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León Felipe
Bacía, Yelmo, Halo. Este es el orden, Sancho. De aquí no se va nadie. Mientras esta cabeza rota del Niño de Vallecas exista, de aquí no se va nadie. Nadie. Ni el místico ni el suicida. Antes hay que deshacer este entuerto, antes hay que resolver este enigma. Y hay que resolverlo entre todos, y hay que resolverlo sin cobardía, sin huir con unas alas de percalina o haciendo un agujero en la tarima. De aquí no se va nadie. Nadie. Ni el místico ni el suicida. Y es inútil, inútil toda huida (ni por abajo ni por arriba). Se vuelve siempre. Siempre. Hasta que un día (¡un buen día!) el yelmo de Mambrino —halo ya, no yelmo ni bacía— se acomode a las sienes de Sancho y a las tuyas y a las mías como pintiparado, como hecho a la medida. Entonces nos iremos todos por las bambalinas. Tú, y yo, y Sancho, y el Niño de Vallecas, y el místico, y el suicida.
PIE PARA EL NIÑO DE VALLECAS
Pablo Neruda
Como cenizas, como mares poblándose, en la sumergida lentitud, en lo informe, o como se oyen desde el alto de los caminos cruzar las campanadas en cruz, teniendo ese sonido ya parte del metal, confuso,pesando, haciéndose polvo en el mismo molino de las formas demasiado lejos, o recordadas o no vistas, y el perfume de las ciruelas que rodando a tierra se pudren en el tiempo, infinitamente verdes. Aquello todo tan rápido, tan viviente, inmóvil sin embargo, como la polea loca en sí misma, esas ruedas de los motores, en fin. Existiendo como las puntadas secas en las costuras del árbol, callado, por alrededor, de tal modo, mezclando todos los limbos sus colas. Es que de dónde, por dónde, en qué orilla? El rodeo constante, incierto, tan mudo, como las lilas alrededor del convento, o la llegada de la muerte a la lengua del buey que cae a tumbos, guardabajo, y cuyos cuernos quieren sonar. Por eso, en lo inmóvil, deteniéndose, percibir, entonces, como aleteo inmenso, encima, como abejas muertas o números, ay, lo que mi corazón pálido no puede abarcar, en multitudes, en lágrimas saliendo apenas, y esfuerzos humanos, tormentas, acciones negras descubiertas de repente como hielos, desorden vasto, oceánico, para mí que entro cantando, como con una espada entre indefensos. Ahora bien, de qué está hecho ese surgir de palomas que hay entre la noche y el tiempo, como una barranca húmeda? Ese sonido ya tan largo que cae listando de piedras los caminos, más bien, cuando sólo una hora crece de improviso, extendiéndose sin tregua. Adentrp del anillo del verano una vez los grandes zapallos escuchan, estirando sus plantas conmovedoras, de eso, de lo que solicitándose mucho, de lo lleno, oscuros de pesadas gotas.
Galope muerto
Lope de Vega
«—Mira, Zaide, que te digo que no pases por mi calle, no hables con mis mujeres, ni con mis cautivos trates, no preguntes en qué entiendo ni quien viene a visitarme, qué fiestas me dan contento ni qué colores me aplacen; basta que son por tu causa las que en el rostro me salen, corrida de haber mirado moro que tan poco sabe. Confieso que eres valiente, que hiendes, rajas y partes, y que has muerto más cristianos que tienes gotas de sangre; que eres gallardo ginete, que danzas, cantas y tañes, gentilhombre, bien criado cuanto puede imaginarse; blanco, rubio por extremo, señalado entre linajes, el gallo de los bravatos, la nata de los donaires; que pierdo mucho en perderte y gano mucho en ganarte, y que si nacieras mudo fuera posible adorarte; mas por ese inconviniente determino de dejarte, que eres pródigo de lengua y amargan tus liviandades; habrá menester ponerte la que quisiere llevarte un alcázar en los pechos y en los labios un alcaide. Mucho pueden con las damas los galanes de tus partes, porque los quieren briosos, que hiendan y que desgarren; mas con esto, Zaide amigo, si algún banquete les hacen del plato de sus favores quieren que coman y callen. Costoso me fue el que heciste; que dichoso fueras, Zaide, si conservarme supieras como supiste obligarme. Mas no bien saliste apenas de los jardines de Atarfe, cuando heciste de la mía y de tu desdicha alarde. A un morillo mal nacido he sabido que enseñaste la trenza de mis cabellos que te puse en el turbante. No quiero que me la vuelvas, ni que tampoco la guardes, mas quiero que entiendas, moro, que en mi desgracia la traes. También me certificaron cómo le desafiaste por las verdades que dijo, que nunca fueran verdades. De mala gana me río; ¡qué donoso disparate! no guardaste tu secreto ¿y quieres que otro lo guarde? No puedo admitir disculpa, otra vez torno [a] avisarte que ésta será la postrera que te hable y que me hables—». Dijo la discreta Zaida al gallardo Abencerraje, y al despedirse replica «Quien tal hace, que tal pague».
Mira, Zaide, que te digo
Pablo Neruda
Cien sonetos de amor La luz que de tus pies sube a tu cabellera, la turgencia que envuelve tu forma delicada, no es de nácar marino, nunca de plata fría: eres de pan, de pan amado por el fuego. La harina levantó su granero contigo y creció incrementada por la edad venturosa, cuando los cereales duplicaron tu pecho mi amor era el carbón trabajando en la tierra. Oh, pan tu frente, pan tus piernas, pan tu boca, pan que devoro y nace con luz cada mañana, bienamada, bandera de las panaderías, una lección de sangre te dio el fuego, de la harina aprendiste a ser sagrada, y del pan el idioma y el aroma.
Cien sonetos de amor
Pelayo Fueyo
Desconocidos entre desconocidos, Un extraño me espía en los espejos. J. L. García Martín I Todas las sensaciones de este cuerpo por un tiempo y espacio, y el modo de encauzar tantas visiones sin perder estos ojos, me convierten en símbolo de mí —de mi esencia mostrada— en carne temblorosa de una estatua que me voy descubriendo, poco a poco, en mi propio retrato progresivo dibujado de pronto en el espejo. II El mismo que recibe su mirada con la caricatura de un cómplice abandono. El que inventa las arrugas futuras en un rostro que creyó transcurrido en negativo. Te tocas, y te encuentras primero con el frío, con la piel del cristal. Tú estás adentro, al fondo de esa imagen: impaciente por saberte presente en el deseo, a pesar del azar de la memoria. III El espejo de mano, del indolente vidrio del tocador, arranca los perfiles de aquel que sólo busca sorprender a su antigua vanidad. Así yo lo traiciono, porque mis propios ojos no pueden reprocharse, frente a frente, lo inútil de seguir con ese juego, como el adivinar los contrafuertes que sostienen mi forma obsesionada. Sin embargo, mi intimidad tendrá el doble reflejo de lo superficial y lo profundo, de lo comprometido y lo distante, a expensas del espejo; y este mismo compensará mi olvido de aquel rito infantil, añadiendo su mano al tocador de mis perfiles, arrancando su propia vanidad del espejo que ahora lo refleja, cuando yo ya me olvide de mi forma, cuando sea disculpa de su causa por mis viejos motivos, y terminen por verse, cara a cara, los espejos que yo solo reflejo. IV El humo de las voces del salón fue adquiriendo mis rasgos, con mi fuga. Yo lo olí desde lejos, como el que sabe que posee el fuego, la dirección del viento, y su desnudo. Masticaban mi máscara de cera, mi postura estudiada, y aun los cuerpos espontáneos que había criticado. Sin embargo, era un precio muy barato el que tuve que abonar por contemplar mi rostro sin palabras, asumir ese espectro, y, con su misma falsa ingenuidad, corregir el discurso, y ese humo. que ya eran sus rostros en presencia.
Yo mismo en el espejo
Ramón López Velarde
A José D. Frías Sonámbula y picante, mi voz es la gemela de la canela. Canela ultramontana e islamita, por ella mi experiencia sigue de señorita. Criado con ella, mi alma tomó la forma de su botella. Si digo carne o espíritu, paréceme que el diablo se ríe del vocablo; mas nunca vaciló mi fe si dije «yo». Yo, varón integral, nutrido en el panal de Mahoma y en el que cuida Roma en la Mesa Central. Uno es mi fruto: vivir en el cogollo de cada minuto. Que el milagro se haga, dejándome aureola o trayéndome llaga. No porto insignias de masón ni de Caballero de Colón. A pesar del moralista que la asedia y sobre la comedia que la traiciona, es santa mi persona, santa en el fuego lento con que dora el altar y en el remordimiento del día que se me fue sin oficiar. En mis andanzas callejeras del jeroglífico nocturno, cuando cada muchacha entorna sus maderas, me deja atribulado su enigma de no ser ni carne ni pescado. Aunque toca al poeta roerse los codos, vivo la formidable vida de todas y de todos; en mí late un pontífice que todo lo posee y todo lo bendice; la dolorosa Naturaleza sus tres reinos ampara debajo de mi tiara; y mi papal instinto se conmueve son la ignorancia de la nieve y la sabiduría del jacinto.
TODO
Antonio Machado
Al olmo viejo, hendido por el rayo y en su mitad podrido, con las lluvias de abril y el sol de mayo algunas hojas verdes le han salido. ¡El olmo centenario en la colina que lame el Duero! Un musgo amarillento le mancha la corteza blanquecina al tronco carcomido y polvoriento. No será, cual los álamos cantores que guardan el camino y la ribera, habitado de pardos ruiseñores. Ejército de hormigas en hilera va trepando por él, y en sus entrañas urden sus telas grises las arañas. Antes que te derribe, olmo del Duero, con su hacha el leñador, y el carpintero te convierta en melena de campana, lanza de carro o yugo de carreta; antes que rojo en el hogar, mañana, ardas de alguna mísera caseta, al borde de un camino; antes que te descuaje un torbellino y tronche el soplo de las sierras blancas; antes que el río hasta la mar te empuje por valles y barrancas, olmo, quiero anotar en mi cartera la gracia de tu rama verdecida. Mi corazón espera también, hacia la luz y hacia la vida, otro milagro de la primavera.
A un olmo seco
Jordi Doce
(McLean Hospital, 1953) Puedo sentir el mar, o un fondo de campanas. El ruido de gaviotas me reconforta, alivia mis ataques. De vez en cuando una enfermera ajusta la almohada o despliega las sábanas hasta que siento un peso en mi barbilla y no hay frío. Los gritos que escucho en la distancia son eco y droga. Me visitan madres, parientes, pero me canso pronto y ellos dudan. Los días sisean como ancianas y un instinto de sol agita las cortinas: es agrio como el alma, y desmedido, y turbio. Hay una hoja al pairo en mis venas, y cada noche se abre camino hasta el nudo preciso de mi piel. Y si atiendo siento el rumor del agua y de una quilla partiendo el espinazo de la lengua.
