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87
Toni García Arias
Hablamos y reímos. Por dentro de la piel también lloramos. El mar quedó salpicado de palabras. Era inútil ahogar tanto pasado en la brevedad tan frágil de aquel instante. Pasaron las horas, y, al fin, no fue el tiempo quién venció sino el alma. Era hermosa la tarde, era hermosa la travesía y el mar, y era hermoso navegar con tu sangre a mi sangre tan cercana.
Travesía
Mario Benedetti
Ay del sueño si sobrevivo es ya borrándome ya desconfiado y permante y tantas veces me hundo y sueño muslo a tu muslo boca a tu boca nunca sabré quién sos ahora que estoy insomne como un sagrado y permanezco quiero morir de siesta muslo a tu muslo boca a tu boca para saber quién sos Ay del sueño con esta poca alma a destajo soñar a nado tiernamente así me llamen permanezco muslo a tu muslo boca a tu boca quiero quedarme en vos
Ay del sueño
Delfina Acosta
Es el mar mi ropaje: así desnuda como una enorme ola a ti yo llego. Mi ocasión la tormenta y los relámpagos, y es la montura de mi amor el viento. No retorno: yo voy pues son mis pasos como a la hierba la pasión del fuego. Soy la bestia de larga cabellera que lame la otra lengua que es el beso. En la forma de piedra me hallo a gusto porque es así tan duro mi silencio que no lo vencerá el dolor del mundo, ni del odio la gota de veneno. Es el mar mi ropaje: así desnuda como una enorme ola a ti yo llego. Brotaron en mis manos de agua sucia las flores venenosas de estos versos.
Ropaje
Salvador Díaz Mirón
Cubierto de jiras, al ábrego hirsutas al par que las mechas crecidas y rubias, el pobre chiquillo se postra en la tumba, y en voz de sollozos revienta y murmura: «Mamá, soy Paquito; no haré travesuras». Y un cielo impasible despliega su curva. «¡Qué bien que me acuerdo! La tarde de lluvia; las velas grandotas que olían a curas; y tú en aquel catre tan tiesa, tan muda, tan fría, tan seria, y así tan rechula! Mamá, soy Paquito; no haré travesuras». Y un cielo impasible despliega su curva. «Buscando comida, revuelvo basura. Si pido limosna, la gente me insulta, me agarra la oreja, me dice granuja, y escapo con miedo de que haya denuncia. Mamá, soy Paquito; no haré travesuras». Y un cielo impasible despliega su curva. «Los otros muchachos se ríen, se burlan, se meten conmigo, y a poco me acusan de pleito al gendarme que viene a la bulla; y todo, porque ando con tiras y sucias. Mamá, soy Paquito; no haré travesuras». Y un cielo impasible despliega su curva. «Me acuesto en rincones solito y a obscuras. De noche, ya sabes, los ruidos me asustan. Los perros divisan espantos y aúllan. Las ratas me muerden, las piedras me punzan... Mamá, soy Paquito; no haré travesuras». Y un cielo impasible despliega su curva. «Papá no me quiere. Está donde juzga y riñe a los hombres que tienen la culpa. Si voy a buscarlo, él bota la pluma, se pone muy bravo, me ofrece una tunda. Mamá, soy Paquito; no haré travesuras». Y un cielo impasible despliega su curva.
Paquito
Luis de Góngora
Teatro espacïoso su ribera El Manzanares hizo, verde muro Su corvo margen, y su cristal puro Undosa puente a Calidonia fiera. En un hijo del Céfiro la espera Garzón real, vibrando un fresno duro, De quien aun no estará Marte seguro, Mintiendo cerdas en su quinta esfera. Ambiciosa la fiera colmilluda, Admitió la asta, y su más alta gloria en la deidad solicitó de España. Muera feliz mil veces, que sin duda Siglos ha de lograr más su memoria Que frutos ha heredado la montaña.
De un jabalí que mató en el pardo
Julia de Burgos
En ti me he silenciado... El corazón del mundo está en tus ojos, que se vuelan mirándome. No quiero levantarme de tu frente fecunda en donde acuesto el sueño de seguirme en tu alma. Casi me siento niña de amor que llega hasta los pájaros. Me voy muriendo en mis años de angustia para quedar en ti como corola recién en brote al sol... No hay una sola brisa que no sepa mi sombra ni camino que no alargue mi canción hasta el cielo. ¡Canción silenciada de plenitud! En ti me he silenciado... La hora más sencilla para amarte es ésta en que voy por la vida dolida del alba.
Alba de mi silencio
Antonio Machado
Igual que el ballestero tahúr de la cantiga, tuviera una saeta el hombre ibero para el Señor que apedreó la espiga y malogró los frutos otoñales, y un "gloria a ti" para el Señor que grana centenos y trigales que el pan bendito le darán mañana. «Señor de la ruïna, adoro porque aguardo y porque temo: con mi oración se inclina hacia la tierra un corazón blasfemo. »¡Señor, por quien arranco el pan con pena, sé tu poder, conozco mi cadena! »¡Oh dueño de la nube del estío que la campiña arrasa, del seco otoño, del helar tardío, y del bochorno que la mies abrasa! »¡Señor del iris, sobre el campo verde donde la oveja pace, Señor del fruto que el gusano muerde y de la choza que el turbión deshace, »tu soplo el fuego del hogar aviva, tu lumbre da sazón al rubio grano, y cuaja el hueso de la verde oliva, la noche de San Juan, tu santa mano! »¡Oh dueño de fortuna y de pobreza, ventura y malandanza, que al rico das favores y pereza y al pobre su fatiga y su esperanza! »¡Señor, Señor: en la voltaria rueda del año he visto mi simiente echada, corriendo igual albur que la moneda del jugador en el azar sembrada! »¡Señor, hoy paternal, ayer cruento, con doble faz de amor y de venganza, a ti, en un dado de tahúr al viento va mi oración, blasfemia y alabanza!» Este que insulta a Dios en los altares, no más atento al ceño del destino, también soñó caminos en los mares y dijo: es Dios sobre la mar camino. ¿No es él quien puso a Dios sobre la guerra más allá de la suerte, más allá de la tierra, más allá de la mar y de la muerte? ¿No dio la encina ibera para el fuego de Dios la buena rama, que fue en la santa hoguera de amor una con Dios en pura llama? Mas hoy... ¡Qué importa un día! Para los nuevos lares estepas hay en la floresta umbría, leña verde en los viejos encinares. Aún larga patria espera abrir al corvo arado sus besanas; para el grano de Dios hay sementera bajo cardos y abrojos y bardanas. ¡Qué importa un día! Está el ayer alerto al mañana, mañana al infinito, hombres de España, ni el pasado ha muerto, no está el mañana ?ni el ayer? escrito. ¿Quién ha visto la faz al Dios hispano? Mi corazón aguarda al hombre ibero de la recia mano, que tallará en el roble castellano el Dios adusto de la tierra parda.
El dios ibero
Pablo Neruda
O´HIGGINS, para celebrarte a media luz hay que alumbrar la sala. A media luz del sur en otoño con temblor infinito de álamos. Eres Chile, entre patriarca y huaso, eres un poncho de provincia, un niño que no sabe su nombre todavía, un niño férreo y tímido en la escuela, un jovencito triste de provincia. En Santiago te sientes mal, te miran el trajé negro que te queda largo, y al cruzarte la banda, la bandera de la patria que nos hiciste, tenía olor de yuyo matutino para tu pecho de estatua campestre. Joven, tu profesor Invierno te acostumbró a la lluvia y en la Universidad de las calles de Londres, la niebla y la pobreza te otorgaron sus títulos y un elegante pobre, errante incendio de nuestra libertad, te dio consejos de águila prudente y te embarcó en la Historia. "Cómo se llama usted?", reían los "caballeros" de Santiago: hijo de amor, de una noche de invierno, tu condición de abandonado te construyó con argamasa agreste, con seriedad de casa o de madera trabajada en su Sur, definitiva. Todo lo cambia el tiempo, todo menos tu rostro. Eres, O'Higgins, reloj invariable con una sola hora en tu cándida esfera: la hora de Chile, el único minuto que permanece en el horario rojo de la dignidad combatiente. Así estarás igual entre los muebles de palisandro y las hijas de Santiago, que rodeado en Rancagua por la muerte y la pólvora. Eres el mismo sólido retrato de quien no tiene padre sino patria, de quien no tiene novia sino aquella tierra con azahares que te conquistará la artillería. Te veo en el Perú escribiendo cartas. No hay desterrado igual, mayor exilio. Es toda la provincia desterrada. Chile se iluminó como un salón cuando no estabas. En derroche, un rigodón de ricos substituye tu disciplina de soldado ascético, y la patria ganada por tu sangre sin ti fue gobernada como un baile que mira el pueblo hambriento desde fuera. Ya no podías entrar en la fiesta con sudor, sangre y polvo de Rancagua. Hubiera sido de mal tono para los caballeros capitales. Hubiera entrado contigo el camino, un olor de sudor y de caballos, el olor de la patria en primavera. No podías estar en este baile. Tu fiesta fue un castillo de explosiones. Tu baile desgreñado es la contienda. Tu fin de fiesta fue la sacudida de la derrota, el porvenir aciago hacia Mendoza, con la patria en brazos. Ahora mira en el mapa hacia abajo, hacia el delgado cinturón de Chile y coloca en la nieve soldaditos, jóvenes pensativos en la arena, zapadores que brillan y se apagan. Cierra los ojos, duerme, sueña un poco, tu único sueño, el único que vuelve hacia tu corazón: una bandera de tres colores en el Sur, cayendo la lluvia, el sol rural sobre tu tierra, los disparos del pueblo en rebeldía y dos o tres palabras tuyas cuando fueran estrictamente necesarias. Si sueñas, hoy tu sueño está cumplido. Suéñalo, por lo menos, en la tumba. No sepas nada más porque, como antes, después de las batallas victoriosas, bailan los señoritos en palacio y el mismo rostro hambriento mira desde la sombra de las calles. Pero hemos heredado tu firmeza, tu inalterable corazón callado, tu indestructible posición paterna, y tú, entre la avalancha cegadora de húsares del pasado, entre los ágiles uniformes azules y dorados, estás hoy con nosotros, eres nuestro, padre del pueblo, inmutable soldado.
Bernardo o'higgins riquelme (1810)
Amado Nervo
¿Mi secreto? ¡Es tan triste! Estoy perdido de amores por un ser desaparecido, por un alma liberta, que diez años fue mía, y que se ha ido... ¿Mi secreto? Te lo diré al oído: ¡Estoy enamorado de una muerta! ¿Comprendes -tú que buscas los visibles transportes, las reales, las tangibles caricias de la hembra, que se plasma a todos tus deseos invencibles- ese imposible de los imposibles de adorar a un fantasma? ¡Pues tal mi vida es y tal ha sido y será! Si por mí sólo ha latido su noble corazón, hoy mudo y yerto, ¿he de mostrarme desagradecido y olvidarla, no más porque ha partido y dejarla, no más porque se ha muerto?
Mi secreto
José Martí
Tú flotas sobre todo, Hijo del alma! De la revuelta noche Las oleadas, En mi seno desnudo Déjante el alba; Y del día la espuma Turbia y amarga, De la noche revueltas Te echan las aguas. Guardancillo magnánimo, La no cerrada Puerta de mi hondo espíritu Amante guardas; Y si en la sombra ocultas Búscanme avaras, De mi calma celosas, Mis penas varias,? En el umbral oscuro Fiero te alzas, Y les cierran el paso Tus alas blancas! Ondas de luz y flores Trae la mañana, Y tú en las luminosas Ondas cabalgas. No es, no, la luz del día La que me llama, Sino tus manecitas En mi almohada. Me hablan de que estás lejos: ¡Locuras me hablan! Ellos tienen tu sombra; ¡Yo tengo tu alma! Ésas son cosas nuevas, Mías y extrañas. Yo sé que tus dos ojos Allá en lejanas Tierras relampaguean,? Y en las doradas Olas de aire que baten Mi frente pálida, Pudiera con mi mano, Cual si haz segara De estrellas, segar haces De tus miradas! ¡Tú flotas sobre todo, Hijo del alma!
