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Luis Cernuda
Quisiera saber por qué esta muerte al verte, adolescente rumoroso, mar dormido bajo los astros ciegos, aún constelado por escamas de sirenas, o seda que despliegan cambiante de fuegos nocturnos y acordes palpitantes, rubio igual que la lluvia, sombrío igual que la vida es a veces. Aunque sin verme desfiles a mi lado, huracán ignorante, estrella que roza mi mano abandonada su eternidad, sabes bien, recuerdo de siglos, cómo el amor es lucha donde se muerden dos cuerpos iguales. Yo no te había visto; miraba los animalillos gozando bajo el sol verdeante, despreocupado de los árboles iracundos, cuando sentí una herida que abrió la luz en mí; el dolor enseñaba cómo una forma opaca, copiando luz ajena, parece luminosa. Tan luminosa, que mis horas perdidas, yo mismo, quedamos redimidos de la sombra, para no ser ya más que memoria de luz; de luz que vi cruzarme, seda, agua o árbol, un momento.
Quisiera saber por qué esta muerte
Delfina Acosta
Somos amantes. Suelen los poetas con infantiles coplas y sonetos celebrar el tañir de las campanas como la hora nupcial de nuestro encuentro. Dirían más, pero se callan porque se abrevia así el relato en dulce cuento. Es la sombra que atiende el buen negocio, madama de aire triste; los dineros pagados por el cuarto azul agrandan sus ojos apagados, mas los juegos de los amantes en las escaleras no la dejan dormir. Se siente el cielo cuando en la calle oscura y sin un ánima ya somos de la acera dos silencios por una tos la culpa de un ladrido. ¡ Qué accidente ! ¿Quién más irá a saberlo?
Cuarto azul
Alfredo Lavergne
Oh agua. Mientras por ella avanzo A ella alabo.
Ferai un vers de dreit nien
Leopoldo Marechal
Creo en la vida todopoderosa, en la vida que es luz, fuerza y calor; porque sabe del yunque y de la rosa creo en la vida todopoderosa y en su sagrado hijo, el buen Amor. Tal vez nació cual el vehemente sueño del numen de un espíritu genial; brusca la senda, el porvenir risueño, nació tal vez cual el vehemente sueño de un apóstol que busca un ideal. Padeció, la titán, bajo los yugos de una falsa y mezquina religión; veinte siglos se hicieron sus verdugos y aun padece, titán, bajo sus yugos esperando la luz de la razón. Fue en la humana estultez crucificada; murió en el templo y resurgió en la luz... ¡Y, desde alli, vendra como una espada, contra esa Fe que germino en la nada, contra ese dios que enmascaro la cruz! Creo en la carne que pecando sube, creo en la Vida que es el Mal y el Bien; la gota de agua del pantano es nube. Creo en la carne que pecando sube y en el Amor que es Dios. ¡Por siempre amén!
CREDO A LA VIDA
Lope de Vega
El pastor que en el monte anduvo al hielo, al pie del mismo, derribando un pino, en saliendo el lucero vespertino enciende lumbre y duerme sin recelo. Dejan las aves con la noche el vuelo, el campo el buey, la senda el peregrino, la hoz el trigo, la guadaña el lino, que al fin descansa cuando cubre el cielo. Yo solo, aunque la noche con su manto esparza sueño y cuanto vive aduerma, tengo mis ojos de descanso faltos. Argos los vuelve la ocasión y el llanto, sin vara de Mercurio que los duerma, que los ojos del alma están muy altos.
El pastor que en el monte
Odette Alonso
Sentada ante la rueca Helena piensa en Paris. Sus hijos crecen y Menelao dormita entre las mantas en un rincón desde donde la mira a veces. Ella hilando la rueca está pensando en Paris la hermosura y el pánico y tal vez una lágrima o un pálpito mientras el hilo corre entre sus dedos y Menelao dormita y sus hijos persiguen mariposas y Paris es un sueño que el tiempo le devuelve detenido engalanado vencedor de nada en esta dulce tarde en que Helena está hilando su recuerdo con una limpia lágrima o un pálpito.
HELENA O LA OTRA CARA DEL SILENCIO
Mario Benedetti
Mesianismo leninismo fetichismo leninismo exitismo leninismo moralismo leninismo heroísmo leninismo y machismo leninismo continuismo leninismo cristianismo leninismo reumatismo leninismo optimismo leninismo exorcismo leninismo y marxismo leninismo mal que bien no son lo mismo
Heterónimos
Toni García Arias
A la orilla de la carretera hay amapolas y campesinos recogiendo fresas en una huerta cercana. Hay gravilla y margaritas, cristales rotos. Hay líneas continuas y discontinuas -a la orilla de la carretera-, hay amigos por llegar, días futuros, hay distancia y vacaciones en el mar y regresos con regalos. Hay un ramo de flores, hay amapolas. Hay líneas continuas y discontinuas, días futuros. Hay amigos que nunca llegan.
Líneas
Manuel Gutiérrez Nájera
Quiero morir cuando decline el día, en alta mar y con la cara al cielo, donde parezca sueño la agonía y el alma un ave que remonta el vuelo. No escuchar en los últimos instantes, ya con el cielo y con el mar a solas, más voces ni plegarias sollozantes que el majestuoso tumbo de las olas. Morir cuando la luz triste retira sus áureas redes de la onda verde, y ser como ese sol que lento expira; algo muy luminoso que se pierde. Morir, y joven; antes que destruya el tiempo aleve la gentil corona, cuando la vida dice aún: «Soy tuya», aunque sepamos bien que nos traiciona.
PARA ENTONCES
José Luis Piquero
Yavé se complació en Abel y su ofrenda, mientras que le desagradó Caín y la suya. Caín entonces se encolerizó y su rostro se descompuso. Yavé le dijo: ¿Por qué te encolerizas y te muestras malhumorado? Gén. 4, 4-6 Me he pasado la vida malgastando favores en personas que nunca me quisieron. Yo sólo deseaba ser del grupo. Tratado como un corruptor de sueños, mantenido a distancia de niños y mascotas, como a quien por extraño no se recibe en casa, he tenido que oír ya demasiadas veces que soy un impostor. Tarde para los besos, para estrechar las manos, tarde para las lágrimas y el arrepentimiento, tarde para cualquier palabra. Tarde: por lo visto yo siempre llego tarde. Y de noche, en la casa en donde todos duermen, mientras fumo asomado a la ventana, o en la mañana sórdida de cafés y cristales empañados, a solas con el mundo, o en la blancura estéril de una página, he comprendido -tarde- que es inútil querer ser otra cosa que el fantasma embustero que habéis hecho de mí, un no-muerto cortado a la medida de todo lo que nunca quise ser, alguien a quien sin duda me parezco, como un hombre a su máscara: el hipócrita, el sucio y el que no es de fiar, a un paso del ridículo (el cantante de moda o el bachiller con granos), a un paso del horror (el buen chico que sale en los sucesos). Soy el que traicionó tus confidencias. El que maltrató al tonto de la clase. El que lo enredó todo cuando los dos amigos disputaban la misma chica idiota. El que habló mal de ti cuando no estabas y trató de poner en contra tuya al grupo. El que usó del chantaje sentimental (es fácil entre amigos) para ahuyentar del grupo a los extraños, vuestros otros amigos, que eran más ocurrentes, más experimentados y, qué pena, más incautos. El que juró y juró, “podéis creerme...” y “no sabía...”, y sí sabía y consiguió que le creyeran. Soy el que habló al oído de una chica asustada y -aún me acuerdo- le imaginó un futuro más honorable, una salida digna, “hazlo, mujer”, y durante un momento era todo posible, matar con una frase, aquel horror... Mi máscara lo ha dicho, que soy ese: agazapado, sórdido, al que puedes tumbar con un buen puñetazo y zumba en torno tuyo, pero nadie es al fin tan peligroso -piensas- cuando puedes tumbarlo con un buen puñetazo, y luego es tarde, mira, ya te tengo. Todos llegamos tarde alguna vez. ¿Y nada más? ¿Acaso os preguntasteis un instante qué oculta la máscara de un monstruo? Me acuerdo de esa infancia interminable, a caballo en la rama más valiente del árbol de los juegos. Eso era algo; no el paraíso exactamente, pero -ternura pronta, cándido heroísmo y la avidez legítima del cachorro intocado- allí existía el orden. Y es curioso que a la luz de una infancia ideal los enemigos sean menos enemigos. También ellos tuvieron ese miedo indefenso que redime y una conmovedora propensión al llanto. ¿Sabéis quién soy a solas? El que escucha canciones tristes. He soñado a menudo redimir mi egoísmo con un gesto, dar mi vida a cambio de otra vida, ser el súbito héroe que muere en el incendio. Pensad en mí lejano, la cabeza inclinada. Toda esa gente afuera, tanto frío, las calles se bifurcan y el camino que lleva a la casa segura no se termina nunca. Yo he pensado en la muerte y a menudo he ensayado una muerte inofensiva, de poca sangre y mucho, mucho miedo, sólo para ahuyentar de mí todo el ridículo y el asco de mí mismo, cuchilla en las muñecas, quemadura en los brazos para seguir viviendo, porque al fin el dolor es la consciencia, es el ruido del mundo que a tu alrededor chilla y te agita los hombros. Te aferras a esa vida con desesperación y, sin embargo, eres adolescente: nunca sabes qué hacer ni qué decir, dónde poner las manos y los ojos. Tu cuerpo ya es grotesco y esas chicas se ríen. No te gusta tu cara. Estás enamorado. Más allá de las fórmulas, los libros te insinúan una vida más fácil en cualquier otra parte. Los libros te consuelan en todo lo esencial. Y tú en tu jaula estéril te revuelves, inútil, sudoroso, como en la noche insomne cuando el calor te ahoga. Dando palos de ciego. La novia de tu amigo. Matarías con gusto cualquier signo de amor. Usa de ese poder, usa los libros, porque luego el perdón de Dios es una fórmula y tú eres el no-muerto que debe defenderse, el hipócrita, el sucio y el corruptor de sueños. Dolorosa esta edad en que siempre estás solo y a tu alrededor nace la flor limpia de un mundo que nunca es para ti.
Palabras de Caín adolescente
Luis de Góngora
Hurtas mi vulto y cuanto más le debe A tu pincel, dos veces peregrino, De espíritu vivaz el breve lino En los colores que sediento bebe, Vanas cenizas temo al lino breve, Que émulo del barro le imagino, A quien (ya etéreo fuese, ya divino) Vida le fió muda esplendor leve. Belga gentil, prosigue al hurto noble; Que a su materia perdonará el fuego, Y el tiempo ignorará su contextura. Los siglos que en sus hojas cuenta un roble, Árbol los cuenta sordo, tronco ciego; Quien más ve, quien más oye, menos dura.
A UN PINTOR FLAMENCO
Baltasar del Alcázar
Cercada está mi alma de contrarios; la fuerza, flaca; el castellano, loco; el presidio, infïel, bisoño y poco, ningunos los pertrechos necesarios. Los socorros que espero, voluntarios, porque ni los merezco ni provoco; tan desvalido, que aun a Dios no invoco porque mis consejeros andan varios. Los combates, continuos, y la ofensa; los enemigos, de ánimo indomable; rota por todas partes la muralla. Nadie quiere acudir a la defensa... ¿qué hará el castellano miserable que en tanto estrecho y confusión se halla?
Cercada está mi alma de contrarios
Federico García Lorca
Tú querías que yo te dijera el secreto de la primavera. Y yo soy para el secreto lo mismo que es el abeto. Árbol cuyos mil deditos señalan mil caminitos. Nunca te diré, amor mío, por qué corre lento el río. Pero pondré en mi voz estancada el cielo ceniza de tu mirada. ¡Dame vueltas, morenita! Ten cuidado con mis hojitas. Dame más vueltas alrededor, jugando a la noria del amor. ¡Ay! No puedo decirte, aunque quisiera, el secreto de la primavera.
Idilio
Juana de Ibarbourou
Tómame ahora que aún es temprano y que llevo dalias nuevas en la mano. Tómame ahora que aún es sombría esta taciturna cabellera mía. Ahora que tengo la carne olorosa y los ojos limpios y la piel de rosa. Ahora que calza mi planta ligera la sandalia viva de la primavera. Ahora que en mis labios repica la risa como una campana sacudida aprisa. Después..., ¡ah, yo sé que ya nada de eso más tarde tendré! Que entonces inútil será tu deseo, como ofrenda puesta sobre un mausoleo. ¡Tómame ahora que aún es temprano y que tengo rica de nardos la mano! Hoy, y no más tarde. Antes que anochezca y se vuelva mustia la corola fresca. Hoy, y no mañana. ¡Oh amante! ¿no ves que la enredadera crecerá ciprés?
LA HORA
Dulce María Loynaz
¡Ay qué nadar de alma es este mar! ¡Qué bracear de náufrago y qué hundirse y hacerse a flote y otra vez hundirse! ¡Ay qué mar sin riberas ni horizonte, ni barco que esperar! Y qué agarrarse a esta blanda tiniebla, a este vacío que da vueltas y vueltas... A esta agua negra que se resbala entre los dedos... ¡Qué tragar sal y muerte en esta ausencia infinita de ti!
