá a lo lejos la puerta del hogar... ¡Qué hermoso hubiera sido vivir bajo aquel techo, los dos unidos siempre y amándonos los dos; tú siempre enamorada, yo siempre satisfecho, los dos una sola alma, los dos un solo pecho, y en medio de nosotros mi madre como un Dios! ¡Figúrate qué hermosas las horas de esa vida! ¡Qué dulce y bello el viaje por una tierra así! Y yo soñaba en eso, mi santa prometida; y al delirar en eso con alma estremecida, pensaba yo en ser bueno por ti, no más por ti. Bien sabe Dios que ese era mi más hermoso sueño, mi afán y mi esperanza, mi dicha y mi placer; ¡bien sabe Dios que en nada cifraba yo mi empeño, sino en amarte mucho en el hogar risueño que me envolvió en sus besos cuando me vio nacer! Esa era mi esperanza... mas ya que a sus fulgores se opone el hondo abismo que existe entre los dos, ¡adiós por la vez última, amor de mis amores; la luz de mis tinieblas, la esencia de mis flores; mi lira de poeta,mi juventud, adiós!
NOCTURNO
Juan Ramón Jiménez
Ante mí estás, sí. Mas me olvido de ti, pensando en ti.
LA SOLA
Carlos Edmundo de Ory
Dame algo más que silencio o dulzura Algo que tengas y no sepas No quiero regalos exquisitos Dame una piedra No te quedes quieto mirándome como si quisieras decirme que hay demasiadas cosas mudas debajo de lo que se dice Dame algo lento y delgado como un cuchillo por la espalda Y si no tienes nada que darme ¡dame todo lo que te falta!
DAME
Jaime Sabines
¡Qué blandos ojos sobre tu falda! No sé. Pero tenías de todas partes, largas mujeres, negras aguas. Quise decirte: hermana. Para incestar contigo rosas y lágrimas. Duele bastante, es cierto, todo lo que se alcanza. Es cierto, duele no tener nada. ¡Qué linda estás, tristeza: cuando así callas! ¡Sácale con un beso todas las lágrimas! ¡Que el tiempo, ah, te hiciera estatua!
Me gustó que lloraras
Gustavo Adolfo Bécquer
Cuando miro el azul horizonte perderse a lo lejos, al través de una gasa de polvo dorado e inquieto, me parece posible arrancarme del mísero suelo y flotar con la niebla dorada en átomos leves cual ella deshecho. Cuando miro de noche en el fondo oscuro del cielo las estrellas temblar como ardientes pupilas de fuego, me parece posible a do brillan subir en un vuelo y anegarme en su luz, y con ellas en lumbre encendido fundirme en un beso. En el mar de la duda en que bogo ni aun sé lo que creo; sin embargo estas ansias me dicen que yo llevo algo divino aquí dentro.
Rima VIII
María Eugenia Caseiro
Abre el agujero enfrenta el desabrigo, tiembla el poema tiembla como un ángel recién nacido frente a los bancos alineados que aguardan fríamente Se lo lleva una ausencia repentina como de sombras, como de miedos con rostro desnudo habitando otras bocas desprovistas de palabra y cielo. El poema siente el compromiso la incertidumbre de salir a escena con la luz en los brazos con las alas abiertas Un crepitar de la palabra próxima al llanto le oprime el pecho duele en cada verso en el hueso endeble del momento. Con la púa clavada en el costado sin maquillar el vuelo sale del vientre salta arriesga su sendero en la cuerda de una hoja Ya no tiembla A su paso piedra terrible el silencio... Como un ángel muerto el poema cae como un ángel muerto.
Como un ángel muerto
Oliverio Girondo
Eh vos tatacombo soy yo dí no me oyes tataconco soy yo sin vos sin voz aquí yollando con mi yo sólo solo que yolla y yolla y yolla entre mis subyollitos tan nimios micropsíquicos lo sé lo sé y tanto desde el yo mero mínimo al verme yo harto en todo junto a mis ya muertos y revivos yoes siempre siempre yollando y yoyollando siempre por qué si sos por qué dí eh vos no me oyes tatatodo por qué tanto yollar responde y hasta cuándo
YOLLEO
Paz Díez Taboada
Está el jardín chiquito en la ladera de un monte hostil y largo. El panorama es tan desolador como la flecha que se lanza imparable hacia el oeste. Ramilletes de flores y blancas superficies, letras doradas y ángeles sin vuelo; algún árbol sumiso y desmedrado, y caleados muros de tierra pedregosa. Con la falsa alegría del fregoteo inútil, brillos sin proyección y colores inanes. Sólo las lagartijas dibujan un camino intencionado. Lo demás es muerte.