Hijo del alma
Jorge Luis Borges
Tú cuya carne, hoy dispersión y polvo, pesó como la nuestra sobre la tierra, tú cuyos ojos vieron el sol, esa famosa estrella, tú que viniste no en el rígido ayer sino en el incesante presente, en el último punto y ápice vertiginoso del tiempo, tú que en tu monasterio fuiste llamado por la antigua voz de la épica, tú que tejiste las palabras, yú que cantaste la victoria de Brunanburh y no la atribuiste al Señor sino a la espada de tu rey, tú que con júbilo feroz cantaste, la humillación del viking, el festín del cuervo y del águila, tú que en la oda militar congregaste las rituales metáforas de la estirpe, tú que en un tiempo sin historia viste en el ahora el ayer y en el sudor y sangre de Brunanburh un cristal de antiguas auroras, tú que tanto querías a tu Inglaterra y no la nombraste, hoy no eres otra cosa que unas palabras que los germanistas anotan. Hoy no eres otra cosa que mi voz cuando revive tus palabras de hierro. Pido a mis dioses o a la suma del tiempo que mis días merezcan el olvido, que mi nombre sea Nadie como el de Ulises, pero que algún verso perdure en la noche propicia a la memoria o en las mañanas de los hombres.
A un poeta sajón
Antonio Machado
Ya hay un español que quiere vivir y a vivir empieza, entre una España que muere y otra España que bosteza. Españolito que vienes al mundo te guarde Dios. una de las dos Españas ha de helarte el corazón.
Españolito que vienes al mundo
Luis Benítez
Dame un poema de hierro que restalle sobre las vacías cabezas y una mano firme en la muesca de la antorcha, un poema de sangre y de huesos impacientes y la pluma de carne firmando sentencias en las culposas mentes de los jinetes locos; que convierta en sal a los cobardes, un poema de hierro oxidado y torvo pateando en el estanque a Buenos Airesmedianoche, cuando ni los muertos sueñan con la aurora. Un martillo de palabras para dejar al mundo con las Buenos Airescuencas vacías, rabioso ademán, piedra encendida en la boca de los Buenos Airesque duermen mientras el agua sube en el Gran Cuarto Esférico; un puñetazo en el sexo de la muchacha arrodillada, idiota, paciente humanidad, que no ve, que no oye, sólo conversa con las cenizas de sus dioses muertos.
El poema de hierro
Federico García Lorca
La Carmen está bailando por las calles de Sevilla. Tiene blancos los cabellos y brillantes las pupilas. ¡Niñas, corred las cortinas! En su cabeza se enrosca una serpiente amarilla, y va soñando en el baile con galanes de otros días. ¡Niñas, corred las cortinas! Las calles están desiertas y en los fondos se adivinan, corazones andaluces buscando viejas espinas. ¡Niñas, corred las cortinas!
Baile
Luis Cernuda
Estar cansado tiene plumas, tiene plumas graciosas como un loro, plumas que desde luego nunca vuelan, mas balbucean igual que loro. Estoy cansado de las casas, prontamente en ruinas sin un gesto; estoy cansado de las cosas, con un latir de seda vueltas luego de espaldas. Estoy cansado de estar vivo, aunque más cansado sería el estar muerto; estoy cansado del estar cansado entre plumas ligeras sagazmente, plumas del loro aquel tan familiar o triste, el loro aquel del siempre estar cansado.
Estoy cansado
Manuel Acuña
I Mañana que ya no puedan encontrarse nuestros ojos, y que vivamos ausentes, muy lejos uno del otro, que te hable de mí este libro como de ti me habla todo. II Cada hoja es un recuerdo tan triste como tierno de que hubo sobre ese árbol un cielo y un amor; reunidas forman todas el canto del invierno, la estrofa de las nieves y el himno del dolor. III Mañana a la misma hora en que el sol te besó por vez primera, sobre tu frente pura y hechicera caerá otra vez el beso de la aurora; pero ese beso que en aquel oriente cayó sobre tu frente solo y frío, mañana bajará dulce y ardiente, porque el beso del sol sobre tu frente bajará acompañado con el mío. IV En Dios le exiges a mi fe que crea, y que le alce un altar dentro de mí. ¡Ah! ¡Si basta no más con que te vea para que yo ame a Dios, creyendo en ti! V Si hay algún césped blando cubierto de rocío en donde siempre se alce dormida alguna flor, y en donde siempre puedas hallar, dulce bien mío, violetas y jazmines muriéndose de amor; yo quiero ser el césped florido y matizado donde se asienten, niña, las huellas de tus pies; yo quiero ser la brisa tranquila de ese prado para besar tus labios y agonizar después. Si hay algún pecho amante que de ternura lleno se agite y se estremezca no más para el amor, yo quiero ser, mi vida, yo quiero ser el seno donde tu frente inclines para dormir mejor. Yo quiero oír latiendo tu pecho junto al mío, yo quiero oír qué dicen los dos en su latir, y luego darte un beso de ardiente desvarío, y luego... arrodillarme mirándote dormir. VI Las doce... ¡adiós...! Es fuerza que me vaya y que te diga adiós... Tu lámpara está ya por extinguirse, y es necesario. —Aún no—. Las sombras son traidoras, y no quiero que al asomar el sol, se detengan sus rayos a la entrada de nuestro corazón. . . —Y, ¿qué importan las sombras cuando entre ellas queda velando Dios? —¿Dios? ¿Y qué puede Dios entre las sombras al lado del amor? —Cuando te duermas ¿me enviarás un beso? —¡Y mi alma! —¡Adiós...! —¡Adiós...! VII Lo que siente el árbol seco por el pájaro que cruza cuando plegando las alas baja hasta sus ramas mustias, y con sus cantos alegra las horas de su amargura; lo que siente pro el día la desolación nocturna que en medio de sus angustias, ve asomar con la mañana de sus esperanzas una; lo que sienten los sepulcros por la mano buena y pura que solamente obligada por la piedad que la impulsa, riega de flores y de hojas la blanca lápida muda, eso es al amarte mi alma lo que siente por la tuya, que has bajado hasta mi invierno, que has surgido entre mi angustia y que has regado de flores la soledad de mi tumba. Mi hojarasca son mis creencias, mis tinieblas son la duda, mi esperanza es el cadáver, y el mundo mi sepultura... Y como de entre esas hojas jamás retoña ninguna; como la duda es el cielo de una noche siempre oscura, y como la fe es un muerto que no resucita nunca, yo no puedo darte un nido donde recojas tus plumas, ni puedo darte un espacio donde enciendas tu luz pura, ni hacer que mi alma de muerto palpite unida a la tuya; pero si gozar contigo no ha de ser posible nunca, cuando estés triste, y en el alma sientas alguna amargura, yo te ayudaré a que llores, yo te ayudaré a que sufras, y te prestaré mis lágrimas cuando se acaben las tuyas. VIII 1 Aún más que con los labios hablamos con los ojos; con los labios hablamos de la tierra, con los ojos del cielo y de nosotros. 2 Cuando volví a mi casa de tanta dicha loco, fue cuando comprendí muy lejos de ella que no hay cosa más triste que estar solo. 3 Radiante de ventura, frenético de gozo, cogí una pluma, le escribí a mi madre, y al escribirle se lo dije todo. 4 Después, a la fatiga cediendo poco a poco, me dormí y al dormirme sentí en sueños que ella me daba un beso y mi madre otro. 5 ¡Oh sueño, el de mi vida más santo y más hermoso! ¡Qué dulce has de haber sido cuando aun muerto gozo con tu recuerdo de este modo! IX Cuando yo comprendí que te quería con toda la lealtad de mi corazón, fue aquella noche en que al abrirme tu alma miré hasta su interior. Rotas estaban tus virgíneas alas que ocultaba en sus pliegues un crespón y un ángel enlutado cerca de ellas lloraba como yo. Otro tal vez, te hubiera aborrecido delante de aquel cuadro aterrador; pero yo no miré en aquel instante más que mi corazón; y te quise tal vez por tus tinieblas, y te adoré, tal vez, por tu dolor, ¡que es muy bello poder decir que el alma ha servido de sol...! X Las lágrimas del niño la madre enjuga, las lágrimas del hombre las seca la mujer... ¡Qué tristes las que brotan y bajan por la arruga, del hombre que está solo, del hijo que está ausente, del ser abandonado que llora y que no siente ni el beso de la cuna, ni el beso del placer! XI ¡Cómo quieres que tan pronto olvide el mal que me has hecho, si cuando me toco el pecho la herida me duele más! Entre el perdón y el olvido hay una distancia inmensa; yo perdonaré la ofensa; pero olvidarla... ¡jamás! XII ¡Ah, gloria! ¡De qué me sirve tu laurel mágico y santo, cuando ella no enjuga el llanto que estoy vertiendo sobre él! ¡De qué me sirve el reflejo de tu soñada corona! ¡cuando ella no me perdona ni en nombre de ese laurel! XIII La que a la luz de sus ojos despertó mi pensamiento, la que al amor de su acento encendió en mí la pasión; muerta para el mundo entero y aun para ella misma muerta, solamente está despierta dentro de mi corazón. XIV El cielo muy negro, y como un velo lo envuelve en su crespón la oscuridad; con una sombra más sobre ese cielo el rayo puede desatar su vuelo y la nube cambiarse en tempestad. XV Oye, ven a ver las naves, están vestidas de luto, y en vez de las golondrinas están graznando los búhos. . . El órgano está callado, el templo solo y oscuro, sobre el altar... ¿y la virgen por qué tiene el rostro oculto? ¿Ves?... en aquellas paredes están cavando un sepulcro, y parece como que alguien solloza allí, junto al muro. ¿Por qué me miras y tiemblas? ¿Por qué tienes tanto susto? ¿Tú sabes quién es el muerto? ¿Tú sabes quién fue el verdugo?
Hojas secas
Francisco de Quevedo
En el precio, el favor; y la ventura, venal; el oro, pálido tirano; el erario, sacrílego y profano; con togas, la codicia y la locura; en delitos, patíbulo la altura; más suficiente el más soberbio y vano; en opresión, el sufrimiento humano; en desprecio, la sciencia y la cordura, promesas son, ¡oh Roma!, dolorosas del precipicio y ruina que previenes a tu imperio y sus fuerzas poderosas. El laurel que te abraza las dos sienes llama al rayo que evita, y peligrosas y coronadas por igual las tienes.
Las causas de la ruina del imperio romano
Gustavo Adolfo Bécquer
Tú eras el huracán, y yo la alta torre que desafía su poder. ¡Tenías que estrellarte o que abatirme...! ¡No pudo ser! Tú eras el océano; y yo la enhiesta roca que firme aguarda su vaivén. ¡Tenías que romperte o que arrancarme...! ¡No pudo ser! Hermosa tú, yo altivo; acostumbrados uno a arrollar, el otro a no ceder; la senda estrecha, inevitable el choque... ¡No pudo ser!
Rima xli
Francisco de Quevedo
Dichoso tú, que alegre en tu cabaña, Mozo y viejo espiraste la aura pura, Y te sirven de cuna y sepultura, De paja el techo, el suelo de espadaña. En esa soledad que libre baña Callado Sol con lumbre más segura, La vida al día más espacio dura, Y la hora sin voz te desengaña. No cuentas por los Cónsules los años; Hacen tu calendario tus cosechas; Pisas todo tu mundo sin engaños. De todo lo que ignoras te aprovechas; Ni anhelas premios ni padeces daños, Y te dilatas cuanto más te estrechas.
A un amigo que retirado de la corte pasó su edad
Roxana Popelka
¡Qué cabrón era Mick! Decía que no quería acostarse conmigo porque estaba gorda. No estaba gorda, Mick, estaba embarazada.
