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Poema del cante jondo
PUEBLO
Sobre el monto pelado un calvario. Agua clara y olivos centenarios. Por las callejas hombres embozados, y en las torres veletas girando. Eternamente girando. ¡Oh, pueblo perdido, en la Andalucía del llanto!
Poema del cante jondo
PUÑAL
El puñal, entra en el corazón, como la reja del arado en el yermo. No me lo claves. El puñal, como un rayo de sol, incendia las terribles hondonadas. No me lo claves.
Poema del cante jondo
ENCRUCIJADA
Viento del Este; un farol y el puñal en el corazón. La calle tiene un temblor de cuerda en tensión, un temblor de enorme moscardón Por todas partes yo veo el puñal en el corazón.
Poema del cante jondo
¡AY!
El grito deja en el viento una sombra de ciprés. (Dejadme en este campo llorando). Todo se ha roto en el mundo. No queda más que el silencio. (Dejadme en este campo llorando). El horizonte sin luz está mordido de hogueras. (Ya os he dicho que me dejéis en este campo llorando).
Poema del cante jondo
SORPRESA
Muerto se quedó en la calle con un puñal en el pecho. No la conocía nadie. ¡Cómo temblaba el farol! Madre. ¡Cómo temblaba el farolito de la calle! Era madrugada. Nadie pudo asomarse a sus ojos abiertos al duro aire. Que muerto se quedó en la calle que con un puñal en el pecho y que no lo conocía nadie.
Poema del cante jondo
LA SOLEÁ
Vestida con mantos negros piensa que el mundo es chiquito y el corazón es inmenso. Vestida con mantos negros. Piensa que el suspiro tierno y el grito, desaparecen en la corriente del viento. Vestida con mantos negros. Se dejó el balcón abierto y al alba por el balcón desembocó todo el cielo. ¡Ay yayayayay, que vestido con mantos negros!
Poema del cante jondo
CUEVA
De la cueva salen largos sollozos. (Lo cárdeno sobre lo rojo.) El gitano evoca países remotos. (Torres altas y hombres misteriosos.) En la voz entrecortada van sus ojos. (Lo negro sobre lo rojo). Y la cueva encalada tiembla en el oro. (Lo blanco sobre lo rojo.)
Poema del cante jondo
ENCUENTRO
Ni tú ni yo estamos en disposición de encontrarnos. Tú... por lo que ya sabes. ¡Yo la he querido tanto! Sigue esa veredita. En las manos, tengo los agujeros de los clavos. ¿No ves cómo me estoy desangrando? No mires nunca atrás, vete despacio y reza como yo a San Cayetano, que ni tú ni yo estamos en disposición de encontrarnos.
Poema del cante jondo
ALBA
Campanas de Córdoba en la madrugada. Campanas de amanecer en Granada. Os sienten todas las muchachas que lloran a la tierna soleá enlutada. Las muchachas, de Andalucía la alta y la baja. Las niñas de España, de pie menudo y temblorosas faldas, que han llenado de luces las encrucijadas. ¡Oh, campanas de Córdoba en la madrugada, y oh campanas de amanecer en Granada!
Poema del cante jondo
ARQUEROS
Los arqueros oscuros a Sevilla se acercan. Guadalquivir abierto. Anchos sombreros grises, largas capas lentas, ¡Ay, Guadalquivir! Vienen de los remotos países de la pena. Guadalquivir abierto. Y van a un laberinto, Amor, cristal y piedra. ¡Ay, Guadalquivir!
Poema del cante jondo
NOCHE
Cirio, candil, farol y luciérnaga. La constelación de la saeta. Ventanitas de oro tiemblan, y en la aurora se mecen cruces superpuestas. Cirio, candil, farol y luciérnaga.
Poema del cante jondo
SEVILLA
Sevilla es una torre llena de arqueros finos. Sevilla para herir. Córdoba para morir. Una ciudad que acecha largos ritmos, y los enrosca como laberintos. Como tallos de parra encendidos. ¡Sevilla para herir! Bajo el arco del cielo, sobre su llano limpio, dispara la constante saeta de su río. ¡Córdoba para morir! Y loca de horizonte mezcla en su vino, lo amargo de Don Juan y lo perfecto de Dionisio. Sevilla para herir. ¡Siempre Sevilla para herir!
Poema del cante jondo
PROCESION
Por la calleja vienen extraños unicornios. ¿De qué campo, de qué bosque mitológico? Más cerca, ya parecen astrónomos. Fantásticos Merlines y el Ecce Homo, Durandarte encantado. Orlando furioso
Poema del cante jondo
PASO
Virgen con miriñaque, virgen de la Soledad, abierta como un inmenso tulipán. En tu barco de luces vas por la alta marea de la ciudad, entre saetas turbias y estrellas de cristal. Virgen con miriñaque tú vas por el río de la calle, ¡hasta el mar!
Poema del cante jondo
SAETA
Cristo moreno pasa de lirio de Judea a clavel de España. ¡Miradlo por dónde viene! De España. Cielo limpio y oscuro, tierra tostada, y cauces donde corre muy lenta el agua. Cristo moreno, con las guedejas quemadas, los pómulos salientes y las pupilas blancas. ¡Miradlo por dónde va!
Poema del cante jondo
BALCON
La Lola canta saetas. Los toreritos la rodean y el barberillo desde su puerta, sigue los ritmos con la cabeza. Entre la albahaca y la hierbabuena, la Lola canta saetas. La Lola aquella, que se miraba tanto en la alberca.
Poema del cante jondo
MADRUGADA
Pero como el amor los saeteros están ciegos. Sobre la noche verde, las saetas dejan rastros de lirio caliente. La quilla de la luna rompe nubes moradas y las aljabas se llenan de rocío. ¡Ay, pero como el amor los saeteros están ciegos!
Poema del cante jondo
CAMPANA BURDON
En la torre amarilla, dobla una campana. sobre el viento amarillo, se abren las campanadas. En la torre amarilla, cesa la campana. El viento con el polvo, hace proras de plata.
Poema del cante jondo
CAMINO
Cien jinetes enlutados, ¿dónde irán, por el cielo yacente del naranjal? Ni a Córdoba ni a Sevilla llegarán. Ni a Granada la que suspira por el mar. Esos caballos soñolientos los llevarán al laberinto de las cruces, donde tiembla el cantar. Con siete ayes clavados, ¿dónde irán los cien jinetes andaluces del naranjal?
Poema del cante jondo
LAS SEIS CUERDAS
La guitarra, hace llorar a los sueños. El sollozo de las almas perdidas, se escapa por su boca redonda. Y como la tarántula teje una gran estrella para cazar suspiros que flotan en su negro aljibe de madera.
Poema del cante jondo
DANZA EN EL HUERTO DE LA PETENERA
En la noche del huerto, seis gitanas, vestidas de blanco bailan. En la noche del huerto, coronadas, con rosas de papel y biznagas. En la noche del huerto, sus dientes de nácar, escriben la sombra quemada. Y en la noche del huerto, sus sombras se alargan, y llegan hasta el cielo moradas.
Poema del cante jondo
MUERTE DE LA PETENERA
En la casa blanca muere la perdición de los hombres. Cien jacas caracolean. Sus jinetes están muertos. Bajo las estremecidas estrellas de los velones, su falda de moaré tiembla entre sus muslos de cobre. Cien jacas caracolean. Sus jinetes están muertos. Largas sobres afiladas vienen del turbio horizonte, y el bordón de una guitarra se rompe. Cien jacas caracolean. Sus jinetes están muertos.
Poema del cante jondo
FALSETA
Ay, petenera gitana! ¡Yayay petenera! Tu entierro no tuvo niñas buenas. Niñas que le dan a Cristo muerto sus guedejas, y llevan blancas mantillas en las ferias. Tu entierro fué de gente siniestra. Gente con el corazón en la cabeza, que te siguió llorando por las callejas. ¡Ay, petenera gitana! ¡Yayay petenera!
Poema del cante jondo
“DE PROFUNDIS"
Los cien enamorados duermen para siempre bajo la tierra seca, largos caminos rojos. Andalucía tiene Córdoba, olivos verdes donde poner cien cruces, que los recuerden. Los cien enamorados duermen para siempre.
Poema del cante jondo
CLAMOR
En las torres amarillas, doblan las campanas. Sobre los vientos amarillos, se abren las campanadas. Por un camino va la muerte, coronada, de azahares marchitos. Canta y canta una canción en su vihuela blanca, y canta y canta y canta. En las torres amarillas, cesan las campanas. el viento con el polvo, hacen proras de plata.
Poema del cante jondo
LA LOLA
Bajo el naranjo lava pañales de algodón. Tiene verdes los ojos y violeta la voz. ¡Ay, amor, bajo el naranjo en flor! El agua de la acequia iba llena de sol, en el olivarito cantaba un gorrión. ¡Ay, amor, bajo el naranjo en flor! Luego, cuando la Lola gaste todo el jabón, vendrán los torerillos. ¡Ay, amor, bajo el naranjo en flor!