Sylvia Plath
Jorge Luis Borges
(Atribuido a Borges. Autor: Gustavo Alejandro Castiñeiras. Nombre original: Poema de un Recuerdo) Dime por favor donde no estás en qué lugar puedo no ser tu ausencia dónde puedo vivir sin recordarte, y dónde recordar, sin que me duela. Dime por favor en que vacío, no está tu sombra llenando los centros; dónde mi soledad es ella misma, y no el sentir que tú te encuentras lejos. Dime por favor por qué camino, podré yo caminar, sin ser tu huella; dónde podré correr no por buscarte, y dónde descanzar de mi tristeza. Dime por favor cuál es la noche, que no tiene el color de tu mirada; cuál es el sol, que tiene luz tan solo, y no la sensación de que me llamas. Dime por favor donde hay un mar, que no susurre a mis oídos tus palabras. Dime por favor en qué rincón, nadie podrá ver mi tristeza; dime cuál es el hueco de mi almohada, que no tiene apoyada tu cabeza. Dime por favor cuál es la noche, en que vendrás, para velar tu sueño; que no puedo vivir, porque te extraño; y que no puedo morir, porque te quiero.
Dime
Carmen Conde Abellán
A Vicente Aleixandre Yo misma reclamando a los arcángeles, ¿qué soy más que una voz descompasada? La tierra suma tierras sin raíces, oscuros vendavales de tormentas... Los cuerpos van sin alma, son tan sólo los pozos del instinto desatado. ¡Qué triste mi yantar de pan sombrío, mi oscuro acontecer por el trascielo! Ni lloro ni sonrío, que la risa, el llanto, son de vivos, y no soy ni viva ni tan muerta que no sepa que me puedo morir dentro de poco. Hablar de lo celeste imaginado. Latir los estertores de la dicha. Sentirme delirar, acongojada por tanto goce limpio en el amor. ¿Acaso todo ello no es posible, temiendo, como temo, que la vida se acabe para mí sin prolongarla en vida de la eterna persistencia? ¡Oh carnes de dolor, hombres funestos; mujeres de placer, viejos sin lumbre; criaturas del descuido irresponsable! Penando por vosotros yo arrebato mis pulsos en amarga calentura. A nadie importa nadie. Que asesinos de otros que serían matadores componen la corteza de la tierra. Delatan lenguas frías sus venganzas, y un pueblo universal ulula odios encima de la sangre derramada. ¿Qué puedo yo crear; quién hace lirios, de no ser Dios potente, de este cieno? ¿Quién puede remediar mi incertidumbre, de no ser Dios eterno, en esta charca? ¡Soñar mis sueños yo, aquellos sueños de esbeltos palmerales levantinos; beber brisas salobres, yo, sedienta, oyendo sollozar por los alcores! ¡Mis años de ilusión, mi fuerza ardiente librada de mi cuerpo dominado; mis sueños del amor que nunca llega colmando aquel soñar de tanto espíritu! ¿Qué hacemos ahora aquí, quién nos requiere si no es para colmar nuestro fracaso? ¡Oh tristes del llorar, sumad mi queja al negro de la noche sin orillas! Muy largo es el dormir sin esperanzas. Muy largo y muy profundo, despertarse. Y busco entre vosotros, los ajenos, la calma de inefables beatitudes. —Hay hombres que no quieren ser el eco de tales resonancias dolorosas. Mujeres sin dolor, cuerpos de sexo que empapan su animal perseverancia—. ¿Quién dijo que la voz del que clamara podría desnudar indiferencias? ¡Que clama mi dolor por lo que sufren, y estoy sola en amor por cuantos lloran! ¡Decir mis sueños yo, la más doliente que puso en este mundo sus pisadas! Contaros que en el sueño de mis ojos anidan las augustas majestades de almas sin temblor, sin una sombra, cubiertas por la flor de mis canciones! Dormir y no saber; dormirme toda y nunca despertar de mi distancia... ¿Qué puedo yo ofrecer, qué luna dulce habría de alumbrar por mis palabras? Volvedme a mis fronteras, nieblas frías; volvedme a mi no ser; al gran seguro. Están sin luz las sendas; los atajos bañándose en la sangre derrochada. En dientes sin blancor gimen pedazos de carnes en agraz. Balan su ira los castos y en temor, que nada impiden. Transcurre todo así; bilis y sangre debajo de los puentes lujuriosos. Codicias y ruindad, grandes altezas imperan bien aquí, donde yo clamo. ¡Abridme como res que todos matan, sacad mi sangre entera, destruidme, que quiero deshacerme entre vosotros! —¿Soñar mis sueños ya..., decir mis sueños en este mismo idioma de lamento? ¡No voz del mundo y mía; voz humana que entiendan y desprecien los humanos! Celeste y misterioso oído mío, augusta majestad que me responde: ¿en qué pozo de luz, en qué caverna de minas sin hollar puedo decirte la enorme angustia mía, mi ternura, inútiles las dos? ¡Cómo las siento secándome la fe de mi destino!
CANTO FUNERAL POR MI ÉPOCA
Ramón López Velarde
¿Imaginas acaso la amargura que hay en no convivir los episodios de tu vida pura? Me está vedado conseguir que el viento y la llovizna sean comedidos con tu pelo castaño. Me está vedado oír en los latidos de tu paciente corazón (sagrario de dolor y clemencia), la fórmula escondida de mi propia existencia. Me está vedado, cuando te fatigas y se fatiga hasta tu mismo traje, tomarte en brazos, como quien levanta a su propia ilusión incorruptible hecha fantasma que renuncia al viaje. Despertarás una mañana gris y verás, en la luna de tu armario, desdibujarse un puño esquelético, y ante el funerario aviso, gritarás las cinco letras de mi nombre, con voz pávida y floja, ¡Y yo me hallaré ausente de tu final congoja! ¿Imaginas acaso mi amargura impotente? Me estás vedada tú... Soy un fracaso de confesor y médico que siente perder a la mejor de sus enfermas y a su más efusiva penitente.
ME ESTÁS VEDADA TÚ
Fray Luis de León
No siempre es poderosa, Carrero, la maldad, ni siempre atina la envidia ponzoñosa, y la fuerza sin ley que más se empina al fin la frente inclina; que quien se opone al cielo, cuando más alto sube, viene al suelo. Testigo es manifiesto el parto de la Tierra mal osado, que, cuando tuvo puesto un monte encima de otro, y levantado, al hondo derrocado, sin esperanza gime debajo su edificio que le oprime. Si ya la niebla fría al rayo que amanece odiosa ofende y contra el claro día las alas oscurísimas estiende, no alcanza lo que emprende, al fin y desparece, y el sol puro en el cielo resplandece. No pudo ser vencida, ni la será jamás, ni la llaneza ni la inocente vida ni la fe sin error ni la pureza, por más que la fiereza del Tigre ciña un lado, y el otro el Basilisco emponzoñado; por más que se conjuren el odio y el poder y el falso engaño, y ciegos de ira apuren lo propio y lo diverso, ajeno, estraño, jamás le harán daño; antes, cual fino oro, recobra del crisol nuevo tesoro. El ánimo constante, armado de verdad, mil aceradas, mil puntas de diamante embota y enflaquece y, desplegadas las fuerzas encerradas, sobre el opuesto bando con poderoso pie se ensalza hollando; y con cien voces suena la Fama, que a la Sierpe, al Tigre fiero vencidos los condena a daño no jamás perecedero; y, con vuelo ligero veniendo, la Vitoria corona al vencedor de gozo y gloria.
ODA XV - A DON PEDRO PORTOCARRERO
Alfredo Lavergne
Los que huyen Los emigrantes Los expatriados Los refugiados Los desterrados Los transmigrados Y sus inventos Hacen su aparición en el Viejo Mundo En el Nuevo Mundo En el Nuevo Orden Mundial Y en el año 90.000 después de J.C. Un habitante subdesarrollado De esa naturaleza Analítica o cientifista Insistirá en las coincidencias Entre ellos y nosotros. Que nuestra cabeza es alta Que nuestro cráneo está dividido en pequeñeces De pómulos sobresalientes De superciliar marcado Y por la mandíbula y dientes de nuestro período Especulará en la semejanza Con las necesidades vitales de su sacerdocio.
Antropología cultural
Teresa Domingo Català
Hermanadas la furia y la blasfemia en el sino mortal del sacrificio, se derrite el incienso de los tallos con un rito de ancestros y pulgares. El umbral del dolor, que galvaniza el recuerdo de un Dios inmóvil, roto por las balas, la noche, la memoria, acude a cizañar las madreselvas. Caídos de las torres de los salmos en una vieja letanía amarga, vienen a incinerar la madrugada. Clama el amor la melodía impune, el canto de las horas desteñidas que irrumpen en la lacra de los días. ¿Desearán los huesos descarnados el sigiloso don de los amantes que confunden las horas con los labios? Llegará el madrigal de las sospechas al campo del honor y los relojes cimbreando el dolor de las estrellas.
Sacrificio
Luis de Góngora
Cuatro o seis desnudos hombros De dos escollos o tres Hurtan poco sitio al mar, Y mucho agradable en él. Cuánto lo sienten las ondas Batido lo dice el pie, Que pólvora de las piedras La agua repetida es. Modestamente sublime Ciñe la cumbre un laurel, Coronando de esperanzas Al piloto que le ve. Verdes rayos de una palma, Si no luciente, cortés, Norte frondoso, conducen El derrotado bajel. Este ameno sitio breve, De cabra, apenas montés Profanado, escaló un día Mal agradecida fe; Joven, digo, ya esplendor Del Palacio de su Rey, El hueco anima de un tronco Nueve meses habrá o diez, A quien, si lecho no blando, Sueño le debe fiel, Brame el Austro, y de las rocas Haga lo que del ciprés. Arrastrando allí eslabones De su adorado desdén, Hierbas cultiva no ingratas En apacible vergel. ¡Oh, cuán bien las solicita Sudor fácil, y cuán bien Émulas responden ellas Del más valiente pincel! Confusas entre los lirios Las rosas se dejan ver, Bosquejando lo admirable De su hermosura cruel Tan dulce, tan natural, Que abejuela alguna vez Se caló a besar sus labios En las hojas de un clavel. Sierpe de cristal, vestida Escamas de rosicler, Se escondía ya en las flores De la imaginada tez, Cuando velera paloma, Alado, si no bajel, Nubes rompiendo de espuma, En derrota suya un mes, Le trajo, si no de oliva, En las hojas de un papel, Señas de serenidad, Si el arco de Amor se cree.
Cuatro o seis desnudos hombros
Lope de Vega
De una recia calentura, de un amoroso accidente, con el frío de los celos Belardo estaba a la muerte. Pensando estaba en la causa, que quiso hallarse presente para mostrar que ha podido hallarse a su fin alegre. De verle morir la ingrata ni llora ni se arrepiente, que quien tanto en vida quiso hoy en la muerte aborrece. Empezó el pastor sus mandas y dice: «—Quiero que herede el cuerpo la dura tierra, que es deuda que se le debe; sólo quiero que le saquen los ojos y los entreguen, porque los llamó su dueño la ingrata Filis mil veces. Y mando que el corazón en otro fuego se queme, y que las cenizas mismas dentro de la mar las echen; que por ser palabras suyas en la tierra do cayeren podrán estar bien seguras de que el viento se las lleve. Y pues que muero tan pobre que cuanto dejo me deben, podrán hacer mi mortaja de cartas y papeles; y de lo demás que queda quiero que a Filis se entregue un espejo por que tenga en qué se mire y contemple. Contemple que su hermosura es rosa cuando amanece, y que es la vejez la noche a cuya sombra se prende; y que sus cabellos de oro se verán presto de nieve, y con más contento y gusto goce las horas que duerme—».