Sinceridad
Leopoldo María Panero
Dos atletas saltan de un lado a otro de mi alma lanzando gritos y bromeando acerca de la vida: y no sé sus nombres. Y en mi alma vacía escucho siempre cómo se balancean los trapecios. Dos atletas saltan de un lado a otro de mi alma contentos de que esté tan vacía. Y oigo oigo en el espacio sonidos una y otra vez el chirriar de los trapecios una y otra vez. Una mujer sin rostro canta de pie sobre mi alma, una mujer sin rostro sobre mi alma en el suelo, mi alma, mi alma: y repito esa palabra no sé si como un niño llamando a su madre a la luz, en confusos sonidos y con llantos, o bien simplemente para hacer ver que no tiene sentido. Mi alma. Mi alma es como tierra dura que pisotean sin verla caballos y carrozas y pies, y seres que no existen y de cuyos ojos mana mi sangre hoy, ayer, mañana. Seres sin cabeza cantarán sobre mi tumba una canción incomprensible. Y se repartirán los huesos de mi alma. Mi alma. Mi hermano muerto fuma un cigarrillo junto a mí.
El circo
Álvaro García
4 Algo hace quien pasa de una luz a menos claridad, quien surca oscuro el transitar del aire a menos aire. Quien se encomienda a algún anochecer. Quien trata realidades con el nombre que en la noche, sin más, le sale al paso. Quien vive en transición. A cada paso se insinúa el instante de una luz de la que nadie sabe aún el nombre. Tan sólo sé que late ahí en lo oscuro, como la hoguera del anochecer entabla un parloteo con el aire. Hasta que apaga el fuego el mismo aire y es desnudez la estela de su paso: aflora entonces el anochecer que la llama ocultaba entre la luz como si, brusca dueña de lo oscuro, tomara decisiones en su nombre. Vivir es intentar ponerle nombre a las cosas que marchan a su aire. Y nos acoge un indagar oscuro en el que es inseguro cada paso. Las palabras son una escueta luz que tiembla hasta que vuelve a anochecer. Anochece tras cada anochecer y sólo sé nombrarlo con tu nombre, tú la única certeza, tú la luz; la melodía que le robo al aire. Tú, senda sin temor. Contigo paso por la alegría de un camino oscuro. Si vamos tú y yo juntos no es oscuro, no es tan grávido el simple anochecer. La soledad es así un rito de paso que se disuelve al pronunciar tu nombre: se abre una ventana y entra el aire y es casi el movimiento de la luz. La luz encuentra luz entre lo oscuro. Respiro el aire de este anochecer. Lleva tu nombre y anda con tu paso. (De 'Caída', 2002)
Caída
Ramón López Velarde
¡Ay de Dios, que tu palabra me tiene embrujada el alma! mi lírica adolescencia y tu existencia gitana se dicen en la ventana cosas de amor y buenaventura en estas noches lluviosas. Juran por Cristo, venerables dueñas, que quien llora en el vientre de la madre conoce del futuro; tú gemiste antes de que nacieras, y por eso tus artes de gitana me iluminan en los discursos de tu voz profética. Me haces la caridad de tu palabra y por oírte hablar quedan las cosas enmudecidas religiosamente, y yo me maravillo del concepto que en tu boca, Fuensanta, se hace música, y me quedo pendiente de tus labios como quien se divierte con cristales. Me embelesa el decoro de tu plática, y ante tu vista escrutadora extiendo la palma de las manos, y predices mi destino en lenguaje milagroso. Y sigues conversando, eres la clave del dolor y del gozo; abarca todas las horas venideras, la mirada de tus ojos sintéticos, bien mío. Y con tu rostro ecuánime subyugas ¡oh tú, la bienpensada que conversas cual si hubieses venido del misterio! ¡Si me quitan el regalo de tus proféticos labios, me muero de desencanto! Dios quiera que se conserve el prodigio de tu palabra hechicera, para decirme en voz baja cosas de amor y buenaventura en estas noches lluviosas. Y nuestro dulce noviazgo será, Fuensanta, una flor con un pétalo de enigma y otro pétalo de amor. ¡Tú me dirás del enigma, yo te diré del amor! ¡Ay de Dios, que tu palabra me tiene embrujada el alma!
Tu voz profética
José Gautier Benítez
Cuando no reste ya ni un solo grano de mi existencia en el reloj de arena, al conducir mi gélido cadáver, no olvidéis esta súplica postrera: no lo encerréis en los angostos nichos que llenan la pared formando hileras, que en la lóbrega, angosta galería jamás el sol de mi país penetra. El campo recorred del cementerio, y en el suelo cavad mi pobre huesa; que el sol la alumbre y la acaricie el aura, y que broten allí flores y hierbas. Que yo pueda sentir, si allí se siente, a mi alrededor y sobre mí, muy cerca, el vivo rayo de mi sol de fuego y esta adorada borinqueña tierra.
A mis amigos
Mario Benedetti
me jode confesarlo pero la vida es también un bandoneón hay quien sostiene que lo toca dios pero yo estoy seguro que es troilo ya que dios apenas toca el arpa y mal fuere quien fuere lo cierto es que nos estira en un solo ademán purísimo y luego nos reduce de a poco a casi nada y claro nos arranca confesiones quejas que son clamores vértebras de alegría esperanzas que vuelven como los hijos pródigos y sobre todo como los estribillos me jode confesarlo porque lo cierto es que hoy en día pocos quieren ser tango la natural tendencia es a ser rumba o mambo o chachachá o merengue o bolero o tal vez casino en último caso valsecito o milonga pasodoble jamás pero cuando dios o pichuco o quien sea toma entre sus manos la vida bandoneón y le sugiere que llore o regocije uno siente el tremendo decoro de ser tango y se deja cantar y ni se acuerda que allá espera el estuche.
Bandoneón
Pedro Luis Menéndez
A través de los astures fluye el río Melsos; un poco más lejos está la ciudad de Noega, y después, muy cerca de ella, un abra del océano que señala la separación entre los astures y los cántabros. Estrabón Entre el litoral de los astures se halla la ciudad de Noega y tres altares llamados Aras Sestianas, consagradas al nombre de Augusto, en una península cuya región, antes nada noble, recibe de ellos fama hoy día. Pomponio Mela Transido por la lluvia, así enredado en el oro mortal de los amantes, inciensos y perfumes, escaleras que van a dar al mar, eres un hombre, una cúpula sola entre guarismos, tu corazón bebióse los tragos de la angustia y el otoño, pálida siempreviva, servidumbre del cuerpo, eres hoguera de tu alta ventana, solo un hombre encendido, solo un hombre, la noche te descubre en medio del cemento, un llanto sube, feliz, sin ceremonias, tomando de la mano a los instantes que en la historia cuajaron, nada queda, y de pronto, solícito, invencible, un resplandor de yemas y de pechos en el ara te habita, te posee, toma de ti las gotas de sudor y esmeraldas que tu frente produce para crear un himno destinado a los cielos, una música viva, total, desenlazada de todo lo terrestre, solo nota, tan ciega profundidad de abismo como la pura luz, el gris acero de las calles oscuras, alba blanca, poderosa se mece, huele a olvido en la triste amplitud de las mareas, perfumes, inciensos y escaleras que van a dar al mar, eres un hombre, un hombre de Noega, elegido en los días de las largas batallas, tu piel es de cristal, tu sombra humo que al enemigo prende en su tristeza, solo un hombre, tan solo un solo hombre, qué hermosura de lirios y montañas, tu corazón bebióse los tragos de la angustia y ya lo eterno desciende sobre ti, eres espuma, venerado, elegido en los días larguísimos de las largas batallas, vuelve ahora que tu pueblo ha caído al fondo del silencio como una nube densa de traición y engaño, vuelve ahora y repite la hazaña de aquel tiempo, la aventura de entonces, vuelve ahora y apaga los extranjeros cánticos que habitan en nosotros, sea así tu deseo nuestra perfecta ley, la ley de nuestra arena, la ley, al fin, de nuestra tierra nuestra, no la tierra de aquellos que injuriaron, violaron, destruyeron la vida nacida en nuestros ojos, no la tierra de aquellos que robaron por siempre la alegría y el viento, vuelve ahora a Noega, eres un hombre solo, mas un hombre encendido, la noche te descubre, un llanto sube, feliz, sin ceremonias, tomando de la mano a los instantes que en la historia volvieron, mientras el mar recoge las redes de tu andar.
Canto de los sacerdotes de noega
Rubén Darío
Cómo era el instante, dígalo la musa que las dichas trae, que las penas lleva: la tristeza pasa, velada y confusa; la alegría, rosas y azahares nieva. Era en un amable nido de soltero, de risas y versos, de placer sonoro; era un inspirado cada caballero, de sueños azules y vino de oro. Un rubio decía frases sentenciosas: negando y amando las musas eternas un bruno decía versos como rosas, dos sonantes rimas y palabras tiernas. Los tapices rojos, de doradas listas, cubrían panoplias de pinturas y armas, que hablaban de bellas pasadas conquistas, amantes coloquios y dulces alarmas. El verso de fuego de D'Annunzio era como un son divino que en las saturnales guiara las manchadas pieles de pantera a fiestas soberbias y amores triunfales. E iban con manchadas pieles de pantera, con tirsos de flores y copas paganas las almas de aquellos jóvenes que viera Venus en su templo con palmas hermanas. Venus, la celeste reina que adivina en las almas vivas alegrías francas, y que les confía, por gracia divina, sus abejas de oro, sus palomas blancas. Y aquellos amantes de la eterna Dea, a la dulce música de la regia rima oyen el mensaje de la vasta Idea por el compañero que recita y mima. Y sobre sus frentes, que acaricia el lauro, Abril pone amable su beso sonoro, y llevan gozosos, sátiro y centauro, la alegría noble del vino de oro.
Garconniere
Rubén Darío
Dichoso el árbol, que es apenas sensitivo, y más la piedra dura porque esa ya no siente, pues no hay dolor más grande que el dolor de ser vivo, ni mayor pesadumbre que la vida consciente. Ser y no saber nada, y ser sin rumbo cierto, y el temor de haber sido y un futuro terror... Y el espanto seguro de estar mañana muerto, y sufrir por la vida y por la sombra y por lo que no conocemos y apenas sospechamos, y la carne que tienta con sus frescos racimos, y la tumba que aguarda con sus fúnebres ramos, ¡y no saber adónde vamos, ni de dónde venimos!...
Lo fatal
Pablo Neruda
ESTE presente liso como una tabla, fresco, esta hora, este día limpio como una copa nueva —del pasado no hay una telaraña—, tocamos con los dedos el presente, cortamos su medida, dirigimos su brote, está viviente, vivo, nada tiene de ayer irremediable, de pasado perdido, es nuestra criatura, está creciendo en este momento, está llevando arena, está comiendo en nuestras manos, cógelo, que no resbale, que no se pierda en sueños ni palabras, agárralo, sujétalo y ordénalo hasta que te obedezca, hazlo camino, campana, máquina, beso, libro, caricia, corta su deliciosa fragancia de madera y de ella hazte una silla, trenza su respaldo, pruébala, o bien escalera! Si, escalera, sube en el presente, peldaño tras peldaño, firmes los pies en la madera del presente, hacia arriba, hacia arriba, no muy alto, tan sólo hasta que puedas reparar las goteras del techo, no muy alto, no te vayas al cielo, alcanza las manzanas, no las nubes, ésas déjalas ir por el cielo, irse hacia el pasado. Tú eres tu presente, tu manzana: tómala de tu árbol, levántala en tu mano, brilla como una estrella, tócala, híncale el diente y ándate silbando en el camino.
Oda al presente
Ismael Enrique Arciniegas
Al distinguido poeta mejicano Justo Sierra. Al porvenir con paso giganteo Avanza ¡oh Juventud! ¡Sonó la hora! Potente, de la sombra enervadora, El pensamiento se alza como Anteo. Los dioses ya se van, y erguirse veo La Ciencia en sus altares vencedora. ¡Ya irradia en las tinieblas luz de aurora! ¡Ya rompe sus cadenas Prometeo! La augusta voz de redención se escucha, Y la Razón alumbra el limbo oscuro En donde esclava la conciencia lucha. ¡Adelante! El combate ha comenzado: ¡Entonemos el himno del Futuro De pie sobre las ruinas del pasado!
En marcha
Leopoldo Lugones
Al rendirse tu intacta adolescencia, emergió, con ingenuo desaliño, tu delicado cuello, del corpiño anchamente floreado. En la opulencia, del salón solitario, mi cariño te brindaba su equívoca indulgencia sintiendo muy cercana la presencia del duende familiar, rosa y armiño. Como una cinta de cambiante faya, tendía su color sobre la playa la tarde. Disolvía tus sonrojos, en insidiosas mieles mi sofisma, y desde el cielo fraternal, la misma estrella se miraba en nuestros ojos.