Poema del cante jondo
AMPARO
Amparo, ¡que sola estás en tu casa vestida de blanco! (Ecuador entre el jazmín y el nardo). Oyes los maravillosos surtidores de tu patio, y el débil trino amarillo del canario. Por la tarde ves temblar los cipreses con los pájaros, mientras bordas lentamente letras sobre el cañamazo. Amparo, ¡qué sola estás en tu casa vestida de blanco! Amparo, ¡y qué difícil decirte yo te amo!
Poema del cante jondo
RETRATO DE SILVERIO FRANCONETTI
Entre italiano y flamenco, ¿cómo cantaría aquel Silverio? La densa miel de Italia con el limón nuestro, iba en el hondo llanto del siguiriyero. Su grito fué terrible. Los viejos dicen que se erizaban los cabellos, y se abría el azogue de los espejos. Pasaba por los tonos sin romperlos, y fué un creador y un jardinero. Un creador de glorietas para el silencio. Ahora su melodía duerme con los ecos. Definitiva y pura. ¡Con los últimos ecos!
Poema del cante jondo
JUAN BREVA
Juan Breva tenía cuerpo de gigante y voz de niña. Nada como su trino. Era la misma pena cantando detrás de una sonrisa. Evoca los limonares de Málaga la dormida, y hay en su llanto dejos de sal marina. Como Homero, cantó ciego. Su voz tenía, algo de mar sin luz y naranja exprimida.
Poema del cante jondo
CAFÉ CANTANTE
Lámparas de cristal y espejos verdes. Sobre el tablado oscuro, la Parrala sostiene una conversación con la muerte. La llama, no viene, y la vuelve a llamar, las gentes aspiran los sollozos. Y en los espejos verdes, largas colas de seda se mueven.
Poema del cante jondo
LAMENTACION DE LA MUERTE
Sobre el cielo negro, culebrinas amarillas. Vine a este mundo con ojos y me voy sin ellos. ¡Señor del mayor dolor! Y luego, un velón y una manta en el suelo. Quise llegar adonde ¡Y he llegado, Dios mío!.. llegaron los buenos. Pero luego, un velón y una manta en el suelo. Limoncito amarillo limonero. Echad los limoncitos al viento. ¡Ya lo sabéis!.. Porque luego un velón y una manta en el suelo. Sobre el cielo negro, culebrinas amarillas.
Poema del cante jondo
CONJURO
La mano crispada como una Medusa ciega el ojo doliente del candil. As de bastos. Tijeras en cruz. Sobre el humo blanco del incienso, tiene algo de topo y mariposa indecisa. As de bastos tijeras en cruz Aprieta un corazón invisible, ¿la véis? Un corazón reflejado en el viento. As de bastos. Tijeras en cruz.
Poema del cante jondo
MEMENTO
CANDO yo me muera enterradme con mi guitarra bajo la arena. Cuando yo me muera entre los naranjos y la hierba buena. Cuando yo me muera, enterradme si queréis en una veleta. ¡Cuando yo me muera!
Poema del cante jondo
MALAGUEÑA
LA muerte entra y sale de la taberna. Pasan caballos negros y gente siniestra por los hondos caminos de la guitarra. Y hay un olor a sal y a sangre de hembra, en los nardos febriles de la marina. La muerte entra y sale, sale y entra la muerte de la taberna.
Poema del cante jondo
BARRIO DE CÓRDOBA TOPICO NOCTURNO
EN la casa se defienden de las estrellas. La noche se derrumba. Dentro hay una niña muerta con una rosa encarnada oculta en la cabellera. Seis ruiseñores la lloran en la reja. Las gentes van suspirando con las guitarras abiertas.
Poema del cante jondo
BAILE
LA Carmen está bailando por las calles de Sevilla. Tiene blancos los cabellos y brillantes las pupilas. ¡Niñas, corred las cortinas! En su cabeza se enrosca una serpiente amarilla, y va soñando en el baile con galanes de otros días. ¡Niñas, corred las cortinas! Las calles están desiertas y en los fondos se adivinan, corazones andaluces buscando viejas espinas. ¡Niñas, corred las cortinas!
Poema del cante jondo
ADIVINANZA DE LA GUITARRA
EN la redonda encrucijada, seis doncellas bailan. Tres de carne y tres de plata. Los dueños de ayer las buscan, pero las tiene abrazadas, un Polífemo de oro. ¡La guitarra!
Poema del cante jondo
CANDIL
¡OH, qué grave medita la llama del candil! Como un faquir indio mira su entraña de oro y se eclipsa soñando atmósferas sin viento. Cigüeña incandescente pica desde su nido a las sombras macizas, y se asoma temblando a los ojos redondos del gitanillo muerto.
Poema del cante jondo
CROTALO
CRÓTALO. Crótalo. Crótalo. Escarabajo sonoro. En la araña de la mano rizas el aire salino, y te ahogas en tu trino de palo. Crótalo. Crótalo. Crótalo. Escarabajo sonoro.
Poema del cante jondo
CHUMBERA
LAOCONTE salvaje. ¡Qué bien estás bajo la media luna! Múltiple pelotari. ¡Qué bien estás amenazando al viento! Dafne y Atis, saben de tu dolor. Inexplicable.
Poema del cante jondo
PITA
PULPO petrificado. Pones cinchas cenicientas al vientre de los montes, y muelas formidables a los desfiladeros. Pulpo petrificado.
Poema del cante jondo
CRUZ
LA cruz. (Punto final del camino.) Se mira en la acequia. (Puntos suspensivos.)
Poema del cante jondo
CANCION DEL GITANO APALEADO
Veinticuatro bofetadas. Veinticinco bofetadas; después, mi madre, a la noche, me pondrá en papel de plata. Guardia civil caminera, dadme unos sorbitos de agua. Agua con peces y barcos. Agua, agua, agua, agua. ¡Ay mandor de los civiles que estás arriba en tu sala! ¡No habrá pañuelos de seda para limpiarme la cara!
Poema del cante jondo
CANCION DE LA MADRE DEL AMARGO
Lo llevan puesto en mi sábana mis adelfas y mi palma. Día veintisiete de agosto con un cuchillito de oro. La cruz. ¡Y vamos andando! Era moreno y amargo. Vecinas, dadme una jarra de azofar con limonada. La cruz. No llorad ninguna. El Amargo está en la luna.
Poema del cante jondo
NOCTURNO DEL HUECO
Para ver que todo se ha ido, para ver los huecos y los vestidos ¡dame tu guante de luna! tu otro guante de hierba ¡amor mió! Puede el aire arrancar los caracoles muertos sobre el pulmón del elefante y soplar los gusanos ateridos de las yemas de luz o de las manzanas. Los rostros bogan impasibles bajo el diminuto griterío de las yerbas y en el rincón está el pechito de la rana turbio de corazón y mandolina. En la gran plaza desierta mugía la bovina cabeza recién cortada y eran duro cristal definitivo las formas que buscaban el giro de la sierpe. Para ver que todo se ha ido, dame tu mudo hueco ¡amor mío! Nostalgia de academia y cielo triste. ¡Para ver que, todo se ha ido! Dentro de tí, amor mío, por tu carne ¡qué silencio de trenes boca arriba! ¡cuanto brazo de momia florecido! ¡qué cielo sin salida, amor, qué cielo! Es la piedra en el agua y es la voz en la brisa bordes de amor que escapan de su tronco sangrante, para que broten flores sobre los otros niños. Basta tocar el pulso de nuestro amor presente. Para ver que todo se ha ido. Para ver los huecos de nubes y ríos. Dame tus manos de laurel, amor. ¡Para ver que todo se ha ido! Ruedan los huecos puros, por mí, por ti, en el alba conservando las huellas de las ramas de sangre y algún perfil de yeso tranquilo que dibuja instantáneo dolor de luna apuntillada. Mira formas concretas que buscan su vacío. Perros equivocados y manzanas mordidas. Mira el ansia, la angustia de un triste mundo fósil que no encuentra el acento de su primer sollozo. Cuando busco en la cama los rumores del hilo has venido, amor mío, a cubrir mi tejado. El hueco de una hormiga puede llenar el aire pero tú vas gimiendo sin norte por mis ojos. No, por mis ojos no, que ahora me enseñas cuatro ríos ceñidos en tu brazo en la dura barraca donde la luna prisionera devora a un marinero delante de los niños. Para ver que todo se ha ido, ¡amor inexpugnable, amor huido! No, no me des tu hueco ¡que ya va por el aire el mió! ¡Ay de ti, ay de mí, de la brisa! Para ver que todo se ha ido. Yo. Con el hueco blanquísimo de un caballo crines de cenizas. Plaza pura y doblada. Yo. Mi hueco traspasado con las axilas rotas. Piel seca de uva neutra y amianto de madrugada. Toda la luz del mundo cabe dentro de un ojo. Canta el gallo y su canto dura más que sus alas. Yo. Con el hueco blanquísimo de un caballo. Rodeado de espectadores que tienen hormigas en las palabras. En el circo del frío sin perfil mutilado. Por los capiteles rotos de las mejillas desangradas. Yo. Mi hueco sin ti ciudad, sin tus muertos que comen. Ecuestre por mi vida definitivamente anclada. Yo. No hay siglo nuevo ni luz reciente. Sólo un caballo azul y una madrugada.