De una recia calentura
Lope de Vega
86 Atada al mar Andrómeda lloraba, los nácares abriéndose al rocío, que en sus conchas cuajado en cristal frío, en cándidos aljófares trocaba. Besaba el pie, las peñas ablandaba humilde el mar, como pequeño río, volviendo el sol la primavera estío, parado en su cénit la contemplaba. Los cabellos al viento bullicioso, que la cubra con ellos le rogaban, ya que testigo fue de iguales dichas, y celosas de ver su cuerpo hermoso, las nereidas su fin solicitaban, que aún hay quien tenga envidia en las desdichas.
DE ANDRÓMEDA
Mario Benedetti
1. Ayer fue yesterday para buenos colonos mas por fortuna nuestro mañana no es tomorrow 2. Tengo un mañana que es mio y un mañana que es de todos el mío acaba mañana pero sobrevive el otro.
Digamos
Javier Alvarado
Se ha colocado tu nombre junto al asta en la bandera de lo absurdo y lo real; no quería recordar entonces la frase esperada, ni los días encapotados en que solíamos salir a mendigar unas cuantas profecías de lluvia. Tu nombre era real o supuesto se te desmoronaban los dedos de tierra con solo palpar la imagen, de algún santo o de algún Cristo puesto sobre el vidrio. Era tan lejano aquel recinto una plegaria de luz y un ojo de vidente extraño; podíamos llamarle Utopía a ese fuego que descansaba encima de las velas y que se desvanecía con el augurio de la noche cuarteada, envejecida quizás con el cuenco de una sombra o con el diamante de una joya conocida. Tenía miedo a despertarme, lo reconozco daba vueltas mi cabeza amarrada a la boca del reloj, los habitantes de mi pueblo se alimentaban de falsas provisiones y se atrevían a realizar una especie de trueque con la muerte. No podían vivir de la pesca, el mar era un bocado para los ojos del augur, el río una ensoñación de musgo retirada a las piedras que condujimos para construir una alcoba para amortajar el fuego; La agricultura era una pesadilla, pues nos volvíamos vegetales con el tiempo. Alguien al leer este texto podrá confundirlo como surrealista. Aquí en la mañana puede suceder la vida, allá en el despertar puede nacer la estrella con su nodriza a los diez días del parto y con el sepulturero unas horas después para enterrar el pensamiento del que sueña. En igual sustancia podía atravesarte a contraluz, suicidar algunos pájaros y luego dejarlos volar por los dedos de tus manos, o dejar sus cantos colgados de tu cuello con un collar de espinas sangrando con la sangre del vino y de otros sapos. Así podía merodear por las aceras del ser, creerme el nómada de una especie recolectando poemas en una cesta desvencijada que me arrojó el verano. Así podía llamarse tu nombre junto al sol y derretirme lentamente hasta ser la cera de tu plegaria y tu caída.
Duelo nacional
Anna Ajmátova
Cuando la luna es de melón una tajada en la ventana y en redor es la calina cerrada la puerta y la casa encantada por las azules ramas de glicinas y en la fuente de arcilla hay agua fría y la nieve del paño y arde una bujía de cera tal que en la niñez, mariposas zumban la calma, que no oye mi palabra, retumba entonces de lo negro de rincones rembrandtianos algo se ovilla de pronto y se esconde allí a mano, pero no me estremezco, ni me asusto siquiera... la soledad en sus redes me hizo prisionera el gato negro el alma me mira, como ojos centenarios y en el espejo mi doble es tal vez mi contrario. Voy a dormir dulcemente, buenas noches, noche.
CUANDO LA LUNA ES DE MELÓN
amistad
Algunas veces encuentras en la vida una amistad especial: ese alguien que al entrar en tu vida la cambia por completo. Ese alguien que te hace reir sin cesar; ese alguien que te hace creer que en el mundo existen realmente cosas buenas. Ese alguien que te convence de que hay una puerta lista para que tú la abras. Esa es una amistad eterna... Cuando estás triste y el mundo parece oscuro y vacío, esa amistad eterna levanta tu ánimo y hace que ese mundo oscuro y vacío de repente parezca brillante y pleno. Tu amistad eterna te ayuda en los momentos difíciles, tristes, y de gran confusión. Si te alejas, tu amistad eterna te sigue. Si pierdes el camino, tu amistad eterna te guía y te alegra. Tu amistad eterna te lleva de la mano y te dice que todo va a salir bien. Si tú encuentras tal amistad te sientes feliz y lleno de gozo porque no tienes nada de qué preocuparte. Tienes una amistad para toda la vida, ya que una amistad eterna no tiene fin.
Algunas amistades son eternas
Corina Bruni
Por no decir en el momento exacto: “Tú bien sabes que siempre te he querido…” perdí la perspectiva de la vida, y la felicidad tan perseguida se escapó por las calles del silencio. Por un orgullo necio…, ¡qué fastidio! hoy pronuncio frases huecas y faltas de sentido, mientras vivo el final de un entreacto. Y todo, por no decir, en el momento exacto: “Tú bien sabes que siempre te he querido!”
En el momento exacto
Ana Rossetti
«Cada palabra es una herida mortal. Debo tener cuidado». Jorge Díaz Noche, palabra mía henchida de sucesos La aflicción, el vacío, la muerte, la tiniebla avivan en tus sílabas sus temores y ansias. Extenuado nombre, fatigada corola, para caer de ti como cansino pétalo, o hundirse en tus confines, abiertos, afilados, beso ardiente, última sensación, locura extrema. Noche, noche, amor mío, ¿es que acaso me atreveré a saltar traspasada de ti hasta la muerte? Lengua: nupcial espada. Apenas te mencione, convocadas estrellas insistirán solícitas mostrando el desvarío de tus ojos vibrátiles. Oh noche, qué incitante, qué turbadora eres; madre devoradora, acercas tu regazo, y cómo quiero huir, cómo desertar quiero de tus lágrimas ávidas, cómo intento esconderme de tus manos, oh noche, mi tristeza. Y quizás seas la única, la palabra final que todo amor explique. Y el estremecimiento. Y el magnífico instante que ni aún la memoria más fiel y enamorada consiente en repetir. Noche, tristeza mía, todavía es posible que te llame, y me abreve en el láudano amargo que destilan tus letras. Que a tu herida entregue y a tu abismo, mi tristeza, mi noche, todavía es posible. Oh noche mía, acaso... acaso te amaría. A James Forestal, que se arrojó al vacío antes de terminar de escribir la palabra “ruiseñor”, es decir,”NIGHTingale”
NIGHTINGALE
Juan Ramón Jiménez
De noche, el oro es plata. Plata muda el silencio de oro de mi alma.
OTRO SILENCIO
Leopoldo María Panero
No soporto la voz humana, mujer, tapa los gritos del mercado y que no vuelva a nosotros la memoria del hijo que nació de tu vientre. No hay más corona de espinas que los recuerdos que se clavan en la carne y hacen aullar como aullaban en el Gólgota los dos ladrones. Mujer, no te arrodilles más ante tu hijo muerto. Bésame en los labios como nunca hiciste y olvida el nombre maldito de Jesucristo. Así arderá tu cuerpo y del Sabbath quedará tan sólo una lágrima y tu aullido.
EL LAMENTO DE JOSÉ DE ARIMATEA
Jaime Sabines
Se ha vuelto llanto este dolor ahora y es bueno que así sea. Bailemos, amemos, Melibea. Flor de este viento dulce que me tiene, rama de mi congoja: desátame, amor mío, hoja por hoja, mécete aquí en mis sueños, te arropo con mi sangre, ésta es tu cuna: déjame que te bese una por una, mujeres tú, mujer, coral de espuma. Rosario, sí, Dolores cuando Andrea, déjame que te llore y que te vea. Me he vuelto llanto nada más ahora y te arrullo, mujer, llora que llora.
Se ha vuelto llanto este dolor ahora
Juana de Ibarbourou
Lo quiero con la sangre, con el hueso, con el ojo que mira y el aliento, con la frente que inclina el pensamiento, con este corazón caliente y preso, y con el sueño fatalmente obseso de este amor que me copa el sentimiento, desde la breve risa hasta el lamento, desde la herida bruja hasta su beso. Mi vida es de tu vida tributaria, ya te parezca tumulto, o solitaria, como una sola flor desesperada. Depende de él como del leño duro la orquídea, o cual la hiedra sobre el muro, que solo en él respira levantada.
COMO UNA SOLA FLOR DESESPERADA
Victoriano Crémer
Más que verte, sentirte en las entrañas y asistir al galope de tu voz en mis venas, y rehogar el alma en tu aceite y tu lumbre mientras los dientes mascan tu resollar de tierra. Pero no basta tu nombre, aunque me azote como un bosque de espadas violentas; ni tu aliento abrasado, aunque derrumbe mis tristes huesos de arena. Que tu nombre, o tu aliento, o tu mirada caminos son que al corazón te llegan; partes crujientes de tu ser más hondo, sosegados perfiles que te muestran. (Así el redondo son, lejano y tímido, no es la campana misma, ni la fiesta; sino tu voz tan sólo, su musical presencia). Te necesito a ti España, toda; cuarzo gigante, macizo bosque o piedra; cielo total de corazones en pena. Te necesito España unánime y entera como el clamor del viento sobre la mar inmensa. No España tuya o mía. ¡España nuestra! Geografía íntegra, trasvasada en halago de materna entereza. Porque todos son hijos de tu carne y tu sangre, sueños de tu vigilia, cuchillos de tu vela...
CANTO TOTAL A ESPAÑA
Julio Aumente
Allí se reclinó el cuerpo cansado de aquel que buscó y no halló la absoluta belleza, verde jardín que refresca el surtidor, no más, no más sino dormir eternamente. Filósofo abúlico o dacio mílite, noble patricio o emperador divinizado, en tan deslumbrador rectángulo de mármol rosado mineral, tal si de Paros, con luz lunar iluminada luce vegetal o animado relieve caliente e inmortal en cuya puerta, innominada, resquicio cierto incita a traspasar el dudoso dintel ignoto. Puerta indecisa que separa sucio mundo presente de un más dichoso prometido; Hades funesto así lo aceptas sin pavor alguno, senda de luz y silencio abierta ante tus pies, niebla acogedora te envuelve en tu mortal deceso, esplendor evanescente que hace traslúcido el frío alabastro. Sarcófago de Córdoba que en ti mismo devoras cruel ciudad desdichada a la vulgaridad entregada con desidia. Descansa ahora y luego resucites, corta fusión perecedera, para de ti volver, alta realeza, polvo o aire, del agua, triunfal de nuevo en ti reconvertirme.
Sarcófago de Córdoba
Rubén Darío
Horas de pesadumbre y de tristeza paso en mi soledad. Pero Cervantes es buen amigo. Endulza mis instantes ásperos, y reposa mi cabeza. Él es la vida y la naturaleza, regala un yelmo de oros y diamantes a mis sueños errantes. Es para mí: suspira, ríe y reza. Cristiano y amoroso y caballero parla como un arroyo cristalino. ¡Así le admiro y quiero, viendo cómo el destino hace que regocije al mundo entero la tristeza inmortal de ser divino!