El astro propicio
Manuel Machado
Ya están ambos a diestra del Padre deseado, los dos santos varones, el chantre y el cantado, el Grant Santo Domingo de Silos venerado y el Maestre Gonzalo de Berceo nommado. Yo veo al Santo como en la sabida prosa fecha en nombre de Christo y de la Gloriosa: la color amariella, la marcha fatigosa, el cabello tirado, la frente luminosa... Y a su lado el poeta, romeo peregrino, sonríe a los de ahora que andamos el camino, y el galardón nos muestra de su claro destino: una palma de gloria y un vaso de buen vino.
Retablo
Pablo Neruda
Cien sonetos de amor Plena mujer, manzana carnal, luna caliente, espeso aroma de algas, lodo y luz machacados, qué oscura claridad se abre entre tus columnas? Qué antigua noche el hombre toca con sus sentidos? Ay, amar es un viaje con agua y con estrellas, con aire ahogado y bruscas tempestades de harina: amar es un combate de relámpagos y dos cuerpos por una sola miel derrotados. Beso a beso recorro tu pequeño infinito, tus márgenes, tus ríos, tus pueblos diminutos, y el fuego genital transformado en delicia corre por los delgados caminos de la sangre hasta precipitarse como un clavel nocturno, hasta ser y no ser sino un rayo en la sombra.
Cien sonetos de amor
Ángeles Carbajal
Fue corto el viaje: un instante, una eternidad, un mundo; la vida entera. Alguien me acompañaba y se alejó después. En soledad, no pude soportar aquella dulce tierra prometida, y como alma que lleva el diablo, hui.
La tierra prometida
Ezequiel Martínez Estrada
Miro tus ojos cansados tu faz que agostó la vida; miro la nieve caída en tus cabellos dorados. Eres la misma que fuiste, toda tú en manos y cara. Antes Noemí y ahora Mara, la misma, mucho más triste. Te ves como en un espejo en mi mirada cansada, y piensas, sin decir nada, que yo también estoy viejo. Si no paz, y si no olvido, espero algo, y tú también. Estamos en un andén después que el tren ha partido.
Miro tus ojos
Fa Claes
Leo filosofía, un pavo disecado, la enfermedad de lujo, teorizante con un chorro de ron, vanidad con una gota de nata, el gusto una lengua gorda. ¿Qué es verdad de toda esta bien revuelta prueba rociada con salsa? No superas la estructura, no pasarás de unos ismos; en mi cinturón, diez cabecitas del tamaño de un puño. Sal al mundo, hombre. Con un paso estoy entre las amapolas y de rojo encendido florezco hasta el fin de todos mis tiempos en este único instante en Rijmenam y nunca nunca nunca después.
De puertas adentro
César Vallejo
Dulce hebrea, desclava mi tránsito de arcilla; desclava mi tensión nerviosa y mi dolor... Desclava, amada eterna, mi largo afán y los dos clavos de mis alas y el clavo de mi amor! Regreso del desierto donde he caído mucho; retira la cicuta y obséquiame tus vinos: espanta con un llanto de amor a mis sicarios, cuyos gestos son férreas cegueras de Longinos! Desclávame mis clavos ¡oh nueva madre mía! ¡Sinfonía de olivos, escancia tu llorar! Y has de esperar, sentada junto a mi carne muerta, cuál cede la amenaza, y la alondra se va! Pasas... vuelves... Tus lutos trenzan mi gran cilicio con gotas de curare, filos de humanidad, la dignidad roquera que hay en tu castidad, y el judithesco azogue de tu miel interior. Son las ocho de una mañana en crema brujo... Hay frío... Un perro pasa royendo el hueso de otro perro que se fue... Y empieza a llorar en mis nervios un fósforo que en cápsulas de silencio apagué! Y en mi alma hereje canta su dulce fiesta asiática un dionisíaco hastío de café...!
Nervazón de angustia
Ismael Enrique Arciniegas
Llegaron mis amigos de colegio Y absortos vieron mi cadáver frío; «¡Pobre!» exclamaron, y salieron todos... Ninguno de ellos un adiós me dijo. Todos me abandonaron. En silencio Fui conducido al último recinto; Ninguno dio un suspiro al que partía, Ninguno al cementerio fue conmigo. ¡Cerró el sepulturero mi sepulcro... Me quejé, tuve miedo y sentí frío, Y gritar quise en mi cruel angustia, Pero en los labios espiró mi grito! El aire me faltaba, y luché en vano Por destrozar mi féretro sombrío. Y en tanto.., los gusanos devoraban, Cual suntuoso festín, mis miembros rígidos. ¡Oh mi amor! dije al fin, ¿y me abandonas? Pero al llegar su voz a mis oídos Sentí latir el corazón de nuevo, Y volví al triste mundo de los vivos. Me alcé y abrí los ojos. ¡Cómo hervían Las copas de licor sobre los libros! El cuarto daba vueltas, y dichosos Bebían y cantaban mis amigos.
Delirium tremens
en español
Wowww!!! ¡ ¡Qué rápido se nos va un año! El tiempo pasa volando y no nos damos cuenta. Ayer era otro año pero hoy es otro, aunque no parece haber ninguna diferencia, pero hoy es Año Nuevo. ¿Y qué tiene hoy de diferente? Nada, todo sigue igual, el mismo sol, los días iguales, el mismo aire, el mismo ambiente, la misma semana, solo el número del año es diferente. Pero... tú puedes hacerlo diferente, no solamente tu vida, sino la de tu familia, la de tu comunidad, tu pueblo, tu país, el mundo... Poniendo un granito de arena, cada cual podemos hacerlo. Lo importante no es si ayer era otro año y hoy ya es otro. Lo que verdaderamente importa es que lleguemos al nuevo día haciendo una diferencia. ¿Cómo? Buscando la paz, amor, teniendo fe, esperanzas, modificando actitudes, ayudando y sirviendo a los demás, acercándote a Dios para caminar de su mano...
Año nuevo: 1 de enero
José María Hinojosa
Una gota de agua, engendra un sol, sobre las hojas del pegujal, después de la rociada. Una gota de agua, qué poco es y qué pronto se acaba.
Elegía del rocío
Delfina Acosta
Que no sea en otoño, ni en verano. Yo querría que fuese en primavera; dará setiembre entonces sus primicias y los jazmines abrirán las rejas. Caerán besos de adiós en mis mejillas. Mis ojos como lágrimas abiertas se cerrarán en boca de mi amado. ¡ Que no será velorio, sino fiesta ! Un tocador con mar confeccionado hará rodar sobre mi sien realeza. En la brumosa esquina del salón, cualquier pedido tocará la orquesta. Y sonarán las notas de Gardel. Se oirá este coro: "El día que me quieras..." Me iré a casar. Empezará a llover y los jazmines cerrarán las rejas.
Boda patética
Rubén Izaguirre Fiallos
Era un pequeño Tiburón asilado en este océano de concreto, que respiró nuestro aire y ya no vivió. Nadó panza arriba hacia el cielo, fue a encontrarse con Dios antes que nosotros. Imagínatelo, ahora mismo está contándole sus experiencias, dándole gracias por las aletas. Pero su muerte me pareció tan triste: él, amo y señor de todos los mares, muerto así, sin honores, solo, en aquella pecera, flotando en la nada, frente a nosotros, como un alga con cabeza.
Un pez de ramón murió
César Vallejo
¡Y si después de tántas palabras, no sobrevive la palabra! ¡Si después de las alas de los pájaros, no sobrevive el pájaro parado! ¡Más valdría, en verdad, que se lo coman todo y acabemos! ¡Haber nacido para vivir de nuestra muerte! ¡Levantarse del cielo hacia la tierra por sus propios desastres y espiar el momento de apagar con su sombra su tiniebla! ¡Más valdría, francamente, que se lo coman todo y qué más da...! ¡Y si después de tanta historia, sucumbimos, no ya de eternidad, sino de esas cosas sencillas, como estar en la casa o ponerse a cavilar! ¡Y si luego encontramos, de buenas a primeras, que vivimos, a juzgar por la altura de los astros, por el peine y las manchas del pañuelo! ¡Más valdría, en verdad, que se lo coman todo, desde luego! Se dirá que tenemos en uno de los ojos mucha pena y también en el otro, mucha pena y en los dos, cuando miran, mucha pena... Entonces... ¡Claro!... Entonces... ¡ni palabra!
Y si después de tantas palabras...
Alfredo Lavergne
¿ Qué somos... La autobiografía de América Su memoria institucional La palabra de sus chozas O el discurso del abrazo electrónico?. Con el olvido que me es permitido No sé cuanto llovió anoche Ni los meses que nevó este año en tu país O la razón de la sequía de la tierra que no he leído O si mis sentidos y los actos son efectos de un final O si el hombre que pasa a mi lado dejó su origen. Sólo sé Que anoche escribí pateando un tapón de botella.
Y de la vida. Y de la muerte
Gonzalo Rojas
Veo un río veloz brillar como un cuchillo, partir mi Lebu en dos mitades de fragancia, lo escucho, lo huelo, lo acaricio, lo recorro en un beso de niño como entonces, cuando el viento y la lluvia me mecían, lo siento como una arteria más entre mis sienes y mi almohada. Es él. Está lloviendo. Es él. Mi padre viene mojado. Es un olor a caballo mojado. Es Juan Antonio Rojas sobre un caballo atravesando un río. No hay novedad. La noche torrencial se derrumba como mina inundada, y un rayo la estremece. Madre, ya va a llegar: abramos el portón, dame esa luz, yo quiero recibirlo antes que mis hermanos. Déjame que le lleve un buen vaso de vino para que se reponga, y me estreche en un beso, y me clave las púas de su barba. Ahí viene el hombre, ahí viene embarrado, enrabiado contra la desventura, furioso contra la explotación, muerto de hambre, allí viene debajo de su poncho de Castilla. Ah, minero inmortal, ésta es tu casa de roble, que tú mismo construiste. Adelante: te he venido a esperar, yo soy el séptimo de tus hijos. No importa que hayan pasado tantas estrellas por el cielo de estos años, que hayamos enterrado a tu mujer en un terrible agosto, porque tú y ella estáis multiplicados. No importa que la noche nos haya sido negra por igual a los dos. —Pasa, no estés ahí mirándome, sin verme, debajo de la lluvia.
Carbón
Carmen Conde Abellán
Para nacerte otra vez, quiero que vayas delante de mis pasos por la tierra, que, aunque pequeña, es muy grande. Aquí estás acompañada con mi presencia diaria, pero huérfana de ti yo sería, si quedaras. Por esto quiero que andes, pasito a pasito paso, delante y siempre delante, sin prisas y sin descanso. Así, cuando yo me asome al otro lado de aquí, estarás tú preparada para volverme a parir.
Parto de la muerte otra
Belén Reyes
A Amparitxu, a Gabriel. Yo sé que es vida esto que se mueve entre estas venas rotas y cansadas. No hay célula que tienda a resistirse. No quiero ser inmune a nadie, a nada. Yo sé, porque me duele cuando escribo, que Amparitxu se acuerda de Celaya. La poesía es un arma cargada de mercurio, a casi todo el mundo se le escapa. Y no sé por qué insisto en estos tiempos, se nos van los poetas en silencio, y luego el homenaje-navajada. Hago trenzas de versos, me despeino. Cuando se hace un milagro hay que dar caña. Yo sé que es vida esto que se mueve entre estas venas rotas y cansadas. La poesía es un arma cargada de mercurio, —hay una minoría que la atrapa—. Los demás que se apañen con la nómina, con el vídeo, la coca, o la esperanza.