NAUFRAGIO
Atahualpa Yupanqui
Tú piensas que eres distinto porque te dicen poeta, y tienes un mundo aparte más allá de las estrellas. De tanto mirar la luna ya nada sabes mirar, eres como un pobre ciego que no sabe adónde va... Vete a mirar los mineros, los hombres en el trigal, y cántale a los que luchan por un pedazo de pan. Poeta de tiernas rimas, vete a vivir a la selva, y aprenderás muchas cosas del hachero y sus miserias. Vive junto con el pueblo, no lo mires desde afuera, que lo primero es ser hombre, y lo segundo, poeta.
El poeta
Claribel Alegría
Creí pasar mi tiempo amando y siendo amada comienzo a darme cuenta que lo pasé despedazando mientras era a mi vez des pe da za da.
CREÍ PASAR MI TIEMPO
Miguel de Unamuno
Dulcissime vanus Homems Al amor de la lumbre cuya llama como una cresta de la mar ondea. Se oye fuera la lluvia que gotea sobre los chopos. Previsora el ama supo ordenar se me temple la cama con sahumerio. En tanto la Odisea montes y valles de mi pecho orea de sus ficciones con la rica trama preparándome el sueño. Del castaño que más de cien generaciones de hoja criara y vio morir, cabe el escaño abrasándose el tronco con su roja brasa me reconforta. ¡Dulce engaño la ballesta de mi inquietud afloja!
Al amor de la lumbre
Miguel Florián
a Ángeles Dalúa Una lluvia ancestral cae de los álamos, convierte en breve espejo cada hoja. Es un árbol callado que se eleva de la raíz hasta la línea firme de la luz, y corren sus hogueras por la carne profunda. Y si camina se estremece igual que una muchacha que se alza también hacia lo incierto. (En mis pulmones siento cómo alienta el aire que se interna y vivifica, la ternura de algún sexo escondido que aguarda la belleza, el cumplimiento, su perfecto equilibrio sobre el mundo.) He tomado su piel, siento en la boca la savia perfumada de los álamos.
ÁLAMOS
Antonio Machado
Está en la sala familiar, sombría, y entre nosotros, el querido hermano que en el sueño infantil de un claro día vimos partir hacia un país lejano. Hoy tiene ya las sienes plateadas, un gris mechón sobre la angosta frente, y la fría inquietud de sus miradas revela un alma casi toda ausente. Deshójanse las copas otoñales del parque mustio y viejo. La tarde, tras los húmedos cristales, se pinta, y en el fondo del espejo. El rostro del hermano se ilumina suavemente. ¿Floridos desengaños dorados por la tarde que declina? ¿Ansias de vida nueva en nuevos años? ¿Lamentará la juventud perdida? Lejos quedó -la pobre loba- muerta. ¿La blanca juventud nunca vivida teme, que ha de cantar ante su puerta? ¿Sonríe el sol de oro de la tierra de un sueño no encontrada; y ve su nave hender el mar sonoro, de viento y luz la blanca vela hinchada? Él ha visto las hojas otoñales, amarillas, rodar, las olorosas ramas del eucalipto, los rosales que enseñan otra vez sus blancas rosas Y este dolor que añora o desconfía el temblor de una lágrima reprime, y un resto de viril hipocresía en el semblante pálido se imprime. Serio retrato en la pared clarea todavía. Nosotros divagamos. En la tristeza del hogar golpea el tictac del reloj. Todos callamos.
El viajero
Federico García Lorca
Ciprés. (Agua estancada.) Chopo (Agua cristalina.) Mimbre. (Agua profunda.) Corazón. (Agua de pupila.)
Ciprés
Basilio Sánchez
Escribo casi a oscuras, en las habitaciones pequeñas de la casa, donde difícilmente podría caber un hombre. Me obstino en la palabra que se dice al oído, que empaña los cristales, que humedece los bordes de la página. Presiento que un poema es un ruido que se intuye a lo lejos, la puerta que se abre al otro lado de una misma ciudad. Por eso cada noche, después de que el cansancio consigue disuadirme, dejo sobre la mesa una vela encendida: la lámpara votiva de una iglesia sin culto, desprovista de imágenes.
Espacio
Juan Ramón Mansilla
Salir al sol, estornudar tres veces. Que este acto sencillo, tan común, tan nuestro, repita su mecánica cada mediodía, casi a las tres, de este verano que aún, como nosotros o el verde de la hierba, o el calor o las rosas, no se ha cumplido del todo. Y así, no importa el lugar, en qué plaza, con qué otra gente, eso que , bien mirado, no pasa de ser una alergia, sea un aviso, el rezo, la llamada de algo que en el interior se mueve, agita, se rebela porque quiere crecer, porque quiere salir, porque desea, desea y desea verdecer con el césped, abrirse en las rosas, estallar al calor pleno de julio en cada julio, en cada enero y a tu lado.
Estornudos
José Luis Piquero
Nosotros no dormimos. Hay un gesto de araña en cada sombra amenazante y el silencio se llena de presagios. No dormimos. Quemamos las horas como extraños cigarrillos. Sabemos que ahí afuera la vida es deseable, las chicas huelen bien, y nada de eso es nuestro. No podemos dormir, no hemos dormido nunca. A veces alguien mira, de perfil, preguntándose con dolor qué esperamos desde hace tanto tiempo. Las arañas, las arañas. No hemos dormido nunca. Y pasamos los días con los ojos abiertos como esos tragaluces que miran desde un sótano. Ya nos duelen los párpados y alguien dice palabras, el mundo está bien hecho, simplemente nuestra vida es así. Ojalá nos muriésemos como quien no ha vivido, que un soplo nos borrase la arena de los labios, sin huellas y sin humo, apagando la luz. Ah, si por fin durmiéramos, no puedo imaginarlo. Tus labios cantarían una canción de cuna. Más también las arañas... Hay un gesto de mosca en cada sombra. Oh, Señor de las Moscas, la vida es un infierno. Nosotros no dormimos, igual que las arañas, cristales y arenilla bajo la nuca insomne. Ellas tejen sus redes. Por si las moscas.
La vida de las moscas
María Eugenia Caseiro
A causa de mis vestidos rotos de mis estrellas fracturadas de mis paisajes eternamente cosidos al recuerdo alunizan tus avispas de seda buscadas en el aire lo que no nace adentro capitombe tuyo y mío, toca nos toca, tocamos… sus flores su rodante cielo aburrido ahora nuestro tomados de la mano. La boca no tiene peso si reparte ideas sin mentir antes antes antes. Que no se diga nunca que mi boca, que tu boca sin palabra mentida elige tarde un algo, un beso muerde. Morder lo breve lo nuestro mordible, querible en cremalleras, en bastillas en los botones estampados de las blusas en la seda silenciosa del bostezo Cuando nadie, cuando nada quede muerde muerde muerde mis atados sin siquiera tornar algo de vida a tu vida que es mi vida devuelta sin vivir vida de avispas en el aire seda de vestido no buscado jamás encontrado al fin en la carrera de vivir en tu carrera mía, tuya y mía.
Morder lo breve
Javier Alvarado
La muerte regresa a tientas con su barco Escupe sus negros esclavos, sus piezas de mercadería Regresa desde los sueños en forma de galeón o de canoa Es en nosotros que vive con su llanto sumergido A veces me pregunto a quien llaman mis padres Desde la senilidad con sus tantas voces; Por qué se repiten mis abuelos en los mismos hábitos De hablar con la nada O de esparcir sus fotografías En el garabato de la niebla? Aún no se esconden las cosas presentes y los veo Jugar con los nietos, que permanecerán cantando para siempre Cuando hay brea sobre estos puertos O gaviotas confusas que se posan en los mástiles y en las cuerdas A diatribar con los gallotes. No hay más misterios nivelados que observar el mar Y su llanto sumergido, Esos dioses gemebundos Que bostezan despacio o que se llenan la boca con fabulaciones De foca o de ballena. Es este miedo a respirar las sales que ya conozco A visitar esos puertos donde se quedó mi cuerpo de tritón O de almirante, Escribir los mismos poemas Que circularon con las estrellas de la espuma, o recordar Esa balada que va en la boca de los longorongos Que gritan sus orgasmos repletos de fiebre; Vegetar en mi espejo que se vuelve un caracol henchido O una furia oceánica que se repite como un triste maremoto. Por eso atestiguo el recolectar con mi caña de pescar estas imágenes. Estas verdades que tiemblan y se agitan en el fondo De todas las nadas como peces que resguardan la tranquilidad del aire O como burbujas secas que se quedan vacilando En mis manos como medusas. La muerte me llevará a todos los puertos E irá doblando mis pantalones y mis restos de equipaje. Seré más oscuro o luminoso cuando recorra Las huestes y las epopeyas de otros mares, seré joven o viejo O quizás oblicuo como todo resplandor que nace. A veces creo que cada día La muerte nos prepara para entrar en su barco.
La muerte y su barco
Claribel Alegría
Brilla el agua en mi piel y no la siento corre a chorros el agua por mi espalda no la siento me froto con la toalla me pellizco en un brazo no me siento comienzo a vestirme a tropezones de los rincones brotan relámpagos de gritos ojos desorbitados ratas que corren dientes aún no siento nada me extravío en las calles: niños con caras sucias pidiéndome limosna muchachas prostitutas que no tienen quince años todo es llaga en las calles tanques que se aproximan bayonetas alzadas cuerpos que caen llanto por fin siento mi brazo dejé de ser fantasma me duele luego existo vuelvo a mirar la escena: muchachos que corren desangrados mujeres con pánico en el rostro esta vez duele menos me pellizco de nuevo y ya no siento nada simplemente reflejo lo que pasa a mi lado los tanques no son tanques ni los gritos son gritos soy un espejo plano en que nada penetra mi superficie es dura es brillante es pulida me convertí en espejo y estoy descarnada apenas si conservo una memoria vaga del dolor.
SOY ESPEJO
Vicente García
Ves que apenas te quedan Algunas esperanzas por cumplir. Has quemado los años de la vida Mejores para ti. Hablemos del presente, lo que importa En este día gris En que todo parece haberle dado La espalda al porvenir. Dentro de algunos años, será tarde Para empezar a hablar. Si de poco nos sirven las palabras, De poco servirán. No pierdas la esperanza, acepta siempre La vida como va. Porque quizá cambiemos de destino, Como puede cambiarse De nombre y de ciudad.
En la encrucijada
Octavio Paz
Todo nos amenaza: el tiempo, que en vivientes fragmentos divide al que fui del que seré, como el machete a la culebra; la conciencia, la transparencia traspasada, la mirada ciega de mirarse mirar; las palabras, guantes grises, polvo mental sobre la yerba, el agua, la piel; nuestros nombres, que entre tú y yo se levantan, murallas de vacío que ninguna trompeta derrumba. Ni el sueño y su pueblo de imágenes rotas, ni el delirio y su espuma profética, ni el amor con sus dientes y uñas nos bastan. Más allá de nosotros, en las fronteras del ser y el estar, una vida más vida nos reclama. Afuera la noche respira, se extiende, llena de grandes hojas calientes, de espejos que combaten: frutos, garras, ojos, follajes, espaldas que relucen, cuerpos que se abren paso entre otros cuerpos. Tiéndete aquí a la orilla de tanta espuma, de tanta vida que se ignora y se entrega: tú también perteneces a la noche. Extiéndete, blancura que respira, late, oh estrella repartida, copa, pan que inclinas la balanza del lado de la aurora, pausa de sangre entre este tiempo y otro sin medida.
Más allá del amor
Carlos Edmundo de Ory
Cuando un padre afligido le dice a su hijo acuéstate pequeño y duérmete seguido es que quiere a la par hacerse dueño del hijo y de su sueño
EL MANDO PATERNO
Oscar Acosta
Mi patria es altísima. No puedo escribir una letra sin oír el viento que viene de su nombre. Su forma irregular la hace más bella porque dan deseos de formarla, de hacerla como a un niño a quien se enseña a hablar, a decir palabras tiernas y verdaderas, a quien se le muestran los peligros del mundo. Mi patria es altísima. Por eso digo que su nombre se descompone en millones de cosas para recordármela. Lo he oído sonar en los caracoles incesantes. Venía en los caballos y en los fuegos que mis ojos han visto y admirado. Lo traían las muchachas hermosas en la voz y en una guitarra. Mi patria es altísima. No puedo imaginármela bajo el mar o escondiéndose bajo su propia sombra. Por eso digo que más allá del hombre, del amor que nos dan en cucharadas, de la presencia viva del cadáver, está ardiendo el nombre de la patria.