Un soneto a Cervantes
Nicolás Guillén
José Ramón Cantaliso, ¡canta liso!, canta liso, José Ramón. Duro espinazo insumiso: por eso es que canta liso José Ramón Cantaliso, José Ramón. En bares, bachas, bachatas, a los turistas a gatas, y a los nativos también, a todos, el son preciso José Ramón Cantaliso les canta liso, muy liso, para que lo entiendan bien. Voz de cancerosa entraña. humo de solar y caña, que es nube prieta después: son de guitarra madura, cuya cuerda ronca y dura no se enreda en la cintura, ni prende fuego en los pies. El sabe que no hay trabajo, que el pobre se pudre abajo. y que tras tanto luchar, el que no perdió el resuello, o tiene en la frente un sello, o está con el agua al cuello sin poderlo remediar. Por eso de fiesta en fiesta con su guitarra protesta, que es su corazón también, y a todos el son preciso, José Ramón Cantaliso les canta liso, muy liso, para que lo entiendan bien.
JOSÉ RAMON CANTALISO
Federico García Lorca
Y que yo me la llevé al río creyendo que era mozuela, pero tenía marido. Fue la noche de Santiago y casi por compromiso. Se apagaron los faroles y se encendieron los grillos. En las últimas esquinas toqué sus pechos dormidos, y se me abrieron de pronto como ramos de jacintos. El almidón de su enagua me sonaba en el oído, como una pieza de seda rasgada por diez cuchillos. Sin luz de plata en sus copas los árboles han crecido, y un horizonte de perros ladra muy lejos del río. * Pasadas las zarzamoras, los juncos y los espinos, bajo su mata de pelo hice un hoyo sobre el limo. Yo me quité la corbata. Ella se quitó el vestido. Yo el cinturón con revólver. Ella sus cuatro corpiños. Ni nardos ni caracolas tienen el cutis tan fino, ni los cristales con luna relumbran con ese brillo. Sus muslos se me escapaban como peces sorprendidos, la mitad llenos de lumbre, la mitad llenos de frío. Aquella noche corrí el mejor de los caminos, montado en potra de nácar sin bridas y sin estribos. No quiero decir, por hombre, las cosas que ella me dijo. La luz del entendimiento me hace ser muy comedido. Sucia de besos y arena yo me la llevé del río. Con el aire se batían las espadas de los lirios. Me porté como quien soy. Como un gitano legítimo. Le regalé un costurero grande de raso pajizo, y no quise enamorarme porque teniendo marido me dijo que era mozuela cuando la llevaba al río.
La casada infiel
Federico García Lorca
La muerte entra y sale de la taberna. Pasan caballos negros y gente siniestra por los hondos caminos de la guitarra. Y hay un olor a sal y a sangre de hembra, en los nardos febriles de la marina. La muerte entra y sale, y sale y entra la muerte de la taberna.
Malagueña
Vicente Aleixandre
Se querían. Sufrían por la luz, labios azules en la madrugada, labios saliendo de la noche dura, labios partidos, sangre, ¿sangre dónde? Se querían en un lecho navío, mitad noche, mitad luz. Se querían como las flores a las espinas hondas, a esa amorosa gema del amarillo nuevo, cuando los rostros giran melancólicamente, giralunas que brillan recibiendo aquel beso. Se querían de noche, cuando los perros hondos laten bajo la tierra y los valles se estiran como lomos arcaicos que se sienten repasados: caricia, seda, mano, luna que llega y toca. Se querían de amor entre la madrugada, entre las duras piedras cerradas de la noche, duras como los cuerpos helados por las horas, duras como los besos de diente a diente solo. Se querían de día, playa que va creciendo, ondas que por los pies acarician los muslos, cuerpos que se levantan de la tierra y flotando... Se querían de día, sobre el mar, bajo el cielo. Mediodía perfecto, se querían tan íntimos, mar altísimo y joven, intimidad extensa, soledad de lo vivo, horizontes remotos ligados como cuerpos en soledad cantando. Amando. Se querían como la luna lúcida, como ese mar redondo que se aplica a ese rostro, dulce eclipse de agua, mejilla oscurecida, donde los peces rojos van y vienen sin música. Día, noche, ponientes, madrugadas, espacios, ondas nuevas, antiguas, fugitivas, perpetuas, mar o tierra, navío, lecho, pluma, cristal, metal, música, labio, silencio, vegetal, mundo, quietud, su forma. Se querían, sabedlo.
SE QUERÍAN
Manuel del Cabral
(de Carta a Rubén) Yo recuerdo, Darío, que allá en mi adolescencia, yo decía estas cosas llenas de transparencia. Estas mismas que ahora tienen otra fragancia, a pesar de aquel vaho de tus bueyes de infancia. Mas por entre la niebla de mis barbas de loma me salen los recuerdos, frescos como palomas. Así, Rubén, lo mismo que una mano da trigo, el pasado se cae de mis labios, y digo: Era el tiempo en que tenía piececitos-aviones ante el fantasma de la policía. Y madrugaba nuestra fantasía para robar centavos, antes que la mañana tras la fragancia tibia de la panadería, fuese de puerta en puerta por la calle aldeana. Blanca de mundo y de cuidados vanos te me fugabas cuanto más crecía, igual que el globo que se me rompía si mucho le aventaba entre mis manos. Y tú, como aquel globo, te pusiste a crecer. Hoy ya no puedo, infancia, correr como corría. Me pesa tanto el hombre que no puedo correr. Ya ves Rubén, aquello, fue siempre manso, bueno: corría con la lluvia, temblaba con el trueno. ¿Tú también lo recuerdas? La barriga desnuda se chorreaba de miel, mientras los astilleros dedotes del abuelo a ratos fabricaban barquitos de papel. Era un juguete el tiempo. Pero, luego a la cosa, como tú ya lo sabes, le pusieron más espina que rosa. Yo no te estoy diciendo que hoy existe un Atila, pero tiene parientes... Los que ven mis pupilas. ¿No sientes un caballo, y la gran negra capa de un jinete que corre pisoteando este mapa? Esto pone a la infancia a crecer de repente, lo mismo que de súbito crece un agua de fuente. ¿Y qué pueden los Sócrates? ¿Qué pueden los Darío, cuando como temblores subterráneos pasan patas equinas que hacen brotar un río de venas de llantos sobre campos de cráneos? Mientras en las esquinas, de una ciudad remota, la novela de un brazo que alza una mano rota, dando cuerdas a un débil monótono organillo, le regala a la infancia su sonoro castillo, algo que ya no tienen los hombres de la tierra, hoy que haciendo las paces, es que hacemos la guerra Mañana pelearemos sin ir a la batalla, pues es la que nos mata, la guerra que se calla, y sólo encontraremos —si algo encontramos hecho—, a la muerte perfecta como un odio en el lecho. Pero ahora no quiero seguir estos detalles, déjame que te hable de nuevo de mis cosas, tal como si de pronto te hallaras por la calle unos zapatos rotos... donde un canario tiene su más cómodo nido de poeta remoto... Así, Rubén, ayer, y quizá con razón, le dije cosas raras a mi Compadre Mon. Por ejemplo: Óyeme, Mon, un día, me enseñó a ser poeta el retazo de cielo de un viejo callejón, que siendo tan pequeño, me ensanchó el corazón. Limpio como los vientos del molino aldeano he salido desnudo en carne de conciencia, y parece que tengo la mañana en la mano. Hoy puede verme el hombre por mi abierta ventana. Me hallará transparente como el agua con cielo. ¡Me enseñó a hacer mi casa la mañana! Ya ves, Rubén, ya ves. Estas cosas las pudo sólo escribir la mano de una vida que tiene aún todo desnudo. ¿Cómo me haré contigo, infancia, que de nuevo, como un traje ya viejo, pero querido, uso? Nunca dejé de usarte. Todavía te llevo. Lloras un agua tan clara, que no parece dolor. Hoy está triste tu cara. Pero no tu corazón. Mira un niño que corre por la playa, parece que el otro niño, el mar, habla con él, y crece. Allí llena de cosmos su voz la caracola, donde nos habla en seco sólo Dios, de la ola. Allí, también, oh mar, tú solos, ¡sin nacer! Porque al nacer tan grandes no te vimos crecer. Oh tú que no te pudres, primavera del gnomo: suma sólo del cuándo, secreto fiel del cómo. Así, Rubén, tú rondas, tan transparente y fuerte que de pie ya te vemos, tú velando a la Muerte.
TONO CUARTO
Rubén Darío
Poesía dulce y mística busca a la blanca cubana que se asomó a la ventana como una visión artística. Misteriosa y cabalística, puede dar celos a Diana, con su faz de porcelana de una blancura eucarística. Llena de un prestigio asiático, roja, en el rostro enigmático, su boca púrpura finge, Y al sonreírse vi en ella el resplandor de una estrella que fuese alma de una esfinge.
Para una cubana
Federico García Lorca
Me miré en tus ojos pensando en tu alma. Adelfa blanca. Me miré en tus ojos pensando en tu boca. Adelfa roja. Me miré en tus ojos. ¡Pero estabas muerta! Adelfa negra.
Remansillo
Lope de Vega
Esparcido el cabello por la espalda que fue del sol desprecio y maravilla, Silvia cogía por la verde orilla del mar de Cádiz conchas en su falda. El agua entre el hinojo de esmeralda, para que entrase más, su curso humilla; tejió de mimbre una alta canastilla, y púsola en su frente por guirnalda. Mas cuando ya desamparó la playa, «Mal haya, dijo, el agua, que tan poca con su sal me abrasó pies y vestidos». Yo estaba cerca y respondí: «Mal haya la sal que tiene tu graciosa boca, que así tiene abrasados mis sentidos».
Esparcido el cabello por la espalda
Gabriela Mistral
La mesa, hijo, está tendida en blancura quieta de nata, y en cuatro muros azulea, dando relumbres, la cerámica. Ésta es la sal, éste el aceite y al centro el Pan que casi habla. Oro más lindo que oro del Pan no está ni en fruta ni en retama, y da su olor de espiga y horno una dicha que nunca sacia. Lo partimos, hijito, juntos, con dedos duros y palma blanda, y tú lo miras asombrado de tierra negra que da flor blanca. Baja la mano de comer, que tu madre también la baja. Los trigos, hijo, son del aire, y son del sol y de la azada; pero este Pan «cara de Dios»(*) no llega a mesas de las casas. Y si otros niños no lo tienen, mejor, mi hijo, no lo tocaras, y no tomarlo mejor sería con mano y mano avergonzadas. Hijo, el Hambre, cara de mueca, en remolino gira las parvas, y se buscan y no se encuentran el Pan y el hambre corcovada. Para que lo halle, si ahora entra, el Pan dejemos hasta mañana; el fuego ardiendo marque la puerta, que el indio quechua nunca cerraba, ¡y miremos comer al Hambre, para dormir con cuerpo y alma!
La casa
Gutierre de Cetina
Amor mueve mis alas, y tan alto las lleva el amoroso pensamiento, que de hora en hora así subiendo siento quedar mi padescer más corto y falto. Temo tal vez mientra mi vuelo exalto, mas llega luego a mí el conoscimiento y pruébase que es poco en tal tormento por inmortal honor un mortal salto. Que si otro puso al mar perpetuo nombre do el soberbio valor le dio la muerte, presumiendo de sí más que podía, de mí dirán: «Aquí fue muerto un hombre que si al cielo llegar negó su suerte, la vida le faltó, no la osadía.»