El jardín
Gloria Fuertes
Kikirikí, estoy aquí, decía el gallo Colibrí. El gallo Colibrí era pelirrojo, y era su traje de hernoso plumaje. Kikirikí. Levántate campesino, que ya está el sol de camino. —Kikirikí. Levántate labrador, despierta con alegría, que viene el día. —Kikiriki. Niños del pueblo despertad con el ole, que os esperan en el «cole». El pueblo no necesita reloj, le vale el gallo despertador.
EL GALLO DESPERTADOR
David Escobar Galindo
La armonía es un río transitable. Cada aurora embarcamos corriente abajo, en ceremonia inédita. No recordamos nunca las estaciones en las que paramos ayer o antes de ayer o antes de siempre. En el viaje que a diario se repite en una barca nunca vista. Y aunque escribamos cotidianamente las minuciosas obras del trayecto, mañana la aventura será virgen.
La armonía
Alejandra Pizarnik
Yo no sé de pájaros, no conozco la historia del fuego. Pero creo que mi soledad debería tener alas.
LA CARENCIA
Hilario Barrero
Abro la caja y se dispara un olor a colegio de monjas, olor a cedro, a mina clausurada, a lápiz encerrado con una sombra en su interior. La Hermana Aurora, la confesión, el ayuno, el rosario, los nueve primeros viernes y el mes de mayo a María. Y esa otra mina dentro de mí del pecado mortal, la carne, el deseo, el “cuántas veces, hijo mío” del confesor. Miro los doce lápices ahora que ya es tarde, rectos, serios, puntiagudos, doce apóstoles en la última cena de la línea, doce peces ahumados en un mar de latón, Faber-Castell del curso de dibujo donde por vez primera tracé una curva. Elijo el lápiz 7B para aclarar mi imagen y en una hoja de papel prestada enciendo las tinieblas. Lo más difícil en el trazo de mi vida siempre ha sido que la sombra parezca verdadera no una mancha adherida al boceto de lo que fue mi infancia.
Bleistifte höchster Qualität
Ángeles Carbajal
Bajo los playeros las mismas rocas, cubiertas de pétalos y ramas; desde ellas asciendes y me alcanzas, oscura hiedra de las tardes perdidas. Debajo corre el agua. Seguiré adelante con el jersey atado a la cintura como entonces, saltaré de piedra en piedra sobre el frío secreto de los musgos. Tal vez resbale.
Debajo corre el agua
Julio Flórez Roa
Ruge el mar, y se encrespa y se agiganta; la luna, ave de luz, prepara el vuelo y en el momento en que la faz levanta, da un beso al mar, y se remonta al cielo. Y aquel monstruo indomable, que respira tempestades, y sube y baja y crece, al sentir aquel ósculo, suspira... y en su cárcel de rocas... se estremece Hace siglos de siglos que, de lejos tiemblan de amor en noches estivales; ella le da sus límpidos reflejos, él le ofrece sus perlas y corales. Con orgullo se expresan sus amores estos viejos amantes afligidos; Ella le dice «¡te amo!» en sus fulgores, y él responde «¡te adoro!» en sus rugidos. Ella lo aduerme con su lumbre pura, y el mar la arrulla con su eterno grito y le cuenta su afán y su amargura con una voz que truena en lo infinito. Ella, pálida y triste, lo oye y sube por el espacio en que su luz desploma, y, velando la faz tras de la nube, le oculta el duelo que a su frente asoma. Comprende que su amor es imposible, que el mar la copia en su convulso seno, y se contempla en el cristal movible del monstruo azul en que retumba el trueno. Y, al descender tras de la sierra fría, le grita el mar: «¡en tu fulgor me abraso!» ¡No desciendas tan pronto, estrella mía! ¡Estrella de mi amor, detén el paso! Un instante mitiga mi amargura, ya que en tu lumbre sideral me bañas ¡No te alejes!... ¿no ves tu imagen pura, brillar en el azul de mis entrañas?" Y ella exclama, en su loco desvarío: «Por doquiera la muerte me circunda, ¡Detenerme no puedo monstruo mío! ¡Compadece a tu pobre moribunda! Mi último beso de pasión te envío; mi postrer lampo a tu semblante junto!» y en las hondas tinieblas del vacío, hecha cadáver, se desploma al punto. Entonces, el mar, de un polo al otro polo, al encrespar sus olas plañideras, inmenso, triste, desvalido y solo, cubre con sus sollozos las riberas. Y al contemplar los luminosos rastros del alba luna en el oscuro velo, tiemblan, de envidia y de dolor, los astros en la profunda soledad del cielo. Todo calla... el mar duerme, y no importuna con sus gritos salvajes de reproche; y sueña que se besa con la luna en el tálamo negro de la noche.