EL NOMBRE DE LA PATRIA
Gaspar Melchor de Jovellanos
[Segunda versión] Credibile est illi numen ineste loco. (OVIDIO) Desde el oculto y venerable asilo, do la virtud austera y penitente vive ignorada, y del liviano mundo huida, en santa soledad se esconde, Jovino triste al venturoso Anfriso salud en versos flébiles envía. Salud le envía a Anfriso, al que inspirado de las mantuanas Musas, tal vez suele al grave son de su celeste canto precipitar del viejo Manzanares el curso perezoso, tal süave suele ablandar con amorosa lira la altiva condición de sus zagalas. ¡Pluguiera a Dios, oh Anfriso, que el cuitado a quien no dio la suerte tal ventura pudiese huir del mundo y sus peligros! ¡Pluguiera a Dios, pues ya con su barquilla logró arribar a puerto tan seguro, que esconderla supiera en este abrigo, a tanta luz y ejemplos enseñado! Huyera así la furia tempestuosa de los contrarios vientos, los escollos y las fieras borrascas, tantas veces entre sustos y lágrimas corridas. Así también del mundanal tumulto lejos, y en estos montes guarecido, alguna vez gozara del reposo, que hoy desterrado de su pecho vive. Mas, ¡ay de aquel que hasta en el santo asilo de la virtud arrastra la cadena, la pesada cadena con que el mundo oprime a sus esclavos! ¡Ay del triste en cuyo oído suena con espanto, por esta oculta soledad rompiendo, de su señor el imperioso grito! Busco en estas moradas silenciosas el reposo y la paz que aquí se esconden, y sólo encuentro la inquietud funesta que mis sentidos y razón conturba. Busco paz y reposo, pero en vano los busco, oh caro Anfriso, que estos dones, herencia santa que al partir del mundo dejó Bruno en sus hijos vinculada, nunca en profano corazón entraron, ni a los parciales del placer se dieron. Conozco bien que fuera de este asilo sólo me guarda el mundo sinrazones, vanos deseos, duros desengaños, susto y dolor; empero todavía a entrar en él no puedo resolverme. No puedo resolverme, y despechado, sigo el impulso del fatal destino, que a muy más dura esclavitud me guía. Sigo su fiero impulso, y llevo siempre por todas partes los pesados grillos, que de la ansiada libertad me privan. De afán y angustia el pecho traspasado, pido a la muda soledad consuelo y con dolientes quejas la importuno. Salgo al ameno valle, subo al monte, sigo del claro río las corrientes, busco la fresca y deleitosa sombra, corro por todas partes, y no encuentro en parte alguna la quietud perdida. ¡Ay, Anfriso, qué escenas a mis ojos, cansados de llorar, presenta el cielo! Rodeado de frondosos y altos montes se extiende un valle, que de mil delicias con sabia mano ornó Naturaleza. Pártele en dos mitades, despeñado de las vecinas rocas, el Lozoya, por su pesca famoso y dulces aguas. Del claro río sobre el verde margen crecen frondosos álamos, que al cielo ya erguidos alzan las plateadas copas o ya sobre las aguas encorvados, en mil figuras miran con asombro su forma en los cristales retratada. De la siniestra orilla un bosque ombrío hasta la falda del vecino monte se extiende, tan ameno y delicioso, que le hubiera juzgado el gentilismo morada de algún dios, o a los misterios de las silvanas dríadas guardado. Aquí encamino mis inciertos pasos y en su recinto ombrío y silencioso, mansión la más conforme para un triste, entro a pensar en mi crüel destino. La grata soledad, la dulce sombra, el aire blando y el silencio mudo mi desventura y mi dolor adulan. No alcanza aquí del padre de las luces el rayo acechador, ni su reflejo viene a cubrir de confusión el rostro de un infeliz en su dolor sumido. El canto de las aves no interrumpe aquí tampoco la quietud de un triste, pues sólo de la viuda tortolilla se oye tal vez el lastimero arrullo, tal vez el melancólico trinado de la angustiada y dulce Filomena. Con blando impulso el céfiro suave, las copas de los árboles moviendo, recrea el alma con el manso ruido; mientras al dulce soplo desprendidas las agostadas hojas, revolando, bajan en lentos círculos al suelo; cúbrenle en torno, y la frondosa pompa que al árbol adornara en primavera, yace marchita, y muestra los rigores del abrasado estío y seco otoño. ¡Así también de juventud lozana pasan, oh Anfriso, las livianas dichas! Un soplo de inconstancia, de fastidio o de capricho femenil las tala y lleva por el aire, cual las hojas de los frondosos árboles caídas. Ciegos empero y tras su vana sombra de contino exhalados, en pos de ellas corremos hasta hallar el precipicio, do nuestro error y su ilusión nos guían. Volamos en pos de ellas, como suele volar a la dulzura del reclamo incauto el pajarillo. Entre las hojas el preparado visco le detiene; lucha cautivo por huir y en vano porque un traidor, que en asechanza atisba, con mano infiel la libertad le roba y a muerte le condena, o cárcel dura. ¡Ah, dichoso el mortal de cuyos ojos un pronto desengaño corrió el velo de la ciega ilusión! ¡Una y mil veces dichoso el solitario penitente, que, triunfando del mundo y de sí mismo, vive en la soledad libre y contento! Unido a Dios por medio de la santa contemplación, le goza ya en la tierra, y retirado en su tranquilo albergue, observa reflexivo los milagros de la naturaleza, sin que nunca turben el susto ni el dolor su pecho. Regálanle las aves con su canto mientras la aurora sale refulgente a cubrir de alegría y luz el mundo. Nácele siempre el sol claro y brillante, y nunca a él levanta conturbados sus ojos, ora en el oriente raye, ora del cielo a la mitad subiendo en pompa guíe el reluciente carro, ora con tibia luz, más perezoso, su faz esconda en los vecinos montes. Cuando en las claras noches cuidadoso vuelve desde los santos ejercicios, la plateada luna en lo más alto del cielo mueve la luciente rueda con augusto silencio; y recreando con blando resplandor su humilde vista, eleva su razón, y la dispone a contemplar la alteza y la inefable gloria del Padre y Criador del mundo. Libre de los cuidados enojosos, que en los palacios y dorados techos nos turban de contino, y entregado a la inefable y justa Providencia, si al breve sueño alguna pausa pide de sus santas tareas, obediente viene a cerrar sus párpados el sueño con mano amiga, y de su lado ahuyenta el susto y las fantasmas de la noche. ¡Oh suerte venturosa, a los amigos de la virtud guardada! ¡Oh dicha, nunca de los tristes mundanos conocida! ¡Oh monte impenetrable! ¡Oh bosque ombrío! ¡Oh valle deleitoso! ¡Oh solitaria taciturna mansión! ¡Oh quién, del alto y proceloso mar del mundo huyendo a vuestra eterna calma, aquí seguro vivir pudiera siempre, y escondido! Tales cosas revuelvo en mi memoria, en esta triste soledad sumido. Llega en tanto la noche y con su manto cobija el ancho mundo. Vuelvo entonces a los medrosos claustros. De una escasa luz el distante y pálido reflejo guía por ellos mis inciertos pasos; y en medio del horror y del silencio, ¡oh fuerza del ejemplo portentosa!, mi corazón palpita, en mi cabeza se erizan los cabellos, se estremecen mis carnes y discurre por mis nervios un súbito rigor que los embarga. Parece que oigo que del centro oscuro sale una voz tremenda, que rompiendo el eterno silencio, así me dice: «Huye de aquí, profano, tú que llevas de ideas mundanales lleno el pecho, huye de esta morada, do se albergan con la virtud humilde y silenciosa sus escogidos; huye y no profanes con tu planta sacrílega este asilo.» De aviso tal al golpe confundido, con paso vacilante voy cruzando los pavorosos tránsitos, y llego por fin a mi morada, donde ni hallo el ansiado reposo, ni recobran la suspirada calma mis sentidos. Lleno de congojosos pensamientos paso la triste y perezosa noche en molesta vigilia, sin que llegue a mis ojos el sueño, ni interrumpan sus regalados bálsamos mi pena. Vuelve por fin con la risueña aurora la luz aborrecida, y en pos de ella el claro día a publicar mi llanto dar nueva materia al dolor mío.
DE JOVINO A ANFRISO
Pablo Neruda
PREGUNTARÉIS: Y dónde están las lilas? Y la metafísica cubierta de amapolas? Y la lluvia que a menudo golpeaba sus palabras llenándolas de agujeros y pájaros? Os voy a contar todo lo que me pasa. Yo vivía en un barrio de Madrid, con campanas, con relojes, con árboles. Desde allí se veía el rostro seco de Castilla como un océano de cuero. Mi casa era llamada la casa de las flores, porque por todas partes estallaban geranios: era una bella casa con perros y chiquillos. Raúl, te acuerdas? Te acuerdas, Rafael? Federico, te acuerdas debajo de la tierra, te acuerdas de mi casa con balcones en donde la luz de junio ahogaba flores en tu boca? Hermano, hermano! Todo eran grandes voces, sal de mercaderías, aglomeraciones de pan palpitante, mercados de mi barrio de Argüelles con su estatua como un tintero pálido entre las merluzas: el aceite llegaba a las cucharas, un profundo latido de pies y manos llenaba las calles, metros, litros, esencia aguda de la vida, pescados hacinados, contextura de techos con sol frío en el cual la flecha se fatiga, delirante marfil fino de las patatas, tomates repetidos hasta el mar. Y una mañana todo estaba ardiendo y una mañana las hogueras salían de la tierra devorando seres, y desde entonces fuego, pólvora desde entonces, y desde entonces sangre. Bandidos con aviones y con moros, bandidos con sortijas y duquesas, bandidos con frailes negros bendiciendo venían por el cielo a matar niños, y por las calles la sangre de los niños corría simplemente, como sangre de niños. Chacales que el chacal rechazaría, piedras que el cardo seco mordería escupiendo, víboras que las víboras odiaran! Frente a vosotros he visto la sangre de España levantarse para ahogaros en una sola ola de orgullo y de cuchillos! Generales traidores: mirad mi casa muerta, mirad España rota: pero de cada casa muerta sale metal ardiendo en vez de flores, pero de cada hueco de España sale España, pero de cada niño muerto sale un fusil con ojos, pero de cada crimen nacen balas que os hallarán un día el sitio del corazón. Preguntaréis por qué su poesía no nos habla del sueño, de las hojas, de los grandes volcanes de su país natal? Venid a ver la sangre por las calles, venid a ver la sangre por las calles, venid a ver la sangre por las calles!
Explico algunas cosas
León de Greiff
¡Juego mi vida! ¡Bien poco valía! ¡La llevo perdida sin remedio! Erik Fjordsson. Juego mi vida, cambio mi vida, de todos modos la llevo perdida... Y la juego o la cambio por el más infantil espejismo, la dono en usufructo, o la regalo... La juego contra uno o contra todos, la juego contra el cero o contra el infinito, la juego en una alcoba, en el ágora, en un garito, en una encrucijada, en una barricada, en un motín; la juego definitivamente, desde el principio hasta el fin, a todo lo ancho y a todo lo hondo —en la periferia, en el medio, y en el sub-fondo...— Juego mi vida, cambio mi vida, la llevo perdida sin remedio. Y la juego, o la cambio por el más infantil espejismo, la dono en usufructo, o la regalo...: o la trueco por una sonrisa y cuatro besos: todo, todo me da lo mismo: lo eximio y lo rüin, lo trivial, lo perfecto, lo malo... Todo, todo me da lo mismo: todo me cabe en el diminuto, hórrido abismo donde se anudan serpentinos mis sesos. Cambio mi vida por lámparas viejas o por los dados con los que se jugó la túnica inconsútil: —por lo más anodino, por lo más obvio, por lo más fútil: por los colgajos que se guinda en las orejas la simiesca mulata, la terracota nubia; la pálida morena, la amarilla oriental, o la hiperbórea rubia: cambio mi vida por una anilla de hojalata o por la espada de Sigmundo, o por el mundo que tenía en los dedos Carlomagno: —para echar a rodar la bola... Cambio mi vida por la cándida aureola del idiota o del santo; la cambio por el collar que le pintaron al gordo Capeto; o por la ducha rígida que llovió en la nuca a Carlos de Inglaterra; la cambio por un romance, la cambio por un soneto; por once gatos de Angora, por una copla, por una saeta, por un cantar; por una baraja incompleta; por una faca, por una pipa, por una sambuca... o por esa muñeca que llora como cualquier poeta. Cambio mi vida —al fiado— por una fábrica de crepúsculos (con arreboles); por un gorila de Borneo; por dos panteras de Sumatra; por las perlas que se bebió la cetrina Cleopatra— o por su naricilla que está en algún Museo; cambio mi vida por lámparas viejas, o por la escala de Jacob, o por su plato de lentejas... ¡o por dos huequecillos minúsculos —en las sienes— por donde se me fugue, en grises podres, la hartura, todo el fastidio, todo el horror que almaceno en mis odres...! Juego mi vida, cambio mi vida. De todos modos la llevo perdida...
RELATO DE SERGIO STEPANSKY
Francisco de la Torre
Con toda la cabeza de Medusa tiranamente trata mi firmeza; muéstrame su rigor, y su belleza, por quien de mil tramas armas usa. Miro de transformados la confusa pesadumbre que infaman su dureza; quiero escusar mi mal, y la pereza del encanto crüel mi intento escusa. Quedo de mármol simulacro eterno a su templo terrible consagrado, como los que atrevidamente vieron; y hecho despojo del tirano tierno, no escusando poder tiranizado, me ofende como a aquellos que ofendieron.
SONETO XXV
William Shakespeare
¡Ve! si en oriente la graciosa luz su cabeza flamígera levanta, los ojos de los hombres, sus vasallos, con miradas le rinden homenaje. Y mientras sube al escarpado cielo, como un joven robusto en su edad media, lo siguen venerando las miradas que su dorada procesión escoltan. Pero cuando en su carro fatigado deja la cumbre y abandona al día, apártanse los ojos antes fieles, del anciano y su marcha declinante. Así tú, al declinar sin ser mirado, si no tienes un hijo, morirás.
¡Ve! si en oriente la graciosa luz...