Amor m'impenna l'ale, e tanto in alto
Pablo Neruda
Cien sonetos de amor De pena en pena cruza sus islas el amor y establece raíces que luego riega el llanto, y nadie puede, nadie puede evadir los pasos del corazón que corre callado y carnicero. Así tú y yo buscamos un hueco, otro planeta en donde no tocara la sal tu cabellera, en donde no crecieran dolores por mi culpa, en donde viva el pan sin agonía. Un planeta enredado por distancia y follajes, un páramo, una piedra cruel y deshabitada, con nuestras propias manos hacer un nido duro, queríamos, sin daño ni herida ni palabra, y no fue así el amor, sino una ciudad loca donde la gente palidece en los balcones.
Cien sonetos de amor
Ramón López Velarde
Plaza de Armas, plaza de musicales nidos, frente a frente del rudo y enano soportal; plaza en que se confunden un obstinado aroma lírico y una cierta prosa municipal; plaza frente a la cárcel lóbrega y frente al lúcido hogar en que nacieron y murieron los míos; he aquí que te interroga un discípulo, fiel a tus fuentes cantantes y tus prados umbríos. ¿Qué se hizo, Plaza de Armas, el coro de chiquillas que conmigo llegaban en la tarde de asueto del sábado, a tu kiosko, y que eran actrices de muñeca excesiva y de exiguo alfabeto? ¿Qué fue de aquellas dulces colegas que rieron para mí, desde un marco de verdor y de rosas? ¿Qué de las camaradas de los juegos impúberes? ¿Son vírgenes intactas o madres dolorosas? Es verdad, sé el destino casto de aquella pobre pálida, cuyo rostro, como una indulgencia plenaria, miré ayer tras un vidrio lloroso; me ha inundado en recuerdos pueriles la presencia de Ana, que al tutearme decía el «tú» de antaño como una obra maestra, y que hoy me habló con ceremonia forzada; he visto a Catalina, exangüe, al exhibir su maternal fortuna cuando en un cochecillo de blondas y de raso lleva el fruto cruel y suave de su idilio por los enarenados senderos... Más no sé de todas las demás que viven en exilio. Y por todas quiero. He de saber de todas las pequeñas torcaces que me dieron el gusto de la voz de mujer. ¡Torcaces que cantaban para mí, en la mañana de un día claro y justo! Dime, plaza de nidos musicales, de las actrices que impacientes por salir a la escena del mundo, chuscamente fingían gozosos líos de noviazgos y negros episodios de pena. Dime, Plaza de Armas, de las párvulas lindas y bobas, que vertieron con su mano inconsciente un perfume amistoso en el umbral del alma y una gota del filtro del amor en mi frente. Mas la plaza está muda, y su silencio trágico se va agravando en mí con el mismo dolor del bisoño escolar que sale a vacaciones pensando en la benévola acogida de Abel, y halla muerto, en la sala, al hermano menor.
EN LA PLAZA DE ARMAS
Basilio Fernández
Nunca reclines un ángel oh bellísima de estío hacia el violín sibarita Hay que dejar caer la voz para hacer pie sobre las amapolas. Bien sé que una mejilla es tan mortal como las pompas de jabón Bien sé que los transeúntes están hallando el área de las flores Por eso te ruego ruiseñor que te adhieras a la caída de la hoja Alista tu materia prima para las talas de amor Disfrázate de ciervo descalzo y sin autoridad sobre el mar y rescatarás su alma de las traidoras golondrinas
Bellísima de estío
en español
En tu cumpleaños y siempre... Un mensaje de cumpleaños que para ti he escogido y en cuyas lineas deseo que llegue a ti mi cariño y con él mi felicitación y mis votos más sinceros por tu dicha en el día de hoy y en los años venideros.
Cumpleaños
Rosalía de Castro
Dicen que no hablan las plantas, ni las fuentes, ni los pájaros, Ni el onda con sus rumores, ni con su brillo los astros, Lo dicen, pero no es cierto, pues siempre cuando yo paso, De mí murmuran y exclaman: —Ahí va la loca soñando Con la eterna primavera de la vida y de los campos, Y ya bien pronto, bien pronto, tendrá los cabellos canos, Y ve temblando, aterida, que cubre la escarcha el prado. —Hay canas en mi cabeza, hay en los prados escarcha, Mas yo prosigo soñando, pobre, incurable sonámbula, Con la eterna primavera de la vida que se apaga Y la perenne frescura de los campos y las almas, Aunque los unos se agostan y aunque las otras se abrasan. Astros y fuentes y flores, no murmuréis de mis sueños, Sin ellos, ¿cómo admiraros ni cómo vivir sin ellos?
Dicen que no hablan las plantas
Oscar Acosta
De tu rostro purísimo y resplandeciente surge una luz silenciosa que todo lo desnuda, descubre paraísos y mares de ceniza, oculta sombras con su bella campana y vuela como un pájaro. Olvidar tu rostro es ahogar el corazón, tratar de ignorarlo es vivir a ciegas, dando tumbos; no es necesario volver a decir que tu rostro nos promete un reino en un universo inmóvil y destruido.
EL ROSTRO
Fray Luis de León
A Cherinto No te engañe el dorado vaso ni, de la puesta al bebedero sabrosa miel, cebado; dentro al pecho ligero, Cherinto, no traspases el postrero asensio; ten dudosa la mano liberal, que esa azucena, esa purpúrea rosa, que el sentido enajena, tocada, pasa al alma y la envenena. Retira el pie; que asconde sierpe mortal el prado, aunque florido los ojos roba; adonde aplace más, metido el peligroso lazo está, y tendido. Pasó tu primavera; ya la madura edad te pide el fruto de gloria verdadera; ¡ay! pon del cieno bruto los pasos en lugar firme y enjuto, antes que la engañosa Circe, del corazón apoderada, con copa ponzoñosa el alma trasformada, te ajunte nueva fiera a su manada. No es dado al que allí asienta, si ya el cielo dichoso no le mira, huir la torpe afrenta; o arde oso en ira o, hecho jabalí, gime y suspira. No fíes en viveza: atiende al sabio rey Solimitano; no vale fortaleza: que al vencedor Gazano condujo a triste fin femenil mano; imita al alto Griego, que sabio no aplicó la noble antena al enemigo ruego de la blanda Serena, por do por siglos mil su fama suena; decía comoviendo el aire en dulce son: «La vela inclina, que, del viento huyendo, por los mares camina, Ulises, de los Griegos luz divina; allega y da reposo al inmortal cuidado, y entretanto conocerás curioso mil historias que canto, que todo navegante hace otro tanto; Todos de su camino tuercen a nuestra voz y, satisfecho con el cantar divino el deseoso pecho, a sus tierras se van con más provecho. Que todo lo sabemos cuanto contiene el suelo, y la reñida guerra te cantaremos de Troya, y su caída, por Grecia y por los dioses destruida.» Ansí falsa cantaba ardiendo en crueldad; mas él prudente a la voz atajaba el camino en su gente con la aplicada cera suavemente. Si a ti se presentare, los ojos sabio cierra; firme atapa la oreja, si llamare; si prendiere la capa, huye, que sólo aquel que huye escapa.
ODA IX - LAS SERENAS
Miguel de Unamuno
¡Dime qué dices, mar, qué dices, dime! Pero no me lo digas; tus cantares son, con el coro de tus varios mares, una voz sola que cantando gime. Ese mero gemido nos redime de la letra fatal, y sus pesares, bajo el oleaje de nuestros azares, el secreto secreto nos oprime. La sinrazón de nuestra suerte abona, calla la culpa y danos el castigo; la vida al que nació no le perdona; de esta enorme injusticia sé testigo, que así mi canto con tu canto entona, y no me digas lo que no te digo.
¡Dime qué dices, mar!
Gloria Fuertes
Se suicidó la estatua del dictador. La estatua vivía en el centro del estanque. Una noche de viento la estatua se lanzó al agua. La estatua del dictador murió ahogada. Sólo las gaviotas la echaron de menos.
SE SUICIDÓ LA ESTATUA DEL DICTADOR
José María Gabriel y Galán
¡A mí n'ámas me gusta que dali gustu al cuerpo! Si yo fuera bien rico, jacía n'ámas eso: jechalmi güenas siestas embajo de los fresnos, jartalmi de gaspachos con güevos y poleos, cascalmi güenos fritis con bolas y pimientos, mercal un güen caballo, tenel un jornalero que to me lo jiciera pa estalmi yo bien quieto, andal bien jateao, jechal cá instanti medio, fumal de nuevi perras y andalmi de paseo lo mesmo que los curas, lo mesmo que los médicos... Si yo fuera bien rico, jacía n'ámas eso, ¡que a mí n'ámas me gusta que dali gustu al cuerpo!
SIBARITA
José Martí
Una copa con alas: quién la ha visto antes que yo? Yo ayer la vi. Subía con lenta majestad, como quien vierte óleo sagrado: y a sus bordes dulces mis regalados labios apretaba:? Ni una gota siquiera, ni una gota del bálsamo perdí que hubo en tu beso! Tu cabeza de negra cabellera ?Te acuerdas?? con mi mano requería, porque de mí tus labios generosos no se apartaran. ?Blanda como el beso que a ti me transfundía, era la suave atmósfera en redor: La vida entera sentí que a mí abrazándote, abrazaba! Perdí el mundo de vista, y sus ruidos y su envidiosa y bárbara batalla! Una copa en los aires ascendía y yo, en brazos no vistos reclinado tras ella, asido de sus dulces bordes: Por el espacio azul me remontaba! Oh amor, oh inmenso, oh acabado artista: en rueda o riel funde el herrero el hierro: una flor o mujer o águila o ángel en oro o plata el joyador cincela: Tú sólo, sólo tú, sabes el modo de reducir el Universo a un beso!
Copa con alas
Garcilaso de la Vega
Si a vuestra voluntad yo soy de cera, y por sol tengo sólo vuestra vista, la cual a quien no inflama o no conquista con su mirar, es de sentido fuera; ¿de do viene una cosa, que, si fuera menos veces de mí probada y vista, según parece que a razón resista, a mi sentido mismo no creyera? Y es que yo soy de lejos inflamado de vuestra ardiente vista y encendido tanto, que en vida me sostengo apenas; mas si de cerca soy acometido de vuestros ojos, luego siento helado cuajárseme la sangre por las venas.
SONETO XVIII
Vicente García
Después de tantos años, La lluvia te ha calado hasta los huesos Y tú sigues en pie bajo la lluvia. Con la esperanza, al menos De hallar en las palabras No tan sólo hermosura, sino ánimo, Aunque a veces encuentres el desánimo, Aunque a veces encuentres la tristeza.
Después de tantos años
Jorge Luis Borges
Grata la voz del agua a quien abrumaron negras arenas, grato a la mano cóncava el mármol circular de la columna, gratos los finos laberintos del agua entre los limoneros, grata la música del zéjel, grato el amor y grata la plegaria dirigida a un Dios que está solo, grato el jazmín. Vano el alfanje ante las largas lanzas de los muchos, vano ser el mejor. Grato sentir o presentir, rey doliente, que tus dulzuras son adioses, que te será negada la llave, que la cruz del infiel borrará la luna, que la tarde que miras es la última.