IDILIO ETERNO
Jorge Luis Borges
Aquí está la moneda de hierro. Interroguemos las dos contrarias caras que serán la respuesta de la terca demanda que nadie no se ha hecho: ¿Por qué precisa un hombre que una mujer lo quiera? Miremos. En el orbe superior se entretejan el firmamento cuádruple que sostiene el diluvio y las inalterables estrellas planetarias. Adán, el joven padre, y el joven Paraíso. La tarde y la mañana. Dios en cada criatura. En ese laberinto puro está tu reflejo. Arrojemos de nuevo la moneda de hierro que es también un espejo magnífico. Su reverso es nadie y nada y sombra y ceguera. Eso eres. De hierro las dos caras labran un solo eco. Tus manos y tu lengua son testigos infieles. Dios es el inasible centro de la sortija. No exalta ni condena. Obra mejor: olvida. Maculado de infamia ¿por qué no han de quererte? En la sombra del otro buscamos nuestra sombra; en el cristal del otro, nuestro cristal recíproco.
La moneda de hierro
Federico García Lorca
Silencio de cal y mirto. Malvas en las hierbas finas. La monja borda alhelíes sobre una tela pajiza. Vuelan en la araña gris, siete pájaros del prisma. La iglesia gruñe a lo lejos como un oso panza arriba. ¡Qué bien borda! ¡Con qué gracia! Sobre la tela pajiza, ella quisiera bordar flores de su fantasía. ¡Qué girasol! ¡Qué magnolia de lentejuelas y cintas! ¡Qué azafranes y qué lunas, en el mantel de la misa! Cinco toronjas se endulzan en la cercana cocina. Las cinco llagas de Cristo cortadas en Almería. Por los ojos de la monja galopan dos caballistas. Un rumor último y sordo le despega la camisa, y al mirar nubes y montes en las yertas lejanías, se quiebra su corazón de azúcar y yerbaluisa. ¡Oh!, qué llanura empinada con veinte soles arriba. ¡Qué ríos puestos de pie vislumbra su fantasía! Pero sigue con sus flores, mientras que de pie, en la brisa, la luz juega el ajedrez alto de la celosía.
La monja gitana
Pablo Neruda
EL futuro es espacio, espacio color de tierra, color de nube, color de agua, de aire, espacio negro para muchos sueños, espacio blanco para toda la nieve, para toda la música. Atrás quedó el amor desesperado que no tenía sitio para un beso, hay lugar para todos en el bosque, en la calle, en la casa, hay sitio subterráneo y submarino, qué placer es hallar por fin, subiendo un planeta vacío, grandes estrellas claras como el vodka tan transparentes y deshabitadas, y allí llegar con el primer teléfono para que hablen más tarde tantos hombres de sus enfermedades. Lo importante es apenas divisarse, gritar desde una dura cordillera y ver en la otra punta los pies de una mujer recién llegada. Adelante, salgamos del río sofocante en que con otros peces navegamos desde el alba a la noche migratoria y ahora en este espacio descubierto volemos a la pura soledad.
El futuro es espacio
Alfredo Buxán
Una lágrima cae sobre la cal del suelo, arde bajo mis pies, abrasa en soledad mi soledad.
Lápida
Miguel de Unamuno
Hasta que se me fue no he descubierto todo lo que la quise; yo creía quererla; no sabía lo que es de amor morirse. Era como algo mío entonces, era costumbre..., que se dice...; pero hoy soy suyo yo, soy de la muerte a quien nadie resiste. Al irse nació en mí... ¡no!, que en torturas en ella nací al írseme; lo que creí yo sueño era la vela; he nacido al morirme. Por fin ya sé quién soy... no lo sabía... ¿Lo sé? ¿Quién sabe en este mundo triste? ¿Hay quién sepa lo que es saber y entienda lo que la nada dice? Mi madre nació en mí en aquel día que se me fue Teresa... Madre, dime de dónde vine, adónde voy perdido, por qué al amor me diste...