Amado Nervo
¡Yo lo que tengo, amigo, es un profundo deseo de dormir!... ¿Sabes?: el sueño es un estado de divinidad. El que duerme es un dios... Yo lo que tengo, amigo, es gran deseo de dormir. El sueño es en la vida el solo mundo nuestro, pues la vigilia nos sumerge en la ilusión común, en el océano de la llamada «Realidad». Despiertos vemos todos lo mismo: vemos la tierra, el agua, el aire, el fuego, las criaturas efímeras... Dormidos cada uno está en su mundo, en su exclusivo mundo: hermético, cerrado a ajenos ojos, a ajenas almas; cada mente hila su propio ensueño (o su verdad: ¡quién sabe!) Ni el ser más adorado puede entrar con nosotros por la puerta de nuestro sueño. Ni la esposa misma que comparte tu lecho y te oye dialogar con los fantasmas que surcan por tu espíritu mientras duermes, podría, aun cuando lo ansiara, traspasar los umbrales de ese mundo, de tu mundo mirífico de sombras. ¡Oh, bienaventurados los que duermen! Para ellos se extingue cada noche, con todo su dolor el universo que diariamente crea nuestro espíritu. Al apagar su luz se apaga el cosmos. El castigo mayor es la vigilia: el insomnio es destierro del mejor paraíso... Nadie, ni el más feliz, restar querría horas al sueño para ser dichoso. Ni la mujer amada vale lo que un dormir manso y sereno en los brazos de Aquel que nos sugiere santas inspiraciones. .. «El día es de los hombres; mas la noche, de los dioses», decían los antiguos. No turbes, pues, mi paz con tus discursos, amigo: mucho sabes; pero mi sueño sabe más... ¡Aléjate! No quiero gloria ni heredad ninguna: yo lo que tengo, amigo, es un profundo deseo de dormir...
Dormir
Teresa Domingo Català
La voz oscura prende soledades, aísla el sueño, perturba a los insomnes. La lluvia, la palabra de la noche, también roza el día con su aliento de fuerza estremecida por las nubes que lavan el círculo polar con las ablaciones de la nieve. El agua, perdida, se confunde, se alía con la niebla derrotada, goza del estertor de los rosales que no pueden soportar el firme aullido de las sombras. El agua se inmiscuye entre los setos para averiguar la blasfemia de sus gotas, y el rictus amargo de una espera que pide ser oída en la catarsis de esa misma agua derramada. La noche dice, canta sus pesares, alivia su dolor, su desconsuelo con frascos de alquitrán, fosas comunes, donde reposa la osamenta de un pasado preso en los avatares del murmullo. La noche se desprende de su piel, minada por el paso de la lluvia que desciende a la losa de la tierra.
La lluvia de la noche
Claribel Alegría
A Juan Gelman Porque aprendí a quererme puedo sangrar con tus heridas.
QUERENCIAS
Pablo Neruda
MULTITUD de la abeja! Entra y sale del carmín, del azul, del amarillo, de la más suave suavidad del mundo: entra en una corola precipitadamente, por negocios, sale con traje de oro y cantidad de botas amarillas. Perfecta desde la cintura, el abdomen rayado por barrotes oscuros, la cabecita siempre preocupada y las alas recién hechas de agua: entra por todas las ventanas olorosas, abre las puertas de la seda, penetra por los tálamos del amor más fragante, tropieza con una gota de rocío como con un diamante y de todas las casas que visita saca miel misteriosa, rica y pesada miel, espeso aroma, líquida luz que cae en goterones hasta que a su palacio colectivo regresa y en las góticas almenas deposita el producto de la flor y del vuelo, el sol nupcial seráfico y secreto! Multitud de la abeja! Elevación sagrada de la unidad, colegio palpitante! Zumban sonoros números que trabajan el néctar, pasan veloces gotas de ambrosía: es la siesta del verano en las verdes soledades de Osorno. Arriba el sol clava sus lanzas en la nieve, relumbran los volcanes, ancha como los mares es la tierra, azul es el espacio, pero hay algo que tiembla, es el quemante corazón del verano, el corazón de miel multiplicado, la rumorosa abeja, el crepitante panal de vuelo y oro! Abejas, trabajadoras puras, ojivales obreras, finas, relampagueantes proletarias, perfectas, temerarias milicias que en el combate atacan con aguijón suicida, zumbad, zumbad sobre los dones de la tierra, familia de oro, multitud del viento, sacudid el incendio de las flores, la sed de los estambres, el agudo hilo de olor que reúne los días, y propagad la miel sobrepasando los continentes húmedos, las islas más lejanas del cielo del Oeste. Sí: que la cera levante estatuas verdes, la miel derrame lenguas infinitas, y el océano sea una colmena, la tierra torre y túníca de flores, y el mundo una cascada, cabellera, crecimiento incesante de panales!
Oda a la abeja
César Vallejo
Anoche, unos abriles granas capitularon ante mis mayos desarmados de juventud; los marfiles histéricos de su beso me hallaron muerto; y en un suspiro de amor los enjaulé. Espiga extraña, dócil. Sus ojos me asediaron una tarde amaranto que dije un canto a sus cantos; y anoche, en medio de los brindis, me hablaron las dos lenguas de sus senos abrasadas de sed. Pobre trigueña aquella; pobres sus armas; pobres sus velas cremas que iban al tope en las salobres espumas de un mar muerto. Vencedora y vencida, se quedó pensativa y ojerosa y granate. Yo me partí de aurora. Y desde aquel combate, de noche entran dos sierpes esclavas a mi vida.
Capitulación
Luis Cernuda
Sombra hecha de luz, que templando repele, es fuego con nieve el andaluz. Enigma al trasluz, pues va entre gente solo, es amor con odio el andaluz. Oh hermano mío, tú. Dios, que te crea, será quién comprenda al andaluz.
El andaluz
Pablo Neruda
Hay cementerios solos, tumbas llenas de huesos sin sonido, el corazón pasando un túnel oscuro, oscuro, oscuro, como un naufragio hacia adentro nos morimos, como ahogarnos en el corazón, como irnos cayendo desde la piel del alma. Hay cadáveres, hay pies de pegajosa losa fría, hay la muerte en los huesos, como un sonido puro, como un ladrido de perro, saliendo de ciertas campanas, de ciertas tumbas, creciendo en la humedad como el llanto o la lluvia. Yo veo, solo, a veces, ataúdes a vela zarpar con difuntos pálidos, con mujeres de trenzas muertas, con panaderos blancos como ángeles, con niñas pensativas casadas con notarios, ataúdes subiendo el río vertical de los muertos, el río morado, hacia arriba, con las velas hinchadas por el sonido de la muerte, hinchadas por el sonido silencioso de la muerte. A lo sonoro llega la muerte como un zapato sin pie, como un traje sin hombre, llega a golpear con un anillo sin piedra y sin dedo, llega a gritar sin boca, sin lengua, sin garganta. Sin embargo sus pasos suenan y su vestido suena, callado como un árbol. Yo no sé, yo conozco poco, yo apenas veo, pero creo que su canto tiene color de violetas húmedas, de violetas acostumbradas a la tierra, porque la cara de la muerte es verde, y la mirada de la muerte es verde, con la aguda humedad de una hoja de violeta y su grave color de invierno exasperado. Pero la muerte va también por el mundo vestida de escoba, lame el suelo buscando difuntos; la muerte está en la escoba, en la lengua de la muerte buscando muertos, es la aguja de la muerte buscando hilo. La muerte está en los catres: en los colchones lentos, en las frazadas negras vive tendida, y de repente sopla: sopla un sonido oscuro que hincha sábanas, y hay camas navegando a un puerto en donde está esperando, vestida de almirante.
Sólo la muerte
Ramón López Velarde
A Enrique Fernández Ledesma. INVITACIÓN De tu magnífico traje recogeré la basquiña cuando te llegues, o niña, al estribo del carruaje. Esperando para el viaje la tarde tiene desmayos y de sus últimos rayos la luz mortecina ondea en la lujosa librea de los corteses lacayos. No temas: por los senderos polvosos y desolados, te velarán mis cuidados, galantes palafreneros. Y cuando con mil luceros en opulento derroche se venga encima la noche, obsequiará tus oídos con sus monótonos ruidos La serenata del coche. EN CAMINO Al fin te ve mi fortuna ir, a mi abrigo amoroso, al buen terruño oloroso en que se meció tu cuna. Los fulgores de la luna, desteñidos oropeles, se cuajan en tus broqueles y van por la senda larga, orgullosos de su carga, los incansables corceles. De la noche en el arcano llega al éxtasis la mente si beso devotamente los pétalos de tu mano. En la blancura del llano una fantasía rara las lagunas comparara, azuladas y tranquilas, con tus azules pupilas en la nieve de tu cara. La aurora su lumbre viva manda al cárdeno celaje y al empolvado carruaje un rayo de luz furtiva. Surge la ciudad nativa: en sus lindes, un bohío parece ver que del río el cristal rompen las ruedas, y entre mudas alamedas se recata el caserío. Como níveo relicario que ocultan los naranjales, del coche por los cristales ¿no distingues el Santuario? Del esbelto campanario salen y rayan los cielos las palomas con sus vuelos, cual si las torres, mi vida, te dieran la bienvenida agitando sus pañuelos. LLEGADA Por las tapias la verdura del jazmín cuelga a la calle, y respira todo el valle melancólica ternura. Aromarán la frescura de tus carrillos sedeños los jardines lugareños, y en las azules mañanas llegarán a tus ventanas, en enjambre, los ensueños. Escucharás, amor mío, girando en eterna danza la interminable romanza de las hojas... Y en el frío mes de diciembre sombrío, en el patriarcal sosiego del hogar, mi dulce ruego ha de loar tu belleza cabe la muda tristeza del caserón solariego. Esparcirán sus olores las pudibundas violetas y habrá sobre tus macetas las mismas humildes flores: la misma charla de amores que su diálogo desgrana en la discreta ventana, y siempre llamando a misa el bronce, loco de risa, de la traviesa campana. A tus plácidos hogares irán las venturas viejas como vienen las abejas a buscar los colmenares. Y mi cariño en tus lares verás cómo se acurruca libre de pompa caduca, al estrecharte mi abrazo en el materno regazo de la aromosa tierruca.
VIAJE AL TERRUÑO
Juan Luis Panero
Una casa vacía, otra derrumbada, un niño muerto al que le cuentan cuentos, despedidos fantasmas que se desvanecen, ceniza y hueso, piedras derrotadas. Cuartos alquilados, repetidos espacios fugaces, las huellas de los cuerpos en las sábanas, una pesada resaca sin destino, voces que nadie escucha, imágenes de sueños. Innecesarias páginas, gaviotas en la ventana, mar o desierto, blancos despojos, signos y rostros en la pared de la memoria. Sucias pupilas de sol en México, tercos los ojos redondos de la calavera contemplan pasado, presente, futuro, sombras tenaces, metáforas gastadas. Miro sin ver lo que ya he visto, humo disforme que se esfuma, invisible mortaja bajo nubes fugaces. Humo en la noche y la nada instantánea.
AUTOBIOGRAFÍA
Pablo Neruda
Cuando el arroz retira de la tierra los granos de su harina, cuando el trigo endurece sus pequeñas caderas y levanta su rostro de mil manos, a la enramada donde la mujer y el hombre se enlazan acudo, para tocar el mar innumerable de lo que continúa. Yo no soy hermano del utensilio llevado en la marea como en una cuna de nácar combatido: no tiemblo en la comarca de los agonizantes despojos, no despierto en el golpe de las tinieblas asustadas por el ronco pecíolo de la campana repentina, no puedo ser, no soy el pasajero bajo cuyos zapatos los últimos reductos del viento palpitan y rígidas retornan las olas del tiempo a morir. Llevo en mi mano la paloma que duerme reclinada en la se- milla y en su fermento espeso de cal y sangre vive Agosto, vive el mes extraído de su copa profunda; con mi mano rodeo la nueva sombra del ala que crece: la raíz y la pluma que mañana formarán la espesura. Nunca declina, ni junto al balcón de manos de hierro, ni en el invierno marítimo de los abandonados, ni en mi paso tardío, el crecimiento inmenso de la gota, ni el párpado que quiere ser abierto: porque para nacer he nacido, para encerrar el paso de cuanto se aproxima, de cuanto a mi pecho golpea como un nuevo corazón tembloroso. Vidas recostadas junto a mi traje como palomas paralelas, o contenidas en mi propia existencia y en mi desordenado sonido para volver a ser, para incautar el aire desnudo de la hoja y el nacimiento húmedo de la tierra en la guirnalda: hasta cuándo debo volver y ser, hasta cuándo el olor de las más enterradas flores, de las olas más trituradas sobre las altas piedras, guardan en mí su patria para volver a ser furia y perfume? Hasta cuándo la mano del bosque en la lluvia me avecina con todas sus agujas para tejer los altos besos del follaje? Otra vez escucho aproximarse como el fuego en el humo nacer de la ceniza terrestre, la luz llena de pétalos, y apartando la tierra en un río de espigas llega el sol a mi boca como vieja lágrima enterrada que vuelve a ser semilla.