Alhambra
Gerardo Diego
A Antonio Machado Sentado en el columpio el ángelus dormita Enmudecen los astros y los frutos Y los hombres heridos pasean sus surtidores como delfines líricos Otros más agobiados con los ríos al hombro peregrinan sin llamar en las posadas La vida es un único verso interminable Nadie llegó a su fin Nadie sabe que el cielo es un jardín Olvido. El ángelus ha fallecido Con la guadaña ensangrentada un segador cantando se alejaba.
ÁNGELUS
Pablo Neruda
Poeta provinciano, pajarero, vengo y voy por el mundo, desarmado, sin otrosí, silbando, sometido al sol y su certeza, a la lluvia, a su idioma de violín, a la sílaba fría de la ráfaga. Sí sí sí sí sí sí, soy un desesperado pajarero, no puedo corregirme y aunque no me conviden los pájaros a la enramada, al cielo o al océano, a su conversación, a su banquete, yo me invito a mí mismo y los acecho sin prejuicio ninguno: jilgueros amarillos, tordos negros, oscuros cormoranes pescadores o metálicos mirlos, ruiseñores, vibrantes colibríes, codornices, águilas inherentes a los montes de Chile, loicas de pecho puro y sanguinario, cóndores iracundos y zorzales, peucos inmóviles, colgados del cielo, diucas que me educaron con su trino, pájaros de la miel y del forraje, del terciopelo azul o la blancura, pájaros por la espuma coronados o simplemente vestidos de arena, pájaros pensativos que interrogan la tierra y picotean su secreto o atacan la corteza del gigante o abren el corazón de la madera o construyen con paja, greda y lluvia la casa del amor y del aroma o jardineros suaves o ladrones o inventores azules de la música o tácitos testigos de la aurora. Yo, poeta popular, provinciano, pajarero, fui por el mundo buscando la vida: pájaro a pájaro conocí la tierra; reconocí dónde volaba el fuego: la precipitación de la energía y mi desinterés quedó premiado porque aunque nadie me pagó por eso recibí aquellas alas en el alma y la inmovilidad no me detuvo.
El poeta se despide de los pájaros
Fernando de Herrera
tanto que desprecié el temor cobarde; subí a do el fuego más me enciende y arde cuanto más la esperanza se desvía. Gasté en error la edad florida mía, ahora veo el daño, pero tarde, que ya mal puede ser que el seso guarde a quien se entrega ciego a su porfía. Tal vez prüebo —mas, ¿qué me vale?— alzarme del grave peso que mi cuello oprime, aunque falta a la poca fuerza el hecho. Sigo al fin mi furor, porque mudarme no es honra ya, ni justo que se estime tan mal de quien tan bien rindió su pecho.
Osé y temí
Luis de Góngora
Ya que con más regalo el campo mira (Pues del hórrido manto se desnuda) Purpúreo el Sol y, aunque con lengua muda, Suave Filomena ya suspira, Templa, noble garzón, la noble lira, Honren tu dulce plectro y mano aguda Lo que al son torpe de mi avena ruda Me dicta Amor, Calíope me inspira. Ayúdame a cantar los dos extremos De mi pastora, y cual parleras aves Que a saludar al Sol a otros convidan, Yo ronco, tú sonoro, despertemos Cuantos en nuestra orilla cisnes graves Sus blancas plumas bañan y se anidan.
Ya que con más regalo el campo mira
Pablo Neruda
20 poemas de amor y una canción desesperada En su llama mortal la luz te envuelve. Absorta, pálida doliente, así situada contra las viejas hélices del crepúsculo que en torno a ti da vueltas. Muda, mi amiga, sola en lo solitario de esta hora de muertes y llena de las vidas del fuego, pura heredera del día destruido. Del sol cae un racimo en tu vestido oscuro. De la noche las grandes raíces crecen de súbito desde tu alma, y a lo exterior regresan las cosas en ti ocultas, de modo que un pueblo pálido y azul de ti recién nacido se alimenta. Oh grandiosa y fecunda y magnética esclava del círculo que en negro y dorado sucede: erguida, trata y logra una creación tan viva que sucumben sus flores, y llena es de tristeza.
20 poemas de amor y una canción desesperadaPoema 2
Antonio Colinas
Il vostro passo di velluto E il vostro sguardo di vergine violata. Dino Campana Simonetta, por tu delicadeza la tarde se hace lágrima, funeral oración, música detenida. Simonetta Vespucci, tienes el alma frágil de virgen o de amante. Ya Judith despeinada o Venus húmeda tienes el alma fina de mimbre y la asustada inocencia del soto de olivos. Simonetta Vespucci, por tus dos ojos verdes Sandro Boticelli te ha sacado del mar, y por tus trenzas largas y por tus largos muslos, Simonetta Vespucci que has nacido en Florencia.
SIMONETTA VESPUCCI
León Felipe
A la memoria de Héctor Marqués, capitán de la Marina mercante española, que murió en alta mar y lo enterraron en Nueva York. Marineros, ¿por qué le dais a la tierra lo que no es suyo y se lo quitáis al mar? ¿Por qué le habéis enterrado, marineros, si era un soldado del mar? Su frente encendida, un faro; ojos azules, carne de iodo y de sal. Murió allá arriba, en el puente, en su trinchera, como un soldado del mar; con la rosa de los vientos en la mano deshojando la estrella de navegar. ¿Por qué le habéis enterrado, marineros? ¡Y en una tierra sin conchas! ¡¡En la playa negra!! ... Allá, en la ribera siniestra del otro mar; ¡Nueva York! —piedra, cemento y hierro en tempestad—. Donde el ojo ciclópeo del gran faro que busca a los ahogados no puede llegar; donde se acaban las torres y los puentes; donde no se ve ya la espuma altiva de los rascacielos; en los escombros de las calles sórdidas que rompen en el último arrabal; donde se vuelve la culebra sombría de los elevados a meterse otra vez en la ciudad... Allí, la arcilla opaca de los cementerios, marineros, allí habéis enterrado al capitán. ¿Por qué le habéis enterrado, marineros, por qué le habéis enterrado, si murió como el mejor capitán, y su alma —viento, espuma y cabrilleo— está ahí, entre la noche y el mar...?
ELEGÍA
Consuelo Hernández
¿Por qué? ¿De dónde vienes? ¿ Y quién te trae a perturbar el tecleo de esta computadora en la última tarde de este año? Llegas como volando entre las alas de las cacatúas y entre las voces de las cigarras que gritan tu nombre al río Potomac. ¿Quién te desliza hasta mis predios secretos donde planto semillas que germinarán más lejos? ¿Quién arranca de mi garganta este quejido ronco que sale con un son distinto al de mi voz zigzagueando en las calles como onda sideral que se lleva tu nombre? ¿De qué sortilegio soy objeto? O es acaso la magia tejida entre las notas que viaja de tu piano a mi computadora... Mi corazón sale a encontrarte por las calles que conducen a tu casa, en el aire que da luz a tus ojos y mi garganta grita con la materia que hace la garganta de los cóndores y la lluvia moja y la lluvia persiste en las plazas a la orilla de mi mar ojo que se quedó abierto mirando a la nada infinita. Cuatro letras en mi corazón gritan tu nombre cuatro letras ahogan mi garganta cuatro letras humedecen mi piel y mis sueños cuatro letras: Amor.
Cuatro letras
Basilio Fernández
Helada en el susto verde te soñé latiendo en las claridades Vientos sin rumbo alumbraban tu sangre viva en la nieve crucificada en las venas Por tu candor de aluminio claveles degollaría en invisibles licores Y en transparencias vacías galopando en los confines te raptaré nadadora
Ascensión a la rosa
Julia de Burgos
Despierta de caricias, aún siento por mi cuerpo corriéndome tu abrazo. Estremecido y tenue sigo andando en tu imagen. ¡Fue tan hondo de instintos mi sencillo reclamo... !De mí se huyeron horas de voluntad robusta, y humilde de razones, mi sensación dejaron. Yo no supe de edades ni reflexiones yertas. ¡Yo fui la Vida, amado ! La vida que pasaba por el canto del ave y la arteria del árbol. Otras notas más suaves pude haber descorrido, pero mi anhelo fértil no conocía de atajos: me agarré a la hora loca, y mis hojas silvestres sobre ti se doblaron. Me solté a la pureza de un amor sin ropajes que cargaba mi vida de lo irreal a lo humano, y hube de verme toda en un grito de lágrimas, ¡en recuerdo de pájaros! Yo no supe guardarme de invencibles corrientes ¡Yo fui la Vida, amado ! La vida que en ti mismo descarriaba su rumbo para darse a mis brazos.
Canción desnuda
Infantiles
El lagarto está llorando. La lagarta está llorando. El lagarto y la lagarta con delantalitos blancos. Han perdido sin querer su anillo de desposados. ¡Ay, su anillito de plomo, ay, su anillito plomado! Un cielo grande y sin gente monta en su globo a los pájaros. El sol, capitán redondo, lleva un chaleco de raso. ¡Miradlos qué viejos son! ¡Qué viejos son los lagartos! ¡Ay cómo lloran y lloran, ¡ay!, ¡ ay!, cómo están llorando!
El lagarto está llorando
Víctor Botas
Tú no habías nacido. Todo era entonces diferente: los armarios inmensos y más dulces y encendidas las frutas. Hubo noches en blanco y temerosas, en que pudo ser resumen del mundo aquella mano sobre mi frente húmeda. (Ahora lo está siendo esa risa con que sacas punta a la situación, mientras en vano trato de imaginarme qué paredes te tocará mirar en la agonía.)
A Patricia
Leopoldo Marechal
Con pie de pluma recorrí tu esfera, Mundo gracioso del esparcimiento; Y no fue raro que jugara el viento Con la mentira de mi primavera. Dormido el corazón, extraño fuera Que hubiese dado lumbre y aposento Al suplicante Amor, cuyo lamento Llama de noche al corazón y espera. Si, fría el alma y agobiado el lomo, Llegué a tu soledad reveladora Con pie de pluma y corazón de plomo, ¡Deja que un arte más feliz asuma, Gracioso mundo, y que te busque ahora Con pie de plomo y corazón de pluma!
DE LA CORDURA
Rafael Alberti
Hoy las nubes me trajeron, volando, el mapa de España. ¡Qué pequeño sobre el río, y qué grande sobre el pasto la sombra que proyectaba! Se le llenó de caballos la sombra que proyectaba. Yo, a caballo, por su sombra busqué mi pueblo y mi casa. Entré en el patio que un día fuera una fuente con agua. Aunque no estaba la fuente, la fuente siempre sonaba. Y el agua que no corría volvió para darme agua.
CANCIÓN 8
Gabriel Celaya
Levanta tu edificio. Planta un árbol. Combate si eres joven. Y haz el amor, ¡ah, siempre! Mas no olvides al fin construir con tus triunfos lo que más necesitas: Una tumba, un refugio.