Poema del cante jondo
CANCION DE LA MUERTE PEQUEÑA
PRADO mortal de lunes y sangre bajo tierra. Prado de sangre vieja. Luz de ayer y mañana. Cielo mortal de hierba. Luz y noche de arena. Me encontré con la muerte. Prado mortal de tierra. Una muerte pequeña. El perro en el tejado. Sola mi mano izquierda atravesaba montes sin fin de flores secas. Catedral de Ceniza. Luz y noche de arena. Una muerte pequeña. Una muerte y yo un hombre. Un hombre solo, y ella una muerte pequeña. Prado mortal de lunas. La niebla gime y tiembla por detrás de la puerta. Un hombre ¿y qué? Lo dicho. Un hombre solo y ella. Prado, amor, luz y arena.
Poema del cante jondo
EL LLANTO
HE cerrado mi balcón, porque no quiero oír el llanto, pero por detrás de los grises muros no se oye otra cosa que el llanto. Hay muy pocos ángeles que canten, hay muy pocos perros que ladren, mil violines caben en la palma de la mano pero el llanto es un perro inmenso, el llanto es un violín inmenso, las lágrimas amordazan al viento, y no se oye otra cosa que el llanto.
Poema del cante jondo
CANCION
SOBRE el pianísimo del oro, mi chopo sólo. Sin un pájaro loco. Sobre el pianísimo del oro. El río a mis pies corre grave y hondo, bajo el pianísimo del oro. Y la tarde sobre mis hombros como un corderito muerto por el lobo, bajo el pianísimo del oro. Montevideo. 1934. Día del homenaje a Barradas
Poema del cante jondo
ROMANCE
CIPRES— (Agua estancada) —Chopo— (Agua cristalina) —Mimbre— (Agua profunda) —Corazón— (Agua de pupila).
Poema del cante jondo
LLANTO POR IGNACIO SANCHEZ MEJIA
¡Que no quiero verla Dile a la luna que venga, que no quiero ver la sangre de Ignacio sobre la arena. ¡Que no quiero verla! La luna de par en par. Caballo de nubes quietas, y la plaza gris del sueño con sauces en las barreras. ¡Que no quiero verla! Que mi recuerdo se quema. ¡Avisad a los jazmines con su blancura pequeña! ¡Que no quiero verla! La vaca del viejo mundo pasaba su triste lengua sobre un hocico de sangres derramadas en la arena, y los toros de Guisando, casi muerte y casi piedra, mugieron como dos siglos hartos de pisar la tierra. No. ¡Que no quiero verla! Por las gradas sube Ignacio con toda su muerte a cuestas. Buscaba el amanecer y el amanecer no era. Busca su perfil seguro, y el sueño lo desorienta. Buscaba su hermoso cuerpo y encontró su sangre abierta. ¡No me digáis que la vea! No quiero sentir el chorro cada vez con menos fuerza; ese chorro que ilumina los tendidos y se vuelca sobre la pana y el cuero de muchedumbre sedienta. ¡Quién me grita que me asome! ¡No me digáis que la vea! No se cerraron sus ojos cuando vió los cuernos cerca pero las madres terribles levantaron la cabeza. Y a través de las ganaderías, hubo un aire de voces secretas que gritaban a toros celestes, mayorales de pálida niebla. No hubo príncipe en Sevilla que comparársele pueda, ni espada como su espada ni corazón tan de veras. Como un río de leones su maravillosa fuerza, y como un toro de mármol su dibujada prudencia. Aire de Roma andaluza le doraba la cabeza donde su risa era un nardo de sal y de inteligencia. ¡Qué gran torero en la plaza! ¡Qué buen serrano en la sierra! ¡Qué blando con las espinas! ¡Qué duro con las espuelas! ¡Qué tierno con el rocío! ¡Qué deslumbrante en la feria! ¡Qué tremendo con las últimas banderillas de tiniebla! Pero ya duerme sin fin. Ya los musgos y la hierba abren con dedos seguros la flor de su calavera. Y su sangre ya viene cantando: cantando por marismas y praderas, resbalando por cuernos ateridos, vacilando sin alma por la niebla, tropezando con miles de pezuñas como una larga, oscura, triste lengua, para formar un charco de agonía junto al Guadalquivir de las estrellas. ¡Oh blanco muro de España! ¡Oh negro toro de pena! ¡Oh sangre dura de Ignacio! ¡Oh ruiseñor de sus venas! No. ¡Que no quiero verla! Que no hay cáliz que la contenga, que no hay golondrinas que se la beban, no hay escarcha de luz que la enfríe, no hay canto ni diluvio de azucenas, no hay cristal que la cubra de plata. No. ¡¡Yo no quiero verla!!
Poema del cante jondo
POEMA DE LA SIGUIRIYA GITANA
EL campo de olivos se abre y se cierra como un abanico. Sobre el olivar hay un cielo hundido y una lluvia oscura de luceros fríos. Tiembla junco y penumbra a la orilla del río. Se riza el aire gris. Los olivos, están cargados de gritos. Una bandada de pájaros cautivos, que mueven sus larguísimas colas en lo sombrío.
Antologia selecta
RIBERA DE 1910
Sí, tu niñez: ya fabula de fuentes. El tren y la mujer que llena el cielo. Tu soledad esquiva en los hoteles y tu mascara pura de otro signo. Es la niñez del mar y tu silencio donde los sabios vidrios se quebraban. Es tu yerta ignorancia donde estuvo mi torso limitado por el fuego. Norma de amor te di, hombro de Apolo, llanto con ruiseñor enajenado, pero, pasto de ruina, te afilabas para los breves sueños indecisos. Pensamiento de enfrente, luz de ayer, índices y señales del ocaso. Tu cintura de arena sin sosiego atiende solo rastros que no escalan Pero yo he de buscar por los rincones tu alma tibia sin tí que no entiende, con el dolor de Apolo detenido con que he roto la máscara que llevas. Allí león, allí furia de cielo te dejare pacer en mis mejillas, allí caballo azul de mi locura, pulso de nebulosa y minutero. He de buscar las piedras de alacranes y los vestidos de tu madre niña, llanto de media noche y paño roto que quito luna de la sien del muerto. Sí, tu niñez: ya fabula de fuentes Alma extraña de mi hueco de venas, te he de buscar pequeña y sin raíces ¡Amor de siempre, amor, amor de nunca! ¡Oh, sí! Yo quiero ¡Amor, amor! Dejadme. No me tapen la boca los que buscan espigas de Saturno por la nieve o castran animales por un cielo, clínica y selva de la anatomía. Amor, amor, amor. Niñez del mar. Tu alma tibia sin tí que no entiende Amor, amor, un vuelo de la corza por el pecho sin fin de la blancura. Y tu niñez, amor, y tu niñez. El tren y la mujer que llena el cielo Ni tú, ni yo, ni el aire, ni las hojas. Sí, tu niñez: ya fabula de fuentes.
Antologia selecta
AIRE DE AMOR (1)
Hay una raíz amarga y un mundo de mil terrazas. Ni la mano más pequeña abre la puerta del agua. ¿Dónde vas? ¿Adónde, adónde? Hay un cielo de mil ventanas Batallas de abejas lívidas. Y hay una raíz amarga. Amarga. Duele en la planta del pie, el interior de la cara y duele en el tronco fresco de noche recién cortada. Amor. Enemigo mío ¡Muerde tu raíz amarga!
Antologia selecta
ROMANCE DE LA LUNA LUNA
La luna vino a la fragua con su polisón de nardos. El niño la mira, mira. El niño la está mirando. En el aire conmovido mueve la luna sus brazos y ensena, lúbrica y pura, sus senos de duro estaño. —Huye luna, luna luna. Si vinieran los gitanos, harían con tu corazón collares y anillos blancos. —Niño, dejame que baile. Cuando vengan los gitanos, te encontraran sobre el yunque con los ojillos cerrados. —Huye, luna, luna, luna, que ya siento sus caballos. —Niño, dejame, no pises mi blancor almidonado. El jinete se acercaba tocando el tambor del llano. Dentro de la fragua el niño tiene los ojos cerrados. Por el olivar venían, bronce y sueno, los gitanos. Las cabezas levantadas y los ojos entornados. Cómo canta la zumaya, ¡ay, como canta en el árbol! Por el cielo va la luna con un niño de la mano. Dentro de la fragua lloran dando gritos, los gitanos. El aire la vela, vela. El aire la está velando.