Naciendo en los bosques
Vicente Gerbasi
Sí, la noche sostenida en las grandes hojas espesas, en las lianas que bajan hasta las aguas negras, como lentas serpientes encantadas por los brujos, en los brillos que huyen como soplos azules, dando un temblor fugaz a las ocultas flores, te dio el secreto antiguo de mi ardorosa tierra. Tocaste las raíces, las piedras y las frutas, abrazando los árboles, corriste por pantanos, penetraste en las cuevas, heriste el armadillo, que semeja un cruzado de bruñidas corazas, perdido en las penumbras de la selva y el río. Viste las madrugadas de las lluvias calientes y oíste el murmurar de árboles y animales, ese reclamo eterno de la tierra en la noche que a veces llora y grita y ronca en la pantera. Y viste el estallido de las grandes semillas, y el nacer de la hoja y el abrir de la flor. Y hablaste, circundado por venados atónitos: “¡Ampárame, oh tierra maravillosa! Yo me estaré contigo adorando tus peñas que en las penumbras tienen rostros de nuevos dioses. Yo vengo de los puertos, de las casas oscuras, donde el viento de enero destruye niños pobres, donde el pan ha dejado de ser pan para los hombres. Yo vengo de la guerra, del llanto y de la cruz. ¡Ampárame, oh tierra maravillosa!”
CANTO XV
Juan Ramón Mansilla
Un helado en el banco de un parque, un café cada recreo, un cigarro a todas horas, la sopa, el filete, la ensalada, el agrio del ayer, el ron porque sí, la soledad porque no. Sabores amargos, fríos sabores, sabores que no saben a vida. La boquilla y el humo del cigarro compartido, el agua, el zumo y el alcohol que a mi boca trasiegas de la tuya, tu cuello, tu lengua, tus pechos y tu ombligo, tu ano, tu vagina. Sabores urgentes, vivos sabores, sabores inacabados todavía.
Sabores
Santiago Montobbio
Supongo que por ser casi lo único que estaba abierto los domingos en el acuario municipal que están estos días derribando habíamos pasado no sé qué desmesurado número de tardes, y recuerdo cómo sólo llegar nos dirigíamos a saludar a tío Alfonso convertido en un besugo, aquel besugo afable, exacto a él y que creíamos que a la fuerza tenía ya que conocernos. El tiempo del que hablo era entonces tan extraño que aún no se habían inventado esas modernas variantes del los parkings que creo que se llaman guarderías, y si me esforzara podría de mañanas y tardes trazar una prolija geografía -la catedral y los paseos, la feria de belenes y de libros, jardines cerca de las autopistas o autos de choque o museos infinitos: calles, rosas y cuadros probablemente más hermosos pero también un poquitín más aburridos que el besugo-. Pero no me interesa y entonces no me esfuerzo. Porque más que eso son los pequeños y diarios infiernos que salpican lo que se dice una vida de familia, ese modo de estar siempre un cazador oculto y fiero en casa y los insoportable ritos de la estupidez y de la histeria de los que muy pronto tuve que aprender a huir íntimamente, para seguir viviendo, lo que siempre recuerdo y lo que me hace pensar siempre que puede no haber modo más titánico de ganarse a pulso el cielo ni oficio más gravoso que el buen oficio de ser madre y pensar también que cuando pienso eso mejor es que me calle sino quiero acabar enhebrando una con otra las cursilerías y más que nada estar convencido de que si algún día consiguiera cifrar en un cuadro, en media página o en cualquier otra imposible forma del tiempo o de la música alguna sombra de mi despedazada vida sólo un nombre podría llevar la dedicatoria.
Sólo un nombre podría llevar la dedicatoria
Luis de Góngora
No enfrene tu gallardo pensamiento Del animoso joven mal logrado El loco fin, de cuyo vuelo osado Fue ilustre tumba el húmido elemento. Las dulces alas tiende al blando viento, Y sin que el torpe mar del miedo helado Tus plumas moje, toca levantado La encendida región del ardimiento. Corona en puntas la dorada esfera Do el pájaro real su vista afina, Y al noble ardor desátese la cera; Que al mar, do tu sepulcro se destina, Gran honra le será, y a su ribera, Que le hurte su nombre tu ruina.
A UN CABALLERO POETA
José Martí
Cultivo una rosa blanca en junio como en enero para el amigo sincero que me da su mano franca. Y para el cruel que me arranca el corazón con que vivo, cardo ni ortiga cultivo; cultivo la rosa blanca.
Cultivo Una Rosa Blanca
Delfina Acosta
Fantasmas de la noche, niñas tristes que escriben con las luces apagadas. Dragones del infierno las vigilan y en un castillo mueren encerradas. Sus nombres se pronuncian como lirios. Las miro cada tarde atareadas buscando el verso de hoja gris que diga aquel dolor de mar que no se acaba. Y un duelo, un no sé qué lejano, inmenso, como una horca entonces cierra mi alma. Mis niñas, la costumbre de buscar angustias como agujas mal se paga. Si hubieran hecho caso a sus madrastras. ¡Si no hubieran salido de sus casas! Sus senos se deshojarán. Tan sólo el frío irá a crecer en sus entrañas.
Fantasmas
Bartolomé Leonardo de Argensola
Firmio, en tu edad ningún peligro hay leve; porque nos hablas ya con voz escura, y, aunque dudoso, el bozo a tu blancura sobre ese labio superior se atreve. Y en ti, oh Drusila, de sutil relieve el pecho sus dos bultos apresura, y en cada cual sobre su cumbre pura vivo forma un rubí su centro breve. Sienta vuestra amistad leyes mayores: que siempre Amor para el primer veneno busca la inadvertencia más sencilla. Si astuto el áspid se escondió en lo ameno de un campo fértil, ¿quién se maravilla de que pierdan el crédito sus flores?
A UN CABALLERO Y UNA DAMA
Octavio Paz
Dales la vuelta, cógelas del rabo (chillen, putas), azótalas, dales azúcar en la boca a las rejegas, ínflalas, globos, pínchalas, sórbeles sangre y tuétanos, sécalas, cápalas, písalas, gallo galante, tuérceles el gaznate, cocinero, desplúmalas, destrípalas, toro, buey, arrástralas, hazlas, poeta, haz que se traguen todas sus palabras.
Las palabras
Antonio Machado
Un libro de amores, de flores fragantes y bellas, de historias de lirios que amasen estrellas; un libro de rosas tempranas y espumas de mágicos lagos en tristes jardines, y enfermos jazmines, y brumas lejanas de montes azules... Un libro de olvido divino que dice fragancia del alma, fragancia que puede curar la amargura que da la distancia, que sólo es el alma la flor del camino. Un libro que dice la blanca quimera de la Primavera, de gemas y rosas ceñida, en una lejana, brumosa pradera perdida...
Al libro Ninfeas, del...
Alfredo Lavergne
Como me siento lejos de donde estoy O porque me empujan hacia donde no iré Camino Y con un hábil golpe del lápiz Que resume las imágenes Que lleva de viaje Subo al tren. Me devuelvo donde no deben ignorarme Retorno porque lo anterior va conmigo Regreso a mi ciudad y llego a otra.
Transterrado
Blanca Andreu
(Loto) -¿Quién eres tú, misteriosa paloma vegetal de las aguas perfumada estrella viviente? -Cuando alza el azafrán como un monarca su morada corona y hace brillar su pistilo escarlata del color de unos labios diciendo: “cosechadme” y las lentejas de agua y las castañas de agua abren sus verdes ojos y pasean por el lago yo lanzo mis raíces a las profundidades navego por debajo en un viaje de muerte como el amor terrible atravieso el olvido y llego hasta la tierra sub-acuática como a un palacio negro y allí entro sombrío, soberano a comenzar mi historia y entonces vivo contra las aguas desde la tierra al cielo como el amor real y majestuoso subo de la savia a la flor y entonces soy corazón blanco en las manos del río soy nube anclada de salvajes raíces soy el suave cordero de las lagunas: la rosa de Siddhartha.
EN LA INDIA
Paz Díez Taboada
-Desde aquí arriba -¡se lo aseguro, suban!- resulta impresionante el panorama. Al fondo -allá, donde huye el horizonte-, nubes rojas se enlazan con la tarde. La ciudad se retrepa contra el cerro -como un viejo, cansado, en su poltrona- y sonríe en las cúpulas que brillan al herirlas el sol con sus rayos dorados. -¡Olvídame, mostrenco cicerone! Desde aquí arriba -¡te lo aseguro, sube!- desolación es todo el panorama... Las nubes son un mar. El sol, un pozo. El viento barre el corazón vacío. Y, cerrada la puerta de la torre, bajar en caída libre es la sola salida.
El panorama
Luis de Góngora
Velero bosque de árboles poblado, Que visten hojas de inquieto lino; Puente inestable y prolija, que vecino El Occidente haces apartado: Mañana ilustrará tu seno alado Soberana beldad, valor divino, No ya el de la manzana de oro fino Griego premio, hermoso, mas robado. Consorte es generosa del prudente Moderador del freno mexicano. Lisonjeen el mar vientos segundos; Que en su tiempo (cerrado el templo a Jano, Coronada la paz) verá la gente Multiplicarse imperios, nacer mundos.
A LA EMBARCACIÓN
Fernando de Herrera
de antiguos pensamientos molestado, huyendo el resplandor del sol dorado, que de sus puros rayos me destierra. El paso a la esperanza se me cierra, de una ardua cumbre a un cerro vo enriscado, con los ojos volviendo al apartado lugar, sólo principio de mi guerra. Tanto bien representa la memoria y tanto mal encuentra la presencia, que me desmaya el corazón vencido. ¡Oh crueles despojos de mi gloria! desconfïanza, olvido, celo, ausencia, ¿por qué cansáis a un mísero rendido?
Yo voy por esta solitaria tierra
Ángel García Aller
I ocurre a veces que sentado a mi propia mesa mientras alzo la copa más amarga por vosotros llegáis abrís de golpe os atrevéis a invadir mi casa sus cimientos la puerta que da al sol lo que he guardado en el cuarto trastero con sigilo para hablar de lo mucho que nos duele subir por la palabra hasta el asombro al encuentro a la verdad a las alturas y dejarse caer sobre la vida II sucede con frecuencia que la noche nos sorprende con un pan entre las manos y lloramos la muerte de un amigo su entera dimensión lo que solía entregarnos a cambio de un abrazo de una estrella capturada por la espalda cuando piedra sobre piedra fuimos nube sorpresa compartida aire preciso cuando un dios a nuestro paso declinaba su oscura fiereza y nos sabía más cercanos que nunca a sus dominios III acontece en fin que nos miramos al fondo de los ojos y hay un hombre que regresa hasta nosotros que maldice el pan sobre la mesa la palabra que nadie ha pronunciado todavía y es entonces sabedlo sólo entonces cuando toda la casa se derrumba por mucho que gritemos o amanezca
Cuando toda la casa se derrumba
Jorge Teillier
Y tú quieres oír, tú quieres entender. Y yo te digo: olvida lo que oyes, lees o escribes. Lo que escribo no es para ti, ni para mí, ni para los iniciados. Es para la niña que nadie saca a bailar, es para los hermanos que afrontan la borrachera y a quienes desdeñan los que se creen santos, profetas o poderosos.
BOTELLA AL MAR
Jaime Sabines
Boca de llanto, me llaman tus pupilas negras, me reclaman. Tus labios sin ti me besan. ¡Cómo has podido tener la misma mirada negra con esos ojos que ahora llevas! Sonreíste. ¡Qué silencio, qué falta de fiesta! ¡Cómo me puse a buscarte en tu sonrisa, cabeza de tierra, labios de tristeza! No lloras, no llorarías aunque quisieras; tienes el rostro apagado de las ciegas. Puedes reír. Yo te dejo reír, aunque no puedas.
Boca de llanto
Gustavo Adolfo Bécquer
Volverán las oscuras golondrinas en tu balcón sus nidos a colgar, y otra vez con el ala a sus cristales jugando llamarán. Pero aquellas que el vuelo refrenaban tu hermosura y mi dicha a contemplar, aquellas que aprendieron nuestros nombres... ¡esas... no volverán!. Volverán las tupidas madreselvas de tu jardín las tapias a escalar, y otra vez a la tarde aún más hermosas sus flores se abrirán. Pero aquellas, cuajadas de rocío cuyas gotas mirábamos temblar y caer como lágrimas del día... ¡esas... no volverán! Volverán del amor en tus oídos las palabras ardientes a sonar; tu corazón de su profundo sueño tal vez despertará. Pero mudo y absorto y de rodillas como se adora a Dios ante su altar, como yo te he querido...; desengáñate, ¡así... no te querrán!
Rima LIII
Juan Ramón Jiménez
Sólo mi frente y el cielo. Los únicos universos. Mi frente, sólo, y el cielo. (Entre ellos, la brisa pura, caricia fiel, mano única para tales plenitudes. La brisa, que baja y sube). Arriba, todo el ser vivo, todo el sueño en mi sentido, rozando a aquel con las alas que a su armonía él le baja. Nada más. (¿Acaso eres tú la brisa que va y viene del cielo, amor, a mi frente?)
Sólo mi frente y el cielo
Federico García Lorca
La Tarara, sí; la tarara, no; la Tarara, niña, que la he visto yo. Lleva la Tarara un vestido verde lleno de volantes y de cascabeles. La Tarara, sí; la tarara, no; la Tarara, niña, que la he visto yo. Luce mi Tarara su cola de seda sobre las retamas y la hierbabuena. Ay, Tarara loca. Mueve, la cintura para los muchachos de las aceitunas.