Hasta que se me fue no he descubierto...
José Martí
Como un ave que cruza el aire claro Siento hacia mí venir tu pensamiento Y acá en mi corazón hacer su nido. Ábrese el alma en flor: tiemblan sus ramas Como los labios frescos de un mancebo En su primer abrazo a una hermosura: Cuchichean las hojas: tal parecen Lenguaraces obreras y envidiosas, A la doncella de la casa rica En preparar el tálamo ocupadas: Ancho es mi corazón, y es todo tuyo: Todo lo triste cabe en él, y todo Cuanto en el mundo llora, y sufre, y muere! De hojas secas, y polvo, y derruidas Ramas lo limpio: bruño con cuidado Cada hoja, y los tallos: de las flores Los gusanos del pétalo comido Separo: oreo el césped en contorno Y a recibirte, oh pájaro sin mancha Apresto el corazón enajenado!
Árbol de mi alma
Luis Cernuda
Verdor nuevo los espinos tienen ya por la colina, toda de púrpura y nieve en el aire estremecida. Cuántos cielos florecidos les has visto; aunque a la cita ellos serán siempre fieles, tú no lo serás un día. Antes que la sombra caiga, aprende cómo es la dicha ante los espinos blancos y rojos en flor. Vé. Mira.
Los espinos
Garcilaso de la Vega
Gracias al cielo doy que ya del cuello del todo el grave yugo ha desasido, y que del viento el mar embravecido veré desde lo alto sin temello; veré colgada de un sutil cabello la vida del amante embebecido en su error, en engaño adormecido, sordo a las voces que le avisan dello. Alegrárame el mal de los mortales, y yo en aquesto no tan inhumano seré contra mi ser cuanto parece: alegraréme , como hace el sano, no de ver a los otros en los males, sino de ver que dellos él carece.
SONETO XXXIV
Odette Alonso
Ella confunde la piel con algún río y al corazón con la ciudad de enfrente F. A. Dopico Ella confunde la piel con un estanque canta junto a mi oído su vieja melodía. Yo le traía el agua vaciaba la botija en sus arenas mitigaba su sed. La sed mi corazón en la ciudad de enfrente un río subterráneo para mis pies cansados. Yo ganaba su sed y me iba a buscar frutas al pie de la montaña para escanciar el néctar sobre sus dientes nuevos. Un día no volví al pie de la montaña era el abismo pozo donde caer agua que hierve. Ella confunde el corazón con una espera larga canta junto a la fuente espera por las aguas que no llegan. Oh mi ciudad dormida qué silbido recuerda a las aguas de antaño que corriente vendrá de nuevo a tus orillas.
FÁBULA DEL AGUADOR Y LA CIUDAD DE ENFRENTE
Federico García Lorca
El mariquita se peina en su peinador de seda. Los vecinos se sonríen en sus ventanas postreras. El mariquita organiza los bucles de su cabeza. Por los patios gritan loros, surtidores y planetas. El mariquita se adorna con un jazmín sinvergüenza. La tarde se pone extraña de peines y enredaderas. El escándalo temblaba rayado como una cebra. ¡Los mariquitas del Sur, cantan en las azoteas!
Canción del mariquita
Gabriela Mistral
Del nicho helado en que los hombres te pusieron, te bajaré a la tierra humilde y soleada. Que he de dormirme en ella los hombres no supieron, y que hemos de soñar sobre la misma almohada. Te acostaré en la tierra soleada con una dulcedumbre de madre para el hijo dormido, y la tierra ha de hacerse suavidades de cuna al recibir tu cuerpo de niño dolorido. Luego iré espolvoreando tierra y polvo de rosas, y en la azulada y leve polvareda de luna, los despojos livianos irán quedando presos. Me alejaré cantando mis venganzas hermosas, ¡porque a ese hondor recóndito la mano de ninguna bajará a disputarme tu puñado de huesos!