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LA MONJA GITANA
Silencio de cal y mirto. Malvas en las hierbas finas. La monja borda alhelíes sobre una tela pajiza. Vuelan en la araña gris siete pájaros del prisma. La iglesia gruñe a lo lejos como un oso panza arriba. ¡Qué bien borda!¡Con qué gracia! Sobre la tela pajiza, ella quisiera bordar flores de su fantasía. ¡Qué girasol!¡Qué magnolia de lentejuelas y cintas! ¡Qué azafranes y que lunas, en el mantel de la misa! Cinco toronjas se endulzan en la cercana cocina. Las cinco llagas de Cristo Cortadas en Almería. Por los ojos de la monja galopan dos caballistas. Un rumor último y sordo le despega la camisa, y al mirar nubes y montes en las yertas lejanías, se quiebra su corazón de azúcar y yerbaluisa. ¡Oh, que llanura empinada con veinte soles arriba! ¡Qué ríos puestos de pie vislumbra su fantasía! Pero sigue con sus flores, mientras que de pie, en la brisa, la luz juega el ajedrez alto de la celosía.
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NOCTURNOS DE LA VENTANA
Alta va la luna. Bajo corre el viento. (Mis largas miradas, exploran el cielo). Luna sobre el agua. Luna bajo el viento. (Mis cortas miradas, exploran el suelo) Las voces de dos niñas venían. Sin esfuerzo, de la luna del agua, me fuí a la del cielo. Un brazo de la noche entra por mi ventana. Un gran brazo moreno entra por mi ventana. Sobre un cristal azul jugaba al rio mi alma. Los instantes heridos por el reloj... pasaban. Asomo la cabeza, por mi ventana y veo como quiere cortarla la cuchilla del viento. En esta guillotina invisible, yo he puesto las cabezas sin ojos de todos mis deseos. Y un olor de limón lleno el instante inmenso, mientras se convertía en flor de gasa el viento. Al estanque se le ha muerto hoy una niña de agua. Esta fuera del estanque, sobre el suelo amortajada. De la cabeza a sus muslos un pez la cruza, llamándola. El viento le dice “niña”, mas no pueden despertarla. El estanque tiene suelta su cabellera de algas y al aire sus grises tetas estremecidas de ranas. Dios te salve. Rezaremos a Nuestra Señora de Agua por la niña del estanque muerta bajo las manzanas. Yo luego pondré a su lado dos pequeñas calabazas para que se tenga a flote ¡ay! sobre la mar salada.
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EL PASO DE LA SIGUIRIYA
Entre mariposas negras, va una muchacha morena junto a una blanca serpiente de niebla. Tierra de luz, cielo de tierra. Va encadenada al temblor de un ritmo que nunca llega; tiene el corazón de plata y un puñal en la diestra. Adonde vas siguiriya con un ritmo sin cabeza? ¿Que luna recogerá tu dolor de cal y adelfa? Tierra de luz, cielo de tierra.
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LA CASADA INFIEL
Y que yo me la llevé al río creyendo que era mozuela, pero tenía marido. Fué en la noche de Santiago y casi por compromiso. Se apagaron los faroles y se encendieron los grillos. En las últimas esquinas toqué sus pechos dormidos, y se me abrieron de pronto como ramos de jacintos. El almidón de su enagua me sonaba en el oído como una pieza de seda rasgada por diez cuchillos. Sin luz de plata en sus copas los árboles han crecido y un horizonte de perros ladra muy lejos del río. Pasadas las zarzamoras, los juncos y los espinos, bajo su mata de pelo hice un hoyo sobre el limo. Yo me quité la corbata. Ella se quitó el vestido. Yo el cinturón con revólver. Ella sus cuatro corpiños. Ni nardos ni caracolas tienen el cutis tan fino, ni los cristales con luna relumbran con ese brillo. Sus muslos se me escapaban como peces sorprendidos, la mitad llenos de lumbre, la mitad llenos de frío. Aquella noche corrí el mejor de los caminos, montado en potra de nácar sin bridas y sin estribos. No quiero decir, por hombre, las cosas que ella me dijo. La luz del entendimiento me hace ser muy comedido. Sucia de besos y arena yo me la llevé del río. Con el aire se batían las espadas de los lirios. Me porté como quien soy, como un gitano legítimo. La regalé un costurero grande, de raso pajizo, y no quise enamorarme porque teniendo marido me dijo que era mozuela cuando la llevaba al río.
Antologia selecta
BALADILLA DE LOS TRES RIOS
El río Guadalquivir va entre naranjos y olivos. Los dos ríos de Granada bajan de la nieve al trigo. ¡Ay, amor que se fué por el aire! El río Guadalquivir tiene las barbas granates. Los dos ríos de Granada uno llanto y otro sangre. ¡Ay, amor que se fué y no vino! Para los barcos de vela, Sevilla tiene un camino; por el agua de Granada sólo reman los suspiros. ¡Ay, amor que se fué y no vino! Guadalquivir, alta torre y viento en los naranjales. Dauro y Genil, torrecillas muertas sobre los estanques. ¡Ay, amor que se fué por el aire! ¡Quien dirá que el agua lleva un fuego fatuo de gritos! ¡Ay, amor que se fué y no vino! Lleva acabar, lleva olivas, Andalucía, a tus mares. ¡Ay, amor que se fué por el aire!
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ROMANCE DE LA PENA NEGRA
Las piquetas de los gallos cavan buscando la aurora, cuando por el monte obscuro baja Soledad Montoya. Cobre amarillo, su carne huele a caballo y a sombra. Yunques ahumados sus pechos, gimen canciones redondas. —Soledad, ¿por quién preguntas sin compañía y a estas horas? —Pregunte por quien pregunte, Dime ¿a tí que se te importa? Vengo a buscar lo que busco, mi alegría y mi persona. —Soledad de mis pesares, caballo que se desboca, al fin encuentra la mar y se lo tragan las olas. —No me recuerdes el mar que la pena negra, brota en la tierra de aceituna bajo el rumor de las hojas. —¡Soledad, que pena tienes! ¡Qué pena tan lastimosa! Lloras zumo de limón agrio de espera y de boca. —¡Qué pena tan grande! Corro mi casa como una loca, mis dos trenzas por el suelo de la cocina a la alcoba. ¡Qué pena! Me estoy poniendo de azabache, carne y ropa. ¡Ay, mis camisas de hilo! ¡Ay, mis muslos de amapola! —Soledad: lava tu cuerpo con agua de las alondras, y deja tu corazón en paz, Soledad Montoya. Por abajo canta el río: volante de cielo y hojas. Con flores de calabaza la nueva luz se corona. ¡Oh, pena de los gitanos! Pena limpia y siempre sola. ¡Oh, pena de cauce oculto y madrugada remota!
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EN EL CAMINO DE SEVILLA
Antonio Torres Heredia, hijo y nieto de Camborios, con una vara de mimbre va a Sevilla a ver los toros. Moreno de verde luna anda despacio y garboso. Sus empavonados bucles le brillan entre los ojos. A la mitad del camino corto limones redondos, y los fué tirando al agua hasta que la puso de oro. Y a la mitad del camino, bajo las ramas de un olmo, guardia civil caminera lo llevó codo con codo. El día se va despacio, la tarde colgada a un hombro, dando una larga torera sobre el mar y los arroyos. Las aceitunas aguardan la noche de Capricornio, y una corta brisa, ecuestre, salta los montes de plomo. Antonio Torres Heredia, hijo y nieto de Camborios, viene sin vara de mimbre entre los cinco tricornios. —Antonio, ¿quién eres tú? Si te llamaras Camborio, hubieras hecho una fuente de sangre con cinco chorros. Ni tu eres hijo de nadie, ni legitimo Camborio. ¡Se acabaron los gitanos que iban por el monte solos! Están los viejos cuchillos tiritando bajo el polvo. A las nueve de la noche lo llevan al calabozo, mientras los guardias civiles beben limonada todos. Y a las nueve de la noche le cierran el calabozo, mientras el cielo reluce como la grupa de un potro.
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MUERTE DE ANTOÑITO EL CAMBORIO
Voces de muerte sonaron cerca del Guadalquivir. Voces antiguas que cercan, voz de clavel varonil. Les clavo sobre las botas mordiscos de jabalí. En la lucha daba saltos jabonados de delfín. Baño con sangre enemiga su corbata carmesí, pero eran cuatro puñales y tuvo que sucumbir. Cuando las estrellas clavan rejones al agua gris, cuando los erales suenan verónicas de alhelí, voces de muerte sonaron cerca del Guadalquivir. —Antonio Torres Heredia, Camborio de dura crín, moreno de verde luna, voz de clavel varonil: quien te ha quitado la vida cerca del Guadalquivir? —Mis cuatro primos Heredias hijos de Benamejí. Lo que en otros no envidiaban, ya lo envidiaban en mí. Zapatos color corinto, medallones de marfil y este cutis amasado con aceituna y jazmín. —¡Ay, Antoñito el Camborio digno de una Emperatriz! Acuérdate de la Virgen porque te vas a morir. —¡Ay, Federico García, llama a la Guardia Civil! Ya mi talle se ha quebrado como caña de maíz. Tres golpes de sangre tuvo y se murió de perfil. Viva moneda que nunca se volverá a repetir. Un ángel marchoso pone su cabeza en un cojín. Otros de rubor cansado encendieron un candil. Y cuando los cuatro primos llegan a Benamejí, voces de muerte cesaron cerca del Guadalquivir.