La Tarara
Vicente Gerbasi
El velero lustroso de la muerte pasea tu silencio por mis mares sombríos entre brillos de un agua negra en ondas, donde cantan marinos de otro tiempo, ahogados en la noche, rendidos a las algas que transportan las sombras. Y siempre vienes a mí desde el olvido, aventurero terrestre de barbas seculares. Tus zapatos aún suenan sobre los ladrillos y sobre las arenas de bahías desiertas, con baúles desenterrados y monedas, y con rocas lejanas donde los astros caen, donde avanzan temblando las auroras, en medio de las sombras de los fríos, y de pinos del mar, y signos y colores espectrales, y las sombras de madres de barqueros, llamando entre sus paños y sus cabellos, y sus voces confundidas, y sus lágrimas perdiéndose en la arena, y gaviotas en fila, volando hacia otro mundo, hacia distancias cárdenas y negras, hacia un día del misterio, donde grita el hombre a su muerte. Te sigue un perro grande, el perro fiel y lento de nuestra lejanía. En tu penumbra brillan barcas abandonadas. Con las ráfagas gimen tus hondas soledades y entre las algas tiembla el grave amanecer. Te alejas en tu viaje como llovizna leve, como el rumor del mar en los caracoles. En mi soledad guardo tus hondas soledades. De ti vienen los días donando en las guitarras del olvido. Por ti yo soy el hombre, el portador del fuego. Por ti mi mano levanta el espejo que refleja la montaña. Hacia mí venían tus huellas, tu fábula y tu clima, y aún te veo llegar desde la muerte, padre del remo, padre del pesado saco, padre de la cólera y el canto.
CANTO VI
Gonzalo de Berceo
¡Eya, velar! ¡Eya, velar! ¡Eya, velar! Velat, aljama de los judíos, ¡eya, velar!, que non vos furten al Fijo de Díos. ¡Eya, velar! Ca furtárvoslo querrán, ¡eya, velar!, Andrés e Peidro et Johán. ¡Eya, velar! Non sabedes tanto descanto, ¡eya, velar!, que salgades de so encanto. ¡Eya, velar! Todos son ladronciellos, ¡eya, velar!, que assechan por los pestiellos. ¡Eya, velar! Vuestra lengua tan palabrera, ¡eya, velar!, havos dado mala carrera. ¡Eya, velar! Todos son omnes plegadizos, ¡eya, velar!, rioaduchos mescladizos. ¡Eya, velar! Vuestra lengua sin recabdo, ¡eya, velar!, por mal cabo vos ha echado. ¡Eya, velar! Non sabedes tant de engaño, ¡eya, velar!, que salgades ende este año. ¡Eya, velar! Non sabedes tanta razón, ¡eya, velar!, que salgades de la prisión. ¡Eya, velar! Tomaseio e Matheo, ¡eya, velar!, de furtarlo han gran deseo. ¡Eya, velar! El discípulo lo vendió, ¡eya, velar!, el Maestro non lo entendió. ¡Eya, velar! Don Philipo, Simón e Judas, ¡eya, velar!, por furtar buscan ayudas. ¡Eya, velar! Si lo quieren acometer, ¡eya, velar!, ¡oy es día de parescer! ¡Eya, velar! ¡Eya, velar! ¡Eya, velar! ¡Eya, velar!
CANTICA
Santiago Montobbio
De todos mis amigos yo tuve la muerte más extraña: con el alma dislocada fui silencio por la página. ¿DE PARTE DE QUIÉN? En nombre de Dios abandonamos las señales en el aire. Nos quedaba el vivir, el vivir sin trabas, en nombre de nadie. No apostamos por él (nosotros, jamás apostamos), pero éramos jóvenes o tenían aún luz las palabras de unos versos extraños que el corazón cifraba. La tarde era una niña a quien abrazábamos riendo en la mañana falsa, y el alcohol y su excitante plata, que luego fatiga y araña, nos hacía andar sin camino, mas fuera de prisa. Era dulce no tener principio y menos aún destino. Era dulce estar en el aire, atravesar el tiempo, ser el vivir que no sabe o sólo nace cultivando cuerpos que dormían como naranjas buenas tras los ojos. Pero llegó la noche, última, terrible y sin aviso, para segarnos las miradas y del amor dejar asfalto. Fueron las ciudades un insomnio y cualquier alma se hacía pequeña en sus estanques. Adiós y sangre, adiós continuo los gestos, los verbos y los días. No teníamos nada: ni cornisas torpes, ni palabras caducas, sólo ciudad e insomnio, un cartón sin colores para recortarnos en él y no tener padre. Entonces mordimos el cartón y miramos al aire. Qué buscábamos pájaros muertos lo saben: un olor de mañana sobre una risa afable. Quizá no debíamos, nosotros, los perdidos. Pero lo hicimos, e intentamos que una lluvia volviera sobre las derrotadas estancias, y para vivir nomás, para vivir sin tener que hacerlo en nombre de nadie. Hablo en plural para fingir no estar tan solo, o quizá es que en esta noche ya soy todos.
Póstumo
Luis de Góngora
Al tronco Filis de un laurel sagrado Reclinada, el convexo de su cuello Lamía en ondas rubias el cabello, Lascivamente al aire encomendado. Las hojas del clavel, que había juntado El silencio en un labio y otro bello, Violar intentaba, y pudo hacello, Sátiro mal de hiedras coronado; Mas la invidia interpuesta de una abeja, Dulce libando púrpura, al instante Previno la dormida zagaleja. El semidiós, burlado, petulante, En atenciones tímidas la deja De cuanto bella, tanto vigilante
Al tronco Filis de un laurel sagrado
Claribel Alegría
...existen los barrotes nos rodean también existe el catre y sus ángulos duros y el poema río que nos sostiene a todos y es tan substantivo como el catre el poema que todos escribimos con lágrimas y uñas y carbón.
EPÍLOGO
Alfredo Lavergne
En esta escalera que conduce al dolor Decimos que somos testigos de la gloria De las grandes ciudades que influyeron Las muy pequeñas Con sus breves Castillos Iglesias Mansiones De delgadas y femeninas columnas jónicas O con el macizo y angular orden dórico. América Trabajo Para ser leído: Ahora que mi poesía conoce tu oceánica majestuosidad Ahora que vi al pescador en la rada ocuparse de sus remos Ahora que la humedad y el frío de tus aldeas me conmueven. Llevo este poema al libro para que se le honre.
Mezquindades y necesidades
Pablo de Rokha
(Dedicado a Pablo Neruda) Gallipavo senil y cogotero de una poesía sucia, de macacos, tienes la panza hinchada de dinero. Defeca en el portal de los maracos, tu egolatría de imbécil famoso tal como en el chiquero los verracos. Legas a ser hediondo de baboso, y los tontos te llaman: ¡«gran podeta»! en las alcobas de lo tenebroso. Si fueras un andrajo de opereta, y únicamente un pajarón flautista, ¡sólo un par depatadas en la jeta!... Pero tu índole sadomasoquista, un tiburón de las cloacas suma a la carroña del oportunista. Y si eres infantil como la espuma, eres absurdo Cacaseno oscuro, si el escribir con menstruación te abruma. Granburgués, te arrodillas junto al muro del panteón de la Academia Sueca, a mendigar... ¡dual amoral impuro! Y emerge el delincuente hacia la pleca de la carátula facinerosa, que exhibe al sol la criadilla seca. Astuto, ruin, tarado, voz gangosa, saqueas a la U.R.S.S, envilecido, con la tremenda mano estropajosa. Flojo arribista, tonto y bien comido, dijiste de este norme pueblo ardiente: «Chile, país de cafres», ¡gran bandido! Eres la negra cabeza de puente de la horrorosa corrupción burguesa en el filo-marxismo decadente. Avido como pájaro de presa, refleja tu persona a un mar de idiotas, y es su retrato, en ti, lo que interesa. Por eso no caminas, y rebotas contra la parte más noble y sufriente de tu partido, y te ladran las botas. ¡Tú, el discriminador impenitente, burócrata y plutócrata racista que insulta a herida, a eterna, a heroica gente!... Es que tienes costumbres de alquimista de fiambrería, y es que estás vendido, todo, al gran criminal imperialista. Es que tienes costumbres de alquimista de fiambrería, y es que estás vendido, todo, al gran criminal imperialista. La baba oscura del hampón, hundido en la maldad oblicua del plagiario, te chorrea del corazón podrido. Y las pelotas del «estravagario», juegan al campeonato del canalla en el gran orinal «crepusculario». Eres el «jefe» de una tal morralla, tan desleal como todo cobarde, y mereces escupos, no metralla. Calumniador e infamador, tu alarde de apropiarte de un muerto es de demente, que se ahoga en los mares de la tarde. Abominando del hombre valiente, echas en cara la desgracia humana, y, al insultar, muestras la bestia ingente. ¡Es tan abyecta tu actitud marrana y es tan de amoral tu ejecutoria... ¡debiste ser hijo de puto y rana!... Chillas por eso pidiendo euforia necio-anormal de «un puntapié en el culo», y el ser pro-imperialista es tu victoria. Tu condición de Judas y de Chulo, corrompe con dinero mal habido, y a quien explotas, lo declaras nulo. Tu verso inmoral se ha «enriquecido» de un mil de pederastas de prontuario: cantas por paga, en tu rabel transido. Estafándola, alzando su calvario, a aquella fiel humilde «hormiguita», formas la roña del prostibulario. Por tu gran colección hermafrodita sin que falte una loca Concha sola, la Reacción mundial te felicita. la miendo por debajo de la cola al ladrón del Viet Nam, al asesino, eres el héroe de la coca-cola. Gran comensal del Wall Street ladino miras a Cuba como los «gusanos», y su martirio te importa un comino. Tu comunismo es farsa de Casi Anos emputacidos y escandalosos, que vende, como reses, sus hermanos. Ceñido de mugrientos y roñosos, tinterillo de latifundistas, yo te comparo a los perros tiñosos. Defiendes, pisoteando comunistas, a los patrones contra los peones, y los dueños de fundo son tus pistas. Ladroneando, eres tú flor de bribones, y como vives de seres dudosos, auspicias guardaespaldas maricones. Insultador de héroes grandiosos, como Mao Tse-tung y su Partido, entregas sangre ajena alos golosos. Tu «pedosita» es pacotilla, herido de vanidad añeja de ramera, «gozas» de «fama», pero estás vencido. A la siniestra mafia aventurera de la chacota en la literatura tu camarilla le dio pedorrera. ¡Oh! mixtificador, tu sinecura de atorrante político, «escruchante» poético, es un tarro de basura. Engañas a «las musas», y el cantante de prostíbulo que hay en tus muletas, en las ideas es un comerciante. Sodomitas, rufianes, proxenetas, pacotilleros y filibusteros, te corretean entre cuchufletas. Bohemio y metafísico, en usleros de material confuso estás sentado, como en grandes divanes de braseros. De «Derecha» y de «Izquierda» te has timbrado y oscilas de entre alones y loyolas, manoseando para lado y lado. Como te arrastran las sesenta bolas de las antologías criminales, te balanceas en las carambolas. Un rebizno mundial de homosexuales, monta la máquina cosmopolita de tus negocios internacionales. Y hasta el cura pronazi aranedita llorando se arremanga las polleras en honor de tu gran guata «bendita». Yegua de arreo, riega las praderas de la bohemia tu meada de piojo funeral, corroído de goteras. Los de Hernanes, el negro y el rojo, son los sucios eunucos amarillos de tu harem: Cardenal y Matapiojo. Ellos te chupan de los calzoncillos la bazofia, con lengua de lacayos: pían sin pico, aunque son pajarillos. Tal como dos esclavos, dos cipayos enmascarados en su podredumbre, sirvientes del verdugo y papagayos. Los «capos» de la antigua servidumbre te abandonaron por ingrato e inmundo como a un cuchillo mordido de herrumbe. Hoy por hoy, solo, en el hoyo del mundo chillas y gritas, espantosamente, lo mismo que un zapato moribundo. Y aunque manchas tu patria, impunemente, contrbandeando éxito por mérito, te escupe un gran gargajo frente a frente. Vendido a Norteamérica, el pretérito de tus engaños al proletariado, da vuelta la chaqueta al benemérito. Traidor y desertor calificado, te burlaste de los trabajadores yendo de negociado en negociado. Tu frenesí es corruptor de menores intelectuales, «regolucionario» a lo Mansilla, «Rey» de embaucadores. «La araña negra» y «el patibulario» te llamó Juan de Luigi, al cual echabas en cara la ceguera... ¡oh!, mal corsario. Telarañoso y mercantil, alabas lo que negaste, como equilibrista, y al Premio Nobel lo llenas de babas. De país en país, gran arribista, tu gonorrea literaria has ido vendiendo como egregio pendolista. Tu «reconciliación» de forajido con el imperialismo, es lo más lógico: se van de corrompido a corrompido. Como un bruto o eunuco patológico estás sobre las clases defecando y a tu estiércol lo estimas antológico. Un viejo perro muerto anda aullando en tus quejidos de gran roña ahita y, al vomitar, te vas desintegrando... Toda tu obra mal robada, imita: «Macchu-Picchu» es Ramponi, el argentino, a quien plagiaste su «Piedra Infinita». Tagore, Baudelaire, Vallejo, (vino y mito), te encubren, y te aterra haber transado tu alma de cochino. El fosil colonial de Inglaterra entre biblias y whiskyes y serpientes engendró «Residencia en la Tierra». Si hablando a gentes proletarias, mientes, mientes cantando y llorando y, mintiendo, mientes a delincuentes y a inocentes. Como lo heroico no lo estás viviendo, tú frenas la potencia de las masas con tu veneno «poético» horrendo. Por tus siete maletas, sobrepasas el equipaje multimillonario, cuando el botín repleta tus tres casas. A alguna menopáusica de acuario, «tu Farewell» ¡de Blomberg!, le produjo alteraciones en su calendario. Sabat Ercasty te dejó con pujo sangriento, y «El Hondero Entusiasta», es la baraja y el moco del brujo. Siendo un feto, te das de iconoclasta, y a mí me has estafado desde el nombre a esta línea de fuego, que te aplasta. No eres un hombre pobre un pobre hombre condecorado como a un espía del anticomunismo, cobre a cobre. «Punta de lanza» de la porquería capitalista, porque no batallas, en la agonía de la burguesía. Ni Trujillo agregó a tantas medallas tanta asquerosa maldad engañosa, y «Chapitas» fue ejemplo de canallas. El gran oficialismo es tu ruidosa pantalla, adulas a cualquier Gobierno y le cambias por plata, verso o prosa. «Gran mal poeta», (engendro del infierno), te llamó Juan Ramón en «Españoles de Tres Mundos», Caín de mas de un cuerno. ¡Y tú, coleccionando caracoles o mascarones en que te defines!... «Radio La Habana» baleó tus controles... Entre los más rosados querubines, te «canonizarán» de comunista con la trompeta de los malandrines. Un Belaúnde pronacifascista y asesinador de guerrilleros coronó tu cinismo de pancista. Como a chancha «matada», los culeros te lastiman el lomo y las berijas, (dos instrumentos de los marulleros). Es decir, las ambiguas sabandijas de la retórica y de la poética, ya sólo en los sobacos las prohijas. Porque como eres «loco» de la estética y el robot parroquial de un clan idiota, hasta tus cómplices piden genética. ¿Tú revolucionario? La pelota del trotzquismo te cuelga del hocico, enmascarándote. Y Lenin te azota. Con tu conducta de sapo y de mico ofendes a la inmensa clase obrera, y a costillas del pueblo eres tan rico. Además, el Pentágono reitera en dólares sonantes y contantes, su amor a la canalla aventurera. Y la CIA procura resonantes éxitos al carajo «bien portado» y condecoraciones y diamantes. Y un horrendo esplendor prefabricado y queso y pan y vino, todo de oro, y los difraces del enmascarado. La gritería universal, el toro de cartón rojo, el Caballo de Troya, la gran máquina-jaula para el loro. Turbia gran bruja macabra de Goya es tu aflicción de «Toribio Gallina, el Náufrago», colgando de una bo... ya. A tu «realismo» échale formalina en el tronco esencial de la macana, porque muestra su lengua femenina. La épica social americana la escribo yo, rugiendo pueblo adentro, con mi pluma-fusil, (gran hacha humana). Y tu canción de amor es epicentro de mistificadores, y bolina de maricas, con punto y como al centro. Lo bautizaste como «Guillermina» al «Mascarón», que oculta tus «apremios» de bailarín de la Tía Carlina. Y si aún deseas premios y más premios, te ofrezco el premio a la sirvengüenzura colosal y feroz de los bohemios, que se cavan la propia sepultura: no importas tú, ¡importa tu impostura!...