La poesía es un arma cargada de mercurio
Pablo Neruda
Ayer sentí que la oda no subía del suelo. Era hora, debía por lo menos mostrar una hoja verde. Rasqué la tierra: “Sube, hermana oda -le dije- te tengo prometida, no me tengas miedo, no voy a triturarte, oda de cuatro hojas, oda de cuatro manos, tomarás té conmigo. Sube, te voy a coronar entre las odas, saldremos juntos, por la orilla del mar, en bicicleta. Fue inútil. Entonces, en lo alto de los pinos, la pereza apareció desnuda, me llevó deslumbrado y soñoliento, me descubrió en la arena pequeños trozos rotos de sustancias oceánicas, maderas, algas, piedras, plumas de algas marinas. Busqué sin encontrar ágatas amarillas. El mar llenaba los espacios desmoronando torres, invadiendo las costas de mi patria, avanzando sucesivas catástrofes de espuma. Sola en la arena abría un rayo una corola. Vi cruzar los petreles plateados y como cruces negras los cormoranes clavados en las rocas. Liberté una abeja que agonizaba en un velo de araña, metí una piedrecita en un bolsillo, era suave, suavísima como un pecho de un pájaro, mientras tanto en la costa, toda la tarde, lucharon sol y niebla. A veces la niebla se impregnaba de luz como un topacio, otras veces caía un rayo de sol húmedo dejando caer gotas amarillas. En la noche, pensando en los deberes de mi oda fugitiva, me saqué los zapatos junto al fuego, resbaló arena de ellos y pronto fui quedándome dormido.
Oda a la pereza
Santiago Montobbio
Crepusculaba amenazas y con fingidos jazmines carne daba a miserias o batallas por conseguir ponerse nombre a través de papeles o misterios sepultados: cinturas con livianas mordeduras de hambre, martillos, rojos, clavados adioses y ojos con demasiadas tortugas como para ser fotografiados: crepusculaba, del cielo precisamente huérfano nostalgias de sí o de nada crepusculaba.
Vuelta
Nicanor Parra
A recorrer me dediqué esta tarde Las solitarias calles de mi aldea Acompañado por el buen crepúsculo Que es el único amigo que me queda. Todo está como entonces, el otoño Y su difusa lámpara de niebla, Sólo que el tiempo lo ha invadido todo Con su pálido manto de tristeza. Nunca pensé, creédmelo, un instante Volver a ver esta querida tierra, Pero ahora que he vuelto no comprendo Cómo pude alejarme de su puerta. Nada ha cambiado, ni sus casas blancas Ni sus viejos portones de madera. Todo está en su lugar; las golondrinas En la torre más alta de la iglesia; El caracol en el jardín, y el musgo En las húmedas manos de las piedras. No se puede dudar, éste es el reino Del cielo azul y de las hojas secas En donde todo y cada cosa tiene Su singular y plácida leyenda: Hasta en la propia sombra reconozco La mirada celeste de mi abuela. Estos fueron los hechos memorables Que presenció mi juventud primera, El correo en la esquina de la plaza Y la humedad en las murallas viejas. ¡Buena cosa, Dios mío!; nunca sabe Uno apreciar la dicha verdadera, Cuando la imaginamos más lejana Es justamente cuando está más cerca. Ay de mí, ¡ay de mí!, algo me dice Que la vida no es más que una quimera; Una ilusión, un sueño sin orillas, Una pequeña nube pasajera. Vamos por partes, no sé bien qué digo, La emoción se me sube a la cabeza. Como ya era la hora del silencio Cuando emprendí mi singular empresa, Una tras otra, en oleaje mudo, Al establo volvían las ovejas. Las saludé personalmente a todas Y cuando estuve frente a la arboleda Que alimenta el oído del viajero Con su inefable música secreta Recordé el mar y enumeré las hojas En homenaje a mis hermanas muertas. Perfectamente bien. Seguí mi viaje Como quien de la vida nada espera. Pasé frente a la rueda del molino, Me detuve delante de una tienda: El olor del café siempre es el mismo, Siempre la misma luna en mi cabeza; Entre el río de entonces y el de ahora No distingo ninguna diferencia. Lo reconozco bien, éste es el árbol Que mi padre plantó frente a la puerta (Ilustre padre que en sus buenos tiempos Fuera mejor que una ventana abierta). Yo me atrevo a afirmar que su conducta Era un trasunto fiel de la Edad Media Cuando el perro dormía dulcemente Bajo el ángulo recto de una estrella. A estas alturas siento que me envuelve El delicado olor de las violetas Que mi amorosa madre cultivaba Para curar la tos y la tristeza. Cuánto tiempo ha pasado desde entonces No podría decirlo con certeza; Todo está igual, seguramente, El vino y el ruiseñor encima de la mesa, Mis hermanos menores a esta hora Deben venir de vuelta de la escuela: ¡Sólo que el tiempo lo ha borrado todo Como una blanca tempestad de arena!
Hay un día feliz
César Vallejo
Me moriré en París con aguacero, un día del cual tengo ya el recuerdo. Me moriré en París ?y no me corro? tal vez un jueves, como es hoy, de otoño. Jueves será, porque hoy, jueves, que proso estos versos, los húmeros me he puesto a la mala y, jamás como hoy, me he vuelto, con todo mi camino, a verme solo. César Vallejo ha muerto, le pegaban todos sin que él les haga nada; le daban duro con un palo y duro también con una soga; son testigos los días jueves y los huesos húmeros, la soledad, la lluvia, los caminos...
Piedra negra sobre una piedra blanca
Pablo Neruda
Cien sonetos de amor Por las montañas vas como viene la brisa o la corriente brusca que baja de la nieve o bien tu cabellera palpitante confirma los altos ornamentos del sol en la espesura. Toda la luz del Cáucaso cae sobre tu cuerpo como en una pequeña vasija interminable en que el agua se cambia de vestido y de canto a cada movimiento transparente del río. Por los montes el viejo camino de guerreros y abajo enfurecida brilla como una espada el agua entre murallas de manos minerales, hasta que tú recibes de los bosques de pronto el ramo o el relámpago de unas flores azules y la insólita flecha de un aroma salvaje.
Cien sonetos de amor
Juan Meléndez Valdés
¡Qué ardor hierve en mis venas! ¡Qué embriaguez! ¡Qué delicia! ¡Y en qué fragante aroma se inunda el alma mía! Éste es de Amor un templo: doquier torno la vista mil gratas muestras hallo del numen que lo habita. Aquí el luciente espejo y el tocador, do unidas con el placer las Gracias se esmeran en servirla, y do esmaltada de oro la porcelana rica del lujo preparados perfumes mil le brinda, coronando su adorno dos fieles tortolitas, que entreabiertos los picos se besan y acarician. Allí plumas y flores, el prendido y la cinta que del cabello y frente vistosa en torno gira, y el velo que los rayos con que sus ojos brillan, doblándoles la gracia, emboza y debilita. Del cuello allí las perlas, y allá el corsé se mira y en él de su albo seno la huella peregrina. ¡Besadla, amantes labios...! ¡besadla...! Mas tendida la gasa que lo cubre mis ojos allí fija. ¡Oh, gasa...! ¡qué de veces...! El piano...Ven, querida, ven, llega, corre, vuela, y mi impaciencia alivia. ¡Oh!¡cuánto en la tardanza padezco! ¡Cuál palpita mi seno! ¡En qué zozobras mi espíritu vacila! En todo, en todo te halla mi ardor... Tu voz divina oigo feliz... Mi boca tu suave aliento aspira; y el aura que te halaga con ala fugitiva, de tus encantos llena, me abraza y regocija. Mas... ¿si serán sus pasos...? Sí, sí; la melodía ya de su labio oyendo, todo mi ser se agita. Sigue en tus cantos, sigue; vuelve a sonar de Armida los amenazantes gritos, las mágicas caricias. Trine armonioso el piano; y a mi rogar benigna, cual ella por su amante, tú así por mí delira. Clama, amenaza, gime; y en quiebros y ansias rica, haz que ardan nuestros pechos en sus pasiones mismas, que tú cual ella anheles ciega de amor y de ira y yo rendido y dócil tu altiva planta siga. Y tú sosténme, ¡oh Venus! sosténme, que la vida entre éxtasis tan gratos débil sin ti peligra.
El gabinete
Mario Benedetti
Un perro ladra en la tormenta y su aullido me alcanza entre relámpagos y al son de los postigos en la lluvia yo sé lo qu convoca noche adentro esa clamante voz en la casona tal vez deshabitada dice sumariamente el desconcierto la soledad sin vueltas un miedo irracional que no se aviene a enmudecer en paz y tanto lo comprendo a oscuras / sin mi sombra incrustado en mi pánico pobre anfitrión sin huéspedes que me pongo a ladrar en la tormenta.
Tormenta
Nicomedes Santa Cruz
A Hugo Guerrero Marthineitz. Tengo tu mismo color Y tu misma procedencia. Somos aroma y esencia Y amargo es nuestro sabor. Tú viajaste a Nueva York Con visa en Bab-el-Mandeb, Yo mi Trópico crucé De Abisinia a las Antillas. Soy como ustedes semillas. Son un grano de café. En los tiempos coloniales Tú me viste en la espesura Con mi liana a la cintura Y mis abóreos timbales. Compañero de mis males, Yo mismo te trasplanté. Surgiste y yo progresé: En los mejores hoteles Te dijeron ¡qué bien hueles! Y yo asentí “¡uí, mesié!”. Tú: de porcelana fina, Cigarro puro y cognac. Yo de smoking, yo de frac, Yo recibiendo propina. Tú a la Bolsa, yo a la ruina; Tú subiste, yo bajé... En los muelles te encontré, Vi que te echaban al mar Y ni lo pude evitar Ni a las aguas me arrojé. Y conocimos al Peón Con su “café carretero”, Y hablando con el Obrero Recorrimos la nación. Se habló de revolución Entre sorbos de café: Cogí el machete... dudé, ¡Tú me infundiste valor Y a sangre y fuego y sudor Mi libertad conquisté...! Después vimos al Poeta: Lejano, meditabundo, Queriendo arreglar el mundo Con una sola cuarteta. Yo, convertido en peseta, Hasta sus plantas rodé: ¡Qué ojos los que iluminé, Que trilogía formamos Los pobres que limosneamos El Poeta y su café...! Tengo tu mismo color Y tu misma procedencia, Somos aroma y esencia Y amargo es nuestro sabor... ¡Vamos hermanos, valor, El café nos pide fe; Y Changó y Ochún y Agué Piden un grito que vibre Por nuestra América Libre, Libre como su café!
El café
Paz Díez Taboada
Insistiré en la rosa y su perfume. En la blanca cerúlea y en la roja de sangre, en la que abre sus pétalos como estrella agresiva y en la que, replegada, se arropa en su misterio. Insistiré en el fuego de la rosa, en su tallo bordado por uñas turbulentas y en sus llamas alzadas contra el día, revestidas de un suave dolor adormecido. Antes de que anochezca, antes del cierre de persianas y luces, antes de que la copa se acabe, volveré de nuevo por mis fueros... Retornaré a la rosa y a su aroma rampante, antes de sucumbir en la pelea.
Retorno
Gustavo Adolfo Bécquer
Los invisibles átomos del aire en derredor palpitan y se inflaman, el cielo se deshace en rayos de oro, la tierra se estremece alborozada. Oigo flotando en olas de armonías, rumor de besos y batir de alas; mis párpados se cierran... ?¿Qué sucede? ¿Dime? ?¡Silencio! ¡Es el amor que pasa!
Rima x
Julio Flórez Roa
En lo más abrupto y alto de un gran peñón de basalto, detuvo un águila el vuelo: miró hacia arriba, hacia arriba, y se quedó pensativa al ver que el azul del cielo siempre alejándose iba. Escrutó la enorme altura y, con intensa amargura, sintió cansancio en las alas. (En la glacial lejanía el sol moría, moría entre sus sangrientas galas bajo la pompa del día). Y del peñón por un tajo, miró hacia abajo, hacia abajo, con desconsuelo profundo; el ojo vivo y redondo clavó luego en lo más hondo... y asco sintió del mundo ¡vio tanto cieno en el fondo! Si huía el azul del cielo, si hervía el fango en el suelo, ¿cómo aplacar su tristeza? Ah, fue tanta su aflicción que, en su desesperación se destrozó la cabeza contra el siniestro peñón.
Por qué se mató silva
Manuel Acuña
—«¿Por qué te miro así tan abatida, pobre flor? ¿En dónde están las galas de tu vida y el color? »Dime, ¿por qué tan triste te consumes, dulce bien?» —«¿Quién?, ¡el delirio devorante y loco de un amor, que me fue consumiendo poco a poco de dolor! Porque amando con toda la ternura de la fe, a mí no quiso amarme la criatura que yo amé. »Y por eso sin galas me marchito triste aquí, siempre llorando en mi dolor maldito, ¡Siempre así!»— ¡Habló la flor!... Yo gemí... era igual a la memoria de mi amor.
