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En mi curioso ayer prevalecía la superstición de que entre cada tarde y cada mañana ocurren hechos que es una vergüenza ignorar. El planeta estaba poblado de espectros colectivos, el Canadá, el Brasil, el Congo Suizo y el Mercado Común. Casi nadie sabía la historia previa de esos entes platónicos, pero sí los más íntimos pormenores del último congreso de pedagogos, la inminente ruptura de relaciones y los mensajes que los presidentes mandaban, elaborados por el secretario del secretario con la prudente imprecisión que era propia del género. Todo esto se leía para el olvido, porque a las pocas horas lo borrarían otras trivialidades. |
J. L. B. |
Jorge Luis Borges |
Veinticinco Agosto 1983 y otros cuentos |
La Biblioteca de Babel - 02 |
ePub r1.8 |
orhi 09.01.2016 |
Título original: Veinticinco Agosto 1983 y otros cuentos |
Jorge Luis Borges, 1983 |
Editor digital: orhi |
Corrección de erratas: Valjean, Astennu, origen, Un_Tal_Lucas, elrijo, Raul321, tinkertailor5 y riverrun |
ePub base r1.2 |
Veinticinco Agosto 1983 |
Vi en el reloj de la pequeña estación que eran las once de la noche pasadas. Fui caminando hasta el hotel. Sentí, como otras veces, la resignación y el alivio que nos infunden los lugares muy conocidos. El ancho portón estaba abierto; la quinta, a oscuras. Entré en el vestíbulo, cuyos espejos pálidos repetían las plantas del salón. Curiosamente el dueño no me reconoció y me tendió el registro. Tomé la pluma que estaba sujeta al pupitre, la mojé en el tintero de bronce y al inclinarme sobre el libro abierto, ocurrió la primera sorpresa de las muchas que me depararía esa noche. Mi nombre, Jorge Luis Borges, ya estaba escrito y la tinta, todavía fresca. |
El dueño me dijo: —Yo creí que usted ya había subido. |
Luego me miró bien y se corrigió: —Disculpe, señor. El otro se le parece tanto, pero, usted es más joven. |
Le pregunté: —¿Qué habitación tiene? |
—Pidió la pieza 19 —fue la respuesta. |
Era lo que yo había temido. |
Solté la pluma y subí corriendo las escaleras. La pieza 19 estaba en el segundo piso y daba a un pobre patio desmantelado en el que había una baranda y, lo recuerdo, un banco de plaza. Era el cuarto más alto del hotel. Abrí la puerta que cedió. No habían apagado la araña. Bajo la despiadada luz me reconocí. De espaldas en la angosta cama de fierro, más viejo, enflaquecido y muy pálido, estaba yo, los ojos perdidos en las altas molduras de yeso. Me llegó la voz. No era precisamente la mía; era la que suelo oír en mis grabaciones, ingrata y sin matices. |
—Qué raro —decía— somos dos y somos el mismo. Pero nada es raro en los sueños. |
Pregunté asustado: —Entonces, ¿todo esto es un sueño? |
—Es, estoy seguro, mi último sueño. |
Con la mano mostró el frasco vacío sobre el mármol de la mesa de luz. |
—Vos tendrás mucho que soñar, sin embargo, antes de llegar a esta noche. ¿En qué fecha estás? |
—No sé muy bien —le dije aturdido—. Pero ayer cumplí sesenta y un años. |
—Cuando tu vigilia llegue a esta noche, habrás cumplido, ayer, ochenta y cuatro. Hoy estamos a 25 de agosto de 1983. |
—Tantos años habrá que esperar —murmuré. |
—A mí ya no me está quedando nada —dijo con brusquedad. |
—En cualquier momento puedo morir, puedo perderme en lo que no sé y sigo soñando con el doble. El fatigado tema que me dieron los espejos y Stevenson. |
Sentí que la evocación de Stevenson era una despedida y no un rasgo pedante. Yo era él y comprendía. No bastan los momentos más dramáticos para ser Shakespeare y dar con frases memorables. Para distraerlo, le dije: |
—Sabía que esto te iba a ocurrir. Aquí mismo hace años, en una de las piezas de abajo, iniciamos el borrador de la historia de este suicidio. |
—Sí —me respondió lentamente, como si juntara recuerdos—. Pero no veo la relación. En aquel borrador yo había sacado un pasaje de ida para Adrogué, y ya en el hotel Las Delicias había subido a la pieza 19, la más apartada de todas. Ahí me había suicidado. |
—Por eso estoy aquí —le dije. |
—¿Aquí? Siempre estamos aquí. Aquí te estoy soñando en la casa de la calle Maipú. Aquí estoy yéndome, en el cuarto que fue de madre. |
—Que fue de madre —repetí, sin querer entender—. Yo te sueño en la pieza 19, en el patio de arriba. |
—¿Quién sueña a quién? Yo sé que te sueño, pero no sé si estás soñándome. El hotel de Adrogué fue demolido hace ya tantos años, veinte, acaso treinta. Quién sabe. |
—El soñador soy yo —repliqué con cierto desafío. |
—No te das cuenta que lo fundamental es averiguar si hay un solo hombre soñando o dos que se sueñan. |
—Yo soy Borges, que vio tu nombre en el registro y subió. |
—Borges soy yo, que estoy muriéndome en la calle Maipú. |