Del nicho helado en que los hombres te pusieron
Gabriel Celaya
Andrés, aunque te quitas la boina cuando paso y me llamas «señor», distanciándote un poco. reprobándome —veo— que no lleve corbata, que trate falsamente de ser un tú cualquiera, que cambie los papeles —tú por tú, tú barato—, que no sea el que exiges —el amo respetable que te descansaría—, y me tiendes tu mano floja, rara, asusta como un triste estropajo de esclavo milenario, no somos dos extraños. Tus penas yo las sufro. Mas no puedo aliviarte de las tuyas dictando qué es lo justo y lo injusto. No sé si tienes hijos. No conozco tu casa, ni tus intimidades. Te he visto en mis talleres, día a día, durando, y nunca he distinguido si estabas triste, alegre, cansado, indiferente, nostálgico o borracho. Tampoco tú sabías cómo andaban mis nervios, ni que escribía versos —siempre me ha avergonzado—, ni que yo y tú, directos, podíamos tocarnos, sin más ni más, ni menos, cordialmente furiosos, estrictamente amargos, anónimos, fallidos, descontentos a secas, mas pese a todo unidos como trabajadores. Estábamos unidos por la común tarea, por quehaceres viriles, por cierto ser conjunto, por labores sin duda poco sentimentales —cumplir este pedido con tal costo a tal fecha; arreglar como sea esta máquina hoy mismo— y nunca nos hablamos de las cóleras frías, de los milagros machos, de cómo estos esfuerzos serán nuestra sustancia, y el sueldo y la familia, cosas vanas, remotas, accesorias, gratuitas, sin último sentido. Nunca como el trabajo por sí y en sí sagrado o sólo necesario. Andrés, tú lo comprendes. Andrés, tú eres un vasco. Contigo sí que puedo tratar de lo que importa, de materias primeras, resistencias opacas, cegueras sustanciales, ofrecidas a manos que sabían tocarlas, apreciarlas, pesarlas, valorarlas, herirlas, orgullosas, fabriles, materiales, curiosas. Tengo un título bello que tú entiendes: Madera, Pino rojo de Suecia y Haya brava de Hungría, Samanguilas y Okolas venidas de Guinea, Robles de Slavonía y Abetos del Mar Blanco, Pinoteas de Tampa, Mobile o Pensacola. Maderas, las maderas humildemente nobles, lentamente crecidas, cargadas de pasado, nutridas de secretos terrenos y paciencia, de primaveras justas, de duración callada, de savias sustanciadas, felizmente ascendentes. Maderas, las maderas buenas, limpias, sumisas, y el olor que expandían, y el gesto, el nudo, el vicio personal que tenían a veces ciertas rollas, la influencia escondida de ciertas tempestades, de haber crecido en esta, bien en otra ladera, de haber sorbido vagas corrientes aturdidas. Hay gentes que trabajan el hierro y el cemento; las hay dadas a espartos, o a conservas, o a granos, o a lanas, o a anilinas, o a vinos, o a carbones; las hay que sólo charlan y ponen telegramas mas sirven a su modo; las hay que entienden mucho de amiantos o de grasas, de prensas, celulosas, electrodos, nitratos; las hay, como nosotros, dadas a la madera, unidas por las sierras, los tupis, las machihembras, las herramientas fieras del héroe prometeico que entre otras nos concretan la tarea del hombre con dos manos, diez dedos. Tales son los oficios. Tales son las materias. Tal la forma de asalto del amor de la nuestra, la tuya, Andrés, la mía. Tal la oscura tarea que impone el ser un hombre. Tal la humildad que siento. Tal el peso que acepto. Tales los atrevidos esfuerzos contra un mundo que quisiera seguirse sin pena y sin cambio, pacífico y materno, remotamente manso, durmiendo en su materia. Tales, tercos, rebeldes, nosotros, con dos manos, transformándolo, fieros, construimos un mundo contra naturaleza, gloriosamente humano. Tales son los oficios. Tales son las materias. Tales son las dos manos del hombre, no ente abstracto. Tales son las humildes tareas que precisan la empresa prometeica. Tales son los trabajos comunes y distintos; tales son los orgullos, las rabias insistentes, los silencios mortales, los pecados secretos, los sarcasmos, las llamas, los cansancios, las lluvias; tales las resistencias no mentales que, brutas, obligan a los hombres a no explicar lo que