CONSEJO MORTAL
Pablo Neruda
Dónde estará la Guillermina? Cuando mi hermana la invitó y yo salí a abrirle la puerta, entró el sol, entraron estrellas, entraron dos trenzas de trigo y dos ojos interminables. Yo tenía catorce años y era orgullosamente oscuro, delgado, ceñido y fruncido, funeral y ceremonioso: yo vivía con las arañas humedecido por el bosque me conocían los coleópteros y las abejas tricolores, yo dormía con las perdices sumergido bajo la menta. Entonces entró la Guillermina con dos relámpagos azules que me atravesaron el pelo y me clavaron como espadas contra los muros del invierno. Esto sucedió en Temuco. Allá en el Sur, en la frontera. Han pasado lentos los años pisando como paquidermos, ladrando como zorros locos, han pasado impuros los años crecientes, raídos, mortuorios, y yo anduve de nube en nube, de tierra en tierra, de ojo en ojo, mientras la lluvia en la frontera caía, con el mismo traje. Mi corazón ha caminado con intransferibles zapatos, y he digerido las espinas: no tuve tregua donde estuve: donde yo pegué me pegaron, donde me mataron caí y resucité con frescura y luego y luego y luego y luego, es tan largo contar las cosas. No tengo nada que añadir. Vine a vivir en este mundo. Dónde estará la Guillermina?
Dónde estará la Guillermina?
Luis de Góngora
Descaminando, enfermo, peregrino En tenebrosa noche, con pie incierto La confusión pisando del desierto, Voces en vano dio, pasos sin tino. Repetido latir, si no vecino, Distincto oyó de can siempre despierto, Y en pastoral albergue mal cubierto Piedad halló, si no halló camino. Salió el sol, y entre armiños escondida, Soñolienta beldad con dulce saña Salteó al no bien sano pasajero. Pagará el hospedaje con la vida; Más le valiera errar en la montaña, Que morir de la suerte que yo muero.
DE UN CAMINANTE ENFERMO
Lupercio Leonardo de Argensola
Dentro quiero vivir de mi fortuna y huir los grandes nombres que derrama con estatuas y títulos la Fama por el cóncavo cerco de la luna. Si con ellos no tengo cosa alguna común de las que el vulgo sigue y ama, bástame ver común la postrer cama, del modo que lo fue la primer cuna. Y entre estos dos umbrales de la vida, distantes un espacio tan estrecho, que en la entrada comienza la salida, ¿qué más aplauso quiero, o más provecho, que ver mi fe de Filis admitida y estar yo de la suya satisfecho?
Dentro quiero vivir de mi fortuna
Francisco de Quevedo
Madre, yo al oro me humillo, Él es mi amante y mi amado, Pues de puro enamorado Anda continuo amarillo. Que pues doblón o sencillo Hace todo cuanto quiero, Poderoso caballero Es don Dinero. Nace en las Indias honrado, Donde el mundo le acompaña; Viene a morir en España, Y es en Génova enterrado. Y pues quien le trae al lado Es hermoso, aunque sea fiero, Poderoso caballero Es don Dinero. Son sus padres principales, Y es de nobles descendiente, Porque en las venas de Oriente Todas las sangres son Reales. Y pues es quien hace iguales Al rico y al pordiosero, Poderoso caballero Es don Dinero. ¿A quién no le maravilla Ver en su gloria, sin tasa, Que es lo más ruin de su casa Doña Blanca de Castilla? Mas pues que su fuerza humilla Al cobarde y al guerrero, Poderoso caballero Es don Dinero. Es tanta su majestad, Aunque son sus duelos hartos, Que aun con estar hecho cuartos No pierde su calidad. Pero pues da autoridad Al gañán y al jornalero, Poderoso caballero Es don Dinero. Más valen en cualquier tierra (Mirad si es harto sagaz) Sus escudos en la paz Que rodelas en la guerra. Pues al natural destierra Y hace propio al forastero, Poderoso caballero Es don Dinero.
Poderoso caballero es don dinero
Ángeles Carbajal
La arena de otra orilla, la noche de otro cielo, una silenciosa madrugada con el mar al fondo como un sueño. Otras manos en mis manos. Otras calles y no éstas. Mi vida es una cita a ciegas a la que nunca llegas tú, o de la que ya te has ido para siempre.
Maleficio
Federico García Lorca
Las manos de mi cariño te están bordando una capa con agremán de alhelíes y con esclavina de agua. Cuando fuiste novio mío, por la primavera blanca, los cascos de tu caballo cuatro sollozos de plata. La luna es un pozo chico, las flores no valen nada, lo que valen son tus brazos cuando de noche me abrazan, lo que valen son tus brazos cuando de noche me abrazan.
Zorongo
Vicente García
Te marcharás un día. Tan sólo, en este tiempo, Demoras la partida. ¿ A qué lugar ? Lo ignoras. Allí donde te dejen Vivir de alguna forma. Olvida tu pasado, Tus errores, y guarda Un poco de entusiasmo Para salir indemne, Para andar por la vida Y retrasar la muerte.
Proyectos
Luis de Góngora
De mi sastre en el hurtar la mano es tan singular, que si cae la tela en ella cuando la empieza a doblar, ya puedo doblar por ella. Y cuando pasa a trazar la tela ya referida, no hay como verle sacar la medida para hurtar, cuando él hurta sin medida.
EL SASTRE
Genaro Ortega Gutiérrez
Lo escuchas desde la orilla remotísima de la lluvia, aunque la piel estremecida se te levanta en llanto y las palabras danzan en el vértigo herido de tu esqueleto. Lo oyes con los ojos, como algo antiguo y perenne que es, por sí sólo, un sistema válido de correspondencias entre la calidez de la piedra y la distancia del sentimiento. Que a lo mejor son amargas circunstancias, pero configuran una personalidad compleja.
Talón de aquiles
Miguel Ángel Asturias
(Cantata) 1954 ¡Patria de las perfectas luces, tuya la ingenua, agraria y melodiosa fiesta, campos que cubren hoy brazos de cruces! ¡Patria de los perfectos lagos, altos espejos que tu mano acerca al cielo para que vea Dios tantos estragos! ¡Patria de los perfectos montes, cauda de verdes curvas imantando auroras, hoy por cárcel te dan tus horizontes! ¡Patria de los perfectos días, horas de pájaros, de flores, de silencio que ahora, ¡oh dolor!, son agonías! ¡Patria de los perfectos cielos, dueña de tardes de oro y noches de luceros, alba y poniente que hoy visten tus duelos! ¡Patria de los perfectos valles, tienden de volcán a volcán verdes hamacas que escuchan hoy llorar casas y calles! ¡Patria de los perfectos frutos, pulpa de paraíso en cáscara de luces, agridulces ahora por tus lutos! ¡Patria del armadillo y la luciérnaga del pavoazul y el pájaro esmeralda, por la que llora sin cesar el grillo! ¡Patria del monaguillo de los monos, el atel colilargo, los venados, los tapires, el pájaro amarillo y los cenzontles reales, fuego en plumas del colibrí ligero, juego en voces de la protesta de tus animales! Loros de verde que a tu oído gritan no ser del oro verde que ambicionan los que la libertad, Patria, te quitan. Guacamayas que son tu plusvalía por el plumaje de oro, cielo y sangre, proclamándote va su gritería... ¡Patria de las perfectas aves, libre vive el quetzal y encarcelado muere, la vida es libertad, Patria, lo sabes! ¡Patria de los perfectos mares, tuyos de tu profundidad y ricas costas, más salóbregos hoy por tus pesares! ¡Patria de las perfectas mieses, antes que tuyas, júbilo del pueblo, gente con la que ahora en el pesar te creces! ¡Patria de los perfectos goces, hechos de sonido, color, sabor, aroma, que ahora para quién no son atroces! ¡Patria de las perfectas mieles, llanto salado hoy, llanto en copa de amargura, no la apartes de mí, no me consueles! ¡Patria de las perfectas siembras, calzan con hambre de maíz sus pies desnudos, los que huyen hoy, tus machos y tus hembras!
GUATEMALA
en español
Feliz, feliz cumpleaños deseo para ti que Dios omnipotente te quiera bendecir. A Dios le doy gracias que con su amor sin par a fin de otro año hermoso te permitió llegar. Feliz, feliz cumpleaños que Dios en su bondad te dé más larga vida, salud, felicidad.
Cumpleaños
Mario Meléndez
Llévame hacia el sur de tus caderas donde la humedad envuelve los árboles que brotan de tu cuerpo Llévame a la tierra profunda que asoma entre tus piernas a ese pequeño norte de tus senos Llévame al desierto frío que amenaza tu boca al desterrado oasis de tu ombligo Llévame al oeste de aquellos pies que fueron míos de aquellas manos que encerraron el mar y las montañas Llévame a otros pueblos con el primer beso a la región interminable de lengua y flores a ese camino genital a ese río de ceniza que derramas Llévame a todas partes, amor y a todas partes conduce mis dedos como si tú fueras la patria y yo, tu único habitante
Llévame
Salvador García Ramírez
“Um não sei quê, que nasce não sei onde. vem não sei como, e doi não sei porquê” LUIS DE CAMÕES Yo fui feliz un mediodía robado a la tarifa del invierno. Crucé los sellos del deber y tuve en postigos del Sur el ocio imponderable de otro mar abriéndome las venas. La belleza alisaba las costuras del luego en otra parte o por si acaso, embebía la dimensión del hueco que la historia reparte en las esquinas de las plazas minúsculas. Hilé los pasadizos, los túneles sin fecha suspendido en el hombro del número perfecto. Rocé las crines, la calma súbita, la botella de luz con que acoge el reloj de los vestíbulos. Corren por mí las calles del encuentro. Las uvas del futuro endulzan el puerto que entretuve, tan propiamente cómplices, la vez que fui feliz y posesivo.
Fevereiro
José Martí
Ved: sentado lo llevo Sobre mi hombro: Oculto va, y visible Para mí solo! Él me ciñe las sienes Con su redondo Brazo, cuando a las fieras Penas me postro:? Cuando el cabello hirsuto Yérguese y hosco, Cual de interna tormenta Símbolo torvo, Como un beso que vuela Siento en el tosco Cráneo: su mano amansa El bridón loco!? Cuando en medio del recio Camino lóbrego, Sonrío, y desmayado Del raro gozo, La mano tiendo en busca De amigo apoyo,? Es que un beso invisible Me da el hermoso Niño que va sentado Sobre mi hombro.
Sobre mi hombro
Antonio Machado
El acusado es pálido y lampiño. Arde en sus ojos una fosca lumbre, que repugna a su máscara de niño y ademán de piadosa mansedumbre. Conserva del obscuro seminario el talante modesto y la costumbre de mirar a la tierra o al breviario. Devoto de María, madre de pecadores, por Burgos bachiller en teología, presto a tomar las órdenes menores. Fue su crimen atroz. Hartóse un día de los textos profanos y divinos, sintió pesar del tiempo que perdía enderezando hipérbatons latinos. Enamoróse de una hermosa niña, subiósele el amor a la cabeza como el zumo dorado de la viña, y despertó su natural fiereza. En sueños vio a sus padres ?labradores de mediano caudal? iluminados del hogar por los rojos resplandores, los campesinos rostros atezados. Quiso heredar. ¡Oh guindos y nogales del huerto familiar, verde y sombrío, y doradas espigas candeales que colmarán las trojes del estío!. Y se acordó del hacha que pendía en el muro, luciente y afilada, el hacha fuerte que la leña hacía de la rama de roble cercenada. ................................................ Frente al reo, los jueces con sus viejos ropones enlutados; y una hilera de obscuros entrecejos y de plebeyos rostros: los jurados. El abogado defensor perora, golpeando el pupitre con la mano; emborrona papel un escribano, mientras oye el fiscal, indiferente, el alegato enfático y sonoro, y repasa los autos judiciales o, entre sus dedos, de las gafas de oro acaricia los límpidos cristales. Dice un ujier: «Va sin remedio al palo». El joven cuervo la clemencia espera. Un pueblo, carne de horca, la severa justicia aguarda que castiga al malo.