TERCETOS DANTESCOS A CASIANO BASUALTO
Pablo Neruda
NAZIM, de las prisiones recién salido, me regaló su camisa bordada con hilos de oro rojo como su poesía. Hilos de sangre turca son sus versos, fábulas verdaderas con antigua inflexión, curvas o rectas, como alfanjes o espadas, sus clandestinos versos hechos para enfrentarse con todo el mediodía de la luz, hoy son como las armas escondidas, brillan bajo los pisos, esperan en los pozos, bajo la oscuridad impenetrable de los ojos oscuros de su pueblo. De sus prisiones vino a ser mi hermano y recorrimos juntos las nieves esteparias y la noche encendida con nuestras propias lámparas. Aquí está su retrato para que no se olvide su figura: Es alto como una torre levantada en la paz de las praderas y arriba dos ventanas: sus ojos con la luz de Turquía. Errantes encontramos la tierra firme bajo nuestros pies, la tierra conquistada por héroes y poetas, las calles de Moscú, la luna llena floreciendo en los muros, las muchachas que amamos, el amor que adoramos, la alegría, nuestra única secta, la esperanza total que compartimos, y más que todo una lucha de pueblos donde son una gota y otra gota, gotas del mar humano, sus versos y mis versos. Pero detrás de la alegría de Nazim hay hechos, hechos como maderos o como fundaciones de edificios. Años de silencio y presidio. Años que no lograron morder, comer, tragarse su heroica juventud. Me contaba que por más de diez años le dejaron la luz de la bombilla eléctrica toda la noche y hoy olvida cada noche, deja en la libertad aún la luz encendida. Su alegría tiene raíces negras hundidas en su patria como flor de pantanos. Por eso cuando rie, cuando ríe Nazim, Nazim Hikmet, no es como cuando ríes: es más blanca su risa, en él ríe la luna, la estrella, el vino, la tierra que no muere, todo el arroz saluda con su risa, todo su pueblo canta por su boca.
Aquí viene Nazim Hikmet
Pablo Neruda
Cien sonetos de amor Amor mío, al cerrar esta puerta nocturna te pido, amor, un viaje por oscuro recinto: cierra tus sueños, entra con tu cielo en mis ojos, extiéndete en mi sangre como en un ancho río. Adiós, adiós, cruel claridad que fue cayendo en el saco de cada día del pasado, adiós a cada rayo de reloj o naranja, salud oh sombra, intermitente compañera! En esta nave o agua o muerte o nueva vida, una vez más unidos, dormidos, resurrectos, somos el matrimonio de la noche en la sangre. No sé quién vive o muere, quién reposa o despierta, pero es tu corazón el que reparte en mi pecho los dones de la aurora.
Cien sonetos de amor
Antonio Machado
Poeta ayer, hoy triste y pobre filósofo trasnochado, tengo en monedas de cobre el oro de ayer cambiado. Sin placer y sin fortuna, pasó como una quimera mi juventud, la primera... la sola, no hay más que una: la de dentro es la de fuera. Pasó como un torbellino, bohemia y aborrascada, harta de coplas y vino, mi juventud bien amada. Y hoy miro a las galerías del recuerdo, para hacer aleluyas de elegías desconsoladas de ayer. ¡Adiós, lágrimas cantoras, lágrimas que alegremente brotabais, como en la fuente las limpias aguas sonoras! ¡Buenas lágrimas vertidas por un amor juvenil, cual frescas lluvias caídas sobre los campos de abril! No canta ya el ruiseñor de cierta noche serena; sanamos del mal de amor que sabe llorar sin pena. Poeta ayer, hoy triste y pobre filósofo trasnochado, tengo en monedas de cobre el oro de ayer cambiado.
Coplas mundanas
Ramón López Velarde
Yo tuve, en tierra adentro, una novia muy pobre: ojos inusitados de sulfato de cobre. Llamábase María; vivía en un suburbio, y no hubo entre nosotros ni sombra ni disturbio. Acabamos de golpe: su domicilio estaba contiguo a la estación de los ferrocarriles, y ¿qué noviazgo puede ser duradero entre campanadas centrífugas y silbatos febriles? El reloj de su sala desgajaba las ocho; era diciembre, y yo departía con ella bajo la limpidez glacial de cada estrella. El gendarme, remiso a mi intriga inocente, hubo de ser, al fin, forzoso confidente. María se mostraba incrédula y tristona: yo no tenía traza de una buena persona. ¿Olvidarás acaso, corazón forastero, el acierto nativo de aquella señorita que oía y desoía tu pregón embustero? Su desconfiar ingénito era ratificado por los perros noctívagos, en cuya algarabía reforzábase el duro presagio de María. ¡Perdón, María! Novia triste, no me condenes; cuando oscile el quinqué y se abatan las ocho, cuando el sillón te mezca, cuando ululen los trenes, cuando trabes los dedos por detrás de tu nuca, no me juzgues más pérfido que uno de los silbatos que turban tu faena y tus recatos.
NO ME CONDENES
Pablo Neruda
Pero entonces la sangre fue escondida detrás de las raíces, fue lavada y negada (fue tan lejos), la lluvia del Sur la borró de la tierra (tan lejos fue), el salitre la devoró en la pampa: y la muerte del pueblo fue como siempre ha sido: como si no muriera nadie, nada, como si fueran piedras las que caen sobre la tierra, o agua sobre el agua. De Norte a Sur, adonde trituraron o quemaron los muertos, fueron en las tinieblas sepultados, o en la noche quemados en silencio, acumulados en un pique o escupidos al mar sus huesos: nadie sabe dónde están ahora, no tienen tumba, están dispersos en las raíces de la patria sus martirizados dedos: sus fusilados corazones: la sonrisa de los chilenos: los valerosos de la pampa: los capitanes del silencio. Nadie sabe dónde enterraron los asesinos estos cuerpos, pero ellos saldrán de la tierra a cobrar la sangre caída en la resurrección del pueblo. En medio de la Plaza fue este crimen. No escondió el matorral la sangre pura del pueblo, ni la tragó la arena de la pampa. Nadie escondió este crimen. Este crimen fue en medio de la Patria.
Las masacres
Luis Cañizal de la Fuente
I A la asomada primera tras la cumbre, cuando bajaba el ballenato placentero entretenido en curvas de merienda y uvas y fortín soñoliento, el gong del mar se pone en pie de un salto dando con la cabeza en el pavés del cielo; esparce de ceniza las recámaras, vibran las entretelas, y hasta Alghero no tendrá paz la tarde. II (Capo Falcone) Hizo sus cálculos trigono- métricos, cuadraron y es feliz, mientras aún suda por las axilas la raíz cuadrada un rocío radioso de reloj de sol. Entretanto, algunos farallones más dichosos se enjugaban el porvenir aceitunado en cortinas de sombra.
PRETÉRITO DEL MAR INDEFINIDO
Oliverio Girondo
Serán videntes demasiado nadie colindantes opacos orígenes del tedio al ritmo gota topes digo que ingieren el desgano con distinta apariencia Son borra viva cato descompases tirito de la sangre Un poco nubecosa entre sienes de ensayo y algo mucho por cierto indiscernible esqueleteando el aire dados ay en derrumbe hacia el final desvío de ya herbosos durmientes paralelos son estertores malacordes óleos espejismos terrenos milagro intuyo vermes casi llanto que rema de la sangre Sus remordidas grietas laxas fibras orates en desparpada fiebre musito por mi doble son pedales sin olas huecos intransitivos entre burbujas madres grifosones infiero aunque me duela islas sólo de sangre
ISLAS SÓLO DE SANGRE
Juan de Arguijo
No temas, o bellísimo troyano, viendo que arrebatado en nuevo vuelo con corvas uñas te levanta al cielo la feroz ave por el aire vano. ¿Nunca has oído el nombre soberano del alto Olimpo, la piedad y el celo de Júpiter, que da la pluvia al suelo y arma con rayos la tonante mano; A cuyas sacras aras humillado gruesos toros ofrece el Teucro en Ida, implorando remedio a sus querellas? El mismo soy. No al'águila eres dado en despojo; mi amor te trae. Olvida tu amada Troya y sube a las estrellas.
A GANÍMEDES
Claribel Alegría
¿Qué fue de ese poema que no pude atrapar el que pasó rengueando frente a mí con las alitas rotas?
POEMA
Roque Dalton
La vida paga sus cuentas con tu sangre y tú sigues creyendo que eres un ruiseñor. Cógele el cuello de una vez, desnúdala, túmbala y haz en ella tu pelea de fuego, rellénale la tripa majestuosa, préñala, ponla a parir cien años por el corazón. Pero con lindo modo, hermano, con un gesto propicio para la melancolía.
NO TE PONGAS BRAVO, POETA
Juan Liscano
A Rafael Cadenas Se hizo tarde. La lucidez protege de la desolación. Se hizo tarde para emprender el viaje hacia el conocimiento liberador. Somos siervos de los artificios inventados por nosotros mismos. Siervos de máquinas, de imágenes sustitutivas del mundo, de raudales energéticos hurtados al cosmos. Nos infecta el afán de poder, el ansia de dominar sin merecimiento. Sin embargo... a veces... se oyen llamadas truncas, ecos de grandes luces, anuncios de desgarraduras celestes. Adviene la nostalgia inexplicable de lo perdido sin haberlo tenido, de lo nunca vivido. La multiplicidad ahoga. Se pertenece a la multitud, a lo relativo, a lo virtual, a lo ilusorio. Sin embargo... se escucha, de pronto, fluir en uno mismo el manantial secreto, se respira un súbito perfume, se aprende, mirando las olas, la fuerza de alzarse, de romper y volver a levantarse intacto. ¡Buscar la piedra ardiente, seguir el árbol caminante, cantar a las torres del viento llenándose de los helechos colgantes! Pero ¿no será muy tarde?
SITUACIÓN
Paz Díez Taboada
Primero fue el amor, pero partió de viaje hacia una meta oculta en la región del viento. Así siguió vagando por un amplio dominio hasta fijar los límites con áspera alambrada. Primero fue el amor. Desconcertado y tímido, marchó siguiendo un vuelo difuso y disconforme. Cuando quiso tornar al punto de partida ya se alzaban las sombras contra el cielo estrellado. Como torres, mejor, como gigantes fieros aspaventando el aire con afanes torcidos, figurones informes -tristes, malditos monstruos- recorrían en pelo los pasillos de casa.