Pobre flor
José Ángel Buesa
La gracia de tu rama verdecida ANTONIO MACHADO Árbol, buen árbol, que tras la borrasca te erguiste en desnudez y desaliento, sobre una gran alfombra de hojarasca que removía indiferente el viento... Hoy he visto en tus ramas la primera hoja verde, mojada de rocío, como un regalo de la primavera, buen árbol del estío. Y en esa verde punta que está brotando en ti de no sé dónde, hay algo que en silencio me pregunta o silenciosamente me responde. Sí, buen árbol; ya he visto como truecas el fango en flor, y sé lo que me dices; ya sé que con tus propias hojas secas se han nutrido de nuevo tus raíces. Y así también un día, este amor que murió calladamente, renacerá de mi melancolía en otro amor, igual y diferente. No; tu augurio risueño, tu instinto vegetal no se equivoca: Soñaré en otra almohada el mismo sueño, y daré el mismo beso en otra boca. Y, en cordial semejanza, buen árbol, quizá pronto te recuerde, cuando brote en mi vida una esperanza que se parezca un poco a tu hoja verde...
Poema del árbol
Luis Benítez
¡Oh! Trae el vino negro, que lleva su bosque, la tierra con muertos y vírgenes cegadoras en un caudal desesperado hasta mi boca, él mezcla la sangre y el semen del hombre para darle un hijo de mirada turbia. Quiero los ojos de fuego y de mareas, que no dejan entrar la muerte a mis palabras, pero me acercan con alas de mojados papeles a la risa hueca de mis huesos, compañeros únicos y fieles en los años navegantes que bajaron del útero conmigo, a este mundo de chinches y desgracias. Trae el vino negro con tapón de seca calavera que me hace oír en los cuartos vecinos pianos tocados por mi espectro, mientras el tiempo transcurre despacio entre los dedos y puedo jugar con él y con sus rudos templos bailarines. Sólo así puedo mirar tranquilo el mundo de la noche, mientras el seco rostro del amor me apaga lentamente cigarrillos sobre el estómago y la garganta que pronunció su nombre se hace una cisterna, donde chapotean ranas, triángulos, confusos centauros en desorden. Trae el vino negro. Esta noche quiero a todos mis fantasmas en las venas. Ellos despertarán con sus besos, la gloria, en nuestros entristecidos corazones.
¡oh! Trae el vino negro
Lope de Vega
Dormido Manzanares discurría en blanda cama de menuda arena, coronado de juncia y de verbena, que entre las verdes alamedas cría; cuando la bella pastorcilla mía, tan sirena de Amor como serena, sentada y sola en la ribera amena, tanto cuanto lavaba nieve hacía. Pedíle yo que el cuello me lavase, y ella sacando el rostro del cabello, me dijo que uno de otro me quitase; pero turbado de su rostro bello, al pedirme que el cuello le arrojase, así del alma, por asir del cuello.
Túrbase el poeta de verse favorecido
Fernando de Herrera
Subo con tan gran peso quebrantado por esta alta, empinada, aguda sierra, que aun no llego a la cumbre cuando yerra el pie y trabuco al fondo despeñado. Del golpe y de la carga maltratado, me alzo a pena y a mi antigua guerra vuelvo ¿mas qué me vale? Que la tierra mesma me falta al curso acostumbrado. Pero aunque en el peligro desfallesco no desamparo el paso; que antes torno mil veces a cansarme en este engaño. Crece el temor y en la porfía cresco, y sin cesar, cual rueda vuelve en torno, así revuelvo a despeñarme al daño.
Subo con tan gran peso
César Vallejo
Verano, ya me voy. Y me dan pena las manitas sumisas de tus tardes. Llegas devotamente; llegas viejo; y ya no encontrarás en mi alma a nadie. Verano! Y pasarás por mis balcones con gran rosario de amatistas y oros, como un obispo triste que llegara de lejos a buscar y bendecir los rotos aros de unos muertos novios. Verano, ya me voy. Allá, en setiembre tengo una rosa que te encargo mucho; la regarás de agua bendita todos los días de pecado y de sepulcro. Si a fuerza de llorar el mausoleo, con luz de fe su mármol aletea, levanta en alto tu responso, y pide a Dios que siga para siempre muerta. Todo ha de ser ya tarde; y tú no encontrarás en mi alma a nadie. Ya no llores, Verano! En aquel surco muere una rosa que renace mucho...
Verano
Pablo Neruda
Cien sonetos de amor De tanto amor mi vida se tiñó de violeta y fui de rumbo en rumbo como las aves ciegas hasta llegar a tu ventana, amiga mía: tú sentiste un rumor de corazón quebrado y allí de la tinieblas me levanté a tu pecho, sin ser y sin saber fui a la torre del trigo, surgí para vivir entre tus manos, me levanté del mar a tu alegría. Nadie puede contar lo que te debo, es lúcido lo que te debo, amor, y es como una raíz natal de Araucanía, lo que te debo, amada. Es sin duda estrellado todo lo que te debo, lo que te debo es como el pozo de una zona silvestre en donde guardó el tiempo relámpagos errantes.
Cien sonetos de amor
Juan Ramón Jiménez
¡Qué hueco tan robado el de este vano cielo que nada al alma pone, ni nada quita al cuerpo!
Zinc
Luis de Góngora
Consagróse el seráfico Mendoza, Gran dueño mío, y con invidia deja Al bordón flaco, a la capilla vieja, Báculo tan galán, mitra tan moza. Pastor que una Granada es vuestra choza, Y cada grano suyo vuestra oveja, Pues cada lengua acusa, cada oreja, La sal que busca, el silbo que no goza, Sílbelas desde allá vuestro apellido, Y al Genil, que esperándoos peina nieve, No frustéis más sus dulces esperanzas; Que sobre el margen, para vos florido, Al son alternan del cristal que mueve Sus ninfas coros, y sus faunos, danzas.
A don fray pedro gonzález de mendoza y silva
Gabriela Mistral
I Ruth moabita a espigar va a las eras, aunque no tiene ni un campo mezquino. Piensa que es Dios dueño de las praderas y que ella espiga en un predio divino. El sol caldeo su espalda acuchilla, baña terrible su dorso inclinado; arde de fiebre su leve mejilla, y la fatiga le rinde el costado. Booz se ha sentado en la parva abundosa. El trigal es una onda infinita, desde la sierra hasta donde él reposa, que la albundancia ha cegado el camino... ¡Y en la onda de oro la Ruth moabita viene, espigando, a encontrar su destino! II Booz miró a Ruth, y a los recolectadores dijo: «Dejad que recoja confiada...» Y sonrieron los espigadores, viendo del viejo la absorta mirada... Eran sus barbas dos sendas de flores, su ojo dulzura, reposo el semblante; su voz pasaba de alcor en alcores, pero podía dormir a un infante... Ruth lo miró de la planta a la frente, y fue sus ojos saciados bajando, como el que bebe en inmensa corriente... Al regresar a la aldea, los mozos que ella encontró la miraron temblando. Pero en su sueño Booz fue su esposo... III Y aquella noche el patriarca en la era viendo los astros que laten de anhelo, recordó aquello que a Abraham prometiera Jehová: más hijos que estrellas dio al cielo. Y suspiró por su lecho baldío, rezó llorando, e hizo sitio en la almohada para la que, como baja el rocío, hacia él vendría en la noche callada. Ruth vio en los astros los ojos con llanto de Booz llamándola, y estremecida, dejó su lecho, y se fue por el campo... Dormía el justo, hecho paz y belleza. Ruth, más callada que espiga vencida, puso en el pecho de Booz su cabeza.
Ruth
Francisco de Quevedo
La Morena que yo adoro Y más que a mi vida quiero, En Verano toma el acero Y en todos tiempos el oro. Opilóse, en conclusión, Y levantóse a tomar Acero para gastar Mi hacienda y su opilación. La cuesta de mi bolsón Sube, y nunca menos cuesta; Mala enfermedad es ésta, Si la ingrata que yo adoro Y más que mi vida quiero, En verano toma el acero Y en todos tiempos el oro. Anda por sanarse a sí, Y anda por dejarme en cueros; Toma acero, y muestra aceros De no dejar blanca en mí. Mi bolsa peligra aquí, Ya en la postrer boqueada; La suya nunca cerrada Para chupar el tesoro De mi florido dinero, Tomando en verano acero Y en todos tiempos el oro. Es niña que por tomar Madruga antes que amanezca, Porque en mi bolsa anochezca; Que andar tras esto es su andar. De beber se fue a opilar; Chupando se desopila, Mi dinero despabila. El que la dora es Medoro; El que no, pellejo y cuero: En verano toma el acero Y en todos tiempos el oro.
Letrilla satírica
Gustavo Pereira
La muerte debe ser vencida La miseria echada Que haya pájaros en cada pecho.
Cartel de la alegría
Juan Ramón Mansilla
(en su último retorno a Europa, 1911) Todo está en el mismo sitio, similar, nuevo, atrapado con deslumbre de albor, con claridad desconcertante, un viajero solo en cubierta frasea notas truncadas con motivos de espuma. Un sanatorio en Viena, la voz alta de quien ya no oye nada, a proa la extinción, la renuncia, el fingimiento. ¿Quién completará las obras que sólo para el viento quiso? Es un velo la quietud que envuelve su rostro como un mar de repente en suspenso, un emblema destinado a enseñar aquello que no dice. La brisa desordena la paz fijada de un instante en que el aroma es tan sutil como pueda serlo su concepto. Desde la proa observa la fiebre que acerca glisando un violonchelo azul sobre las olas. No está desplegado el tiempo, futuro y presente apenas se distinguen. ¿Habrá música, mar, habrá canciones? Sólo de lejos se siente la progresión de la vida, el hechizo de evocar los presentimientos. ¡Si pudiera sustraer de la muerte un día más, siquiera un día! Las dudas, los contrastes, la decadencia, el mundo con su oropel, su eterna risa, los bosques, el mar, la melodía que ya tenía soñada. ¿Qué será de ello cuando falte? La costa, un puerto, una mujer que saluda. El viajero solo, interminablemente solo, la voz crecida de quien nada percibe, contempla el pasado como un náufrago la playa. Quieto todo, varado en el sitio de siempre, atrapado con sonido de sombra y silencio duro. Un tren, el paisaje al fin detenido, mudo definitivamente, muerto, entelado. El tiempo se ha escindido en dos mitades. Que no figure en la tumba nada salvo mi nombre, quienes vengan sabrán que la música ahora está sosegada bajo las lilas abiertas. Del libro "Los Días Rotos", Ed. El Toro de Barro, 2000
Retrato de gustav mahler
Delfina Acosta
Hablemos de poesía. Se me ocurre que Dios no sabe sus palabras tristes. Y yo tampoco sé por qué las tardes en sus lejanos ojos se hacen grises o sus primeros versos callan distraídos en el instante de morir un cisne. Decir la mar es pronunciar poesía. Decir poesía es no sé qué mentirse. Ella soplando el corazón del hombre con fuego amargo en el papel escribe. Si está la rama próxima a romperse porque la luna loca al mar lo riñe, yo sé que la poesía se desata con grandes olas en poetas tristes. No buscan pájaros ni luz sus versos. Persiguen la razón por qué morirse.
Poeta
Miguel de Unamuno
Si tú y yo, Teresa mía, nunca nos hubiéramos visto, nos hubiéramos muerto sin saberlo: no habríamos vivido. Tu sabes que morirse, vida mía, pero tienes sentido de que vives en mí, y viva aguardas que a ti torne yo vivo. Por el amor supimos de la muerte; por el amor supimos que se muere; sabemos que se vive cuando llega el morirnos. Vivir es solamente, vida mía, saber que se ha vivido, es morirse a sabiendas dando gracias a Dios de haber nacido.
Si tú y yo, teresa mía, nunca...