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CANCION DEL GITANO APALEADO
Veinticuatro bofetadas. Veinticinco bofetadas; después, mi madre, a la noche, me pondrá en papel de plata. Guardia civil caminera, dadme unos sorbitos de agua. Agua con peces y barcos. Agua, agua, agua, agua. ¡Ay, mandor de los civiles que estás arriba en tu sala! ¡No habrá pañuelos de seda para limpiarme la cara!
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PRECIOSA Y EL AIRE
Su luna de pergamino Preciosa tocando viene, por un anfibio sendero de cristales y laureles. El silencio sin estrellas, huyendo del sonsonete, cae donde el mar bate y canta su noche llena de peces. En los picos de la sierra los carabineros duermen guardando las blancas torres donde viven los ingleses. Y los gitanos del agua levantan, por distraerse, glorietas de caracolas y ramas de pino verde. Su luna de pergamino Preciosa tocando viene. Al verla se ha levantado el viento que nunca duerme. San Cristobalón desnudo, lleno de lenguas celestes mira a la niña tocando una dulce gaita ausente. —Niña, deja que levante tu vestido para verte. Abre en mis dedos antiguos la rosa azul de tu vientre. Preciosa tira el pandero y corre sin detenerse. El viento hombrón la persigue con una espada caliente. Frunce su rumor el mar. Los olivos palidecen. Cantan las flautas de umbría y el liso gong de la nieve. ¡Preciosa, corre, Preciosa que te coge el viento verde! ¡Preciosa, corre, Preciosa! ¡Miralo por donde viene! Sátiro de estrellas bajas con su lenguas relucientes. Preciosa, llena de miedo, entra en la casa que tiene más arriba de los pinos el cónsul de los ingleses. Asustados por los gritos tres carabineros vienen, sus negras capas ceñidas y los gorros en las sienes. El inglés da a la gitana un vaso de tibia leche y una copa de ginebra que Preciosa no se bebe. Y mientras cuenta, llorando, su aventura a aquella gente, en las tejas de pizarra el viento, furioso, muerde.
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¡ESPAÑA!
No hagas caso de lamentos ni de falsas emociones; las mejores devociones son los grandes pensamientos. Y, puesto que, por momentos, el mal que te hirió se agrava, resurge, indómita y brava, y antes de hundirte cobarde estalla en pedazos y arde, primero muerta que esclava.
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ROMANCE DE LA GUARDIA CIVIL ESPAÑOLA
Los caballos negros son. Las herraduras son negras. Sobre las capas relucen manchas de tinta y de cera. Tienen, por eso no lloran, de plomo las calaveras. Con el alma de charol vienen por la carretera. Jorobados y nocturnos, por donde animan ordenan silencios de goma obscura y miedos de fina arena. Pasan, si quieren pasar, y ocultan en la cabeza una vaga astronomía de pistolas inconcretas. ¡Oh, ciudad de los gitanos! En las esquinas, banderas. La luna y la calabaza con las guindas en conserva. ¡Oh, ciudad de los gitanos! ¿Quién te vio y no te recuerda? Ciudad de dolor y almizcle, con las torres de canela. Cuando llegaba la noche noche que noche nochera los gitanos en sus fraguas forjaban soles y flechas. Un caballo malherido llamaba a todas las puertas. Gallos de vidrio cantaban por Jerez de la Frontera. El viento vuelve desnudo la esquina de la sorpresa, en la noche platinoche noche que noche nochera. La Virgen y San José perdieron sus castañuelas y buscan a los gitanos para ver si las encuentran. La Virgen viene vestida con un traje de alcaldesa de papel de chocolate, con los collares de almendras, San José mueve los brazos bajo una capa de seda. Detrás va Pedro Domecq con tres sultanes de Persia. La media luna sonaba un éxtasis de cigüeña. Estandartes y faroles invaden las azoteas. Por los espejos sollozan bailarinas sin caderas. Agua y sombra, sombra y agua por Jerez de la Frontera. ¡Oh, ciudad de los gitanos! En las esquinas, banderas. Apaga tus verdes luces que viene la benemérita. ¡Oh, ciudad de los gitanos! .Quien te vio y no te recuerda? Dejadla, lejos del mar sin peines para sus crenchas. Avanzan de dos en fondo a la ciudad de la fiesta. Un rumor de siemprevivas invade las cartucheras. Avanzan de dos en fondo. Doble nocturno de tela. El cielo, se les antoja, una vitrina de espuelas. La ciudad, libre de miedo, multiplicaba sus puertas. Cuarenta guardias civiles entran a saco por ellas. Los relojes se pararon, y el coñac de las botellas se disfrazó de Noviembre para no infundir sospechas Un vuelo de gritos largos se levantó en las veletas. Los sables cortan las brisas que los cascos atropellan. Por las calles de penumbra huyen las gitanas viejas con los caballos dormidos y las orzas de moneda. Por las calles empinadas suben las capas siniestras, dejando detrás fugaces remolinos de tijeras. En el portal de Belén los gitanos se congregan. San José, lleno de heridas, amortaja a una doncella. Tercos fusiles agudos por toda la noche suenan. La Virgen cura a los niños con salivilla de estrella. Pero la Guardia Civil avanza sembrando hogueras, donde joven y desnuda la imaginación se quema. Rosa la de los Camborios gime sentada en su puerta con sus dos pechos cortados puestos en una bandeja. Y otras muchas corrían perseguidas por sus trenzas, en un aire donde estallan rosas de pólvora negra. Cuando todos los tejados eran surcos en la tierra, el alba meció sus hombros en largo perfil de piedra. ¡Oh, ciudad de los gitanos! La Guardia Civil se aleja por un túnel de silencio mientras las llamas te cercan. ¡Oh, ciudad de los gitanos! .Quien te vio y no te recuerda? Que te busquen en mi frente. Juego de luna y arena.
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MUERTO DE AMOR
—.Que es aquello que reluce por los altos corredores? —Cierra la puerta, hijo mío; acaban de dar las once. —En mis ojos, sin querer, relumbran cuatro faroles. —Sera que la gente aquella estará fregando el cobre. Ajo de agónica plata la luna menguante, pone cabelleras amarillas a las amarillas torres. La noche llama temblando al cristal de los balcones perseguida por los mil perros que no la conocen, y un olor de vino y ámbar viene de los corredores. Brisas de cana mojada y rumor de viejas voces resonaban por el arco roto de la medianoche. Bueyes y rosas dormían. Solo por los corredores las cuatro luces clamaban con el furor de San Jorge. Tristes mujeres del valle bajaban su sangre de hombre, tranquila de flor cortada y amarga de muslo joven. Viejas mujeres del rio lloraban al pie del monte un minuto intransitable de cabelleras y nombres. Fachadas de cal ponían cuadrada y blanca la noche. Serafines y gitanos tocaban acordeones. —Madre, cuando yo me muera que se enteren los señores. Pon telegramas azules que vayan del Sur al Norte. Siete gritos, siete sangres, siete adormideras dobles quebraron opacas lunas en los obscuros salones. Llenos de manos cortadas y coronitas de flores, el mar de los juramentos resonaba no sé donde. Y el cielo daba portazos al brusco rumor del bosque, mientras clamaban las luces en los altos corredores.
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CANCION DE CUNA (2)
SUEGRA.—Nana, niño, nana del caballo grande que no quiso el agua. El agua era negra dentro de las ramas. Cuando llega al puente se detiene y canta. ¿Quien dirá, mi niño, lo que tiene el agua, con su larga cola por su verde sala! MUJER.—(Bajo.) Duérmete, clavel, que el caballo no quiere beber. SUEGRA.—Duérmete, rosal, que el caballo se pone a llorar. Las patas heridas, las crines heladas, dentro de los ojos un puñal de plata. Bajaban al rio. ¡Ay, como bajaban! La sangre corría más fuerte que el agua. MUJER.—Duérmete, clavel, que el caballo no quiere beber. SUEGRA.—Duérmete, rosal, que el caballo se pone a llorar. MUJER.—No quiso tocar la orilla mojada, su belfo caliente con moscas de plata. A los montes duros solo relinchaba con el rio muerto sobre la garganta. ¡Ay caballo grande que no quiso el agua! ¡Ay dolor de nieve, caballo del alba! SUEGRA.—¡No vengas! Detente, cierra la ventana con rama de sueños y sueno de ramas. MUJER.—Mi niño se duerme. SUEGRA.—Mi niño se calla. MUJER.—Caballo, mi niño tiene una almohada. SUEGRA.—Su cuna de acero. MUJER.—Su colcha de Holanda. SUEGRA.—Nana, niño, nana. MUJER.—¡Ay caballo grande que no quiso el agua! SUEGRA.—¡No vengas, no entres! Vete a la montaña. Por los valles grises donde está la jaca. MUJER.—(Mirando). Mi niño se duerme. SUEGRA.—Mi niño descansa. MUJER.—(Bajito). Duérmete, clavel que el caballo no quiere beber. SUEGRA.—(Levantándose y muy bajito). Duérmete, rosal, que el caballo se pone a llorar.