Escapada
Luis Antonio Chávez
Ignorante eres al decir que mi pluma, si se yergue no es más que un filazo el que da y luego se agazapa; ella es una que a las dádivas huye y también al abrazo. No es que no sepa donde cae el estocazo, ni la cizaña que todo lo destruye; sucede que mejor se resguarda y huye del que finge amistad y pronto da el zarpazo; del que agita sus alas y te extiende una mano pero con la otra, como ya lo hizo Judas, hace señas para delatar al hermano. Por eso, acostumbrado estoy a sus deslices y a las prebendas les huyo; sí, es muda mi pluma, pero no achato mis narices. Luis Antonio Chávez Diciembre 8 de 2006 (8:40 a.m.)
Orgullo
Fa Claes
Un poquito, como una mañana cuando sale el sol, esquiva la penumbra la niebla de tus ojos. Ves iluminarse los colores, la luz te levanta el corazón y la esperanza te envuelve en una ola. Hoy. Todavía un momento y todo será posible hoy. Puede que haya primavera en el invierno, verano y sol y sonrisa y gritamos y oímos gritar: '¡Llego, llego!' Nos miraremos a los ojos y diremos y oiremos decir: «Te amo, amor, tanto... Tanto te amo...» Como la mañana cuando sale el sol. Quienes están delante de las puertas -nosotros estamos delante de las puertas, todos nosotros estamos aquí- ven ceder sus hojas por el mundo entero ante el deseo, la buena voluntad. '¡Llego!' Por las puertas afluyen las muchedumbres como luz, como agua, como tiempo y eternidad, un sueño como el año nuevo de dos mil que en ningún aspecto difiere de hoy en Rijmenam el universo, cada mañana cuando sale el sol.
Año nuevo de 2000
Antonio Fernández Lera
Pronto –y entre nosotros– hablaremos y nuestra voz se perderá en el vacío de palabras como silencios; las miradas y los gestos: todo; y el tiempo, suspendido como un soplo de brisa, y solos, hasta que otra voz se aproxime y nos diga lo que somos –una mota de polvo–, y nos diga: "podéis hablar ahora, es vuestro turno. No más tarde ni antes: ahora"; y hablaremos –con prisa y con melancolía. Nuestras propias palabras parecerán extrañas, como las voces de otros.
El eco de tu voz: 1
Aurelio González Ovies
De nada vale decir aquí estoy yo, gobierno y mando, si al pasar por Castilla y ver el sol crujiendo tras los olmos, uno no sabe dar gracias a Machado. De nada sirve montar revoluciones, modernizar las leyes, si al entrar en Moguer y abrir sus muros blancos, uno no escucha, como un geranio púrpura, la voz en los balcones de Juan Ramón Jiménez. Muy poco importa marcharse tan de prisa a tantas partes a todas a ninguna, sin pararse una vez, y al coger nuevo aliento y mirar el camino, sentir sobre la piel: Palabras para Julia. Sin duda alguna, España no va bien, como el resto del mundo y el fondo de la vida. Necesitamos agua, pan, un poco de esperanza. Y poesía.
Área de prioridades
Odette Alonso
La muchacha del óleo me ha mirado de su pincel renazco sin saberlo dos manchas sobre el lienzo tinta negra. El pincel es mi dedo dibujado en su espalda su dedo en mi nariz la caricia en la nuca. El lienzo es esta cama y la ciudad entera corazón que se abre sin confianza blanco y negro en el lienzo esa muchacha y yo.
ÓLEO
Genaro Ortega Gutiérrez
Ya no vale la excusa del perfil abierto para sepultar la carne arracimada, ni someterse al ritual salvaje de las evidencias. Sobre todo cuando es ocioso cumplimentar los expedientes de crisis en la mañana intacta, y el escorzo infantil con que olvidar la nieve se te ha quedado solo en el bolsillo. El puro rigor literario se te muestra más bien desnudo, hoy, mientras planea la luz invernal sobre la mesa revuelta de trabajo.
Hilos, cabellos, tejido
Genaro Ortega Gutiérrez
Reeducas la mirada y te aproximas a lo que significan los reflejos del sol sobre el trapecio. Mirada de testigo directo, que no se atreve a recortar una realidad deliberadamente contenida en las llamas de marzo, su inclinación revolucionaria. (Se apoyan unas en otras: se convierten en una especie de voladuras que contribuyen a intensificar la atmósfera, sus interioridades). Sobre el humus del último bosque hay ojos que aguardan ser olvidados.
Pausa en la zona de peaje
Octavio Paz
Llamar al pan y que aparezca sobre el mantel el pan de cada día; darle al sudor lo suyo y darle al sueño y al breve paraíso y al infierno y al cuerpo y al minuto lo que piden; reír como el mar ríe, el viento ríe, sin que la risa suene a vidrios rotos; beber y en la embriaguez asir la vida, bailar el baile sin perder el paso, tocar la mano de un desconocido en un día de piedra y agonía y que esa mano tenga la firmeza que no tuvo la mano del amigo; probar la soledad sin que el vinagre haga torcer mi boca, ni repita mis muecas el espejo, ni el silencio se erice con los dientes que rechinan: estas cuatro paredes ?papel, yeso, alfombra rala y foco amarillento? no son aún el prometido infierno; que no me duela más aquel deseo, helado por el miedo, llaga fría, quemadura de labios no besados: el agua clara nunca se detiene y hay frutas que se caen de maduras; saber partir el pan y repartirlo, el pan de una verdad común a todos, verdad de pan que a todos nos sustenta, por cuya levadura soy un hombre, un semejante entre mis semejantes; pelear por la vida de los vivos, dar la vida a los vivos, a la vida, y enterrar a los muertos y olvidarlos como la tierra los olvida: en frutos... Y que a la hora de mi muerte logre morir como los hombres y me alcance el perdón y la vida perdurable del polvo, de los frutos y del polvo.
La vida sencilla
Leopoldo María Panero
«Fifteen men on the Dead Man's Chest. Yahoo! And a bottle of rum!» Canción pirata Fumo mucho. Demasiado. Fumo para frotar el tiempo y a veces oigo la radio, y oigo pasar la vida como quien pone la radio. Fumo mucho. En el cenicero hay ideas y poemas y voces de amigos que no tengo. Y tengo la boca llena de sangre, y sangre que sale de las grietas de mi cráneo y toda mi alma sabe a sangre, sangre fresca no sé si de cerdo o de hombre que soy, en toda mi alma acuchillada por mujeres y niños que se mueven ingenuos, torpes, en esta vida que ya sé. Me palpo el pecho de pronto, nervioso, y no siento un corazón. No hay, no existe en nadie esa cosa que llaman corazón sino quizá en el alcohol, en esa sangre que yo bebo y que es la sangre de Cristo, la única sangre en este mundo que no existe que es como el mal programado, o como fábrica de vida o un sastre que ha olvidado quién es y sigue viviendo, o quizá el reloj y las horas pasan. Me palpo, nervioso, los ojos y los pies y el dedo gordo de la mano lo meto en el ojo, y estoy sucio y mi vida oliendo. Y sueño que he vivido y que me llamo de algún modo y que este cuento es cierto, este absurdo que delatan mis ojos, este delirio en Veracruz, y que este país es cierto este lugar parecido al Infierno, que llaman España, he oído a los muertos que el Infierno es mejor que esto y se parece más. Me digo que soy Pessoa, como Pessoa era Álvaro de Campos, me digo que estar borracho es no estarlo toda la vida, es estar borracho de vida y no de muerte, es una sangre distinta de esa otra espesa que se cuela por los tejados y por las paredes y los agujeros de la vida. Y es que no hay otra comunión ni otro espasmo que este del vino y ningún otro sexo ni mujer que el vaso de alcohol besándome los labios que este vaso de alcohol que llevo en el cerebro, en los pies, en la sangre. Que este vaso de vino oscuro o blanco, de ginebra o de ron o lo que sea —ginebra y cerveza, por ejemplo— que es como la infancia, y no es huida, ni evasión, ni sueño sino la única vida real y todo lo posible y agarro de nuevo la copa como el cuello de la vida y cuento a algún ser que es probable que esté ahí la vida de los dioses y unos días soy Caín, y otros un jugador de poker que bebe whisky perfectamente y otros un cazador de dotes que por otra parte he sido pero lo mío es como en «Dulce pájaro de juventud» un cazador de dotes hermoso y alcohólico, y otros días, un asesino tímido y psicótico, y otros alguien que ha muerto quién sabe hace cuánto, en qué ciudad, entre marineros ebrios. Algunos me recuerdan, dicen con la copa en la mano, hablando mucho, hablando para poder existir de que no hay nada mejor que decirse a sí mismo una proposición de Wittgenstein mientras sube la marea del vino en la sangre y el alma. O bien alguien perdido en las galerías del espejo buscando a su Novia. Y otras veces soy Abel que tiene un plan perfecto para rescatar la vida y restaurar a los hombres y también a veces lloro por no ser un esclavo negro en el sur, llorando entre las plantaciones! Es tan bella la ruina, tan profunda sé todos sus colores y es como una sinfonía la música del acabamiento, como música que tocan en el más allá, y ya no tengo sangre en las venas, sino alcohol, tengo sangre en los ojos de borracho y el alma invadida de sangre como de una vomitona, y vomito el alma por las mañanas, después de pasar toda la noche jurando frente a una muñeca de goma que existe Dios. Escribir en España no es llorar, es beber, es beber la rabia del que no se resigna a morir en las esquinas, es beber y mal decir, blasfemar contra España contra este país sin dioses pero con estatuas de dioses, es beber en la iglesia con música de órgano es caerse borracho en los recitales y manchas de vino tinto y sangre «Le livre des masques» de Rémy de Gourmont caerse húmedo babeante y tonto y derrumbarse como un árbol ante los farolillos de esta verbena cultural. Escribir en España es tener hasta el borde en la sangre este alcohol de locura que ya no justifica nada ni nadie, ninguna sombra de las que allí había al principio. Y decir al morir, cuando tenga ya en la boca y cabeza la baba del suicidio gritarle a las sombras, a las tantas que hay y fantasmas en este paraíso para espectros y también a los ciervos que he visto en el bosque, y a los pájaros y a los lobos en la calle y acechando en las esquinas «Fifteen men on the Dead Man's Chest Fifteen men on the Dead Man's Chest Yahoo! And a bottle of rum!»
LA CANCIÓN DEL CROUPIER DEL MISSISSIPI
Federico García Lorca
1 ¡Viva Sevilla! Llevan las sevillanas en la mantilla un letrero que dice: ¡Viva Sevilla! ¡Viva Triana! ¡Vivan los trianeros, los de Triana! ¡Vivan los sevillanos y sevillanas! 2 Lo traigo andado. La Macarena y todo lo traigo andado. Lo traigo andado; cara como la tuya no la he encontrado. La Macarena y todo lo traigo andado. 3 Ay río de Sevilla, qué bien pareces lleno de velas blancas y ramas verdes.
Sevillanas del Siglo XVIII
Octavio Paz
Un silencio de aire, luz y cielo. En el silencio transparente el día reposaba: la transparencia del espacio era la transparencia del silencio. La inmóvil luz del cielo sosegaba el crecimiento de las yerbas. Los bichos de la tierra, entre las piedras, bajo la luz idéntica, eran piedras. El tiempo en el minuto se saciaba. En la quietud absorta se consumaba el mediodía. Y un pájaro cantó, delgada flecha. Pecho de plata herido vibró el cielo, se movieron las hojas, las yerbas despertaron... Y sentí que la muerte era una flecha que no se sabe quién dispara y en un abrir los ojos nos morimos.
El pájaro
Gabriela Mistral
Duérmete, mi niño, duérmete sonriendo, que es la ronda de astros quien te va meciendo. Gozaste la luz y fuiste feliz. Todo bien tuviste al tenerme a mí. Duérmete, mi niño, duérmete sonriendo, que es la Tierra amante quien te va meciendo. Miraste la ardiente rosa carmesí. Estrechaste al mundo: me estrechaste a mí. Duérmete, mi niño, duérmete sonriendo, que es Dios en la sombra el que va meciendo.
Me tuviste
Gustavo Pereira
Hay un tiempo de echarse a pensar y un tiempo de arder y días de caer rendidos bajo techo Un tiempo de amar hasta el fondo y días de herrumbre inmersos en nuestras cosas Hay un tiempo de tender la mano y un tiempo de golpear y un recuerdo que naufraga en nosotros y un rostro que acaso hemos visto o no.
HAY UN TIEMPO
Santiago Montobbio
Minuciosamente sueño a Dios durante el día para por la noche poder creer que me perdona. Desde la culpa de no ser feliz, de no haberlo sido, desencuaderno mis ojos huecos y de sobras sé que no dormir es un rastro del infierno.
Para una teología del insomnio
Delfina Acosta
A mi cazador Soy la gacela enamorada ¡Dios! de mi nocturno cazador que viene al bosque con las ansias de mis astas, mis ancas, mis rodillas y mis hombros. Si están los cielos vistos, si los astros asoman su hermosura de universo, si el cierzo va soltando ya a las aves y mi nocturno cazador no llega, los ojos se me vuelven aguas mustias. Yo advierto aquella fuerza de su lanza, su afán sin pausa alguna de mi carne, su prisa por volcarme sobre el suelo, por malherir mi vientre y voy a prisa a aquel encuentro con mi propia suerte. Me ofrezco a su lanzazo. Yo le pido que me abra entera a la caliente muerte.
La gacela enamorada