Mario Meléndez
Hembra continental vestida para un viaje sin palabras la sombra del espejo donde mueren las miradas se parece a ti tiene las mismas grietas esparcidas en un mar amargo la misma historia adolorida en el balcón donde la raza asoma Oye a los jinetes adherirse al gran imán de los recuerdos siente a la manada desgarrar las armaduras de los dioses huele al primogénito del viento galopar de noche mientras sangran a lo lejos las encías y la muerte entra en la herida de la muerte deshuesando el bien y el mal Sube en el latido del cultrún hasta donde el cóndor sacude su cabellera intratable su túnica de plumas ancestrales su vuelo matrimonial de alas sonámbulas Y baila baila junto a los hijos que no vendrán a consolarte baila entre los guerreros que degollará el olvido baila con tu pueblo el rito de la flecha sudorosa el rito de la flecha sin piedad el rito de la flecha sin sonrisa el rito de la flecha humedecida por el llanto de las calaveras por el llanto de los coihues y de los sueños castrados Y aún así cuando la sangre mueva los pies para hablar con los espíritus y tú la veas venir hacia tu propia sangre hacia tu propio pie hacia tu propio origen cuando el musgo tape las sobras de la gran ira de Arauco y los pájaros queden con la servilleta puesta malhumorados por no haber llegado antes cuando los ríos se ahoguen de ardor y el queltehue amontone los gestos del último de los caídos lucha lucha para que el pan se desmigue en tu mesa lucha para que el maíz recupere su orgullo lucha para que la flecha sonría de nuevo para que el ciervo te enseñe a beber para que el miedo no roa tu alma Lucha hasta que el luto anestesie tu edad porque estás destinada a hacerte llaga y en ti mamarán las estrellas
Guacolda
Luis Gonzaga Urbina
Yo tenía una sola ilusión: era un manso pensamiento: el río que ve próximo el mar y quisiera un instante convertirse en remanso y dormir a la sombra de algún viejo palmar. Y decía mi alma: turbia voy y me canso de correr las llanuras y los diques saltar; ya pasó la tormenta; necesito descanso, ser azul como antes y, en voz baja cantar. Y tenía una sola ilusión, tan serena que curaba mis males y alegraba mi pena con el claro reflejo de una lumbre de hogar. Y la vida me dijo: ¡Alma ve turbia y sola, sin un lirio en la margen ni una estrella en la ola, a correr las llanuras y perderte en el mar!
Nuestras vidas son los ríos
Pablo Neruda
Del centro puro que los ruidos nunca atravesaron, de la intacta cera, salen claros relámpagos lineales, palomas con destino de volutas, hacia tardías calles con olor a sombra y a pescado. Son las venas del apio! Son la espuma, la risa, los sombreros del apio! Son los signos del apio, su sabor de luciérnaga, sus mapas de color inundado, y cae su cabeza de ángel verde, y sus delgados rizos se congojan, y entran los pies del apio en los mercados de la mañana herida, entre sollozos, y se cierran las puertas a su paso, y los dulces caballos se arrodillan. Sus pies cortados van, sus ojos verdes van derramados, para siempre hundidos en ellos los secretos y las gotas: los túneles del mar de donde emergen, las escaleras que el apio aconseja, las desdichadas sombras sumergidas, las determinaciones en el centro del aire, los besos en el fondo de las piedras. A medianoche, con manos mojadas, alguien golpea mi puerta en la niebla, y oigo la voz del apio, voz profunda, áspera voz de viento encarcelado, se queja herido de aguas y raíces, hunde en mi cama sus amargos rayos, y sus desordenadas tijeras me pegan en el pecho buscándome la boca del corazón ahogado. Qué quieres, huésped de corsé quebradizo, en mis habitaciones funerales? Qué ámbito destrozado te rodea? Fibras de oscuridad y luz llorando, ribetes ciegos, energías crespas, río de vida y hebras esenciales, verdes ramas de sol acariciado, aquí estoy, en la noche, escuchando secretos, desvelos, soledades, y entráis, en medio de la niebla hundida, hasta crecer en mí, hasta comunicarme la luz oscura y la rosa de la tierra.
Apogeo del apio
Hilario Barrero
Un rayo destruyó la esfera en que te apoyas, sólo queda la base por donde juegan niños que no te conocieron y meditan lagartos prisioneros de plomo. El campus, a finales de curso, es un río de cuerpos que con el torso herido estudian en el césped luminoso. Pasan cometas tristes suspendidas de lluvia y pájaros alegres aprobados de viento. La luz moja tu cara en luna llena, pelo liso con un brillo cansado, tus manos enlazadas reposando en tus muslos, pantalones bombachos y dos escarabajos en tus ojos mirando la retina de la tarde. Sonríe, Federico, no te muevas. Aunque se queda inmóvil, la imagen sale turbia. Se distingue una mano clarísima y helada que se posa con fuerza en otra mano en fuego. La lente invierte la foto de Manhattan y Harlem se amotina en la cámara oscura de la noche.
Foto en la universidad de columbia
Justo Braga
El también te esperaba desde diciembre. Harto como estaba de tu ausencia se fue con mujeres malas, -casi todas de derechas-. Anduvo en todas las pesquisas policiales. Delincuente común, intransigente, ladrón de aves submarinas y de besos se hizo un ser solitario, huidizo. Dejaba como estela unos labios sutiles y el eco de sus rezos mahometanos. Paso de cientos a miles de millones de altercados con las bandas enemigas de tu barrio. Mareado por los ruidos de sirenas se hizo nadie en nada y ahora es imposible borrarlo.
Nada
Javier Alvarado
Panamá en esta calle y en este tiempo que nos falta, Antes de mis días y mis noches (Y del poema) fluctuando entre los lirios como el agua, Con sus gruesas murallas y sus edificios Que le dan color de tacto a los espejos, A las criaturas del mar que se advienen a mi fondo, A mi lámpara de niño y a mi mano afiebrada de poeta. Nunca antes por siglos volví a ver el mismo día En que abrí los ojos tanteando la tierra Y el polvo del lugar donde ocurrió mi nacimiento, Donde me convertía en talingo y en estatua Con peces de aire entrando por el mármol. Panamá fue una musa entrando -vena a vena- Un arcoíris en la boca, El tamaño de una brújula en el eros y en la gnosis. Una ciudad en mi piel, como algo corpóreo Como la música en una temporada de lluvia O como un tamborito en una oleada de calor. Siempre llego a ella aunque por otros caminos vaya Dejando fuego, dejando amor, coloquios, Algo de poesía. Mi talón siempre regresa al milagro De su musgo, a sus piedras temerarias, A su selva donde nunca he ido, donde nunca vuelvo, Donde respiro la verdad del mundo Ensalinada al borde de sus playas. ¿A dónde dejar el muro, el trapecio Y las marcas de la reniñez como una mariposa en el sombrero, El desnudo campo Por donde persigo duendes y espejismos de luciérnaga, Imágenes de Dios o de un caballo que atesora Las caminatas imaginadas por el tucán en la tormenta? Panamá En el Pacifico, en el Atlántico, ¿En dónde está?, ¿en dónde estuvo?, ¿En dónde me encuentra el mar con su Canal Y su memorial dolido? Panamá la que siempre Encuentro aunque por otros caminos vaya Donde silbo a las criaturas que se advienen a mi fondo, Con mi lámpara de niño y mi mano afiebrada de poeta.
Panamá, ya sea en el pacífico o en el atlántico
Gustavo Pereira
Aunque parezca cierto Quienes mandan aquí no son las vacas.
A los de otros planetas
Bartolomé Leonardo de Argensola
Viéndose en un fiel cristal ya antigua Lice, y que el arte no hallaba en su rostro parte sin estrago natural, dijo: «Hermosura mortal, pues que su origen lo fue, aunque el mismo Amor le dé sus flechas para rendir, viva obligada a morir, pero a envejecer, ¿por qué?»
Viendose en un fiel cristal
Pablo Neruda
Dentro de ti tu edad creciendo, dentro de mí mi edad andando. El tiempo es decidido, no suena su campana, se acrecienta, camina, por dentro de nosotros, aparece como un agua profunda en la mirada y junto a las castañas quemadas de tus ojos una brizna, la huella de un minúsculo rio, una estrellita seca ascendiendo a tu boca. Sube el tiempo sus hilos a tu pelo, pero en mi corazón como una madreselva es tu fragancia, viviente como el fuego. Es bello como lo que vivimos envejecer viviendo. Cada dia fue piedra transparente, cada noche para nosotros fue una rosa negra, y este surco en tu rostro o en el mío son piedra o flor, recuerdo de un relámpago. Mis ojos se han gastado en tu hermosura, pero tú eres mis ojos. Yo fatigué tal vez bajo mis besos tu pecho duplicado, pero todos han visto en mi alegría tu resplandor secreto. Amor, qué importa que el tiempo, el mismo que elevó como dos llamas o espigas paralelas mi cuerpo y tu dulzura, mañana los mantenga o los desgrane y con sus mismos dedos invisibles borre la identidad que nos separa dándonos la victoria de un solo ser final bajo la tierra.
Oda al tiempo
Roque Dalton
Un hombre sale al patio trasero de su casa (ahí no llega nunca el duro viento del otoño) tiene en sus manos una pequeña copa de aguardiente y se mesa con cariño el cabello aquí las canas del hambre aquí las de aquel día en que fue héroe entre miles de héroes aquí las huellas del asco las señales de quien tocó con dedos jóvenes la grandeza las del temor la de la inmensa alegría las del todopoderoso conocimiento En el fondo del cielo luce una estrella que él llama esperanza el hombre alza su copa y bebe.
50 aniversario
José Ángel Buesa
Gota del mar donde en naufragio lento se hunde el navío negro de una pena; gota que, rebosando, nubla y llena los ojos olvidados del contento. Grito hecho perla por el desaliento de saber que si llega a un alma ajena, ésta, sin escucharlo, le condena por vergonzoso heraldo del tormento. Piedad para esa gota, que es cual llama de la que el corazón se desahoga cual desahoga espinas una rama. Piedad para la lágrima que azoga el dolor, pues si así no se derrama, el alma, en esa lágrima se ahoga...
A una lágrima
Infantiles
La maestra era pura. «Los suaves hortelanos», decía, «de este predio, que es predio de Jesús, han de conservar puros los ojos y las manos, guardar claros sus óleos, para dar clara luz». La maestra era pobre. Su reino no es humano. (Así en el doloroso sembrador de Israel.) Vestía sayas pardas, no enjoyaba su mano y era todo su espíritu un inmenso joyel! La maestra era alegre. ¡Pobre mujer herida! Su sonrisa fue un modo de llorar con bondad. Por sobre la sandalia rota y enrojecida, era ella la insigne flor de su santidad. ¡Dulce ser! En su río de mieles, caudaloso, largamente abrevaba sus tigres el dolor. Los hierros que le abrieron el pecho generoso ¡ más anchas le dejaron las cuencas del amor! ¡Oh labriego, cuyo hijo de su labio aprendía el himno y la plegaria, nunca viste el fulgor del lucero cautivo que en sus carnes ardía: pasaste sin besar su corazón en flor! Campesina, ¿recuerdas que alguna vez prendiste su nombre a un comentario brutal o baladí? Cien veces la miraste, ninguna vez la viste ¡y en el solar de tu hijo, de ella hay más que de ti! Pasó por él su fina, su delicada esteva, abriendo surcos donde alojar perfección. La albada de virtudes de que lento se nieva es suya. Campesina, ¿no le pides perdón? Daba sombra por una selva su encina hendida el día en que la muerte la convidó a partir. Pensando en que su madre la esperaba donnida, a La de Ojos Profundos se dio sin resistir. Y en su Dios se ha dorrnido, como en cojín de luna; almohada de sus sienes, una constelación; canta el Padre para ella sus canciones de cuna ¡y la paz llueve largo sobre su corazón! Como un henchido vaso, traía el alma hecha para dar ambrosía de toda eternidad; y era su vida humana la dilatada brecha que suele abrirse el Padre para echar claridad. Por eso aún el polvo de sus huesos sustenta púrpura de rosales de violento llamear. ¡ Y el cuidador de tumbas, como aroma, me cuenta, las plantas del que huella sus huesos, al pasar!