hacen; tales sus peculiares maneras de no hablarse y unirse, sin embargo. Mira, Andrés, a los hombres con sus manos capaces, con manos que construyen armarios y dínamos, y versos y zapatos; con manos que manejan furiosas herramientas, fabrican, eficaces, tejidos, radios, casas, y otras veces se quedan inmóviles y abiertas sobre ese blanco absorto de una cuartilla muerta. Manos raras, humanas; manos de constructores, manos de amantes fieles hechas a la medida de un seno acariciado; manos desorientadas que el sufrimiento mueve a estrechar fuertemente, buscando la una en la otra. Están así los hombres con sus manos fabriles o bien sólo dolientes, con manos que a la postre no sé para qué sirven. Están así los hombres vestidos, con bolsillos para el púdico espanto de esas manos desnudas que se miran a solas, sintiéndolas extrañas. Están así los hombres y, en sus ojos, cambiadas, las cosas de muy dentro con las cosas de fuera, y el tranvía, y las nubes, y un instinto —un hallazgo—, todo junto, cualquiera, todo único y sencillo, y efímero, importante, como esas cien nonadas que pasan o no pasan. Mira, Andrés, a los hombres, ya sentados, ya andando, tan raros si nos miran seriamente callados, tan raros si caminan, trabajan o se matan, tan raros si nos odian, tan raros si perdonan el daño inevitable, tan raros que si ríen nos enseñan los dientes, tan raros que si piensan se doblan de ironía. Mira, Andrés, a estos hombres. Míralos. Yo te miro. Mírame si es que aguantas. Dime que no vale la pena de que hablemos, dime cuánto silencio formó tu ser obrero, qué inútilmente escribo, qué mal gusto despliego. Mira, Andrés, cómo estamos unidos pese a todo, cómo estamos estando, qué ciegamente amamos. Aunque ya las palabras no nos sirven de nada, aunque nuestras fatigas no puedan explicarse y se tuerzan las bocas si tratamos de hablarnos, aunque desesperados, bien sea por inercia, terquedad o cansancio, metafísica rabia, locura de existentes que nunca se resignan, seguimos trabajando, cavando en el silencio, hay algo que conmueve y entiendes sin ideas si de pronto te estrecho febrilmente la mano. La mano, Andrés. Tu mano, medida de la mía.
A ANDRÉS BASTERRA
Lope de Vega
84 Encaneció las ondas con espuma Argos, primera nave, y sin temellas osó tocar la gavia las estrellas, y hasta el cerco del sol volar sin pluma. Y aunque Anfitrite airada se consuma, dividen el cristal sus ninfas bellas, y hasta Colcos Jasón pasa por ellas, por más que el viento resistir presuma. Más era el agua que el dragón y el toro, mas no le estorba que su campo arase la fuerte proa entre una y otra sierra. Rompióse al fin por dos manzanas de oro, para que el mar cruel no se alabase, que por lo mismo se perdió la tierra.
DE JASÓN
Blas de Otero
Si he perdido la vida, el tiempo, todo lo que tiré, como un anillo, al agua, si he perdido la voz en la maleza, me queda la palabra. Si he sufrido la sed, el hambre, todo lo que era mío y resultó ser nada, si he segado las sombras en silencio, me queda la palabra. Si abrí los labios para ver el rostro puro y terrible de mi patria, si abrí los labios hasta desgarrármelos, me queda la palabra.
EN EL PRINCIPIO
Mario Benedetti
Si la esmeralda se opacara, si el oro perdiera su color, entonces, se acabaría nuestro amor. Si el sol no calentara, si la luna no existiera, entonces, no tendría sentido vivir en esta tierra como tampoco tendría sentido vivir sin mi vida, la mujer de mis sueños, la que me da la alegría... Si el mundo no girara o el tiempo no existiese, entonces, jamás moriría Jamás morirías tampoco nuestro amor... pero el tiempo no es necesario nuestro amor es eterno no necesitamos del sol de la luna o los astros para seguir amándonos... Si la vida fuera otra y la muerte llegase entonces, te amaría hoy, mañana... por siempre... todavía.
Por siempre
León Felipe
No te apiades de mí, luz cenicienta. Dame tu oscura hostia, tu último pan... Un sueño sin retorno y sin recuerdo. Déjame hundirme en ese pozo negro, más abajo del limo y de la larva... Donde la vida es un fantasma verde que nadie vio jamás.