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SORPRESA
Muerto se quedó en la calle con un puñal en el pecho. No lo conocía nadie. ¡Como temblaba el farol! Madre. ¡Como temblaba el farolito de la calle! Era madrugada. Nadie pudo asomarse a sus ojos abiertos al duro aire. Que muerto se quedó en la calle con un puñal en el pecho y que no lo conocía nadie.
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ODA AL REY DE HARLEM
Con una cuchara le arrancaba los ojos a los cocodrilos y golpeaba el trasero a los monos. Con una cuchara. Fuego de siempre dormía en los pedernales y los escarabajos borrachos de anís olvidaban el musgo de las aldeas. Aquel viejo cubierto de setas iba al sitio donde lloraban los negros mientras crujía la cuchara del Rey y llegaban los tanques de agua podrida. Las rosas huían por los filos de las últimas curvas del aire, y en los montones de azafrán los niños machacaban pequeñas ardillas con un rubor de frenesí manchado. Es preciso pasar los puentes y llegar al rumor negro para que el perfume de pulmón nos golpee las sienes con su vestido de caliente pina. Es preciso matar al rubio vendedor de aguardiente, a todos los amigos de la manzana y de la arena y es necesario dar con los puños cerrados a las pequeñas judías que tiemblan llenas de burbujas, para que el Rey de Harlem cante con su muchedumbre, para que los cocodrilos duerman en largas filas bajo el amianto de la luna, para que nadie dude de la infinita belleza denlos embudos, los ralladores, los plumeros y las cacerolas de las cocinas. ¡Ay Harlem!!Ay Harlem!!Ay Harlem! No hay angustia comparable a sus ojos oprimidos a tu sangre estremecida dentro del eclipse obscuro, a tu violencia granate sordo muda en la penumbra, a tu gran rey prisionero con un traje de conserje. Tenía la noche una hendidura y quietas salamandras de marfil. Las muchachas americanas llevaban niños y monedas en el vientre y los muchachos se desmayaban en la cruz del desperezo. Ellos son. Ellos son los que toman whisky de plata junto a los volcanes y tragan pedacitos de corazón por las heladas montañas del oso. Aquella noche el Rey de Harlem con una durísima cuchara le arrancaba los ojos a los cocodrilos y golpeaba el trasero de los monos con una durísima cuchara. Los negros lloraban confundidos entre paraguas y soles de oro. Los mulatos estiraban gomas ansiosos de llegar al torso blanco y el viento empanaba espejos y quebraba las venas de los bailarines. Negros, negros, negros, negros. La sangre no tiene puertas en vuestra noche boca arriba. No hay rubor. Sangre furiosa por debajo de las pieles viva en la espina del puñal y en el pecho de paisajes, entre las pinzas y las retamas de la celeste luna de Cáncer. Sangre que busca por mil caminos muertes enharinadas y cenizas de nardos, cielos blancos y polos donde lo negro cante. Sangre que mira lenta con el rabo del ojo hecha de espartos exprimidos y néctares subterráneos sangre que oxida al alisio descuidado de una huella y disuelve las mariposas en los cristales de la ventana. Es la sangre que viene, que vendrá por los tejados y azoteas, por todas partes para quemar la clorifilia de las mujeres rubias para gemir al pie de las camas ante el insomnio de los lavabos y estrellarse en una aurora de tabaco y bajo amarillo. Hay que huir de las orillas y encerrarse en los últimos pisos porque el tuétano del bosque penetrara por las rendijas para dejar en vuestra carne una leve huella de eclipse y una falsa tristeza de guante desteñido y rosa química. Es por el silencio sapientísimo cuando los camareros y los cocineros y los que limpian con la lengua las heridas de los millonarios, buscan al Rey por las calles o en los ángulos del salitre. Un viento sur de madera oblicuo en el negro fango escupe a las barcas rotas, y se clava de puntillas en los hombros. Un viento sur que lleva colmillos, girasoles y alfabetos y una pila de Volta con avispas ahogadas. El Olivo estaba expresado por tres gotas de tinta sobre el monóculo. El Amor por un solo rostro impasible a flor de piedra. Médulas y corolas componían sobre las nubes un desierto de tallos sin una sola rosa. Por la izquierda, por la derecha, Por el Sur y por el Norte, se levanta el muro impasible para el topo y la aguja de agua. No busquéis, negros, su grieta para hallar la máscara infinita. Buscad al gran Sol del Centro hecho una pina zumbadora. El Sol que se desliza por los bosques seguro de no encontrar una ninfa. El Sol que destruye números y no ha cruzado nunca un sueño. El tatuado Sol que baja por el rio y muge seguido de caimanes. Negros, negros, negros, negros. Jamás sierpe, ni cebra, ni mula palidecieron al morir. El leñador no sabe cuando expiran los clamorosos árboles que corta. Aguardar bajo la sombra de vuestro Rey despavorido a que cicutas y cardos y ortigas turben postreras azoteas. Entonces, negros, entonces, entonces podréis besar con frenesí las ruedas de las bicicletas, poner parejas de microscopios en la curva de las ardillas y danzar al fin sin duda mientras las flores erizadas asesinan a vuestro Moisés casi en las manos del cielo. Ay Harlem disfrazada! Ay Harlem amenazada por un gentío de trajes sin cabeza! Me llega tu rumor. Me llega tu rumor atravesando troncos y ascensores. A través de láminas grises donde flotan tus automóviles cubiertos de dientes, a través de los caballos muertos y crímenes diminutos. A través de tu gran Rey desesperado, cuyas barbas llegan al mar.
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DE IGNACIO SANCHEZ MEJIA
A las cinco de la tarde. Eran las cinco en punto de la tarde. Un niño trajo la blanca Sabana a las cinco de la tarde. Una espuerta de cal ya prevenida a las cinco de la tarde. Lo demás era muerte y solo muerte a las cinco de la tarde. El viento se llevó los algodones a las cinco de la tarde. Y el óxido sembró cristal y níquel a las cinco de la tarde. Ya luchan la paloma y el leopardo a las cinco de la tarde. Y un muslo con un asta desolada a las cinco de la tarde. En las esquinas grupos de silencio a las cinco de la tarde. ¡Y el toro solo corazón arriba! a las cinco de la tarde. Cuando el sudor de nieve fué llegando a las cinco de la tarde, cuando la plaza se cubrió de yodo a las cinco de la tarde, la muerte puso huevos en la herida a las cinco de la tarde. A las cinco en punto de la tarde. Un ataúd con ruedas es la cama a las cinco de la tarde. Huesos y flautas suenas en su oído a las cinco de la tarde. El toro ya mugía por su frente a las cinco de la tarde. El cuarto se irisaba de agonía a las cinco de la tarde. A lo lejos ya viene la gangrena a las cinco de la tarde. Trompa de lirio por las verdes ingles a las cinco de la tarde. Las heridas quemaban como soles a las cinco de la tarde, y el gentío rompía las ventanas a las cinco de la tarde. ¡Ay que terribles cinco de la tarde! ¡Eran las cinco en todos los relojes! ¡Eran las cinco en sombra de la tarde!
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LA SANGRE DERRAMADA
¡Qué no quiero verla! Dile a la luna que venga, que no quiero ver la sangre de Ignacio sobre la arena. ¡Qué no quiero verla! La luna de par en par. Caballos de nubes quietas, y la plaza gris del sueno con sauces en la barrera. ¡Qué no quiero verla! Que mi recuerdo se quema. ¡Avisad a los jazmines con su blancura pequeña! ¡Qué no quiero verla! La vaca del viejo mundo pasaba su triste lengua sobre un hocico de sangres derramadas en la arena, y los toros de Guisando, casi muerte y casi piedra, mugieron como dos siglos hartos de pisar la tierra. No. ¡Qué no quiero verla! Por las gradas sube Ignacio con toda su muerte a cuestas. Buscaba el amanecer, y el amanecer no era. Busca su perfil seguro, y el sueño lo desorienta. Busca su hermoso cuerpo y encontró su sangre abierta. ¡No me digáis que la vea! No quiero sentir el chorro cada ve? con menos fuerza; ese chorro que ilumina los tendidos y se vuelca sobre la pana y el cuero de muchedumbre sedienta. ¡Quien me grita que me asome! ¡No me digáis que la vea! No se cerraron sus ojos cuando vio los cuernos cerca, pero las madres terribles levantaron las cabezas. Y a través de las ganaderías, hubo un aire de voces secretas que gritaban a toros celestes, mayorales de pálida niebla. No hubo príncipe en Sevilla que comparársele pueda, ni espada como su espada ni corazón tan de veras. Como un rio de leones su maravillosa fuerza, y como un torso de mármol su dibujada prudencia. Aire de Roma andaluza le doraba la cabeza donde su risa era un nardo de sal y de inteligencia. ¡Qué gran torero en la plaza! ¡Qué buen serrano en la sierra! ¡Qué blando con las espigas! ¡Qué duro con las espuelas! ¡Qué tierno con el roció! ¡Qué deslumbrante en la feria! ¡Qué tremendo con las últimas banderillas de tinieblas! Pero ya duerme sin fin. Ya los musgos y la hierba abren con dedos seguros la flor de su calavera. Y su sangre ya viene cantando: cantando por marismas y praderas resbalando por cuernos ateridos, vacilando sin alma por la niebla, tropezando con miles de pezuñas como una larga, obscura, triste, lengua, para formar un charco de agonía junto al Guadalquivir de las estrellas ¡Oh blanco muro de España! ¡Oh negro toro de pena! ¡Oh sangre dura de Ignacio! ¡Oh ruiseñor de sus venas! No. ¡Qué no quiero verla! Que no hay cáliz que la contenga que no hay golondrinas que se la beban, no hay escarcha de luz que la enfrié, no hay canto ni diluvio de azucenas, no hay cristal que la cubra de plata. No. ¡! Yo no quiero verla!!