La maestra rural
Víctor Botas
Ante estas piedras súbitas mojadas por los siglos los hisopos y también por la lluvia me parece escuchar voces muertas cánticos gregorianos la fatiga- da tos de los canteros.
Catedral
Justo Braga
Bulle en mis entrañas un suceso reciente. Debe de ser Eloísa cultivando su conciencia. De vez en cuando recuerdo las marismas, el agua salada, el sol quemándome la espalda. Eloísa está leyendo, tumbada en la arena, ya digo, cultivando su conciencia. Boca arriba. Las piernas abiertas. Desnuda. Sudorosa. Coqueta. Enfrente hay un negro inmenso, cabezón, azorado. Mira sus pechos ardientes. No distingo muy bien si hay regocijo o bullicio en su mirada. No sé si lo que espera Eloisa es que la miren o la sueñen. Debe de ser muy excitante mirar a Eloísa cultivando sus entrañas.
Tus entrañas
Ramón López Velarde
Yo te digo: «Alma mía, tú saliste con vestido nupcial de la plomiza eternidad, como saldría una ala del nimbus que se eriza de rayos; y una mañana has de volver al metálico nimbus, llevando, entre tus velos virginales, mi ánima impoluta y mi cuerpo sin males». Mas mi labio, que osa decir palabras de inmortalidad, se ha de pudrir en la húmeda tiniebla de la fosa. Mi corazón te dice: «Rosa intacta, vas dibujada en mí con un dibujo incólume, e irradias en mi sombra como un diamante en un raso de lujo». Mi corazón olvida que engendrará al gusano mayor, en una asfixia corrompida. Siempre que inicio un vuelo por encima de todo, un demonio sarcástico maúlla y me devuelve al lodo. Tú misma, blanca ala que te elevas en mi horizonte, con la compostura beata de las palomas de los púlpitos, y que has compendiado en tu blancura un anhelo infinito, sólo serás en breve un lacónico grito y un desastre de plumas, cual rizada y dispersada nieve.
Un lacónico grito
Melchor de Palau
SONETO Quien desea encontrar substancia pura nunca la busca en el revuelto cieno, ni en el hierro en fusión, de escorias lleno, sino bajo una armónica figura. En cristales de mágica tersura, que claro muestran de la forma el freno, cual hija predilecta de su seno, nos la brinda la próvida Natura. También del verbo la más alta fase, la que revela intrínseca pureza, es la que tiene, como firme base, del geométrico modo la fijeza; que el contorno y el ritmo de la frase hacen que cristalice su belleza.
La forma poética
Ana Rossetti
Keats A Ocaña Era esta vez el fuego. Esta vez cresta azul, creciente e inflamada, dilatado ropaje erizado de picas, suave lengua. Todo es pronto arrugado papel. Arrugado papel, cuerpo. Vestido, antes resplandeciente, yesca ahora. Antes fiesta, grito de horror apenas un instante. Y la estallante palma, que en la tela prendió su broche de luciérnagas, ahora, pavo real que plegara su cola, su abanico.
Que puedo morir una muerte de lujos
Manuel María Flores
Alegre y sola en el recodo blando que forma entre los árboles el río al fresco abrigo del ramaje umbrío se está la niña de mi amor bañando. Traviesa con las ondas jugueteando el busto saca del remanso frío, y ríe y salpica el glacial rocío el blanco seno, de rubor temblando. Al verla tan hermosa, entre el follaje el viento apenas susurrando gira, salta trinando el pájaro salvaje, el sol más poco a poco se retira; todo calla... y Amor, entre el ramaje, a escondidas mirándola, suspira.
En el baño
Nimia Vicéns
Cae del aire la flor Tan leve amada de ese trémulo espacio donde viaja su huella deslizando aroma de su imagen al amor... Un pedazo de cielo y una rama... Nada más cayó al aire la flor. ¡Qué solos nos quedamos sobre el mundo mi corazón y yo!
Cuando una mujer sola, mira una flor caer
María Eugenia Caseiro
Las ventanas se apagarán un día; hagamos cuenta que hasta aquí lo habías previsto, lo había previsto polvo polvo el polvo lunijunto de barrancos blancos palacios de hueso cal y arena que se mueven prolongado flujo esperándote, esperándome esperándonos.
Esperar
Pablo Neruda
Dejo en la nave de la rosa la desición del herbolario: si la estima por su virtud o por la herida del aroma: si es intacta como la quiere o rígida como una muerta. LA breve nave no dirá cuál es la muerte que prefiere: si con la proa enarbolada frente a su fuego victorioso ardiendo con todas las velas de la hermosura abrasadora o secándose en un sistema de pulcritud medicinal. El herbolario soy, señores, y me turban tales protestas porque en mí mismo no convengo a decidir mi idolatría: la vestidura del rosal quema el amor en su bandera y el tiempo azota el esqueleto derribando el aroma rojo y la turgencia perfumada: después con una sacudida y una larga copa de lluvia no queda nada de la flor. Por eso agonizo y padezco preservando el amor furioso hasta en sus últimas cenizas.
La rosa del herbolario
Juana de Ibarbourou
¿Qué es esto? ¡Prodigio! Mis manos florecen. Rosas, rosas, rosas a mis dedos crecen. Mi amante besóme las manos, y en ellas, ¡oh gracia! brotaron rosas como estrellas. Y voy por la senda voceando el encanto y de dicha alterno sonrisa con llanto y bajo el milagro de mi encantamiento se aroman de rosas las alas del viento. Y murmura al verme la gente que pasa: «¿No veis que está loca? Tornadla a su casa. ¡Dice que en las manos le han nacido rosas y las va agitando como mariposas!» ¡Ah, pobre la gente que nunca comprende un milagro de éstos y que sólo entiende, que no nacen rosas más que en los rosales y que no hay más trigo que el de los trigales! que requiere líneas y color y forma, y que sólo admite realidad por norma. Que cuando uno dice: «Voy con la dulzura», de inmediato buscan a la criatura. Que me digan loca, que en celda me encierren, que con siete llaves la puerta me cierren, que junto a la puerta pongan un lebrel, carcelero rudo, carcelero fiel. Cantaré lo mismo: «Mis manos florecen. Rosas, rosas, rosas a mis dedos crecen». ¡Y toda mi celda tendrá la fragancia de un inmenso ramo de rosas de Francia!
El dulce milagro
Lope de Vega
Celebró de Amarilis la hermosura Virgilio en su bucólica divina, Propercio de su Cintia, y de Corina Ovidio en oro, en rosa, en nieve pura; Catulo de su Lesbia la escultura a la inmortalidad pórfido inclina; Petrarca por el mundo, peregrina, constituyó de Laura la figura; yo, pues Amor me manda que presuma, de la humilde prisión de tus cabellos, poeta montañés, con ruda pluma, Juana, celebraré tus ojos bellos, que vale más de tu jabón la espuma que todas ellas, y que todos ellos.
Propone lo que ha de cantar
Pablo Neruda
VINO color de día, vino color de noche, vino con pies de púrpura o sangre de topacio, vino, estrellado hijo de la tierra, vino, liso como una espada de oro, suave como un desordenado terciopelo, vino encaracolado y suspendido, amoroso, marino, nunca has cabido en una copa, en un canto, en un hombre, coral, gregario eres, y cuando menos, mutuo. A veces te nutres de recuerdos mortales, en tu ola vamos de tumba en tumba, picapedrero de sepulcro helado, y lloramos lágrimas transitorias, pero tu hermoso traje de primavera es diferente, el corazón sube a las ramas, el viento mueve el día, nada queda dentro de tu alma inmóvil. El vino mueve la primavera, crece como una planta la alegría, caen muros, peñascos, se cierran los abismos, nace el canto. Oh tú, jarra de vino, en el desierto con la sabrosa que amo, dijo el viejo poeta. Que el cántaro de vino al beso del amor sume su beso. Amor mio, de pronto tu cadera es la curva colmada de la copa, tu pecho es el racimo, la luz del alcohol tu cabellera, las uvas tus pezones, tu ombligo sello puro estampado en tu vientre de vasija, y tu amor la cascada de vino inextinguible, la claridad que cae en mis sentidos, el esplendor terrestre de la vida. Pero no sólo amor, beso quemante o corazón quemado eres, vino de vida, sino amistad de los seres, transparencia, coro de disciplina, abundancia de flores. Amo sobre una mesa, cuando se habla, la luz de una botella de inteligente vino. Que lo beban, que recuerden en cada gota de oro o copa de topacio o cuchara de púrpura que trabajó el otoño hasta llenar de vino las vasijas y aprenda el hombre oscuro, en el ceremonial de su negocio, a recordar la tierra y sus deberes, a propagar el cántico del fruto.
Oda al vino
Toni García Arias
Con la incertidumbre contenida en las manos guardo en mi maleta camisas de invierno, un par de vaqueros desgastados, ropa interior, un cepillo, algo de mi miedo a las distancias. Una ciudad sin memoria se dilatará ante mí, desconocida, como un paisaje que nos abre caminos que no evocan ni el beso ni el mar ni la caricia. Tras el viaje, cansado, una cama de hotel acoge mi cuerpo. Al abrir mi maleta observo en su interior objetos que la distancia parece haber impregnado con el sudor de otro.
El sudor de otro
Delfina Acosta
Yo observo al hombre trabajar la tierra y al ave que en el hueco de la rama de un tibio limonero se acomoda. En su holgazanería así se cansa. Su trino es el diamante del deseo. Y tú, mi prójimo que mueres, habla: ¿por qué la misma piedra así te encorva al convertirse la creación en alba y la razón del tiempo en un reloj? Ah... yo. Si llega el día ya me afanan un raro oficio, una encorvada pena: lavar de enormes piedras las palabras, buscar un verso donde estuvo un grillo. Nadie tan triste como algún poeta. Para dudar, después, de su juicio, ¿qué Dios oirá esta noche mi poema?
Canto profundo
Gabriela Mistral
Caperucita Roja visitará a la abuela que en el poblado próximo sufre de extraño mal. Caperucita Roja, la de los rizos rubios, tiene el corazoncito tierno como un panal. A las primeras luces ya se ha puesto en camino y va cruzando el bosque con un pasito audaz. Sale al paso Maese Lobo, de ojos diabólicos. «Caperucita Roja, cuéntame adónde vas». Caperucita es cándida como los lirios blancos. «Abuelita ha enfermado. Le llevo aquí un pastel y un pucherito suave, que se derrama en juego. ¿Sabes del pueblo próximo? Vive en la entrada de él». Y ahora, por el bosque discurriendo encantada, recoge bayas rojas, corta ramas en flor, y se enamora de unas mariposas pintadas que la hacen olvidarse del viaje del Traidor... El Lobo fabuloso de blanqueados dientes, ha pasado ya el bosque, el molino, el alcor, y golpea en la plácida puerta de la abuelita, que le abre. (A la niña ha anunciado el Traidor.) Ha tres días la bestia no sabe de bocado. ¡Pobre abuelita inválida, quién la va a defender! ... Se la comió riendo toda y pausadamente y se puso en seguida sus ropas de mujer. Tocan dedos menudos a la entornada puerta. De la arrugada cama dice el Lobo: «¿Quién va?» La voz es ronca. «Pero la abuelita está enferma» la niña ingenua explica. «De parte de mamá». Caperucita ha entrado, olorosa de bayas. Le tiemblan en la mano gajos de salvia en flor. «Deja los pastelitos; ven a entibiarme el lecho». Caperucita cede al reclamo de amor. De entre la cofia salen las orejas monstruosas. «¿Por qué tan largas?», dice la niña con candor. Y el velludo engañoso, abrazado a la niña: «¿Para qué son tan largas? Para oírte mejor». El cuerpecito tierno le dilata los ojos. El terror en la niña los dilata también. «Abuelita, decidme: ¿por qué esos grandes ojos?» «Corazoncito mío, para mirarte bien...» Y el viejo Lobo ríe, y entre la boca negra tienen los dientes blancos un terrible fulgor. «Abuelita, decidme: ¿por qué esos grandes dientes?» «Corazoncito, para devorarte mejor...» Ha arrollado la bestia, bajo sus pelos ásperos, el cuerpecito trémulo, suave como un vellón; y ha molido las carnes, y ha molido los huesos, y ha exprimido como una cereza el corazón...
Caperucita roja