DAME TU OSCURA HOSTIA
Luciano Castañón
El corazón sobre los hombros por la tristeza de las adensadas nubes y el monótono entrechocar de hierros; por la alta pesadumbre en el todo muelle en el cargador, en el marinero, y tanta en mí; en el cielo y en el suelo. Tú, muelle, muelle solo y mañanero, iza bandera, hiéndeme tu arpón, aviva la politonía de tus panzudos barcos: negro mortuorio, blanco sucio, rojo de macelo, casi verde en el fondo. Muelle, agua puerca de turbia gelatina en sucísimo balanceo; gaviotas sombras deslizándose —carroña en los picos curvos y alas escoradas geometrizando el aire —; olor a pinos, a carbón, podrido olor; sabor a red salada, a grúa; olor con sabor; gustoso asco podrido.
Muelle
Pablo Neruda
Cien sonetos de amor Vienes de la pobreza de las casas del Sur, de las regiones duras con frío y terremoto que cuando hasta sus dioses rodaron a la muerte nos dieron la lección de la vida en la greda. Eres un caballito de greda negra, un beso de barro oscuro, amor, amapola de greda, paloma del crepúsculo que voló en los caminos, alcancía con lágrimas de nuestra pobre infancia. Muchacha, has conservado tu corazón de pobre, tus pies de pobre acostumbrados a las piedras, tu boca que no siempre tuvo pan o delicia. Eres del pobre Sur, de donde viene mi alma: en su cielo tu madre sigue lavando ropa con mi madre. Por eso te escogí, compañera.
Cien sonetos de amor
José Asunción Silva
El verso es un vaso santo. ¡Poned en él tan sólo, un pensamiento puro, en cuyo fondo bullan hirvientes las imágenes como burbujas de oro de un viejo vino oscuro! ¡Allí verted las flores que en la continua lucha ajó del mundo el frío, recuerdos deliciosos de tiempos que no vuelven, y nardos empapados de gotas de rocío para que la existencia mísera se embalsame cual de una esencia ignota quemándose en el fuego del alma enternecida de aquel supremo bálsamo basta una sola gota!
ARS
Jordi Doce
Ya el agua se despliega por tu cuerpo con sus redes de espuma y su tenue perfume, que es el perfume de tu piel desnuda, de tu piel que revive con el agua más acá de este día. Desde el vano, a la confusa luz del despertar (porque al sueño le cuesta irse a dormir), te veo enjabonarte muy despacio, con morosidad casi, serena en el detalle y la inspección. Has detenido el tiempo al ignorarlo, y sólo yo lo advierto, parado en el umbral que te destaca. Contemplo el agua algodonosa fluir sin pausa por tus muslos: dos regueros que llegan al esmalte y forman un arroyo improvisado. Van también, con el agua, algún cabello, las íntimas heridas de la piel y sus fríos rescoldos. Se van, como el agua, a ningún sitio, sin duda reprochando mi insolencia, mi pie junto a la puerta y este silencio fijo, que te acoge. Amanece, y es tu cuerpo también el que amanece bajo el agua lustral de la complicidad. No sabías que estoy, y ahora lo sabes, y te gusta saberlo. En mis ojos sorprendes un refugio, la imagen de un deseo que te afirma (porque el sí que no enlaza no es un sí), y nada falta en ella, como en la vida.
En la ducha
Juan del Encina
Romerico, tú que vienes De donde mi vida está, Las nuevas de ella me da, Dame nuevas de mi vida Así Dios te dé placer, Si tú me quieres hacer Alegre con tu venida. Que después de mi partida De mal en peor me va. Las nuevas de ella me da.
ROMERICO
Toni García Arias
Tu recuerdo es un hilo del que cuelga mi vida. Sólo cinco dedos me sujetan. Qué dulce y dolorosa es, amor, la caída.
Quiebra
Nicolás Guillén
La lluvia, el cielo gris. Pas de téléphone lejos de ti. (Me duele el corazón). ¿Qué hacer para saber si ahora, en esta hora de lluvia y cielo gris, te duele el corazón como me duele a mí? Pas de téléphone lejos de ti. Ay, en París mejoraría la situación un pneumatique. Oh mi adorada, pero aquí no existe el pneumatique, y pas de téléphone lejos de ti. Tus ojos de ámbar quiero sentir cerca de mí; saber si en esta tarde de lluvia y cielo gris te duele el corazón como me duele a mí. Pas de téléphone lejos de ti.