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CUERPO PRESENTE
La piedra es una frente donde los sueños gimen sin tener agua curva ni cipreses helados. La piedra es una espalda para llevar al tiempo con árboles de lágrimas y cintas y planetas. Yo he visto lluvias grises correr hacia las olas levantando sus tiernos bracos acribillados, para no ser cazadas por la piedra tendida que desata sus miembros sin empapar la sangre. Porque la piedra coge simientes y nublados, esqueletos de alondras y lobos de penumbra; pero no da sonidos, ni cristales, ni fuego sino plazas y plazas y otras plazas sin muros. Ya está sobre la piedra Ignacio el bien nacido. Ya se acabo ¿qué pasa? Contemplad su figura; la muerte le ha cubierto de pálidos azufres y le ha puesto cabeza de obscuro minotauro. Ya se acabo. La lluvia penetra por su boca. El aire como loco deja su pecho hundido, y el Amor, empapado con lágrimas de nieve, se calienta en la cumbre de las ganaderías. ¿Qué dicen? Un silencio con hedores reposa. Estamos con un cuerpo presente que se esfuma, con una forma clara que tuvo ruiseñores y la vemos llenarse de agujeros sin fondo. ¿Quién arruga el sudario? ¡No es verdad lo que dice! Aquí no canta nadie, ni llora en el rincón, ni pica las espuelas, ni espanta la serpiente; aquí no quiero más que los ojos redondos para ver ese campo sin posible descanso. Yo quiero ver aquí los hombres de voz dura. Los que doman caballos y dominan los ríos; los hombres que les suena el esqueleto y cantan con una boca llena de sol y pedernales. Aquí quiero yo verlos. Delante de la piedra. Delante de este cuerpo con las riendas quebradas. Yo quiero que me ensenen donde está la salida para este capitán atado por la muerte. Yo quiero que me ensenen un llanto como un rio que tenga dulces nieblas y profundas orillas, para llevar el cuerpo de Ignacio y que se pierda sin escuchar el doble resuello de los toros. Que se pierda en la plaza redonda de la luna que finge cuando niña doliente res inmóvil; que se pierda en la noche sin canto de los peces y en la maleza blanca del humo congelado. No quiero que le tapen la cara con pañuelos para que se acostumbre con la muerte que lleva. Vete, Ignacio. No sientas el caliente bramido. Duerme, vuela, reposa: ¡También se muere el mar!
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GUARDIA CIVIL (Cuarto de banderas)
TENIENTE CORONEL.—Yo soy el teniente coronel de la Guardia Civil. SARGENTO.—Si. TEN. CORONEL.—Y no hay quien me desmienta. SARGENTO.—No. TEN. CORONEL.—Tengo tres estrellas y veinte cruces. SARGENTO.—Si. TEN. CORONEL.—Me ha saludado el cardenal arzobispo con sus veinticuatro borlas moradas. SARGENTO.—Si. TEN. CORONEL.—Yo soy el teniente. Yo soy el teniente. Yo soy el teniente coronel de la Guardia Civil. (Romeo y Julieta, celeste, blanco y oro, se abrazan sobre el jardín de Tabaco de la caja de puros. El militar acaricia el cañón de un fusil lleno de sombra submarina. Una voz fuera) Luna, luna, luna, luna, del tiempo de la aceituna. Cazorla ensena su torre y Benamejí la oculta. Luna, luna, luna, luna; Un gallo canta en la luna. Señor alcalde, sus niñas están mirando a la luna. TEN. CORONEL.—¿Qué pasa? SARGENTO.—¡Un gitano! (La mirada de mulo joven del gitanillo ensombrece y agiganta los ojirris del Teniente Coronel de la Guardia civil) TEN. CORONEL.—Yo soy el teniente coronel de la Guardia civil. SARGENTO.—Si. TEN. CORONEL.—¿Tú quién eres? GITANO.—Un gitano. TEN. CORONEL.—¿Y que es un gitano? GITANO.—Cualquier cosa. TEN. CORONEL.—¿Cómo te llamas? GITANO.—Eso. TEN. CORONEL.—¿Qué dices? GITANO.—Gitano. SARGENTO.—Me lo encontré y lo he traído. TEN. CORONEL.—¿Dónde estabas? GITANO.—En la puente de los ríos. TEN. CORONEL.—¿Pero de qué ríos? GITANO.—De todos los ríos. TEN. CORONEL.—¿Y qué hacías allí? GITANO.—Una torre de canela. TEN. CORONEL.—¡Sargento! SARGENTO.—A la orden, mi teniente coronel de la Guardia civil. GITANO.—He inventado unas alas para volar, y vuelo. Azufre y rosa en mis labios. TEN. CORONEL.—¡Ay! GITANO.—Aunque no necesito alas, porque vuelo sin ellas. Nubes y anillos en mi sangre. TEN. CORONEL.—¡Ayy! GITANO.—En Enero tengo azahar. TEN. CORONEL.—(Retorciéndose.)!Ayyyyy! GITANO.—Y naranjas en la nieve. TEN. CORONEL.—¡Ayyyy, pun, pin, pam! (Cae muerto.) (El alma de tabaco y café con leche del teniente coronel de la Guardia Civil sale por la ventana). SARGENTO.—¡Socorro! (En el patio del cuartel, cuatro guardias civiles apalean al gitanillo).
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DE FEDERICO GARCIA LORCA
Voces: El padre, La madre, La hermana, EL PADRE.—Madre de luto, suelta tus coronas. LA HERMANA—La flor de ojeras, la risa de los llanos, tus azucenas y tus amapolas, claveles de pudor, jacintos pálidos, y tréboles y fucsias y retamas, y espliegos y laureles, y hasta juncos, sarmientos y gavillas, acres rastrojos, sápida verbena, menta de ardor y cuasia de amargura; y vengan estambradas todas las trenzas de la tierra. Madre de luto, suelta tus coronas. LA NOVIA—Junta y apila en la silvestre tumba los fragantes limones y naranjas, túmulo vegetal, cerro de aromas, la carne cristalina de las uvas, gusto seco de nueces y castañas, la granada vinosa, la cidra vaporosa, paltas y tunas y pinas de América, y las anonas y los tamarindos, y las lanzas del cacto mexicano... LA GUARDIA.—Y el trueno, fruto de la carabina. EL PADRE.—Madre de luto, suelta tus coronas sobre la fiel desolación de España, sacudido rosal, zarza entre lumbres. LA NOVIA.—Inquieto jardín que hoy mecen clamores, ayer castas flores en olor de abril. EL PADRE.—Hoy cóleras negras, llamaradas rojas, espadas de cardos, banderas de hojas, jardín; y en las sienes y en el corazón, tónicos de buena y mala intención. LA HERMANA—Perdida canción de flauta y rabel. LA NOVIA.—Mustio girasol, tronchado clavel. LA HERMANA—Lo lloran los montes, lo lloran los ríos. LA NOVIA.—Y los de las otras, y los ojos míos. LA MADRE.—¡Pero tu sangre, tu secreta sangre! ¡Abel, clavel tronchado! ¡Pero tu sangre, tu secreta sangre que revuelve la tierra y ciega el puente, colma los surcos y amenaza el vado, Abel, clavel tronchado! EL PADRE.—Presente tu donde el vino se cuela, los crótalos redoblan y las palmas, mana la voz y la guitarra vuela; donde la moza cesaraugustana lanza en palillos de tambor las piernas... LA HERMANA.—Y las espuelas de Amozoc repican, las barbas del rebozo de la china cosquillean el vello de la boca, y el gaucho zapatea, el suelo santiguado con las botas. EL PADRE.—Hoy te lloren los pueblos, el gitano solemne y el andaluz exacto, el “mano” terco y bueno como el agua y el pan, ebrio de luz el lírico huertano, el catalán de las sagradas cóleras, el forzudo gallego melancólico, el dulce, hercúleo vasco, el recio astur y el castellano santo. LA NOVIA.—El lazador de América y el fiero mexicano. LA HERMANA.—Matronas con los senos agitados, vírgenes con las manos compasivas... LA GUARDIA. —Y el trueno, fruto de la carabina. LA MADRE.—¡Pero tu sangre, tu secreta sangre, Abel, clavel tronchado! EL PADRE.—Te lloren la garúa y el tornado, el turbio meteoro, la gota del orvallo, la pedriza que siega las mazorcas... LA GUARDIA.—Y el trueno, fruto de la carabina. LA NOVIA.—Que de noche lo mataron al caballero, la gala de Granada, la flor del suelo. LA HERMANA.—En Fuentevaqueros nació la gala: traía cascabeles entre las alas. LA NOVIA.—Crezcan la mejorana, la yerbabuena, dalia y clavel del aire, flores de América. LA HERMANA—Que de noche lo enterraron entre cuatro velas, cuatro ángeles mudos por centinelas. EL PADRE.—Madre de luto, suelta tus coronas sobre la fiel desolación de España. Ascuas los ojos, muerte los colmillos, bufa en fiestas de fango el jabalí de Adonis, mientras en el torrente de picas y caballos se oye venir el grito de los campeadores: "Aprisa cantan los gallos y quieren quebrar los albores LA MADRE.—¡Pero tu sangre, tu secreta sangre! ¡Pero tu sangre, tu secreta sangre! TODOS.—(Puños en alto) ¡Pero tu sangre, tu secreta sangre, Abel, clavel tronchado, colma los surcos y amenaza el vado! ¡Aprisa cantan los gallos y quieren quebrar los albores!