Un criminal
Luis de Góngora
Tras la bermeja Aurora el Sol dorado Por las puertas salía del Oriente, Ella de flores la rosada frente, Él de encendidos rayos coronado. Sembraban su contento o su cuidado, Cuál con voz dulce, cuál con voz doliente, Las tiernas aves con la luz presente En el fresco aire y en el verde prado, Cuando salió bastante a dar Leonora Cuerpo a los vientos y a las piedras alma, Cantando de su rico albergue, y luego Ni oí las aves más, ni vi la Aurora; Porque al salir, o todo quedó en calma, O yo (que es lo más cierto), sordo y ciego.
Tras la bermeja Aurora el Sol dorado
Luis de Góngora
Despidióse el francés con grasa buena, (Con buena gracia digo, señor Momo), Hizo España el deber con el Vandomo, Y al pagar le hará con el de Pena. Reales fiestas le impidió al de Humena La ya engastada Margarita en plomo, Aunque no hay toros para Francia como Los de Guisando, su comida y cena. Estrellóse la gala de diamantes Tan al tope, que alguno fue topacio, Y aun don Cristalïán mintió finezas. Partióse al fin, y tan brindadas antes Nos dejó las saludes de Palacio, Que otro día enfermaron Sus Altezas.
VOLVIÉNDOSE A FRANCIA EL DUQUE DE HUMENA
Juan Ramón Jiménez
Lo que queráis, señor; y sea lo que queráis. Si queréis que entre las rosas ría hacia los matinales resplandores de la vida, que sea lo que queráis. Si queréis que entre los cardos sangre hacia las insondables sombras de la noche eterna, que sea lo que queráis. Gracias si queréis que mire, gracias si queréis cegarme; gracias por todo y por nada, y sea lo que queráis. Lo que queráis, señor; y sea lo que queráis.
DIOS DE AMOR
Federico García Lorca
Caña de voz y gesto, una vez y otra vez tiembla sin esperanza en el aire de ayer. La niña suspirando lo quería coger; pero llegaba siempre un minuto después. ¡Ay sol! ¡Ay luna, luna! Un minuto después. Sesenta flores grises enredaban sus pies. Mira cómo se mece una vez y otra vez, virgen de flor y rama, en el aire de ayer.
Árbol de canción
Carlos Bousoño
Íbamos de camino. Mi cariño en sus brisas te oreaba. Tu cabello llevado entre los céfiros era también como brisa del alma. Eras también como brisa en la brisa. ¡Qué claridad rumorosa mis ansias! ¡Oh transparencia vital que encendía toda mi vida cual fuego en luz blanca! De mi alma entonces salía silvestre el aire fresco de la madrugada. Allá dentro, por dentro, ¡qué pura la caricia amorosa del alba! ¡Qué delicadas nubes se encendían y qué irisadas aguas! El mundo era el sonido y en mi interior sonaba.
EL AMOR
Juan Ramón Jiménez
Cierra, cierra la puerta, como a ella le gustaba... ¡Que se encuentre a su gusto su recuerdo!
LA AUSENTE
Ángel González
Son las gaviotas, amor. Las lentas, altas gaviotas. Mar de invierno. El agua gris mancha de frío las rocas. Tus piernas, tus dulces piernas, enternecen a las olas. Un cielo sucio se vuelca sobre el mar. El viento borra el perfil de las colinas de arena. Las tediosas charcas de sal y de frío copian tu luz y tu sombra. Algo gritan, en lo alto, que tú no escuchas, absorta. Son las gaviotas, amor. Las lentas, altas gaviotas.
SON LAS GAVIOTAS
José Luis Rey Cano
Para María José Te quiero porque hay nubes amarillas tu vestido en la lluvia campanillas azules en los pies se quieren cuando entra lentamente la luz Te quiero cuando llegan los piratas y la luna y la arena son todo mi tesoro y acabo de lavar la ropa de los niños y he perdido un recuerdo los he visto quererse flotando sobre el mundo Y ella tuvo la espuma yo la quise en el aire y cogió él la luz cuando os besabais nos queremos callando se quisieron a gritos y las islas subieron y tocaron el sol sí la quiso desnuda te he querido y dormías en un mar infinito y un planeta naranja
Baltimore
Rubén Darío
¡Pradera, feliz día! Del regio Buenos Aires quedaron allá lejos el fuego y el hervor; hoy en tu verde triunfo tendrán mis sueños vida, respiraré tu aliento, me bañaré en tu sol. Muy buenos días, huerto. Saludo la frescura que brota de las ramas de tu durazno en flor; formada de rosales, tu calle de Florida mira pasar la Gloria, la Banca y el Sport. Un pájaro poeta rumia en su buche versos; chismoso y petulante, charlando va un gorrión; las plantas trepadoras conversan de política; las rosas y los lirios del arte y del amor. Rigiendo su cuadriga de mágicas libélulas, de sueños millonarios, pasa el travieso Puck; y, espléndida sportwoman, en su celeste carro, la emperatriz Titania seguida de Oberón. De noche, cuando muestra su medio anillo de oro bajo el azul tranquilo, la amada de Pierrot, es una fiesta pálida la que en el huerto reina, toca en la lira el aire su do-re-mi-fa-sol. Curiosas las violetas a su balcón se asoman. Y una suspira: «¡lástima que falte el ruiseñor!» Los silfos acompasan la danza de las brisas en un walpurgis vago de aromas y de visión. De pronto se oye el eco del grito de la pampa; brilla como una puesta del argentino sol; y un espectral jinete como una sombra cruza, sobre su espalda un poncho; sobre su faz, dolor. ?¿Quién eres, solitario viajero de la noche? ?Yo soy la Poesía que un tiempo aquí reinó: Yo soy el primer gaucho que parte para siempre, de nuestra vieja patria llevando el corazón.
Del campo
María Eugenia Caseiro
Soy araña feliz sobre la tela en el ir y venir de las agujas hasta sentirme olvidada de las flor mistificada y de los parques. Que no me engulla el sol y el agua para luego segarme. Soy feliz cuando las puertas se convierten en perros guardianes y me siento protegida de la lluvia. Es mejor cerrar los ojos que no sepan del color, ni los oídos escuchen la facundia de las viejas cotorras. Que las paredes aprendan a amoldarse al silencio de la piedra, que el maleficio no llegue porque hay muertos que suelen repetirse y nada hay de extraordinario en que otro día sin suerte dejen de una vez la puerta abierta te arrebaten de nuevo el mismo muerto y se te vaya dos veces, o tres, o cien ¿quién sabe cuántas veces? Soy feliz cuando las puertas no permiten que salgan los de adentro cuando los que aún no llegan se pierden sin saber si han de llegar porque hay muertos que suelen repetirse y nada hay de extraordinario en que se te vaya de nuevo ¿quién sabe cuántas veces? Nada sé de colocar alfombras para dar la bienvenida a los extraños; que se vayan con sus risas de cristal partido, con sus cofres de badana y sus cajitas de música Que se vallan muy lejos de mis puertas que saben guarecer de la inútil profecía. ¡Olvídense de mí! viejos doctores de los presentimientos Quiero ser feliz convertida en araña. Déjenme a solas custodiada por mis puertas porque hay muertos que suelen repetirse y ya no quiero ver pasar una y otra vez el mismo féretro.
De profecías y puertas
José Ángel Valente
A usted le doy una flor, si me permite, un gato y un micrófono, un destornillador totalmente en desuso, una ventana alegre. Agítelos. Haga un poema o cualquier otra cosa. Léasela al vecino. Arrójela feliz al sumidero. Y buenos días, no vuelva nunca más, salude a cuantos aún recuerden que nos vamos pudriendo de impotencia.
A USTED
Juan Ramón Jiménez
¡Hoja verde con sol rico, carne mía con mi espíritu!
EXTASIS
Rubén Darío
Miré al sentarme a la mesa, bañado en la luz del día el retrato de María, la cubana japonesa. El aire acaricia y besa, como un amante lo haría, la orgullosa bizarría de la cabellera espesa. Diera un tesoro el Mikado por sentirse acariciado por princesa tan gentil, digna de que un gran pintor la pinte junto a una flor en un vaso de marfil.
Para la misma
Fa Claes
El siglo veinte desfila. Lenin delante con pátera con sangre de proletas . Stalin luego, bailando la danza macabra sobre el cuerpo de Trotski. Siguen el canalla Hitler y su manada, perros llenos de desprecio de sí mismos para quienes el hombre era ficción. Detrás de orgullo cerrado gatea Hiro Hito, de la misma calaña. El sol naciente se hundió en sangre. Roosevelt, Truman, Bush. ¿Creí en ellos? Cada uno de ellos era una desilusión. ¿Qué otro guasón triste desfilará en América después del siglo veinte? Los conocí sólo de nombre, a los poderosos de la tierra. No los reconocí porque no conocen otro derecho que el del perro más fuerte, porque no conocen otro amor que el del perro más apasionado, porque no conocen otra vida que la de de perros. Cuando considero que gobiernan el mundo, que Rijmenam no escapa de su abrazo, aprieto los labios, mi corazón se retuerce y con indecisión meneo la cabeza. No, pienso, no, no lo conozco a él, Chirac, Yeltsin, Milosevich, Bill Clinton. No lo conozco a él, Mobutu, Assad, Papa Doc, pequeño renacuajo de mal mayor. No lo niegues, cada uno de ellos tiene sus cualidades. Exactamente esas no me gustan. No pienso que nosotros -ellos y yo, quiero decir- podemos ser amigos. Tengo una falta absoluta de respeto para quien solamente evoca la apariencia de ejercer el poder y por consiguiente abusa del poder.
Desfile
Luis de Góngora
Por niñear, un picarillo tierno, Hurón de faltriqueras, subtil caza, A la cola de un perro ató por maza (Con perdón de los clérigos) un cuerno. El triste perrinchón en el gobierno De una tan gran carroza se embaraza; Grítale el pueblo, haciendo de la plaza (Si allá se alegran) un alegre infierno. Llegó en esto una viuda mesurada, Que entre los signos, ya que no en la gloria, Tiene a su esposo, y dijo: «Es gran bajeza Que un gozque arrastre así una ejecutoria Que ha obedecido tanta gente honrada, Y se la ha puesto sobre su cabeza.»
Por niñear, un picarillo tierno
Pablo Neruda
Hoy me he tendido junto a una joven pura como a la orilla de un océano blanco, como en el centro de una ardiente estrella de lento espacio. De su mirada largamente verde la luz caía como un agua seca, en transparentes y profundos círculos de fresca fuerza. Su pecho como un fuego de dos llamas ardía en dos regiones levantado, y en doble río llegaba a sus pies, grandes y claros. Un clima de oro maduraba apenas las diurnas longitudes de su cuerpo llenándolo de frutas extendidas y oculto fuego.
Ángela adónica