PAS DE TÉLÉPHONE
Juan Boscán
Quien dice que la ausencia causa olvido merece ser de todos olvidado. El verdadero y firme enamorado está, cuando está ausente, más perdido. Aviva la memoria su sentido; la soledad levanta su cuidado; hallarse de su bien tan apartado hace su desear más encendido. No sanan las heridas en él dadas, aunque cese el mirar que las causó, si quedan en el alma confirmadas, que si uno está con muchas cuchilladas, porque huya de quien lo acuchilló no por eso serán mejor curadas.
SONETO LXXXV
Pablo Neruda
LOS carniceros desolaron las islas. Guanahaní fue la primera en esta historia de martirios. Los hijos de la arcilla vieron rota su sonrisa, golpeada su frágil estatura de venados, y aun en la muerte no entendían. Fueron amarrados y heridos, fueron quemados y abrasados, fueron mordidos y enterrados. Y cuando el tiempo dio su vuelta de vals bailando en las palmeras, el salón verde estaba vacío. Sólo quedaban huesos rígidamente colocados en forma de cruz, para mayor gloria de Dios y de los hombres. De las gredas mayorales y el ramaje de Sotavento hasta las agrupadas coralinas fue cortando el cuchillo de Narváez. Aquí la cruz, aquí el rosario, aquí la Virgen del Garrote. La alhaja de Colón, Cuba fosfórica, recibió el estandarte y las rodillas en su arena mojada.
Vienen por las islas (1943)
Fa Claes
Estoy en Rijmenam pensando: quieren parecer grandes en la opinión del otro; se arrastran por la escala siempre más alto, siempre más dinero y más honor, siempre más cabildeo, alzando el gallo más y más; y yo con gran asombro estoy mirando aquí. De vez en cuando ruido llega a mí, desaprobación, por supuesto, estoy antisocial; cada pensamiento, cada profundidad, descuella en hombros y cabeza sobre ellos, seguros de enfrentarse solos a la jauría.
Meditación
Óscar Hahn
Yo he visto su cara en otra parte le dije cuando entró en el Café Berlioz Soy de otra dimensión contestó sonriendo y avanzó hacia el fondo del salón Ella finge escribir en su mesa de mármol pero me observa de reojo Desde mi mesa veo su cuello desnudo Como un aerolito cruzó mi mente el rostro de Muriel mi amante muerta Usted es zurda le dije acercándome Hacemos la pareja perfecta Tomé su lápiz y escribí «te amo» con mi mano derecha en la servilleta Rey del lugar común respondió sin mirarme mientras le echaba azúcar al té Me ha clavado una estaca en el corazón Me ha lanzado una bala de plata Me ha ahorcado con una trenza de ajo Volví confundido a mi mesa con la cola de diablo entre las piernas En este punto las sombras de los clientes pagaron y se fueron del Café Berlioz Váyanse espíritus les dije furioso agitando mi paraguas chamuscado ¿Hay alguna Muriel aquí? gritó la mesera desde el umbral Cuando ella caminó hacia la puerta vi que tenía una rosa en la mano Por favor tráiganme la cuenta que ya está por salir el sol La lluvia penetra por los agujeros de mi memoria Muriel Muriel ¿por qué me has abandonado?
UNA NOCHE EN EL CAFÉ BERLIOZ
Mario Benedetti
Te dejo con tu vida tu trabajo tu gente con tus puestas de sol y tus amaneceres. Sembrando tu confianza te dejo junto al mundo derrotando imposibles segura sin seguro. Te dejo frente al mar descifrándote sola sin mi pregunta a ciegas sin mi respuesta rota. Te dejo sin mis dudas pobres y malheridas sin mis inmadureces sin mi veteranía. Pero tampoco creas a pie juntillas todo no creas nunca creas este falso abandono. Estaré donde menos lo esperes por ejemplo en un árbol añoso de oscuros cabeceos. Estaré en un lejano horizonte sin horas en la huella del tacto en tu sombra y mi sombra. Estaré repartido en cuatro o cinco pibes de esos que vos mirás y enseguida te siguen. Y ojalá pueda estar de tu sueño en la red esperando tus ojos y mirándote.
Chau número tres
Mario Benedetti
Ningún padre de la iglesia ha sabido explicar por qué no existe un mandamiento once que ordene a la mujer no codiciar al hombre de su prójima.
Once