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LA MADRE
¡Ay, tu madrecita Federico de mi alma! Tan pequeñita de golpe y antes su cabeza tan alta. Cabeza de emperadora que no quiso ser romana por seguir siendo española. Cabeza, cabeza cana que ahora se inclina hasta el suelo para ver como su sangre se cuaja a! pie de un muro siniestro en su jardín de Granada. ¡Ay, Granada!, que le dio un hijo de gloria del cual no le queda nada más que versos, versos, versos y su alma desgarrada y más canas en el pelo y la cabeza más gacha y el grito punzante y hondo ¡Ay, Federico del alma!...
Antologia selecta
EL CANTOR DE LUNA Y GITANOS
La luna fué y se oculto Cuando el fusil apuntaba ¡No eran las balas de oro; De acero eran las balas! Balas de acero a un Artista Que es el orgullo de España? ¡Balas en pecho de un hombre Que canta a la luna clara Allá entre los olivares Do surge la nueva España! ¿Qué hacéis, le grita la luna A los que!!fuego!! gritaban? ¿No veis que os mira de frente Sin temor en su mirada? ¡Cuando sepan los gitanos que tu voz ya no les canta El llanto por sus mejillas Les ahogara la garganta! Yo no lo quiero creer Te dieran muerte por nada; Lo han hecho porque tu voz Dijo las palabras claras, De los que siendo hombres libres Tienen cariño a su patria. La quieren libre cual sol, Y puras como las aguas Que bajan cantando a coro Si surgen de las montañas. ¡Lorca! Cantor del dolor y la vida De los gitanos y las madres De estas tragedias del mundo Habla tu “Bodas de Sangre”. ¡Luna de los mil cuchillos De gitanería errante Ya no tenéis en el mundo El poeta que os cante. Luna de las mil facetas Con rayos de oro y plata. Luna de los mil cuchillos Que atraviesan mil gargantas. Luna de los mil gitanos Que huyen de tu luz, clara Porque dicen los traicionas Cuando en sus faenas andan. ¡Luna hermosa Luna clara! Lorca te besa los pies Cúbrele ya con tu capa Que no pisen sobre el Los que al pisar siempre manchan. ¡Luna de los mil gitanos! ¡Luna de la Nueva España! ¡Quien canto para tu gloria Fué un gitano de Granada!
Primeras canciones
REMANSOS
Cipreses. (Agua estancada) Chopo. (Agua cristalina) Mimbre. (Agua profunda) Corazón. (Agua de pupila)
Primeras canciones
REMANSILLO
Me miré en tus ojos pensando en tu alma. Adelfa blanca. Me miré en tus ojos pensando en tu boca. Adelfa roja. Me miré en tus ojos. ¡Pero estabas muerta! Adelfa negra.
Primeras canciones
VARIACION
El remanso del aire bajo la rama del eco. El remanso del agua bajo fronda de luceros. El remanso de tu boca bajo espesura de besos.
Primeras canciones
REMANSO, CANCION FINAL
Ya viene la noche. Golpean rayos de luna sobre el yunque de la tarde. Ya viene la noche. Un árbol grande se abriga con palabras de cantares. Ya viene la noche. Si tú vinieras a verme por los senderos del aire. Ya viene la noche. Me encontrarías llorando bajo los álamos grandes. ¡Ay morena! Bajo los álamos grandes.
Primeras canciones
MEDIA LUNA
La luna va por el agua. ¡Cómo está el cielo tranquilo! Va segando lentamente el temblor viejo del río mientras que una rana joven la toma por espejito.
Primeras canciones
CUATRO BALADAS AMARILLAS
I En lo alto de aquel monte hay un arbolito verde. Pastor que vas, pastor que vienes. Olivares soñolientos bajan al llano caliente. Pastor que vas, pastor que vienes. Ni ovejas blancas ni perro ni cayado ni amor tienes. Pastor que vas. Como una sombra de oro en el trigal te disuelves. Pastor que vienes. II La tierra estaba amarilla. Orillo, orillo, pastorcillo. Ni luna blanca ni estrella lucían. Orillo, orillo, pastorcillo. Vendimiadora morena corta el llanto de la viña. Orillo, orillo, pastorcillo. III Dos bueyes rojos en el campo de oro. Los bueyes tienen ritmo de campanas antiguas y ojos de pájaro. Son para las mañanas de niebla, y sin embargo horadan la naranja del aire, en el verano. Viejos desde que nacen no tienen amo y recuerdan las alas de sus costados. Los bueyes siempre van suspirando por los campos de Ruht en busca del vado, del eterno vado, borrachos de luceros a rumiarse sus llantos. Dos bueyes rojos en el campo de oro. IV Sobre el cielo de las margaritas ando. Yo imagino esta tarde que soy santo. Me pusieron la luna en la manos. Yo la puse otra vez en los espacios y el Señor me premió con la rosa y el halo. Sobre el cielo de las margaritas ando. Y ahora voy por este campo a librar a las niñas de galanes malos y dar monedas de oro a todos los muchachos. Sobre el cielo de las margaritas ando.
Primeras canciones
PALIMPSESTOS
I Ciudad. El bosque centenario penetra en la ciudad pero el bosque está dentro del mar. Hay flechas en el aire y guerreros que van perdidos entre ramas de coral. Sobre las casas nuevas se mueve un encinar y tiene el cielo enormes curvas de cristal. II Corredor Por los altos corredores se pasean dos señores (Cielo nuevo. ¡Cielo azul!) ...se pasean dos señores que antes fueron blancos monjes, (Cielo medio. ¡Cielo morado!) ...se pasean dos señores que antes fueron cazadores. (Cielo viejo. ¡Cielo de oro!) ...se pasean dos señores que antes fueron... Noche. III Primera página Fuente clara. Cielo claro. ¡Oh, cómo se agrandan los pájaros! Cielo claro. Fuente clara. ¡Oh, cómo relumbran las naranjas! Fuente. Cielo. ¡Oh, cómo el trigo es tierno! Cielo. Fuente. ¡Oh, cómo el trigo es verde!
Primeras canciones
ADAN
Arbol de sangre moja la mañana por donde gime la recién parida. Su voz deja cristales en la herida y un gráfico de hueso en la ventana. Mientras la luz que viene fija y gana blancas metas de fábula que olvida el tumulto de venas en la huida hacia el turbio frescor de la manzana. Adán sueña en la fiebre de la arcilla un niño que se acerca galopando por el doble latir de su mejilla. Pero otro Adán oscuro está soñando neutra luna de piedra sin semilla donde el niño de luz se irá quemando.
Primeras canciones
CLARO DE RELOJ.
Me senté en un claro del tiempo. Era un remanso de silencio, de un blanco silencio, anillo formidable donde los luceros chocaban con los doce flotantes números negros.
Primeras canciones
CAUTIVA
Por las ramas indecisas iba una doncella que era la vida. Por las ramas indecisas. Con un espejito reflejaba el día que era un resplandor de su frente limpia. Por las ramas indecisas. Sobre las tinieblas andaba perdida, llorando rocío, del tiempo cautiva. Por las ramas indecisas.
Primeras canciones
CANCION
Por las ramas del laurel van dos palomas oscuras. La una era el sol, la otra la luna. Vecinitas, les dije, ¿Dónde está mi sepultura? En mi cola, dijo el sol. En mi garganta, dijo la luna. Y yo que estaba caminando con la tierra á la cintura vi dos águilas de mármol y una muchacha desnuda. La una era la otra y la muchacha era ninguna. Aguilitas, les dije, ¿Dónde está mi sepultura? En mi cola, dijo el sol, En mi garganta, dijo la luna. Por las ramas del cerezo vi dos palomas desnudas, la una era la otra y las dos eran ninguna.